lunes, diciembre 31, 2007

Del año viejo al año nuevo



A veces es conveniente simplificar. Estoy entrando en distinciones obsesivas y debo volver a lo principal. Esto es lo que he descubierto y analizado muchas veces sobre mi personalidad:

Ambigüedad:

¿Es verdad que soy una persona algo ambigua? Sí, es verdad. Hay ciertamente un pequeño porcentaje de varones hipoandrogénicos -sensitivos, sensibles, sentimentales-y yo figuro entre ellos. El "test de los juguetes" que he inventado me lo demuestra. (Lo he puesto en CarlaAntonelli.com)

Disforia:

¿Es verdad que soy una persona disfórica? Sí, lo soy y mi disforia se centra en lo masculino muy definido y en la genitalidad masculina quizá como símbolo de todo ello. Esta segunda es la que me ha llevado a la operación. La inadaptación que es la disforia está entre lo más sólido que hay en mí y vuelve continuamente, aun cuando intento superarla.

Intentos de adaptación:

¿Es verdad que en mi niñez y adolescencia reaccioné ante el sistema ambigüedad-inadaptación o disforia, generando una serie de fantasías adaptativas -el Esclavo, el Príncipe, el Cambio de Sexo, el Grumete-, con las que pretendía conseguir aceptación y cariño? Sí, es verdad, y también que en tres de ellas subsistía la identidad masculina y sólo en una soñaba con un cambio de identidad.

Homoafectividad:

¿Es verdad que soy básicamente heterosexual, pero la falta y necesidad psicoevolutiva de afecto masculino, hace que sea muy homoafectivo -Walter, Philippe, Equis-, pero no homosexual, aunque la homoafectividad se deslice a veces hacia la sensualidad? Sí, es verdad; mis sentimientos se han relacionado siempre con varones.

Débil heterosexualidad:

¿Es verdad que mi agrado por la mujer no ha llegado a ser verdadero deseo, fuerte y estable, por lo que no hubiera podido establecer una relación duradera ni mantener una relación sexual con ella más allá de las caricias? Sí, es verdad y por eso no he podido ni querido casarme.

Transición positiva:

¿Es verdad que he conseguido cierto bienestar, estabilidad y equilibrio desde que he hecho mi transición y me he operado? Sí, es verdad. Esto es un hecho, que debe ser respetado como hecho, y también que, para situarla en sus términos reales, no puedo pretender asumir una identidad de mujer, que no es propia de mí, sino una identidad ambigua, que puede designarse con palabras como travesti o trans.

Pues ya está. Tengo que mantenerme firme en estos hechos, que no son hipótesis, ni interpretaciones, sino los hechos entre los que vivo.

domingo, diciembre 02, 2007

Reivindicación del travesti



Comienzo a dedicar esta página, especializadamente, a la identidad travesti. Va a ser una página para personas que se reconozcan como travestis, más que como transexuales. Un travesti puede quitarse la ropa de mujer y volver a vivir como un hombre. Pero sigue siendo travesti.

Entiendo esta palabra de la siguiente manera. Se refiere a una persona XY que mantiene una identidad masculina pero necesita expresarse con algunos elementos femeninos.

Los travestis -empleo deliberadamente el género masculino- pueden ser desde transformistas a drag queens, o transvestistas en la intimidad, o transgeneristas, e incluso en algunos casos pueden emprender diversas operaciones de reasignación de género.

Lo que les caracteriza no es la intensidad o la permanencia de los cambios de género que emprenda. sino la subsistencia de su identidad masculina de origen a la que se une la conciencia de los elementos femeninos que incorpora.

En eso se diferencia de la identidad de las transexuales, que propiamente son las personas XY que mantienen una identidad femenina y se identifican completamente con las mujeres.

La palabra traveti es la que primero aprendí a decir para describirme y la que más ternura despierta en mí. Ahora, al haber pasado ya dieciséis años desde que empecé una transición de género, es en la que me identifico.

Me alegro mucho de que siga utilizándose en la Argentina, para referirse a todas las trans que viven la terrible épica de la prostitución. Eso me hace hacerla mía aun con más fuerza, como un honor

Conferencia en la Universidad de Granada



Publicado previamente en http://CarlaAntonelli.com



No soy partidaria de la falsa modestia (se es lo que se es, ni más ni menos), de manera que voy a contar cómo fue la conferencia del otro día en la Facultad de Pedagogía de Granada.

La clase estaba llena de alumnos. La profesora me presento diciendo que “mis alumnos me adoraban”, lo que me alegró y pensé que era casi verdad: me querían y eso es más que suficiente.

Me senté en el borde de la mesa, costumbre de profesora, y empecé a hablar, rápidamente, de que ya se sabe cuál es la diferencia entre homosexualidad y transexualidad, la expliqué en pocas palabras para quienes no se hubieran enterado, y me metí en lo que he descubierto hace pocos días: que hay una identidad fáctica y una identidad desiderativa, pero que ambas son identidades (lo podéis ver explicado con más detalle en el “Comentario de la Semana” anterior)

También en pocas palabras, la fáctica es el concepto de lo que soy, que a veces es muy frustrante, y la desiderativa es el de lo que quiero ser, a veces como respuesta a esa frustración, por lo que no es un deseo cualquiera, es un ansia muy fuerte.

Lo que quería hacer, al empezar de esta manera, es que vieran que el fundamento de la transexualidad es común a todos los seres humanos; que no se creyeran que somos personas raras, sino que comprendieran que nuestras motivaciones son las de todos, aunque sean más intensas y radicales en nuestro caso: el descontento por lo que se es (algo normal), el deseo y hasta la necesidad de ser algo mejor.

Les expliqué que las identidades desiderativas pueden ser realistas o no realistas, pero siempre expresan lo que la persona es, aunque sea simbólicamente, y lo que le falta y por tanto desea.

Les puse como ejemplo de identidad desiderativa poco realista la de las muchachas que sueñan con ser modelos; les dije que, a lo mejor, novecientas noventa y nueve de cada mil no lo consiguen, pero que eso expresa una realidad afectiva: necesitan ser reconocidas como bellas por todos, necesitan ser deseadas y queridas para sentirse vivas.

También les expliqué que la misma persona puede tener varias identidades desiderativas, y les dije que en mi adolescencia formé tres, muy diferentes, unas más realistas que otras, pero no les concreté cuáles, porque no era el momento y para dar más suspense a la conferencia.

Ya entonces pasé a la segunda parte, más centrada en la transexualidad, y les dije que una decisión tan difícil se explica sólo si hay un verdadero conflicto (en la identidad fáctica)

Les insistí en que la palabra “conflicto” suena mal (nadie queremos tener conflictos), pero es algo profundamente natural, la vida es conflicto, e incluso para vivir necesitamos entrar en conflicto: para alimentarme, necesito por ejemplo comer gambas, lo que me hace entrar en conflicto con las gambas, pero tendría que decirles: “perdonadme que os mate, pero os necesito para vivir” (dicho sea de paso, lo mismo nos pasa cuando comemos vegetales, son células vivas las que tenemos que comernos para vivir, lo que es un conflicto también para las coles)

Por eso, que algo nazca de un conflicto es plenamente natural, y a los conflictos puede aplicarse en general el principio de que “lo que no mata, engorda”. Es verdad que pueden acabar con nosotros, es algo profundamente serio, pero si los superamos, crecemos en humanidad.

A mi entender, el conflicto más general para las personas transexuales es el de no sentirnos suficientemente valoradas, queridas o admiradas en lo que somos (lo que nos dice nuestra identidad fáctica) y buscar con ansia los medios para conseguirlo (nuestra identidad desiderativa)

Si por medio llega el pensamiento, para un muchacho, por ejemplo, de que las mujeres son más deseadas, queridas, valoradas, protegidas, admiradas que los hombres y que si él fuera así, los hombres lo mirarían con mejores ojos, ya está construido el esquema de la transexualidad (y más si en su situación fáctica se siente rechazado, no querido, desvalorado, amenazado, despreciado por los hombres)

Si la situación es duradera, su respuesta será también duradera y formará una transexualidad estable, que se queda formando parte de la personalidad, que es un recurso de supervivencia ante un conflicto grave.

Por ahí más o menos (por lo que recuerdo más lo que ahora añado) terminé mi exposición y pasamos a las preguntas. Los estudiantes me sorprendieron por su madurez y por los conocimientos previos que permitían que el diálogo fuera entre personas que sabían de lo que hablaban. Todas las preguntas, empezando por la que hizo para romper el fuego, una chica de negro de la primera fila, fueron interesantes.

En dos de ellas, planteadas por chicas que estaban más al fondo, mis respuestas fueron –ahora me doy cuenta- verdaderas, pero algo inexactas.

Planteé que el conflicto que genera la transexualidad puede deberse a que la persona, tal como es no se halla dentro de los estereotipos de género. Dije que el género es un continuo que va desde Schwarzenegger a Marilyn Monroe y que está claro que la mayoría de las personas no estamos en esos extremos, pero que en nuestra actual cultura funcionamos como si lo estuviéramos; hacemos de uno el modelo “varón” y del otro “mujer” y nos empeñamos en meternos en la casilla. Las personas que luego seremos transexuales nos sentimos más lejos del extremo y con menos ganas de meternos en él, “yo estoy aquí” (señalé más o menos cerca del medio, pero a la vez en la mitad masculina) y entonces, simplificamos también, y decimos “si no soy A, o si no puedo ser A, entonces sere B”, con lo que nos vamos de un extremo a otro.

Entonces, una de las alumnas vio que, si en la cultura del futuro estuviera más clara la idea de continuo, y cada uno pudiera decir con naturalidad dónde está, la transexualidad dejaría de tener razón de ser, porque por ejemplo los varones más femeninos se sentirían reconocidos y valorados como tales varones más femeninos y yo le dije que sí, creo que equivocándome en el momento. Es cierto que, si las variaciones de género son reconocidas por una cultura, los conflictos motivados por ellas se acabarán, y habrá menos razones para ser transexual, porque se podrá ser ambiguo con toda naturalidad, sin tener que dar el salto de identidad; pero he pensado ahora que tampoco quiero poner el énfasis en lo del continuo, porque sé que existen a) personas muy ambiguas que no son transexuales y b) personas transexuales pero que no son nada ambiguas, que son varoniles, vaya, y sin embargo necesitan cambiar de sexo, por ejemplo. Esto hace ver que lo decisivo no es lo del continuo, sino lo del conflicto; esas personas transexuales que digo, varoniles y como sea, han tenido en su niñez gravísimos conflictos que les han hecho rehusar cualquier forma de masculinidad.

Luego, un alumno de las primeras filas, casi treintón, me preguntó por lo de mis identidades alternativas. Le conté que, en mi niñez, formé tres ideales de futuro: uno, el cambio de sexo; otro, la admiración por los príncipes (tal como vi la vida de príncipe en “El Príncipe Estudiante”, una película que me hipnotizó), y que me hizo desear haber sido un príncipe, porque era admirados, deslumbrantes y queridos, lo que yo no era; y el tercero, el ser marino mercante, lo que yo me imaginaba en el puente de mando de un barco surcando las olas de noche.

Analicé los otros dos sueños; el segundo, evidentemente es irrealista, pero si se hubiera realizado en algún grado, siendo yo por ejemplo el hijo de un marqués ¿hubiera satisfecho suficientemente mis ansiedades afectivas? No lo sé, pero creo que sí.

El segundo, me parece arquetípico, según el concepto de Jung, un símbolo básico de la vida: el barco es un símbolo fálico, sin duda, y el mar es un símbolo femenino. Es un arquetipo masculino, se mire como se mire, y expresa la parte masculina de mi personalidad (aunque también había la necesidad de ser querido: quise ser también grumete, como el niño de “Capitanes intrépidos”, que encontró el amor de un padre en el marinero portugués que hacía Spencer Tracy)

Entonces lo dejé ahí, pero ahora añado: me voy a lo que dije antes sobre personas viriles que son transexuales debido a hondos conflictos. En mí puede haber esa forma de virilidad, pero también ha habido fuertes conflictos que son lo que me ha hecho transexual.

La profesora me pidió que hablase de mi militancia y de cuáles son las tareas que nos quedan, y respondí que ahora, en España, hemos conseguido todos los cambios legales que necesitábamos, o estamos cerca de conseguir los que nos faltan (cirugía por la Seguridad Social en todas las Comunidades), pero que la sociedad ha cambiado mucho menos, y todavía hay muchas discriminaciones en el ambiente; pero haber conseguido ya lo legal nos permite tranquilidad para centrarnos también en la tarea de estudiar lo que somos (que es la que nos puede dar fuerza moral)

Terminamos y los estudiantes empezaron a aplaudir. Yo estaba un poco triste, pensando en que otras veces, después de estas conferencias, esos aplausos han servido para poco. Les saludé con cortedad, pero los aplausos seguían y mis amigos, que estaban allí, me dijeron luego que fue un aplauso largo. La profesora me ha dicho después que la conferencia les había impactado y espero que eso sirva para conseguir lo que todavía no hemos conseguido, lo que le insistí a la profesora antes, a todos durante y a la profesora de nuevo después: la necesidad de que la Universidad española, como las anglosajonas, incorpore plenamente la transexualidad dentro de los estudios de género. Me ofrecí para cooperar con cualquier estudiante que lo quisiera. “Eso es poco usual”, reconoció la profesora, valorándolo. Hasta ahora, he podido cooperar a fondo sólo en una tesina. Ojalá dentro de poco lo pueda hacer en decenas de memorias, tesinas y tesis.

Compañeras



Publicado previamente en CarlaAntonelli.com




Lo más parecido a las terribles experiencias de la mística que se puede tener en la vida diaria es la música. Hoy lo he comprobado una vez más metiéndome en un documental sobre los blues en Inglaterra, en el que ha participado gente como Tom Jones o Van Morrison, cantando, haciendo música y todo eso.

Digo que me he metido, porque como tengo la suerte de tener ahora un amigo músico, y sé cómo funciona su banda, todo lo he visto lleno de vida, a todos unidos en la percepción de algo que está por encima de sus vidas, esa música larga y lenta, quebrada y levantada, suave y rota, que te hace entender de verdad la vida y sentimientos tan hondos que no sabías ni que los tenías, realísimos, clarísimos, y a la vez inexpresables e inexplicables con palabras y por eso, y porque te saca de este mundo y a veces no te importaría ni morirte, digo que es lo más parecido a la mística que tenemos a nuestro alcance la gente corriente.

Como ahora sé cómo funcionan mi amigo y sus compañeros, que son músicos profesionales y muy entendidos de técnica, sé que cuando se reúnen por gusto en cualquier ocasión, no descansan de la música, sino que ponen sus guitarras por medio y aprovechan para tocar y cantar con todo su placer y dedicación, como si no lo hubieran hecho una y otra vez actuando los fines de semana.

Me doy perfectamente cuenta de que, entre bromas y risas, sentados espatarrados en los sofás, hartos de verse desde hace veinte años y sabiéndose de memoria, están unidos por su gusto, pasión, enamoramiento, por algo común a los cinco o seis, común y más grande que ellos, un infinito corriente abierto a todos, la belleza de cualquier vida vista desde dentro, entre cervezas y cubatas, y eso los hace de verdad compañeros y amigos, porque aman lo mismo.

Como sus personalidades están rotas por el amor, se ríen con facilidad, se abren, no entran en los juegos de poder y prepotencia de otro, no fardan, no son engreídos, lo cuentan todo con toda naturalidad, amores, ligues y fracasos, saben situarlo todo en una canción y por eso les dije una vez que, siendo un grupo de heteros, eran lo más parecido a los gays que he visto.

Y de vez en cuando me gustan y los deseo, simplemente porque me gusta lo que hay en sus cerebros, detrás de sus ojos, porque sé que lo comparto.

Me he dado cuenta de que mi sentimiento principal es el compañerismo, seguramente porque me faltó cuando hubiera debido sentirlo por primera vez, entre las cañas verdes de mi niñez.

Yo deseaba por encima de todo tener compañeros que me quisieran y a quienes querer y no lo tenía. Por eso los busco continuamente, en todo momento, de una manera tan natural que no me doy cuenta.

Recuerdo cuando me sentí compañera por primera vez y con orgullo de otros profesionales jóvenes como yo, en un intento de movimiento social o de sindicalismo, en los últimos años de Franco, quizá porque era la primera vez en que me sentí plenamente aceptada y con un sitio en la sociedad. Estoy viendo el aula acristalada en la que nos reunimos y han pasado cuarenta años.

Luego he sentido muchas veces lo mismo, una emoción suave, una fraternidad, cuando me he visto en las Asambleas de nuestra cooperativa, cuarenta personas unidas en un mismo destino laboral, los mismos problemas, las mismas alegrías y los mismos orgullos.

Me gustaba contar los años que me quedaban para estar con mis compañeros y constatar que eran muchos. Cuando ya fueron pocos, sentía la presencia de un corte como el de quien por una carretera se acerca a la barandilla que da a la playa y luego al mar.

Con esto, os podéis figurar mis sentimientos cuando por fin pude vivir en compañía mi transexualidad. La locura de los primeros años, cuando nos vimos entre amigos y amigas transexuales en Zaragoza, a San Sebastián, a Sevilla. La alegría de viajar en un auto en el que los cuatro ocupantes éramos transexuales, una condición tan poco frecuente fuera, y allí estábamos cuatro y de ver cómo nos saludaban los cerros y los llanos a nuestro paso. La paz, la íntima felicidad de convivir con mi amiga y mi amigo, como una familia, casi todo el tiempo juntos, de dormir en su casa, de viajar con ellos, de levantarme e ir a desayunar a la calle entre los árboles con ellos, de que estuviéramos juntos y fuéramos muy felices en la playa.

No creía posible vivir lejos de los y las trans. Eran mi mundo, mi aire, mi vida.

Cuando mis sentimientos se fueron depurando y me conocí mejor, esta unión se extendió a los amigos gays con quienes compartí muchas hermosas y cariñosas horas, sin ser yo gay. Pero nuestras niñeces se habían parecido y también nuestras adolescencias desconcertadas y nuestras juventudes locas y temerarias y reprimidas y sufridoras, todo a la vez.

Luego, la necesidad de ser yo misma o yo mismo por encima de todo me alejó de mis compañeras trans, dejándome vacía y como desamparada, lejos pero a gusto, olvidándome de todo, metida en otras cosas que no tienen nada que ver con las trans: política, historia, filosofía, etcétera.

Hasta que encontré la puertecilla por la que he podido volver a entrar en el jardín de la compañía trans. Ahora sé cómo soy y siento a muchas trans y travestis muy parecidas a mí. También, como con los gays, pero con mayor precisión, rememoro niñez y adolescencia y juventud. Me quiero figurar que todas, en más o menos, hemos compartido las mismas indecisiones y confusiones. Me digo que todas nos parecemos más de lo que nos diferenciamos. Una travesti pone su foto en blanco y negro de cuando tenía doce años delante de ti, y eres tú. El compañerismo, para mí, es casi como el amor. Desearía que nuestras almas entraran una en otra y saber cada vez más de mi compañera, aspirar a saberlo todo y ver parecidos y diferencias conmigo.

Eso es unión. Seguramente, no todas las personas sienten eso, ni siquiera es necesario. El noventa por ciento de mis compañeros en el aula acristalada, el sesenta por ciento de mis compañeros de la cooperativa, el treinta por ciento de mis compañeras y compañeros trans, supongo, me figuro, temo, a lo mejor me equivoco, que no saben lo que es esto y prefieren vivir por libre y por su cuenta. Pero les deseo que lleguen a sentirlo, porque es bello.

martes, septiembre 18, 2007

Desgracia o gloria




Publicado previamente en http://CarlaAntonelli.com




Agarraré el toro por los cuernos para hablar como tienen que hablar las personas. A primera vista, resulta sensato decir que ser transexual es una desgracia como otra cualquiera.

Una condición en la que, si no te decides o si no puedes, sufres toda la vida de una necesidad irrealizada, de un ansia esencial frustrada, tan fuerte que a algunas las lleva al suicidio o al intento de suicidio y, si te decides en la edad adulta, puede significar la pérdida de un buen empleo (o la renuncia voluntaria) y la subsiguiente subsistencia en una situación precaria; o el alejamiento de la familia; o la rotura de un matrimonio y el distanciamiento de los hijos, y a veces todo eso junto, o por separado en el mejor de los casos, parece desde luego una desgracia.

Y luego puede llevarte también a una mesa de operaciones en la que serán amputados órganos perfectamente sanos, lo que te dejará completamente estéril, aunque contenta.

Y que, en general, dificultará que formes pareja, por lo que en la vejez, como yo, será fácil que te encuentres sola y sin hijos.

Hoy, gracias a nuestra lucha, han desaparecido o se han atenuado muchos de los problemas sociales con que nos encontramos las y los transexuales. Hemos conseguido que los padres de los y las transexuales jóvenes les comprendan y que con su apoyo puedan ser tratadas con consideración en los institutos y las universidades, que puedan vivir como varones o como muchachas en ellos, hacer sus estudios, etcétera. En fin, un paraíso desde nuestro punto de vista de las generaciones anteriores. Pues bien, incluso así surgen los inconvenientes: al haberse acostumbrado a que les traten por igual, no se acostumbran a asumir que tienen limitaciones con relación a otros varones o muchachas y sufren angustiosamente por ello.

Algo de esto, mutatis mutandis, y desde luego atenuado con relación a lo nuestro, lo viven también los homosexuales, que pueden también querer no serlo por considerarlo igualmente una desgracia.

Es posible hacer una distinción fina y verdadera. En nuestro caso, la desgracia es la disforia que te hace sentirte inadaptado a un sexo que social y físicamente te corresponde; la transexualidad es la respuesta adaptativa a esa disforia y en este sentido es buena.

Pero lo único que hemos hecho es trasladar la desgracia un paso atrás. ¿Por qué me ha tocado tener que sufrir esta disforia?

Encima hay que aguantar sentimientos de culpa por las barbaridades reales que podemos haber hecho o imaginado y por el proceso en general, en la medida en que consideremos que hemos cedido y que hubiéramos debido mantenernos firmes; en fin; una desgracia.

(Desde luego, sinceramente lo digo, por todo eso, durante los años en que es posible, los de la niñez y la adolescencia, intentaría prevenir la transexualidad. Si es cierto, como supongo, que procede de problemas en la homoafectividad, que provocan la disforia, haría todo lo posible, al primer indicio, para ayudar al niño o la niña a mantener una homoafectividad equilibrada)

Sin embargo de todo lo dicho, es posible mantener una posición opuesta: la transexualidad es una condición difícil, pero positiva e incluso gloriosa.

Para comprenderlo, es preciso subirse hasta la filosofía, pero una filosofía que está en la calle, aunque no lo sepamos, en el día a día de nuestra cultura.

Para Foucault y los foucaultianos, que hoy inspiran la teoría de género dominante, la homosexualidad y la transexualidad no existen como tales, sino que son una forma extrema de transgresión.

Liberan al individuo de los códigos sociales opresivos, de la temática del poder y la conservación del poder que hay tras ellos, abren nuevas perspectivas humanas, indefinidas pero nuevas. Los y las homosexuales y transexuales no somos personas definidas por una condición y limitadas por ella, sino personas que tenemos una práctica sexual determinada como podríamos tener otra. Somos heraldos de la libertad.

No cabe duda de que se respira al oir esto. El aire fresco entra en nuestros pulmones. Y por otra parte, es real en el sentido de que está por doquier en nuestra cultura, de la GLBT primero, pero también de la general. Vas por Chueca o por cualquiera de las zonas gays de nuestras ciudades y lo ves en la forma de la cultura arcoiris. Lo ves al abrir el “Zero” o la “Shangay” o… Lo ves al entrar en esta Revista Digital. Lo ves el Día de Orgullo Gay y Trans.

Es cierto que todo esto es arriesgado, pues desafía incluso el orden natural de la procreación. Aunque se puede decir que el orden natural es mucho más flexible de lo que suponemos. Hablando de nuestros parientes próximos, los chimpancés y los bonobos, quienes siguen un orden natural estrictamente, los primeros son muy promiscuos y los segundos disuelven las tensiones con prácticas homosexuales y, sin embargo, están organizados de modo que procrean con naturalidad y aseguran la crianza de sus niños.

Por otra parte, sin libertad no hay amor. Quienes creemos que el amor pleno y absoluto es el único futuro que da sentido a nuestra existencia, hemos de ver nuestra disforia como, en efecto, lo que rompe los ataderos de códigos supuestamente naturales pero que no lo son, y al hacerlo nos libera y nos posibilita una vida verdaderamente amante sin constricciones sociales sobre cómo debemos amar.

El amor verdadero es libre y surge como surge, enfrenándose a menudo a todo. Jesús pagó su voluntad de amor enfrentándose con todo el orden legítimo o natural de su sociedad, con reyes, políticos y sacerdotes, códigos civiles y leyes religiosas. Quien no lo vea como Dios, puede verlo como arquetipo de la libertad del amor. Al final fue aplastado, como es lógico, por todos ellos, pero resucitó por lo menos en nuestra memoria. Se puede entender a Jesus Christ Superstar y sólo a él

jueves, septiembre 13, 2007

En orden



Pensé ayer en que sería bueno hacer un Manual de Transexología, lo redacté en sus líneas generales, unas pocas páginas, y lo puse en una página que tenía abierta, cuya dirección es http://transexologia.blogspot.com

Esperaba que se pudiera tener a la mano un resumen de lo que hoy se sabe con cierta seguridad, que es relativamente poco, como lo demuestra el hecho de que se pueda describir en pocas páginas (aunque quiero ir añadiéndoles otras)

Poner estas ideas en orden me ha sorprendido a mí misma. Por ejemplo, en la cuestión de las causas (la etiología), llevaba mucho tiempo oscilando de unas a otras, escribiendo de una manera que me parecía errática. Al poner en orden las hipótesis que se usan, he visto con claridad que todas son verdaderas, pero en ese orden.

Las primeras, las biológicas, son las menos importantes aunque no lo parezca. Hay montones de personas que son muy ambiguas corporalmente y no son transexuales.

Pero éstas primeras pueden ser la causa de que se pongan en marcha las segundas, de naturaleza psicológica: conflictos o traumas con el padre o los compañeros del mismo sexo.

Sin embargo, ni aun así es segura la transexualidad; para que se produzca, esos conflictos deben alcanzar un tercer plano, consistente en que toquen la identidad sexual, lo que hace necesario adaptarse, siendo la transexualidad esta adaptación.

Así me explico que haya personas nada ambiguas que sin embargo son transexuales. Sé de alguna que tuvo graves conflictos con su padre y debieron de llegar al punto de hacer casi necesaria la adaptación transexual.

martes, septiembre 11, 2007

Soy una amazona




A las 5.30 de la madrugada pienso que estoy más cerca de los homosexuales como varón ambiguo. Los siento parecidos, me siento a gusto con ellos, los deseo como compañeros aunque no deseo como ellos. Por tanto, si me puedo considerar un varón ambiguo, la lógica requiere que deje de llevar falda, cuyo significado ya no siento, que use pamtalones, que entre en los aseos de caballeros… Pero estas perspectivas ya me resultan insoportables. Quiero una consideración como varón ambiguo pero a condición de que estuviera reconocido que un varón ambiguo no es un varón como los otros. Y no es así.

A las 5.45 me pregunto con angustia cuál puede ser mi modelo de vida.

A las 6, me acuerdo de Isabelle Eberhardt, pero con escepticismo. Eberhardt vivió entre los tuareg del Sahara, cabalgó y galopó y guerreó con ellos. La imagino pequeña,esbelta, nervuda, vestida con sahariana -una chaqueta de campaña con grandes bolsillos, de lona ligera- y calzones de montar, polainas o botas, etcétera. Poco a poco me va interesando su imagen. No es la de la mujer apocada, oscura, febril. Es la de quien habla de igual a igual con los hombres, sin ser un hombre… y encima es admirada por ellos, deseada por ellos, sutilmente protegida por ellos. Erguida y fina como una planta silvestre.

Esta imagen cumple todas mis expectativas. Me sitúa en la ambigüedad, pero en otra. Mientras que la ambigüedad masculina es recesiva, porque tiene que expresar delicadeza, timidez, encierro, ésta es expansiva, se abre a la inmensidad del mundo y de las batallas. Es turbulenta y yo también soy turbulenta, aventurada, metida en mil combates, pero esperando siempre la delicadeza final, el beso que los selle y concluya.

No está sola Isabelle en mi memoria, también Amelia Earhardt, la aviadora, y Carolina, mi amiga, la princesa-guerrero de su imaginación. Me puedo meter con placer en las tormentas.

Resuelvo también una contraposición que me dolía, la de caballero, palabra noble y altiva, frente a dama, suave y pasiva. Recuerdo una contraposición mejor, la de las pruebas hípicas: jinete frente a amazona. Y me siento afín incluso a Safo, amante de ls mujeres y de los hombres, a unas y otros de distintas maneras y por distintos motivos, siempre grandiosamente.

domingo, septiembre 09, 2007

Valoración de la homosexualidad y la transexualidad




Ya sabemos que la homosexualidad y la transexualidad han sufrido una larguísima historia de ataques que culminaron cuando los católicos, violando cualquier caridad, nos quemaban vivos; no es que no hicieran nada por defendernos; es que incitaban a encender las hogueras; los islámicos, todavía hoy, nos ahorcan; todos, abusando del nombre de Dios y que Dios les perdone.

Eso apenas acaba de cambiar. Hay una corriente sexológica que ve la conducta homosexual como una alternativa de la heterosexual en una bisexualidad natural y generalizada. Puede ser; pero ese criterio, aplicado a la transexualidad, tiene que entenderla como proclamación de ambigüedad o como oscilación perenne entre los géneros, con lo que la definiríamos como una forma extrema de transvestimo.

Puede ser también. Es lo que yo estoy intentando, aunque me produce muchas tensiones, quizá porque no existe un ambiente cultural que favorezca este intento. Todo sigue siendo hoy demasiado binarista: o eres heterosexual u homosexual; o eres hombre o mujer, incluso como transexual. No se entiende en el fondo que seas bisexual y de género ambiguo (que es lo que me parece que yo soy)

Por otra parte, el constructivismo de Foucault nos pone por las nubes como modelo de transgresión contra el poder, que es lo que valora. Pero eso es más o menos como elogiarnos por gamberros.

También es posible otro punto de vista, más fuerte y eficaz. Nuestras historias personales muestran a menudo un daño afectivo muy fuerte sufrido durante nuesra niñez y adolescencia, edn relación con la lejania de nuestro padre o con la imposible integración con nuestros compañeros.

Sabemos que ese daño ha estado a punto de descomponernos. Pues atención: La homosexualidad y la transexualidad no son ese daño, sino la respuesta a ese daño, una reacción adaptativa, un acto de supervivencia.

¿Es eso malo?

Por eso, cuando los transhomófobos, en relación con el Día del Orgullo, nos preguntan "¿orgullosos de qué?", yo siento que la respuesta es: "¡De haber sobrevivido!"

Si este planteamiento es verdadero, debe tener muchas ventajas. Una de ellas es que elimina la discusión sobre si la transhomosexualidad debe prevenirse. Si fuera de origen biológico o psicológico, estaría llamada a desaparecer incluso la ambigüedad, porque en el futuro existirían técnicas para corregir desequilibrios prenatales o postnatales.

Pero si es una respuesta útil y reequilibradora frente a un daño, ¿es que los humanos estamos libres de daños? ¿Y no es bueno que instintivamente sepamos recomponernos, usando recursos tales como la homosexualidad y la transexualidad?

sábado, septiembre 08, 2007

Asexualidad





El centro de mi transexualidad es el rechazo al genital que había en mi cuerpo, del que no puedo entender ni aceptar la desagradable fuerza que lo afectaba de raíz. No podía ser un medio para relacionarme con otra persona, porque falseaba mi manera de ser, a la que le era ajeno y extraño.

Tampoco lo entiendo en otras personas: es un órgano que, si no existiera, me haría más aceptable y comprensible la naturaleza, aunque puede ser que lo que no entiendo sea la sexualidad misma o división de las personas en sexos y preferiría que nos reprodujéramos asexuadamente, en un puro abrazo de amor, en el que la mezcla de todos los fluidos del cuerpo trajera la generación.

Estos sentimientos me parece que son originarios de mí, correlativos a los planteamientos de mi soledad infantil, que duró siete años, y anteriores a los contactos sociales llenos de conflictos sexuales y afectivos que empezaron entonces. Son sentimientos asexuales y la transexualidad es una interpretación adquirida y posterior.

Es verdad que sólo la posibilidad de un amor perfecto y de un deseo intenso me hace querer que los cuerpos se interpenetren y las personalidades se fundan mediante un puente de carne que supere el simple contacto superficial de la piel con la piel. Pero no estoy segura de desear que las personas que se fundan sean distintas, sexuadas.

domingo, agosto 26, 2007

Un punto de equilibrio




No sé, pero conviene no exagerar. Yo estoy fundamentalmente bien y tranquilo ahora, dedicado fundamentalmente a temas que no tienen que ver con la transexualidad: historia, filosofía, incluso genealogía.

Vivo equilibradamente y en líneas generales mi vida, incluso como transexual, es agradable.

Sólo que no puedo evitar los efectos de una disforia multiforme y plurivalente en cuanto me pongo a pensar sobre cuestiones concretas de género.

Claro, que hay una respuesta obvia: pues no le des vueltas a la cabeza sobre esas cuestiones. Si puedes vivir agradablemente, en líneas generales, dedícate a las cosas que te agradan, mantén la idea de cierta ambigüedad que parece que tiene su fundamento, y déjate de complicaciones...

Pues eso haré. Como digo, soy fundamentalmente una persona equilibrada aunque la disforia supona un foco de desequilibrio, turbulencias e interés. Bien, pues soy una persona equilibrada y disfórica. Y a otra cosa.

lunes, agosto 20, 2007

Vacío e imágenes



Esta línea de pensamiento, la de que soy un varón ambiguo, me lleva al desastre psicológico.

Porque no impide que la disforia reaparezca una y otra vez. Me encontré, anoche, gritando en silencio:

"¿Qué soy? No quiero ser varón; no quiero ser mujer; (o no puedo ser varón; no puedo ser mujer)

"¿Qué soy entonces?"

Buscaba con angusta una definición y no la encontraba, porque ni siquiera la de varón ambiguo me dejaba en paz. Y ya no tengo tan fuerte la parte de instinto hetero que me hacía senir con placer mi fusión con una imagen de mujer.

El vacío aparecía ante mi mente al querer definir mi género. "Sólo soy una persona, un alma". Pero es triste, llegar a eso. No se puede amar el propio cuerpo, cuando lo ves tan desencarnado, ni pensar en que alguien pudiera amarlo.

Esta mañana, me desperté no menos angustiadamnte pensando en el vacío de la noche anterior. Pero hacis fresco, que me ayudó a pensar de otra manera.

Hay dos solas imágenes que me son gratas para asumirlas como mías.

Una es la que llamo de la solterona y que veo como una mujer alta, cincuentona o sesentona o lo que haga falta, el cabello canoso y con poco trabajo de peluquería, ropa práctica, algo descuidada, más bien sobria, que vive sola o casi sola en una casa entre limoneros y lleva en la mano una gran carpeta con acuarelas que pinta con gran dedicación. Es decir, prácticamente yo.

Entonces, el pensaminto de esta mañana fue: "Pues si me gusta ser como la solterona, seré como la solterona".

Ya me salvaba del vacío, ya podía definirme de alguna manera, realista.

Incluso puedo entender así mi parte bi, aquélla en que me interesan los hombres. Porque, con la idea de ser un varón ambiguo, me explicaba que me gustasen los muchachos ambiguos, como imagen de mí, por homoafectividad. Pero la verdad es que no me interesan sólo ellos. También me atraen los hombres muy fuertes, muy fuertes, temibles. El temor pone en mí un cosquilleo de entrega.

Y también los muy altos, los que son más altos que yo, aunque ya sea decir. He observado que se me debilitan las corvas ante ellos. Y eso no es una reacción masculina.

La otra imagen que me gusta para entenderme bajo sus trazos es la de aquella foto del muchacho que estaba sentado en un amplio sillón, bajo una casera lámpara de pantalla (todo eso es importante para mí), sonriente cn una sonrisa que expresaba cierta melancolía y cierta alegría, guapo, cara más bien cuadrada, suavemente angulosa, cabellos negros ´caídos sobre su frente, elegantemente vestido con traje, chaqueta y corbata. Lo que me fascinaba es que había sido educado como niña, por una cuestión de intersexualidad, hasta que a los dieciséis o dieciocho años sus genitales habían descendido espontáneamene.

Lo que me atrae de esa imagen sé que es la intersexualidad, la ambigüedad. Quizá pueda reconocerme más adelante en ella, aunque de momento, es suficiente imaginar el componente masculino de la ambigüedad, aunque haya también un componente femenino, para que la imagen me repela, para que resurja mi disforia, mi fobia a ser yo masculino.

¿Es más dinámica, de todos modos, esta imagen que la de apacible y querida solterona Sí. ¿Tiene más posibilidades de futuro y de entendiminto para mí que la de ella? También. Quizá me atreva a hacerla mía. ¿Pero cómo puedo evitar que lña disforia total, a dos bandas, me lleve de nuevo a la sensación de vacío que he sufrido esta noche? La única manera será quizás acentuarla conciencia de lo femenino que hay en la intersexualidad, más que la de lo masculino.

sábado, agosto 18, 2007

Madre Teresa



Durante meses o años me he ido separando gradualmente de mis amigas transexuales, hasta el punto de que ahora sólo mantengo algo de relación con una... dos... tres... cuatro... y de lejos.

Si me hubieran dicho hace años que esto llegaría, me hubiera parecido imposible.

La razón es que no me hallo en lo que se vive en el medio trans actual de España. Para mí, la transexualidad es una realidad dura, ¡y parece tan fácil lo que oigo!

Es un desgarramiento. Ojalá yo hubiera podido o sabido entrar en una vida corriente. Mi posición hubiera sido mucho mejor, hubiera tenido una compañera e hijos, sobre todo, hijos. No he podido y menos mal que a trancas y barrancas he salido adelante.

La operación ha salido bien y estoy en paz, ¿pero qué soy? ¿Una mujer? Yo digo que no. ¿Un hombre ambiguo? Sí, pero con muchos problemas.

Para mí, ser transexual es sufrir y por lo menos, sufro mucho menos después de la transición que antes. Por eso digo que es un desgarramiento y que su utilidad es la de vivir desgarradamente: sin asentarse, sin conformismos, sin bienestar, sin dormirse.

Es curioso que cuando pienso en las compañeras que lo tienen todo poco claro es cuando me siento solidario de ellas, por ejemplo, de las travestis de Argentina, travestis, es decir, de identidades no muy claras, como la mia, y que se ven obligadas a hacer vidas muy complicadas, para vivir a su manera.

Me gustaría estar con ellas y no digo que sufrir sus mil acosos, pero sí sentirme unida con ellas por algo más material que un pensamiento o unas letras. Sé que con mis años no puedo hacer mucho práctico, pero también que lo mejor que les podría ofrecer sería una amistad y un mate, yo en lo mío y ellas en lo suyo. Me interesaría todo lo que me contasen. Para mi, eso sería ser su Madre Teresa, es decir, encontrar por fin la paz.

Sueño



Hoy he tenido un sueño que me ha sorprendido porque hace tiempo que no tenía otro por el estilo.

Estaba en una azotea con una amiga. Yo llevaba un vestido verde camisero, apretado con un cinto, y los grandes bolsillos de sus lados, como los de los pantalones camperos, lo hacían tan ancho que era como si tuviera caderas.

Parecía guapa y atractiva con él. Mi cabello, castaño no muy oscuo, caía en una larga melena lacia.

Vagamente pensaba que ahora, aquello podía ser verdad en cualquier momento. Visto como mujer, es verdad que con ropas que no tienen nada de sexy, por lo que cuando quiera sólo tengo que salir de compras y buscarme uno de talla suficientemente grande para mí.

La amiga me manifestaba gran confianza y quería que fuéramos al vestidor para probarse no sé qué y que le diera mi opinión. Me daba remordimiento que ella creyera que su cuerpo me era indiferente, cuando no me lo era. El malestar de ese equívoco me ha acompañado siempre con las mujeres.

viernes, agosto 10, 2007

Reflexiones del día siguiente






Estoy asombrado al constatar que me agrada imaginarme que no tuve una circuncisión y que el órgano que había en mi vientre está intacto, cubierto con la piel por completo hasta formar un pequeño pellizco, ahusado, de color grisáceo. Es agradable andar por el pasillo pensando que está ahí, sentido como una pequeña presencia amigable.

(Todo esto es como un experimento mental, provocado por una imagen que ha llegado de pronto a mi cabeza, inesperadamente, aparte de que después de la operación de reasignación de sexo ya no sea real; pero me lo puedo imaginar)

También me agrada pensar que otros varones pueden tener un órgano semejante; me hace sentir la pertenencia de grupo, una afinidad cordial.

Mis sentimientos homoafectivos afloran con tanta facilidad –como sé desde hace quince años-, que en cuanto se centran en los genitales pueden dar lugar a una homosexualidad, basada en el orgullo por compartir esa presencia.

¿Es posible que éste sea el trauma originario, primigenio, fundamental, un trauma estético, pero eso es capital para mí, la fealdad resultante después de la operación de fimosis, con la ira subsiguiente y muy mía por deshacerme del todo de lo así estropeado?

¿Puede ser que esta ira me angustiase desde la fimosis, con ocho o nueve años, hasta la reasignación de sexo a loscincuenta y tres, como un rencor sordo, de fondo?

¿O puede tener razón Lacan en su estupefaciente y clarividente hipótesis de que la transexualidad, o mi transexualidad, no es más que el intento de convertirse entero en el falo, erguido y esbelto, incitado por el daño sufrido por el falo real?

¿En ese caso, ni las difíciles relaciones con mis compañeros habrían sido el trauma decisivo, como siempre me he imaginado?

¿He podido pensar que rechazaba mi órgano por ser como el de ellos, pero suponiendo que en ellos seria más o menos como el mío?

jueves, agosto 09, 2007

La transexualidad post-traumática




Al despertarme hoy a las 5.30, después de recordar a Dios, a quien le habia pedido esta claridad de pensamiento, se me viene a la cabeza una reflexión decisiva sobre mi manera de entender los genitales, tan básica para mi transexualidad, puesto que está fundada en rechazarlos intensamente.

El día que primero pensé en ellos en mi niñez, cuando se hablaba de la "pilila", un nombre inocente, me parecio pequeña e inofensiva, un órgano secundario que servía sólo para orinar, y que por eso merecía cierta ternura o condescendencia.

Lo que hoy me trastorna es comprobar por primera vez que, si hubiera permanecido siempre ahusada, cubierta por el prepucio, tal como era al principio, me hubiera agradado que estuviera en mi cuerpo y me hubiera seguido pareciendo una forma ligera y tierna.

Pero con ocho o nueve años tuvieron que hacerme una fimosis un poco más complicada de lo corriente, no sé por qué, incluso con una anestesia de éter (fue antes de 1950) que me aturdió y después me obsesionaba cada vez que veía colores agrios. La circuncisición me hizo ver aquel órgano como feo y ridículo y sentirlo como ajeno, como incompatible con las formas de mi cuerpo, finas y delicadas.

La transcendencia de este sentimiento es que me demuestra que mi rechazo a mis genitales no es originario, como debido a una incompatibilidad con una "imagen corporal" procedente de un cerebro poco masculinizado, como creia, sino post-traumático.

Hay dos traumas en la génesis de mi transexualidad, uno, el de los resultados de la fimosis, inaceptables como forma estética, pero inaceptables; el otro, la asociación de ideas entre esa forma y la experiencia de un rechazo profundo a ciertos varones.

La noción de la transexualidad como recurso post-traumático es interesante, porque la emancipa de lo directamente biológico y la convierte en un recurso adaptativo como tantos otros. Puedo ser algo ambiguo, como sensible y estetizante, pero no es eso lo que me ha hecho transexual, sino la reacción ante determinados traumas, cuya importancia para mí sólo yo puedo valorar, que han necesitado unas respuestas extremas para readaptarme y compensarlos.

miércoles, agosto 08, 2007

¿Por qué discuto conmigo misma?



¿Por qué discuto conmigo misma, por qué me contradigo de un día para otro?

Primero, porque tengo actitud científica o espíritu crítico hacia lo que yo misma me planteo, que me incita a revisarlo.

Más profundamente, porque me culpabilizo mucho con mi transexualidad; y a quienes se culpabilizan demasiado, les gusta encontrar culpas para poder arrepentirse o purificarse, que es lo que desean; en este sentido, las explicaciones psicológicas, como la de la homoafectividad, parece que dejan más margen al cambio que las biológicas, como la de la ambigüedad.

Pero también me deja insegura -o inseguro, ya sabéis que puedo decir cualquier cosa- sobre ésta su carácter aparentemente patológico. Una hiperandrogenia o hipoandrogenia en la edad prenatal, que en el futuro, de ser detectadas, podrían ser corregidas con una medicación. ¿Todo el complejo proceso emocional de las personas transexuales no sería más que esto? ¿A la humanidad le interesa tener sólo varones definidos y mujeres definidas?

La respuesta es no. La ambigüedad biológica lubrifica la vida social, al crear puentes o regiones intermedias entre Schwarzenegger y Monroe. En particular, genera sensibilidad en los varones y da determinación y energía a las mujeres. ¿Se puede definir el punto en que de una ambigüedad integrable se pasa a la ambigüedad transexual o radical? ¿Es bueno que se defina?

Por otra parte, este planteamiento no es muy apoyado por los estudios de género actuales por ser biologista. Cuando se piensa que el género es una construcción cultural, esta explicación de la ambigüedad como causada biológicamente contradice todos los supuestos, imcluso sobre la no-ambigüedad, o definición sexual. Pero la evidencia de estas afirmaciones está en la experiencia, y si ésta obliga a corregir las teorías, habrá que hacerlo, como se ha hecho siempre en la historia de la ciencia.

Me olvidaba

Al hablar del mecanismo homoafectivo de la homosexualidad y la transexualidad, olvidaba el papel que puede tener la ambigüedad de género o hiperandrogenia femenina e hipoandrogenia masculina, respectivamente, que me parecen irrefutables.

En la historia de un amigo transexual FtM no puedo dejar de reparar en su hiperandrogenia física y caracterial; su homoafectividad creo que fue cruzada -jugaba al fútbol con sus compañeros como uno más-, y su amor por las mujeres se sustenta n fantasías de protección, de tipo Tarzán y Jane, según el modelo heterosexual.

Aquí la causa es claramente la hiperandrogenia y sus efectos son la ginefilia, la homoafectividad cruzada y la transexualidad.

En mi caso, la conciencia de mi ambigüedad es precoz, aunque insegura y confusa, no me sentía mujer, sino varón diferente. Hay causas médicas que la explican en mi gestación. Eso es lo que impide mi homoafectividad hacia la mayoría de los varones, aunque permite una homoafectividad parcial hacia los varones ambiguos como yo o hacia los claramente protectores.

Esta homoafectividad parcial o condicionada explica también mi llanto al leer la novela de los guardiamarinas, limpios y autocontrolados. Pero mi homoafectividad no encontraba suficientes semejantes reales, ambiguos o correctos, por lo que el rechazo profundo hacia la mayoría de los vaones acabó coincidiendo con el rechazo funcional, hipoandrogénico, hacia mis genitales, que favoreció la operación, aun sin conciencia de feminidad.

Aunaue soy en principio heterosexual, mi hipoandrogenia me impide también una pulsión firme y constante, lo que favorece la reversión del impulso sobre la imagen femenina en mí, expresada en un transvestismo que se ha esfumado paradójicamente con la pérdida casi total de la pulsión heterosexual, dejándome insegura en cuanto a mi naturaleza.

Pero la ambigüedad o la hipoandrogenia me parecen verdadera la causa de todo; una masculinidad poco definida; mi especial homoafectividad es el efecto, no la causa de mi historia.






domingo, agosto 05, 2007

Explicación de la homosexualidad y la transexualidad mediante la homoafectividad




Me está pareciendo que el mecanismo que explica la homosexualidad tanto como la transexualidad es el de homofilia u homoafectividad, pero en un caso por intensidad y en el otro por carencia.

La homofilia u homoafectividad es un mecanismo de pertenencia o de grupo, común a todas las personas, que tiene como efecto formar la identidad de género, que es una identidad de grupo, o imposibilitarlo, si queda frustrado.

Es el sentimiento de "los niños con los niños y las niñas con las niñas", y el que explica que los hombres estén a gusto en las reuniones de hombres y las mujeres en las de mujeres.

La homofilia es un mecanismo necesario por tanto para afirmarse primero como persona sexuada y para formar después la conciencia de la heterosexualidad que, en los seres humanos, no es sólo un reflejo, sino un complejo pulsional.

En la homosexualidad, la homofilia es tan intensa, por haberla experimentado positivamente, que se sexualiza convirtiéndose en necesidad y se absolutiza, excluyendo del todo las experiencias heterosexuales. En los homosexuales varones se simboliza en el falo, como imagen que une todos los significados homófilos.

En la transexualidad, la falta de experiencia homoafectiva o la experiencia negativa de los sentimientos homófilos, produce una falta de identidad y por tanto una carencia de autoafirmación, que se compensa mediante una identificación cruzada que, si se forma antes de la pubertad, no está sexualizada, y si se forma después, se sexualiza.

Pero los sentimientos homoafectivos primarios pueden subsistir más o menos y expresarse también sexualizados en forma de amor a personas en las que es posible reconocerse o verse a sí mismo idealizadamente.

Si todo esto es cierto, añadiré que comprender una explicación no sustituye a una experiencia, pero la relativiza al comprender sus mecanismos. Homosexuales y transexuales vivimos una experiencia de plenitud en un caso, y hambre de llegar de nuevo a ella, y de frustración en el otro. No es posible renunciar a la plenitud ni hacer como si no existiera la frustración.

La experiencia homoafectiva existe o falta, estructura la personalidad, pero su interpretación se transforma. Un "te amo" se convierte en un "te necesito para existir" o un "quiero ser mujer" en un "quiero que me quieras".

Yo he llorado de emoción identificándome con unos guardiamarinas británicos, perfectamente uniformados de blanco, que navegaban por los Mares del Sur. También he llorado, repitiéndole "quiero ser mujer" a una amiga entre las pitas y chumberas de un monte de Granada. Es el mismo sentimiento, aunque parezca contrario, y comprenderlo, unifica la personalidad y ayuda a expresarlo relativizadamente.

lunes, julio 30, 2007

Ambiguo

Una vez más le cambio el nombre a esta página. Ahora se llama Ambiguo.

En medio de la angustia que me produce la definición de mi identidad, había optado durante muchos meses por definirme como disfórica, porque la disforia, descontento, disgusto, desadaptación de género, ha sido lo más real y constante en mí; podía intentar usar esta palabra como mi identidad.

Pero la disforia es un malestar, una enfermedad se mire como se mire, y nadie puede definirse por una enfermedad. Los verbos castellanos ser y estar resultan a este efecto muy claros. Se está enfermo; no se es enfermo, salvo en las enfermedades crónicas y aun en éstas esperando la curación.

Por otra parte, en las expresiones trans, transexual o travesti, no me hallo desde hace años. Si una persona se define como mujer y punto, no es mi caso. Si le emociona travestirse, ya no es mi caso. Me ha motivado profundamente durante muchos años, pero ya no. Ahora ya es sólo una rutina, más bien confortable, pero incómoda cuando se supone una identidad que no hay en mí.

En una palabra, veo hoy con claridad que las trans no son un grupo de pertenencia para mí, esos referentes con los que todas las personas necesitamos identificarnos. Por eso no tengo ya temas de conversación con las trans y por eso he llegado a querer cambiar el mismo concepto de trans para hacerme sitio a mí. No, el concepto de trans vale para quienes son trans y no es mi caso.

Me acojo a mi antguo concepto de ambiguo para definirme a mí mismo y que es el más inclusivo. Por ambiguo se entiende mi falta de virilidad y el resultante delicado que me gusta. Es una afirmación positiva. Se entiende también mi inadaptación a un mundo masculino que siempre quiere serlo más, cuando yo quiero serlo menos. Se entiende por tanto mi disforia profunda, mi repulsión hacia los genitales, mi operación que entiendo como dejar de ser masculino de esa manera, pero no como ser femenino; se entiende incluso mi travestismo compulsivo de tantos años, que me era necesario como símbolo y simplificación de todo lo que sentía, más útil para ser imaginado que para ser vivido con todas las consecuencias.

Ser ambiguo para mí significa en particular situarme en los jardines que tanto amo y ver mi imagen en ellos como la de una grácil estatua. Tambén haber amado a otros muchachos ambiguos como yo justamente porque son ambiguos como yo y yo soy como ellos; puedo ver mi imagen en la suya. Significa la literatura, el arte, como lo más íntimo de mi vida.

También entra aquí el travestismo pero como tal travestismo, es decir como un símbolo externo de algo que se superpone a una realidad diferente. Un transvestista no es una mujer; simplemente, usa ropa de mujer para mostrars a sí mismo y a todos algo sutil que puede ser esa misma ambigüedad.

Pasando de lo personal a lo colectivo, puede usarse, en vez de la palabra ambiguo, que resulta ambigua, la palabra intersexual. Hay intersexuales fenotípicos e intersexuales psíquicos. Unos y otros pueden tener distintas identidades, pero la de intersexual me parece la más firme. Explica muchas cosas y entran en ella muchos aspectos de nuestras vidas. No está todavía arraigada en el discurso social más que como hecho médico; hay también que defenderla como identidad.

Quizá en ella pueda encontrar a mi grupo de pertenencia, o mejor, estoy seguro. Por eso lo he encontrado en parte en los gays con gran asombro por mi parte, porque también soy distinto de ellos. Pero hay en ellos experiencias de inadaptación juvenil como las mías y a menudo una sensibilidad como la mía y hasta un narcisismo como el mío que me los hace muy cercanos. Me acuerdo también de aquella foto de un muchacho muy guapo que había sido considerado como niña hasta que espontáneamente se aclaró su sexo físico, y que me parecía sensitivo e inteligente. Era un intersexual y yo tendría cosas que compartir con él.

viernes, julio 27, 2007

Es increíble



Me doy cuenta de que hace mucho tiempo que no escribo en este blog, que sin embargo es el principal que tengo.

Es natural (lo digo con retintín). Estoy absorbida por otras muchas cuestiones; me interesa ahora mucho la historia, y estoy escribiendo sobre el mestizaje hispanoandalusí, que me atrae por muchas razones, la primera porque soy granadina; y estoy profundizando en filosofía; y en política, su derivación.

Como se ve, para mí mi transexualidad se está volviendo un dato más, un hecho residual en el que de momento no pienso.

es increíble. Sabiendo lo que he pasado, mis angustias y ansiedades, que ahora ni piense en ello que incluso me incomode un poco... Hubo un tiempo, hace unos años, que me di cuenta de que ya vivía como mujer de rutina. Fue también estupefaciente. Pero que ahora ni siquiera piense en eso, y como es lógico no escriba apenas sobre estas cuestiones... ¿Quién se lo puede creer?

No pienso, pero estoy básicamente a gusto, como tranquila, sabiendo lo que he comseguido, un hecho obtenido, acabado, ya trivial, que voy por la calle con falda y no pasa nada de particular, que uso mi nombre ambiguo, que tengo un status como persona transexual integrada...

Tengo que reconocer que estoy a gusto porque lo he hecho. Me puedo olvidar, porque está hecho, es ya pasado. Puedo pasar a otra cosa, porque ya tengo ésta.

Si no lo hubiera hecho (hubiera sido imaginable), si me hubiera frustrado, si todo hubiera sido pensado o soñado, pero no realizado, me imagino ahora perfectamente cómo estaría. Me lo puedp imaginar así de bien porque es como estuve hasta los cincuenta años. Angustida, encerrada en mí, víctima de fantasías devastadoras cada cierto tiempo (cada imagen que viera en televisión, de las muchas que han salido en estos años, sería un latigazo hasta el fondo de mi corazón que me haría preguntarme: ¿por qué yo no?), absolutamente vacía, triste, gris, fugitiva, evasiva, refugiándome en lo mismo que ahora me gusta pero con la sensación de que no era más que un refugio, trastornada, medio tocada...

Ahora estoy n realidad como los ricos por nacimiento y herencia, desdeñando lo que tengo, buscándole peros... en realidad, hecha una idiota.

Prometo que seguiré escribiendo. Lo que no prometo es lo que voy a decir.

martes, junio 05, 2007

De mi Diario (5 de junio)





El otro día sentí algo respecto a mis postrimerías, que luego he olvidado. Esforzándome y pidiendo a Dios por recordarlo, pienso que es el temor de que me acerco a la muerte sin haber resuelto el problema del valor moral de mi vida, marcada por algo tan tremendo como una emasculación voluntaria, y de lo que hago públicamente y en relación con otras personas.

¿He hecho bien, como razono, o he hecho mal y me he dejado llevar, como temo?

No llegaré a saberlo mediante el análisis racional.

Puede que el sentido de mi vida haya sido otro: la separación entre yo y lo demás, que siempre he sentido espontáneamente y que acaso haya sido favorecida por mi disforia o haya favorecido mi disforia, que viene de la separación entre yo y mi cuerpo, o entre yo y toda mi persona.

Ahora, estoy a punto de entrar por esta puerta a fondo –situación notable, tercer estado de consciencia, según Gurdiaev- y puedo descubrir lo que hay al otro lado. No puedo quedarme quieta ni retroceder, porque sólo esto me sería imposible, como querer no ver lo que se ha visto.

Tengo que perfeccionar mi separación como consciencia de la realidad objetiva. Me empuja a ello incluso mi angustia con el primer estado de consciencia, el sueño, ante el que me veo indefensa, entregándome a él sin poder dominar situaciones como el ahogo o apnea que ya me atacó una vez durante la siesta.

Eso me produce una tremenda claustrofobia, ante la sumisión de mi consciencia a las leyes de mi cuerpo, que de momento eludo poniéndome en manos de Dios cuando me voy a dormir; me angustio demasiado, pero sólo podré vencer si emancipo a mi consciencia de sus condicionamientos materiales.

Todo me empuja a dejar de lado esta ascesis, siento impulsos de amor que a lo mejor lograré integrar, pero no puedo dejar de intentarlo, ahora que estoy cerca de esta grandiosa aventura.

sábado, junio 02, 2007

De mi Diario (27 de mayo)



Anoche, recordaba con tenacidad mi identificación con el niño de “Capitanes intrépidos” y algunos otros recuerdos de mi niñez, como los indios que pintaba o mi sentido personal de la admiración de mi padre como aviador, concluía que mi identidad de género es masculina, pero recordé también que mi identidad de sexo no es masculina y eso es más profundo y sutil. Resumí con una fórmula, tengo identidad generomasculina, pero no genitomasculina.

Me doy cuenta de dos hechos nuevos: pese a mis dificultades de socialización, persistió mi identidad masculina; por eso, mi transexualidad no se debe a ellas. No debo echarle la culpa a nadie.

Y mi identificación con la mujer traduce el masoquismo de sumisión que ya afloró en mis ocho años, cuando ante el miedo a un compañero reaccioné formando la fantasía de que era un esclavo, pero con más intensidad y eficacia, porque era más sugestivo y más imaginable, pese a todo.

Esto significa que no me estimula directamente ser mujer, sino los temas de dependencia que me sugiere y que hago míos. Esta respuesta es una parafilia, que defino como "una solución simbólica a una angustia real, que produce placer porque es solución, y necesita repetirse una y otra vez porque es sólo simbólica".

Mi parafilia de identificación con la mujer es una respuesta subconsciente a un miedo o una angustia social, como la primera, la fantasía que tuve de que era un esclavo, es una tentativa de equilibrarlo y tranquilizarlo, y por tanto, las dificultades sociales no me desidentificaron sino que me parafilizaron.

Puede ser que la angustia procediera de una virilidad insuficiente, es decir, una hipoandrogenia, compatible con la identidad masculina de género, pero no con la identidad masculina de sexo.

sábado, mayo 12, 2007

Una recapitulación de las ideas a que voy llegando



Es preciso comenzar por la distinción entre sexo y género. Sexo es lo biológico, incluído lo conductual. Género es la construcción conceptual acerca del sexo, por tanto variable culturalmente.

La conceptuación más aguda de que somos capaces hoy muestra que el sexo es un continuo desde un extremo de virilidad (Schwarzenegger) a otro de feminidad (Marilyn Monroe), pasando por una variabilidad personal, de menos personas cuanto más definida intersexualidad, que forma una campana de Gauss invertida (debo esta imagen a Fátima Castiglione Maldonado)

Cada persona se sitúa en un punto u otro de ese continuo, más cerca de los numerosos extremos, más cerca del exiguo medio.

Pero los conceptos predominantes en nuestra cultura son binaristas, no continuistas. Entienden la existencia de sólo dos clases de personas, varones y mujeres, como dos bloques escindidos, y aunque se reconoce la existencia de intersexuales o hermafroditas, no se sacan las conclusiones teóricas debidas: simplemente se los ve como una excepción no relevante de la regla binaria (Es de notar que ni siquiera las estructuras XX y XY son binarias. Hay XO, XY sin el gen SRY, lo que propicia un desarrollo femenino, etc)

La realidad biológica se complica cuando se sabe que hay siete niveles del sexo (genético, cromosómico, gonadal, gonofórico interno, gonofórico externo, fenotípico, psicológico), según Gilbert-Dreyfus, todos los cuales pueden hallarse en lugares distintos del continuo masculino-femenino.

Por eso, el lenguaje científico no debería hablar de hombres y mujeres, lo que es una simplificación, sino de personas más o menos varoniles o femeniles (sería mejor usar los adjetivos que los nombres, por cuanto éstos forman sistemas binarios)

Hay la posibilidad de que las personas transexuales estemos biológicamente más o menos lejos de cada uno de los extremos del continuo. Pero al participar conceptualmente del código de género binario (un código penal en el que todos somos educados)lo que sentimos es el desajuste con el género asignado, produciéndose la disforia de género. Pretendemos entonces hacer la transición binaristamente de un extremo a otro: si no A, entonces B, olvidando que no estamos en ninguno de ellos.

Por eso es posible que, con el tiempo, no nos hallemos en A ni en B, simplemente porque no son realidades en el sentido simple en el que hablamos de ellas, sino conceptos, y nuestra realidad necesita el concepto de continuo.

Creo que es nuestra posición bastante intermedia en el continuo la que genera la disforia hacia el código de género vigente, de la que nacen las distintas formas de transición, que no son más que intentos de comprenderse.

jueves, abril 12, 2007

Biología no es destino, se dice




¿Hay destino? Sí, hay destino. Voy a decir cuál ha sido mi destino, no una opinión, sino en el balance que se puede hacer a los 66 años. Que no son los 80, es verdad, pero son los que son.

Cuando tenía 19, una noche salí en Torremolinos. Conocí a una muchacha francesa, un poco ambigua, que tenía algo de vello negro en la cara. Hubo árboles, música, bebida en la mesa, bailamos, fuimos de un sitio a otro.

Al volver, había ya la luz blanca de la madrugada. Nos dimos un beso profundo en el jardín. Nos despedimos. Al llegar a mi cuarto, me miré largamente en el espejo queriendo que su rastro se quedara en mi cara, porque fue el primer beso de mi vida.

A la mañana siguiente, fui a la playa a buscarla y no quiso ya seguir conmigo. Tuve que volverme de Torremolinos. Aunque me llenaba la amargura, mirando desde el autobús los eucaliptos que había sobre un espolón, y el sol que se ponía tras ellos, pensé con convencimiento que el amor era el sentido de mi vida.

Me pasé una semana echándome a llorar con cualquier motivo. Todavía sigo con el mismo convencimiento. Pero pasé veinte años hasta que alguien me besara otra vez. Y desde entonces, han pasado otros veinte, y no me han besado todavía. Eso es un destino.

En el último decenio, he querido conformarme con la amistad, pero ni por esas. He sido muy feliz con amigas y amigos, me he divertido muchísimo, he tenido mil aventuras, y diez mil momentos tiernos, hasta que no han podido soportar las reacciones de la gente ante mi transexualidad y se ha acabado todo.

Pero encontré un amigo que era capaz de pasar sobre esos dimes y diretes y también me divertí mucho con él, y tuve mis horas de ternura, hasta que unos imbéciles entraron a saco con sus intereses y le obligaron a irse a cuatrocientos kilómetros, arrancándolo del barrio en que estaba cerca de mí, hace ya casi dos años, lo que a mi edad son muchos años.

Esto también es un destino, y el balance es que algo hay sobre mi vida dirigiéndome hacia donde estoy: sola, sin más compañía que el teléfono para hablar de vez en cuando con mi amigo.

Por eso, ahora le digo con autoridad a ese destino que no me hace falta que deje de quitarme el amor y hasta la amistad. Que sigo pensando que el amor es lo más bello que hay en la vida, lo que le da sentido, pero que ya no lo pido, ni siquiera sueño con él.

Bueno, con frecuencia me pongo una novela gay y me harto de llorar. Parece masoquismo, pero no lo es. Es querer mirar la belleza de la vida o la fiesta de la vida, aun sabiendo que yo no estoy invitada.

Es preciso seguir viviendo, y lo consigo disfrutando de las pequeñas hermosuras de cada día, del aquí y ahora. La luz del nublado entra por la ventana de mi cocina, entregando serenidad y vida casera. Veo en el anaquel una novela de prados y valles argentinos y quiero leerla. El brillo del sol alegra una hierbecita sencilla.

A los sesenta y seis años se disfruta simplemente de la tranquilidad y la sensación de descanso. O del mar, que habla del infinito. Puede haber nuevos amigos y amigas, añosos, como yo, de pelo gris, navegantes jubiladas por todos los océanos. Me encantaría encontrarlos. No los busco.

Estoy aquí, no me he ido.



Estoy aquí. Hace unas semanas mi atención está puesta en otras cuestiones, lo que me parece la conclusión perfecta para una persona disfórica de género: que ya no se obsesione en absoluto por lo que ha sido su obsesión, que pueda dedicarse a otras cosas, pensar en otras cosas, como todos.

Éste es el resultado del proceso, hay que reconocerlo. Si no hubiera podido hacerlo, sé que a estas alturas estaría tristísimo -tendría identidad social masculina-, angustiado, sentiría la vida como una grandísima estafa y mis sueños no cumplidos en absoluto aparecerían irrealmente perfectos en mi imaginación.

Ahora, para qué decir otra cosa, me siento algo triste, pero también algo contenta por lo que he conseguida, angustiada ante la vejez y la muerte como todo quisque, siento la vida como una estafa mediana, en la que he conseguido desde luego algunas alegrías -después del proceso- que no se me olvidarán y los sueños los veo con el realismo de quien ha tenido la oportunidad de medio hacerlos reales y ver a dónde llegan y a dónde no llegan.

En fin, lo normal en la vida, no mucho, pero tampoco poco, si lo comparo con que estuve en peligro de no tener nada, y de acercarme al pasillo de la muerte con la sensación de que en mi vida no había habido nada, aparte de mucho sufrimiento.

Lo ha habido. Puedo contar muchas cosas hermosas, con la alegría de que hayan pasado y la nostalgia de que estén pasadas. Puedo hablar mucho rato de todo eso. También de las cosas penosas, pero no son ya las únicas, como lo fueron, no sería sincera si me callase las buenas.

sábado, marzo 03, 2007

Ley Antonelli







Todo empezó hace muchos años, con aquella manifestación de los setentas, ¡de los setentas!, y con las valientes travestis y los homosexuales (ni siquiera con los nombres modernos), con una combinación explosiva de desesperación y de alegría, la primera alegría, el primer orgullo -¿fue así, Marieta? ¿estuvisteis vosotras?-, y salieron a la calle, y desfilaron, se divirtieron y desafiaron, anunciaron el futuro.

Luego, en los ochentas, también se juntaron las trans igual de valientes de Madrid en Transexualia, y convirtieron la calle en la base de su lucha por la dignidad y por un futuro en en el que había que conquistar cosas que ni siquiera se podían imaginar.

Siempre uso la palabra valientes al hablar de aquellas travestis y aquellas trans porque me estaban abriendo la puerta con su audacia mientras yo permanecía paralizada de miedo en mi jaula de oro, pero extinguiéndome de pena.

En este artículo voy a hablar de lo que he visto y de lo que sé. Naturalmente, eso nos pasa a todo el mundo, cada cual habla de lo que se ve desde su balcón y no puede hablar de lo que no se ve. Por tanto, si alguien sabe que hizo algo y que yo no lo menciono, que me disculpe por no saberlo.

Pasaron unos cuantos años, el profesor de Derecho Javier López-Galiacho había preparado su tesis doctoral sobre la transexualidad, y el senador Arévalo, del PSOE, la recogió para presentar el primer proyecto de Ley, la que algunas personas llamamos Ley Galiacho, por su inspirador. Aquel intento fracasó.

Siguieron pasando años -¡despilfarrábamos los años, éramos ricas en años, para qué `preocuparnos si veníamos de una millonada en años de penas!- y el Partido Popular, cuando le tocó, jugó desvergonzadamente con nosotras (y vosotros)

Y de pronto, Zapatero (que no es santo de mi devoción), puso nuestra Ley en su programa electoral, junto con la del matrimonio homosexual. Nos llenamos de esperanza una vez más. ¿Ya, cuántas llevábamos?

Y empezaron a pasar los años, de nuevo, otra vez, menos, pero pasaban. Habíamos aceptado que tuviera prioridad la Ley del matrimonio homosexual. Bueno, son más. Pero la nuestra venía a continuación. Y no venía. Y el tiempo pasaba otra vez.

Hasta que Carla Antonelli se puso en pie. Había estudiado cuidadosamente las fechas, veía que si lo dejábamos pasar, la Legislatura podía agotarse, y que todo pasara una vez más, y vuelta a empezar, o a ver que ya no se empezaba otra vez.

Yo, no sé si las demás, estaba dormida, aletargada en el escepticismo que habíamos ido aprendiendo tantas veces, hasta que Carla me despertó. Era verdad. El tiempo se agotaba. Era mayo, llegaba el verano, y si la ley no se anunciaba antes del verano, era posible que no se anunciase en octubre, o en noviembre, o en diciembre, y que si no se empezaba su trámite enseguida, sería posible que se disolvieran las Cortes y que la Ley, incluso empezada a tramitar, caducase. ¡Cuántos tecnicismos deprimentes habíamos aprendido en los años anteriores sobre el trámite de las leyes!

Carla había estudiado también fríamente las fechas. Iba a declararse en huelga de hambre, pero no ya, sino al cabo de quince días, para dar tiempo a que se fraguase una respuesta positiva. Pero había puesto en marcha el reloj, y el reloj andaba ya, como en las películas de bombas.

Pero sobre todo, lo que Carla había pensado antes de ponerse en pie, era a quién debía concederle la máxima prioridad, si a su partido o a su colectivo. Para entender este dilema, a mí, con mis creencias, no se me ocurre más que una comparación: elegir entre Dios y mi colectivo. Y es como si yo hubiese elegido a mi colectivo, enfrentándome a la condenación eterna. Sólo que, si yo hubiera hecho eso, por eso mismo me habría hecho digna de Dios.

Entonces, para Carla, que ha sido siempre socialista sin carnet, que se ha metido desde siempre en el partido, que ha sido su apoyo y la fuerza moral de su vida, se le presentó este orden nuevo de prioridades: primero, mi colectivo; y segundo, mi partido. Se jugó su futuro. Yo, que siempre he sido muy idealista y pocas veces he visto que lo que quisiera fuese realidad, vi en Carla la fuerza de una convicción. Ella no podía soportar no poder mirar a la cara a una compañera.

No tenía nada que ganar, que no fuera moral, y sí mucho que perder. Pero tenía que hacerlo. Es la primera vez que veo a una amiga mía arriesgar así todo su futuro. Sólo eso la hacía digna de un partido de personas honradas.

Unas cuantas amigas nos juntamos a su alrededor, dándole fuerza y representatividad a su acción. Casualmente, éramos del Norte, de Este y del Sur de España: estuvimos Andrea Muñiz, de Transexualidad Euskadi, Gina Serra, de ATC Libertad de Cataluña y yo de Identidad de Género de Andalucía. Y Carla, en Madrid.

Geográficamente, de manera casual –pero no hay nada casual- éramos muy representativas.

Nos pusimos en marcha, comunicados dieron la noticia de que nos sumábamos a la huelga, el reloj seguía andando pero, en este caso, tal era nuestra febril actividad, que los días que faltaban se hacían largos, y en cada uno de ellos pasaban muchas cosas.

La primera, que el sacerdote José Mantero y el político republicano Jaume d’Urgell, ambos gays, se sumaron al anuncio de la huelga, arropándonos.

Nos preparábamos, no sin miedo. Había la duda de si el PSOE habría calculado posibles costos electorales de nuestra Ley y preferiría ser prudente y no sacarla, costase lo que costase. Nadie estábamos en los círculos de decisión del partido. Podía ser que la huelga se prolongase, dos o tres días los aguanta cualquiera, pero después… Y si se prolonga, puede producir daños en los cuerpos, aunque cese.

Y no podíamos ceder. Era la cuestión de nuestra dignidad como personas. Metidas en ella, las transexuales que nos metiéramos, teníamos que estar a la altura de la dignidad que queríamos que todos vieran. Teníamos que ser respetadas y para eso era preciso demostrar que llegaríamos a las últimas consecuencias, si fuera necesario.

La razón podía decirnos otra cosa, pero el miedo es libre.

Ya por entonces, Ángel de la Granja, el marido de Andrea, que estuvo constantemente animándola, tuvo que levantarla una noche, cuando se le había caído la cabeza en el plato, de agotamiento. Ella ni se enteró.

Joana López, que no podía ir a la huelga por razones laborales, arropaba sin embargo a su pareja Gina Serra con una voluntad de expresar su solidaridad con media huelga simbólica.

Yo llamé a mi amigo Jorge Puchol, que estaba en Valencia, y como sé que puedo contar con él, le pedí que viniese a Granada si era necesario para ser la persona que estuviese a mi lado mientras durase la huelga, resolviendo las cuestiones prácticas y aceptó, lo que me sonó como si me dijera (no fue preciso, no me lo dijo) : “Soy tu amigo”.

Tatiana Sánchez Mansilla nos alivió mucha angustia al encontrar en internet el manual de consejos de la Cruz Roja para casos de huelga de hambre.

Pero ninguna de nosotras se jugaba nada aparte del sufrimiento de la huelga, que esperábamos que fuera pasajero. Carla Antonelli se jugaba además, desde el momento en que la anunció, su futuro en muchos sentidos. Mejor dicho, parecía tenerlo ya perdido. Era la única persona de las envueltas en el anuncio de huelga que podía tener sólidas razones para pensar que podía perder mucho. Pero seguía.

El tiempo seguía pasando. Ya faltaba una semana. Los mensajes volaban entre las asociaciones, las facturas telefónicas se desorbitaban, pero lo que Carla había hecho al ponerse en pie, se extendía, y ahora éramos casi todas las asociaciones de España las que nos habíamos puesto en pie.

Era una especie de Stonewall 2. Éramos las y los transexuales quienes cogíamos nuestro futuro con nuestras manos, quienes ya no pedíamos, como habíamos hecho hasta entonces, sino exigíamos.

Nos convertíamos en sujeto político, en sujeto de nuestra historia, no en objeto. La historia iba a ser nuestra, como así ha sido, y la ley iba a ser nuestra, no una ley sobre nuestras espaldas, sino una ley conseguida por nuestro empeño.

No hablo en teoría. Aquella unión maravillosa se materializó en la reunión previa a la de Ferraz, en la sede de Transexualia. No era preciso discutir, se sentía la unanimidad.

Existía por primera vez un movimiento transexual, con unidad de fines. Alguien fue a comprar comida y comimos esperanzadamente, mientras hablábamos, sin parar pero sin discutir. Juana Ramos, a mi lado, que como otras muchas se rendía a la evidencia, me dijo en voz baja: “Estoy emocionada”. Era para estarlo. La cordialidad y la unidad de criterio lo impregnaba todo. Lizette habló entristecidamente por sus compañeras inmigrantes (que pueden seguir tristes, después de todo)

Nos levantamos y nos fuimos a Ferraz. Jaume d’Urgell esperaba abajo. Aquella fue la reunión en la que Pedro Zerolo hizo unas promesas concretas.

El reloj se paró. Faltaban cinco días, como lo comuniqué a Stephen Whittle y Christine Burns, de Press For Change, a Lynn Conway, de Estados Unidos, a mi amiga Marlène Meges, de Francia, y a toda la red transexual mundial con la que se relacionan, a quienes había enviado partes día por día.

Quedaban todavía trans escépticas, con nuestro justificado escepticismo de siglos, pero en el Congreso de los Diputados, con toda la solemnidad del caso, se anunció la entrada de la Ley para el siguiente mes de junio. El Partido Socialista había cumplido su promesa.

Luego vino la época del seguimiento. En la medida en que ya todas las organizaciones trans estábamos implicadas, muy activamente, la función de Carla siguió siendo muy notable, pero ahora el protagonismo lo era de las diversas asociaciones y de los grupos en que nos constituimos, como el Comité Ley, primero, y luego la Plataforma, que era y es libre y asamblearia en la red y la FELGT, más política y formalizada.

Vinieron reuniones, propuestas, contactos con Grupos Parlamentarios, el mes de junio… Carla tuvo que organizar, deprisa y corriendo, como resumen público de todo lo que había sucedido, la Primera Fiesta del Orgullo Trans, y lo hizo en Chicote, que ya va tomando solera nuestra, para abrir un Orgullo, en el que al día siguiente me vi en la calle, en la Gran Vía, verdaderamente orgullosa entre mis compañeras –y mi amigo Jorge, que se vino conmigo a festejar aquel happy end- y del que recuerdo ahora a Jorge Martín, voceando detrás de nuestra pancarta consignas de orgullo con un megáfono, y a Jaume d’Urgell, flameando una enorme bandera repubicana cuyos colores eran su única ropa.

Luego volvió a correr el tiempo, pero ahora a nuestro favor. El verano, luego octubre, noviembre, la aprobación de la Ley por el Congreso de los Diputados, diciembre, las vacaciones parlamentarias de enero, febrero, el 1 de Marzo.

Ahora voy a hacer una precisión. Todo lo que digo a continuación, lo digo por mí, que sé lo que digo. No hablo por boca de Carla, sino por la mía. No me lo ha pedido, no me lo ha sugerido, ni siquiera lo he hablado con ella y hasta a lo mejor, a fin de cuentas, la perjudico. Pero mi criterio cuando las cosas llegan a determinado punto, es que “de perdidos, al río”.

Todas y todos tenemos algo más, gracias a tener la Ley, pero hay alguien que tiene algo menos, y es Carla. Por el momento, sigue pagando porque tuvo que hacer algo que toda persona, sea de un partido o no, tiene que hacer por lo menos una vez en su vida: actuar en conciencia.

Cualquier partido, cualquier formación social, tiene que ser capaz, a su vez, de respetar que éste sea el primero de los derechos humanos. Ése es el tema, desde hace veinticinco siglos, de la tragedia “Antígona”.

He leído en algún importante lugar que a Carla se la define como “activista transexual del PSOE”, y no como “Coordinadora del Área Transexual del PSOE”.

Si el PSOE estuviera de acuerdo con esa definición, eso me ofendería a mí. A mí. Porque querría decir que el PSOE habría menospreciado a las y los transexuales que nos sabemos representados políticamente por Carla Antonelli.

El PSOE tiene ahora la oportunidad de demostrar que es un partido democrático, que expresa y respeta la opinión de la calle, o un partido aparático y autoritario. La oportunidad nace de que haga una autocrítica interna, y reconozca que, si Carla Antonelli, integrada en el PSOE, militante por el PSOE, no se hubiera puesto en pie, el partido se hubiera dormido, no habría habido Ley, y el partido tendría que contar ahora un incumplimiento y no una gloria.

Una prueba: Si no está Carla Antonelli como Coordinadora del Área Transexual del PSOE, el PSOE no podrá realizar una política transexual y su política gaylésbica verá serias fisuras.

¿Quién se atreverá a ocupar el puesto de Coordinadora del Área Transexual del PSOE en el lugar de Carla Antonelli?

¿Quién lo haría sin recibir inmediatamente el ninguneo más absoluto por parte de los y las transexuales?

¿Se atrevería el PSOE a sufrir una erosión constante, estructural, de su política de minorías sexuales en este punto, porque consideraríamos las y los transexuales que también el PSOE nos menosprecia al menospreciar a Carla y que habríamos sacado nuestra Ley adelante contra él y no con él?

Es la inteligencia política la que debe resolver este dilema.

Yo voy a llamar siempre Ley Antonelli a nuestra Ley. Responde a la verdad histórica, Carla se levantó y la seguimos, unos después de otros, todas y todos. La Ley ha resultado de ese empuje. Si no hubiera habido ese empuje, no habría habido Ley.

Por tanto, ahora, en este acto de justicia, que me siga quien entienda lo mismo.


Kim Pérez
Presidenta Asociación Identidad de Género de Andalucía

Ángel De La Granja
Coordinador TRANSEXUALIDAD-EUSKADI

Andrea Muñiz
Presidenta TRANSEXUALIDAD-EUSKADI

Jaume d'Urgell
Secretario General del Partido Rojo

Carla Alba Represa
Activista Independiente
Islas Canarias

Aitor San José
Activista Independiente
Valladolid

Tatiana Sánchez Mansilla
Mujer transexual
Activista Independiente
Zaragoza

Gina Serra
Presidenta ATC libertad
Cataluña

Joana López
Secretaria ATC libertad
Cataluña

Jean-Claude Decuyper
Ciudadano belga
Residente en España

Iván Garde Fernández
Presidente de Ilota Ledo
"Grupo de transexuales, amigos y familiares de Navarra"

Abel Serafín García
Presidente de APERTTURA-Tenerife

Alexa Montesdeoca
Vicepresidenta-Secretaria de APERTTURA-Tenerife



jueves, marzo 01, 2007

Mi vida como mujer

Ya no me motiva identificarme con una mujer, pero sí me motiva vivir como mujer, por mi misma: no desde fuera, imitando, pero sí desde dentro; mi cuerpo como es, vida interior y casera, margen de seguridad. La clase de vida de una mujer, desde mi interior. La vida que llevo, de hecho. No se trata de averiguar las causas, sino de describir con exactitud los sentimientos. Me gusta vivr como mujer, definiendo yo lo que es eso, primero definiendo mi forma de vida y luego descubriendo que es de mujer, pero me gustan, contemplativamente, algunas mujeres.

La fluidez y la inmaterialidad, la transparencia de Ana Gugel, que ni siquiera tiene nombre, esa figura de piel gris y brillo morado en los ojos, que frunce los labios sentidora y ratificadoramenta, sin voluntad propia.

Inesperado regalo de Dios esta mañana del 1 de Marzo, que va a ser el día decisivo de la historia transexual de España.

lunes, febrero 19, 2007

Tengo identidad de género





Yo tengo identidad de género. Mi modelo es el chico del Café Flore, de París, lo que yo hubiera sido si hubiera podido: bellísimo, esbelto, elegante, delicado, ambiguo, moreno, de grandes ojos sensuales e inteligentes, un cuarenta por ciento en el continuo entre varón y mujer.

Ése era el tipo del muchacho que creía que me fascinaba, hasta que comprendí que si lo tenía en mi mente es porque era la figura idealizada de mí mismo.

(Mi verdadero interés por los hombres se despierta ante estímulos muy distintos: hombres más altos que yo; o figuras que me resultan paternales; o militares uniformados)

Las identidades se fundan en modelos externos que atraen porque desarrollan las propias potencialidades; esto es decir que yo siento que me parezco en alguna medida a mi modelo idealizado, aunque a la vez éste indica lo que yo querría ser, con realismo o sin él.

Estoy diciendo que mi realidad y mi idealización ha sido la de un muchacho bello y delicado, digno de ser deseado y querido por su belleza y su delicadeza (lo que es un sentimiento femenino)

Pero ésa era básicamente una identidad masculina, aunque matizada. El problema entonces era que el término de masculino sugiere la ausencia de matiz, la virilidad decidida.

Si yo hubiera querido adentrarme en la masculinidad sin matices, no hubiera podido, porque yo no soy así.

Pero era masculinidad sin matices lo que yo veía alrededor a mis dieciséis años y me sentía fuera de ella.

Ahí empezó mi disforia y, al faltarme cualquier referente de ambigüedad, se convirtió en transexualidad. No entendiendo que hubiera más que dos extremos, si no podía estar en uno, tenía que irme al otro.

Incluso, el deseo y después la tranquila aceptación de la operación pudo expresar la necesidad de irme de uno de los extremos, radicalmente, negando mi genitalidad, para poder afirmarme, sobre todo para dejar de ser varón como se es en los extremos, con mucha más fuerza que el pretender ser mujer.

Ahora la entiendo como la máxima expresión de que soy intergénero. No que me haya convertido en mujer, sino que la forma más innegable de mostrar socialmente que soy un varón intergenérico es haberme sometido voluntariamente a la emasculación.

Pero ahora, sabiendo lo que sé, posiblemente no hubiera sentido esa necesidad. Puesto que en nuestra cultura no se entiende la noción de varón intergenérico y se les suma simplemente a la de varón en general (por ejemplo en el acceso a los aseos) yo hubiera tenido que explorar todas las posibilidades de expresar lo intergénero, asumiendo por ejemplo (si hubiera podido) una vida profesional como travestí (palabra originalmente masculina: los travestis), que no renunciaría a su vertiente masculina aunque se maquillara y arreglara espectacularmente, como forma de expresión plástica o, por el contrario, vistiendo tan sobria y ambiguamente que no se supiera si era hombre o mujer, pero pudiendo ser visto como hombre, que es, al revés, lo que hago ahora mismo: soy legalmente mujer, pero visto de tal modo, que la mayoría me ven como “un hombre vestido de mujer”, aunque algunos me ven como una extranjera masculinota y grande, “una mujer que parece un hombre”.

Estoy en realidad entre dos aguas; donde se está en cuanto se afirma la ambigüedad, aunque mi equilibrio consiste en saber que estoy más cerca del extremo masculino que del femenino.

jueves, febrero 15, 2007

Resumen de mi experiencia





1º Identidad masculina sin fisuras hasta los siete años (pero formada en aislamiento respecto a otros niños), frente a la femenina de mi hermana.

2º Crisis de miedo ante las amenazas de un compañero, a los ocho años.

3º Falta intensa de homoafectividad: no tuve amigos que me quisieran ni a quienes pudiera admirar, sino que mis compañeros me rechazaron y yo los rechacé (porque intuirían mi ambigüedad)

4º Formación de tres fantasías de compensación: masoquista (miedo); ser príncipe (falta de autoestima); transexualidad (falta de autoestima; falta de homoafectividad)

La masoquista se extinguió por frustración y la de ser príncipe por otra frustración; la de transexualidad se reforzó por erotismo parafílico.

Pero la existencia de las otras dos, excluye que la de transexualidad sea específica. Fueron tres reacciones simbólicas frente a angustias reales.

5º Conciencia de la delicadeza o ambigüedad como definición de mi identidad.

6º No deseo a la mayoría de los hombres, en los que suelo encuentro un punto que los hace físicamente incompatibles conmigo.

Me impactan en cambio, incluso con un brusco toque de sensualidad, los muy altos, los muy distinguidos, los militares con uniforme elegante y también los que llevan uniforme de batalla y los que representan una imagen paterna.

7º Mi fantasía del amor a un muchacho ambiguo, en realidad es una proyección de mi misma imagen.

8º Carezco de sexualidad masculina (soy muy pasivo, no tengo impulso de penetración), lo que se une a mi ambigüedad (fácil llanto, hipersensibilidad…) como indicio de hipoandrogenia, que podría fundamentar mi repulsa por la genitalidad masculina madura.

9º El esquematismo bipolar de la cultura tradicional sobre la sexualidad me llevó a pensar “si no A, entonces B”, por lo que mi inadaptación, como varón ambiguo, al extremo masculino, me hizo querer identificarme al extremo femenino (mejor adaptado que al otro extremo, pero excesivo)

martes, febrero 13, 2007

La conferencia de ayer





Ayer tuve una conferencia en Nos, la asociación gay y lésbica de Granada que me es tan querida porque la fundaron mis amigos Pedro Mendoza y Jorge Puchol.

Hablé de todas estas cosas en público, lo que me obligó a hacerlas pasar el examen de la verdad que da el tener que ponerlas ante otras personas, vistas, presentes. Por eso voy a poner aquí lo que dije.

Empecé diciendo que en el género hay un factor biológico y otro biográfico. Este punto de vista es decidirse, porque la teoría de género que hoy predomina no reconoce en la práctica la parte biológica.

Llamo parte biográfica a los hechos que han ocurrido en la vida de cada cual y que la han marcado, sin poder quitarlos, porque son la historia personal.

Luego pasé a decir que el género va de un extremo masculino (Schwarzenegger) a otro femenino (Marilyn Monroe) formando un continuo, y que en la realidad realísima no hay sólo hombres y mujeres, sino intersexos, más o menos cerca de cada extremo.
Recordé que la cultura actual reconoce todavía sólo la existencia de hombre y de mujer, y se olvida de los intersexos, sin embargo igual de reales.

Añado ahora que la disforia viene de un conflicto o trauma con el sexo originario, que necesita una solución. Lo que dije fue que el conflicto puede venir de ser más o menos intersexo y ver que no se ajusta con el modelo A; pero también de ver que tampoco se ajusta con el modelo B, al que la simplificación cultural presiona para adaptarse.

Conforme lo decía, y para mis propias dudas, iba diciéndome que lo que siempre me he sentido es un varón ambiguo, porque lo soy, y que ésta es mi verdadera identidad, que me sitúa más o menos en el espacio de los intersexos y que me produce la disforia porque veo que no ajusto con el modelo A y también con el B.

Una muchacha americana, de piel lechosa y ojos quizá grises, observa entonces que si la sociedad fuera tolerante, abierta y reconociera la existencia de intesexos y su expresión normal, no habría disforia. Me quedé pensando y le dije que me parecía verdad, y de hecho que lo va siendo, en la medida en que vivimos en una sociedad mucho más abierta que la de hace treinta años.
Ella y otra muchacha española me dijeron que era pesimista, pero les hice ver que los avances suelen ser lentos, pero a veces seguros.

También dije que la idea de transexualidad viene producida por la antigua idea de “si no es A, entonces B”, pero que si se tiene en cuenta que entre A y B está lo intersexual, entonces se abren muchas posibilidades de expresión o de la intersexualidad o de la disforia, no sólo el pase de A a B.

Bueno, esto lo estoy viendo ahora mucho más claro de lo que lo dije ayer.

Lo que saqué de conclusión de mi propia conferencia (porque hablando clarificas tus propias ideas) es lo de que yo soy un varón más o menos ambiguo (también hablé de lo de más o menos), que siempre lo he sabido, que eso es lo que me ha producido la disforia, y que sé que no puedo ser del todo A, pero tampoco B, por lo que puedo quedarme en este terreno de lo intermedio, en el que de hecho estoy.

miércoles, febrero 07, 2007

Documento de identidad

No soy mujer ni ya quiero ser mujer. Soy varón, pero no quiero tener genitales de varón. Aquí he llegado. Ésta es la fórmula que, hoy por hoy, me describe y por eso digo: soy disfórico.

Lo puedo decir con la o , porque ya he culminado un largo proceso homosentimental de más de dieciséis años, en el que he aprendido a querer a los gays y a identificarme con ellos excepto en la sexualidad.

Por fin se ha formado en mí la barrera diferenciadora de las mujeres, que me pone lejos de su mundo, amándome en el mío, en la imagen de muchacho ambiguo, moreno, fino, absorto, sensible, herido, que fue la mía.

Amando a los que son como yo, porque veo en ellos mi reflejo especular, que ahora puedo reconocer que soy yo.

La negación de los genitales es la expresión de mi herida, ya gustosa porque me define y señala también mis límites frente al común de los hombres, con quienes tampoco quiero fundirme.

¿Podría llegar a no negar los genitales? Tendría que querer mucho a un hombre como yo para llegar a querer que mi cuerpo fuera como su cuerpo y entonces, sí, tal como estoy me diría "¡qué lástima!"

Pero déjame ver mi imagen en una foto, tal como ha sido, fuera de mí como si fuera otro muchacho hy dentro de mí, déjame reconocer su gracia y su belleza y que hago bien amándome justo por mi manera de ser, incluso tal como estoy, porque es una forma de decirlo.

martes, enero 30, 2007

El recorrido de la verdad






En el curso de toda la introspección que estoy haciendo, no se me debe olvidar un hecho:

Que estoy a gusto en mi estado actual en lo corporal y lo social (mi cuerpo es genitalmente liso y llevo falda)

El argumento básico que he hallado para superar la transexualidad (no la disforia) es éste: Mi deseo básico es homoafectivo; si hubiese hallado a los diez años un amigo a quien admirar y que me quisiera, me hubiera identificado con él y la fobia genital no hubiera aparecido.

Hoy alego en contra: Mi homoafectividad es de género. Pero siempre hubiera aparecido una pasividad o dependencia sutil que se hubiese convertido en disforia (Por ejemplo: nunca he querido imaginarme de rey, sino de príncipe… valorado y querido; guardiamarina, juvenil; grumete, protegido)

Fundo moralmente este proceso de introspección sólo en la necesidad de Dios, que es la necesidad de verdad racional. No llego a fundarlo en la renuncia a mí mismo, el camino cristiano, porque es un camino de perfección que no tienen que seguir todos.

Ahora bien, todos necesitamos el camino de la verdad y al escribir estas líneas lo estoy siguiendo; sólo me apartaría de él si escogiera permanecer en la mentira.

Una reflexión final por ahora: mi bienestar con mi actual estado corporal y social es seguro; la suposición de que tener un amigo que me quisiera hubiera impedido la disforia, es hipotética.

Entre lo seguro y lo hipotético, los humanos debemos moralmente valorar lo seguro.