martes, octubre 31, 2006

Marbella: Mi aprendizaje



Lo que digo deja claro que vivo junto a un cristal, el de la pantalla, que me separa o me une al resto del mundo, porque según se mire, estoy a este lado o al otro, y que defino mejor cuando está negro, cerrado, pero conteniendo todo el infinito.

También juego a juegos de rol, como es natural, con partenaires que he he ido encontrando. Me gusta hacer de Princesa Guerrera (como concepto; luego elijo nombres concretos, la Princesa Equis, que además es una Guerrera) y definir y analizar el personaje cuando me meto en la realidad.

Es centelleante (me gusta usar las palabras que se me vienen a la cabeza, aunque sea la única persona en el mundo que las use), bajar a la calle a cumplir lo que haya tocado, siendo tú y a la vez no tú, lo que requiere incluso contar con un vestuario ad hoc. Como Princesa Equis bajo a la calle con un look entre rockera y gótica, muy Trinity, la de Matrix, una chupa y un pantalón de cuero negro, luego un maquillaje muy claro y en el ascensor un poco de rojo en los labios.

Yendo así, puedo tener que ir a un centro comercial y conseguir una tarjeta a mi nombre de princesa. Naturalmente es imposible, pero gano puntos con cada paso descriptible que consigo dar. Por ejemplo, aunque parezca tonto, el hecho de entrar de verdad en el centro comercial, es un punto.

En un avatar que me creé una vez, soy un viejo de setenta años, muy baqueteado, que critica siempre todo lo de ahora, pero en plan inteligente, y dice, por ejemplo: "Los mismos adultos, los cuarentones y cincuentones, en su mayoría, son como niños, sólo saben jugar y jugarán hasta que venga Bin Laden a degollarlos".

Yo la verdad no juego. Mis juegos siempre han ido en serio, desde que era un crío. Yo me tomo todo esto como un ejercicio de conocimiento y de autoconocimiento. Es verdad que a otros que estén menos centrados que yo, se les puede ir la olla, pero a mí, no.

Estoy en Segundo de Bachillerato y tengo a partir de este momento dos años que ajustan de maravilla para prepararme para tres objetivos iniciales: hacer un módulo de informática, por lo que venga, hormonarme y acudir al gimnasio para cubrir los mínimos que se exigen en el Ejército... para las mujeres. Porque dentro de estos dos años, estos tres objetivos iniciales deben haberse convertido en mis dos objetivos finales:

a) operarme y tener mis papeles
b) ingresar en el Ejército

De los tres objetivos previos, el módulo y el gimnasio me los costearán mis padres, seguro, pero la hormonación tengo que hacerla por mi cuenta y sin que se enteren. Mi única chance es que lo sepan cuando esté todo hecho.

Psicólogo, endocrino, tratamiento; puedo ponerme en manos de la Seguridad Social o pagarlo con mi paga yo, que no gasto en copas ni casi en ropas.

Los gastos son fuertes para mi economía/economía de mis padres, pero ahorrando, espero arreglarme.

Para la operación, tengo que contar a la fuerza con la Seguridad Social. De momento me apuntaré, para ver cómo anda todo.

También será verdad que para entonces podré cambiar los papeles sin operarme. Pero tal como me figuro mi futuro, sé que necesito operarme.

Primero y principal, porque es lo que quiero; y segundo, porque voy a llevar una vida casi idéntica a la de un hombre, salvo por un hecho: seré mujer.

lunes, octubre 30, 2006

Primera noticia de Marbella



En el momento en que escribo estas notas, mi padre está en Afganistán, como sargento de la Legión, y yo acabo de cumplir dieciocho años, en su ausencia. Lo digo, porque me siento culpable como de haberlos cumplido mientras él está fuera; se fue dejándome hecho un crío de diecisiete y volverá viéndome como un tío. O eso creerá. Las culpas me vienen en realidad de las pajas, casi continuas, que me dejan la cabeza como un bombo, una noche y otra, o una tarde y otra, con ducha o sin ducha. Mi padre batiéndose el cobre por la familia (por el plus) y yo en plan pajero, como desde el principio.

Me pongo frente al espejo y me parece que me va a tragar, en sus aguas negras. Me veo y no me veo, veo mi cara y no me gusta, pero lo que quiero ver es otra, la cara de una mujer, para decirlo claro, veo mi pecho delgado y liso y quisiera ver en él dos pechos como dos montecillos, lo que no hay, y quisiera que hubiera unas manos de un hombre fuerte y grande, un marine, agarrándome por la cintura y ya a etas alturas la paja es inevitable, y quisiera no tener que hacérmela, porque entonces me hace ver que no soy una mujer como la que quisiera ser y me rompe todo lo que me estoy figurando.

Acabo derrotado y exhausto y de ahí viene lo de la culpa, porque todo esto podía ser bonito, pero así, es feo.

Nadie sabe nada en casa. Qué van a saber, si ni siquiera me travisto, no me he travestido en la vida, cuando necesito escenografía me arreglo con dos toallas de colores y cuatro trapos. La figura que quiero que sea la mía está tan clara y tan fija en mi cerebro, que cualquier travestimiento la desfiguraría.

Me veo alta -soy alto, uno ochenta-, y delgada, como soy, moreno como soy y los ojos grandes y negros -como lo son-, a veces destellantes de alegría y otras algo tristes, pero suaves. Creo que soy así o por lo menos quiero ser así.

De nombre, primero pensé en Miranda, por La Miranda, de "Stonewall", una peli que a veces he visto llorando y otras pajeándome, pero al fin y al cabo es el nombre de otra, por lo que prefiero llamarme Marbella, un nombre que ya usan las muchachas en Venezuela y que me parece majestuoso y bello, un nombre de mujer pálida con largo cabello negro, demasiado adulto para mí, que no me veo así, pero un nombre también ambiguo -me imagino un aventurero llamándose Marbella Joe, lo mismo que una actriz glamourosa de los cincuenta , que se llamaría Marbella Jane-, y por tanto es un nombre que me conviene, porque es un nombre del mar y también puede sonar a apodo cuartelero, porque lo que yo quiero es ser militar profesional, en la Legión, en Afganistán o en Santa María La Más Lejos, pero siendo ya mujer, una mujer con el casco y los visores y el uniforme de camuflaje y el equipo entero, cargado por delante y por detrás; sería apenas distinguible de un hombre, pero sería una mujer, con el pelo recogido en una coleta, que es lo reglamentario, y en mis papeles poniendo Marbella, de manera que me llamen así lo mismo los que me vean como un hombre y un supermaricón (lo acepto con gusto) que los que me vean como una mujer de verdad.

Ah, tengo que decir en esta primera nota que soy un tío virtual. La transexualidad me ha aislado y, fuera de ir al colegio, no salgo de mi cuarto ni del ordenador, siendo de noche o de día, haga frío o calor. En la red uso mis nicks, siempre de trans y me bajo todas las pelis de temática trans. Pero ahora, tengo ya que empezar a materializarme.

domingo, octubre 29, 2006

Ya está



Llevo varios meses en este cuaderno intentando entenderme mejor y con la sensación de que cada entrada era como una lenta pero fuerte ascensión en espiral para conseguirlo.

Sé que ya está y que la teoría del trauma me ha permitido poner cada cosa en su lugar y quedarme tranquila por lo menos durante unos meses y no centrarme tanto en mí.

Es que la delicadeza de mi intestino ha hecho que en estos días pasados se fuera, pasando un cólico.

El otro día me encontraba ligeramente débil y soñolienta. Sentada en mi sillón, me decía, con tranquilidad, que no me importaría morirme.

La razón es que, también durante meses, he ido viendo que casi todo lo que más he querido ya no es posible y que por tanto ya no esperaba nada de la vida.

Lo notable es que lo pensaba sin tristeza, o mejor con una amargura tan profunda que superficialmente no se sentía y me hacía sentirme simplemente falta de ganas, pero casi alegre y capaz de disfrutar de las pequeñas cosas de la vida.

Había tocado fondo. Durante varios días lo constato de varias maneras para ver que el sentimiento se mantiene, lo compruebo casi con curiosidad.

Hoy voy a Misa, me centro por primera vez bien en lo que estoy haciendo, desde hace ya meses, y pienso que hay una última cosa que puedo esperar: ver en mí el amor a los otros, vivo, como pude imaginarlo en la pensión de Jenny.

Tengo que poner mi mente al revés: primero los otros y luego, yo. ¿Quiénes son los otros? Para mí, está claro: las trans y los gays.

¿Qué necesitan de mí?

Me siento de pronto juvenil, todavía con fuerzas que ofrecerles.

Esto es bello.

miércoles, octubre 25, 2006

Una interpretación de un balance



Una interpretación posible de este balance es que yo soy una persona heterosexual traumatizada. De este trauma nace la transexualidad.

Ni siquiera la baja intensidad de mi heterosexualidad cambia las cosas, porque puedo pensar que, si no hubiera habido trauma, hubiera pasado por una fase homoafectiva, como todos, que hubiera afianzado mi identidad y entonces, mi fuerte sexualidad –esto sí, era fuerte-, me hubiera empujado hacia una heterosexualidad decidida. No es seguro, pero es posible.

Ni siquiera la falta de homoafectividad es un hueco irreversible: ahora la estoy viviendo en mi simpatía y afinidad con los gays.

Lo único que puede ser incompatible con esta interpretación es el hecho de estar a gusto y conforme después de la operación.

¿No tendría que sentirme mutilado, frustrado, echando de menos lo perdido como una dolorosa necesidad, como algo que necesita expresarse y no puede, tal como sé que lo sienten los varones emasculados contra su voluntad?

Pues yo no. Estoy equilibrada y hasta me agrada estar como estoy, lo que parece indicar que la transexualidad puede tener raíces más hondas que un simple trauma.

Pero es posible poner aquí algunas hipótesis que lo podrían explicar, sin pasar más allá de lo del trauma. La más sencilla en mi caso es la de que no he pasado por la fase de afirmación como varón y por tanto tampoco por la formación y desarrollo de los impulsos verdaderamente heterosexuales.

Es decir, a lo mejor no he desarrollado una sexualidad específicamente masculina (afirmativa, asertiva, penetrativa) y por tanto no echaría de menos esa sexualidad que nunca he conocido.

Otras hipótesis son posibles para explicar lo mismo, por ejemplo, la de Lacan, que es más complicada, por lo que no la voy a explicar entera de momento, pero que la resumo diciendo que la afirmación de mí, como ser sexuado, se traslada a la afirmación de mí porque mi cuerpo entero es como yo he querido que sea.

Es decir, que no deja de haber posibles hipótesis acerca de cómo una persona, básicamente heterosexual, puede, por medio de un trauma, aceptar una transición sexual, y que por tanto sigue abierta la discusión sobre esto.

Lo de la “heterosexualidad traumatizada” me da desde luego cierta paz, un poco triste, desde luego. Pero me explica muchas cosas: mi fondo de interés, difuso, por las mujeres, y hasta mi sentimiento de no entenderlas, de que son tierra extraña, de que necesito preguntarles lo que sienten o rebuscar en sus libros.

Mi Edipo masculino, tan intenso desde mi niñez: amor por la madre y admiración por el padre.

Mi atracción sentimental por la compañía de los hombres gays, que llega al placer por las caricias, a la vez que no me excita verdaderamente su cuerpo.

La persistencia de mi identidad personal masculina y mi necesidad de una identidad social que no lo sea.

La aceptación de la transformación de mi cuerpo, como expresión total de un trauma que me enfurece profundamente y como adaptación dentro de lo posible. Me he herido para que nadie me hiera.

martes, octubre 24, 2006

Haciendo un balance de mi vida



Haciendo balance de mi vida, lo que es natural al llegar a los sesenta y cinco años, también para preparar los últimos capítulos, si mi suerte es vivirlos, lo que me encuentro en el haber es la tranquilidad y el bienestar que me dan la apariencia con que salgo a la calle y la misteriosa aceptación de que mi vientre sea ahora liso y redondo, y la existencia de un amigo y unas amigas a quienes quiero y que me quieren. No está mal.

Lo demás, dentro del terreno de los sentimientos –lo económico también me va bien-, es un desastre.

He querido durante más de cuarenta años tener el amor con un hombre, y no lo he conseguido nunca y me parece que me moriré sin saberlo. Lo más grande, y fuera. Con esto está explicado todo.

Por eso, quiero replantearme toda mi historia desde el principio, desde la base de reconocer –dejadme que use este lenguaje- una heterosexualidad básica aunque vaga. Si yo en el fondo fuera heterosexual, todo estaría explicado y no tendría que sufrir, porque nunca lo habría deseado de verdad.

Las coordenadas de mi existencia, a una edad tan avanzada como los trece años –lo digo en serio, es una edad avanzada, en la que han pasado ya muchas cosas- eran las siguientes:

Una identidad personal, quiero decir natural e íntima, de tipo masculino. Conciencia de la diferencia con mi hermana, asimilación de mi diferencia.

Una orientación hacia la mujer. Enamoramiento desde siempre de la belleza de mi madre, aceptación gustosa de que yo fuera el preferido de mamá y que mi hermana lo fuera de papá – Edipo.

Tensiones con mi padre.

Pero no puedo encontrar el recuerdo de otras mujeres que me absorbieran. Sí, mi primera polución nocturna fue soñando que estaba entre los brazos y los grandes pechos de nuestra gruesa y cincuentona cocinera.

Rechazo profundo de los hombres, repugnancia por la pubertad de mis compañeros, negación a que me idenificaran con ellos. Llegué a pensar que era lo más contrario a un homosexual.

Rechazo de su físico, su piel, su presencia. No debería haber hombres en el mundo.

Es verdad que, desde muy temprano, desde los cuatro o cinco años, también había en mí un vago masoquismo o deseo de sumisión a otros hombres, los militares. Pero masoquismo no es orientación.

Creo que los orígenes de mi rechazo por mis compañeros están en el fracaso de mis deseos de que fueran mis amigos, o la sorprendente hostilidad que encontré una y otra vez en ellos y en el desagrado por su aspereza, tan distinta a mi sutileza.

El terrible Tal, el bronco Cual, el duro Igual, mi primo Luis, tan guapo, de ojos grises, pero tan distinto y tan despectivo respecto de mí…

Apenas me consoló la fugaz amistad del alto y dulce Isla, también de ojos grises, de quien me acuerdo de repente. O la del bueno de Aceña, absorbido por la Historia.

Creo que no pasé por la necesaria fase homoafectiva en la que los niños y las niñas aprenden a valorarse a sí mismos mediante la admiración hacia otros hombres y mujeres y que ahí nació mi radical rechazo, mi rabia, mi falta de ternura hacia mis compañeros.

Pero tampoco aparecía ningún deslumbramiento por ninguna mujer. Sólo interés por Esther Williams, en una película en technicolor en la que sale nadando en una piscina azul. Pero nada del otro mundo. Heterosexualidad, pero débil. Ni muchachos ni muchachas en mi vida. Aislamiento. Pero una sexualidad sin objeto pujando, enervándome, desbordándome y culpabilizándome. Qué desastre.

Si no podía identificarme con los hombres, no podía tener una identidad social masculina, aunque la tuviera personal. Quedaba un vacío en mí, un hueco en v de una imagen. Si me atraían vagamente las mujeres, podía colmar este hueco con una imagen externa de mujer. Un travesti: un muchacho que se ve en el espejo con figura de mujer. Pero una prótesis para una mutilación.

De todos modos, ¿por qué mi heterosexualidad ha sido siempre tan vaga y tan difusa? Sé la respuesta hipoandrogenia. Un tratamiento médico prenatal: o era hipoandrogénico, o me iba.

Luego, el trauma, lo natural que sufren los hipoandrogénicos en el medio androgénico, que en mí, por estar más solo, por ser el hermano mayor (los demás vinieron cuando todo estaba sentenciado), llegó a un umbral crítico.

Ahora leo mucha novela gay, que despierta mi corazón, me hace llorar y sufrir, pero vivir.

No soy gay: es que me fascina ver cariño y amistad entre hombres.


lunes, octubre 23, 2006

La pureza




¿Dónde se pueden encontrar en la red las páginas en las que se pueda ver la pureza?

La pureza es algo sencillo y tierno que se encuentra en el origen de nuestros corazones.

Es también sincera y derecha. Ve las cosas como son y las dice como las ve.

Es propia de los niños y por eso se la llama también inocencia.

Yo me acuerdo de que la vi cuando la perdí, con doce o trece años, cuando de pronto vi, por primera vez, unas imágenes pornográficas y pensé algo así como que no era posible aquello, o que era terrible, y me puedo acordar todavía del feo olor químico que no sé por qué había en el cuarto donde las vimos y que se me quedó como pegado a la nariz.

Es decir, sé que antes no pasaba por mi cabeza que aquello existiese y después me he ido acostumbrando a que forme parte de la realidad. Es dura, esta realidad.

Pero a veces, en un momento, por algo que vea, se me viene a la memoria aquella manera de pensar inocente, aunque no puedo agarrarme a ella y mantenerla.

A veces es que veo personas que, siendo adultas, son puras. Las siento como un brisa tranquila a mi lado.

Es una suerte muy fuerte tener una amiga que sea pura (generalmente, las personas puras no se dan cuenta de que lo son, lo mismo que los niños) Yo, a su lado, sé que soy retorcida y complicada.

También se puede ver, de pronto, la pureza en una película. Quizá, desde luego, en películas para niños, como en una serie de dibujos de colores muy vivos en los que todos los muebles, todas las casas, todos los objetos de las calles tienen ojos y boca y miran y gesticulan a los niños, con alma de niños. ¿Pero ha habido películas de adultos que sean puras? Pensemos y recordemos.

O en una novela. Como las novelas gays suelen ser autobiográficas, en ellas se ve a veces la pureza de los primeros amores. Voy a mencionar dos: “No llores ni tengas miedo”, de Luis Deulofeu, que es la bella historia de un joven homosexual en Cuba, y “Tío Sean”, de Ronald L. Donaghe, que es la de otro joven en el desierto de Nuevo México.

Pero son pocas. Por eso me pregunto: ¿Dónde se pueden encontrar las páginas de la red donde se encuentre esa pureza, que te rodee, te envuelva de ternura y limpidez y te acostumbre a aprenderla y vivir en ella?

domingo, octubre 22, 2006

Una definición de parafilia

Muchas transexuales nos hemos excitado al imaginarnos la transformación sexual en nosotras o en otras personas. Eso es una parafilia, una excitación que no tiene que ver directamente con la atracción sexual.

Sin embargo, me parece que la parafilia no es la causa de la transexualidad (ni siquiera de lo que se llama erróneamente transvestismo fetichista o parafílico), sino sólo un efecto de otra cosa.

Incluso, la reacción parafílica puede sentirse como molesta e inoportuna, desearse que desaparezca, lo que demuestra que no es lo esencial; es algo que aparece y es tan fuerte que ayuda a aliviar ciertas angustias; fijaos en la palabra angustias.

Mi definición de parafilia, en todos los casos, es la de solución simbólica a un problema real.

Esto quiere decir que el tema central de la parafilia nos excita, nos alegra, porque en él hemos encontrado una solución, un alivio, a una angustia persistente.

Hemos encontrado un símbolo que supone una vía de escape. ¿Por qué nos excita? Porque es una solución.

¿Por qué vuelve una y otra vez a nuestra imaginación? Porque es una solución sólo simbólica y no real, mientras que el problema sigue siendo real y no lo hemos resuelto.

¿Cuál es el problema que produce la parafilia en el caso de las transexuales? El trauma que he supuesto que es el origen determinante de la transexualidad.

Es un trauma real, que sitúo en que la persona transexual no se ha sentido durante su niñez o época de formación querida ni aceptada, sobre todo por las personas de su sexo biológico.

Es una cuestión de adaptación, que la ha hecho saberse inadaptada, cuando somos seres sociales que necesitamos como el aire vernos aceptados y adaptados a nuestro medio social.

El transvestimiento que no implica cuestiones de identidad, efímero, de va y viene, es una solución simbólica, porque claramente no resuelve el problema real, la falta de afecto que se ha vuelto constitucional en la persona.

Por eso causa placer, mientras funciona, pero luego se deja y luego hay que volver a él. Por eso es una parafilia.

La solución real está en mirar cara a cara el problema real. ¿Es sólo una cuestión de falta de afecto constitucional, de inadaptación sólo biográfica, sólo psíquica, sin que haya cuestiones físicas o corporales de fondo? Quizá se pueda resolver asumiendo la necesidad, para cada sexo, de querer y admirar a los de su propio sexo, de desear su compañía y aprender así la homoafectividad (distinta de la homosexualidad)

¿Es una cuestión de hipoandrogenia física, ya corporal, que haya producido la falta real de una sexualidad específicamente masculina, la carencia de deseo psíquico de penetración (aunque sea físicamente posible), incluso el desagrado y extrañeza por los propios genitales y sus funciones, la falta de empatía con las reacciones y con la sexualidad de los varones?

Entonces, la solución real está en asumir plenamente esa condición y sus consecuencias sociales. Observad que en las condiciones que he dicho (falta de deseo de penetración, desagrado por los propios genitales, falta de empatía) no hay placer, son sólo sentimientos negativos.

Entonces, la solución real puede estar en un proceso transexual, que puede ser real y sin embargo asumir determinadas limitaciones en la práctica: a veces el mismo transvestimiento incluso ocasional es suficiente, pero refrendado por la conciencia de su significado o por la aceptación por un pequeño grupo social de que se es transexual aunque no sea posible realizarse.

En cuanto entramos en el terreno de lo real, desaparece la parafilia o quedan sólo restos insignificantes.

viernes, octubre 20, 2006

Una foto



Estoy en una foto en la casa de mi amigo.

Sólo los pelos rizados y blancos dicen mi edad. Estoy alegre y con un aire hasta juvenil.

Y resulto francamente femenina, diga lo que diga yo y piense lo que piense. Tranquila, suave y afectuosa. (Por eso sólo soy la amiga de mi amigo, porque él es gay)

Estoy sentada, un poco echada hacia adelante, con lo que el pecho se nota lo justo, pero se nota, empujando la camisa azul perlada, con flores ocres, que tengo hace tantos años, porque no me gusta comprar ropa.

(Me gusta que me la regalen)

Miro la foto como si fuera de otra persona, pero soy yo. Me gusta verme. ¿Me veo a mí o veo una figura que se ha superpuesto sobre la mía?

Porque digo y redigo que no soy una mujer. No me apetece ser una mujer. Entonces, ¿qué soy, o más fuerte todavía, qué es lo que estoy viendo?

Estoy viendo el misterio de lo que soy yo, una persona que tiene una parte de varón, que sé dónde la veo con toda claridad, sobre todo en mi alma, y otra parte que no es de varón, que creo que tiene que ver sobre todo con mi cuerpo, con la forma que entiendo, me gusta y me tranquiliza en él.

Fijaos que me da la impresión de que esto que soy, no tiene nombre, porque ninguno de los que existen me recuerda exactamente lo que acabo de decir. Unos se van demasiado al lado de los hombres y otros demasiado al lado de las mujeres, y otros se quedan demasiado en medio y tampoco me convencen, porque yo soy bastante masculino en mi alma y bastante femenina en mi cuerpo... Quizás eso es lo más exacto y corto que puedo decir de lo que soy...

martes, octubre 17, 2006

Sentimientos de trans



Pongo una televisión local para buscar el tiempo y me encuentro con una mesa redonda sobre fútbol.

Están el presentador; un entrenador viejo, de mi edad, antiguo jugador; el delantero centro y capitán actual del Granada, que se llama Bordi; otro de los jugadores, otro delantero me parece y un jugador, ahora de baja por un golpe, que lleva una sudadera negra con capucha.

El Granada ha ganado y están contentos.

El presentador es muy guapo, moreno, un treintañero de facciones rectangulares y firmes, deportista él también, no hay duda, aunque periodista profesional, y ojos azules y claros que miran de abajo arriba, con nobleza.

Va a la moda con la barba un poco crecida, pero casi imperceptible. Seguro que sabe que es guapo, pero no parece tenérselo creído. Habla y actúa con toda naturalidad.

El capitán es argentino, y descubro enseguida su cadencia al hablar. No es guapo, es fuerte, con facciones algo rudas y el pelo largo, guedejas algo grasas y mazacotadas (pero se duchó por lo menos ayer, al terminar el partido), y su expresión es un poco triste y desencantada.

Me imagino, un jugador que viene a Europa, y que no consigue que lo contraten nada más que en el Linares y el Granada, ahora en Segunda B. Me figuro a sus hijos, preguntándole un día. “¿En dónde jugaste?”, y esperando un historial de Primera (a lo mejor llega, desde luego)

Pero Bordi es ahora el ídolo de la afición local. Le llaman “el Tanque”, y se ven unas imágenes en las que parece de verdad un tanque; es corpulento, alto y ancho de hombros, poco cuello, fuerte y entregado, siempre batallador, siempre acometedor en busca del balón.

“¡Bordi! ¡Bordi! ¡Bordi!”, cantan los aficionados. Tiene mujer y un hijo, me encanta haber acertado en mis figuraciones, son felices aquí y él está feliz de que lo sean. Parece un buen hombre y un buen padre de familia.

“Lalo”, el entrenador, el maestro, como le llama el presentador, es el único feo de la reunión. Tiene ojillos achinados, a lo Juanito Valderrama, y boca fina, parece un Buda de rostro alargado y amarillo, aunque lleva un jersey rojo doblado a la moderna sobre el hombro de la camisa a cuadros.

Sabe mucho de fútbol y analiza fríamente las jugadas, con naturalidad de experto. Es distante con los jugadores, acostumbrado a ser el jefe; y es malo con Bordi, a quien le recuerda los nombres de jugadores, hoy olvidados, que también fueron aclamados como él, con ritmo y cánticos. ¿O se lo dice porque es sabio, para que no se engría?

El otro jugador es tan guapo, que sus rasgos se mueven y sonríen con armonía y gracia nada más enfocarle la cámara. Es moreno, rasgos angulosos pero finos y centrados.

Tiene también mujer y dos hijos, creo, y me parece también un buen padre, luchando por sacar la familia adelante a la vez que disfruta haciendo lo que más le gusta, jugar al fútbol.

En las escenas en el campo, lo veo un poco destartalado, como si llevara una equipación una talla mayor sobre un esqueleto rectangular. Nada más empezar, marca, corre, da una voltereta a lo Hugo Sánchez, que fue el ídolo de su niñez, aunque la retrasa demasiado, y se va a la grada, donde lo abraza un muchachote, que lo levanta casi del suelo en el abrazo. “Mi hermano menor”, dice sonriente. “¿Menor?”, dicen todos.

El jugador ahora de baja tiene un perfil también anguloso, pero atractivo. Pelo moreno despeinado, nariz ganchuda, mejillas finas y una barba como de tres días, apretada, negra. La sudadera negra me recuerda a los estudiantes rockeros que he tenido, con sus chupas negras de cuero y sus clavos niquelados, y en que todos eran muy educados, sensibles y amables. Mientras pienso en esto, no me entero de lo que dice. Me gusta ver las áreas que la barba cubre en la garganta y compararlas con las de los otros contertulios, que son distintas.

Es que los tres jóvenes se dejan una barba rasposilla, que me encanta, como se lleva ya hace años para reafirmar el encanto masculino.

Estoy segura de que lo que más me gusta de estos hombres es su moral. Es que son sencillos, directos, naturales, familiares, luchadores con discreción, soñadores de la fama, cómo no, pero también realistas.

Es posible sentirse a gusto y seguro con ellos. Como buenos somatotónicos (deportistas), son claros y sin complicaciones. Encima son guapos, pero eso viene por añadidura, es una luz física que se añade a la invisible luz moral.

Comprendo que eso es lo que las mujeres buscan instintivamente en sus parejas, que sean buenos, un buen marido, un buen padre de sus hijos.

Es también lo que, con menos intensidad, pero con claridad, siento yo. Yo busco en el hombre al buen amigo, guapo, pero afectuoso, lo que me atrae sobre todo es que sea bueno, que me quiera y que yo le guste, también, sobre todo, por mi manera de ser.

Pero mis sentimientos se diferencian de los de una mujer en que me parece que no hay en ellos esa electricidad que pega los cuerpos y las almas y que hace pensar en él y no poder dejar de pensar en él.

miércoles, octubre 11, 2006

Donde digo Diego




El cometido de la cabeza es darle vueltas a las cosas y por eso donde dije digo, ahora digo Diego, por lo menos provisionalmente.

Esta mañana he ido al dentista, y he estado unos momentos en la sala de espera con una señora de mi edad aproximadamente, pelo canoso como el mío aunque azulado y pantalones vaqueros y zapatillas deportivas.

“¡Uf, qué calor!”, me ha dicho. “¡Esto no es natural!”

Luego hemos estado un ratito hablando animadamente y con confianza. He abierto mi bolso para rebuscar en sus profundidades y ella me ha hablado como a otra señora, con naturalidad.

No ha sido nada especial, pero mientras estábamos allí, he pensado que estaba a gusto en su compañía. Si hubiera estado entre hombres, me hubiera parecido que estaba encaramada en un palo, entre gallos picajosos, nerviosos y cacareantes, de donde en cualquier momento me podrían tirar.

Con esta señora, me sentía como una gallina al lado de otra gallina, esponjadas y tranquilas, sentada sin temor alguno, en mi lugar, en un lugar apacible.

Por eso quizás, esta noche, en los duermevelas que tengo de vez en cuando, medio soñaba o pensaba que estaba acercándome a ser un hombre, pero que en el último momento, encontraba una especie de barrera imperceptible por la que no podía pasar. Me dejaba parada en seco.

En el fondo, comprendí muy bien que estaba muy a gusto en este lado donde estoy.

Estable, tranquila, segura.

Cómo se enlaza todo esto con lo que llevo escrito estas semanas, no lo sé.


martes, octubre 10, 2006

Retorno a la juventud

¡Es alucinante! Pero se me había olvidado una dimensión entera: el eros transexual.

Es natural: ahora tengo sesenta y cinco años y sé que me figura es alta, lineal, canosa, y que en cuanto a mi cara me puedo dar por contenta con salir agradable en algunas fotos, porque en otras resulto, a secas, fea.

Esta falta de atractivo la he interiorizado humildemente y la he hecho ya propia de mi manera de estar en el mundo, resignada, interesada sólo por otras cuestiones menos personales. También se me ha olvidado el sueño y el juego con el mañana propio de quienes tienen la sexualidad despierta.

Pero de pronto, no sé cómo ni por qué, se me vino a la mente imaginarme, lo voy a decir con orden, que de mis caderas manaban y se ensanchaban unas nalgas esplendorosas, de líneas precisas y semielípticas (no sé cómo decirlo, pero se puede imaginar), que me movía grácilmente, que en mi alto torso se delineaban unos senos espléndidos y firmes, pesados, en vez de los pequeños y aburridos que hay en la realidad, que tenía treinta años, y por qué no, cuarenta menos... y que los hombres me miraban, me deseaban, me valoraban, me hacían existir y me absorbían en el mundo grande de sus ojos...

En ese momento sentí el placer de estar dentro de mi cuerpo y de que fuera básicamente como es, para seducir y para afirmarme y de pronto me di cuenta de que en la realidad por donde andaba era por una calle junto las hojas y ramas de una mimosa que se llama sensitiva, porque se pliega cuando la tocan, y entre otras alegres hojas que se movían con la brisa.

¡No se puede creer, pero estaba volviendo a jugar con la vida y el futuro, como en mi juventud, y hasta me encontré de pronto con que podía andar cadenciosamente, en estilo pasarela, en vez de como un pato cansado, que es como suelo andar últimamente!

lunes, octubre 09, 2006

La dura belleza de las transexuales


Necesitamos encontrar la belleza de la transexualidad para demostrar a los ojos de todos que nuestra experiencia es digna de existir y exalta la condición humana.

La transexual se planta desafiante, ésa es nuestra belleza. Durante muchos siglos ha tenido que ser sobre todo un desafío contra el código de género que regía en la sociedad entera y todavía lo es así en América Latina, donde las transexuales o travestis desafían cada noche la muerte a manos de las bandas paramilitares y cada día la marginación en las fraternales condiciones de la pobreza y, por eso justamente son trans, son orgullosas, existen, sobreviven.

Pero cuando, como aquí ahora, el código de género se ha abierto y hemos vencido el desafío contra el resto de la sociedad, que ha tenido que dejarnos sitio para que nos sumemos a ella, sin más coste que algunas miradas hostiles -eso sí, asesinas en secreto- y algunos insultos diarios, nuestra belleza ya no está en la batalla que hemos tenido que ganar contra los códigos sociales sino en los propios y particulares desafíos que nos han hecho transexuales. Porque, según lo que entiendo, no hay transexual que no lo sea por una herida.

Una herida que hubiera podido ser de muerte, pero a la que se ha sobrevivido, precisamente haciéndose transexual.

Con cuánta frecuencia empleamos las transexuales la palabra guerreras para definirnos. Porque nos hemos visto obligadas a hacer la guerra con los que nos han despreciado o no han querido responder a nuestra ansia de cariño con un cariño semejante al nuestro, o valorándonos proporcionalmente a como los hemos valorado.

Hay muchas lágrimas y mucha rabia escondidas en la experiencia transexual y ésa es nuestra belleza. Nos hemos plantado ante las personas a las que queremos, vistiéndonos con ropa de mujer, hormonándonos, operándonosde de esto o de lo otro, para decirles: "A ver si así me ves bella, a ver si así me valoras por fin, a ver si este desmesurado heroísmo me hace digna de atención para ti..."

jueves, octubre 05, 2006

Teoría del trauma

Estoy trabajando en una teoría del trauma para explicar la transexualidad.

La simple predisposición de tipo biológico no me parece una causa suficiente.

Primero, hay montones de varones hipoandrogénicos (tímidos, introvertidos, poco o nada dados a los deportes fuertes) y de mujeres hiperandrogénicas (audaces, extravertidas, deportistas), que no son transexuales y,

segundo, hay transexuales, de hombre a mujer, que no han sido hipoandrogénicas (han sido resueltas, mandonas, peleonas) ni hiperandrogénicos en el caso de mujer a hombre (han sido reflexivos, intelectuales, tranquilos)

Entonces, hay que dejar la biología básicamente fuera, aunque muchas personas transexuales, desde luego, hayan sido hipoandrogénicas o hiperandrogénicas, respectivamente. Pero esto funciona de otra manera. No es la biología la causa directa.

La causa directa puede estar en un trauma, entonces. Diré que creo que se trata de un trauma de inadaptación muy fuerte.

La inadaptación puede darse por muchas razones, pero creo que la más frecuente puede ser la conciencia de ser más o menos diferente de los compañeros del mismo sexo que han tocado en clase, o bien, otras veces, diferente del propio padre del mismo sexo, por los mil motivos concebibles.

El mundo de los niños y los adolescentes es muy cerrado; esta inadaptación se convierte fácilmente en un rechazo mutuo que, cuando es fuerte y duradero, puede dar lugar a una respuesta adaptativa que es el rechazo en bloque de la masculinidad en sí mismo o de la feminidad en sí misma.

Se abre entonces un proceso transexual que, cuando también es duradero, cuando ocupa sobre todo muchos años de la edad de la formación, se vuelve irreversible.

Es verdad que, muchas veces, la razón de la inadaptación es la hipoandrogenia en los niños o la hiperandrogenia en las niñas. Pero no necesariamente: niños hipoandrogénicos pueden tener la suerte de adaptarse bien a su medio y consolidar una identidad masculina y niñas hiperandrogénicas pueden integrarse bien igualmente y asumir, pese a todo su carácter, una identidad femenina.

La teoría del trauma consolida paradójicamente el valor de la transexualidad.

Si fuera sólo biológica, cabría entenderla como una disfunción, y podemos temer que, en el futuro, se hicieran análisis prenatales para determinar la cantidad de andrógenos que están bañando al niño o niña y corregirlos con alguna inyección.

(A nadie le gusta pensar que su condición esté destinada a extinguirse)

Pero el caso de los traumas es diferente. Golpes, heridas, traumas habrá siempre, en una existencia darwiniana señalada por la lucha y el dolor.

Y las respuestas a los traumas son creadoras y ratifican la adaptación mejor de quienes los han padecido y superado. Esto marca el valor de la transexualidad, su realidad positiva, afirmativa.

Y además permite relativizar el concepto del propio sexo de la persona transexual. No hace falta decir tanto como “soy una mujer atrapada en un cuerpo de hombre”, o al contrario, “soy un hombre atrapado en un cuerpo de mujer”, sino simplemente, “soy un hombre que he necesitado vivir como mujer” o “soy una mujer que he necesitado vivir como hombre”.


miércoles, octubre 04, 2006

El piloto


Ser piloto es volar por un cielo limpio, el de la verdad, cuya hermosura transparenta la audacia con la que se emprende el vuelo.

No sometido a ninguna convención ni conveniencia, nada más que a la necesidad de verdad que para los humanos es como el agua en nuestro cuerpo.

Sabiendo que por el hecho de volar eres un piloto de guerra aunque no entres en combate.

Definidas, por el mismo hecho de estar en vuelo, unas convicciones que brillan dentro de mí como el sol en el aire azul de fuera, formando una trilogía distinta sobre lo que debemos buscar los humanos: verdad, libertad, amor perfecto.

No quieres que nadie sea tu enemigo por ello, sabes que todos lo necesitamos, pero aún así debe ser defendido y por eso estás en el aire.

Estás volando entre las islas del inmenso Mar del Sur. Cada una de ellas interrumpe la perfección del cielo luminoso y del aire nítido pero a la vez la confirma, es la realidad en la que hay que aterrizar.

Lo haces junto a un espejo de agua tranquila que refleja y repite el azul del cielo de otra forma, con sus ligerísimas olas profundas.

Enfrente, a un lado, se levanta un gran edificio de líneas cúbicas, blanqueado por el sol que pega en su poderosa fachada, que es la torre en la que trabajó mi padre y que sirvió como oteadero o punto de observación desde su alta azotea y que ahora tiene que ver contigo como hito de tu viaje.

Que ahora, cuando sigues el vuelo y te encuentras de nuevo en el infinito, tu medio natural, te llevará a donde no sabes.

lunes, octubre 02, 2006

Concentración

Llega el momento en que se sabe que se debe concentrarse en determinados temas. En mi caso, uno de ellos es la transexualidad, no sólo porque yo necesito saber qué soy, sino por lo que esto pueda servir para otras personas.

También puedo saber que mi manera de pensar para esto ha de ser teórica, porque lo que necesito primero es la verdad; podría encontrarla a través de la estética, pero necesitaría una llamarada de intuición, porque si no, me perdería en la confusión de esteticismos extraviados.

Quince años después de haber empezado a salir del armario definitivamente, puedo constatar lo que ahora digo:

Me siento varón, del tipo cerebrotónico (intelectual y sentimental), distinto del somatotónico (muscular y activo) y del viscerotónico (práctico, gozador)

Mi sexualidad, siendo muy fuerte y en general ginéfila, ha permanecido imprecisa en cuanto a las mujeres determinadas; y siento un gran amor por la belleza de mi madre.

Mi afectividad ha sido tenazmente homófila, confundiéndola con una homosexualidad o excitación por los hombres que nunca se ha hecho real. Los dos objetos de mi homofilia han sido la imagen de mí mismo en un amigo y la imagen paterna.

Socialmente, no puedo vivir como varón. Me tranquiliza y estabiliza vivir como transexual, dentro del refugio de esta identidad.

Subjetivamente, íntimamente, rechazo la genitalidad masculina, que me desagrada tanto anatómica como funcionalmente y tanto en mí como en los otros y me gusta con naturalidad la forma de mi cuerpo tras la operación (lisa; no me interesa la neovagina; casi prefiero ignorarla)

Los tres primeros puntos indican una masculinidad temperamental básica y definida, no evolucionada desde luego, pero el cuarto y el quinto señalan un trauma relacionado con la genitalidad.

Todo esto suena en efecto a trauma y no a predisposición natural por las siguientes razones:

No tuve ningún problema genital antes de la pubertad, cuando no sentí más que una curiosidad no muy fuerte por un órgano que me parecía tierno y delicado.

Lo que no pude asimilar fue la pubertad, porque no me adapté a mis compañeros, lo que hizo que no me aceptaran y que yo no los aceptara a mi vez y relacionara con ellos, a quienes rechazaba con profunda ira, mi pubertad y mi genitalidad.

El trauma consistió fundamentalmente en no querer y no poder ser como ellos, interpretados como la masculinidad personificada, así como en la falta de apoyo y la falta de entendimiento con mi padre por mi forma de ser (intelectual y sentimental, mientras que él era muy enérgico y activo) y por la suya (por su aspereza y su insociabilidad), sentimientos que se superpusieron por entonces al cariño.

En la crisis con mis compañeros, me faltó el apoyo paterno. Si hubiese tenido un amigo que fuera tal como deseaba y mi padre me hubiera demostrado más entonces su cariño y compañía, no hubiera sido transexual y mi evolución hubiera continuado quizás hasta hacer posible la heterosexualidad.

En vista de mi experiencia personal, extraigo una interpretación de mi transexualidad como trauma que interrumpe la evolución biológica y que da lugar a una reacción adaptativa: si no puedo y no quiero estar entre los varones, me iré con las mujeres; esta reacción fue seguida por varios automatismos parafílicos, que duraron mientras sólo fue imaginaria.

Dentro del debate sobre la homosexualidad o la transexualidad, observo que este esquema es coherente con el de Freud. Supone que hay en general una predisposición genética hacia la heterosexualidad, fundada en la tendencia primordial de la vida hacia su reproducción.

En mi historia personal puede que hubiera dificultades (carácter intensamente intelectual y sentimental, poca definición del deseo de la mujer), pero no impedimentos definitivos (intersexualidad biológica, por ejemplo) para esta evolución. Si no se dio, sería por un bloqueo traumático y la reacción de adaptación que le siguió.

Por tanto, en conformidad con la teoría de Freud sobre la homosexualidad, mi transexualidad se debería a una detención y fijación en un estadio inmaduro de mi evolución, que creo que debe considerarse definitivo, dado que cada fase supone un conjunto de circunstancias y experiencias que sólo se pueden dar en la edad correspondiente.

La teoría de Freud, aunque es psicologista, presupone un biologismo determinista. Ha sido vehementemente contestada por la escuela de Foucault, que hoy es la hegemónica (teoría de género o constructivismo)

Ésta supone una biología indeterminada y multivalente, sobre la que se construyen cultural y políticamente diversas formas de sexualidad, como las históricamente llamadas homosexualidad (que crea la llamada heterosexualidad y no al revés) y la transexualidad.

El desarrollo histórico hacia la liberación conduciría hacia una sociedad multiforme y sin reglas, en la que no habría ya orientaciones ni géneros (que serían regulaciones políticas del sexo)

Esta perspectiva es finalista, pero conduce hacia lo amorfo. La contradice la firmeza del biologismo animal, que conduce a preguntarnos si, entre los humanos, la cultura puede anular la biología.

Es cierto que el hombre está sometido sólo a la lógica, lo único que no puede violentar aunque quiera, por lo que potencialmente puede desbiologizarse, por lo que las extrapolaciones lógicas hacen concebible una razón humana no sometida a lo biológico (ya los tratamientos farmacológicos de las psicopatologías hacen posible esta insumisión)

Pero la vinculación de la afectividad con la biología hace que se pueda modificar pero no anula; la razón puede intentar justificar la anulación de lo existente y su recreación ex novo; pero también, la razón humana, limitada, puede intentar respetar la razón objetiva de la biología para intentar comprenderla, no negarla.

domingo, octubre 01, 2006

Estabilidad

Siempre me lo estoy diciendo y siempre se me olvida.

La única identidad que me da estabilidad es la de intersexual, pero como adjetivo, no como nombre.

Las otras dos, dichas a secas, la de mujer o la de hombre, acaban produciéndome tensiones. La de mujer, porque no me hallo, es territorio extranjero, y la de hombre, porque entonces no me explico fácilmente por qué estoy estable con que mi cuerpo sea como es, o por qué me fastidiaría que mi cuerpo volviera a ser de hombre o por qué me resistiría, como gato panza arriba, a tener que entrar en un aseo de hombres.

En mí, la palabra intersexual significa entre dos aguas y tiene un brillo metálico.

Entendiéndola de cerca, significa en mi caso varón poco definido.

Pero de tal manera, que lo de poco definido define fundamental y exactamente lo que soy y cómo me siento, lo que me da algún atractivo, lo que me hace ser como el Tadzio de "Muerte en Venecia", ambiguo, de bellos brazos y bellos gestos, digno de amor, lo que más necesito.