viernes, octubre 31, 2008

Identificación, desidentificación, identidad



Por Kim Pérez


Publico aquí de nuevo un texto del 29 de marzo de 2001, que me parece la visión más completa de la transexualidad o la disforia a la que llegué antes de redactar el "Manual de Transexología".


RESUMEN. En este artículo bosquejo solamente el debate sobre las causas profundas de lo trans y me ciño a las causas inmediatas. Aunque parezca demasiado obvio, la causa inmediata de lo trans es una cuestión de identidad, más o menos definida. Describo la formación de una identidad como un proceso de “identificación-desidentificación”, por medio de sentimientos de “homoempatía” y “heteroantipatía” o bien de "vacío de identidad", con los que pueden generarse barreras identitarias muy funcionales en la estructura de la personalidad; valoro la "especularidad" como una solución identitaria frente a un "vacío de identidad". Describo las variantes de lo trans como procedentes de una mayor eficacia de la desidentificación o de la identificación. Pienso que el resultado del proceso trans corresponde a la definición de un estado de salud, y que la justificación de la cirugía trans es holística.


HIPOTÉTICAS CAUSAS PROFUNDAS

Muchos han visto en el origen de lo trans un condicionamiento biológico (Dörner, Diamond) Se habla en particular del hipotálamo, la zona cerebral que rige la conducta sexual. El embrión empieza por ser asexual o feminoide, pero en su gestación, la presencia o la ausencia de andrógenos, determina un proceso de configuración masculina o femenina. Un proceso: los genitales internos, los externos, el hipotálamo, deben conformarse sucesivamente, lo que supone que el flujo o la ausencia de andrógenos debe ser constante.

En nuestro caso, en el que no hay intersexualidad fenotípica, habría habido una variación androgénica en el momento de la configuración del hipotálamo. En fetos ya caracterizados como niños, habría cesado en ese momento el flujo androgénico (causas posibles: estrés intenso de la madre -estrés de guerra-, medicación con estrógenos...) o se habría producido un repentino flujo en fetos de niñas (causas: hiperplasia adrenogenital congénita, medicación con andrógenos...)

El efecto habría sido la configuración femenina de un cerebro en una persona de fenotipo masculino o la configuración masculina de un cerebro en una persona de fenotipo femenino. En ambos casos, se trataría por tanto de una intersexualidad real, orgánica, pero imperceptible a simple vista. Pero por ser el cerebro el órgano que habría resultado cruzado, el regidor de la conducta, las consecuencias de esta forma de intersexualidad serían muy considerables.

Hipoandrogenismo en personas de fenotipo masculino e hiperandrogenismo en personas de fenotipo femenino se situarían sin embargo dentro de una campana de Gauss, en la que habría que suponer la existencia de un umbral para llegar a las actitudes trans.

La normalidad gaussiana hace que también existan millones de varones que son relativamente hipoandrogénicos, en los que sólo es perceptible una conducta tranquila, reflexiva, poco activa, poco agresiva, más bien asexual, dentro de un cuadro heterosexual u homosexual o millones de mujeres algo hiperandrogénicas que son decididas, activas, expansivas, seguras, deportivas e intensamente heterosexuales u homosexuales (los andrógenos determinan la intensidad del deseo) Unos y otras se comprenden con gusto como hombres o como mujeres.

Hace falta por lo tanto algo más para llegar a lo trans. Puede ser un umbral biológico de hipo o hiperandrogenización o puede ser algo de naturaleza biográfica. Harry Benjamin calificó el condicionamiento biológico como "suelo fértil" para lo trans, pero no como su causa decisiva. En términos escolásticos, podría hablarse quizás de causa necesaria, pero no suficiente (aunque sólo quizás)

En este caso, la causa decisiva sería la propia vida, con sus condicionamientos emocionales, con sus relaciones interpersonales. La transexualidad, configurada primero biológicamente, terminaría de adquirir su forma definitiva por razones biográficas, analizables en términos psicológicos.


IDENTIDAD

Empezaré por algo que parece obvio, pero no lo es: La transexualidad es una cuestión de identidad. Puede haber condicionamientos bióticos o biográficos, pero hasta que se cruza el umbral de la identidad, no existe lo trans.

Porque la identidad es un concepto. Se forma descubriendo lo que hay de común y lo que hay de diferente entre las personas individuales y los conjuntos. Por tanto, tiene que formarse en la conciencia, es un hecho de conciencia.

En estos términos, identidad es lo que sé que soy y lo que sé que no soy. Lo que quiero ser y lo que no quiero ser.

Es lo que yo sé de mí. Un sentimiento íntimo que nace de lo que veo en mí misma y en otras personas. En lo que me parezco y en lo que no me parezco. En lo que quiero parecerme y en lo que no quiero parecerme.

Me comparo con determinados conjuntos sociales, formo conceptos, siento mis afinidades y mis desafinidades, hasta el punto en que pueda decir: yo soy así, yo soy esto.

Este proceso se llama identificación, lo que significa que consiste en mirar hacia fuera, pero nace primero de la percepción del propio interior, y de su parecido o diferencia con lo que veo en otras personas.

En la formación de la identidad hay, con más exactitud, identificaciones y desidentificaciones. Es necesario que lo uno vaya con lo otro; el conocimiento funciona con un sí y un no; el resultado es una identidad.

Kohlberg piensa que la identidad de género se forma hacia los tres años de manera irreversible; yo añado que se forma mediante un proceso de sí y no (identificación/desidentificación) que genera una identidad primaria que puede ser lineal o cruzada, hacia los tres años, pero sobre la que la dinámica identificatoria/desidentificatoria sigue operando, generando distintas situaciones identitarias, que se superponen sobre la identidad primaria, que subsiste en su primariedad, pero da lugar a nuevas formas que llegan a adquirir plena realidad en la estructura total de la personalidad.

Por tanto el esquema que postulo aquí es el de un proceso de identificación/desidentificación, permanente a lo largo de la vida, que genera hacia los tres años una identidad primaria (lineal o cruzada), que al seguir expuesta a nuevas identificaciones/desidentificaciones da lugar a formas nuevas, sin dejar de gravitar sobre ellas.

El conjunto del proceso de identificación/desidentificación, más la identidad que deriva primariamente de él, más la acción ulterior de la identificación/desidentificación sobre esa identidad, forma la estructura conjunta de la identidad de género en la edad adulta.

Poder afirmar una identidad es un sentimiento grato, tranquilizador, porque me inserta en lo existente y, más aún, en un grupo humano. Pero en este proceso de identificación/desidentificación hay quienes llegan a sentir más fuerza el “no quiero ser” que el “soy”. Lo que sigue entonces es un vacío de identidad, un sentimiento angustioso, una pérdida o extravío de sí en el mundo de los conceptos; es preciso colmarlo como sea.

El proceso de identificación/desidentificación es muy complejo y sutil; intervienen en él no solamente las propias cualidades, sino las de las personas que forman el entorno más inmediato, más operativo. Las variaciones de la condición personal y de la condición de las personas del entorno están infinitamente matizadas, bien lo sabemos.

Las explicaciones que se puedan dar acerca del origen de la identidad cruzada fundándose en lo biótico o en lo social, en el entorno personal, son probablemente acertadas para determinadas personas o conjuntos de personas; su valor es biográfico, personal. Si queremos generalizar, conceptualizar a partir de ellas, podemos decir sencillamente: un proceso de identificación y desidentificación que resulta cruzado en relación con los de la mayoría de las otras personas, entre quienes lo usual es que una persona nacida varón se identifique con los varones y se desidentifique de las mujeres o una persona nacida mujer se identifique con las mujeres y se desidentifique con los varones.

Entre nosotras y nosotros, sucede al contrario. ¿Por qué? Puede haber razones bióticas, que frisen con la intersexualidad, en ciertas personas; puede haber razones del atractivo presentado por algunas personas, de la fuerza modélica de su ejemplo, de su fascinación, de la animadversión hacia otras; todo esto tiene que ver con la variabilidad personal de lo trans; la resultante general, donde unos y otros nos encontramos, debe de ser la misma: un proceso de identificación y desidentificación cruzado, más o menos intenso.

Creo que se produce lo trans cuando la persona siente nítidamente una identidad cruzada (resultado de un proceso de identificación/desidentificación bien definido) o bien cuando hay un vacío de identidad (resultado de un proceso de identificación/desidentificación poco resuelto); en este segundo caso, suele ser lo que llamo especularidad lo que colma el vacío de la identidad.

Quien no tiene una identidad definida, quien no cuenta con una imagen o representación de sí que pueda amar, puede encontrarla en el espejo cuando se superpone o se funde su figura propia con la de una mujer (esto les sucede a algunas trans femeninas) Por eso se llama especularidad: porque requiere la presencia física de un espejo, con sus dos partes: la de quien mira y la de lo que mira. Si la figura que se ve es la de una mujer, quien se mira y no tiene identidad puede verse como mujer. En ese momento crucial, el ansia de identidad se suma a la plenitud imaginada en la figura fantasmática en un deseo único. Por eso, la especularidad es un sentimiento de identidad, puesto que tiende a llenar un vacío necesitado. Va asociada frecuentemente, o generalmente, a un placer alucinante, que tiene el efecto de reforzarla.

Este placer nace, por lo que entiendo, colateralmente: es el placer de ver unida una figura del sexo que se desea a la propia figura. Pero este deseo no es exactamente el deseo de otra persona, sino de ser como ella, de ganar así una identidad, lo que me falta. Por eso este proceso puede ayudarnos a comprender que el placer que se siente es esencialmente la expresión de la alegría hallada al encontrar la solución de un conflicto, la colmatación de un vacío.

Puede describirse como parafilia, pero es que en mi opinión las parafilias son exactamente eso: soluciones simbólicas a problemas reales que producen placer porque son soluciones y se repiten porque son sólo simbólicas, mientras subsista el problema.

Puede comprenderse que las variedades de lo trans proceden de la forma de llegar a la identidad: unas, porque se ha definido desde muy pronto, desde los tres años incluso, una identidad cruzada perfecta, sencilla, sin necesidad alguna de especularidad; otras, porque el proceso de identificaciones y desidentificaciones ha generado un vacío de identidad que ha sido corregido mediante la especularidad; y no pocas que son estados intermedios en los que predomina quizás la niebla del vacío mientras va tomando forma una identidad poco definida y una especularidad no muy intensa.

TRANSIDENTIFICACIÓN

La identificación, en todas las personas, muchas veces es un proceso difuso, medio inconsciente, que tiene lugar con la naturalidad y la poca consciencia de muchos hechos importantes de la vida, aunque otras veces puede estar muy determinado y ser muy enfático y consciente. Se siente como esa afinidad por los afines, a la que llamaré homoempatía y vaga desafinidad hacia los desafines, a la que llamaré heteroantipatía, que hacen que a los niños les guste estar con los niños, a las niñas con las niñas, o decir “los niños son tontos”, o “las niñas son tontas”, que impulsa a hombres y mujeres a formar círculos separados y a distanciarse, desahogarse e ironizar sobre el otro sexo.

Puede señalarse el carácter inverso que la identificación tiene en relación con la heterosexualidad. A los hombres heterosexuales les suele gustar la compañía de hombres (reuniones de hombres solos; incluso es una prueba de masculinidad), a las mujeres hetero les ocurre lo mismo, lo que hace ver que son hechos situados en planos distintos de la evolución personal.

El sentimiento de homoempatía y heteroantipatía es común a heterosexuales y homosexuales; es el gusto de ser hombre y de ser mujer; se forma entre los tres o cuatro años, edad de la percepción del género, y la pubertad, edad de la genitalidad. De hecho, constituye un aprendizaje y afirmación de sí mismo en cuanto al género y el sexo, por la fuerza de la simpatía con las personas que lo comparten, que forma una barrera frente a la admiración o deseo de imitación hacia el otro sexo.

Las personas trans son quienes realizan una transidentificación. Unas han sentido siempre que realmente son afines a quienes no parecen serlo, y desafines de la misma manera; en este caso podría decirse que experimentan una homoempatía/heteroempatía cruzada.

En ellas, la transidentificación puede ser tan intensa, que la barrera diferenciadora está construída como en los heterosexuales y homosexuales, no hay lugar para la especularidad y la atracción sexual salta por la sensación de la diferencia, por la polarización de la distancia, lo mismo que en las personas heterosexuales, o puede suponerse que, por la fuerza de la homoempatía, como en las personas homosexuales, creando sentimientos fortísimos de compañerismo y comprensión mutua.

Otras personas trans parten más bien del vacío de identidad: carencia de sentimientos positivos o confusión relacionada con el género. En todo caso, en su personalidad no existe una barrera que les impida querer ser como quienes han nacido con otros genitales. Creo que la presencia o ausencia de esta barrera es como la presencia o ausencia de un órgano anatómico.

De acuerdo con estas hipótesis, al carecer de barrera frente a la fuerza como modelos de las personas de uno de los sexos, estas personas trans se entregan aún más plenamente a su admiración, hasta desear ser una con ellas; la identidad queda intensificada por la especularidad, que se convierte en un segundo motor, no el más profundo, pero sí el más acelerador de lo trans.

En las personas homosexuales, en cambio, la homoempatía es tan intensa, tan absorbente, tan consciente, que no deja lugar a sentimientos heterosexuales. Los compañeros queridos se convierten en amantes, el amor por la afinidad es la regla universal; a esto lo llamó Freud, devaluándolo, fijación en un estadio del desarrollo, pero puede entenderse mejor como un efecto de la singularidad de las condiciones en que se desenvuelve cada persona, de la interacción entre su propia forma de afectividad, su propio temperamento y las personas que su destino ha puesto a su lado; si el cariño, la admiración, la identificación por los propios compañeros han sido profundísimos, si se han compartido cuerpos y almas, creo que la persona que ha sentido esto puede evolucionar en sentido homosexual.


Distingo por tanto entre homosexual, hombre que se siente hombre y que ama a los hombres, mujer que se siente mujer y que ama a las mujeres, y trans homosexual, persona en quien se ha de suponer una transidentificación muy intensa, a la vez que una honda docilidad para aceptar en la edad adulta su sexo, o bien para limitar su identidad al ámbito de lo soñado o de lo íntimo más que al de lo compartido. Estas personas suelen ser consideradas desde fuera como homosexuales, o transvestistas homosexuales, puesto que no plantean en público sus cuestiones de identidad, más que en todo caso en el plano de las actitudes, de los gestos y la voz, de la pluma, o de transvestimientos ocasionales, pero creo que deben ser consideradas como trans detenidas en su proceso por una interiorización muy profunda de la represión y del miedo.


TRANS VARIANTES

Una clase única de experiencia, la de la transidentificación, con sus elementos de identificación y desidentificación, genera una variedad de formas e intensidades, cuyos efectos en la formación de la identidad son también muy variados, generándose a veces una identidad en línea con el fenotipo, en la que sólo son trans algunas conductas, o diferentes formas de identidad dialéctica o unificadora de lo distinto, o una identidad sin fisuras.

Como la identidad es la resultante de un proceso en movimiento, efecto de las mil formas de sentimientos identificatorios y desidentificatorios que pueden llegarnos, experiencia siempre abierta, aunque lo natural sea que su mayor intensidad y fuerza configuradora se presente en la niñez, se debe suponer que estas variedades no están del todo fijas, sino que pueden transformarse en la misma persona o bien permanecer estables.

La experiencia confirma que es posible transmigrar de unas actitudes identitarias a otras, dentro de algunas pautas, por lo que creo que debe entenderse que las denominaciones de transvestismo, transgenerismo o transgenitalismo corresponden a estadios de la transidentidad que pueden fluctuar en cada persona, según sus experiencias emocionales, no a una definición de las mismas personas. Por eso, me parece que estos términos deben usarse con un valor descriptivo de una situación de hecho, no con valor explicativo ni especialmente predictivo, puesto que no se puede predecir el curso de la experiencia personal ni de la afectividad unida a ella.

Creo que la experiencia trans se desenvuelve siguiendo dos líneas, según el sentimiento que tenga la primacía sea un “no” a una identidad lineal primaria, o el “sí” de una identidad cruzada originaria. Estoy describiendo, no estoy explicando las causas. En algunas historias personales, puede suponerse que una misma causa ha podido escindirse en esas dos líneas, lo mismo que otras veces podrá pensarse que cada una de ellas nace de causas diferentes.

Puede recordarse que las personas intersexuales tienen mayor tendencia a formar identidades trans (Klinefelter, por ejemplo), pero también pueden formar identidades alineadas con su fenotipo más perceptible o con su educación; la intersexualidad puede ser por tanto un factor común de variadas formas de identidad, que pueden decantarse, dinámicamente, a partir de ella en cualquiera de los sentidos; parece también que algunas personas que se desarrollan en unión con su madre y en ausencia del padre forman también más fácilmente identidades trans, aunque otros factores imponderables pueden orientar a la persona en sentido lineal; etcétera...

LA PRIMERA LÍNEA: MEDIANTE LA DESIDENTIFICACIÓN

La línea más fuerte y operativa a veces es un “no quiero ser”. También hay un “quiero ser”, pero la fuerza del sentimiento está en la rebeldía.

Entonces hay una desidentificación. Para que exista un “no quiero ser”, consciente y resuelto, debe suponerse que ha habido la constatación previa de un “soy” que es lo que se quiere deshacer.

Debe haber también un conflicto profundo que suponga el paso del concepto “soy” al de “no quiero serlo”. Pero los conflictos son creadores. De las crisis surge lo nuevo. Pueden ser dolorosas, pero son dolores de parto.

Este conflicto ha sido descrito como disforia de género, o desagrado por el papel de género que la persona se siente obligada a representar. Término que resulta insuficiente, porque es puramente negativo. Describe sólo la parte que corresponde al "no"; pero luego viene un "sí"

Mientras todo se afirma sobre un "no", hay un vacío de identidad, que puede llegar a poner a quien lo experimenta en peligro de psicosis. En este caso, la especularidad es la defensa que puede colmar el terrible vacío de la pérdida de sí. Es conocido, psicológicamente, que el vacío de identidad produce reacciones narcisistas que deben ser consideradas entonces como funcionales y adaptativas. Especularidad es un concepto más matizado que el de narcisismo: supone el espejo, pero también la nueva figura que viene a superponerse sobre el reflejo de quien mira. No es sólo que quien mira se ve a sí mismo; ve su figura transformada.

En esta línea, lo más sencillo es el efecto sobre una primera identidad lineal (una alineación entre identidad y fenotipo), más o menos estable, de un conflicto del que surge una desidentificación que no llega a ser del todo comprendida ni conceptualizada ni pasa del plano de lo emocional, ante la barrera opuesta por la identidad previa, por lo que se expresa sólo como pulsiones o automatismos inexplicados, que pueden dar forma a un transvestismo parafílico, expresado ocasional o cíclicamente.

Este transvestismo hace sentir generalmente un placer intenso, casi alucinante. Esto surge precisamente de que es una respuesta frente al conflicto que ha dado lugar a esta secuencia, una solución. En la medida en que sea una respuesta sólo imaginaria o simbólica, el conflicto quedará latente, por lo que se tenderá a repetirla una y otra vez, en busca del placer que representa la solución soñada.

(Recuerdo que la parafilia es una solución simbólica de un conflicto mientras no se encuentre otra, y por tanto es una reacción útil y adaptativa)

Los conflictos que hayan generado esta desidentificación no conceptualizada, tampoco verbalizada, pueden ser, lo primero, muy variados y también surgir en muy diferentes edades

En nuestro ambiente se habla a veces de conflictos graves con el padre, lo que ocurre en la niñez o la adolescencia; o de fracasos sexuales que cuestionen el concepto que se tenga de lo masculino, lo que suele ocurrir en la juventud o madurez, o del cansancio por un papel masculino demasiado duro, o del estrés ante un grado de autoexigencia excesivo que se piensa que sería menor de ser mujer, que se pueden producir en cualquier edad (transvestismo de quienes han tomado un papel hipermasculino...)

En la medida en que se conceptualiza o descubre el significado desidentificador (liberador) del transvestimiento, puede producirse un transvestismo dual, o de doble identidad, en el que se oscila continuamente de la identidad primaria masculina a la femenina o se va llegando a una identidad andrógina con dos formas altenativas de expresión; puede permanecerse en este estado, especialmente si las circunstancias sociales o emocionales favorecen la estabilidad o impiden llegar más lejos, aunque se desee. El transvestismo dual es la primera y más definida experiencia de identidad creadora, dialéctica entre sus términos, no fragmentada porque no es inerte, no está rota, sino que se mueve, crea, inventa, disfruta continuamente.

La especularidad se manifiesta en muchas personas transvestistas, quizás en la mayoría, por una orientación sexual hacia la figura andrógina de sus pares (seno femenino y genitales masculinos), que no puede ser llamada por eso mismo homosexualidad ni heterosexualidad y su existencia (quizás un dos por ciento de la población) no parece haber sido todavía apenas reconocida por la teoría.

El sentimiento que expresa puede ser la esencia de la figura en el espejo, la fusión de lo femenino y lo masculino, o lo femenino deseado y lo masculino deseante; quizá despierte una intensísima y específica homoempatía, o quizás expresa el miedo masculino al sexo femenino, entendido como vacío, como abismo, contrarrestado por el deseo de la mujer fálica, materializada en el espejo o en la realidad.

El transgenerismo es la estabilización en el género cruzado, a la que se llega en esta línea por la conversión en conciencia de sí (o identidad) de las pulsiones transvestistas.

A veces, la fuerte dinámica de la desidentificación produce cansancios o sentimientos de culpa. La dialéctica entre los dos o tres estados de identidad, puede provocar movimientos de vuelta hacia la identidad primitiva o adelante hacia la nueva identidad. La naturaleza del conflicto que ha generado este cambio determinará el resultado de estos movimientos. Un estrés puede calmarse. Unos recuerdos de niñez no pueden anularse. En este punto creo que en cualquiera de las direcciones hay un margen para que las mismas personas trans, o los expertos, puedan prestar un apoyo o una ayuda pedagógica o terapéutica, hacia la que parezca más fuerte, atractiva y viable, o incluso para permanecer en el dualismo; creo que en algunos casos, suficientes (verdaderamente suficientes) compensaciones emotivas pueden permitir reasumir la primitiva identidad, no olvidar pero superar o incluso sublimar la desidentificación realísima que el conflicto haya producido; pero si el conflicto sigue siendo la realidad emocional básica, hay que ayudar a que la persona no se rinda, por cansancio confundido con el deseo de normalidad, o por acusaciones sociales confundidas con culpas reales; si se rinde (de momento) perdería años, acumularía amarguras, pero no habría conseguido encontrar una solución verdadera a su crisis.

Por eso, el transgenerismo permite en ocasiones encontrar la unidad de la persona en una unidad androgínica, en la que se unen dinámicamente, sucesiva o innovadoramente juntas, sus dos potencialidades; también puede encontrarse la unidad sencillamente en una identidad trans. La persona en estado transgenérico puede entenderse a sí misma como andrógina, o como trans, y aspirar a la fascinación que surge de una condición u otra.

Pero si la crisis ha generado una desidentificación aguda que llega hasta lo genital, un aborrecimiento de los genitales como causa y símbolo de todo lo que se quiere negar, el transgenitalismo será compulsivo y la única ayuda deseada y efectiva será la necesaria para llegar a él en las mejores condiciones. Las pruebas de que se ha llegado a esto pueden ser la disposición a afrontarlo todo con tal de conseguir la liberación, incluso el riesgo de muerte o la pérdida de cualquier placer, la pulsión de automutilación, el sentimiento de que los genitales son ajenos o repulsivos, la negativa a mirarlos o tocarlos, que puede llegar a una masturbación sin contacto directo, a no querer verlos en la ducha, a fajarlos y ocultarlos con verdadera ansiedad...

Por su carácter doloroso, por proceder de un conflicto, todos estos comportamientos suelen ser compulsivos. La compulsión se entiende como respuesta presionante, profunda, que llega a ser casi refleja. La persona trans por desidentificación está huyendo de algo que le duele y asiéndose a lo que sabe que le permite rehuir ese dolor. Por eso mismo, la conducta trans desidentificatoria se perfila como una reacción más apremiante que racional; no sería inexacto decir que es una conducta de supervivencia (o de reequilibrio emocional; pero los desequilibrios pueden cuestionar la supervivencia personal) No habiendo otra alternativa, debe respetarse por ese valor. Sin embargo, su carácter más pasional que racional, puede cargar a la persona con sentimientos culposos añadidos que dificultan todavía más su situación y deben ser superados.

En cambio, como se verá enseguida, en la línea identificatoria no hay un conflicto originario, por lo que los comportamientos que derivan de ella son no compulsivos. Los conflictos que lleguen después, cuando la identidad ya está formada, no llegan a afectarla, y por tanto todas las decisiones que se tomen sobre ella serán reflexivas, libres. La persona trans identificatoria no sentirá nunca el terrible vacío de identidad que afecta a la persona trans desidentificatoria, y por tanto podrá jugar con una identidad cruzada que siente en el fondo segura.

Por estas razones, es más difícil equivocarse con el transgenitalismo compulsivo que con el reflexivo o no compulsivo en cuanto a la decisión de la cirugía. Mientras que el compulsivo, nacido de una negación radical, tiene el éxito que necesita y encuentra en la intervención de cambio de sexo el bienestar y la paz, el no compulsivo, nacido de la reflexión y cálculo de pros y contras, depende más de los posibles errores que cualquier proceso de valoración racional comporta. La discusión, la evaluación de sí, tienen que ser mucho más afinadas en este caso.

LA SEGUNDA LÍNEA: MEDIANTE LA IDENTIFICACIÓN

Hay veces en que lo fundamental es un “soy”, o un “quiero ser”, o un “puedo ser”.

No hay nada conflictivo en esto. Es una constatación agradable y apacible. Los conflictos llegarán después, a la hora de decirlo o socializarlo, pero este sentimiento ha surgido por adhesión, por afinidad o simpatía.

Se establece una identidad trans temprana, la primaria, para lo que deben considerarse los tres años de edad, cuando se forma la identidad de género. La persona se siente naturalmente, plenamente, equilibradamente dentro del género que los otros creen que no es el suyo. Puede averiguar más o menos pronto esta opinión ajena, pero eso no puede alterar la convicción de su identidad, aunque puede dolerle mucho.

Tampoco voy a tomar en cuenta ahora las causas de esta identidad trans precoz, que pueden ser muy variadas, sino a observar que puede permanecer estable a lo largo de los años, sin fisuras, quizás sólo con un sufrimiento debido a que no hay margen para escapar mediante sentimientos de dualidad de la contradicción entre su intimidad y su condición de género y de sexo. No puede considerarse andrógina; se considera mujer u hombre y sufre porque su cuerpo se le opone. No se puede recomendar ninguna acción pedagógica ni terapéutica que pretenda someter la identidad a la corporalidad; sería dañar la identidad de la persona, la que es su única identidad.

Pero lo que no deben hacer las personas, lo pueden hacer los acontecimientos; una identidad trans precoz está expuesta también a procesos de desidentificación, con más riesgo incluso por razones de presión social que una identidad lineal, y en este caso, la consecuencia será la crisis, acaso finalmente creadora, pero desde luego más dolorosa que el estado inicial.

Creo, deductivamente en este caso, no por evidencia empírica, que muchas personas de identidad trans precoz se habrán entendido a sí mismas, tal como son, como integrantes de uno de los dos géneros, sin conceder relevancia alguna a sus genitales, por lo que también podrían pemanecer en el transgenerismo, seguir siendo lo que siempre han sido, sin necesidad de cambios genitales.

Con los años, y la percepción de la realidad social, esto puede dar lugar también a un transgenitalismo, que a veces, supongo que a veces, podría ser reflexivo, no compulsivo. El deseo de aceptación y de atracción puede llevar al deseo de cambiar de genitales, que en este caso sería reflexivo, no compulsivo, por no proceder de un conflicto interno, sino de la simple necesidad de coherencia externa, social; sería entonces susceptible de consejo y libre opción, en cuanto a decidir la operación misma. La prueba de que este transgenitalismo no es compulsivo estará en la capacidad para valorar razonablemente ventajas e inconvenientes, como en un cálculo de pros y contras.

Pero si la presión social, el miedo, el deseo de ser como todos para evitarlo, es muy fuerte, puede producirse una desidentificación que haga entrar en crisis la identidad primitiva. La salida de esta desidentificación es muy variada, como se puede probar por estudios de seguimiento: lo más frecuente es una salida aparentemente homosexual, que encubre los sentimientos de identidad cruzada, lo que antes he llamado trans-homosexualidad o seudohomosexualidad; también puede llegarse a la heterosexualidad, a costa de quién sabe qué violencias e inestabilidades; pero también son posibles reidentificaciones que conduzcan a un transvestismo dualista o de nuevo al transgenerismo o al transgenitalismo.

Cuando una persona que ha tenido una identidad primaria cruzada ha pasado por estas fases de posible negación de identidad, que a veces le han costado incluso fuertes depresiones, pero ha conseguido recuperarla, suele ser muy intransigente en cuanto al carácter inequívoco de su identidad, por ser un bien muy valioso que ha estado a punto de perder. Se define a menudo como "mujer, nada más que mujer", o como "hombre, nada más que hombre", rechazando incluso la consideración como trans, que considera cancelada en cuanto ha podido realizar su identidad. Este punto de vista es psicológicamente cierto: si su identidad primaria es de mujer u hombre, es una mujer o un hombre, definidamente.

En cambio, las personas desidentificatorias, cuya identidad primaria es lineal, tienen que armonizarla con las formas que derivan de su vacío de identidad, por lo que tienden a entenderse dualmente o a insistir en el carácter trans de su naturaleza. Esta diferencia de actitudes suele dar lugar a polémicas muy intensas entre las personas que transitan de género, que podrían calmarse si se tuviera en cuenta la diferencia de los procesos de transición.

Como recapitulación de lo expuesto, con pocas palabras, un itinerario frecuente de las transexuales por identificación femeninas puede ser el siguiente:

Desde los tres años a los diez (aproximadamente), afirmación de una identidad cruzada.

Desde los diez a los trece (también aproximadamente), negación de su identidad e intento de reidentificación lineal.

Hacia los catorce o los quince, emergencia de actitudes homosexuales o heterosexuales (en este caso, muy superyoicas)

En un momento indeterminado, dos años o veinte años después, crisis de la reidentificación y regreso a la identidad originaria cruzada, con actitudes transvestistas, transgenéricas o transgenitales, no compulsivas, y generalmente con orientación andrófila (que puede retornar, después de años de ginefilia)

El itinerario de las transexuales femeninas por desidentificación suele ser casi opuesto simétricamente :

Entre los tres y los trece años (aproximadamente) identidad lineal, progresivamente amenazada (mientras en el otro se genera una identidad cruzada).

Desde los trece años, emergencia de una reidentificación cruzada, sobre base especular (cuando en el itinerario identificatorio se suele negar esa identidad cruzada)

En los años siguientes, puede haber una vacilación entre ambas identidades, resuelta como transvestismo dual, transgenericidad o transgenitalidad compulsivas.

Más adelante, puede decidirse una actitud transgenéricas o transgenital con orientación frecuentemente ginéfila.

Los transexuales masculinos parecen seguir muy mayoritariamente itinerarios identificatorios, con orientación ginéfila como parte muy sólida del mismo, pero hay una minoría cuyo itinerario parece desidentificatorio.

GÉNERO

En la descripción del itinerario desidentificatorio he empleado en otros parágrafos la expresión disforia de género, como algo fundacional, casi la causa de las causas. En el itinerario identificatorio no tiene una función tan esencial, pero sobreviene: la persona se encuentra con problemas debidos a su identidad cruzada.

Por tanto, estamos hablando de género. Este concepto nos traslada a una dimensión que ha estado latente en toda la exposición anterior, pero que no ha quedado suficientemente explicitada: la colectiva.

El género es la dimensión cultural y social de la sexualidad; es la parte de la conducta sexual que no está determinada biológicamente; por tanto es variable.

El género se manifiesta bajo un código, no escrito, pero tan real como la Constitución británica, tampoco escrita. En la medida en que la estructura de género es una de las fundamentales de la sociedad, el código de género debe ser considerado como una ley fundamental.

No hace falta escribirlo, porque socialmente aprendemos pronto sus normas. Enumera los derechos y los deberes de las personas en esta materia.

Es un código penal, que puede ser pesado cuando sanciona gravemente las contravenciones.

Entre las sanciones que suele prever, la menos grave es la condena a la irrisión pública. Otras pueden ser la pérdida del empleo, la expulsión de la familia, la marginación... En algunas sociedades se llega a la pena de muerte para ciertas transgresiones. Por eso, puede hablarse hasta ahora de una situación de opresión de género, cuyas víctimas son las mujeres y las minorías sexuales.

En nuestro código de género, por ejemplo, una de las normas es que sólo existen dos sexos. Esto no corresponde a la realidad biológica, abundante en intersexualidades que llegan a un dos por ciento de la población, según se cree.

Otra regla relacionada con la anterior es que los sexos son inmutables. Otra más, que las personas que se encuentren poco definidas sexualmente, tienen que acomodarse lo más que puedan a su sexo fenotípico.

Nuestra disforia de género se enfrenta instintivamente con el código de género. El carácter cultural, variable, de las normas de género, hace que no puedan ser consideradas como la referencia suprema.

No puede enjuiciarse nuestra conducta a partir de las normas de género, que no son naturales, sino artificiales; al contrario, pueden enjuiciarse las normas de género a partir de nuestras pulsiones.

No nos acomodamos al código de género vigente (hasta ahora) en el que no encontramos lugar para nuestra manera de ser. Por el contrario, estamos contribuyendo a crear un nuevo código, quizá limitado a una norma, que prohiba la opresión de género.



APOYO MUTUO, PEDAGOGíA O TERAPIA



Siendo la identidad cruzada un equilibrio de afectos y desafectos, identificaciones y desidentificaciones, formado por lo que sé de mí y de los demás, por lo que quiero y lo que no quiero, puede comprenderse que, como tal equilibrio, no necesite de por sí terapia; al contrario, ha sido unas veces la única forma de superar un estado de confusión o de vacío de identidad, o bien, es lo más natural de todo, dadas determinadas circunstancias personales y ambientales.

De hecho, cuando la identidad cruzada consigue expresarse, la persona encuentra un sentimiento de bienestar general, que corresponde a la definición de salud y que antes no le era posible. Por paradójico que parezca, ésta es nuestra sensación común. Esto determina que, desde dentro de la experiencia trans, se suela rechazar cualquier terapia que pretenda curar esta condición, probablemente porque se entiende como un ataque a la identidad, que es el bien más básico de cualquier persona humana; el entendimiento de lo que significa ser yo. Únicamente estamos dispuestos de buena gana a aceptar terapias paliativas de daños colaterales, y por supuesto, la de seguimiento y apoyo durante la transición; es decir, terapias pedagógicas o pedagogías terapéuticas. El apoyo mutuo de otras personas trans, si se consigue, es lo más valioso de todo.

La justificación de la cirugía es holística. La identidad es un factor suficientemente central en la conciencia, y la conciencia suficientemente central en el ser humano, como para que puedan subordinarse a ellas otras consideraciones.

Los problemas de identidad pueden afectar tan fuertemente a la estabilidad afectiva, a la capacidad de inserción familiar, laboral y social (retraimiento) de la persona, y a sus posibilidades de ese bienestar general en que consiste la salud (riesgos de depresión, distimia...), como para justificar la ablación de unos órganos que, aunque estén localmente sanos, son holísticamente no sólo no funcionales sino perjudiciales.

Puede argüirse que, con un criterio externo, se trataría de una identidad errónea. Pero la identidad no es un fenómeno cognitivo, sino afectivo. Versa sobre realidades de hecho, pero las valora. Es imposible negar al ser humano la necesidad y capacidad de valorar los hechos. Esta valoración está formada por una secuencia de sentimientos positivos y negativos que se han formado por razones sutiles, que sólo el sujeto puede conocer en su justa fuerza, y por tanto estos sentimientos son bien reales, y no pueden ser erróneos porque el error versa sobre los conceptos, y estos sentimientos son lo que son. La definición de lo trans incluye no cometer error sobre el hecho de haber nacido hombre o mujer, pero valorarlo negativamente.

Puede aducirse también que quizás se encuentren terapias menos radicales. No es así, ni por la observación empírica, ni por principio.

Empíricamente, puede demostrarse que si se pretende tratar con psicoterapia lo trans como hecho central, se falla constantemente. Incluso puede ser que parezca dar resultados momentáneamente, pero no se puede olvidar nunca que el proceso transexual puede reaparecer más tarde, con la sensación de un desquite o con el problema añadido de la pérdida de años y de la posibilidad de una buena inserción social, que suele ser más fácil cuanto más temprana.

Este fallo constante debe de atribuirse al mismo principio implícito en el concepto de aplicar la psicoterapia a lo trans en sí. Lo trans no es una patología psíquica, que pueda ser curada. Es una estructura afectiva, formada frecuentemente durante la niñez y la adolescencia en su lógica y su virtualidad, como consecuencia de determinadas condiciones que pueden ser personales, ambientales o ambas; también es una estructura buena, puesto que permite dar una solución real a un conflicto profundo, o bien ceñirse al sentimiento de la autenticidad personal.

Por lo temprano de su formación, ocurrida durante los años de configuración de la personalidad, no puede ser rehecha porque es imposible rehacer las condiciones de la niñez y la adolescencia, hacer de una persona adulta un niño y dirigir sus pasos: la estructura afectiva es un hecho con el que hay que contar, comparable a la formación anatómica de los órganos.

El apoyo mutuo, la pedagogía o la terapia pueden centrarse en procurar el equilibrio y la dignidad de la persona trans, no en anular su condición de trans. En determinados momentos del proceso de identificación y desidentificación cruzadas es posible proponer o ayudar a formar un equilibrio distinto; pero no es posible negar el hecho de ese cruce de los fenómenos de identidad ni el de que la identidad es una forma de equilibrio.



VALORACIÓN

El concepto de campana de Gauss nos muestra que lo normal en la naturaleza es mucho más amplio que lo que hemos considerado normal como sinónimo de mayoritario.

El hipoandrogenismo de las personas con fenotipo masculino o hiperandrogenismo de las personas con fenotipo femenino se sitúan en zonas minoritarias de una línea doblemente acampanada en la que vuelven a ser minoritarios el hiperandrogenismo masculino (hombres sumamente activos o agresivos) y el hipoandrogenismo femenino (mujeres extremamente pasivas y tímidas)

Pero la vida real nos muestra que cada una de estas experiencias humanas determinan modos de ser variados y distintos que configuran las mil formas de nuestra creatividad. Contra los eugenistas (entre ellos el propio Dörner) hay que decir que calificar a cualquier segmento de la curva de Gauss como indeseable, y tender a suprimirlo aunque sólo fuera por detección prenatal e intervención medicamentosa, sería perder alguna de las formas de la variedad y la inteligencia humanas.

Cada forma de ser se transforma en una forma de experiencia; cada forma de experiencia, en una forma de acción. Algunos seres humanos expresan lo más intenso de su naturaleza componiendo versos o canciones; otros, en el combate (real o simbólico: en el deporte) Todos formamos la humanidad.

Esto se puede aplicar exactamente a la experiencia trans, tenga o no que ver con los andrógenos prenatales. Pero la manera de vivir la vida, las formas de nuestros sentimientos y nuestras acciones son necesariamente distintas. Si alguien creyera que lo trans no debiera existir y tomara las medidas médicas, psicológicas o políticas para cumplir su pensamiento, y lo consiguiera, la humanidad habría perdido una parte de sí misma.