martes, abril 22, 2014

Sumisión condicional



  1. En mí hay un sentimiento muy de mujer, que es el que acabo de poner en el título. Es elemental y primitivo, no hay en él nada de ternura, aunque sí un cálculo de poder.

    Por él, me atraen los hombres muy poderosos, física y socialmente. Me los imagino grandes, digamos de tres metros, gruesos, digamos de unos trescientos kilos, calvos, con barba gris de unos diez días, que pinche, peludos en brazos, piernas, espaldas, hombros (me encantan los pelos), y temibles. 

    Es un sentimiento animal, que me hace temblar las piernas. Tienen que ser unos mafiosos, o unos asesinos, o unos guerreros mortales. Pero eso sí, que a mí me eximan de sus agresiones diarias. Que me quieran. Que se enternezcan por mí.

    Que yo sea una maravilla para ellos. Yo, con mis veintitrés años. Que me manden todo lo que quieran, pero que me adoren. Yo les ofreceré como contrapartida mi obediencia gentil, sonriente. Pero que me tengan al margen de todo daño.

    Que sean feroces con el mundo exterior, que muerdan y golpeen, pero que a mí me acaricien.

    Físicamente, acepto cambios. Que sea un hombre cincuentón, duro, con una pistola bajo la chaqueta. Bogart. Gángster o antigángster. Que huela todos los días el peligro y el miedo.

    Y que se acueste conmigo todas las noches, palpando la seda, en un refugio.

    Yo no creo que llegue a quererlos, pero sí los admiraré. 

    Me sentiré orgullosa de que me hayan elegido.

    Y tranquila de que estén conmigo. 

    Por cierto, no sentiría nada de eso con una mujer. 

    Demasiado poco fuerte para mí.

    Demasiada poca masa.

    Las manos demasiado pequeñas. 

    Aunque sea dura. Pero la dureza de una mujer está demasiado cruda y seca.

    Es antipática, y ya está. No hay más misterio.

    Ésos dejan secos a otros, te dejan seca a ti si les pillas en mal sitio, pero después se deshacen contigo y son blandos, es decir cariñosos, mientras te envuelven en sus brazos, mientras te besan con sus labios gruesos, mojados y calientes.

    Me parece que son muchas las mujeres que se reconocen en esto. Los hombres, no. Cuando son sumisos, les gustan las mujeres, las dominatrix, no sé por que, y en esto hay una especie de juego que impide tomarlo en serio.

    Lo que digo yo es más serio, más natural y biótico.

    Hablo de sumisión, pero es condicional. El hombre fuerte debe crear un espacio protegido en torno a mí. Duro para los otros, pero blando frente a mí. Es decir, debe crear un círculo seguro en torno a mí.

    Yo debo ser joven, bella, atractiva. Ésta debe ser la razón primera por la que él se maraville al verme, me quite todos los peligros, no se atreva casi a tocarme. Que me respete infinitamente por mi belleza y mi gracia.

    Esto responde en mi mente a la estructura biótica de una hembra animal, de las que tienen madrigueras (madri-gueras: de madre, como matri-monio)

    Necesita un espacio seguro y limpio para parir y criar a sus hijos. 

    Necesita un macho terrible, que a ser posible, con sus aullidos ahuyente todo peligro. Segura, en terreno propio.

    Pero yo soy humana, soy transexual, no he tenido hijos. 

    Sí, pero una parte de mis estructuras mentales son de hembra animal.

    Como estoy haciendo ver, la sumisión es condicional. De hecho, ella es la que le da permiso al macho para que se venga con ella. Ella se puede ir.

    Esta tendencia, como de costumbre, la estropeamos los humanos. La sumisión islámica de la mujer es que es el hombre quien elige, no ella. Puede verse sometida, sin remedio. Ella no puede irse, por lo menos en la práctica. ¿A dónde? No sin mis hijos.

    Yo también lo habría tenido difícil en la práctica. Si con veintités años, siendo ya bella, una mujer, teniendo una piel perfumada de forma natural, como la tenía, me hubiera encontrado un hombre duro de los que me hacen temblar las corvas, y sabiendo lo que ahora sé, me hubiera dicho:

    “¡Alto ahí! Te desea, ¿pero estás segura de que te quiere? ¿Y si es un bruto, que nunca va a entender nada, que siempre va a hacerte sufrir?”

    Por tener la experiencia, me hubiera ido con él, pero dispuesta siempre a irme en cuanto me hartara.

    Me parece que la mayor parte de las mujeres entienden lo que estoy diciendo. La mayoría son sumisas condicionales, aunque la primera palabra de esta afirmación no se pueda decir hoy con corrección política.

    No encuentro estadísticas de la posición de las mujeres en el continuo dominancia/sumisión, en un medio ambiente real; pero entre las mujeres heteras que lo ponen en práctica como fantasía, un 89% preferían un rol sumiso, prefiriendo también un varón dominante, mientras que, de los varones heteros, un 71% preferían un rol dominante.

    Para avalar la fuerza de estos datos, voy a citar debidamente su fuente, en una revista científica de sexología del mayor prestigio: Ernulf, Kurt E.; Innala, Sune M. (1995). “Sexual bondage: A review and unobtrusive investigation”. Archives of Sexual Behavior 24 (6)

    Muchas mujeres –y para esto yo soy mujer-, tenemos una parte de sumisión, porque nos gusta sentir la fuerza y el poderío –físico, económico, social-, de un varón. 

    Esta sumisión es condicional, porque ese poderío debe estar a nuestro servicio, como un don, debe crear ese espacio seguro, y si nos hace daño, ya entramos en otra cosa.

    Es funcional, porque todo ello debe servir para que nuestros hijos se críen debidamente.

    “¡Quiero que sea el padre de mis hijos!” “¡Quiero que seas la madre de mis hijos!”, llegan a decirse, y esa frase está llena de connotaciones de vida diaria, gris, tierna, la casa como una incubadora llena de niños, los chillidos y los alborotos de los niños, las imágenes de nuestra infancia revividas ahora en nuestros niños, las meriendas, la esperanza, la rutina, tranquila, dulce, hermosa…

    ¡Qué diez años más maravillosos, al servicio de una vida que recomienza!

    Yo no lo he vivido, pero puedo pensar en eso.

    Todo lo instintivo es funcional. Por eso, la rutina de la mujer consiste en desafiar al varón. Chincharle continuamente. En realidad, lo está poniendo a prueba, comprobando su dureza como futuro padre de sus hijos.

    Y la tenacidad de su ternura junto a ella.

    Si el varón se deja engatusar por las ideas políticamente correctas, y cede ante tan continuo desafío, por ser amable con ella, probablemente acabarán hartándose el uno del otro. 

    Y si ella ve que él cede, que la decepciona, seguramente seguirá repitiendo, ya angustiada,el mismo movimiento: chincharle, provocarle, para que alguna vez, de pronto, él no ceda. 

    Ni en lo uno, ni en lo otro. Ni en la firmeza frente al mundo objetivo, ni en la ternura en las relaciones subjetivas.

    Las trans, en nuestras relaciones con los hombres –para mí, teóricas- no solemos estar tan seguras de nosotras mismas como para provocarles. Nuestro principal sentimiento cuando alguno se fija en nosotras puede ser el agradecimiento y la servicialidad. 

    Esto también es funcional para nosotras. Cuando llega a nuestro lado un hombre cansado de relaciones tempestuosas con otras mujeres, suele quedarse atónito al comprobar la paz que respira junto a una mujer transexual, que le permite dormir tranquilo, sin desafíos ni comprobaciones.

    Para nosotras suele ser suficiente saber que es un hombre junto a una trans.

    Y así pueden construirse relaciones firmes y duraderas.

viernes, abril 11, 2014

SENTIMIENTO DE FEMINOFILIA




Kim Pérez



Feminófilo o feminófila es una palabra nueva que sustituye a travestismo. Me gusta la palabra travesti, con acento en la i, la primera que encontré, y sus connotaciones en América, como desafiante, valiente, insumisa a la opresión… pero habla sólo de transvestirse, lo que no da a entender la profundidad de lo que se puede sentir y por qué se decide. En francés, su origen, se travestir es disfrazarse. Se podría decir feminófilo o feminófila, y la primera forma, en masculino, se acepta hoy por muchos varones heteros que se definen como feminófilos heterosexuales. Es una palabra que significa más de lo que dice sólo en parte: amor tan apasionado a la mujer que se desea impersonarla.

La feminofilia entra plenamente dentro del conjunto trans, y es un sentimiento difuso cuyos límites son borrosos. A veces, algunas personas transexuales hemos hecho parte del camino feminófilo. Yo entre ellas, aunque con menos pasión constante; para mí, lo más importante ha sido el sentimiento de inadaptación a la sexualidad masculina y a gran parte del género masculino. Por eso hablo de mí en femenino. Por eso soy transexual. Y por eso hablo de los feminófilos en masculino. Porque desean impersonar a la mujer, y mientras lo están haciendo, hablan en femenino, pero pueden volver con gusto a la identidad masculina y hablar de sí en masculino. Se sienten adaptados a la sexualidad y al género masculinos.

A veces se llama esta actitud como de doble identidad, o identidad alternante, pero no es bueno llamarla así, porque sugiere algo esquizoide, mientras que las personalidades feminófilas son coherentes, sencillas, lineales. Nuestra cultura los entendería mejor usando el término que se emplea en inglés de impersonación. Es incluso mejor cuando se refieren a su impersonación femenina en tercera persona, dejando la primera para su identidad masculina, que es la de su subjetividad básica, la que construye esa impersonación y luego la vuelve a deshacer, como hace el artista en el teatro, cuando expresa una parte de su ser, que se deshará fugazmente y luego se reconstituirá.

= = =

Feminofilia es mirar a una mujer y desear ser ella. Las barreras se desvanecen. Yo soy lo que deseo.

Quiero que su ropa sea la mía, para poder ser ella. La ropa es la persona. 

Quiero ser esa persona. Tan hermosa como ella.

Quiero abandonar la grisedad de mi vida masculina. Quiero compartir esa vida de hermosura.

Es encantador vivir una existencia centrada en la belleza. 

La miro durante horas. La admiro. Acepto cada molécula de su ser. Cada actitud, cada gesto. Quiero que sean los míos. La imito, sin darme cuenta. Y cuando me doy cuenta, sigo imitándola.

Puedo ser así desde que tenía dos años o tres. Entonces estaba centrada en la adoración de la belleza y la seguridad del cariño de mi madre; algo muy puro había llegado a mi existencia y yo lo sentía como siento la luz del sol de la mañana.

Su hipnotismo, sus ojos, su voz inolvidable que no volveré a oír en esta vida. Su compañía que me tranquilizaba. Me alegraba parecerme un poco a ella, me enorgullecía que mis gestos y mi manera de hablar y de moverme fueran como los de ella.

Casi éxtasis.

Otras personas trans, yo no tanto, en mi caso, hablarían también de esto: 

Les atraía desde la niñez la vida de las niñas. Tener sus muñecas, su ropa, sus cabellos. Ser como ellas. 

Yo sí quería ser vista como una de ellas, luego como una mujer. Saber que doy la imagen de mí que quiero dar.

Que todos puedan ver en mí lo que yo amo. Que me vean tal como quiero ser.

Que cada minuto de mi vida haya sido un minuto de una vida de niña, valorada, protegida, cuidada. .

Encantadora.

Una parte de esa maravilla que es la vida de mujer.

Si este sentimiento va acompañado por el desinterés por la vida masculina, si la vida masculina es para mí gris y fea, para mí, y triste, sin las ventajas que encuentran los hombres, ni sus alegrías, entonces puedo ser una transexual ginesexual o una transexual ambigua, para la que no hay sitio en la vida de varón.

Centrada únicamente en compartir la vida de las mujeres, aunque me pueden gustar también más o menos los hombres. Una cosa es ser y otra gustar. Sin desear llegar a una vida masculina, aunque pueden gustarme los hombres, incluso de hecho, sin pensarlo.

No será sólo que me impresionen más o menos las mujeres. Será también que no pueda adoptar una identidad masculina.

Puede ser incluso que sienta rechazo por los órganos masculinos. Que al tomar una ducha procure no mirarlos.

O no tocarlos. Puede ser que la intensidad del deseo me lleve a masturbarme, pero puede ser también que lo haga con amargura.

Comprendiendo que mi cuerpo no es del todo como el de una mujer, que será lo que más desee.

Ahora, la otra posibilidad. Si puedo volver a la vida masculina, si me es en conjunto agradable como tal forma de vida, entonces seré un varón feminófilo.

Que puede separar su vida profesional, familiar, social, de su pasión, como puede separarla de su amor a la música, por ejemplo.

Cinco días trabajando, en un trabajo muy masculino, que además, me guste, y el viernes, por ejemplo, tocando la batería.

Y el sábado por la tarde, ensayando.

¿No hay fans, fanáticos de la belleza, que idolatran la belleza? 

Pues yo seré una fan, que tiene pósters de mis ídolos en mi cuarto.

¿No llega a ser la identidad de las fans la imagen de sus ídolos?

Pues mi identidad será la imagen de la mujer que vibra en mi imaginación en cada momento.

Mi identidad es mi deseo.

Cuando mi deseo cese yo puedo volver a mi identidad masculina, con la normalidad y lo corriente de cualquier vida masculina. 

Otros pensamientos llenan mi imaginación.

Me interesan los deportes. Encuentro buena la afición por los deportes, porque descansa la imaginación.

Me compro un diario de deportes y encuentro conversación con los amigos.

Yo creo, yo, Kim, que la diferencia entre feminofilia y transexualidad ginéfila está en el margen que te deje de identidad masculina.

Si te deja un margen de masculinidad bastante amplio, placentero, serás feminófilo. Si no te lo deja, si el interés por la vida de mujer o la pasión por la mujer, según cada persona (interés o pasión) es lo único que te alegra y llena tu vida, serás transexual ginéfila (distinta de las andrófilas)

Kathy Dee cuenta que una amiga suya, transexual ginéfila, operada, se pasaba horas y horas bañándose, mirando su cuerpo de piel muy blanca, acariciando sus formas.

Pienso yo que la mujer con la que soñaba estaba ya allí, y no dejaba de estarlo, una vez que se levantaba y salía del baño, iba con ella, se vestía con ella, andaba con ella con sus movimientos conscientes de mujer.

La estructura de este sentimiento era dual: yo que miro y lo que miro, mi feminidad. En las mujeres heteras o lesbianas, este sentimiento es más sencillo, es sólo yo que miro.

Por eso, para los feminófilos que pueden salir del deseo y volver a su identidad masculina, todo equivale a una mujer con la que sueñan y que acercan a sí hasta el punto de expresarla con su cuerpo, que se convierte en la materia con la que un artista hace su arte.

Pueden tener incluso una identidad masculina heterosexual. Pueden hacer una vida masculina heterosexual, casarse con una mujer, amarla y desearla, tener hijos.

Sólo su sueño, su arte, es la feminofilia. Pueden dedicarle un tiempo y no otro, y en ambos se sienten a gusto. Pueden trabajar en la impersonación de mujeres y, al terminar, como vi una vez en un documental australiano, pueden volver a vestir de hombres con naturalidad. El artista de cabaret del que trataba el documental, a veces llegaba al cabaret con su hijo de unos diez años y, al terminar su actuación, con su camisa y su pantalón claros, volvía con él, andando por el paseo marítimo como cualquier padre con su hijo.

jueves, abril 10, 2014

Naturaleza e identidad


Kim Pérez


En las trans femeninas observo a menudo una diferencia entre su naturaleza de trans y su identidad femenina.

La primera puede ser visible desde los primeros años, y la segunda, ser consciente desde esos primeros años o no.

Esto es lo que quiero subrayar: hemos podido ser niños femeninos sin tener conciencia de serlo, es decir, conscientes de una identida...d masculina.

Todo ello puede ser difuso, que será, dentro de un más o menos, más bien más que menos, más femenino que menos (aunque no lo hayamos sido del todo) Esta feminidad puede corresponder objetivamente a una conducta menos androgénica, aunque esto no se puede medir todavía con precisión.

La naturaleza a la que me refiero es por tanto conductual, dependiente según muchos autores, de Swaab a Guillamón, del grado de androgenación cerebral, que es variable y puede ser mayor, igual o menor que los valores medios.

Es compatible por tanto con la androgenación mayor, igual o menor del resto del cuerpo, y estas variaciones son las normales de la naturaleza, sin que los valores mayores o menores que los promedios puedan ser llamados patológicos, sino que pueden incluso ser más adaptativos y funcionales para el conjunto de la especie.

Conducta muy androgénica, en un niño XY o XX (u otras variantes), corresponde más que menos a movilidad física, acometividad, inquietud, dominancia, emulación o rivalidad, interés por juegos de competición, trepar hasta puntos altos, tendencia a la extraspección o hacia lo exterior, interés por los vehículos, por lo mecánico, descuido por el arreglo personal…En clase, pueden haber mostrado más interés por las matemáticas, la física o la química, que por las asignaturas de tipo social, literarias o artísticas.

Todo ello se puede dar junto, determinando personalidades muy androgénicas, o como una mayoría de cualidades.

Una prueba externa de esto puede verse en que, si son XY, se integran bien en su grupo, por el que sienten su afinidad y no son acosados por razones de género (pueden serlo por otras), y si son XX, pueden integrarse bien en el grupo masculino, por el que sienten su afinidad, y no son demasiado acosados, porque saben defenderse.

Con frecuencia (aunque no siempre), su mirada es intensa, incluso brillante, y sus facciones fuertes, resultando masculinos desde pequeños.

Las niñas trans pueden observar en su naturaleza una ausencia de estas cualidades, en todo o en su mayoría, y una presencia de las que ahora voy a enumerar, también en más o menos, también en todo o en parte.

Al leer lo que sigue, puede ser que haya trans que vayan diciendo “sí, sí, sí” , pero la mayoría dirán muchos sí y algunos no. Se trata de ver un conjunto difuso, no binario, en el que la diferencia entre los sexos, siendo real en conjunto, tiene límites difusos, borrosos, indefinidos.

Vamos a ver qué cualidades corresponden a una naturaleza menos androgénica que la de los niños XY o XX masculinos, hipoandrogénica en relación con éstos.

Empezaré hablando en masculino, porque la situación previa puede ser masculina, pero menos masculina, y seguir siendo más o menos masculina. Pero usaré enseguida el femenino, porque pueden tener o llegar a tener una identidad más o menos femenina.

Pueden haber sido tranquilos y caseros (o tranquilas y caseras), jugando más bien a juegos solitarios o con niñas y en casa.

Por tanto, a vestir y peinar muñecas, a estimar y admirar las casitas, como representaciones de la propia identidad (habitáculos protectores, ventanas abiertas al sol, cortinas alegres y acogedoras…)

Pueden haber tenido facciones suaves y ojos dulces, siendo confundidos con niñas (o vistas como niñas) desde pequeños o desde pequeñas (incluso con extrañeza propia)

Pueden haber sido poco acometivos, tímidos, más bien asustadizos… o poco acometivas, o tímidas, o asustadizas…

Pueden haber sido femeninos (sí, dicho en masculino) o femeninas en gestos y actitudes, incluso inconscientemente.

Pueden haber tenido poco interés por los juegos de competición.

Puede que les haya interesado poco o nada la mecánica. No se les ocurriría romper un juguete para ver “cómo está hecho”, puesto que tenderían a encariñarse con él.

Pueden haber tenido mucha conciencia de su ser interior, introspectivos o introspectivas.

Pueden haberse interesado mucho por la lectura, y vivir en un mundo de imaginación.

Puede haberles gustado cuidar su aspecto.

En la adolescencia, pueden haberse enamorado de compañeros varones, o si han preferido a las mujeres, pueden haber idealizado su manera de ser e imaginarlas sobre todo como compañeras de vida, o pueden haber amado a unos y otras o no haberse enamorado ni de unos ni de otras (androsexualidad intensa o ginesexualidad moderada o bisexualidad o asexualidad, todo relacionado más o menos con una baja androginia).

En clase, pueden haber preferido las asignaturas sociales, literarias y la expresión artística. Pueden haber sido más torpes en matemáticas, física y química.

Una prueba externa de todo esto es que, en nuestra cultura actual, muy homotránsfoba todavía, pueden ser algo o muy acosados o acosadas por razones de género, incluso con sorpresa propia, y no suelen saber defenderse.

La experiencia muestra que todas estas actitudes pueden darse o con identidad femenina, desde los primeros años, incluso con dos años, o con identidad masculina. Estas identidades pueden depender de las referencias presentes “y” de la intensidad de las afinidades. En algunas trans puede ser efecto de una adoración por la mujer, incluso de su madre, en la que el “quiero ser como tú”, se transforma en “yo soy tú”.

La identidad femenina temprana es muy profunda y resistente. Puede ir acompañada de un rechazo de los genitales masculinos muy temprano y de un deseo de tener los femeninos, aunque este sentimiento puede faltar. Al ir acercándose a la adolescencia, se suele tomar conciencia, en nuestra cultura, de las dificultades sociales que se pueden encontrar y, ya en la pubertad, de las dificultades sexuales. Entonces es frecuente que la persona trans se esfuerce en autonegarse, e incluso en hipermasculinizarse, ensayando por ejemplo una identidad homosexual. Puede ser que incluso sienta un placer “homovestista”, al asumir una personalidad correspondiente a su sexo aparente. Puede ser que se instale en una seudoidentidad homosexual, aunque siempre sintiendo que la práctica de hombre con hombre no corresponde a su verdadera identidad.

Las niñas trans que empiezan a ser educadas como niñas durante la niñez y la preadolescencia, y son conscientes de una mayor adecuación social, pueden desear hacer este experimento en la pubertad; será conveniente un diálogo profundo sin resultado predeterminado, pues dependerá del equilibrio de los sentimientos que cada cual encuentre en sí, sabiéndose libre para elegir su camino.

La identidad masculina se suele fundar en el mínimo común de la masculinidad, en una masculinidad de límites inferiores, poco intensa, basada en la admiración del modelo paterno, más que en líneas masculinas de conducta propia. Puede consolidarse si se cuenta con amigos queridos, como “hermanos mayores”, que allanen las diferencias y posibles dificultades con los niños más androgénicos. Es más corriente que se vaya sintiendo un desajuste creciente con el grupo masculino, empezando por las distintas aficiones, que expresan una naturaleza distinta, y pudiendo llegar en la adolescencia a una distinta genitalidad y al rechazo de los genitales masculinos. A partir de la pubertad, puede reforzarse la identidad masculina también con el deseo de la compañía de la mujer, aunque también éste puede ser más bien platónico, no específicamente genital, puesto que se parte de bajos niveles de androgenia conductual.

Estas identidades primeras pueden ser de género, no genitales, cuando no se tiene conciencia de la diferenciación genital o no ha suscitado atención. Por eso, algunas trans femeninas con identidad temprana, cuando crecen, pueden no sentir necesaria una operación genital y en cambio insisten en la adecuación de género, y si llegan a una operación genital, la hacen reflexivamente, no impulsivamente, en función de la coherencia de género, más que de las funciones genitales.

Pueden tener incluso una imagen corporal femenina que incluye los genitales, viéndose como una “mujer fálica”. En este caso, la operación comprometería su autoimagen interna.

En general, muchas personas trans se identificarán más bien con el modo no binario de entendimiento de la sexualidad, más bien como mujeres o más bien como varones o más bien como personas ambiguas o más bien como queer. La identidad siempre seguirá a la naturaleza, será la forma consciente de una realidad previa, que en el momento de nacer, se sentirá pero es inconsciente.

miércoles, abril 09, 2014

Realidad cuántica

 A ver si planteo bien esta iniciación a la Realidad Cuántica.

Kim Pérez

Yo soy yo.
Yo no soy no yo.
Yo soy quien miro.
El resto es lo que miro.
Yo me veo por dentro.
El resto lo veo por fuera.
Incluido mi cuerpo.
Mis manos.
Mi sexualidad.
Todo esto es no yo.
El Universo está formado
De yo y de no yo.
Esto lo he pensado desde mis diez años.
Mil novecientos cincuenta y uno.
Datos que son de no yo.
Se ha hecho un experimento
Con objetos elementales
Una fuente de fotones
Unos fotones
Dos rendijas
Y una pantalla.
Se ha observado
Que cuando no se mira
Los fotones fluyen como vibración
Pasan como ondas por las rendijas 
Y llegan como ondas a la pantalla.
Pero cuando se mira,
Al pasar por las rendijas,
Pasan como partículas
 Y llegan como partículas.
Esto lo empezó a probar
Thomas Young en mil ochocientos uno,
Mostrando la vibración,
Y Claus Jönsson en mil
Novecientos sesenta y uno,
Demostrando que a la vez
Son vibración y partículas,
Y luego Pier Giorgio Merli,
Mil novecientos setenta
Y cuatro haciendo ver
Que son probabilidades
Cuánticas,
Como dice Wikipedia.
Pasando a interpretarlo,
Todo esto significa
Que en el momento que miro
Decido que un momento antes
Hayan salido ya como partículas,
O sea que no existe el tiempo
Que fluye.
Y también quiere decir
Que soy yo quien da forma
Probable a las partículas
Cuando las miro
Y que si esto pasa
En partículas elementales
Como los fotones
También pasará en las cosas
Más complejas formadas por quarks
Y electrones,
Los objetos grandes,
Las plantas,
Los animales,
Las estrellas,
Las galaxias,
Que suman probabilidades
Aunque también podrían volar
Libres por una mínima
probabilidad.
Por este experimento se ve
Que el universo se forma
Por el Observador y  lo observable,
Que es esa vibración
Sin forma
A la que el Observador
Da forma cuando la observa
No una forma que él inventa
Sino predeterminada
Por cálculo de probabilidades,
La forma de gránulos
Que llamamos fotones,
Y las cualidades del Observador
Tienen que ver con lo que observa
Y con lo que no observa,
Como la vibración
Forma a nuestros ojos
Los siete colores
Del arco iris,
Y  podría formar más
O menos.
Lo que llega a un Observador
Desde lo observable
Se llama información,
Y está en la vibración,
Pero no es toda la vibración.
La información forma cuantos
Y quizá por eso
Veamos la materia
En forma de cuantos
Y la teoría de la información
Pueda servir para entender
La teoría de la materia
Lo mismo que la percepción
Explica los sentimientos
Con los que los humanos
Pasamos por los chorros de formas
De nuestra existencia
Las distintas epopeyas
Que formamos al mirarlas
Con arreglo a ciertas leyes
Que vamos comprendiendo
Al ir observándolas
Como la diferencia de sexos
alcanza su plenitud
Cuando alguien observa
“Yo no soy de este sexo”
Y diferencia su cuerpo
Aparente de otro menos
Aparente y hasta quizá
De sí.
Tranquilidad,
Quietud durante horas,
Que hace que los humanos
Sintamos
La realidad de nuestra vida,
Como aquellos, desnudos,
Que han descubierto que todo
Lo que ven
Es distinto
De ellos,
Su cuerpo,
Su sexo,
Definidor,
Su historia,
Casi todo,  variación,
Fugacidad,
Menos que todo se forma
Al vivirlo y observarlo
Conforme a unas leyes
Preexistentes
Que suman probabilidades.