martes, septiembre 18, 2007

Desgracia o gloria




Publicado previamente en http://CarlaAntonelli.com




Agarraré el toro por los cuernos para hablar como tienen que hablar las personas. A primera vista, resulta sensato decir que ser transexual es una desgracia como otra cualquiera.

Una condición en la que, si no te decides o si no puedes, sufres toda la vida de una necesidad irrealizada, de un ansia esencial frustrada, tan fuerte que a algunas las lleva al suicidio o al intento de suicidio y, si te decides en la edad adulta, puede significar la pérdida de un buen empleo (o la renuncia voluntaria) y la subsiguiente subsistencia en una situación precaria; o el alejamiento de la familia; o la rotura de un matrimonio y el distanciamiento de los hijos, y a veces todo eso junto, o por separado en el mejor de los casos, parece desde luego una desgracia.

Y luego puede llevarte también a una mesa de operaciones en la que serán amputados órganos perfectamente sanos, lo que te dejará completamente estéril, aunque contenta.

Y que, en general, dificultará que formes pareja, por lo que en la vejez, como yo, será fácil que te encuentres sola y sin hijos.

Hoy, gracias a nuestra lucha, han desaparecido o se han atenuado muchos de los problemas sociales con que nos encontramos las y los transexuales. Hemos conseguido que los padres de los y las transexuales jóvenes les comprendan y que con su apoyo puedan ser tratadas con consideración en los institutos y las universidades, que puedan vivir como varones o como muchachas en ellos, hacer sus estudios, etcétera. En fin, un paraíso desde nuestro punto de vista de las generaciones anteriores. Pues bien, incluso así surgen los inconvenientes: al haberse acostumbrado a que les traten por igual, no se acostumbran a asumir que tienen limitaciones con relación a otros varones o muchachas y sufren angustiosamente por ello.

Algo de esto, mutatis mutandis, y desde luego atenuado con relación a lo nuestro, lo viven también los homosexuales, que pueden también querer no serlo por considerarlo igualmente una desgracia.

Es posible hacer una distinción fina y verdadera. En nuestro caso, la desgracia es la disforia que te hace sentirte inadaptado a un sexo que social y físicamente te corresponde; la transexualidad es la respuesta adaptativa a esa disforia y en este sentido es buena.

Pero lo único que hemos hecho es trasladar la desgracia un paso atrás. ¿Por qué me ha tocado tener que sufrir esta disforia?

Encima hay que aguantar sentimientos de culpa por las barbaridades reales que podemos haber hecho o imaginado y por el proceso en general, en la medida en que consideremos que hemos cedido y que hubiéramos debido mantenernos firmes; en fin; una desgracia.

(Desde luego, sinceramente lo digo, por todo eso, durante los años en que es posible, los de la niñez y la adolescencia, intentaría prevenir la transexualidad. Si es cierto, como supongo, que procede de problemas en la homoafectividad, que provocan la disforia, haría todo lo posible, al primer indicio, para ayudar al niño o la niña a mantener una homoafectividad equilibrada)

Sin embargo de todo lo dicho, es posible mantener una posición opuesta: la transexualidad es una condición difícil, pero positiva e incluso gloriosa.

Para comprenderlo, es preciso subirse hasta la filosofía, pero una filosofía que está en la calle, aunque no lo sepamos, en el día a día de nuestra cultura.

Para Foucault y los foucaultianos, que hoy inspiran la teoría de género dominante, la homosexualidad y la transexualidad no existen como tales, sino que son una forma extrema de transgresión.

Liberan al individuo de los códigos sociales opresivos, de la temática del poder y la conservación del poder que hay tras ellos, abren nuevas perspectivas humanas, indefinidas pero nuevas. Los y las homosexuales y transexuales no somos personas definidas por una condición y limitadas por ella, sino personas que tenemos una práctica sexual determinada como podríamos tener otra. Somos heraldos de la libertad.

No cabe duda de que se respira al oir esto. El aire fresco entra en nuestros pulmones. Y por otra parte, es real en el sentido de que está por doquier en nuestra cultura, de la GLBT primero, pero también de la general. Vas por Chueca o por cualquiera de las zonas gays de nuestras ciudades y lo ves en la forma de la cultura arcoiris. Lo ves al abrir el “Zero” o la “Shangay” o… Lo ves al entrar en esta Revista Digital. Lo ves el Día de Orgullo Gay y Trans.

Es cierto que todo esto es arriesgado, pues desafía incluso el orden natural de la procreación. Aunque se puede decir que el orden natural es mucho más flexible de lo que suponemos. Hablando de nuestros parientes próximos, los chimpancés y los bonobos, quienes siguen un orden natural estrictamente, los primeros son muy promiscuos y los segundos disuelven las tensiones con prácticas homosexuales y, sin embargo, están organizados de modo que procrean con naturalidad y aseguran la crianza de sus niños.

Por otra parte, sin libertad no hay amor. Quienes creemos que el amor pleno y absoluto es el único futuro que da sentido a nuestra existencia, hemos de ver nuestra disforia como, en efecto, lo que rompe los ataderos de códigos supuestamente naturales pero que no lo son, y al hacerlo nos libera y nos posibilita una vida verdaderamente amante sin constricciones sociales sobre cómo debemos amar.

El amor verdadero es libre y surge como surge, enfrenándose a menudo a todo. Jesús pagó su voluntad de amor enfrentándose con todo el orden legítimo o natural de su sociedad, con reyes, políticos y sacerdotes, códigos civiles y leyes religiosas. Quien no lo vea como Dios, puede verlo como arquetipo de la libertad del amor. Al final fue aplastado, como es lógico, por todos ellos, pero resucitó por lo menos en nuestra memoria. Se puede entender a Jesus Christ Superstar y sólo a él

jueves, septiembre 13, 2007

En orden



Pensé ayer en que sería bueno hacer un Manual de Transexología, lo redacté en sus líneas generales, unas pocas páginas, y lo puse en una página que tenía abierta, cuya dirección es http://transexologia.blogspot.com

Esperaba que se pudiera tener a la mano un resumen de lo que hoy se sabe con cierta seguridad, que es relativamente poco, como lo demuestra el hecho de que se pueda describir en pocas páginas (aunque quiero ir añadiéndoles otras)

Poner estas ideas en orden me ha sorprendido a mí misma. Por ejemplo, en la cuestión de las causas (la etiología), llevaba mucho tiempo oscilando de unas a otras, escribiendo de una manera que me parecía errática. Al poner en orden las hipótesis que se usan, he visto con claridad que todas son verdaderas, pero en ese orden.

Las primeras, las biológicas, son las menos importantes aunque no lo parezca. Hay montones de personas que son muy ambiguas corporalmente y no son transexuales.

Pero éstas primeras pueden ser la causa de que se pongan en marcha las segundas, de naturaleza psicológica: conflictos o traumas con el padre o los compañeros del mismo sexo.

Sin embargo, ni aun así es segura la transexualidad; para que se produzca, esos conflictos deben alcanzar un tercer plano, consistente en que toquen la identidad sexual, lo que hace necesario adaptarse, siendo la transexualidad esta adaptación.

Así me explico que haya personas nada ambiguas que sin embargo son transexuales. Sé de alguna que tuvo graves conflictos con su padre y debieron de llegar al punto de hacer casi necesaria la adaptación transexual.

martes, septiembre 11, 2007

Soy una amazona




A las 5.30 de la madrugada pienso que estoy más cerca de los homosexuales como varón ambiguo. Los siento parecidos, me siento a gusto con ellos, los deseo como compañeros aunque no deseo como ellos. Por tanto, si me puedo considerar un varón ambiguo, la lógica requiere que deje de llevar falda, cuyo significado ya no siento, que use pamtalones, que entre en los aseos de caballeros… Pero estas perspectivas ya me resultan insoportables. Quiero una consideración como varón ambiguo pero a condición de que estuviera reconocido que un varón ambiguo no es un varón como los otros. Y no es así.

A las 5.45 me pregunto con angustia cuál puede ser mi modelo de vida.

A las 6, me acuerdo de Isabelle Eberhardt, pero con escepticismo. Eberhardt vivió entre los tuareg del Sahara, cabalgó y galopó y guerreó con ellos. La imagino pequeña,esbelta, nervuda, vestida con sahariana -una chaqueta de campaña con grandes bolsillos, de lona ligera- y calzones de montar, polainas o botas, etcétera. Poco a poco me va interesando su imagen. No es la de la mujer apocada, oscura, febril. Es la de quien habla de igual a igual con los hombres, sin ser un hombre… y encima es admirada por ellos, deseada por ellos, sutilmente protegida por ellos. Erguida y fina como una planta silvestre.

Esta imagen cumple todas mis expectativas. Me sitúa en la ambigüedad, pero en otra. Mientras que la ambigüedad masculina es recesiva, porque tiene que expresar delicadeza, timidez, encierro, ésta es expansiva, se abre a la inmensidad del mundo y de las batallas. Es turbulenta y yo también soy turbulenta, aventurada, metida en mil combates, pero esperando siempre la delicadeza final, el beso que los selle y concluya.

No está sola Isabelle en mi memoria, también Amelia Earhardt, la aviadora, y Carolina, mi amiga, la princesa-guerrero de su imaginación. Me puedo meter con placer en las tormentas.

Resuelvo también una contraposición que me dolía, la de caballero, palabra noble y altiva, frente a dama, suave y pasiva. Recuerdo una contraposición mejor, la de las pruebas hípicas: jinete frente a amazona. Y me siento afín incluso a Safo, amante de ls mujeres y de los hombres, a unas y otros de distintas maneras y por distintos motivos, siempre grandiosamente.

domingo, septiembre 09, 2007

Valoración de la homosexualidad y la transexualidad




Ya sabemos que la homosexualidad y la transexualidad han sufrido una larguísima historia de ataques que culminaron cuando los católicos, violando cualquier caridad, nos quemaban vivos; no es que no hicieran nada por defendernos; es que incitaban a encender las hogueras; los islámicos, todavía hoy, nos ahorcan; todos, abusando del nombre de Dios y que Dios les perdone.

Eso apenas acaba de cambiar. Hay una corriente sexológica que ve la conducta homosexual como una alternativa de la heterosexual en una bisexualidad natural y generalizada. Puede ser; pero ese criterio, aplicado a la transexualidad, tiene que entenderla como proclamación de ambigüedad o como oscilación perenne entre los géneros, con lo que la definiríamos como una forma extrema de transvestimo.

Puede ser también. Es lo que yo estoy intentando, aunque me produce muchas tensiones, quizá porque no existe un ambiente cultural que favorezca este intento. Todo sigue siendo hoy demasiado binarista: o eres heterosexual u homosexual; o eres hombre o mujer, incluso como transexual. No se entiende en el fondo que seas bisexual y de género ambiguo (que es lo que me parece que yo soy)

Por otra parte, el constructivismo de Foucault nos pone por las nubes como modelo de transgresión contra el poder, que es lo que valora. Pero eso es más o menos como elogiarnos por gamberros.

También es posible otro punto de vista, más fuerte y eficaz. Nuestras historias personales muestran a menudo un daño afectivo muy fuerte sufrido durante nuesra niñez y adolescencia, edn relación con la lejania de nuestro padre o con la imposible integración con nuestros compañeros.

Sabemos que ese daño ha estado a punto de descomponernos. Pues atención: La homosexualidad y la transexualidad no son ese daño, sino la respuesta a ese daño, una reacción adaptativa, un acto de supervivencia.

¿Es eso malo?

Por eso, cuando los transhomófobos, en relación con el Día del Orgullo, nos preguntan "¿orgullosos de qué?", yo siento que la respuesta es: "¡De haber sobrevivido!"

Si este planteamiento es verdadero, debe tener muchas ventajas. Una de ellas es que elimina la discusión sobre si la transhomosexualidad debe prevenirse. Si fuera de origen biológico o psicológico, estaría llamada a desaparecer incluso la ambigüedad, porque en el futuro existirían técnicas para corregir desequilibrios prenatales o postnatales.

Pero si es una respuesta útil y reequilibradora frente a un daño, ¿es que los humanos estamos libres de daños? ¿Y no es bueno que instintivamente sepamos recomponernos, usando recursos tales como la homosexualidad y la transexualidad?

sábado, septiembre 08, 2007

Asexualidad





El centro de mi transexualidad es el rechazo al genital que había en mi cuerpo, del que no puedo entender ni aceptar la desagradable fuerza que lo afectaba de raíz. No podía ser un medio para relacionarme con otra persona, porque falseaba mi manera de ser, a la que le era ajeno y extraño.

Tampoco lo entiendo en otras personas: es un órgano que, si no existiera, me haría más aceptable y comprensible la naturaleza, aunque puede ser que lo que no entiendo sea la sexualidad misma o división de las personas en sexos y preferiría que nos reprodujéramos asexuadamente, en un puro abrazo de amor, en el que la mezcla de todos los fluidos del cuerpo trajera la generación.

Estos sentimientos me parece que son originarios de mí, correlativos a los planteamientos de mi soledad infantil, que duró siete años, y anteriores a los contactos sociales llenos de conflictos sexuales y afectivos que empezaron entonces. Son sentimientos asexuales y la transexualidad es una interpretación adquirida y posterior.

Es verdad que sólo la posibilidad de un amor perfecto y de un deseo intenso me hace querer que los cuerpos se interpenetren y las personalidades se fundan mediante un puente de carne que supere el simple contacto superficial de la piel con la piel. Pero no estoy segura de desear que las personas que se fundan sean distintas, sexuadas.