domingo, diciembre 02, 2007

Conferencia en la Universidad de Granada



Publicado previamente en http://CarlaAntonelli.com



No soy partidaria de la falsa modestia (se es lo que se es, ni más ni menos), de manera que voy a contar cómo fue la conferencia del otro día en la Facultad de Pedagogía de Granada.

La clase estaba llena de alumnos. La profesora me presento diciendo que “mis alumnos me adoraban”, lo que me alegró y pensé que era casi verdad: me querían y eso es más que suficiente.

Me senté en el borde de la mesa, costumbre de profesora, y empecé a hablar, rápidamente, de que ya se sabe cuál es la diferencia entre homosexualidad y transexualidad, la expliqué en pocas palabras para quienes no se hubieran enterado, y me metí en lo que he descubierto hace pocos días: que hay una identidad fáctica y una identidad desiderativa, pero que ambas son identidades (lo podéis ver explicado con más detalle en el “Comentario de la Semana” anterior)

También en pocas palabras, la fáctica es el concepto de lo que soy, que a veces es muy frustrante, y la desiderativa es el de lo que quiero ser, a veces como respuesta a esa frustración, por lo que no es un deseo cualquiera, es un ansia muy fuerte.

Lo que quería hacer, al empezar de esta manera, es que vieran que el fundamento de la transexualidad es común a todos los seres humanos; que no se creyeran que somos personas raras, sino que comprendieran que nuestras motivaciones son las de todos, aunque sean más intensas y radicales en nuestro caso: el descontento por lo que se es (algo normal), el deseo y hasta la necesidad de ser algo mejor.

Les expliqué que las identidades desiderativas pueden ser realistas o no realistas, pero siempre expresan lo que la persona es, aunque sea simbólicamente, y lo que le falta y por tanto desea.

Les puse como ejemplo de identidad desiderativa poco realista la de las muchachas que sueñan con ser modelos; les dije que, a lo mejor, novecientas noventa y nueve de cada mil no lo consiguen, pero que eso expresa una realidad afectiva: necesitan ser reconocidas como bellas por todos, necesitan ser deseadas y queridas para sentirse vivas.

También les expliqué que la misma persona puede tener varias identidades desiderativas, y les dije que en mi adolescencia formé tres, muy diferentes, unas más realistas que otras, pero no les concreté cuáles, porque no era el momento y para dar más suspense a la conferencia.

Ya entonces pasé a la segunda parte, más centrada en la transexualidad, y les dije que una decisión tan difícil se explica sólo si hay un verdadero conflicto (en la identidad fáctica)

Les insistí en que la palabra “conflicto” suena mal (nadie queremos tener conflictos), pero es algo profundamente natural, la vida es conflicto, e incluso para vivir necesitamos entrar en conflicto: para alimentarme, necesito por ejemplo comer gambas, lo que me hace entrar en conflicto con las gambas, pero tendría que decirles: “perdonadme que os mate, pero os necesito para vivir” (dicho sea de paso, lo mismo nos pasa cuando comemos vegetales, son células vivas las que tenemos que comernos para vivir, lo que es un conflicto también para las coles)

Por eso, que algo nazca de un conflicto es plenamente natural, y a los conflictos puede aplicarse en general el principio de que “lo que no mata, engorda”. Es verdad que pueden acabar con nosotros, es algo profundamente serio, pero si los superamos, crecemos en humanidad.

A mi entender, el conflicto más general para las personas transexuales es el de no sentirnos suficientemente valoradas, queridas o admiradas en lo que somos (lo que nos dice nuestra identidad fáctica) y buscar con ansia los medios para conseguirlo (nuestra identidad desiderativa)

Si por medio llega el pensamiento, para un muchacho, por ejemplo, de que las mujeres son más deseadas, queridas, valoradas, protegidas, admiradas que los hombres y que si él fuera así, los hombres lo mirarían con mejores ojos, ya está construido el esquema de la transexualidad (y más si en su situación fáctica se siente rechazado, no querido, desvalorado, amenazado, despreciado por los hombres)

Si la situación es duradera, su respuesta será también duradera y formará una transexualidad estable, que se queda formando parte de la personalidad, que es un recurso de supervivencia ante un conflicto grave.

Por ahí más o menos (por lo que recuerdo más lo que ahora añado) terminé mi exposición y pasamos a las preguntas. Los estudiantes me sorprendieron por su madurez y por los conocimientos previos que permitían que el diálogo fuera entre personas que sabían de lo que hablaban. Todas las preguntas, empezando por la que hizo para romper el fuego, una chica de negro de la primera fila, fueron interesantes.

En dos de ellas, planteadas por chicas que estaban más al fondo, mis respuestas fueron –ahora me doy cuenta- verdaderas, pero algo inexactas.

Planteé que el conflicto que genera la transexualidad puede deberse a que la persona, tal como es no se halla dentro de los estereotipos de género. Dije que el género es un continuo que va desde Schwarzenegger a Marilyn Monroe y que está claro que la mayoría de las personas no estamos en esos extremos, pero que en nuestra actual cultura funcionamos como si lo estuviéramos; hacemos de uno el modelo “varón” y del otro “mujer” y nos empeñamos en meternos en la casilla. Las personas que luego seremos transexuales nos sentimos más lejos del extremo y con menos ganas de meternos en él, “yo estoy aquí” (señalé más o menos cerca del medio, pero a la vez en la mitad masculina) y entonces, simplificamos también, y decimos “si no soy A, o si no puedo ser A, entonces sere B”, con lo que nos vamos de un extremo a otro.

Entonces, una de las alumnas vio que, si en la cultura del futuro estuviera más clara la idea de continuo, y cada uno pudiera decir con naturalidad dónde está, la transexualidad dejaría de tener razón de ser, porque por ejemplo los varones más femeninos se sentirían reconocidos y valorados como tales varones más femeninos y yo le dije que sí, creo que equivocándome en el momento. Es cierto que, si las variaciones de género son reconocidas por una cultura, los conflictos motivados por ellas se acabarán, y habrá menos razones para ser transexual, porque se podrá ser ambiguo con toda naturalidad, sin tener que dar el salto de identidad; pero he pensado ahora que tampoco quiero poner el énfasis en lo del continuo, porque sé que existen a) personas muy ambiguas que no son transexuales y b) personas transexuales pero que no son nada ambiguas, que son varoniles, vaya, y sin embargo necesitan cambiar de sexo, por ejemplo. Esto hace ver que lo decisivo no es lo del continuo, sino lo del conflicto; esas personas transexuales que digo, varoniles y como sea, han tenido en su niñez gravísimos conflictos que les han hecho rehusar cualquier forma de masculinidad.

Luego, un alumno de las primeras filas, casi treintón, me preguntó por lo de mis identidades alternativas. Le conté que, en mi niñez, formé tres ideales de futuro: uno, el cambio de sexo; otro, la admiración por los príncipes (tal como vi la vida de príncipe en “El Príncipe Estudiante”, una película que me hipnotizó), y que me hizo desear haber sido un príncipe, porque era admirados, deslumbrantes y queridos, lo que yo no era; y el tercero, el ser marino mercante, lo que yo me imaginaba en el puente de mando de un barco surcando las olas de noche.

Analicé los otros dos sueños; el segundo, evidentemente es irrealista, pero si se hubiera realizado en algún grado, siendo yo por ejemplo el hijo de un marqués ¿hubiera satisfecho suficientemente mis ansiedades afectivas? No lo sé, pero creo que sí.

El segundo, me parece arquetípico, según el concepto de Jung, un símbolo básico de la vida: el barco es un símbolo fálico, sin duda, y el mar es un símbolo femenino. Es un arquetipo masculino, se mire como se mire, y expresa la parte masculina de mi personalidad (aunque también había la necesidad de ser querido: quise ser también grumete, como el niño de “Capitanes intrépidos”, que encontró el amor de un padre en el marinero portugués que hacía Spencer Tracy)

Entonces lo dejé ahí, pero ahora añado: me voy a lo que dije antes sobre personas viriles que son transexuales debido a hondos conflictos. En mí puede haber esa forma de virilidad, pero también ha habido fuertes conflictos que son lo que me ha hecho transexual.

La profesora me pidió que hablase de mi militancia y de cuáles son las tareas que nos quedan, y respondí que ahora, en España, hemos conseguido todos los cambios legales que necesitábamos, o estamos cerca de conseguir los que nos faltan (cirugía por la Seguridad Social en todas las Comunidades), pero que la sociedad ha cambiado mucho menos, y todavía hay muchas discriminaciones en el ambiente; pero haber conseguido ya lo legal nos permite tranquilidad para centrarnos también en la tarea de estudiar lo que somos (que es la que nos puede dar fuerza moral)

Terminamos y los estudiantes empezaron a aplaudir. Yo estaba un poco triste, pensando en que otras veces, después de estas conferencias, esos aplausos han servido para poco. Les saludé con cortedad, pero los aplausos seguían y mis amigos, que estaban allí, me dijeron luego que fue un aplauso largo. La profesora me ha dicho después que la conferencia les había impactado y espero que eso sirva para conseguir lo que todavía no hemos conseguido, lo que le insistí a la profesora antes, a todos durante y a la profesora de nuevo después: la necesidad de que la Universidad española, como las anglosajonas, incorpore plenamente la transexualidad dentro de los estudios de género. Me ofrecí para cooperar con cualquier estudiante que lo quisiera. “Eso es poco usual”, reconoció la profesora, valorándolo. Hasta ahora, he podido cooperar a fondo sólo en una tesina. Ojalá dentro de poco lo pueda hacer en decenas de memorias, tesinas y tesis.

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