lunes, diciembre 14, 2009

Realidad no-binaria, conjuntos difusos

Por Kim Pérez
Publicado previamente en http://conjuntosdifusos.blogspot.com



Los conjuntos difusos son un concepto de Lotfi A. Zadeh, publicado en 1965, que se refiere a realidades que se pueden agrupar sobre un criterio de más o menos y no de sí o no.

La lógica que se desarrolla a partir de este concepto es una lógica multivaluada, en la que hay muchos valores de verdad, mientras que la lógica que se desarrolla a partir del concepto binario de sí o no (o 1,0) es una lógica bivaluada.

No es que la primera sea verdadera y la segunda falsa. Es que la primera es aplicable para ciertas realidades y la segunda para otras.

Por ejemplo, si clasificamos los paisajes que conocemos según su belleza o su fealdad, estaremos situándolos en conjuntos difusos de bellísimos, muy bellos, bellos, corrientes, feos, muy feos, feísimos. No es una operación mental puramente subjetiva ni especulativa: sobre ella se montan de hecho estrategias de viajes, desde los tiempos del Grand Tour de los ingleses, que tienen las consecuencias económicas que conocemos,

Por otra parte, toda la informática está fundada sobre un sistema binario de 1,0, o de lógica bivaluada, cuyos valores de sí o no resultan imprescindibles para conseguir los propósitos a los que responden los ordenadores.

El binarismo no es por tanto el uso de la lógica binaria, sino la pretensión de tratar binariamente realidades que no lo son ni lo pueden ser conceptualmente.

Pero la distinción entre binario y difuso no es binaria. Quiero decir que no hay sólo realidades binarias y realidades difusas. Hay realidades no binarias que no son difusas, y cuando se está en una práctica no binarista hace falta distinguir entre unas y otras. Es preciso tomar en consideración lo no binario, pero no difuso, y lo no binario y difuso como lo que son.

Partimos de que la lógica binaria aparece a nuestros ojos con un prestigio y una radicalidad que nos incita a querer que sea binario lo que no lo es. Queremos que haya una belleza (1) y una fealdad (0), un bien (1) y un mal (0), al que coherentemente se ha definido como “la falta de bien”, pero sabemos que en estas realidades existe verdaderamente una amplia zona de grisuras.

Lo mismo se puede decir de la pretensión de que sólo existan hombres y mujeres. Pero esta frase es binaria (1,0) si partimos de una definición rigurosa, por ejemplo basada sobre el sexo cromosómico: ¿Es persona XY? Entonces, contamos el valor sí; ¿no es persona XY? Entonces, contamos el valor no. También podemos hacer la misma operación con las personas XX.

Encontramos entonces la definición de hombre como no XX y la de mujer como no XY. Pero la frase que consideramos empieza diciendo “sólo”, es decir, que supone que “todos los humanos somos XX o XY”, lo que sabemos empíricamente que es falso, puesto que existen personas que no son XX ni XY. Por tanto, el sexo cromosómico no es una realidad binaria y empeñarse en que lo sea es binarista. Más adelante veremos que el sexo cromosómico, no siendo una realidad binaria, tampoco es dfusa.

Lo mismo, o más, sucede si usamos otro criterio para definir hombre y mujer, por ejemplo, la forma de la región genital, en la que nos encontramos todas las variaciones de la intersexualidad en una proporción relativamente elevada, de alrededor de un 2% de los nacidos. La realidad es por tanto no binaria, y la negación de la realidad conduce por ejemplo a imponer reasignaciones quirúrgicas para ajustar a la persona intersexo a los dos únicos conjuntos supuestamente existentes.

En cambio, alcanzamos lo no binario o difuso cuando se trata del género como conducta, y se trata de definir lo masculino y lo femenino. Sabemos que esto, que a simple vista resulta inasible, se convierte en los sistemas binaristas necesariamente en un Código de Género autoritario, puesto que no corresponde a la realidad y sólo se puede imponer por miedo, que de hecho, y de manera no escrita, enumera cuidadosamente las profesiones, conductas, ropas, arreglos, gestos, posturas, maneras de hablar, etc que se consideran masculinas o femeninas, e impone a quien lo contravenga penas que van desde la irrisión pública al destierro familiar, la pérdida de empleo, la cárcel o la de muerte, impuesta por linchamiento o crimen de odio, o por ley escrita.

Mientras que la estructura no binaria y no difusa, en el dominio somático, es cuestión de mayorías/minorías, en el terreno del género la estructura no binaria y difusa afecta a todas las personas, como una liberación de la falsedad, puesto que en un sistema binarista todas se ven obligadas a ceñirse a los preceptos del Código de Género binarista, unas convirtiéndose en opresores, incluso contra su voluntad, y otras en oprimidas, incluso aunque no lo sepan.

La cuestión del no binarismo de género no es por tanto cuestión de mayorías/minorías, sino de humanidad. Para convencerse, basta con retroceder con la ayuda del cine a una de las épocas más rigurosamente binaristas, la de los años cincuenta, y examinar cómo nos ajustaríamos personalmente a los dos modelos de vida extremados que se proponían con valor moral.

Puesto que la realidad sexual y de género no es binaria, cabe preguntarse por qué no forma un continuo indiferenciado, un más o menos infinitamente gradual, sino conjuntos o núcleos.

En parte es por razones objetivas, según el elemento definidor que usemos. Existen verdaderamente conjuntos de personas XY, o de personas XX, o de personas X0, o de personas XXY, etcétera. No hay un continuo de más o menos, sino de diferencias cualitativas. En este caso hay que hablar de una realidad que no es binaria, pero tampoco difusa.

La realidad difusa se encuentra cuando se puede definir por un más o menos, y esto es lo que ocurre precisamente con el género, en el que las conductas se pueden definir fácilmente con un más o menos masculinas o femeninas (hay un verdadero continuo que va de lo extremadamente masculino a lo extremadamente femenino) y hay una amplia zona más o menos indefinida entre los dos extremos.

En esta realidad es donde podemos preguntarnos por qué se forman conjuntos difusos y cuál es el mecanismo que los forma. Es decir, por qué no nos limitamos a pensar que soy más o menos masculina/femenina dentro de un solo conjunto en el que todos sus integrantes se definen lo mismo, en una serie infinitamente graduada y por tanto no significativa de diferencias cualitativas.

Aventuro como respuesta que es una cuestión en la que las diferencias cualitativas somáticas que hemos visto se doblan por formas de consciencia o identidades. Se trata de núcleos de consciencia que, por la misma naturaleza de la consciencia, se forman difusamente.

Por ejemplo, la cualidad XX se reviste de una multitud de formas de consciencia. Estas formas de consciencia, semejantes en muchas personas, forman el concepto difuso Mujer, que hay que distinguir de la cualidad XX. Efectivamente, hay personas XX cuya consciencia de sí o identidad se forma separándose del concepto Mujer por una gran diversaidad de razones e incluso hay personas XY que en cambio se integran en el concepto Mujer por otra gran cantidad de razones.

Por tanto, se observa que el concepto Mujer no tiene que ver con la biología, por lo que carecen de valor los reduccionismos biologistas a efectos de quién es Mujer y quién no; es un hecho de consciencia o de identidad, y como tal, es un hecho que forma un conjunto difuso, puesto que hay muchas personas que se definen identitariamente como mujerees, pero poco, etcétera

Entonces es la consciencia o identidad la que define otros conceptos o conjuntos difusos. Puede haber un concepto de Intersexo en el que se agrupen quienes cualitativamente sean distintos cromosómica o fenotípicamente o incluso cerebralmente de la mayoría de las personas que se afirman como Hombres o como Mujeres. Puede haber un concepto de Transexual, en el que se integren quienes se identifiquen como Transexuales, y no como Hombres o Mujeres (aunque pueda haber otras personas en las mismas circunstancias que se identifiquen como Hombres o Mujeres) O puede no haber conceptos Intersexo o Transexual, y formarse otros, como el concepto Queer, que aglutina a las personas de otra manera, tan inclusivo potencialmente que cualquiera puede incorporarse a él como “raro”.

Etcétera. Estamos en el terreno de las identidades, de las formas de consciencia, que pueden apoyarse o no en determinadas cualidades somáticas, pero que son de por sí variables y fluidas, aunque forman esas agrupaciones circunstanciales a las que llamamos conjuntos difusos de género.

Y sin embargo, como formas de consciencia son capitales, por cuanto el ser humano se puede definir específicamente como una forma de consciencia. Sólo que es útil tener presente el carácter difuso y fluido de las formas de consciencia relacionadas con el género.



Panorama del no-binarismo



Por Kim Pérez
Publicado previamente en http://conjuntosdifusos.blogspot.com


¿Cómo es la sociedad que se puede entrever creada sobre la base conceptual del no-binarismo de los conjuntos difusos de género?

Una sociedad muy abierta y con una gran variedad y fluencia de manifestaciones de género. Para poner el punto de la nueva ética de género, se puede aceptar que los dos mayores conjuntos difusos serán los de quienes se identifiquen como +/- hombres y como +/- mujeres, como +/- masculinos y +/- femeninas. Pero la nueva cultura tendría siempre presente que en todos los conjuntos difusos hay un +/- y una ausencia de límites definidos.

Ciertos hechos patentizarían en esos conjuntos difusos la realidad de la aceptación del no-binarismo: la presencia entre los +/- varones y +/- mujeres de personas que no serían biohombres ni biomujeres, sino hombres trans, mujeres trans y también intersexos que se reconocerían a sí mismos dentro de esos conjuntos de género; todo ello no clandestino, sino explícito; y la presencia, junto a esos conjuntos difusos, de otros definidos diferentemente por quienes prefiriesen adscribirse a ellos: el conjunto difuso de las personas +/- intersexuales (que quieren permanecer en su intersexualidad), de las +/- transexuales (que quieren transitar más o menos y ser reconocidas como personas en tránsito), de las +/- asexuales (que quieren eludir cualquier referencia al sistema sexogénero), de las +/- rompegéneros (provocadoras), de las +/- drags (kings y queens; estilizadoras e hipervisibilizadoras del género) , de las +/- cibergenéricas (integradoras de las nuevas tecnologías en la definición personal) y cualquier otro concebible.

Curiosamente, todo ello existe en nuestra sociedad actual, que sin embargo tiene dificultades para reconocerlo, por su binarismo básico. Todavía intersexos y transexuales recibimos como mucho la reasignación en uno de los dos sexos legales, no el reconocimiento normal y pleno de nuestra singularidad. No es ajeno a este problema que las mismas personas intersexuales, transexuales, etcétera, estemos impregnadas de la cultura binarista, y si pensamos en normalizarnos, pensamos en incorporarnos al sistema binario. Precisaré que no se trata de multiplicar los sexos legales (que incluso dejarán de mencionarse pronto en el estado civil) sino de multiplicar las formas de expresión del género, como forma cultural asociada al sexo y la sexualidad.

Desde el momento en que la realidad social se concibe como no compuesta por dos conjuntos cerrados de sexo, sino por diversos conjuntos de género, abiertos y fluidos, éstos de hecho funcionarán en régimen de alianzas libres y variables, y el Estado democrático deberá regular las relaciones entre todos ellos en términos de libertad e igualdad.

En cuanto al régimen de alianzas, la concepción binarista no las permite en el interior del sistema de sexogénero. Al entender que hay sólo dos sexos, dos géneros, instaura una posibilidad de confrontación entre ambos. Dos, o conviven o luchan (o se equilibran o se desequilibran) Tres, o más de tres, inauguran nuevas formas de convivencia que pueden incluir la alianza circunstancial y variable frente a uno indeterminado, pero también la alianza de todos frente a un enemigo exterior (por ejemplo, el neobinarismo fascista o integrista)

Las dimensiones que pueden alcanzar los nuevos conjuntos difusos son impredecibles. De momento, parecen muy minoritarios, pero es que seguimos viviendo en régimen de represión, marginación y pauperización. ¿Cuáles son las dimensiones del armario, como efecto del miedo?

¿Qué puede ocurrir cuando el conjunto social acepte gradualmente la existencia en libertad, igualdad y garantía de todos estos otros conjuntos difusos de género? ¿Qué proporción de personas se expresarían más o menos siguiendo sus líneas cuando sea verdaderamente libre hacerlo?

Suprimido el sexo como dato del estado civil, hecho inminente en el que hay consenso incluso de los juristas conservadores, puesto que ya no es fuente de diferencia de derechos alguna, quedan las expresiones simbólicas en forma de arreglo, ropas, nombre, trato, con una variedad y creatividad análoga a la de las tribus urbanas, todo ello unido a formas de acceso no binario a los aseos públicos y régimen de hospitalización y encarcelamiento, que ya se están experimentando, con la ayuda deseable del sentido común.

La expresión de género dentro de cualquiera de esos conjuntos difusos deberá ser libre y permanecer libre. Las relaciones entre las personas identificadas con ellos deben permanecer libres. Si alguien del conjunto de los +/- hombres entendiere su relación con una +/- mujer en términos de dominación de género, atacaría a las reglas de convivencia del conjunto de la sociedad, en la que no puede haber dominación que impida la libertad.

Esto significa que el conjunto difuso de los +/- hombres puede cultivar un género difusamente masculino y el conjunto de las +/- mujeres puede cultivar un género difusamente femenino. Algunos pueden seguir incluso una forma de expresión conservadora. Pero si el binarismo está roto, estas formas son realmente distintas, pues se entienden en un conjunto no-binarista. La concepción no dualista implica que no se ven como opciones únicas y obligatorias, sino como voluntarias, como expresión de preferencias personales con alternativas abiertas a la experimentación personal.

Esta sociedad profundamente diversa, en la que las expresiones de género se crean y se recrean continuamente, que las acepta como formas de la creatividad y la adaptabilidad humanas, presenta junto a las formas más conservadoras las más innovadoras, todas en un conjunto gobernado por reglas comunes de respeto mutuo democrático. Esta variabilidad debe ser considerada como uno de sus valores; es un bien biológico y es un bien social.

Estas propuestas configuran ciertamente un liberacionismo de género, que empieza históricamente por el feminismo pero lo supera al integrar a otros movimientos liberacionistas. Sin embargo, paradójicamente, al superarlo, pone al feminismo frente a su auténtica naturaleza. El feminismo aparece como el liberacionismo de género realizado por las mujeres con su fuerza demográfica y su conciencia de conjunto. No ha sido un simple corporativismo o sindicalismo de mujeres, dedicado a tirar de la manta de las propias conveniencias, sino que se ha planteado un futuro mejor para los dos conjuntos que concebía, tanto para las mujeres como para los hombres. Su verdadera fuerza histórica ha sido plantearse como un no sexismo, como un liberacionismo de las opresiones de género tanto para las oprimidas como para los opresores, crear un mundo en el que los humanos, las relaciones humanas, se vean libres de la opresión de género.

Pero el feminismo futuro es el feminismo integrado en el liberacionismo de género más general, no binarista, al descubrirse que la opresión de género incluye la opresión de la multiplicidad de las expresiones de género.

Está claro que, por tanto, y en general, deberá superar la herencia binarista en la que se ha visto envuelto como toda nuestra cultura, salvo excepciones clarividentes. Cualquier binarismo feminista, como el del feminismo de la diferencia, estalla literalmente con estas propuestas. Se trata de diferencias, pero ya no es la diferencia entre dos, sino la diferencia entre tres, cuatro, cinco, seis, siete…., una cantidad indefinida, tendencialmente infinita, “cada persona, un género”, es decir, un modo cultural de administrar su sexo y su sexualidad.

Como en otros hechos que hemos considerado, este estallido ya se ha producido, concretamente con la Teoría Queer, y su posible prolongación en el sentido de que “todos somos queer”, correlato lógico de “cada persona, un género”

Pero también estas propuestas superan el feminismo de la igualdad, que parte del supuesto de una estructura dialéctica del género, dual por tanto como base, que tendería a una abolición del género, al mostrar que este esquema binarista es una estilización, y que en la realidad material existe una pluralidad de sexos, realmente más de dos, de sexualidades y de expresiones culturales de género, lo que deshace los esquemas dialécticos. Sin embargo, son afines al feminismo de la igualdad en cuanto que son liberacionistas, aunque no “del” género (superándolo) sino “de los” géneros (expresándolos en régimen de igualdad de derechos)

El nuevo feminismo practicará conscientemente alianzas con los conjuntos difusos emergentes y hasta, eventualmente, con el conjunto difuso de los hombres, o con partes significativas del mismo. Se trata de nuevo solamente de tomar conciencia de la dimensión de una práctica que en España se remonta a la alianza con el movimiento gaylésbico (por tanto con una parte del conjunto de los varones) y con el movimiento transexual, datada en 1993.

El sistema de alianzas ya está vivo, por consiguiente, y la única diferencia con la situación actual es que los conjuntos aliados ya no se entenderán como relativamente marginales ante el activismo feminista, sino como conjuntos en un plano de igualdad y como una alianza estratégica.

En el conjunto de la vida de la polis, esta propuesta se inserta dentro de la tradición libertaria, como manifiestamente individualista, concibiéndose las relaciones humanas como un sistema de alianzas libres entre conjuntos libres de personas libres, autónomas y que se autodeterminan. No está muy lejos por tanto del federalismo ácrata fundado a su vez en la razón y en el respeto a la subjetividad autónoma, y por tanto, en Kant. El cooperativismo no le es ajeno, ni el principio de subsidiaridad. El no binarismo muestra en la práctica contemporánea una considerable fuerza de transformación de todas las relaciones sociales y de la autocomprensión humana.

Estatuto epistemológico del binarismo y el no-binarismo de género

Por Kim Pérez

Publicado previamente en http://conjuntosdifusos.blogspot.com


Estamos usando intuitivamente las palabras binarismo y no-binarismo, refiriéndolas al sistema sexo/sexualidad/género, y debemos llegar a usarlas de manera racional.

En cualquier discusión, es conveniente comenzar poniéndose de acuerdo en las definiciones y de esto se trata.

Sabemos que nos referimos a algo dividido conceptualmente en dos y a la convicción de que tal división en dos es incorrecta.

Lo binario es una forma de representación matemática que usa un sistema de numeración 1,0, que también corresponde a un organigrama “sí, no”, o a un concepto de “presencia, ausencia” de una cualidad determinada.

Estos sistemas binarios se han mostrado utilísimos para la informática, hasta el punto de que con ellos se pueden codificar universos enteros (véase la película “Matrix”)

Por tanto, lo binario es una dimensión de la representación lógica/matemática de la realidad que merece todo respeto. Decir que somos antibinaristas en este sentido equivaldría a decir que estamos en contra del sistema métrico decimal.

Yendo a la realidad física, nos encontramos con estructuras duales que no son sin embargo binarias,sino que forman pares de elementos que se requieren el uno al otro, en los que existen a la vez A y B, y sólo A y B (y no A y 0, o 1,0)

La más fundamental es la de los polos electromagnéticos, positivo y negativo. No es binaria porque no se puede describir como “presencia, ausencia”. No es que el polo negativo se pueda definir como “ausencia del positivo”. Al contrario, es que el campo electromagnético está formado a la vez por la presencia de esos dos polos. La presencia de uno de los polos, no presupone la ausencia del otro, sino su presencia. Y no es posible separarlos. Si se parte en dos un cuerpo magnético, sólo se consiguen otros dos campos polarizados.

¡Y nada más que por ellos! No hay tercera polaridad, ni formas intermedias entre las polaridades.

Esto se puede expresar diciendo que lo binario no es lo dual. Lo binario es un sistema matemático, el juego entre presencia y ausencia, 1,0, muy apropiado para la representación de la realidad, y que corresponde a algunas realidades físicas, pero no a todas, y lo dual es otra determinada estructura de algunas realidades físicas, no de todas.

Por ejemplo, es binario el juego Luz/Oscuridad, que corresponde a una presencia/ausencia, y que es por cierto la base del funcionamiento físico de los ordenadores (electricidad/no electricidad, 1,0)

En cambio no es binaria, sino dual la estructura Polo Norte/Polo Sur, y los dos Hemisferios correspondientes, puesto que se basa en el campo magnético de la Tierra.

También podemos considerar realmente dual la estructura espacial izquierda/derecha, que divide algunas partículas en levógiras/dextrógiras o determina la simetría bilateral de muchos seres vivos.

Es verdad que la estructura binaria Luz/Oscuridad tiene un efecto muy considerable en nuestra vida, pues es la base de la experiencia Día/Noche, tan fundamental para nuestra supervivencia, que ha dado lugar metafóricamente a la evaluación Bien/Mal.

Quizá debido a esto, al valor de adaptación trascendental, que experimentamos cada noche desde que somos pequeños, con los terrores nocturnos, nuestra mente tiende a funcionar con criterios binarios y, por confusión, duales, convirtiendo toda la realidad en sistemas de pares, e integrando en nuestros pares representacionales lo que es y lo que no lo es.

Formamos estos pares para representarnos la realidad social (Ricos y Pobres) omitiendo a las Clases Medias, o no considerándolas a efectos teóricos (Burguesía/Proletariado)

Es como si cualquier consideración de lo intermedio perdiese fuerza estética. O como si valorásemos la economía de dicción que supone hablar sólo de dos (“Ricos y Pobres”) y no de tres (“Ricos, Pobres y ¿cuál es la palabra?”)

Esta economía nos lleva, en la política contemporánea, a hablar de Izquierdas/Derechas, omitiendo el Centro, aunque sea determinante para las unas y para las otras.

Y en el fondo, es una estética o una economía similar lo que nos lleva a definir los sexos (Macho y Hembra) o los géneros (Masculino y Femenino), fundándonos en las grandes mayorías estadísticas, pero omitiendo que sabemos que hay personas extrasexuales o extragenéricas

La realidad, fuera de nuestras representaciones, es compleja. Existen estructuras binarias, estructuras duales y estructuras ni binarias ni duales.

En la materia, no sólo existen los protones, con carga positiva, y los electrones, con negativa, sino los neutrones y los neutrinos, sin carga. Y las mismas partículas que se definen por su posición recíproca, en el núcleo u orbitándolo, pueden tener las cargas invertidas (antimateria)

La realidad biológica parte de seres asexuados, que se reproducen por mitosis o mera división celular, pasando todo su ADN de una generación a otra, y llega a la formación de seres que puedan aportar partes de sus ADNs para formar la siguiente generación.

Pero en cada generación, puede haber seres habilitados para aportar sus ADNs y seres no habilitados para ello sino para otras funciones, como en el caso de las abejas y las hormigas, de las que la inmensa mayoría de la población pertenece a esta tercera categoría.

En otras especies, como la humana, la gran mayoría puede aportar sus ADNs pero hay una considerable proporción de seres que no pueden aportarlos y que, de acuerdo con el esquema anterior, deben ser considerados como variantes biológicas y no como hombres o mujeres deficientes. No hay sólo, por ejemplo, personas XX y personas XY, sino personas X0, XXY, etcétera.

Entre los hipocampos o caballitos de mar es conocido que, una vez producida la fecundación en el cuerpo de la hembra, ésta transfiere los zigotos con una verga al cuerpo del macho, al que corresponde la incubación y el parto.

No hay nada metafísico, por tanto, en la distinción Hombre/Mujer, nada que corresponda a una especie de división de la naturaleza entre arquetipos de Masculinidad y Feminidad, sino una mera división funcional que no excluye otras funciones, y hasta variaciones no funcionales, todo lo cual se filtra y bracea en la historia biológica con resultados adaptativos.

Cuando simplemente constatamos con llaneza que junto a los niños y las niñas nacen otras criaturas distintas, y que esto es natural, puesto que es la naturaleza quien lo hace, estamos empezando a liberarnos de una representación simplista que no nos dejaba ver nada más que a los dos grupos primeros y empeñarnos en subsumir al tercero en los dos mayoritarios.

El sistema sexual no es binario, en primer lugar, porque Macho no es no-Hembra, ni viceversa. Ontogénicamente, se puede decir que Macho es Hembra+Andrógenos (simplificando) Como el flujo individual de andrógenos en hembras y machos es diferencial, se puede hablar legítimamente de diversos grados de masculinización en cada individuo, hembra o macho.

Ni siquiera Macho y Hembra son duales, es decir, dos aspectos de una sola realidad, lo mismo que el polo positivo y el negativo (llamados así porque se ha querido llamarlos así, no porque cada uno suponga ausencia del otro) son partes inseparables y siempre presentes a la vez en el campo electromagnético.

Biológicamente, Macho y Hembra son dos funciones relacionadas con la aportación de ADN para formar nuevos seres, que además incluyen muchas variaciones de unas especies a otras, como la inversión del sexo en algunas de ellas y en determinadas ocasiones.

Llegamos entonces a la conclusión de que el binarismo es la tendencia a dividir toda la realidad en dos formas contrapuestas, corresponda o no esta división a las estructuras de la realidad.

Se trata por tanto de una representación no justificada racionalmente del todo, aunque contenga razonamientos fragmentarios y otras nociones impulsadas por distintos factores emocionales, insuficientemente analizados.

En resumen, es lo que se llama una ideología, o racionalización, diferenciando estos conceptos del verdadero estudio racional.

Como ideología no correspondiente a la realidad, el binarismo produce distintos efectos nocivos, como el maniqueísmo Bien/Mal o la distinción radical entre Macho/Hembra o Masculino/Femenino.

Se puede decir que su nocividad consiste en que impone fisuras tajantes donde no las hay, sino más bien un continuo entre las distintas formaciones.

El binarismo intenta representar las realidades no-binarias mediante formas binarias o duales, sin distinguir tampoco entre unas y otras. Estas formas (1,0 y A,B) están caracterizadas sin embargo por ser excluyentes de otros elementos, por lo que el binarismo no consigue dar cuenta de las realidades difusas.

Emplea una lógica booleana o excluyente, apropiada para una parte de la realidad, pero no sabe usar una lógica difusa ni informal, apropiada para otra gran parte de la realidad.

La razón por la que empleamos adecuadamente en nuestra posición la palabra binarismo es porque contiene el sufijo –ismo, muchas veces empleado para designar escuelas, estilos o ideologías, es decir, sistemas de representaciones artísticas, o políticas, más o menos voluntaristas e insuficientemente justificadas racionalmente.

En cambio, cuando nos planteamos fundar un conocimiento en la mayor racionalidad que nos sea posible, solemos usar el sufijo –logía (aunque no siempre: Astrología frente a Astronomía)

Por eso, el uso de la expresión no-binarismo también es correcto, porque no pretende ser ninguna construcción ideológica, como lo expresa la partícula “no”.

Niega en cambio una ideología, como una tachadura lógica, y es la pretensión de acercarse a la realidad, percibiéndola, describiéndola y ordenándola racionalmente.

Esta visión teórica es distinta de cualquier política, excepto de la reclamación del derecho a existir.

El no-binarismo sexual constata que el binarismo ha afectado hasta ahora a los conceptos de intersexualidad (viéndola como inter, no como extra), transexualidad (trans, o paso de A a B, sin pensar en AB ni en C ni en D) e incluso al feminismo (los objetivos de liberación de la opresión de género y en particular, de las imposiciones de género, no requieren una polarización dualista Varón/Mujer; también hay opresiones e imposiciones de género Varón heterosexual/Varón homosexual)

Sin embargo, el no-binarismo yerraría si pretendiera crear una política precisamente no-binarista, como una contradicción en los términos. Su expresión debe centrarse en el terreno de la Sexología, y criticarla y corregirla racionalmente donde sea menester, a la vez que espera que el tránsito de la Teoría a la Praxis genere ahora nuevas políticas intersexuales (o extrasexuales), transexuales (o extragenéricas) y feministas (o no-sexistas)

De la misma manera, existe una Ecología y muchos ecologismos. La transición de la Teoría a la Praxis es inmensamente compleja, admite matizaciones “usque ad infinitum”, diversas prioridades y voluntarismos no siempre racionalizables, muchas veces intuitivos, en los que se ven otros campos de la realidad.

El no-binarismo sexual, como método que puede usar la Sexología, generando en ella un giro copernicano, sólo debe pretender señalar hechos y justificarlos racionalmente, para que la praxis no-binarista los tenga en cuenta y cree formas actualmente no existentes.

EL BINARISMO COMO IDEOLOGÍA


En estos tiempos postmarxistas podemos reconocer mejor lo que sobrevive del análisis marxiano.

Estudiar marxianamente el sistema sexo /sexualidad/ género es necesario, porque este análisis corresponde adecuadamente a la realidad social, pero no debe hacerse asimilando los sexos a las clases, lo que sólo puede ser una metáfora, que conduce además al imposible de la desaparición de los sexos, por analogía con la desaparición de las clases, sino mediante la siguiente pregunta:

Puesto que el binarismo sexual es ideológico, por tanto superestructural, ¿a qué infraestructura corresponde?

Si las dos clases dominantes últimamente (durante los últimos mil quinientos años) han sido sucesivamente la nobleza y el empresariado, ¿a cuál de ellas se puede deber la formación del binarismo?

En los siglos de la nobleza, la riqueza/poder se acumulaba y se transmitía sólo matrimonialmente. Por tanto, en los sectores altos de la sociedad, los creadores de ideología, sólo contaba ser hombre y mujer.

Motivo suficiente para crear o mantener una representación binarista. Si sólo cuenta ser hombre o mujer, sólo hay hombre y mujer (y heterosexuales, aunque no existiera el concepto)

¿Y por qué la concepción binarista era también de dominación, no de igualdad, sino de supremacía del hombre sobre la mujer? ¿O lo que es lo mismo, por qué la transmisión de la riqueza se hacía por la línea de varón, mediante los mayorazgos, abiertos sólo ocasionalmente a la mujer?

Porque la creación de riqueza, durante toda la Edad Media, se hacía básicamente mediante la guerra y la conquista. El noble era básicamente guerrero, aquella guerra dependía de la fuerza corporal, y la fuerza corporal del hombre aventaja a la de la mujer. Se podía ser un bruto, guerrear como un héroe, y ganar un señorío. No había más complicación intelectual.

Por tanto así se reunía la riqueza patrimonial, que luego se transmitía matrimonialmente, en forma de mayorazgo.

Cuando, en la Edad Moderna, el empresariado empieza a sustituir gradualmente a la nobleza como clase dirigente, empiezan a desaparecer las condiciones que daban lugar a la ideología binarista.

La creación de riqueza abandona el sistema de suma cero de la economía agraria (lo que los nobles consiguen de más sus vasallos lo tienen de menos) y se crean las espirales de crecimiento propias de la industria y el comercio.

Esta creación de riqueza, basada en la organización y el trabajo asalariado, está abierta en principio a todos, puesto que cada vez depende menos de la fuerza corporal.

Sin embargo, durante mucho tiempo subsiste la inercia binarista (trabajo asalariado, trabajo en casa) y sólo durante y después de la I Guerra Mundial se generaliza el trabajo asalariado de la mujer, paradójicamente por la absorción de los varones en la guerra.

A igualdad económica, igualdad de derechos: el feminismo se vuelve socialmente fundamental, por lo que empieza a desaparecer la desigualdad unida al binarismo.

¿Pero por qué no desaparece el binarismo en sí, por qué durante mucho tiempo la sociedad sigue viéndose como formada sólo por hombres y mujeres?

Porque mientras económicamente pudo subsistir el sistema trabajo asalariado/trabajo en casa, sobrevivió la dominación varonil y su placer en la dominación; únicamente cuando fue insuficiente para mantener esa casa, y fue preciso que los dos trabajasen fuera y tuviesen ingresos propios, desaparecieron las condiciones de dominación.

Y al hacerlo, emergieron con vida autónoma y voz propia todos los sujetos que habían estado ocultos bajo el fantasma o voluntad fantasmática de la dominación: no sólo las mujeres, sino los propios hombres homosexuales, que hasta entonces habían visto negado su mismo derecho a la existencia por la represión más feroz, pena de muerte incluída.

Incluso, el régimen empresarial, al permitir toda clase de pequeños negocios, propició la aparición de formas de trabajo propias para personas no-binaristas, al principio en una marginación muy fuerte pero ya con derecho a la existencia: los cabarets en que actuaban transformistas y travestis permitieron por primera vez su visualización.

Mientras los intersexuales seguían todavía férreamente ocultos por la disciplina familiar, algunas audaces trans salieron por primera vez a la luz pública, con todas las letras en los anuncios, en las pequeñas empresas del espectáculo. La sociedad entera supo y vio que había personas distintas de los hombres y mujeres.

En estos momentos, como en todas las transiciones, un invento técnico transforma de abajo arriba la sociedad entera. Ahora es la informática, que nos da voz a todos, y nos organiza en redes que nos dan poder.

Por otra parte, el trabajo informático es igual para hombres, mujeres, transexuales, intersexuales o extrasexuales. Sólo cuenta la capacidad, las diferencias de fuerza corporal han sido reabsorbidas por una tecnología abierta a quien la maneje.

En estas condiciones, las personas que nos consideramos no-binarias, nos agrupamos espontáneamente en conjuntos difusos; y de hecho, transmitimos esa difusividad a los propios conjuntos de hombres y mujeres, antes cerrados.


No se terminan los sexos, sino que se acaban las condiciones de dominación de género, y de la imposición del género contra la que ha luchado siempre el feminismo; al acabarse, se ve la multiplicidad de los sexos, que corresponde a la realidad biológica, y la todavía mayor de los géneros, su correlato cultural.

Hasta el punto de que nuestros conjuntos difusos ya nos son tan necesarios como el aire que vivimos, y tan dignos de defensa frente a cualquier amenaza como cualquier otro de los derechos fundamentales de la persona; una vez que los hemos conocido, las personas que nos afirmamos no-binaristamente, ya no podemos renunciar a ellos, y esto lo afirmamos con pasión.

Los conjuntos difusos son uniones de afines, muchas veces sostenidas por la red, de personas que más o menos nos reconocemos como semejantes, y como militantes en la misma causa, aun salvando el principio de individualidad, que se puede enunciar en rigor como “una persona, un género”, y que nos lleva en último análisis a los conceptos de “yo” y de “persona”, última raíz del no-binarismo.

Esto sucede cuando se cumplen las predicciones de Marx, aunque de momento de manera nada épica (concentración monopolista del capital, nacionalización de grandes bancos o de grandes empresas industriales pedida por ellas mismas, capital público dominando sobre el privado en grandes economías emergentes)

Estamos entrando en un mundo nuevo.




El feminismo no-binarista: transfeminismo - Granada 2009

Por Kim Pérez
Publicado previamente en http://conjuntosdifusos.blogspot.com

Nota previa. Las Jornadas Feministas Estatales de Granada empezaron con un sketch en el que Lola Van Guardia contó el diálogo entre una madre feminista y una hija transfeminista. En este esquema cronológico, me correspondería el papel de abuela, machacada en otros tiempos, pero rebelde. La familia se extiende cuando pienso en mi tía tatarabuela, Rosa Butler, poeta protofeminista, de la primera ola del siglo XIX.


El transfeminismo es la expresión política del no-binarismo del sistema sexo/género. Empezó siendo el feminismo de las transexuales (en España, Madrid, 1993 y Córdoba, 2000) y ha llegado a ser un feminismo transeúnte, en el que toda transición es posible (Granada, 2009) que por medio del no-binarismo, llega a ser explícitamente lo que fue en un principio implícitamente el feminismo, el movimiento de liberación de género, que empezó por las mujeres y luego se ha extendido a los y las homosexuales, los, las y les transexuales, los, las y les intersex, a toda la humanidad, porque es verdaderamente difusa de género, en más o menos, compuesta de personas para quienes el género debe pasar de ser un código penal a ser un sistema de afinidades voluntarias.

El (trans)feminismo ha nacido cuando se han superado los dos primeros siglos del feminismo preclásico y clásico, que permaneció inevitablemente atado a la misma concepción binarista que en el fondo combatía, lo que de todos modos fue conveniente en los primeros momentos del combate, cuando era preciso aunar fuerzas. La noción del patriarcado y la necesidad de emancipación frente al mismo emergieron de este combate. Pero el mismo trabajo feminista hizo surgir la conciencia y las reivindicaciones de otros conjuntos humanos o subconjuntos, como el de las lesbianas, dentro de las mujeres, o incluso masculinos, como los gays, también oprimidos por el patriarcado, y más adelante los de bisexuales (“no medio heterosexual y medio homosexual, sino enteramente bisexual”), transexuales (palabra que uso abarcando nuestra inmensa variedad de formas), intersex (que empiezan a entrar en acción) ...

De esa conciencia de que no estamos acantonados dentro de dos géneros cerrados, dos conjuntos marcados por un sistema lógico tan hermético como el de sí o no, de que ambos géneros correspondían a realidades mutuamente irreductibles (que era, en el fondo, la lógica del patriarcado, como sistema de dominación, que sólo admite por tanto dos situaciones, la de dominante y la de dominado) tuvo que emerger, por tanto, la convicción de que todo el binarismo no es nada más que una ilusión ideológica, un trampantojo, y de que la realidad subyacente bajo esa terrible mátrix, una vez descubierto el sistema de dominación, puede ser completamente distinta, un plural y no-dominacionista no-binarismo.

No somos por tanto “hombres” contra “mujeres” ni “mujeres” contra “hombres”, en una abstracta simplificación, metafísicamente, booleanamente envueltos en un sí o un no, en un “conmigo o contra mí”, sino algunos hombres difusos y aún algunas mujeres difusas y aún algunos variantes de género difusos, contra otros hombres difusos, mujeres difusas, variantes de género difusos, etcétera. La noción de clase se transparenta enseguida tras esta distinción, como aspiración metafísica, sueño idealizado de las clases verdaderamente dominantes (porque habría que examinar también el binarismo de las clases: la clase dominante ha precedido siempre, como realidad histórica, a las clases dominadas; el dominador ha querido dominar)

El transfeminismo está innovando más allá del feminismo que hasta ahora hemos conocido (y todas las innovaciones producen desconfianzas y precauciones), porque sabe algo que éste no sabía, y que le hacía quedar dentro de la misma concepción binarista, perjudicándose especialmente en su relación con los conjuntos difusos más o menos masculinos. Pero el feminismo intuía desde luego este no-binarismo, especialmente cuando en una fecha concreta, y en una reunión estatal masiva, Madrid, 1993, abrió las puertas lógica y fascinadamente al conjunto difuso de las transexuales feminizantes, que aún no sabíamos tampoco lo que significábamos en el movimiento de liberación de género, entendido como conjunto.

En este proceso de liberación de género, empezado, conceptuado y mayorizado por las difusas mujeres (esta última distinción sobre las mayorías es fundamental, por cuanto políticamente tiene el valor permanente que se puede suponer), podemos contemplar a la vez un sujeto único, los dominados, y múltiple, las diversas categorías y subcategorías de personas dominadas, de las que las inmensas pero muy minoritarias variantes de las trans hemos sido lo suficiente radicales y audaces como para llegar a poner nuestro prefijo trans en la inmensa construcción del feminismo.

Es posible, por tanto, distinguir entre dos planos necesarios del feminismo. el político fundamental y el sindical. El primero es el que se ve como “el” movimiento de liberación de género, con una historia y unas relaciones de fuerzas internas determinadas, mayorítarias y minoritarias, no determinadas por ningún determinismo. sino por la libre conciencia y la voluntad humana. El segundo es el que defiende los intereses específicos de los sujetos políticos, uno o muchos, que puedan emerger como mujeres difusas (incluidas algunas trans), situado entre muchos otros movimientos sectoriales, específicamente GLBT. Todos estos segmentos del único movimiento de liberación de género, mayorizado por las mujeres difusas, están concertando alianzas muy variables. Ésta será la dinámica política del futuro transfeminismo, en el plano fundamental de la liberación de género.

¿Cuál es entonces el futuro del feminismo, cuando en nuestras sociedades están cambiando las mentalidades y las leyes y todo ello está sostenido por un proceso tecnoeconómico infraestructural en la que la forma del trabajo, centrada en la informática, asegura una igualdad de oportunidades para las mujeres difusas y para trans difusas, intersex difusas, etc, y por tanto el mantenimiento social de nuestros derechos?

Distinguiendo entre los dos planos de los que vengo hablando, es fácil ver que en el sindical o corporativo, al feminismo, tornándose transfeminismo, le toca la gestión de la igualdad conseguida y la consecución de nuevas formas, fácilmente objetivables, en los mil problemas cotidianos.

En el plano de la liberación de género, al transfeminismo le toca terminar con cualquier entendimiento del género como código penal, como imposición y asignación con la que nos encontramos al nacer, y en particular con su concepción binarista como dos únicas posiciones vitales que encubren una voluntad de dominación.

El transfeminismo puede advertir en particular que, al no haber comprendido el feminismo en su fase clásica o en su segunda ola esta relación de la dominación patriarcalista con el binarismo, encontrará más difícil eliminarla en tanto lo mantenga. Dicho muy claro: el enfrentamiento binarista entre “mujeres” y “hombres” mantiene las formas de la dominación.

Frente a este problema, el no-binarismo es la experiencia del deshacimiento de las barreras de género y por tanto de la forma conceptual de la dominación. La noción de lo difuso deshace los dos círculos, el del encierro voluntario y gustoso de los dominadores, lo mismo que el forzado de los dominados. Los seres humanos se encuentran entonces libres de las barreras de género, emancipados del código de género, como quien vaga por un jardín nuevo que quizás le desconcierta. En este momento, se individualizan, se subjetivan. Cada cual descubre que yo soy yo, y que ser yo es mi única ley. En este momento, hay tantos géneros como personas, o muchos más, puesto que cada persona puede evolucionar en el entendimiento de su subjetividad.

En el siguiente momento, las personas podemos unirnos por afinidades voluntarias, que en materia sexual, hacen de los géneros conjuntos voluntarios y difusos, el femenino difuso y el masculino difuso, desde luego, y también los conjuntos trans difusos, intersex difusos y todo lo que podamos descubrir en nuestro interior y en el exterior.

La forma del género, sostenida por un código penal, queda atrás, definitivamente, y se ve sustituida por conjuntos difusos y libres, cuya formación, transformación y deshacimiento queda decidida por personas subjetivadas y unidas voluntariamente.

Ésta es la tarea del feminismo, convertido en su fase postclásica o en su tercera ola en transfeminismo.










¿Mujer o trans? La inserción de las transexuales en el movimiento feminista - Ponencia en Córdoba 2000



El hecho trans plantea una pregunta al movimiento feminista: o las mujeres trans tienen pleno derecho a ser entendidas como mujeres, dentro de los presupuestos binarios del sistema sexo-género o su existencia manifiesta radicalmente el fin de la binariedad y la comprensión del movimiento feminista como fuerza que actúa en otros términos. Este texto se ha reactivado en las Jornadas Feministas Estatales de Granada 2009, al citarlo Juana Ramos.

PONENCIA PARA LAS JORNADAS FEMINISTAS DE CÓRDOBA (Y PARA “ANTHOLOGY OF TRANSFEMINISM” Y “TERTULIA, UNA MIRADA HACIA LA VIDA DE LAS MUJERES”)

Por Kim Pérez F.-Fígares.
Escritora. Profesora de Ética en el Centro Ramón y Cajal de Granada. Presidenta de Identidad de Género.

Muchas de vosotras, aun oyéndome cortésmente, os estaréis preguntando: ¿tiene derecho a estar aquí? Yo también me lo he preguntado.

La primera respuesta sería algo así: me ha costado muchos años, muchas dificultades, mucha voluntad llegar a ser mujer. Ser mujer. ¿Qué es ser mujer?

En general, las trans planteamos al movimiento feminista esa pregunta.

No sólo es una pregunta teórica, sino también práctica; las siguientes son: ¿Podemos apuntarnos en las asociaciones feministas? ¿Qué podemos hacer dentro del movimiento feminista?

De modo, que planteamos la pregunta básica.

La responden los trans masculinos. Quienes transitan del sexo femenino al masculino. Ellos no quieren integrarse en el movimiento feminista. No quieren ser mujeres.

No es cuestión de los cromosomas que se tengan, no es cuestión de los genitales; es otra cosa.

Ser mujer o no serlo, resulta una forma de ser, pero también de querer ser y de querer no ser.

Algunas trans dicen muy claro: "Somos mujeres. Lo somos desde la cuna, aunque sólo nosotras lo supiéramos. Sólo hemos querido que todos lo sepan".

Otras, como yo, subrayamos lo de trans. Nos sentimos transición. Hemos huido de la masculinidad, hemos abandonado ese país definitivamente, hemos adoptado modelos femeninos de vida con los que vivimos establemente y a gusto; seremos, es decir, partiremos de estructuras ambiguas o neutras o lo que sea, pero ahora vivimos en el país de las mujeres.

Unas y otras hacemos evidente que la realidad humana, el ser humano está abierto a la voluntad. Al cambio mediante la voluntad. Desde un punto de partida determinado, pero mediante la voluntad.

La pregunta “¿qué es ser mujer?” nos conduce a algo que resulta bastante difícil en la práctica, que es el esencialismo. ¿Hay algo que defina esencialmente a la mujer? ¿El cariotipo? ¿Los genitales? ¿Las funciones reproductivas? ¿La orientación sexual? ¿La conducta, la ropa? ¿Todo ello junto? ¿Una parte de ello?

Sin duda, hay una elevada proporción de personas que en un test que comprendiera todas esas preguntas, pondría la equis en la misma fila de casillas. Diríamos que es mujer a todos los efectos, persona XX, fenotípicamente femenina, capaz de maternidad, amante de los hombres, usadora de faldas, etc. Esto nos llevaría con facilidad a una jerarquía de la feminidad, mujeres que serían más o menos mujeres, según el número de equis que pusieran en las casillas de uno de los lados, o bien a un concepto borroso de la feminidad, mujer es más o menos tal cosa.

Pero las preguntas deben ir todavía más lejos. Yo soy trans, pero no todas las personas trans recorremos los mismos itinerarios. Recordaré que el prefijo trans, que expresa la idea de transición, es el denominador común de una compleja serie de experiencias; las personas transvestistas oscilan entre momentos femeninos y momentos masculinos; una de ellas, con motivo del 8 de marzo, escribía que no sentía que debiera participar en el Día de la Mujer; las personas transgenéricas afirman su feminidad cerebral y eligen vivir permanentemente como mujeres aunque no desean operarse; las personas llamadas transexuales (o mejor transgenitales) optan por modificar sus caracteres sexuales primarios.

Nuestra condición no es excepcional, de unas y otras, no somos las únicas ciudadanas que vivimos en el país de las mujeres en un caso parecido. La realidad biológica muestra que hay un alto número de personas intersexuadas, mucho mayor de lo que se supone, alrededor de un dos por ciento de la población, que naturalmente incluye a mujeres con cariotipo XY o con una gran variedad de cariotipos cruzados. Son intersexuales de partida biológica pero han querido ser mujeres, han aceptado una existencia de mujer.

Carecería de sentido exigir, efectiva o moralmente, algo así como un análisis cromosómico o fenotípico para incorporarse al movimiento feminista. O peor: sería parecido al racismo, esencialista, inmovilista, biológicamente determinista. Los cromosomas muestran un punto de partida, no un punto de llegada. El ser humano es un punto de partida más un punto de llegada; más que un ser, es un proceso.

¿Entonces qué ocurre con el feminismo? ¿A quién representaría, por quien trabajaría y combatiría? ¿Por la mujeres que lo son a todos, todos los efectos, o por quienes más o menos somos mujeres?

Entiendo que hay un solo feminismo básicamente, fundado en la defensa de los derechos de la mujer en general (derecho al voto, por ejemplo) y de los derechos de las varias clases de mujeres (derechos de la trabajadoras, también por ejemplo): nosotras somos una clase de mujeres en circunstancias específicas.

Pero en su historia y en sus posibilidades profundas, no es sólo eso, un movimiento de defensa de las mujeres, un sindicalismo, un corporativismo, un identitarismo, que sería lo que requiriese esa definición previa de quién es mujer, para saber quién puede afiliarse y quién no. La mujer frente al hombre; tirar de la manta para el lado de las mujeres, procurando sólo abrigarse mejor... Serían pocas nueces para tanto ruido. El feminismo es un movimiento de transformación de la vida humana, y es evidente que en lo más profundo de su ser no es antimasculinista, sino antisexista, antigenerista (y en otro plano, anticlasista, antirracista...)

Me gusta el feminismo que va más lejos: el que ve la situación de las mujeres como metáfora de todos los estados de opresión humana; al fin y al cabo, la primera división histórica del trabajo, fue la división sexual del trabajo. O genérica. En pueblos muy primitivos hubo ya trans que compartieron la suerte o la mala suerte de las mujeres. Voluntariamente. Sexo, género y trabajo resultan unidos como factores básicos de la estructura social y también de la opresión.

El feminismo que asume algo más que la defensa sectorial de los intereses de media humanidad (por importantes que sean) frente a la otra media, tiene que liberarnos a todos de las formas concretas de opresión y de explotación. No se trata de hacer una liberación en el aire, retórica, sino de quitar de encima de los seres humanos las estructuras que nos agobian; en este caso, empezando por las sexistas o generistas.
¿Qué es el sexismo, qué es el generismo? La opinión de que los condicionamientos de sexo y de género determinan esencialmente a las personas, que deben definirse con arreglo a ellos, reciben derechos con arreglo a ellos y deben aceptar que se les nieguen otros con arreglo a ellos. Sé que en realidad, contra esto es contra lo que se rebelan las y los feministas. No es relevante a esos efectos ser mujer u hombre, no debe ser relevante donde todavía lo sea. Debe emerger la igualdad, la dignidad de las personas y las conciencias por encima de todo. El feminismo se llama feminismo porque fueron la mujeres, como oprimidas de una estructura social, quienes lo iniciaron y quienes lo protagonizan. Pero defiende en realidad la igual condición humana. En una palabra: el feminismo me defiende a mí, lo mismo si quiero considerarme mujer, más o menos borrosa, que si quiero considerarme trans, ciertamente definidísima, que si quisiera considerarme varón, pese a todo. Pero a la vez, me parece que mi experiencia, dentro de un Congreso feminista, contribuye por sí misma a recordar cuáles son los objetivos verdaderos de este movimiento humano, cuáles no deben ser los criterios sólo reformistas, corporativistas, sectoriales, en los que no debe caer.

Procuraré situar esta toma de posición en el contexto de otras que son posibles, dentro del movimiento trans y dentro del movimiento feminista, para facilitar la discusión. Que yo sea antisexista o antigenerista no quiere decir que esté contra la existencia de los géneros (es obvio que no discuto los múltiples sexos que existen) No propugno la abolición total de los códigos de género, aunque sí su ensanchamiento, enriquecimiento, flexibilización hasta donde cada generación pueda; no propugno la transgresión por principio de las normas de género, sino su diversificación; no un puré final, sino una macedonia; no un uniforme mao, sino aquellas mil flores que tenían que florecer; lo que propugno, sobre todo, es una emancipación de las consciencias, que decir "yo soy" sea mucho más importante que decir "yo estoy en esto o en lo otro"; que la cultura y el derecho nos vean sobre todo como pensamientos, como sensibilidades, muy por encima de los condicionamientos con los que se dibuja materialmente la existencia: y que éstos condicionamientos sean libres hasta donde podamos, como es la tradición humana, nuestra dignidad prometeica.

Quiero decir que estoy girando hacia un no identitarismo. Creo que las identidades son necesarias, son conceptos, y la mente requiere conceptos para entenderse a sí misma y entender la Realidad, pero en la medida en que se convierten en definiciones señalan límites (la misma palabra definición contiene este significado) y se convierten fácilmente en separatistas y excluyentes. Este exceso es lo que llamo identitarismo, y creo que debe estarse en contra. Ningún ser humano debe dejar de buscar lo que tiene en común con otros seres humanos; esto es lo que se llama universalismo, como se ha llamado internacionalismo. Por eso me opongo a cualquier exageración del valor de las identidades, que es lo que se llamaría identitarismo. Por eso asumo la tradición no identitarista del feminismo. El feminismo, básicamente, no es identitarista. Incluso el feminismo de la diferencia puede defender rasgos de identidad, pero no cae en ninguna exclusión del valor de otras identidades, que sería lo identitarista. El feminismo no es identitarista, el sexismo sí lo es.

Intento ahora situar estas reflexiones en relación con un movimiento que tiene ya importancia en los Estados Unidos, el transfeminismo, o el feminismo ejercido por las personas trans. El punto de partida debe ser la realidad de que las mujeres trans aparecemos como particularmente oprimidas: discriminadas a radice en el trabajo, discriminadas como amantes por parte de quienes temen el qué dirán, discriminadas en algunas de nuestras familias, que se han olvidado de nosotras, insultadas o vejadas en la calle por el solo hecho de pasar, consideradas como objetivos preferentes por la extrema derecha, negadas incluso por los sindicatos. Para ser mujeres voluntarias, nuestra condición nos cuesta cara. El código de género, en nuestro caso, revela su vertiente de código penal de género, que incluye sanciones como la irrisión, el despido o incluso los crímenes de prejuicio (nombre más exacto que el de “hate crimes”, o crímenes de odio) El trabajo sectorial, dentro de nuestras organizaciones, tiene que ser considerable. Representa unas condiciones particulares que necesitan una atención especial y especializada, como las de otras mujeres en otras circunstancias (víctimas de malos tratos, etc)

Pero a la vez, el mismo nombre de trans significa una bandera que no debe ceder el movimiento feminista en su más profunda expresión. Porque somos personas que visiblemente hemos transitado de una condición aún peor, más opresora, la clandestinidad, hasta ésta mucho más tranquila. Nos hemos liberado. Somos mujeres que hemos tenido que ser reconocidas o nacionalizadas. Somos un paradigma de la condición humana que todos pueden ver. Personas en proceso, en transición. Personas trans. Y este derecho al cambio social liberador, al no esencialismo, es lo que reivindica el feminismo para todo ser humano.

Nosotras hacemos una transición dentro del sistema sexo-género. Al hacerla, nos demostramos a nosotras mismas que ese sistema no significa un condicionamiento inexorable de las personas, y se lo demostramos a todos cuantos nos miren. Con otras palabras, probamos que una misma persona puede aceptar unos condicionamientos sexogenéricos u otros; emerge la condición de persona, la condición de consciencia, como independiente, distinta, superior a esa clase de condicionamientos. Nosotras no nos hemos encontrado a gusto como personas condicionadas masculinamente; hemos preferido condicionarnos femeninamente hasta donde hemos podido y pueden nuestras técnicas y también nuestras estructuras sociales y culturales. Hay quizás también algún factor biótico que nos ha predispuesto más o menos a todo esto, pero sobre todo hay un factor de voluntad. No sólo éramos trans en el secreto de nuestras almas; hemos combatido (acaso fracasado) por ser trans a los ojos de todos, y este paso triunfante o doliente del pensamiento al hecho tiene por tanto un significado social.

Lo trans, en la palabra transfeminismo, puede sugerir nuestro estilo especial, nuestras asociaciones propias. Lo mismo que se puede hablar del feminismo de otros grupos singularizados. Estoy segura a la vez de que las aspiraciones últimas del transfeminismo no pueden ser distintas de las del feminismo, aunque las inmediatas puedan ser diferentes, porque el feminismo es esencialmente un movimiento por el ser humano, protagonizado por algunas mujeres pero que puede ser también obra de cualquiera que se defina como persona, y cuyas consecuencias están siendo no sólo el bien práctico de todas las mujeres, sino el de todas las personas.