martes, junio 05, 2007

De mi Diario (5 de junio)





El otro día sentí algo respecto a mis postrimerías, que luego he olvidado. Esforzándome y pidiendo a Dios por recordarlo, pienso que es el temor de que me acerco a la muerte sin haber resuelto el problema del valor moral de mi vida, marcada por algo tan tremendo como una emasculación voluntaria, y de lo que hago públicamente y en relación con otras personas.

¿He hecho bien, como razono, o he hecho mal y me he dejado llevar, como temo?

No llegaré a saberlo mediante el análisis racional.

Puede que el sentido de mi vida haya sido otro: la separación entre yo y lo demás, que siempre he sentido espontáneamente y que acaso haya sido favorecida por mi disforia o haya favorecido mi disforia, que viene de la separación entre yo y mi cuerpo, o entre yo y toda mi persona.

Ahora, estoy a punto de entrar por esta puerta a fondo –situación notable, tercer estado de consciencia, según Gurdiaev- y puedo descubrir lo que hay al otro lado. No puedo quedarme quieta ni retroceder, porque sólo esto me sería imposible, como querer no ver lo que se ha visto.

Tengo que perfeccionar mi separación como consciencia de la realidad objetiva. Me empuja a ello incluso mi angustia con el primer estado de consciencia, el sueño, ante el que me veo indefensa, entregándome a él sin poder dominar situaciones como el ahogo o apnea que ya me atacó una vez durante la siesta.

Eso me produce una tremenda claustrofobia, ante la sumisión de mi consciencia a las leyes de mi cuerpo, que de momento eludo poniéndome en manos de Dios cuando me voy a dormir; me angustio demasiado, pero sólo podré vencer si emancipo a mi consciencia de sus condicionamientos materiales.

Todo me empuja a dejar de lado esta ascesis, siento impulsos de amor que a lo mejor lograré integrar, pero no puedo dejar de intentarlo, ahora que estoy cerca de esta grandiosa aventura.

sábado, junio 02, 2007

De mi Diario (27 de mayo)



Anoche, recordaba con tenacidad mi identificación con el niño de “Capitanes intrépidos” y algunos otros recuerdos de mi niñez, como los indios que pintaba o mi sentido personal de la admiración de mi padre como aviador, concluía que mi identidad de género es masculina, pero recordé también que mi identidad de sexo no es masculina y eso es más profundo y sutil. Resumí con una fórmula, tengo identidad generomasculina, pero no genitomasculina.

Me doy cuenta de dos hechos nuevos: pese a mis dificultades de socialización, persistió mi identidad masculina; por eso, mi transexualidad no se debe a ellas. No debo echarle la culpa a nadie.

Y mi identificación con la mujer traduce el masoquismo de sumisión que ya afloró en mis ocho años, cuando ante el miedo a un compañero reaccioné formando la fantasía de que era un esclavo, pero con más intensidad y eficacia, porque era más sugestivo y más imaginable, pese a todo.

Esto significa que no me estimula directamente ser mujer, sino los temas de dependencia que me sugiere y que hago míos. Esta respuesta es una parafilia, que defino como "una solución simbólica a una angustia real, que produce placer porque es solución, y necesita repetirse una y otra vez porque es sólo simbólica".

Mi parafilia de identificación con la mujer es una respuesta subconsciente a un miedo o una angustia social, como la primera, la fantasía que tuve de que era un esclavo, es una tentativa de equilibrarlo y tranquilizarlo, y por tanto, las dificultades sociales no me desidentificaron sino que me parafilizaron.

Puede ser que la angustia procediera de una virilidad insuficiente, es decir, una hipoandrogenia, compatible con la identidad masculina de género, pero no con la identidad masculina de sexo.