viernes, agosto 10, 2007

Reflexiones del día siguiente






Estoy asombrado al constatar que me agrada imaginarme que no tuve una circuncisión y que el órgano que había en mi vientre está intacto, cubierto con la piel por completo hasta formar un pequeño pellizco, ahusado, de color grisáceo. Es agradable andar por el pasillo pensando que está ahí, sentido como una pequeña presencia amigable.

(Todo esto es como un experimento mental, provocado por una imagen que ha llegado de pronto a mi cabeza, inesperadamente, aparte de que después de la operación de reasignación de sexo ya no sea real; pero me lo puedo imaginar)

También me agrada pensar que otros varones pueden tener un órgano semejante; me hace sentir la pertenencia de grupo, una afinidad cordial.

Mis sentimientos homoafectivos afloran con tanta facilidad –como sé desde hace quince años-, que en cuanto se centran en los genitales pueden dar lugar a una homosexualidad, basada en el orgullo por compartir esa presencia.

¿Es posible que éste sea el trauma originario, primigenio, fundamental, un trauma estético, pero eso es capital para mí, la fealdad resultante después de la operación de fimosis, con la ira subsiguiente y muy mía por deshacerme del todo de lo así estropeado?

¿Puede ser que esta ira me angustiase desde la fimosis, con ocho o nueve años, hasta la reasignación de sexo a loscincuenta y tres, como un rencor sordo, de fondo?

¿O puede tener razón Lacan en su estupefaciente y clarividente hipótesis de que la transexualidad, o mi transexualidad, no es más que el intento de convertirse entero en el falo, erguido y esbelto, incitado por el daño sufrido por el falo real?

¿En ese caso, ni las difíciles relaciones con mis compañeros habrían sido el trauma decisivo, como siempre me he imaginado?

¿He podido pensar que rechazaba mi órgano por ser como el de ellos, pero suponiendo que en ellos seria más o menos como el mío?

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