martes, septiembre 26, 2006

Men and trans

Porque no te olvides de que el giro que dio tu relación con los hombres, en 1991, en Madrid, fue porque te presentaste como distinto de ellos, como transexual, mientras que ellos eran homosexuales.

Y sólo porque estabas detrás de aquella barrera protectora de diferenciación pudiste descubrirlos, y valorarlos, y empezar a quererlos.

Sé que si tuvieras que elegir entre quedarte en la casa, tan protegida como una mujer de las de antes, o salir a la calle con el canalla, te quedarías en la casa y el gángster soñaría con el momento de volver y encontrar tu cuerpo joven y maravilloso esperándolo.

Pero para ti sería una pesadilla, tener todos los días que esperar que llegue eso feo y áspero, y saber que no tienes escape, para toda tu vida.

En cambio, si a quien esperas fuera un muchacho dulce y tierno como tú, lo esperarías con cariño y con ilusión y con una sonrisa tibia y un poco esquinada para salvar las indudables diferencias, pero te sumergirías en sus brazos diciendo “tú”, “yo”, “tú”, “yo”.

viernes, septiembre 22, 2006

A no ser...

A no ser que todo lo que llevo dicho sea demasiado superficial. Demasiados hechos de conciencia, porque la identidad es un pensamiento que llega a donde llega la conciencia, cuando la naturaleza es tan potente que es inconsciente.

Y mi naturaleza es el hecho de que estoy contenta con mi cuerpo liso y sólo por eso seré mujer.

No hay nada más. No es el hecho de identificarme con el niño de Capitanes Intrépidos, porque me identificaba sólo porque sabía que por fuera era igual que yo: moreno, con los ojos grandes y negros, el pelo ondulado, un niño. Me identificaba porque al verlo me veía, pero lo que yo veía por fuera en mí, era por dentro una mujer, aunque yo no lo sabía.

Estoy hablando de circuitos cerebrales, de correspondencias entre las neuronas y el resto del cuerpo, porque si no, no se explica que alguien nacido varón pueda sentir bienestar con la abolición de sus funciones masculinas y con una forma de su cuerpo que las niega e impide.

Es una impresión tan fuerte, tan constante y primaria, tan indiscutida en mí, que me parece que supera la hipótesis de Lacan de que la transexualidad feminizante sea la derivación del símbolo fálico del ser y del poder a la forma de todo el cuerpo; de ser así, esto sería sólo un pensamiento o un sentimiento, y por tanto tendría intermitencias.

En algunas de ellas, si hubiera bajo ellas un cerebro verdaderamente masculino, no dejaría de aflorar la sexualidad masculina básica, primigenia, más simple y más fuerte que cualquier formación de símbolos.

Otra cosa es que mi percepción de adaptación y de estabilidad sea tan profunda que casi no aparezca en mi conciencia después de la operación, como no aparece el hecho de respirar.

La siento tan fundamental que, por debajo de los juegos de mi conciencia y mi capacidad de comprensión, afirma una condición mujeril básica, incomprendida incluso por mí.

Puedo pensar en otras cuestiones, me disperso y me desoriento, hasta que vuelvo a la evidencia de que estoy a gusto como estoy.

jueves, septiembre 21, 2006

Light men trapped in men's bodies

Para algunas personas trans, no se trata de que seamos mujeres atrapadas en cuerpos de hombres.

Anne Lawrence dice con gracia que somos hombres atrapados en cuerpos de hombres.

Más precisamente, yo digo que somos hombres ligeros atrapados en cuerpos de hombres, o inadaptados a la masculinidad generalizada. Me parece que el concepto de hombre ligero, u hombre light, tiene futuro.

Por eso, uso alternativamente el género masculino y el femenino al hablar de mí y por eso me defino como travesti.

Resumen por ahora

Voy a resumir lo que estoy planteando para dejarlo claro:

Lo primero. No pretendo hablar de toda la transexualidad, sino sólo de una clase de transexualidad.

Lo segundo. Digo que hay un proceso masculino que genera una forma de transexualidad feminizante.

Lo tercero. Este proceso masculino se explica sólo por un trauma y las consiguientes reacciones de equilibrio y adaptación. Es un proceso adaptativo.

Lo cuarto. El trauma puede proceder de las dificultades de adaptación de una masculinidad constitutivamente hipoandrogénica.

Lo quinto. Este proceso se parece al que genera algunas formas de homofilia/homosexualidad y se diferencia en que se plantea como un conflicto identitario.

En estos planteamientos, yo sencillamente descanso. Me liberan de un vértigo identitario que consiste en no poder sentirme un hombre como otro cualquiera, pero tampoco una mujer como otra cualquiera.

Me dan una solución simple y sólida, fundada en mi experiencia: me parezco a los homosexuales que me gustan y a los que quiero, y que me resultan mucho más cercanos que los hombres heteros.

No necesito que nadie me confirme lo que siento, porque es lo que yo siento, y aunque fuera la única persona en el mundo que sintiera esto, diría: “Yo soy así”.

Pero necesito que si alguien de quienes leéis estas líneas siente
de manera parecida, me lo diga, para poder hablar en general con más fundamento, no basándome sólo en mí. Al fin y al cabo, lo que pretendo es explicarme y explicar en general esta forma de transexualidad feminizante, por si a alguien le sirve de algo.

miércoles, septiembre 20, 2006

Compañeros del alma

En una terraza alta, a contraluz, veo a Ene Ele Efe, una figura en negro, con sus características orejas sobresalientes.

Luego, por el camino que hay bajo ella, pasa con una moto a toda velocidad, arrogante como es él.

Tengo suerte de tener una librería en mi misma casa, en los bajos; pero luego veo que las altas estanterías están muertas, inmovilizadas, desertadas.

Cuando me despierto, entiendo por fin mis perplejos sentimientos hacia Equis. Me acuerdo muy bien de que lo que me atrajo cuando lo conocí fue su secreta fuerza, su autoridad silenciosa, la imagen senatorial de su firme belleza romana.

Lo veía como un hermano mayor, mucho más vivido en amores y experiencias que yo, por lo que sentí que nunca iba a encontrar ya a nadie como él, marqués, seguro, firme, enamorado de la música.

Bello por su grandeza, digno de admiración, lo que siempre he deseado (y él también ha deseado, como en una cadena de admiraciones)

Luego, naturalmente, he conocido sus debilidades, comparables con las mías, como producidas por las mismas aflicciones por tantos agravios. Pero ahora puedo sentirlo cerca de mí, parecido aunque distinto de mí, afligido como yo, compañero mío, palabra para mí muy grande.

A la vez que desentrañaba las preguntas sobre mis sentimientos por Equis, en esta misma noche, vuelvo a sentir, con absoluta claridad y dignidad, que toda la historia de mis sentimientos está en la homofilia, hasta el punto de que es casi igual que una historia homosexual, pero sin excitación física.

Es un sentimiento de profunda verdad, sereno hasta el punto de que supero mi acostumbrada inquietud y desasosiego, en el que puedo descansar con toda estabilidad.

En su fondo hay el deseo primero de un hermano mayor, lo que sentí por Walter; y con necesidad ya, por Philippe.

Luego Ene, que me dio intimidades compartidas, alegres y hermosas, viajes nocturnos y felices, pero con quien todo fracasó porque es demasiado egoísta y cruel, y luego Equis, estabilizándolo y compensándolo todo, mi Philipe finalmente de verdad.

Con Philippe y Equis he llegado a sentir que me transformaba en ellos, viendo su figura en todo mi cuerpo, como máximo de la admiración, lo que me hace pensar que si todo ello me hubiera llegado en la adolescencia, en mi crisis radical, mi masculinidad se habría desbloqueado, primero homosexual y luego, tal vez heterosexualmente. Pero no fue así.

lunes, septiembre 18, 2006

Interpretación

De lo que he contado, saco la siguiente interpretación. Mi inadaptación al promedio varonil, difusa en la niñez, se definió en la pubertad como masculinidad pobre, manifiesta en los siguientes factores:

Atracción sexual hacia lo femenino, pero nunca concentrada en nadie y muy poco corporalizada (interés por los pechos)

Rechazo de las mujeres concretas al ser previsible alguna relación, por razones estéticas fundadas en mil pretextos.

Rechazo sexual hacia lo masculino, físicamente determinado (piel, facciones, formas, etc)

Idealización de la homofilia o intensa amistad intramasculina, que incluye la valoración de la belleza y la afinidad personal.

Rechazo, desagrado, incomprensión, desinterés por las funciones sexuales masculinas (penetración) y negación a identificarlas como mías.

Rechazo, repugnancia, vergüenza a ser entendido como varón heterosexual.

Afán de amputación de las adherencias genitales que devuelve a mi cuerpo unas líneas puras que lo hacen digno de amor infinito y me permiten la afirmación de mí.

La potenciación de la homofilia podría haberme hecho más aceptable a mis ojos en la adolescencia (asexualidad u homosexualidad pasiva), pero no hubo ocasión, por lo que la profundización de estos tres últimos sentimientos me ha llevado a un proceso de origen masculino que es mi transexualidad feminizante.

sábado, septiembre 16, 2006

Excitación

Llegó la pubertad, una eternidad de tres o cuatro años después, de una manera fea. La voy a contar.

Me caí de la bicicleta y estuve a punto de despeñarme por un puentecillo de la carretera. Del susto, me salió una erupción que hizo que aquel órgano se pusiera como un cactus y empezara a picarme de tal manera que acabó por salir lo que creí pus podrido.

Por entonces, estaba ya tan inadaptado, que empecé a pensar otra vez en cambiar de sexo y en mirarme en el espejo y en vestirme. Pero, para mi disgusto, con aquello llegó la excitación, que me molestaba porque rompía la figura que quería poner sobre la mía, una imagen apacible y suave, limpia y educada.

La excitación era como si mi cuerpo fuera por un lado y mi mente por otro. Me di cuenta entonces de que era como si mi deseo saliera de mí para volver a mí, como si hiciera un matrimonio conmigo mismo.

Auto-gine-filia es la palabra; amar a la mujer en sí mismo. Pero en lo que se equivoca Blanchard es en que no se trata de buscar el placer (la prueba es que por lo menos en mi caso, yo no lo buscaba, lo rechazaba), sino que hay profundas cuestiones de identidad, de afectos, de autoaceptación debajo, de sufrimiento, de inadaptación, de buscar una mejor adaptación.

viernes, septiembre 15, 2006

Resquebrajaduras

Ese niño que era yo, que se sabía niño, tuvo sin embargo su primer sentimiento transexual con nueve o diez años, como consecuencia de lo inadaptado que se sentía en el mundo de los varones.

Para llegar a su colegio –un colegio de niños-, tenía que pasar cada día delante del colegio de niñas, del que, por comparación con el suyo, sabía que era limpio, ordenado y muy bien educado.

Los búcaros con flores delante de un cuadro de la Virgen, en una sala soleada, era lo que mejor lo representaba. Sabía que allí estaba todo lo que valoraba y no en su colegio, áspero como el papel de lija.

Su triste pensamiento, sólo triste, de tristeza infantil, fue éste: “Si yo hubiera nacido niña, iría a este colegio”.

Esa reflexión fue por eso una cuestión de adaptación identitaria, que se convertía en cuestión de género sólo porque el colegio donde iba pero no se hallaba era un colegio de niños, y por tanto, todo lo que le desagradaba recibía la etiqueta de lo masculino.

Si en ese colegio hubiera tenido la suerte de encontrar un amigo querido parecido a él, todo hubiera sido distinto. Su inadaptación respecto a los otros niños hubiera tomado una forma menos esquinada, “¿por qué”, por ejemplo, “hay tan pocos compañeros que me gusten y me entiendan?”.

Pasaron luego dos o tres años sin más novedad que mis compañeros empezaron a darme de lado, por considerarme mariquita, con gran sorpresa por mi parte.

Porque yo pensaba que no era mariquita, aunque fuera diferente de ellos. Mi diferencia parecía consistir sólo en que yo era intelectual y ellos, futbolistas; y yo introvertido, y ellos extravertidos y expansivos; y yo timido, y ellos descarados.

No más, a primera vista, de la diferencia que pudieran tener, por ejemplo, con Juan Ramón Jiménez, que también tenía ojos profundos y negros como yo.

Incluso, en algunas cosas, menos, porque él había escrito lo de “Platero es pequeño, peludo, suave…”, que a mí me encantaba, desde luego, y se hartaba de escribir de rosas y flores, pero yo empecé a escribir una historia en la que proclamaba un pequeño país independiente en los encinares de la Umbría, y hacía una guerra de guerrillas frente a la Guardia Civil.

Pero Juan Ramón Jiménez se dejó una barbita alrededor de la boca, que parecía convencerle mucho, se casó con Zenobia, que se llamaba igual que una reina de Petra, y cuya institutriz fue la madre de nuestra institutriz, mientras que en mí, la identidad, por lo menos en su superficie consciente, seguía resquebrajándose y abriéndose.

¿Por qué?

sábado, septiembre 09, 2006

El torbellino de la identidad

Había pensado que la identidad era sólo un concepto, una idea de sí mismo, que por tanto podía ser aprendida y también falsa, porque puede haber ideas falsas. Ahora pienso que la identidad es un entendimiento, que no se forma por aprendizaje desde fuera, sino por una lenta emanación de la experiencia interior, que te va diciendo “aquí me pongo” o “con éstos voy”.

Mi identidad estaba formada con cinco años, cuando me puse a comparar los tebeos que yo leía, los del “Guerrero del Antifaz”, de aventuras, que medio me interesaban, con los que se suponía que debían gustarle a mi hermana, más pequeños de formato, románticos, llenos de largas cabelleras con rizos y de grandes flores y comprendí que no sólo no me interesaban, sino que me resultaban extraños y aburridísimos. Tampoco a mi hermana le interesaban gran cosa, desde luego.

En la playa, descubrí la fascinación por la audacia y la libertad de los barcos, los que se veían pequeñísimos en el horizonte, y que podían ir de cualquier punta del mundo a cualquier otra punta. Y también allí, el interés que no puedo definir por una casita para los niños, pero a su escala, con cuartitos de su tamaño, y ventanas y escaleras, y un segundo piso al que era posible asomarse y una torrecilla. Estaba en el gran jardín de una casa que se llamaba La Najarra, y me abría posibilidades de dominio, y de expresión, y de paredes blancas, no sé. Un cobijo, yo detrás de una ventana…

Pero inmóvil, y por eso mucho menos interesante que un barco, que también ofrecía un camarote, y ojos de buey, en movimiento. La movilidad sé que es una experiencia masculina y por eso a los varones les interesan tanto los vehículos de todas las clases imaginables.

Pero había un ámbito en que lo masculino no aparecía en mí: no recuerdo interés por ninguna niña. Punto. Puedo exceptuar un poco a Isolde, porque era hija de alemanes, rubiecilla, alta como yo y tímida. En estos dos puntos se establecía una vaga afinidad.

Pero sobre todo, era incapaz del impulso básico masculino, correr detrás de las niñas, alegremente, como un cazador. ¿Decirle yo algo a una niña, luchar disfrutando contra su desdén? Inimaginable.

Conforme fui creciendo, esta manera de ser se reafirmó y no sólo no hubo muchachillas que me fascinaran más de un minuto y a las que no les sacara enseguida los defectos, sino que nunca me imaginaba la sexualidad con ellas, en todo caso la compañía y, más profundamente, imaginar en mí esa sexualidad me avergonzaba y me repelía. Por eso he podido renunciar a ella despreocupadamente.

Tampoco es que me interesaran por otra parte los chicos. La mayor parte de ellos me molestaban y me intimidaban. Sobre todo, me parecían extraños y desagradables, por ser hostiles y ásperos.

Por eso, creo que las únicas personas que me interesaban algo, sin que su sexo tuviera mucha importancia, eran las pocas que sentía afines a mí, por su timidez y su delicadeza, como Isolde, de quien ya he hablado, o uno de los dos mellizos rubios de la playa, de mi edad. El mayor era masculino e insolente, y sonreía con jactancia, pero el menor era huidizo y sensitivo. No llegamos a ser amigos, pero me hubiera gustado mucho, porque era como yo.

A nadie más recuerdo así. Todos los otros presentaban esa masculinidad tensa, que formaba una barrera entre ellos y yo. Todo esto lo entiendo con claridad ahora. Entonces, simplemente lo sentía, desordenadamente.

Quizás, lo pienso ahora, en el colegio tuve dos compañeros que eran francamente guapos y atractivos, Gámez y Martín García, dotados de esa belleza angulosa, fresca y sana, tan perfectamente masculina. Pero estaban muy lejos de mí y no dejaron huella en mi vida.

jueves, septiembre 07, 2006

Un secreto

Cuando los psicólogos esgrimen un repertorio de frases hechas como “tienes que quererte a ti mismo”, no se toman a sí mismos en serio, al pretender consolarte a cualquier precio.

Cuando comprendan la realidad, se darán cuenta de hay situaciones que son trágicas y resultan inconsolables, como el hecho de que tengas más de sesenta y cinco años, que siempre hayas deseado el amor y que nunca nadie te haya querido ni deseado.

En realidad, sólo ese día, esa noche. Cuando aquel hombre esmirriado, en medio de tu desesperación, te vio desnudarte, y aparecieron tus brazos, tu torso, tus piernas desnudas, de veinte años, delante de sus ojos admirados, él ya entre las sábanas, y que luego te penetrase con cuidado, sin que te doliese, ni te dejara por otro lado ningún recuerdo de la sensación, por primera y única vez en tu vida.

¿Qué significa que te quieran? No lo sabes.

Estas noches de verano tienen la ventaja de que puedes ver tus brazos, incluso tus piernas, en el entreluz de tu alcoba. Nadie los ha querido nunca y así llegarán al momento de su descomposición. Pero ¿qué habrán sentido?

Puedes recordar los momentos en que tuviste la esperanza de ser querido (o valorado, como te valoró aquel amante de una noche) y cómo se vieron frustrados.

Una noche, alguien muy importante, cuando tenías cuatro o cinco años, te dijo: “Voy a pintarte tu escudo”, y te acuerdas perfectamente de cómo esperaste que aquello fuera una especie de revelación sobre ti.

Pero él quería bromear y pintó el escudo y en él un amasijo de fideos, porque eran los años del hambre y tú los tenías aborrecidos de cenarlos todas las noches.

Hoy te acabas de acordar de que uno de aquellos veranos, en la playa, él se entretenía construyendo cometas con cañas y papel de colores, algo maravilloso.

Ataba las cañas con hilo fuerte, con sus habituales movimientos enérgicos, y luego pegaba el papel sobre el hexágono de hilo con que unía sus extremos, con unas muescas.

Seguramente las hacía por ti, pero acababan siendo para él. ¿Por qué tú no recuerdas la fuerte tracción del hilo en tus manos, su tensión curvándose bajo su propio peso y atraído por la superficie tirada por el viento junto a la orilla del mar?

Ayer tuviste que salir inesperadamente para hacer un favor que necesitaba Álvaro, y luego no pudiste hacer nada por él, pero esa casualidad de tener que salir permitió que se lo hicieras a Yorick, que nunca se enterará.

Al pensar en todo ello, piensas que te hubiera gustado poder deshacer el tiempo y que Yorick y tú tuvieseis dieciocho años a la vez, como compañeros de clase.

Puedes imaginar que te hubieras sentido a menudo un doble de él, que tus brazos se transformaban en los de él, e incluso tus mejillas y tu barbilla y tus ojos que se profundizaban.

Y que compartíais todas las alegrías y aventuras que se pueden vivir juntos y con cariño con dieciocho años.

Os hubierais comprendido muy bien y hubierais sentido juntos del gusto por la literatura y quizás hasta la fascinación del mar.

Eso es una buena amistad de juventud. No la tuviste.

La consecuencia de todo eso es que ahora tienes que vivir como mujer porque tus sentimientos se han retorcido como raíces hambrientas y te han llevado a esta dramática forma de expresión.

Lo único que puedes decir con toda verdad es que estás castrado, que eres un castrado por tu gusto y por tu necesidad, y que llevas falda para que todos lo sepan y entiendan algo de tu historia.

miércoles, septiembre 06, 2006

Del sinvivir a vivir

Al darle más que vueltas a las cosas (es mi carácter) a veces se me pierde de vista lo fundamental.

El otro día tuve una conversación con un amigo y me recordé a mí misma que antes de mi transición no me sentía vivir, porque era como si estuviera en una sala de espera, mientras que desde entonces, siento que vivo mi propia vida.

La mía. Tampoco la de una mujer (también me sentiría extraña) La de Kim, que mañana a mañana tiene que descubrir en qué consiste eso, pero lo hago con un sentimiento fundamental de bienestar y de paz.

Y de realidad. Mi vida verdadera, con sus problemas y sus equilibrios y alegrías. Me ha permitido sobre todo tener amigos y amigas que me enorgullece que estén ahí, como un regalo de la realidad.

Gracias a ellos, mi vida está fundamentalmente llena. Y están ahí porque me ven como yo necesito que me vean.

De eso es de lo que sirve el proceso transexual, siga los pasos que siga, cada cual a su manera, con sus necesidades, sus posibilidades y sus imposibilidades.
Porque como esto que digo no es fácil para todo el mundo, que cada cual dé el paso que pueda en las tierras de la realidad. Yo he llegado tarde para el amor, pero no para la amistad. El terreno de la red está hecho para la amistad, incluso para llorar de verdad sobre un hombro virtual.

viernes, septiembre 01, 2006

Mi forma

El otro día vi unas fotos en una revista sobre el tipo de Beyoncé, o también el de Jennifer López, o el de Shakira, presentándolo como una alternativa a la estética anoréxica de las pasarelas.

Las estudié y comprendí que la cuestión, tal como las fotos se centraban, estaba en el estilo físico de amplias grupas y líneas suaves de las tres.

Lo curioso es que eso me trajo al pensamiento la forma actual de mi cuerpo y mis profundos sentimientos de autoaceptación.

Es que me agrada su lisura y su forma ahusada, ligera y fondona a la vez (la realidad es que también tengo una barriga como la Venus de Willendorf, pero puedo hacer caso omiso de ella al pensar en las sensaciones que me da mi cuerpo)

Y resulta que me identifico con los cuerpos de ese tipo de mujeres o me hacen sentir lo que previamente he sentido en mí o me hacen ver por fuera lo que primero he visto por dentro. Es sorprendente; eso rompe todos mis esquemas y por tanto debe ser verdad.

Me encuentro, como ellas, serena y confinada en el fondo de una forma limitada, pero que halla toda su fuerza en su propia línea, esbelta como la de un óvalo.

Contenida y sedosa, tímida porque lo más contrario a ella sería pretender imponerse, sino que quiere sólo ser acariciada en su lisura, y ancha por abajo porque tiene que dejar sitio paraa guardar todo lo que guardan las cápsulas.

Ser así; sentirme desde el vientre, liso y suave como lo que corresponde al hueco de la mano y elevándose por las líneas del torso con blandura.

Precisaré que éste no es un sentimiento de autoginefilia; es una sensación de autofilia, de amor a la forma de mi cuerpo antes de cualquier otra consideración, como si dijera antes de saber que existen las mujeres.

Rompe incluso con mucho de lo que llevo dicho, porque no tiene nada que ver con la identidad social masculina de la que he hablado que me encuentro.

No es un pensamiento, es una sensación, tan íntima y tan grata que incluso quisiera reservarla para mí, no hablar de ella durante muchos días para sentirla bien y empaparme en ella.

Y me parece que no tiene nada que ver con que me atraigan esas mujeres; es más bien que me encuentro igualada con ellas, entendiéndolas en sus propias sensaciones. Vistas desde fuera, ese tipo de mujer me molesta incluso difusamente, me molesta el olor marítimo que intuyo en ellas; no es que me atraigan; es que al verlas me comprendo mejor a mí misma o puedo sentir en ellas lo que previamente he sentido en mí.