lunes, diciembre 31, 2007

Del año viejo al año nuevo



A veces es conveniente simplificar. Estoy entrando en distinciones obsesivas y debo volver a lo principal. Esto es lo que he descubierto y analizado muchas veces sobre mi personalidad:

Ambigüedad:

¿Es verdad que soy una persona algo ambigua? Sí, es verdad. Hay ciertamente un pequeño porcentaje de varones hipoandrogénicos -sensitivos, sensibles, sentimentales-y yo figuro entre ellos. El "test de los juguetes" que he inventado me lo demuestra. (Lo he puesto en CarlaAntonelli.com)

Disforia:

¿Es verdad que soy una persona disfórica? Sí, lo soy y mi disforia se centra en lo masculino muy definido y en la genitalidad masculina quizá como símbolo de todo ello. Esta segunda es la que me ha llevado a la operación. La inadaptación que es la disforia está entre lo más sólido que hay en mí y vuelve continuamente, aun cuando intento superarla.

Intentos de adaptación:

¿Es verdad que en mi niñez y adolescencia reaccioné ante el sistema ambigüedad-inadaptación o disforia, generando una serie de fantasías adaptativas -el Esclavo, el Príncipe, el Cambio de Sexo, el Grumete-, con las que pretendía conseguir aceptación y cariño? Sí, es verdad, y también que en tres de ellas subsistía la identidad masculina y sólo en una soñaba con un cambio de identidad.

Homoafectividad:

¿Es verdad que soy básicamente heterosexual, pero la falta y necesidad psicoevolutiva de afecto masculino, hace que sea muy homoafectivo -Walter, Philippe, Equis-, pero no homosexual, aunque la homoafectividad se deslice a veces hacia la sensualidad? Sí, es verdad; mis sentimientos se han relacionado siempre con varones.

Débil heterosexualidad:

¿Es verdad que mi agrado por la mujer no ha llegado a ser verdadero deseo, fuerte y estable, por lo que no hubiera podido establecer una relación duradera ni mantener una relación sexual con ella más allá de las caricias? Sí, es verdad y por eso no he podido ni querido casarme.

Transición positiva:

¿Es verdad que he conseguido cierto bienestar, estabilidad y equilibrio desde que he hecho mi transición y me he operado? Sí, es verdad. Esto es un hecho, que debe ser respetado como hecho, y también que, para situarla en sus términos reales, no puedo pretender asumir una identidad de mujer, que no es propia de mí, sino una identidad ambigua, que puede designarse con palabras como travesti o trans.

Pues ya está. Tengo que mantenerme firme en estos hechos, que no son hipótesis, ni interpretaciones, sino los hechos entre los que vivo.

domingo, diciembre 02, 2007

Reivindicación del travesti



Comienzo a dedicar esta página, especializadamente, a la identidad travesti. Va a ser una página para personas que se reconozcan como travestis, más que como transexuales. Un travesti puede quitarse la ropa de mujer y volver a vivir como un hombre. Pero sigue siendo travesti.

Entiendo esta palabra de la siguiente manera. Se refiere a una persona XY que mantiene una identidad masculina pero necesita expresarse con algunos elementos femeninos.

Los travestis -empleo deliberadamente el género masculino- pueden ser desde transformistas a drag queens, o transvestistas en la intimidad, o transgeneristas, e incluso en algunos casos pueden emprender diversas operaciones de reasignación de género.

Lo que les caracteriza no es la intensidad o la permanencia de los cambios de género que emprenda. sino la subsistencia de su identidad masculina de origen a la que se une la conciencia de los elementos femeninos que incorpora.

En eso se diferencia de la identidad de las transexuales, que propiamente son las personas XY que mantienen una identidad femenina y se identifican completamente con las mujeres.

La palabra traveti es la que primero aprendí a decir para describirme y la que más ternura despierta en mí. Ahora, al haber pasado ya dieciséis años desde que empecé una transición de género, es en la que me identifico.

Me alegro mucho de que siga utilizándose en la Argentina, para referirse a todas las trans que viven la terrible épica de la prostitución. Eso me hace hacerla mía aun con más fuerza, como un honor

Conferencia en la Universidad de Granada



Publicado previamente en http://CarlaAntonelli.com



No soy partidaria de la falsa modestia (se es lo que se es, ni más ni menos), de manera que voy a contar cómo fue la conferencia del otro día en la Facultad de Pedagogía de Granada.

La clase estaba llena de alumnos. La profesora me presento diciendo que “mis alumnos me adoraban”, lo que me alegró y pensé que era casi verdad: me querían y eso es más que suficiente.

Me senté en el borde de la mesa, costumbre de profesora, y empecé a hablar, rápidamente, de que ya se sabe cuál es la diferencia entre homosexualidad y transexualidad, la expliqué en pocas palabras para quienes no se hubieran enterado, y me metí en lo que he descubierto hace pocos días: que hay una identidad fáctica y una identidad desiderativa, pero que ambas son identidades (lo podéis ver explicado con más detalle en el “Comentario de la Semana” anterior)

También en pocas palabras, la fáctica es el concepto de lo que soy, que a veces es muy frustrante, y la desiderativa es el de lo que quiero ser, a veces como respuesta a esa frustración, por lo que no es un deseo cualquiera, es un ansia muy fuerte.

Lo que quería hacer, al empezar de esta manera, es que vieran que el fundamento de la transexualidad es común a todos los seres humanos; que no se creyeran que somos personas raras, sino que comprendieran que nuestras motivaciones son las de todos, aunque sean más intensas y radicales en nuestro caso: el descontento por lo que se es (algo normal), el deseo y hasta la necesidad de ser algo mejor.

Les expliqué que las identidades desiderativas pueden ser realistas o no realistas, pero siempre expresan lo que la persona es, aunque sea simbólicamente, y lo que le falta y por tanto desea.

Les puse como ejemplo de identidad desiderativa poco realista la de las muchachas que sueñan con ser modelos; les dije que, a lo mejor, novecientas noventa y nueve de cada mil no lo consiguen, pero que eso expresa una realidad afectiva: necesitan ser reconocidas como bellas por todos, necesitan ser deseadas y queridas para sentirse vivas.

También les expliqué que la misma persona puede tener varias identidades desiderativas, y les dije que en mi adolescencia formé tres, muy diferentes, unas más realistas que otras, pero no les concreté cuáles, porque no era el momento y para dar más suspense a la conferencia.

Ya entonces pasé a la segunda parte, más centrada en la transexualidad, y les dije que una decisión tan difícil se explica sólo si hay un verdadero conflicto (en la identidad fáctica)

Les insistí en que la palabra “conflicto” suena mal (nadie queremos tener conflictos), pero es algo profundamente natural, la vida es conflicto, e incluso para vivir necesitamos entrar en conflicto: para alimentarme, necesito por ejemplo comer gambas, lo que me hace entrar en conflicto con las gambas, pero tendría que decirles: “perdonadme que os mate, pero os necesito para vivir” (dicho sea de paso, lo mismo nos pasa cuando comemos vegetales, son células vivas las que tenemos que comernos para vivir, lo que es un conflicto también para las coles)

Por eso, que algo nazca de un conflicto es plenamente natural, y a los conflictos puede aplicarse en general el principio de que “lo que no mata, engorda”. Es verdad que pueden acabar con nosotros, es algo profundamente serio, pero si los superamos, crecemos en humanidad.

A mi entender, el conflicto más general para las personas transexuales es el de no sentirnos suficientemente valoradas, queridas o admiradas en lo que somos (lo que nos dice nuestra identidad fáctica) y buscar con ansia los medios para conseguirlo (nuestra identidad desiderativa)

Si por medio llega el pensamiento, para un muchacho, por ejemplo, de que las mujeres son más deseadas, queridas, valoradas, protegidas, admiradas que los hombres y que si él fuera así, los hombres lo mirarían con mejores ojos, ya está construido el esquema de la transexualidad (y más si en su situación fáctica se siente rechazado, no querido, desvalorado, amenazado, despreciado por los hombres)

Si la situación es duradera, su respuesta será también duradera y formará una transexualidad estable, que se queda formando parte de la personalidad, que es un recurso de supervivencia ante un conflicto grave.

Por ahí más o menos (por lo que recuerdo más lo que ahora añado) terminé mi exposición y pasamos a las preguntas. Los estudiantes me sorprendieron por su madurez y por los conocimientos previos que permitían que el diálogo fuera entre personas que sabían de lo que hablaban. Todas las preguntas, empezando por la que hizo para romper el fuego, una chica de negro de la primera fila, fueron interesantes.

En dos de ellas, planteadas por chicas que estaban más al fondo, mis respuestas fueron –ahora me doy cuenta- verdaderas, pero algo inexactas.

Planteé que el conflicto que genera la transexualidad puede deberse a que la persona, tal como es no se halla dentro de los estereotipos de género. Dije que el género es un continuo que va desde Schwarzenegger a Marilyn Monroe y que está claro que la mayoría de las personas no estamos en esos extremos, pero que en nuestra actual cultura funcionamos como si lo estuviéramos; hacemos de uno el modelo “varón” y del otro “mujer” y nos empeñamos en meternos en la casilla. Las personas que luego seremos transexuales nos sentimos más lejos del extremo y con menos ganas de meternos en él, “yo estoy aquí” (señalé más o menos cerca del medio, pero a la vez en la mitad masculina) y entonces, simplificamos también, y decimos “si no soy A, o si no puedo ser A, entonces sere B”, con lo que nos vamos de un extremo a otro.

Entonces, una de las alumnas vio que, si en la cultura del futuro estuviera más clara la idea de continuo, y cada uno pudiera decir con naturalidad dónde está, la transexualidad dejaría de tener razón de ser, porque por ejemplo los varones más femeninos se sentirían reconocidos y valorados como tales varones más femeninos y yo le dije que sí, creo que equivocándome en el momento. Es cierto que, si las variaciones de género son reconocidas por una cultura, los conflictos motivados por ellas se acabarán, y habrá menos razones para ser transexual, porque se podrá ser ambiguo con toda naturalidad, sin tener que dar el salto de identidad; pero he pensado ahora que tampoco quiero poner el énfasis en lo del continuo, porque sé que existen a) personas muy ambiguas que no son transexuales y b) personas transexuales pero que no son nada ambiguas, que son varoniles, vaya, y sin embargo necesitan cambiar de sexo, por ejemplo. Esto hace ver que lo decisivo no es lo del continuo, sino lo del conflicto; esas personas transexuales que digo, varoniles y como sea, han tenido en su niñez gravísimos conflictos que les han hecho rehusar cualquier forma de masculinidad.

Luego, un alumno de las primeras filas, casi treintón, me preguntó por lo de mis identidades alternativas. Le conté que, en mi niñez, formé tres ideales de futuro: uno, el cambio de sexo; otro, la admiración por los príncipes (tal como vi la vida de príncipe en “El Príncipe Estudiante”, una película que me hipnotizó), y que me hizo desear haber sido un príncipe, porque era admirados, deslumbrantes y queridos, lo que yo no era; y el tercero, el ser marino mercante, lo que yo me imaginaba en el puente de mando de un barco surcando las olas de noche.

Analicé los otros dos sueños; el segundo, evidentemente es irrealista, pero si se hubiera realizado en algún grado, siendo yo por ejemplo el hijo de un marqués ¿hubiera satisfecho suficientemente mis ansiedades afectivas? No lo sé, pero creo que sí.

El segundo, me parece arquetípico, según el concepto de Jung, un símbolo básico de la vida: el barco es un símbolo fálico, sin duda, y el mar es un símbolo femenino. Es un arquetipo masculino, se mire como se mire, y expresa la parte masculina de mi personalidad (aunque también había la necesidad de ser querido: quise ser también grumete, como el niño de “Capitanes intrépidos”, que encontró el amor de un padre en el marinero portugués que hacía Spencer Tracy)

Entonces lo dejé ahí, pero ahora añado: me voy a lo que dije antes sobre personas viriles que son transexuales debido a hondos conflictos. En mí puede haber esa forma de virilidad, pero también ha habido fuertes conflictos que son lo que me ha hecho transexual.

La profesora me pidió que hablase de mi militancia y de cuáles son las tareas que nos quedan, y respondí que ahora, en España, hemos conseguido todos los cambios legales que necesitábamos, o estamos cerca de conseguir los que nos faltan (cirugía por la Seguridad Social en todas las Comunidades), pero que la sociedad ha cambiado mucho menos, y todavía hay muchas discriminaciones en el ambiente; pero haber conseguido ya lo legal nos permite tranquilidad para centrarnos también en la tarea de estudiar lo que somos (que es la que nos puede dar fuerza moral)

Terminamos y los estudiantes empezaron a aplaudir. Yo estaba un poco triste, pensando en que otras veces, después de estas conferencias, esos aplausos han servido para poco. Les saludé con cortedad, pero los aplausos seguían y mis amigos, que estaban allí, me dijeron luego que fue un aplauso largo. La profesora me ha dicho después que la conferencia les había impactado y espero que eso sirva para conseguir lo que todavía no hemos conseguido, lo que le insistí a la profesora antes, a todos durante y a la profesora de nuevo después: la necesidad de que la Universidad española, como las anglosajonas, incorpore plenamente la transexualidad dentro de los estudios de género. Me ofrecí para cooperar con cualquier estudiante que lo quisiera. “Eso es poco usual”, reconoció la profesora, valorándolo. Hasta ahora, he podido cooperar a fondo sólo en una tesina. Ojalá dentro de poco lo pueda hacer en decenas de memorias, tesinas y tesis.

Compañeras



Publicado previamente en CarlaAntonelli.com




Lo más parecido a las terribles experiencias de la mística que se puede tener en la vida diaria es la música. Hoy lo he comprobado una vez más metiéndome en un documental sobre los blues en Inglaterra, en el que ha participado gente como Tom Jones o Van Morrison, cantando, haciendo música y todo eso.

Digo que me he metido, porque como tengo la suerte de tener ahora un amigo músico, y sé cómo funciona su banda, todo lo he visto lleno de vida, a todos unidos en la percepción de algo que está por encima de sus vidas, esa música larga y lenta, quebrada y levantada, suave y rota, que te hace entender de verdad la vida y sentimientos tan hondos que no sabías ni que los tenías, realísimos, clarísimos, y a la vez inexpresables e inexplicables con palabras y por eso, y porque te saca de este mundo y a veces no te importaría ni morirte, digo que es lo más parecido a la mística que tenemos a nuestro alcance la gente corriente.

Como ahora sé cómo funcionan mi amigo y sus compañeros, que son músicos profesionales y muy entendidos de técnica, sé que cuando se reúnen por gusto en cualquier ocasión, no descansan de la música, sino que ponen sus guitarras por medio y aprovechan para tocar y cantar con todo su placer y dedicación, como si no lo hubieran hecho una y otra vez actuando los fines de semana.

Me doy perfectamente cuenta de que, entre bromas y risas, sentados espatarrados en los sofás, hartos de verse desde hace veinte años y sabiéndose de memoria, están unidos por su gusto, pasión, enamoramiento, por algo común a los cinco o seis, común y más grande que ellos, un infinito corriente abierto a todos, la belleza de cualquier vida vista desde dentro, entre cervezas y cubatas, y eso los hace de verdad compañeros y amigos, porque aman lo mismo.

Como sus personalidades están rotas por el amor, se ríen con facilidad, se abren, no entran en los juegos de poder y prepotencia de otro, no fardan, no son engreídos, lo cuentan todo con toda naturalidad, amores, ligues y fracasos, saben situarlo todo en una canción y por eso les dije una vez que, siendo un grupo de heteros, eran lo más parecido a los gays que he visto.

Y de vez en cuando me gustan y los deseo, simplemente porque me gusta lo que hay en sus cerebros, detrás de sus ojos, porque sé que lo comparto.

Me he dado cuenta de que mi sentimiento principal es el compañerismo, seguramente porque me faltó cuando hubiera debido sentirlo por primera vez, entre las cañas verdes de mi niñez.

Yo deseaba por encima de todo tener compañeros que me quisieran y a quienes querer y no lo tenía. Por eso los busco continuamente, en todo momento, de una manera tan natural que no me doy cuenta.

Recuerdo cuando me sentí compañera por primera vez y con orgullo de otros profesionales jóvenes como yo, en un intento de movimiento social o de sindicalismo, en los últimos años de Franco, quizá porque era la primera vez en que me sentí plenamente aceptada y con un sitio en la sociedad. Estoy viendo el aula acristalada en la que nos reunimos y han pasado cuarenta años.

Luego he sentido muchas veces lo mismo, una emoción suave, una fraternidad, cuando me he visto en las Asambleas de nuestra cooperativa, cuarenta personas unidas en un mismo destino laboral, los mismos problemas, las mismas alegrías y los mismos orgullos.

Me gustaba contar los años que me quedaban para estar con mis compañeros y constatar que eran muchos. Cuando ya fueron pocos, sentía la presencia de un corte como el de quien por una carretera se acerca a la barandilla que da a la playa y luego al mar.

Con esto, os podéis figurar mis sentimientos cuando por fin pude vivir en compañía mi transexualidad. La locura de los primeros años, cuando nos vimos entre amigos y amigas transexuales en Zaragoza, a San Sebastián, a Sevilla. La alegría de viajar en un auto en el que los cuatro ocupantes éramos transexuales, una condición tan poco frecuente fuera, y allí estábamos cuatro y de ver cómo nos saludaban los cerros y los llanos a nuestro paso. La paz, la íntima felicidad de convivir con mi amiga y mi amigo, como una familia, casi todo el tiempo juntos, de dormir en su casa, de viajar con ellos, de levantarme e ir a desayunar a la calle entre los árboles con ellos, de que estuviéramos juntos y fuéramos muy felices en la playa.

No creía posible vivir lejos de los y las trans. Eran mi mundo, mi aire, mi vida.

Cuando mis sentimientos se fueron depurando y me conocí mejor, esta unión se extendió a los amigos gays con quienes compartí muchas hermosas y cariñosas horas, sin ser yo gay. Pero nuestras niñeces se habían parecido y también nuestras adolescencias desconcertadas y nuestras juventudes locas y temerarias y reprimidas y sufridoras, todo a la vez.

Luego, la necesidad de ser yo misma o yo mismo por encima de todo me alejó de mis compañeras trans, dejándome vacía y como desamparada, lejos pero a gusto, olvidándome de todo, metida en otras cosas que no tienen nada que ver con las trans: política, historia, filosofía, etcétera.

Hasta que encontré la puertecilla por la que he podido volver a entrar en el jardín de la compañía trans. Ahora sé cómo soy y siento a muchas trans y travestis muy parecidas a mí. También, como con los gays, pero con mayor precisión, rememoro niñez y adolescencia y juventud. Me quiero figurar que todas, en más o menos, hemos compartido las mismas indecisiones y confusiones. Me digo que todas nos parecemos más de lo que nos diferenciamos. Una travesti pone su foto en blanco y negro de cuando tenía doce años delante de ti, y eres tú. El compañerismo, para mí, es casi como el amor. Desearía que nuestras almas entraran una en otra y saber cada vez más de mi compañera, aspirar a saberlo todo y ver parecidos y diferencias conmigo.

Eso es unión. Seguramente, no todas las personas sienten eso, ni siquiera es necesario. El noventa por ciento de mis compañeros en el aula acristalada, el sesenta por ciento de mis compañeros de la cooperativa, el treinta por ciento de mis compañeras y compañeros trans, supongo, me figuro, temo, a lo mejor me equivoco, que no saben lo que es esto y prefieren vivir por libre y por su cuenta. Pero les deseo que lleguen a sentirlo, porque es bello.