martes, octubre 14, 2014

Pachamama

Kim Pérez

He vivido en un mundo y ahora vivo en otro.

Crecí como las muchachas de entonces, aunque yo no lo fuera aparentemente, viviendo como ellas con delicadeza y sensibilidad.
Para ellas, su esencia era saber que amparaban un secreto, la ternura, como la belleza del aire fresco de la mañana. Sonreír en silencio pensando que así habían nacido y ésa era su esperanza. 
Para mí era así, aunque pronto me llegaría el espanto de mi realidad. Pero el mundo era sutil, sonreía, y me permitía acercarme a él con sutileza.
En él, mis manos, mis dedos, se movían como si tocaran suavemente algo inexpresable. Con naturalidad se sabía que la vida era digna y que podía ser bueno o maravilloso lo que cada día nos trajera.
Las niñas, las muchachas, vivían protegidas de toda aspereza; demasiado protegidas, pero pudiendo desarrollar su sentido del encanto y de la ternura. Yo tenía que vivir en el mundo masculino, en el que la confianza en la realidad y la esperanza de que todo llegara a ser mejor formaba también la música de fondo, el impulso fundamental, pero a la vez todo era aspereza.
La aspereza era lo propio de la masculinidad. Hasta el punto, ahora lo veo con claridad, que lo que rompió mis sentimientos y me llevó a no querer ser masculino, fue la aspereza de la vida masculina, mientras que yo aspiraba básicamente a la delicadeza.
Conforme se fue acercando el 68, todo cambió. El mundo entero se fue haciendo áspero, y peor todavía, brutal.
Perdió la esperanza, se quedó convertido en la búsqueda del placer del momento, y en un momento, pese a lo que fuera. En el fondo de los corazones sonó una nueva música, la de la desesperación, o mejor dicho, la de la esperanza desesperada, que sigue atronándonos a la vez que nos eleva al infinito de lo que tememos que sea imposible.
La aspereza se extendió, lo llenó todo.
Hará unos veinte años, en los noventa, sabiendo lo que ya pasaba, me decidí, en una clase de catorce años, a preguntarles a mis alumnillos y alumnillas lo que pensaban unos de otros.
Cuarenta años antes, en los cincuenta, no se lo hubiera podido preguntar, porque no estudiaban juntes, y si se lo hubiera preguntado no me habrían sabido responder, porque unos y otras estaban en la inocencia de la ignorancia, pero si hubieran dicho lo que sentían, hubieran respondido algo así:
Ellas: Los muchachos serán un día todos unos hombres.
Ellos: Las muchachas son lo desconocido que me hace llorar.

En cambio, ya en los años noventa, aquéllos a quienes interrogué, que tienen ahora treinta y cuatro años, me respondieron:
Ellas: Todos los tíos son unos cabrones.
Ellos: Todas las tías son unas putas.

Disimulé mi horror. ¡Catorce años! ¿A eso habíamos llegado?
Se puede traducir, desde luego, y queda algo muy triste, pero más comprensible.
Ellas: Los muchachos sólo quieren aprovecharse de nosotras y pasar de una a otra. 
Ellos: Las muchachas nos fascinan pero juegan con nosotros.

De todos modos. Hemos despertado de nuestros sueños (ver los párrafos primeros) y nos encontramos en un mundo duro.
Es verdad que no es durísimo. Hay la seguridad social, por ejemplo, que antes no existía, y que yo he valorado cuando he estado once días en un hospital, muy bien atendida, y gratis.
Pero el mundo de hoy es duro, porque casi nadie tiene la esperanza de un mundo mejor.
Se ve la dureza de la condición humana. Hay menos hipocresías.
Las mujeres de ahora, las muchachas, las niñas, están enteradas de todo, lo mismo que los hombres, los muchachos, los niños.
No hay sitio para la delicadeza.
Y sin embargo, en los corazones femeninos de hoy, también en los de las trans, puede haber una convicción: hay que amparar a este mundo.
Para esto sirve la aspereza masculina, para ver la realidad tal como es, sin hacerse ilusiones sobre esa realidad, agresiva, competitiva, avariciosa, egoísta, que hace necesario defenderse de ella, todos los humanos, porque en el fondo fondo no somos hombres ni mujeres, sino personas.
Esto es bueno que las mujeres y les intersex lo hayamos aprendido.
Que miremos cara a cara la realidad del mundo, y sin miedo.
Saber cómo es, conocerlo en sus últimos detalles, desde abajo, no hacerse ilusiones, no vivir en la cándida inocencia de antes, pero tener cuidado de él, ayudarlo a salir adelante.
Lo pienso. Es dejar que aparezca, más allá de la gentileza, de la gracia, de la delicadeza juvenil femenina, que un día se recuperará, el sentido de la Gran Madre, de la Diosa de la Vida, la Pachamama, precisamente en estos tiempos de dificultad y de angustias.
La Gran Madre tiene los ojos abiertos. Lo ve todo, lo tiene que ver todo, tiene que saber de todo, porque tiene que salvar a sus hijos.
Si los tiempos son ásperos, tiene que entender de aspereza, porque ya no le es posible asentarse en un mundo más sensible y delicado. Como la Madre Coraje, tiene que luchar por sus hijos, tanto por las niñas, como por los niños, o les niñes, hacer de todos buenas personas, sacarnos adelante.
Lo conseguirá. O lo conseguiremos.

Caras de Dios


Kim Pérez

Cuando veo los colmillos de un tigre y sus ojos feroces estoy viendo una de las caras de Dios.
Porque Dios lo ha hecho; está firmado.
Dios es el autor de la crueldad de los seres animales que comemos células de otros animales o de los vegetales.
O de la de los virus que en pocos días destrozan a un ser vivo, al precio de morir ellos misos por millones cuando lo matan.
Por eso Dios está más allá del bien y del mal.
Está más allá.
El Estado Islámico sigue esa cara cruel de Dios, la cara temible, el temor de Dios.
Hace ver que hay algo más grande que el ser humano. Algo que nos ha hecho, y que cuando nos deshaga, seguirá existiendo.
(Eso le pasa también a las Matemáticas, su lenguaje)
De nuevo, desde hace más de setenta años (España), los humanos matamos para que se respete el nombre de Dios.
No el nombre de la raza (nazis) ni de la comunidad (comunistas) Los humanos matamos por cualquier cosa, aparte de las religiones.
Pero la raza y la comunidad están al nivel de lo humano. Dios está más allá de lo humano.
Lo vemos también cuando sentimos misericordia por tanto desastre. Entonces vemos otra cara de Dios.
Sentimos pena por estar en un mundo donde hay tigres, virus, tanta crueldad, no sólo humana. Pena por nosotres, cuando tantas cosas nos dañan. Intentamos poner nuestras fuerzas al servicio de los seres que sufrimos la crueldad de Dios. Creamos hospitales. Escuelas, para que aprendamos más sobre la vida (los talibanes islámicos negaban la educación a las niñas) La democracia, para intentar resolver nuestras peleas en paz.
La misericordia también la ha hecho Dios y la ha puesto en nuestros sentimientos. Llorar por otra persona, no sólo por cada une de nosotres. Nos ha dado la lógica y las matemáticas para comprender que cuanta menos crueldad haya en nuestras vidas, mejores serán (un menos da un más)
Yo sé que Dios existe, y que está más allá de nuestra voluntad. El único problema ha sido explicármelo.

domingo, octubre 05, 2014

No y punto


Kim Pérez

Una cosa muy sencilla pero que rompe esquemas: yo no quiero ser hombre y no llego a ser mujer.

Soy lo que he sido siempre. En mi niñez, un chiquillo ambiguo que pensaba que habría sido más feliz naciendo niña.

No "una mente de mujer en un cuerpo de hombre", sino "una mente ambigua", o "una mente que va para mujer"... Éste es el esquema que rompo, sin querer.

Porque lo único seguro es que no he querido ser un hombre, no puedo ser un hombre, me encuentro también distinta de la mayoría de las mujeres, pero en cambio necesitaba operarme, me he operado y estoy tan a gusto.

O sea: una persona ambigua, una persona a medio camino... Pero eso, en el fondo, me gusta, porque es mi manera de ser, es en lo que me reconozco cuando pienso en mí, es mi verdad.

Naturalmente, tengo derecho a ser como soy, porque así he nacido. Sé que hay muchas personas que son como yo y de una manera parecida o distinta se sienten como ambiguas, y también tienen derecho, como yo, a ser como son.

En el fondo, el esquema que rompo sin querer es el de "hay hombres y mujeres y punto". Lo rompo sin querer porque yo querría ser "mujer... y punto". Pero en cambio, para explicar cómo soy, tengo que dar una larga explicación. Ahora, que a lo mejor es mejor que haya también personas como nosotras.

A la gente que conozco, no tengo que darles explicaciones. Saben cómo soy y quienes me quieren, me quieren.

sábado, septiembre 20, 2014

SUBJETIVIDAD

Kim Pérez

La noción de que yo estoy dentro de mí y todo lo demás parece fuera pero lo conozco sólo dentro de mí, es uno de estos hechos tan reales y tan asombrosos que, cuando se reconoce su dimensión central, son capaces de cambiar una civilización.

Porque nuestra civilización sigue completamente ajena a esto; no es el caso de la civilización de la India, en la que se sabe que todo soy yo, yo menor y yo mayor, pero aquí, aunque haya algunas personas que lo comprendan individualmente, por sí mismas, sin haberlo aprendido de nadie, no lo sabemos colectivamente.

Para poder referirme a este hecho con una sola palabra, le voy a llamar Subjetividad, porque tiene que ver con la condición de Sujeto de la Contemplación y de la Acción, de quien mira y quien hace, frente a la Objetividad del objeto de la contemplación y la acción, lo que miro y lo que hago.

Pero como todo lo que existe desde el punto desde el que miro lo veo desde mi subjetividad, se puede decir que todo es Subjetividad.

Fijaos que decir esto está a un milímetro de la frase “todo es subjetivo” que equivale a “todo es relativo” y que es la angustiada expresión del escepticismo y el desencanto de hoy. Espero poder mostrar la diferencia de matices.

Hemos formado lingüísticamente la contraposición entre subjetivo y objetivo pensando en lo que es cognoscible sólo por mí (la intuición) y lo que es cognoscible por todos (la razón); pero como esto es compatible con que yo puedo conocer lo intuíble y lo racional, todo entra dentro de mi Subjetividad.

Pero salgamos ahora de este hecho, que es el grandioso y sorprendente, para ver cómo nuestra cultura ha empezado a sentirlo y entenderlo.

En un principio, no terminado, creo que los humanos nos hemos visto y nos vemos simplemente como objeto del pensamiento, igual que cualquier otro, una persona más, vista por fuera. En la primera niñez, puede que hayamos hablado de nosotros en tercera persona. Hasta que poco a poco hemos descubierto el uso del pronombre “yo” y lo hayamos usado sin pensar en él.

Luego, vamos descubriéndolo, pensando en esa palabra, unos antes, otros después. Pero nuestra cultura, nuestro conocimiento compartido, no se ha fijado mucho en ella.

La hemos entrevisto, en la experiencia religiosa, quienes hemos hecho “examen de conciencia”, es decir, hemos mirado dentro de nosotros mismos, muy en serio, lo que hemos hecho bien o mal, y nos hemos acostumbrado a saber que somos responsables del bien o el mal que hagamos… de que soy yo, en una palabra.

Pero a la vez, esta realidad tendía a ser devaluada cuando se pensaba en “hágase tu voluntad y no la mía” o en la idea de ab-negación, o de negación de sí, como clave de la moral; también en la propia India, donde más fuerte es la percepción de la Subjetividad, se tiende a hacerme desaparecer como yo menor para propiciar que las barreras se rompan y que yo pueda entrar plenamente en el espacio donde yo sea yo mayor.

Así se ha llegado a una valoración sólo negativa de lo que llamo yo menor. Esta realidad negativa es verdaderamente negativa, y se ve en expresiones, de “ego”, como “mi ego”, en tanto que vanidad, o “egoísmo” o “egocentrismo” . Pero lo negativo son sólo efectos menores, poco entendidos. Para poder decir “yo” han sido precisos miles de millones de años de evolución, años o decenas de años de nuestra propia vida personal, y esto es un milagro que debe ser valorado como milagro, de efectos maravillosos.

Mientras no hemos llegado a verlo, ha sido más fácil pensar incluso sólo en la Objetividad y en vernos sólo como parte de ella. El materialismo dialéctico de Marx insistía en los procesos objetivos de la economía como base de la historia y del pensamiento humano, lo que es verdad en gran parte, pero llegó a extremar este descubrimiento en el sentido de oponerse al respeto a la subjetividad entendida como individualismo y falta de sentido social.

El efecto de pensar en una humanidad sin subjetividad fue considerar sólo su dimensión como “masas” y a cada persona como una simple pieza de la inmensa máquina social… lo que llevaba al asesinato y al genocidio como parte de la política… manera de pensar que de Lenin y Stalin pasó a Mussolini, Franco o Hitler con toda naturalidad.

Hay que decir que, al mismo tiempo, Planck y Heisenberg llevaban la ciencia, siempre objetivista, hasta el punto de que el materialismo dialéctico había pretendido ser científico, a un punto sorprendente: el experimento de las Dos Ranuras, en que si hay un Observador, los fotones que pasan por ellas actúan como partículas, y si no lo hay, se comprueba después que han actuado como una vibración sin más forma que la de la vibración.

En otras palabras, que si yo miro, el Universo, formado por estas partículas, existe, y si no miro, no existe.

O sea, lo que decía sobre la Subjetividad, siguiendo a Berkeley: todo lo que veo está dentro de mí y no hay nada fuera de mí que pueda ver… incluso esa vibración.

Que es quizá lo que los yoguis de la India y los otros místicos creen ver como yo mayor: esa vibración, esa negación de los contrarios, esa luz no existente, ese trascender de la ciencia, ese saber no sabiendo…


Pero que no será lo mayor: porque lo mayor no puede no ser casi nada, tiene que ser todo, y lo mismo que es interior a mis propios ojos, a mi propio ser, tiene que ver lo que ahora está viendo una hormiga y estar dentro de una ola que ahora mismo se levanta y cae en un planeta muy alejado de éste.

La belleza de Hermafroditus


Kim Pérez


Hay unas estatuas romanas maravillosas de Hermafrodita (o Hermafroditus), a quien alguna representa sobre un lecho, lánguidamente, incluso los brazos extendidos blandamente sobre su cabeza de cabellos largos bien peinados, dejando ver sus suaves pechos y unos genitales masculinos.

Es una imagen hermosa. Representa la belleza que se puede encontrar en Hermafroditus, la coherencia de su figura.

Siempre que veo alguna imagen parecida (por ejemplo, la de la italiana Eva Robin, desnuda), me asombra su naturalidad.

Quizá porque todas las personas tengamos en nuestro inconsciente la imagen de la mujer fálica, como algo natural, represente lo que represente.

Y es la de alguien que, entre dos, representa el tres, o que no es  ni uno ni dos.

Yo estoy también en el caso de ser el tres, pero de otra manera; mi mente es más bien ambigua, pero no he querido la genitalidad masculina.

O sea que existimos mujeres fálicas y personas ambiguas no fálicas…

Pero la cultura romana lo sabía y la nuestra sigue sin saberlo. Para la nuestra, siguen existiendo hombres y mujeres y punto.

Nosotres mismes lo hemos interiorizado. En nuestro esquema mental, siguen existiendo sólo hombres y mujeres: la consecuencia es que, cuando algo en nuestra manera de ser no encaja con este esquema, nos sentimos perdides (y encima en silencio, porque no nos atrevemos a decirlo), o equivocades o culpables.

Estamos acostumbrades a pensar en la a o la o! Qué trabajo nos cuesta aceptar la e, aunque es la que corresponde a nuestra naturaleza profunda!

Hace unos días, vinieron a mi casa a traerme una lavadora; uno de los instaladores,  me llamó, consideradamente, señora; pero en seguida dudó, y me preguntó “¿o señor?” Yo le respondí, “señora, que mucho trabajo me ha costado”. Pero me parece que no se quedó convencido, porque el uso lingüístico actual no es suficiente para nosotres.

En cambio, si hubiera caído en lo que ahora estoy pensando, le hubiera dicho “no soy ni señora ni señor” y él hubiera sentido que yo tocaba la realidad.  Le decía algo irrefutable, correspondiente a lo que él podía pensar. A lo mejor hubiera insistido “¿entonces cómo le llamo?” Y yo le hubiera respondido: “Entre los dos, prefiero que señora”.

Ésta es la cuestión de la belleza de Hermafroditus: no se sabe si es de hombre o de mujer pero los romanos sabían que existía, y la representaron con toda su delicadeza y su sensitividad.


La realidad es bella;  sabemos que no tenemos palabras ni desinencias apropiadas para representarla, pero no hay que cambiar la realidad, sino las palabras.

miércoles, septiembre 10, 2014

Arreglo



Kim Pérez


No me reconocería yo fácilmente en la imagen de una mujer concreta, aunque antes de empezar mi cambio, pensé en cómo sería después, y me imaginé como una guiri un poco destartalada, muy alta desde luego, que llevase en la mano o en un gran bolso una carpeta de dibujos o pinturas.

Me imaginé desde luego con el pelo gris, poco arreglado, la cara lavada y sin pintar: una rebeca gris y una falda recta y marrón, con medias opacas, nada sexy, porque yo no soy muy sexual, pero en cambio muy libre.

Acerté, porque después he sido más bien así. Además me imaginaba viviendo en una casa con un gran porche, también destartalado... Todo eso da libertad. 

Me faltaba imaginarme siendo niña o adolescente y el otro día lo conseguí, recordando a una amiga de esa edad. Habría sido tímida e introvertida, como en realidad lo fui, larga, vestida con una rebeca de color marrón, una blusilla o camisilla, y también una falda recta o tableada.

Me habría sentido a gusto vistiendo así. Hablando de mis lecturas de países lejanos con mi amiga, que vestía de esa manera, sintiéndonos muy igualadas. 

Las fotos que me hizo mi primo, mucho más joven que yo, el otro día, bien peinada, bien arreglada, con largos pendientes y una gargantilla, hubieran sido como las de Corte, una obligación agradable y hasta un cuento de hadas.

Me gustaría que esa fuera mi imagen de cada día, a condición de dejarme arreglar y peinar por alguien, pasivamente, pensando mientras tanto, sintiendo el agradable roce de unas manos sobre mi cabeza, una de las sensaciones más intensas y humanas, porque yo me siento incapaz de hacer por mí misma todos esos movimientos.

Aunque sí de soñar con ellos.

Yo soy yo


Kim Pérez

Actualizado, 18.IX.2014

Lo más asombroso es que yo sea yo, que yo esté aquí, en este cuerpo.

Tengo una perspectiva única de mí: mi cara, no la veo directamente. No la he visto nunca, salvo en espejos, fotografías... Veo mis hombros, a la izquierda y la derecha, mis brazos simétricos, mi torso, mis piernas, mis pies...

Son como son, me las he encontrado ya hechas, yo con ellas.

Ser como soy tiene algunas propiedades insólitas. Una de ellas es que yo soy distinta de mi cuerpo.

Yo soy la que veo. Y muevo mis manos delante de mí. Son mías, están conmigo, me han tocado. Es raro que éstas sean las mías. Que tengan esta forma.

Me pertenecen, pero no son lo que soy yo. Podría perderlas y yo sería yo, intacta.

Yo me veo por dentro. Yo soy mi pensamiento. Soy quien piensa. Veo con los ojos del pensamiento cómo pienso. Esto es la conciencia. Conciencia de mí. Y estoy aquí, pensando.

Estoy en un cuerpo.

En un lugar. En un tiempo. En una familia. Tengo un nombre. Una memoria.

Por eso yo, quien pienso, soy yo, mi figura, mi persona, mi máscara teatral, o del carnaval, que es lo que significa persona.

Cuando me miráis, no me veis. Veis mi figura, no veis mi pensamiento.

Es decir, soy tan interior, que sé que nadie puede ver lo que pienso. Verme.

Hablando yo conmigo misma. Amando, sufriendo, deseando, riéndome, llorando, por dentro. Me basta callarme, para ser hermética. Todo eso se puede deducir, por las expresiones de mi cara, pero no verlo tal cual es. Lo mismo que se ve cuando sonrío, que es sólo una señal, se puede ver con un electro lo que sea, las señales que transmite mi cuerpo, pero no lo que yo pienso, tal como es.

Yo me veo por dentro. Los otros me véis por fuera. Yo también os veo por fuera. También sé que no veo vuestros pensamientos: “¿Me quieres? ¡Dime que me quieres! ¿Cuánto me quieres?”

Estoy tan dentro de mí, que muchas veces no sé cómo deciros lo que siento. Me faltan las palabras. Estoy encerrada en mí.

Otra propiedad es que todo esto que es sencillo, tenemos que descubrirlo. Yo estuve unos años sin pensarlo, y de pronto lo vi.

Quiero decir que lo intuí. De golpe, en un momento. Me vi por dentro y vi un aquí y ahora. Me asombró, no se me olvida. Estaba en el pasillo de arriba de casa de mis abuelos, por la tarde, recuerdo el sitio. Pensé que tenía diez años.

Sé que hay quienes ya lo han visto y quienes no lo han visto. Yo lo preguntaba… bueno, lo pregunto.

Dos alumnos me dieron respuestas inequívocas. Uno recordaba que estaba jugando, mientras su madre guisaba; se subía en una silla y se tiraba. De pronto, una vez, al tirarse, se quedó quieto de pie en el suelo, pensándolo.

Debía de ser pequeñísimo, dos o tres años.

Otra tuvo que hacerse una operación, y al ir en camilla al quirófano, comprendió que estaba presa en su cuerpo, habría querido salir de él para evitar lo que le esperaba, pero no podía.

Si no habéis tenido esta intuición, pensad que ahora, en este momento, estáis leyendo estas palabras, y pensad que sois vosotros, vuestro pensamiento, el que está puesto en ellas. Os veis pensando mientras leéis.

O cerrad los ojos. Estáis pensando en la oscuridad. Es como si vuestro cerebro fuera una habitación cerrada. ¿Dónde estáis? Muchos me decían: “En el fondo”. ¿Os veis ahí?

Abrid una de las ventanas. Abrid un ojo. Mirad vuestra cara, desde dentro. Es imposible. Pero intentad ver algo de la fachada, desde dentro. ¿Veis una parte de la nariz? ¿O si sacáis un poco los labios, veis el de arriba? Si sois ciegos, veis que no veis… pero veis eso.

Mientras no se ha comprendido que yo soy interior, es como si hubiera un papel impidiendo verme por dentro. Tenemos la impresión de que sólo existimos por fuera, de que somos uno más, una tercera persona (fuera de mí y de mi cuerpo)

Hablamos de nosotros mismos como si fuéramos iguales que los otros. Pero yo soy yo, por dentro, y por eso, al decir yo, lo digo en un sentido único, distinto de todos los otros. Yo.

Este yo.

Esto es lo más raro. Yo soy única. Nadie es igual que yo. Sólo en el mundo yo soy yo.

Incluso si hubiera dos hermanos gemelos, identiquísimos, hasta en carácter, y yo estuviera enamorada de uno de ellos, y se muriera, y el otro me quisiera a mí, no sería lo mismo.

Siempre me diría: "¡Tú que ya no estás! ¡Tú!"


También es notable la intermitencia de mi ser. Aparezco y desaparezco por las noches. Me sumerjo en lo negro y desaparezco. Me da miedo cuando lo pienso, pero mi cuerpo, que no soy yo, trabaja mientras tanto, descansa, y al otro día reaparezco poco a poco.

A veces la desaparición, la inmersión en la oscuridad, sucede a un golpe (y me desmayo), o a un coma, o a una anestesia.

Hay un estado intermedio, terrible para mí, que lo he sentido, en el que se percibe el dolor o la angustia, pero no se puede decir ni yo, ni aquí y ahora.

Un día me moriré. No sé cómo será.

Vosotros tengo que suponer que os veis ya por dentro, pero no lo sé.

De hecho, en la clase, al preguntarlo una y otra vez, sólo dos personas me contaron esas historias inequívocas.

No lo sé, porque no os veo por dentro.

Todavía más. Yo sólo veo mi pensamiento. Todo lo que existe, lo veo en mi cabeza. Como dijo Berkeley, como se dio cuenta, también él, no veo nada que no esté en mi pensamiento.

Sí, veo que existo yo, y que me veo distinta de todo lo demás, de mi cuerpo, de vosotros, pero todo lo veo en mi pensamiento.

Ésta es una ley de hierro de la realidad. Tal como soy ahora, tal como veo que estoy hecha, yo, no puedo escaparme de mi pensamiento. No sé si existís en realidad. No sé si esto es una matrix. Ni siquiera puedo buscar la puerta de acceso a la realidad. No sé si es una matrix dentro de otra matrix.

Tengo que hacer un acto de fe en que existís, porque no os veo por dentro, y como todo lo que veo, lo veo dentro de mí, en mi pensamiento, a lo mejor sois sólo un sueño mío.

Os veo parecidos a mí, os oigo hablar, me sorprendéis con vuestras palabras, o sea, me parece que sois distintos de mí.

Pero, con los medios que tengo ahora mismo, no lo puedo comprobar. Os toco. Pero puede ser parte del sueño. De hecho, tengo a veces sueños muy reales, que me parece que son la realidad. Me despierto con asombro. Por eso, a veces, cuando en lo que considero la realidad, pasa algo insólito, tengo que pellizcarme. Pero el pellizco también puede ser parte del sueño.

La única forma de palpar una realidad exterior, yo que soy interior, será que dentro de lo que soy yo, siga diciendo yo y estando segura o seguro de que veo todo lo que existe.

Es decir, que sea una parte de mí que no conozco todavía y que de pronto pueda conocer.

Frente a yo menor, yo mayor, como dicen experimentar los yoguis.

Los místicos en general. Pero no estoy segura de que esta técnica llegue a descubrir donde somos yo mayor. Porque consiste en destruir, en lo posible, lo que soy yo menor, acabar con mi voluntad, con mis deseos, con mis sentimientos, casi con mi memoria, hacerme entrar en una “noche oscura”, para que así aparezca de pronto en mí lo indecible.

Pero me parece que lo que consiguen ver, por dentro, es la vibración informe que los físicos ven por fuera, cuando hacen el experimento de la doble ranura y comprenden que, cuando miran, construyen el mundo (las partículas del mundo) y cuando no miran, existe sólo esa vibración sin forma.

Digo que eso no soy yo, mayor, porque lo primero, hay místicos que dicen que es tan sin palabras, que ni siquiera estoy yo, mayor, viéndolo todo. Lo segundo es que si yo fuera yo mayor, volvería a mi estado menor trayendo conocimientos. Los místicos no traen conocimientos nuevos. Sólo han visto la vibración sin forma.

Pero lo interesante sería que yo menor fuera también yo mayor. Yo más allá del tiempo y del espacio (del aquí y ahora), más allá del bien y del mal, más allá de la muerte; viéndolo todo por dentro.

Sabiendo lo que es ser una hormiga, por dentro, y que las hormigas también sufren, y por tanto, también gozan.

Porque a lo mejor, yo mayor veo desde todo yo menor. Entonces, todos quienes decimos yo, humanos, y todos los que sientan y crezcan o esperen inertes a despertarse, seríamos parte de mí mayor.

Seríamos Uno en el fondo, el mismo pensamiento, la misma consciencia y sólo distintos en apariencia.

Al hacernos bien, nos lo haríamos a todos; al hacernos daño, nos heriríamos todos.

Yo mayor (que te incluyo a ti) podría haber hecho el mundo, hace miles de millones de años, cuando este cuerpo mío no existía (porque lleva existiendo un minuto, en relación con ese tiempo) No lo habría hecho la parte de mí que conozco, sino la parte de mí que no conozco.

Pero no hay suficientes pruebas de que exista yo como mayor. Claro, existe lo que llamamos telepatía, palabra que expresa una telecomunicación no sensorial entre dos seres distintos; no habría telecomunicación. Yo mayor, sabiendo lo que pienso yo menor, y tú, otro yo menor, dejaría a veces que yo menor y otro yo menor, supiéramos lo que yo mayor sé.

Lo mismo pasaría con la precognición. Yo mayor estoy más allá del espacio y del tiempo. Podría dejar que yo menor lo sepa.

Estas son las únicas pruebas que tengo por ahora. Podría haber más.
Y el amor sería lo habitual: dejarse de divisiones; vivir en el medio ambiente del amor, una atmósfera compatible hasta con el bien y el mal, más allá de ellos, la atmósfera de yo mayor. Y sentirlo yo menor y tú, otro yo menor, entre nosotros y por todo.

De todos modos, como prueba aunque incompleta, volviendo al principio, lo milagroso de que yo sea yo, es que yo esté aquí y sea tan distinto de todo, que sólo yo puedo decir la palabra yo en el sentido en que yo la digo.

Es que sólo yo soy yo.

En este sentido, parece desproporcionado, porque yo soy tan importante para mí como el resto del Universo, lo que no soy yo.

Y ya sé que todo lo que veo, lo veo dentro de mí (Berkeley)

Cuando yo me muera, es posible que deje de existir. Pero entonces, el Universo se apagaría para mí, se quedaría oscuro y ajeno para siempre. Aunque siga existiendo, ya nunca existiría para mí, la conciencia sería cosa de otros, ajena, ya no estaría yo.

Entonces, la desproporción parece absurda, porque yo ahora soy todo; ¿seré nada? ¿Es posible que algo pase del todo a la nada?

A no ser que, después de dormirme, o de morirme, me despierte diciendo otra vez yo en el sentido en que ahora lo digo, yo, aunque desde otra materia.

¡Yo! ¡Otra vez! ¡Como ya lo he dicho por lo menos esta vez! ¡Aunque sea sin acordarme!

Si en el tiempo no hubiera habido nadie que haya sido yo, también podría no haberlo en el futuro, y el absurdo sería no personal, sino general...

Y la realidad no es absurda, sino lógica, racional.

Por eso vale la pena estudiarla y se consiguen resultados.

Por eso, puede ser racional algo tan esencial, como la relación entre mí y el tiempo.


domingo, junio 01, 2014

Variaciones de sexogénero

 Kim Pérez

Actualizado 9.VIII.2014


NOTA PERSONAL

Un tratamiento hormonal necesario influyó en mi gestación. Mi madre me lo resumió en su extrema vejez: “Sí, pero te salvó la vida”.
Estaba perdiendo un hijo tras otro, por matriz infantil o útero hipoplásico, una afección muy rara, que produce muchos abortos, cinco desde que se casó con 19 años en 1938, a 1940, con 21, hasta que el Dr Gálvez Ginachero, de Málaga, le prescribió Progynon [Depot], de Schering, “recién inventado”, me decía mi madre, en realidad desde 1928, doce años antes, valerato de estradiol, el primer estrógeno u hormona femenina en farmacia, inyecciones de 10 mg. Esperándome desde mediados de junio, 1940, en cuanto lo supo, ¿cuándo?, mi madre detuvo el tratamiento. Entre dosis y dosis, el efecto depot dura unas cuatro semanas.
En 1991 compré un texto de divulgación, de Anne Moir y David Jessel, “El sexo en el cerebro”. Hay pruebas, dicen, de que el sexo cerebral supone una gradación, un continuo; más andrógenos en la matriz, más masculina la conducta; menos andrógenos, más femenina (página 41).  Moir y Jessel cuentan que la madre de “Jim” tuvo que tomar otra hormona femenina, el dietilestribestrol, porque su diabetes le provocaba también abortos. Jim era un muchacho tímido, que no sabía defenderse, tratado como mariquita en clase y cuya heterosexualidad había quedado difuminada, a diferencia todo de su hermano mayor Larry, en cuyo embarazo no fue necesaria la hormonación (páginas 42 y 43)
El 12.IX.1960, con diecinueve años, puse por escrito lo que sentía desde cuatro o cinco años antes:
“Esta mañana, al ir a bajar a la playa, he vuelto a ver mi sexo en el espejo, mientras me ponía el bañador. Es una cosa fea; ajena a mí y a mi personalidad. Mi “yo” termina donde empiezan los genitales. De lo que se llama sexualidad, sólo me pertenece lo que más extendido y difuminado está en todo mi cuerpo: la voluptuosidad. El sexo es postizo, me avergüenzo de él, me disgusta, le aborrezco (…) este sexo ajeno es algo que repugna a mi voluptuosidad, al amor que siento por  mi cuerpo suave y mis facciones delicadas (…) de la misma manera con que me repugna el vello de mis axilas, la barba de mi cara, el vello de mis piernas. Por ello, estoy ansioso de someterme a un tratamiento de hormonas; deseo ver suavizarse mis piernas, redondearse mis senos, reducirse mi sexo (…)”

= = =

VARIABILIDAD DE SEXOGÉNERO

(Vista desde fuera)

Hay una forma unificada humana, que se da sólo en la edad prenatal, cuando tenemos unas tetillas y un tubérculo genital.

Sobre estos órganos comunes en el torso, en la cabeza se contiene un gran cerebro, que empieza a procesar sensaciones.

A partir de estos principios comunes, tetillas, tubérculo genital, cerebro, habrá una primera sexuación o diversificación sexuada, en la que todos los órganos se irán desarrollando diferencialmente.

Las dos formas que crea la sexuación puede parecer que son cerradas, radicalmente distintas una de otra, pues la mayoría de las mujeres parecen diferentísimas de la mayoría de los varones, pero una observación más atenta nos hace ver que en realidad la forma mujer y la forma varón son partes de un continuo natural que va de la extrema feminidad a la extrema masculinidad, pasando por todas las realidades intermedias.

No se trata de dos especies humanas; se trata de una sola especie, en la que cada ser individual muestra rasgos que pueden haberse desarrollado en cualquiera de los dos sentidos. El varón más viril tiene dos tetillas que son el germen de dos mamas capaces de amamantar y la mujer más femenina tiene un clítoris que, de desarrollarse un poco más de lo habitual, mostrará todos los caracteres de un pene en miniatura.

Por tanto, nuestra individualidad no será cuestión de un “mujer o varón”, separados de raíz como dos realidades enteramente distintas, sino de una situación más definida o más indefinida dentro de ese continuo en el que todos los individuos tienen “algo de mujeres y algo de varones”, en mayor o menor proporción de cada una de ambas posibilidades.

Esta realidad se materializa en el continuo de una forma natural. Hay mujeres muy femeninas, mujeres femeninas, mujeres masculinas, personas trans o intersex, varones femeninos, varones masculinos, varones muy masculinos…

Esta gradación en la sexuación tiene valor estadístico. Hay pocas mujeres muy femeninas, más mujeres femeninas, menos mujeres masculinas, menos aún personas trans o intersex, y de pronto aumenta la frecuencia  de varones femeninos, muchos más varones masculinos y de nuevo pocos varones muy masculinos…

Las variaciones de la sexuación dependen de un hecho natural: la androgenación que en la edad prenatal reciben todos los seres en gestación, menor en personas XX y mayor en personas XY; no se recibe en dosis exactamente iguales para cada persona, sino que pueden ser menores o mayores dentro de las habituales para mujeres o varones.

Y de esto procede la mayor o menor feminidad de las mujeres, la ambigüedad de algunas personas, la menor o mayor masculinidad de los varones… Señalaré, para que se entienda mejor todo esto, que las mujeres más femeninas, las que han recibido una androgenación cero, son muy maternales y a la vez estériles; la fecundidad requiere cierto grado de androgenación en la mujer. 

Esta diferenciación la hacen los andrógenos en dos momentos: en un primer momento crean las formas genitales femeninas, masculinas o ambiguas, y en un segundo, las formas sexuadas cerebrales, que determinan la conducta y la identidad.

Este segundo momento de androgenación hace que pueden darse personas sexuadas en uno de los sentidos en la dimensión fenotípica o de la apariencia, y sexuadas en otro de los sentidos en su conducta e identidad, aunque admitiendo a la vez mil gradaciones; como se ve, estos hechos son naturales e innatos.

Como se ve, todo es variable, todo es un más o menos. Los flujos de andrógenos que hayamos recibido no son en cantidades exactas, porque no existe lo exacto en la naturaleza, sino aproximadas, un más o menos.

[Nota. En lenguaje especializado, este “más o menos” de la androgenación diferenciada se puede formular como continuos de sexogénero, el primero de los cuales fue el de homo-heterosexualidad, descubierto por Kinsey en 1948, o como conjuntos difusos, con arreglo a la teoría matemática de Lotfi A. Zadeh, de 1963]

(Vista desde dentro)

El cerebro humano genera la conciencia: la re-presentación de lo que ve y la re-flexión sobre sí.

Al llegar a esa conciencia, abstraemos las nociones de la sexuación; nos re-presentamos la feminidad, la masculinidad y las distintas ambigüedades. Todas esas realidades funcionan desde entonces como atractores, y con uno de ellos nos identificamos más o menos; “yo soy así” o “yo quiero ser así”.

Puede ser por tanto que la identificación se haga de manera lineal con el resto del cuerpo, o de manera cruzada, por la diferencia en la androgenación que puede haber entre el cerebro y el resto del cuerpo.

Cuando la identificación es más o menos cruzada, surge la transexualidad biológica, aunque como es identificación, es decir, pensamiento, también hay una transexualidad por  identificación biográfica, según sean los pensamientos, sentimientos, lo que sea lo vivido y lo que se quiera vivir.

La transexualidad biológica se puede definir como diferencia entre el sexo cerebral o neurocentral y el del resto del cuerpo. Entre los dos, el primero manda, puesto que de él nace nuestra conducta y nuestra autoconciencia; por tanto, surge de la sexualidad, o conducta directamente asociada al sexo, antes de que haya género.

Nuestra conducta es en parte sexual (sexualidad) y en parte cultural (género) y nuestra autoconciencia es nuestra identidad, la suma de nuestros conceptos sobre lo que somos y nuestros sentimientos ante lo que somos o lo que podemos o lo que queremos ser.

 (Discusión)

En la cultura anglosajona, ha surgido, fuera del medio transexual, la teoría del psicólogo canadiense Ray Blanchard, que ha servido para empezar a articular la transexualidad femenina, pero la expone en términos de orientación, “homosexual” (andrófila o androsexual) y en “autoginéfila” o “heterosexual” (de “autós”, o sí personal, “giné”, mujer y “filia”, o amor, “amor de sí como mujer”),  que se acerca a entenderla como una parafilia, una forma de excitación; aceptada por la transexual Anne Lawrence, ha creado una intensa controversia.

Es posible una visión crítica de la misma: la transexualidad “homosexual” se diluye  al comprobar la intensa feminidad conductual de estas transexuales que pueden ver y amar a los varones como “el otro sexo”; y la transexualidad autoginéfila, que es real, deja de parecer una parafilia cuando en muchas historias personales se comprueba un vacío de identidad social  masculina que es lo fundamental; después de la hormonación, desaparece o disminuye la excitación y sin embargo subsiste la transexualidad; es como si esa excitación hubiera aparecido como una superestructura a menudo indeseada.

La línea de investigación que prueba que los cerebros de los trans masculinos son análogos a los masculinos y los de las trans femeninas a los femeninos, comenzada por Zhou, Hofman, Gooren y Swaab (1995), sobre unos pocos cerebros de personas fallecidas, está dando abundantes resultados con Antonio Guillamón (2011 y 2012), estudiando los cerebros vivientes de  24 hombres trans y 18 mujeres trans, total 42, antes de la hormonación, con quienes usa técnicas de escaneo y comparación con 29 hombres y 23 mujeres, total 52 personas no transexuales.

Estos resultados están siendo decisivos, y superan muchas discusiones éticas basadas sólo en principios abstractos que no son aplicables, pues los resultados científicos prueban una base biológica y por tanto natural en la génesis de la transexualidad, tal como he expuesto.

Es posible profundizar en la comprensión de la transexualidad, a partir de la androgenación cerebral o conductual diferenciada (hipoandrogenia en personas XY e hiperandrogenia en personas XX), que no se puede todavía medir cuantitativamente, pero sí describir cualitativamente.

(Esa diferente presencia de las hormonas esteroides sexuales, en determinadas cantidades, podría proceder también de un trasfondo génico. Regina-Michaela Wittich menciona como particularmente convincente en este sentido un trabajo de Lauren Hare et al., de 2009)

Esta androgenación se refleja en la conducta de género, que puede ser o muy definida (masculina y femenina) o ambigua, y también en la identidad, o concepto que nos formamos del sí en relación con los otros; después seguirá por lo que se pueda saber de la sexualidad (conducta directamente ligada al sexo); la orientación (androsexual o ginesexual), que estadísticamente suele estar más ligada a cada una de las formas de los esquemas; y se llegará a la no/necesidad o necesidad de una operación de reasignación de sexo (genitalidad)

En muchas personas la causa principal de su identidad cruzada sería biológica, por depender de un cerebro masculinizante, en personas XX, o feminizante en personas XY.

Por ser cerebral, la autocomprensión de la persona puede ser masculina, femenina, o también ambigua; al estar vinculada de manera cruzada a estructuras XX o XY es objetivamente intersexual, y puede presentar posibilidades muy complejas.

Parece que, por eso, la definición personal más adecuada es la de “varón trans” o “mujer trans” o a veces “persona trans”, para expresar mejor esa complejidad.

Es verdad que, ahora, culturalmente, muchas personas trans preferimos o preferiríamos describirnos como mujeres u hombres, sin adjetivos; sin embargo, nuestra cultura general, la del conjunto de la Humanidad, está empezando a ver en estos tiempos, por medio de las ciencias, que la realidad de la sexuación es muy compleja, no es binaria como supone la concepción tradicional (hombre, mujer; masculino, femenina; ginéfilo, andrófila), y el reconocimiento de la legitimidad de nuestra existencia como transexuales ha sido precisamente una de las causas de esta nueva visión (Robert Stoller, en 1960, gracias a la observación de la realidad transexual, comprendió la diferencia entre sexo y género, biología frente a cultura, para todas las personas)

Debemos asumir valientemente nuestra complejidad y hacerla ver a otras personas; ésta es la realidad en la que nos encontramos, a principios del siglo XXI, esperando que dentro de poco sea asumida como parte de un importante avance cultural.

(Clasificación de las personalidades trans)

ESQUEMA I:  VARONES XX MUY HIPERANDROGÉNICOS

(Son una gran mayoría entre los trans masculinos)

=Personas XX; intensa hiperandrogenia, muy evidente; “muy” masculinos conductualmente; “soy un niño” o “quiero ser un niño”, militantemente; interés por los juegos rudos y los deportes; voluntad de liderazgo; necesitan ropa masculina, rechazan la femenina; “muy” ginesexuales, con matices protectores, por ejemplo en la forma del arquetipo de Tarzán y Jane; rechazan la pubertad femenina, desean la hormonación cruzada (voz, barba), y la mastectomía; pueden renunciar a  la reasignación genital, por sus dificultades.

Sexualidad: en el continuo que va de la femenina a la masculina, muy masculina
Orientación: en el continuo que va de la androfilia a la ginefilia, suele ser muy ginéfila.

(Detalles)

Prefieren en su niñez los juegos combativos, de equipo, y de contacto, y la compañía de los niños varones; suelen sobresalir en esta competencia, por lo que pueden ser líderes de sus cursos; les pueden interesar lo mismo que a los varones los muñecos proyectivos musculosos y agresivos, piratas o astronautas, en los que ven su futuro.  

Pueden sentir su pubertad como un automatismo corporal extraño y angustioso, como una vergüenza que dificulta las perspectivas personales, necesitando fajarse y en cuanto sea posible, seguir un proceso endocrino/quirúrgico.

Aunque la base de esta condición es biológica (hiperandrogenia conductual), el prestigio social que pueden adquirir la refuerza; pueden formar parejas estables con mujeres, con mucha facilidad.

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ESQUEMA II: VARONES XX ALGO HIPERANDROGÉNICOS

(Cuento con dos amigos a quienes conozco en este caso, pero me resulta todavía difícil generalizar)

=Personas XX;  son algo hiperandrogénicos, ambiguos conductualmente; pueden haber elegido los varones como modelo, sentir una admiración absorbente por los varones, que les lleva a querer ser como ellos, a estar con ellos, como audaz compañero de audacias,  pero con actitudes prácticas vacilantes; más bien androsexuales, aunque también pueden ser ginesexuales  secundarios; dominantes; desean la hormonación cruzada y la mastectomía, pero no necesariamente la reasignación genital.

Se identifican a menudo como gays, y su masculinidad de género les puede encontrar pareja con otros gays.

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ESQUEMA III: MUJERES XY MUY HIPOANDROGÉNICAS

(Diez personas que conozco tienen en común que son XY, que fueron femeninas o muy femeninas en su niñez, que todas ellas se autorreprimieron tanto que a menudo, han tenido que preguntarles a sus madres por cómo eran; todas han vivido una pubertad masculina, y cinco han intentado ser gays y, en menor cantidad heteros, hasta que de pronto han visto emerger lo reprimido, con sorpresa o miedo y con una intensidad enorme. Una de ellas prefiere en la práctica definirse como queer androsexual, afirmándose frustrada; otra, sabiéndose femenina, intenta una vida gay, androsexual, otra es transformista y gay, androsexual, tres son trans androsexuales, habiendo incluso contraído matrimonio con varones dos de ellas, y cuatro trans ginesexuales)

=Personas XY; hipoandrogenia muy definida, muy femeninas conductualmente; muy temprana identidad femenina o feminizante, desde los dos, tres o cuatro años; suelen ser androsexuales o menos frecuentemente ginesexuales; en la pubertad, la intensidad de su deseo y la conciencia de las dificultades de inserción social como transexuales, les puede hacer optar entre identidad y orientación; pero más o menos tiempo después vuelve la primacía de la identidad.

Genitalidad: su temprana identidad femenina de género, por ser muy temprana, antes de definirse la genitalidad, puede ser compatible con la aceptación de una genitalidad masculina.
Sexualidad: en el continuo que va de la femenina a la masculina, muy femenina o receptiva, aunque también puede ser masculina o penetrativa.
Orientación: en el continuo que va de la androfilia a la ginefilia, suele ser muy andrófila (pequeña minoría ginéfila)

(Detalles)

En cuanto a su género, pueden haberse dicho  “soy una niña” o “parezco una niña”, o “quiero ser una niña”, desde su primera niñez. Han jugado con niñas, a juegos de niñas y como niñas. Han elegido ropa de niñas. Han tomado como modelos a su madre, en su conducta, o a otras niñas o personajes femeninos del cine o la televisión o muñecas proyectivas adultas en las que ven su imagen futura. Viven la feminidad desde dentro.

Han sido a menudo “muy” rechazadas o acosadas en el medio escolar.

A medida que van comprendiendo las actitudes sociales, pueden decirse “no quiero parecer una niña”, y hacer intentos de masculinización y hasta de hipermasculinización, asombrosa, desde fuera, miméticos, imitativos.

En la pubertad, su definida orientación andro- o ginesexual, puede hacerles pensar que serán más aceptadas como gays o como heteros que como trans, y hacer un balance entre orientación e identidad,  por al que pueden postergar ésta, para ser más fácilmente aceptadas por las personas deseadas, y  llegar a decir “yo me siento mujer, pero no necesito vivir como mujer”. Pero a menudo, este experimento deja lugar a la vuelta de la identidad reprimida, como un impulso desconcertante, que resulta  fundamental para la integridad de la personalidad.

Pueden haber estado “muy” autorreprimidas, con mucho miedo interiorizado (la consecuencia suele ser el olvido represivo de gran parte de sus primeros años, teniendo a menudo que rescatarlos preguntándoles a sus madres) La represión puede haberles llevado a una masculinización o hipermasculinización, basadas en la imitación externa, que incluso puede generar un placer transvestista con las prendas masculinas.

Estas casi niñas (conductuales) han podido ser como las 44 que Richard Green estudió  a mediados del siglo XX, tras un seguimiento de quince años, pero Green no vio la fuerza de la represión quizá temporal de la identidad, que hizo que tres cuartos tuvieran una conducta temporal gay, un cuarto, una conducta temporal hetero, y sólo una persona fuera trans; llegó a pensarse que la conducta femenina XY en la niñez sería un predictor de homosexualidad. Creo que una represión ambiental menor, como la que existe ahora, y un seguimiento más largo habrían dado resultados estadísticos de mayor prevalencia de la transexualidad.

En el siglo XXI, empieza una situación radicalmente nueva, por el apoyo parental: viven una niñez y preadolescencia femeninas; de acuerdo con las recomendaciones de The Endocrine Society, “al primer signo de pubertad” se les aplican bloqueadores de la pubertad, con el fin de mejorar su futura inserción social, sin que se masculinicen; el bloqueo de la pubertad y el paso enseguida a la hormonación femenina puede sin duda evitarles muchas vacilaciones y conflictos, dada la habitual opción entre identidad y orientación, que suele resolverse, al cabo de los años, en favor de la identidad; pero como así no sienten nunca la fuerte experiencia de la pubertad masculina, pueden no decidir por sí si les parece aceptable o inaceptable; durante el tiempo en que su cuerpo siga pareciendo ambiguo, podrían experimentar la pubertad, para que su decisión sea personal y con conocimiento de causa, tanto si es para un sí como para un no. Es preciso respetar siempre nuestra autonomía personal.

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ESQUEMA IV: INTERSEX XY ALGO HIPOANDROGÉNICAS

(Parto de mi propia experiencia y de la de otra mujer; estas personas podemos ser la mayoría de las que demandamos una reasignación genital más adelante: somos solitarias, tímidas, introvertidas, algo asexuales y rechazamos la masculinidad; la observación es de Colette Chiland, sobre una pequeña muestra de 10 transexuales; algunas personas que me han leído  se identifica con esta descripción, pero no he podido cotejarlo detalladamente con ellas)

=Persona XY, hipoandrogenia, masculinidad indefinida, intersexualidad definida; primera identidad masculina indefinida o feminizante; androfobia intensa, ginesexualidad difusa; nostalgia de la feminidad, valoración de la ambigüedad; en la pubertad, rechazo intenso de los genitales masculinos, que no se entienden; deseo de perderlos; de esta manera, el deseo de emasculación constituye su  identidad.

Genitalidad: no masculina.
Sexualidad: en el continuo que va de la femenina a la masculina, ambigua o femenina o receptiva; puede haber un placer arcaico por la sumisión femenina; y un Deseo de Fusión con la Imagen de la Mujer en el Espejo.
Orientación: en el continuo que va de la androfilia a la ginefilia, suele ser algo ginéfila, compatible con una necesidad de afecto paterno/masculino.

(Detalles)

 La causa biótica parece que es la hipoandrogenia, que puede llevar, no transexualmente, a una sencilla ambigüedad, que no deshace la identidad masculina,  como en la historia de “Jim” (ver Nota Personal), pero que es transexual cuando de ella se sigue la inadaptación a la genitalidad masculina.   

En mis primeros ensayos, la llamé “transexualidad por desidentificación”, por la intensa antigenitalidad masculina,

La relación con la madre puede ser de adoración ginesexual y de imitación más o menos inconsciente, en sus palabras, sus gestos y sus actitudes, por ambigüedad y por vacío de identidad masculina,  mucho más que con el padre.


Se va estableciendo una conciencia de ambigüedad que deriva hacia la feminidad, a la vez que  falta una experiencia de androafectividad, o empatía con los varones, primero filial con el padre, y luego de compañerismo, que genere afectos intermasculinos; antes yo pensaba que esa androafectividad puede generar una barrera identitaria que impidiera la fascinación ginesexual por la feminidad, filial hacia la madre, y luego hacia las mujeres en general; pero ahora veo que la afirmación de la ambigüedad y su deriva identitaria hacia la feminidad son anteriores y más intensas (en mí, con unos diez años, en ausencia de cualquier sentimiento de fusión ginesexual)    

Su ambigüedad puede ser más evidente desde fuera, por lo que pueden sufrir  rechazo o “algo” de acoso escolar, que acentúe su desidentificación con los varones, con quienes no comparten el placer de la lucha, ni los juegos rudos, ni las fantasías de acción, ni aficiones absorbentes y combativas, como el fútbol,  inhibiéndose, y llegando a la androfobia; les es más fácil jugar con niñas, aunque no como niñas, sin llegar a una identificación plena.

Su modelo de juego es tranquilo, casero, fantaseador; pueden jugar con casitas o granjas de animalitos, con muñequitos de plástico en los que proyecten sus afinidades o sus necesidades afectivas; les resultarían extrañas tanto las muñecas proyectivas definidamente femeninas, de largos cabellos o vestidos vaporosos, o princesas,  como más especialmente, los muñecos proyectivos duramente masculinos, musculados y agresivos, que les son profundamente ajenos.

La ambigüedad es difícil de conceptualizar en una cultura binarista de género, por lo que pueden vacilar entre dos identidades extremas, ambas inadecuadas, masculina y femenina, teniendo que hacer  un gran esfuerzo para afirmarse personal y nobinaristamente: en algunas historias, puede ser afirmando a la vez su ambigüedad de género y su feminidad genital.

Al empezar a tomarse consciencia desde los ocho o nueve años, es previsible que en la sociedad abierta del siglo XXI puedan encontrar apoyo familiar; sé que en mi caso, me habría encontrado distendida, más adaptada racionalmente, más a gusto y feliz, viviendo como niña; sé quién hubiera podido ser mi amiga, una niña alta y tímida como yo, buena estudiante; hubiera llegado con naturalidad a la hormonación cruzada.

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ESQUEMA V: MUJERES XY MESOANDROGÉNICAS, SIN IDENTIDAD MASCULINA, MUY GINÉFILAS

(He podido estudiar de cerca estos sentimientos en una amiga muy cercana; son probablemente los más frecuentes en la transexualidad)

=Personas XY; mesoandrogenia; vacío de identidad masculina, pero conducta aparente masculina; desde su primera niñez, pueden tomar a las niñas, a quienes ven desde fuera, como aspiración ideal y como modelo de vida; “yo quiero ser así”; su vacío de identidad masculina y la intensa ginesexualidad las lleva a un intenso Deseo de Fusión con la Imagen de la Mujer en el Espejo, primario, extático, erotizante.  Pueden rechazar los genitales y desear la cirugía de reasignación, para culminar la fusión. Su orientación se convierte en su identidad (Klimt: “Soy color… soy pintor”)        

(Detalles)

Teniendo en cuenta que las explicaciones biográficas o psicológicas de la transexualidad no han sido comprobadas científicamente hasta ahora, ha de pensarse en una explicación biológica del vacío de identidad, quizá genética, puesto que en este caso las explicaciones endocrinológicas no parecen ser adecuadas.

En personas XY heteras u homo, hay una androafectividad, una empatía con los varones, una experiencia de compañerismo, que genera una barrera de afectos que impide la fascinación absoluta por la mujer; en cambio, en estas mujeres trans, tal barrera no existe y la fascinación se hace deseo de fusión.

Su mesoandrogenia hace que no suelan ser acosadas en la edad escolar, y que puedan compartir juegos rudos con sus compañeros, aunque sin empatizar con ellos.

En la autobiografía de Kathy Dee, “Itinerario transexual”, se habla de una amiga que, después de la operación, pasaba largas horas en la bañera contemplando su cuerpo.

Por tanto, después de la transición, el cambio de genitales es sólido, porque mimetiza a la mujer, pero el de género puede ser inseguro, pues se puede hacer un balance entre  la orientación y la identidad; las exigencias de la orientación pueden primar sobre las cuestiones de género, dejándolas pasar a segundo término para conseguir el amor de una pareja, su primer propósito. Aunque disminuya la líbido con la hormonación y la cirugía, las cuestiones de identidad/fusión hacen que el proceso transexual se mantenga estable; pueden ser no penetrativas, conformándose incluso con una compañía contemplativa, que desean fervientemente.

Esta manera de ser se parece a la feminofilia, pero se distingue en que en la feminofilia, la fascinación mimética por la imagen de la mujer es compatible con la identidad masculina.

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En una novela, de la que desgraciadamente no guardo en la memoria el título ni el nombre del autor, italiano, se manifiesta una parte de este sentimiento de una  manera muy bella. Un adolescente está enamorado de su prima. En un carnaval, buscando un disfraz, sube al cuarto de ella, busca en su armario, y encuentra uno de sus vestidos. Se lo pone y se mira en el espejo y en ese instante ve en él la imagen de su prima, pues se le parece mucho.

Se puede entender que esa experiencia sea momentánea o dé paso a una parte importante de su personalidad; si le faltare la homoafectividad masculina, podría ser una transexualidad ginesexual; si hubiere una homoafectividad masculina, y por tanto, una identidad masculina sólida, habría una feminofilia.

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Esta serie de esquemas está abierta, especialmente en lo relativo a los hombres XX, a quienes conozco menos.

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ESQUEMA VI: VARONES XY MUY GINÉFILOS QUE SE FUNDEN CON LA IMAGEN DE LA MUJER CONSERVANDO SU IDENTIDAD MASCULINA (FEMINOFILIA)

La cercanía entre la transexualidad ginesexual y la feminofilia hace que sea útil ver sus diferencias.

En ambas se da que personas XY sienten un deseo de fusión con la imagen de la mujer, imagen arquetípica como joven y bella; la diferencia está en que en las personas transexuales ginesexuales no hay una valoración positiva de la masculinidad o identidad masculina y en las personas feminófilas sí existe.

Por eso, mientras las personas transexuales feminizantes pueden llegar al cambio permanente de género y a la eliminación de los genitales masculinos con tal de hacer realidad la fusión permanente con esa imagen, las personas feminófilas no pueden ni quieren conseguir un cambio permanente de género y la operación de genitales la sentirían con angustia como una mutilación.

Hay experiencias identitarias en unas y otras, consistentes en ese deseo de fusión; absoluta, en las personas transexuales ginesexuales, temporal en las feminófilas, dependiente de los ciclos de excitación.

En las transexuales ginesexuales, se desea llegar a una unidad identitaria; en las feminófilas existe una dualidad, a veces expresada como dos identidades alternantes o dos nombres reconocidos como propios.

Esta dimensión identitaria excluye que se trate de una simple parafilia o asociación del deseo con objetos simbólicos. Está muy cerca del “Yo soy tú” del amor extremo, incluso místico. Es tan intenso, que la persona transexual XY muy definidamente ginesexual a veces puede dejar en segundo plano, por su amor, su deseo identitario de cambio de género, lo mismo que la persona  transexual XY muy definidamente androsexual, por su necesidad de amor hacia un varón.  Paradójicamente, la misma seguridad en su identidad, les permite dejarla aparte.

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PREDICTIBILIDAD DE LA EVOLUCIÓN DE MENORES FEMINIZANTES O MASCULINIZANTES

Estos esquemas nos permiten apuntar algunas perspectivas de la evolución personal desde la menor edad, cuando comienzan a verse estas variaciones de sexogénero.

Empezamos a contar desde hace pocos años con la ayuda resuelta de algunas y algunos madres y padres, que van siendo más a cada momento. Para ellas y ellos está escrito este apartado; y también para las, les y los profesionales a quienes les puedan pedir apoyo.

Por decirlo así, deben caminar detrás de sus criaturas,  que deben ir delante porque la iniciativa es suya, respecto a sus propias vidas. Deben extender los brazos en torno a ellos, para protegerlas de todo peligro. Y abrirles todas las puertas, a un lado, al frente, al otro, y permitirles que miren en su interior, que entren y sigan por ellas o que vuelvan a salir, y sigan.

Desde una edad muy temprana, acaso desde los dos años en adelante, comienzan a verse diferencias conductuales, en relación con la conducta de menores del mismo sexo aparente (Yo tengo un recuerdo, fechado por una foto, con esa edad: un muñeco que me dio el fotógrafo y que me pareció muy descolorido y sucio)

Estas diferencias conductuales pueden hacer ver en personas XY una delicadeza, o introversión, o preferencia por juegos tranquilos, o sensibilidad, o emotividad o impresionabilidad; en personas XX, pueden suponer una energía intensa, un temperamento más asertivo, más movilidad, y preferencia por juegos rudos, y peleas, y aspereza.

Las variaciones conductuales pueden permanecer inconscientes, si son más ambiguas; las personas mayores pueden ser en cambio muy conscientes de ellas, y comenzar a interactuar con la persona menor en términos de aceptación o rechazo que poco a poco van despertando un eco en su conciencia.  

En otras personas, estas diferencias conductuales pueden hacerse conscientes, si son bastante intensas, y entonces se pueden transformar en diferencias de género, también desde la misma edad temprana, y se hacen visibles, en personas XY y XX, respectivamente en la imitación de la madre o del padre, en la preferencia por las ropas femeninas o masculinas (en este caso, sin poder soportar las femeninas), en los juegos y juguetes de niñas o de niños.

En cuanto a los juguetes, los libremente elegidos, los soñados, los solicitados una y otra vez, pueden ser indicadores de la naturaleza feminizante o ambigua o masculinizante de quienes los piden (es el que se puede llamar test de los Reyes Magos o de Papá Noel) 

Hay en ellos dos clases de juegos, unos más definidos como femeninos o masculinos y otros más ambiguos y más nobinarios, lo mismo que, para los más definidos, hay dos niveles, uno más géneroexplícito, y otro más géneroimplícito.

En el primer nivel, el de los objetos, están las muñecas, especialmente los bebés que se puede cuidar y las que se pueden peinar o vestir, visibilizando el propio futuro, y las casitas que representan una seguridad y acogida entre sus cuatro paredes, por una parte;

=y los vehículos y circuitos de competición y los que representan sueños épicos (piratas, la conquista del espacio, muñecos musculados), junto con los juegos electrónicos que representan combates o carreras vertiginosas, por otra.

En el segundo nivel, muy cuidado actualmente por los fabricantes, conscientes de las necesidades del marketing, están las texturas y los colores.

Se pueden encontrar objetos de trapo, blandos, o muñecos con largos cabellos, incluso caballitos con larguísimas crines y colas, y colores claros, tendentes a los tonos pastel, o alegres y luminosos, soleados; casitas por ejemplo con ventanas de par en par y jardineras floridas, y colores rosas, fucsias, celestes, etcétera,

=o bien objetos duros, en colores oscuros (representativos del combate) o sombríos, de aspectos terribles (dinosaurios) o de armamentos de cienciaficción

(En este sentido, tengo que registrar una evolución sorprendente y criticable en los últimos cincuenta años; antes, los juguetes para los varones eran mucho más alegres, más naturales, trenes, barcos de vela, juegos de construcción o de mecánica, que podían tener perspectivas pacíficas, mientras que los de hoy están hundidos en una agresividad extrema que hace vivir en sueños de placer por la competición y la violencia; basta con ver muchos de los anuncios de televisión para sorprenderse)

En las series de televisión se observa la misma dicotomía: las series para niñas o para niños se diferencian del primer vistazo; en las primeras, colores alegres; en las segundas, colores oscuros; en las primeras, vida diaria, ternura, humor; en las segundas, violencia sonora y visual (ráfagas de estrellas)

Es muy posible que las personas menores XY feminizantes prefieran la tranquilidad de los juguetes y las series para niñas y los menores  XX masculinizantes disfruten de la acción y la violencia virtual de los juguetes y las series para niños.

Y en todas las personas menores, niñas, niños, en todas, se puede observar también una frecuente ambigüedad, en cuanto a la elección de juguetes, compatible con la tendencia mayoritaria; hay por ejemplo muchas mujeres heteras a las que nunca les ha gustado jugar con muñecas.

Obsérvense que son diferencias de sexualidad (de conducta asociada biológicamente al sexo: tranquilidad o movilidad, sensibilidad o acometividad, apacibilidad o combatividad)

Estas variaciones se pueden convertir también en diferencias de identidad de género: entenderse a sí fundamentalmente como una niña o niño, necesidad de expresarse mediante ropa de niña o de niño, elegir para sí un nombre de niña o de niño…

En algunas personas XY feminizantes, en las que he observado que la orientación ginesexual se convierte en identidad es la conducta la que suele ser poco definida en cualquier sentido, por lo que su variación es más que de sexualidad, de género.

Por tanto, nos encontramos ante variaciones que tienen que ver o con la sexualidad o con el género o con una y otro.

También, desde muy temprano, hay variaciones de orientación, aunque esto no tiene que ver directamente con las naturalezas feminizantes o masculinizantes, como no tiene que ver con las asignadas como femeninas o masculinas.

Entre las personas XY feminizantes se pueden encontrar orientaciones androsexuales y quizá más frecuentemente, ginesexuales.

En XX masculinizantes se pueden encontrar orientaciones más frecuentemente ginesexuales y a veces androsexuales.

Antes de la pubertad, las orientaciones suelen ser sobre todo afectivas, de simpatía; en la preadolescencia, puede producirse una mayor definición, en términos negativos.

Uno de los dos sexos es sentido como el otro, el distinto, el incomprensible, independientemente de que, en la adolescencia, el estímulo sexual, el pellizco, venga dado por personas del sexo afín o del diferente, o por las de ambos, o no llegue a sentirse ante nadie.

(El placer masculino)

El placer masculino es el de la autoafirmación, dominancia/protección, y penetratividad, que provoca la detumescencia genital; se halla sobre todo a partir de la pubertad y tiene un carácter explosivo.

El placer femenino es de situación y seguridad, de receptividad, incluso mediante la sumisión sexual (no social); se puede formar mucho antes de la pubertad, y es muy estable.

El placer femenino es básico; el masculino es sobrevenido.

Ambas formas de placer son pretendidas mediante un deseo compulsivo, desde la pubertad,

Para la persona menor feminizante, en las edades infantil o preadolescente, puede haber un deseo y un placer femenino, pero falta la experiencia de la maduración del deseo y del placer masculino en la pubertad.

En ese momento, nuevos impulsos, hasta entonces desconocidos, empiezan a aparecer en su conciencia.

Hay que partir de que su sexo conductual o cerebral y su sexo genital son diferentes. Esta palabra significa “que llevan a lugares distintos”. Por tanto, son autónomos, y pueden ser sentidos como contradictorios.

Tal contradicción plantea un dilema feminidad/masculinidad; dado que la mente podía mantener un estado femenino previo, lo masculino tendría que ser asimilado por el estado femenino anterior.

La primera experiencia específica es un placer intenso, desconocido e inesperado, ante determinadas experiencias: ante las de la orientación, que hasta entonces puede haberse sentido como una sencilla simpatía, ante la propia identidad, simbolizada en la propia ropa, etcétera

El placer puede sentirse como una puerta nueva, abierta a un mundo desconocido y por el que se desea entrar, para conocerlo mejor, o bien como un enfrentamiento contra el propio sentido de sí, contra la misma identidad, contra lo que se pretende hallar en la vida, una contradicción, una contrariedad que se preferiría no sentir.

(Si se acepta el placer masculino)

Los XX masculinizantes sienten espontáneamente el placer masculino, como autoafirmación de poder, como dominancia/protección. La pubertad les trae la certidumbre de que la maduración de su cuerpo aparente, en sentido contrario a lo que piensan y desean, les va a avergonzar, les va a hacer sentir prisioneros de las inercias de su corporalidad.

La formación de los pechos les  va a dificultar duramente su experiencia masculina, porque son un rasgo mayor, difícilmente ocultable; la menstruación les va a parecer la firma de una condena.

Por tanto, la detención de la pubertad y la hormonación cruzada constituyen una alegría para ellos, conforme a las recomendaciones de The Endocrine Society y la Sociedad Endocrinológica Europea.

Aun así, sé que algunos XX masculizantes deciden desistir de un proceso ya iniciado; pero no conozco sus circunstancias ni sus motivaciones, sólo que la libertad de experimentación es una condición humanamente necesaria en cualquier momento.

En las personas XY feminizantes, si se trata de aceptar el placer masculino, puede ser que se
integre en la propia sexualidad, en la propia identidad y en la propia orientación, pero no sin esfuerzo, transformando voluntaristamente la práctica sexual.  

En ese momento se plantea también la certidumbre de que los rasgos físicos masculinos  se van a acentuar y va a irrumpir y desarrollarse una sexualidad masculina.

Puede haber una edad de dudas e indecisión. Y puede ser que la introspección, el sopesamiento de los pros y los contras, se decante por adoptar una identidad masculina de género, ese “yo me siento mujer, pero no necesito vivir como mujer”.

A veces, la feminidad de base es tan intensa, combinada con una voluntad de vivir masculinamente tan decidida, que se puede sentir placer por vestir la ropa masculina o por adoptar un rol masculino; es una especie de transvestismo, que mirando al sexo aparente, ha sido llamado “homovestismo”.

Supongo que si hay una renuncia al propio género en aras de vivir con plenitud una orientación como gay o como hetero será precaria, pues el género me parece más básico, más primario que la orientación.

Sin embargo, hay que vivir al menos experimentalmente este deseo, y puede ser que el equilibrio personal de los sentimientos lo permita, y que la persona se sienta contenta, más que de su equilibrio de partida, del equilibrio de llegada.

(Si se duda sobre la aceptación del placer masculino)

Actualmente, existe una alternativa experimental. Se puede esperar a que se constituya la pubertad, sobre todo mientras aún no hay consecuencias en los caracteres sexuales secundarios y se sigue manteniendo un aspecto ambiguo. Esos años (doce, trece, catorce…)  pueden permitir a la persona XY feminizante conocer y valorar lo que le está pasando a su cuerpo, aceptarlo o rechazarlo.

En caso de que la respuesta sea más bien negativa, pero sobrevivan las dudas, se puede pasar a un tratamiento de detención de la pubertad, que puede seguir siendo reversible, pero permite adelantar  en autoconciencia.

The Endocrine Society, de los Estados Unidos, y la Sociedad Endocrinológica Europea, han formulado unas recomendaciones en las cuales se acepta que se puede detener la pubertad, con el criterio de lo reversible, por tanto, de lo experimental, para quienes lo deseen, mediante el uso de bloqueadores, y si así se desea, “desde el primer signo de pubertad”, y después una hormonación cruzada, si se desea, recomendada desde los dieciséis años, que al principio será reversible, durante algún tiempo, y luego irreversible.

Al usar los bloqueadores, al detener la pubertad, se detiene el desarrollo del placer masculino, continuando un placer femenino que puede ser más básico y haberse formado antes de la pubertad.

Para cada persona XY feminizante, la alternativa puede ser o llegar a sentir ese placer masculino y desear seguir sintiéndolo,  para lo que tendrían que desistir de los bloqueadores y luego de la hormonación cruzada, o desear no sentirlo, no llegar a él, siguiendo en la plenitud de su feminidad.

La persona XY feminizante que esté en esta situación, tendrá que hacer un balance entre lo que desea y lo que puede perder (elegir es ganar algo aunque se pierda algo) Sólo cada cual, mirando dentro de sí, puede decidir ese balance. Es cierto que se le puede ayudar a hacerlo, pero el peso relativo de cada uno de los factores, sólo desde dentro se puede realizar; la decisión tiene que ser suya. 

El principio de libertad de experimentación debe ser respetado aquí. Se trata de la imagen de la madre y el padre caminando detrás, con los brazos abiertos para quitarle peligros y dificultades, abriéndole todas las puertas o dejándole que las abra por su cuenta, entrando a mirar o saliendo y siguiendo.

Cuando se tiene el vivo deseo de experimentar la parcial masculinidad propia, es más prudente aplazar los tratamientos de bloqueo de la pubertad o de hormonación cruzada mientras sigue la experiencia.

(Si se deniega el placer masculino)

En XY feminizantes, puede ser que la conciencia de la propia feminidad excluya cualquier deseo de vivir masculinamente, o que lo más determinante sea el convencimiento de la propia inadecuación a la condición masculina.

Se puede haber sentido, durante años, que no se pueden compartir preferencias, ni juegos, ni actitudes, con los niños varones. Puede ser un sentimiento negativo, que no haya tenido correlato con la afirmación de una identidad femenina, pero puede ser muy intenso. Puede adoptarse una identidad femenina, más como refugio frente a esa desolación, que como verdadero deseo.

Pero la identidad “no masculina” también puede actuar con grandísimo convencimiento. Por tanto, el mismo placer con el que se expresa la genitalidad masculina, al comprenderlo, es rechazado vehementemente, se desea perderlo.

Los elementos identitarios son más fuertes que cualquier placer, puesto que viene producido por la parte aparente masculina que es tan denegada.

El placer que se desea es de hecho femenino, más reposado, más afectivo, menos sensual, no explosivo. Hay un ideal de feminidad al que no se puede renunciar. Puede ser sólo conductual o puede ser, más conscientemente, de género.

En estos casos, también el tratamiento de detención de la pubertad sería recibido con alivio, con esperanza, entre sonrisas. Se sabría que abre nuevas posibilidades, un futuro grato y conforme con la propia naturaleza.

Este acceso al bloqueo de la pubertad y en su momento, a la hormonación cruzada, puede ser por tanto, muy deseable, y cuanto antes para

=la gran mayoría de los XX masculinizantes, muy o medianamente hiperandrogénicos, tanto ginesexuales como androsexuales;
=para la parte de las XY feminizantes, muy hipoandrogénicas, para quienes su identidad femenina sea más apremiante que su orientación, androsexual o ginesexual;
=para la mayoría de las XY feminizantes, medianamente hipoandrogénicas, para quienes su “no masculinidad” sea el sentimiento predominante;
=para la mayoría de las XY feminizantes, mesoandrogénicas, que encuentran su identidad personal de género en su ginesexualidad.

Para la parte de las XY feminizantes, cuya orientación androsexual prime sobre en la práctica sobre su indudable identidad, les conviene, si lo deciden por sí mismas, retrasar el bloqueo de la pubertad y la  hormonación cruzada hasta que puedan experimentar el intento de una identidad social de género masculina; si la decisión es propia, puede ser una experiencia grata y sólida, y por supuesto, reversible hacia la feminidad, si se entiende que ésa es la conclusión.

LIBERTAD DE GÉNERO

Al titular este trabajo “Variaciones de sexogénero” he pensado que son variaciones biológicas o biográficas.

Para una persona transexual, hasta ahora, por razones culturales, acechada por tantas acusaciones y culpas, la causa biológica es un gran alivio, que se puede presentar como credencial de fundamento profundo.

Podría pretenderse que lo que tiene causas biológicas, si se considera que es una patología, pueda tener soluciones biológicas: curación o prevención. Pero puede argumentarse que las variaciones, la variabilidad, enriquecen la adaptabilidad de la especie a un medio que es variable.

Por ejemplo, en tiempos remotos, cuando nuestros antepasados necesitaban fuerza física masculina y maternalidad femenina para defenderse personalmente y sobrevivir, eran más convenientes a la especie una hiperandrogenia masculina y una hipoandrogenia femenina muy definidas.

Sin embargo, en nuestra sociedad tecnológica, son muy útiles para sobrevivir las personas practicantes de la ciencia y la tecnología, que pueden ser tanto varones como mujeres, en general, personas muy sedentarias y muy lectoras, que no tienen por qué ser ni muy hiperandrogénicas ni muy hipoandrogénicas, ni muy volcadas hacia la acción ni hacia la vida familiar. La informática, las vacunas o la prevención de desastres espaciales avalan esta dedicación.

La transexualidad es una variación del mismo orden que la que produce personas científicas o técnicas: una variación de la androgenación cerebral o neurocentral compatible con una androgenación standard para el resto del cuerpo.

Es útil que haya variaciones en esa dimensión, que conllevan variaciones de sexualidad (conducta asociada biológicamente al sexo), de orientación, de género (conducta asociada culturalmente al sexo) y de afectividad.

La variabilidad, una vez que se entiende, reconoce espontáneamente derechos.

Hay culturas tradicionalmente abiertas a los derechos de la variabilidad.

Una parte muy grande de la Humanidad, un tercio, la cultura de la India, Pakistán o Bangla Desh, unos dos mil millones de personas, da un lugar a las mujeres jichras, aunque sea un concepto socialmente marginal… fa’afafine de Samoa, muxes de Juchitán, siguen existiendo y florecen.

Pero hay culturas tradicionalmente cerradas, como la nuestra, y aunque desde hace medio siglo está abriéndose, aún sobrevive en ella un Código de Género, que es penal, y prohibe toda variación, y patriarcalista, enemigo de las mujeres, de los hombres no patriarcales y de las trans.

Nuestro Código de Género está escrito en una pequeña parte, pero en su mayor parte es no escrito, todos lo sabemos, porque lo obedecemos, es lo acostumbrado.

Manda por ejemplo
=que haya sólo hombres y mujeres (ésa es su parte escrita, en la Ley del Registro Civil; les intersex tienen que ser registrados como hombres o mujeres);
=los hombres tienen que ser masculinos y las mujeres femeninas; esto ha sido entendido como una diferencia en los derechos políticos, sociales o laborales, y también como una obligación de respetar una partición rigurosa en gestos, manera de hablar y actitudes;
=la ropa y arreglo está regulada estrictamente para los varones (no pueden llevar falda, maquillaje ni los labios pintados;
=y los hombres tienen que ser ginesexuales y las mujeres androsexuales, es decir, heteros y heteras.

Todo lo que se salga de este Código se considera prohibido socialmente (aunque esté permitido por la ley) Se obedece masivamente y con detalle. El Código es penal, porque sus castigos son, como pena mínima, la burla o irrisión (durísima, en especial para menores), la expulsión de la familia, los problemas laborales, la exclusión social… En su momento (hoy en algunos pueblos), la cárcel o la pena de muerte.

El Código de Género es la fuente de donde mana la homotransfobia.

Por tanto, a medida que lo vamos comprendiendo, todas, todos y todes vamos trabajando por la sustitución del Código de Género por una Carta de Derechos de Género, que expresará la Libertad de Género, la afirmación de la variabilidad como un bien natural.

La opresión del Código de Género ha dado lugar a un activismo, durante siglos marginal y zaherido (¡los mariquitas andaluces!), luego feminista (siglo XIX y siguientes), luego gaylésbico (desde mediados del siglo XX), luego trans (desde finales del siglo XX)

Aunque para los criterios del Código de Género parezca imposible que las personas a quienes margina podamos ser valientes, heroicas y hasta sacrificadas, nuestro activismo ha sido valiente, heroico y sacrificado.

Hay un cine en el que está nuestra épica y que a menudo nos hace derramar lágrimas de respeto, emoción y solidaridad.

En los primeros años dos mil está surgiendo un cambio radical en nuestro activismo, que es la aceptación de las madres y padres de menores que pueden ser trans, gays, lesbis o bisex, de su manera de ser, y su intervención para allanarles la vida.

El motivo es el más fuerte, después del deseo de autodefensa que opera en nosotras, nosotros o nosotres, porque es, en palabras de una madre “una cuestión de amor”.

Esta toma de palabra por parte de las madres y padres está cambiando las condiciones de la militancia.

Ya se trata de un paso más después del alzamiento heroico de marginales dentro de la marginalidad, y de nuestras parejas, dispuestas a compartir nuestra suerte, o nuestros amigos, amigas y amigues.

Es su consecuencia lógica por parte de quienes están fuera de nuestro mundo, pero primero pueden decir “estoy contigo”, las madres y padres.

Empieza a ser un hecho de civilización; es nuestra cultura, representada por su fundamento biológico, su razón de ser biográfica, nuestras madres y nuestros padres, la que empieza a ayudarnos.

Los medios de comunicación, los sistemas ideológicos, los dogmas religiosos, los partidos políticos, ceden a esta voz de las madres y los padres. Y seguirán cediendo ¿Quién podrá oponérseles, contradecirles?

Ayudar a una persona que puede ser trans, gay, lesbiana o bisex, supone en primer lugar haberla escuchado.

Entonces, sólo con esto, madres y padres ya han elegido entre la expresión o la represión. Han favorecido la expresión en ese espacio familiar. Se sabe que la represión agobia, asusta, neurotiza.

La persona que han procreado ha podido quizá por primera vez en su vida desahogarse, ante un medio social todavía hostil, y saber que ahora tiene a su lado el baluarte de sus padres. Como podemos desear que lo lleguemos a tener todas las personas.

CERTEZAS Y DUDAS

En cuanto a la certeza de ser, o querer ser, o no ser, o no querer ser, la mayor duda puede darse cuando se observa que la orientación discrepa de la identidad, en un esquema binario. Se supone, dentro de este esquema, que si yo soy mujer tienen que atraerme los varones y si soy varón tienen que atraerme las mujeres. Pero si salimos de ese esquema y entramos en el terreno de lo no-binario constatamos que este esquema no es válido siquiera para los varones y mujeres por asignación, que pueden ser gays o lesbianas, y mucho menos para trans, cuya estructura afectiva es mucho más compleja.

Socialmente resulta más fácil explicarse a sí mismo como gay o lesbiana, pero yo prefiero decir, con mayor precisión, hombre XX androsexual o mujer XY ginesexual, porque las estructuras de los sentimientos son diferentes.

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Para menores XY variantes androsexuales y XX variantes ginesexuales puede no haber apenas dudas en el subperíodo de su niñez, sobre su identidad. Son tan femeninas o masculinos que para sí mismas o mismos o para sus familias o compañeros de colegio es evidente lo que sienten.
 
Sin embargo, la llegada a la pubertad suele producir dudas acerca de si es prioritaria  su orientación, y vivirán como gays (“yo me siento mujer, pero no necesito vivir como mujer”), o su identidad, viviendo como trans femeninas. Factores de esta duda pueden ser la conciencia de mayores dificultades para el amor de los hombres como trans que como gay, o la de las mayores complicaciones que se encuentran en la vida de trans.

Esta duda sólo se puede resolver mediante la práctica. Puede dar lugar a muchos aparentes desistimientos, como explico en el siguiente apartado, o fases de negación de la transexualidad, que me parece que irán, en su mayoría, seguidos por una negación de la negación, o retorno a la primera identidad.

Para la inmensa mayoría actual, que no hemos transitado en nuestra niñez, la duda está en cuándo salimos del armario. La respuesta empírica que puedo dar es la que dio un querido amigo a sus propias dudas sobre el armario homosexual: cuando la necesidad de salir te hace decir un “¡basta ya!”

Esta decisión es la única que puede poner audacia junto a la necesaria prudencia. 

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La hormonación también puede crear muchas dudas. Pero se pueden resolver si se la ve como un ensayo general, pero que durante mucho tiempo es reversible. Las dudas pueden darse en cuanto a la subsistencia de la libido y los orgasmos, que efectivamente disminuyen aunque no hasta cero. Experimentar con la hormonación supone la experiencia personal sobre si se acepta esta evolución de la sexualidad o se para o se modula (según técnicas selectivas sobre el tipo de hormonación que ya se emplean)

La hormonación debe hacerse siempre bajo supervisión médica. Es inútil y contraproducente la automedicación, sobre todo en grandes dosis, cuando el exceso de hormonas no es asimilado por el cuerpo, como el exceso de azúcar queda sin disolver en el té o el café; pero este exceso puede fatigar excesivamente al hígado. Por otra parte, el equilibrio endocrinológico de cada persona es sutil: una amiga desarrolló, en medio de su transición, un exceso de prolactina, una hiperprolactinemia; su médico interrumpió de momento la hormonación, corrigió la hiperprolactinemia, y siguió adelante.

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Las decisiones sobre la cirugía de genitales son las que deben meditarse más.

Puede hacerse un experimento mental: Supongamos que puedo operarme, pero me ponen la condición de que tengo que irme después a vivir en una isla desierta el resto de mi vida. ¿Lo haría?

La respuesta “sí” indica que la primera motivación es completamente personal, de que “lo haría sobre todo por mí”, fuera de cualquier consideración social. Esto permite despejar dudas, pues se puede comprobar que la voluntad de operación es firme, entendida como una adecuación a los propios sentimientos, no como una mutilación.

La respuesta “no” en cambio aconseja no operarse, puesto que las consideraciones sociales pueden ser fluctuantes y, en cambio, se emprendería un cambio corporal no deseado por sí mismo, que podría  sentirse en el futuro como una mutilación.

La respuesta “sí” la dan también las personas que, no pudiendo permitirse el cambio de género por cualquier circunstancia social (hijos en la adolescencia, responsabilidades económicas, etcétera), emprenden sin embargo la operación, que será por tanto conocida sólo por ellas mismas, y entendida como el mínimo suficiente. Yo misma hubiera emprendido esta operación de no poder cambiar de género, como temía, y hubiera significado una profunda alegría para mí, muy equilibradora; esa circunstancia  permite comprobar además que para las personas que sentimos así, el cambio de genitales es mucho más importante que el cambio de género.

Equivale también a estas cuestiones otra, que corresponde a las dudas reales de muchas personas trans (aunque la realidad es más suave) : ¿Estarías dispuesta a operarte si supieras que perderías todas las posibilidades de orgasmo; o si supieras que ibas a perder la libido absolutamente?

La respuesta “sí” indicaría que la voluntad de ablación genital prepondera incluso sobre el deseo. Insiste en la idea de que, cuando se siente, esta voluntad está por encima de cualquier otra consideración, incluso sobre la propia vida, con frecuencia arriesgada mediante la mutilación (yijras de la India)

Cuando se insiste en las dudas sobre este punto, me parece que se está expresando una voluntad presionada socialmente y que no la desea por sí misma, personalmente. Que voluntad personal, sea cual sea, es lo más importante en las transiciones trans. Es la que puede permitir sentir que se está haciendo lo que se desea y la que puede dar esa sensación de paz y bienestar que produce la experiencia trans. Es estrictamente no-binaria, como toda la transexualidad es no-binaria, está fuera del Código de Género que manda que sólo se puede ser hombre o mujer por asignación externa, no por decisión interna.