sábado, agosto 18, 2007

Madre Teresa



Durante meses o años me he ido separando gradualmente de mis amigas transexuales, hasta el punto de que ahora sólo mantengo algo de relación con una... dos... tres... cuatro... y de lejos.

Si me hubieran dicho hace años que esto llegaría, me hubiera parecido imposible.

La razón es que no me hallo en lo que se vive en el medio trans actual de España. Para mí, la transexualidad es una realidad dura, ¡y parece tan fácil lo que oigo!

Es un desgarramiento. Ojalá yo hubiera podido o sabido entrar en una vida corriente. Mi posición hubiera sido mucho mejor, hubiera tenido una compañera e hijos, sobre todo, hijos. No he podido y menos mal que a trancas y barrancas he salido adelante.

La operación ha salido bien y estoy en paz, ¿pero qué soy? ¿Una mujer? Yo digo que no. ¿Un hombre ambiguo? Sí, pero con muchos problemas.

Para mí, ser transexual es sufrir y por lo menos, sufro mucho menos después de la transición que antes. Por eso digo que es un desgarramiento y que su utilidad es la de vivir desgarradamente: sin asentarse, sin conformismos, sin bienestar, sin dormirse.

Es curioso que cuando pienso en las compañeras que lo tienen todo poco claro es cuando me siento solidario de ellas, por ejemplo, de las travestis de Argentina, travestis, es decir, de identidades no muy claras, como la mia, y que se ven obligadas a hacer vidas muy complicadas, para vivir a su manera.

Me gustaría estar con ellas y no digo que sufrir sus mil acosos, pero sí sentirme unida con ellas por algo más material que un pensamiento o unas letras. Sé que con mis años no puedo hacer mucho práctico, pero también que lo mejor que les podría ofrecer sería una amistad y un mate, yo en lo mío y ellas en lo suyo. Me interesaría todo lo que me contasen. Para mi, eso sería ser su Madre Teresa, es decir, encontrar por fin la paz.

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