jueves, agosto 31, 2006

Mística Rebeldía

Cuando se ven las desgracias espantosas a que se pueden ver sujetas las personas desde su nacimiento hasta su muerte (para qué voy a dar detalles, de vez en cuando las vemos en la televisión o en la calle, y nos quedamos parados considerándolas), se comprende que tenemos que escapar de los condicionamientos de este mundo.

Éste es el fundamento de la rebeldía humana, que es sagrada, porque es nuestro derecho supremo.

Todos los humanos estamos atrapados en nuestro cuerpo de alguna forma y algunos lo sabemos mejor que otros.

La grandeza de los trans está aquí, porque no soportamos los condicionamientos del género, ese código civil y penal que pretende poner la biología por encima de nuestra conciencia.

Por eso los trans somos rebeldes contra el género, sobre todo, y no vale mucho la pena que escapemos de uno de los campos cercados del género para meternos atados de pies y manos en el otro.

Por eso, prefiero hablar de outgenders, fuera del género, lo mismo que se habla de outsiders, fuera de sitio o outlaws, fuera de de la ley, lo que puede ser incómodo, pero es la garantía de la libertad humana.

martes, agosto 29, 2006

Lo que significa la identidad


¿La identidad es lo que viene como consecuencia de la naturaleza?

¿Es decir, que sea nuestra naturaleza de una forma o de la otra es lo que causa nuestra idenidad?

En nuestra historia transexual hay una prueba trágica, la historia de aquel muchacho sudafricano, David, que sufrió un cambio de sexo involuntario casi recién nacido, por haber perdido la pichilla; fue hormonado y todo, pero cuando creció se sentía varón y nada más que varón, como si fuera una revelación resplandeciente que venía de su propio interior.

Yo me sentí un varón como otro cualquiera, hasta los ocho o nueve años; mi identidad era por tanto tan sencilla como clara, sin que hubiera ningún problema.

Pero poco a poco, me fui sintiendo extraño entre los varones y el colmo fue que de hecho nunca he podido adaptarme a la sexualidad masculina sin ni siquiera comprender lo que me pasaba.

De niño, no me había fijado mucho en la pilila, que era algo menudo y tierno, una cosilla graciosa que servía sólo para hacer pis, por lo que no había que preocuparse por ella.

Pero de mayor no pude soportar los cambios que hubo en mi cuerpo; ya lo he dicho. Y tampoco, aunque de eso sólo me he dado cuenta hace un par de años, tampoco he sentido nunca las pulsiones propias de los varones, especialmente el deseo irremediable de penetrar como forma de expresar el amor que se siente.

Pero todo eso, en el fondo, no ha afectado a mi identidad, que ha seguido siendo cuando lo pienso con sencillez la de un niño o un muchacho, la de un varón sin sexualidad de varón, eso sí.

Entonces, lo que me digo es que la identidad, que es un concepto o explicación que nos damos de lo que somos, a veces no sabe expresar la complejidad de nuestra naturaleza o de nuestra historia personal (traumas incluidos)

La identidad siempre es un nombre, al que le damos el significado que hemos aprendido. La verdad es que los nombres de hombre o de mujer resultan demasiado cortos para muchos de nosotros.

viernes, agosto 25, 2006

Y cambios

Cuando era adolescente recuerdo haber visto una película de Esther Williams, que era aquella nadadora que hacía ballets acuáticos en el agua muy azul del technicolor de los cincuentas.

Me gustó y hasta hice un dibujo a lápiz, en la que se la ve con el turbante alto que se ponía y en bañador.

Es lo más sexual que recuerdo con una mujer en aquellos años.

No hay ningún recuerdo tierno ni emotivo en relación con alguna niña de mi edad; pero las mujeres en líneas generales me gustaban.

Los hombres, no. De manera de ser, me parecían desagradables e incomodantes. Físicamente, era como si las facciones de una mujer hubieran crecido y se hubieran deformado. Feos.

Fácilmente me sentía agredido con la sola presencia masculina. O en peligro.

Cuando entré por primera vez en un bar gay, el de la famosa organización COC de Amsterdam, tardé cinco minutos en salir, convencido de que aquél no era mi sitio.

Veintitantos años después, en 1991, contacté con COGAM de Madrid; les pedí un encuentro, diciéndoles que era transexual, pero que esperaba que me ayudasen a encontrar mi sitio.

Lo que resultó principalísimo fue diferenciarme de ellos, decir la palabra transexual, que significaba “no soy como vosotros”.

Desde aquel momento, pude verlos como con cierta distancia, protegida de mi temor de ser confundida con los hombres, identificado como un hombre como otro cualquiera.

Todo fue rapidísimo, inmediato: aquella misma tarde vi a los homosexuales, como no jactanciosos, no prepotentes, amab les, tiernos, cariñosos, acariciándose unos a otros los antebrazos en la conversación, despidiéndose con un ligero beso en la boca.

¡Los hombres pueden ser cariñosos! En aquel momento comprendí que, si hubiera conocido a uno así en la adolescencia, quizás hubiera sido homosexual y no transexual.

Me atraen los hombres homosexuales; cuando estoy con algunos, me apetece acariciar el vello de su antebrazo y me apetece también que me acaricie. No suele suceder, porque a ellos no los atraigo.

Pero a veces, algún beso cariñoso cae, y lo disfruto. No es nada sexual, aunque lo parezca, es afectivo, pero podría llegar a ser sexual.

De los hombres heterosexuales, sólo me interesan los que dan una imagen fiable, paternal: Gary Cooper, Sean Connery de viejo…

De las mujeres he perdido casi todo interés. Las veo como extrañas, en los dos sentidos de raras y ajenas. También me aburren.

No espero con ellas ninguna aventura emocionante, como soñaría compartirlas con un hombre, a condición de que fuera mi amigo, mi compañero, que me quisiera, y por eso me atraen las novelas de amor gay, y las leo a veces llorando. Me identifico mucho con los gays en su niñez y adolescencia, éramos a menudo muy parecidos.

A la vez pienso que debemos de ser distintos en algo.



miércoles, agosto 23, 2006

Cambios

Una persona transexual debe prepararse para tener cambios en sus sentimientos a lo largo de su vida.

Voy a poner sobre el papel los que yo he conocido.

Mis sentimientos empezaron por no poder encontrar mi sitio entre los hombres.

Enseguida se desencadenó una nostalgia desesperante por la vida de la mujer.

Revistas femeninas de papel cuché que miraba en las noches de verano.

Figuras estilizadas, cubiertas con lencería elegante, en el contraste del blanco y negro.

Era la figura de la mujer y, bajo ella, el deseo de ser querido y valorado lo que yo buscaba.

Era poder decir “Mira qué bella soy; deséame; ámame”.

Y con ese ánimo me travestía y me miraba en el espejo, ansiando ver una figura de mujer; también necesitaba muchísimo que alguien me viera y me mirara, me hiciera real con sus ojos.

Como estuve bloqueado, durante muchos años este sentimiento no evolucionó. Se disipó por cansancio y escepticismo el travestimiento físico; quedó sólo el imaginario, cada vez más angustiado. En mis fantasías, era muy importante el pecho, y cuando las escribía, el momento supremo era cuando tenía que ponerme el sostén (que fue como aprendí en mi niñez a llamar al sujetador)

Luego, pasé a la transición real. Y desde que empezó, dejó de preocuparme la cuestión del pecho y del sostén.

He desarrollado el pecho, pero no me interesa mucho. Como no es muy grande, tampoco pienso mucho en ello. Tampoco es muy bonito.

Si fuera espléndido, quizá me gustaría, por la atención que traería sobre mi cuerpo.

Porque éste sí me gusta, como es ahora, ya lo sabéis.

Hace un año o cosa así que he dejado de usar el sujetador; y desde mi transición, no veo en él más que una prenda utilitaria y fastidiosa, como la ven las mujeres.

De modo que, aprovechando que hay poco que sujetar, fuera.

También he sentido grandes cambios en mi manera de ver a los varones y a las mujeres.

Pero para hablar de esto escribiré un nuevo comentario.

lunes, agosto 21, 2006

Mi cuerpo



Es verdad; para mí es tan importante que mi cuerpo sea como es ahora, que por eso me puedo figurar incluso que renunciaba al cambio de género si tuviera que volver a vivir como un hombre por imposición, porque yo por lo menos sabría cómo estaba hecho yo.

Estos experimentos mentales me hacen ver que mi necesidad de expresar mi diferencia la polarizo en la forma de mi cuerpo, más que en cualquier otro cambio.

O sea, que si me dijesen: “Elige: o cambio de genitales o cambio social, pero sólo uno de los dos”, yo sabría lo que respondería.

La definición clásica de transexual es “una mujer atrapada en un cuerpo de hombre”; pero curiosamente, yo diría que ahora soy “un hombre contento en un cuerpo de mujer”.

domingo, agosto 20, 2006

Una precisión

No, me equivoco. Sí hay algo de sexualidad y de identidad en esta transexualidad.

Mi cuerpo, que ahora es liso, suave en el ángulo de la ingle que se prolonga por la línea del vientre y las del torso, dorado pálido como cuando lo miraba en las noches de mi adolescencia, pero ahora ahusado como un ánfora, me agrada tal como es, mi mente está hecha para que mi cuerpo sea así, lo mismo que era ininteligible y desagradable lo que había caído antes sobre él, como un añadido feo y ajeno.

No soy mujer por tener este cuerpo, en el que no quisiera que hubiera tampoco ranuras de apariencia femenina, sólo que sea como es y como soy.

Me da vértigo pensar que sea así y que éste sea el futuro real que me esperaba con diecinueve años, pero a la vez me cosquillea el corazón como si fuera un juego, a condición de poner intensamente mi atención en esta realidad y no en otras dimensiones de mi vida.

sábado, agosto 19, 2006

Entonces...

La consecuencia de todo lo que he dicho es que sé que soy varón, poco definido, pero varón, y que como ésta es mi verdad interior, me tranquiliza en el fondo. A la vez sé que vivo a mi gusto como mujer, más a gusto desde luego que hace años como varón, y siento verdadero bienestar.

Me parece que esto es también mi verdad interior, porque lo veo en cuanto me pregunto cómo estoy, aunque no parece lógico que un varón pueda estar a gusto viviendo como mujer.

¿Cómo puede ser esto así? Porque en la vida como mujer me parece que encuentro más seguridad, más sensación de protección, más benevolencia de la gente hacia mí, las cosas que más necesito.

Ésta es la consecuencia de un trauma que me hizo sentir desde la niñez despreciado, poco valorado e incluso moralmente dañado.

O sea, que esta transexualidad no tiene que ver con la sexualidad, ni siquiera con la identidad, puesto que yo sé qué soy, aunque también sé cómo quiero vivir.

Supongamos que un drama bélico, un dominio fascista, me obligase a volver a los pantalones y al pelo corto para sobrevivir frente a los ataques que vendrían a homosexuales y transexuales.

Me encontraría de momento liberado y ágil, la verdad. Me enfrascaría en la defensa de la libertad y combatiría con ese propósito que me obsesionaría, hasta el punto de que no lo pensaría siquiera cuando tuviera que volver a entrar en los aseos de hombres (me iría a las cabinas, puesto que me he operado) y saldría rápidamente pensando en otra cosa.

Pero cuando me parase, o de noche junto a una hoguera, o cuando hubiera pasado todo, sé que echaría de menos esta suavidad, este amparo, este pequeño cobijo que da vivir como mujer.

Lo que planteo es que esta transexualidad (no hablo de otras) no tiene que ver con la sexualidad ni siquiera con la identidad. Tiene que ver con un profundo y generalizado sentimiento de inseguridad que necesita ser compensado y que ha encontrado esta manera de hacerlo.

Por eso me va bien, incluso, mi imagen de vieja o casi vieja. No necesito maquillarme, ni arreglarme durante horas, para seducir a nadie. Necesito, solamente, que me miren protectoramente, como se mira a las ancianas.

Es verdad que mientras he sido más joven, he tenido un sueño sexual, en el que veía mi cuerpo hermoso por su juventud arrebatado y amado por un muchacho tan bello, tan sensitivo y tan ambiguo, con unos ojos tan grandes y tan negros, que era en realidad mi otro yo, la imagen masculina que podía aceptar de mí mismo.

He echado mucho de menos el amor sexual de los cuerpos y las almas, pero todo eso cede ante mi sentimiento principal: necesito seguridad, quiero con todo mi corazón ser aceptada, porque en su momento no lo fui.

jueves, agosto 17, 2006

Cambio de paradigma

Sé que estoy cambiando de paradigma al explicar una de las transexualidades, por lo menos la mía y la de quienes, al leerme, se digan: “Esto es lo que siento yo”.

No soy una mujer encerrada en un cuerpo de hombre.

Transexualidad de un trauma inmenso, demoledor, y de la resistencia a ese trauma, de la adaptación, del refugio, del exilio, de la supervivencia.

Transexualidad como combate simbólico en el campo del género, puesto que no es posible volver a la antigua patria demolida, la de la masculinidad sin más, una masculinidad como otra cualquiera.

Hoy he subido al autobús, y el conductor me ha llamado “señora”. Me he sentido tranquila, protegida, refugiada. Me ha gustado que me vean así.

Todo esto es una explicación nueva, la de la fuerza del trauma y la respuesta al trauma, en vez de la explicación por la manera de ser y por eso hay un cambio de paradigma.

Juegos




Estoy en desacuerdo con la sexología hegemónica, la de la ideología de género, porque sostiene que casi todo en el sexo y el género es aprendido, cultural, político, por tanto.

Tengo muy claros los recuerdos de niños que he conocido cuyos juegos, que se ven divididos por sexos, han surgido de su propio interior, especialmente de aquella niña criada muy aislada en el cortijo, antes de la radio y la televisión, que tomó una piedra para acunarla como una muñeca, o mi sobrino, jugando incansablemente, concentradamente, sólo, a guerras, sin que nadie le incitara (de mayor es el hombre más pacífico y apacible que se puede imaginar)

Los niños son soberanos a la hora de jugar, en la que se expresan como quieren, y deciden por sí mismos lo que les interesa y lo que no les interesa, independientemente de lo que crean los mayores que deben ser los juegos para resultar educativos.

Mis propias preferencias, que sé que salían de lo más hondo de mí, son una prueba para mí de lo que hay en mí, como aquel sueño en que me ví feliz por poseer un tranvía muy grande, amarillo, de madera, con asientos y todo, casi de un metro de largo por una altura proporcional, un juguete que sé que tenía muchísimo significado y fuerza sentimental para mí, casi inexplicable.
Luego los barquitos que yo me hacía, con seis o siete años, con los corchos de los flotadores que usábamos, poniéndoles un mástil de caña y cordajes de croché, y que sé que expresaban mis sentinmientos y mis maravillamientos por el mar.

O aquel avioncito de caza, con una hélice y sus alas bajas, como los de la Segunda Guerra Mundial, que vi en “El 95” y me enamoró y que no pude tener, pero que desde entonces busco en todos los escaparates de las jugueterías, sección niños, sin encontrarlo.

(Y en un grado inferior, aquella canoa de lata que navegaba por el baño oliendo a aceite quemado, o mi tren eléctrico)

También recuerdo desde luego mi rechazo y desinterés radical por otros juegos de niños, como el abstracto meccano, o los balones.

Me interesaban los vehículos, cosa muy de niños, pero no los autos, ni la mecánica de los juguetes, lo digo para que se vea hasta qué punto era todo personal y selectivo.

Tampoco me hubieran gustado, lo sé, los fusilotes de plástico ni los muñecos musculosos y guerreros que salieron después.

Sé que muchos de los juguetes que les gustan a muchas niñas expresan el sentido del cuidado tan hondo en muchas mujeres.

Por ejemplo, el amor y la atención a los bebés (que a mí no me motivan), o los cuidados del hogar entendido como un nido, tierno y encantador.

O por otra parte, la concentración y el interés por la propia fuerza de seducción, expresada sobre todo en la belleza del cabello, o el atractivo de la ropa (para mí era inconcebible que la ropa se considerara un regalo de Reyes)

Bien, pues nada de eso me ha interesado nunca, o incluso me ha parecido ligeramente desagradable.

Esta relación que he hecho me sirve para convencerme de que mi mente es masculina no muy definida pero masculina y por tanto de que mi transexualidad viene de un trauma, más que de una predisposición, si se lleva esta palabra hasta entender una feminidad natural.

No hay feminidad en mí, sí una masculinidad poco definida, hasta el punto de no poder incorporarme a los juegos de mis compañeros y de suscitar equívocos en ellos, lo que constituyó el trauma.

Recuerdo que cuando empezaron a tratarme de mariquita, a los diez años, yo me sorprendí mucho.

miércoles, agosto 16, 2006

Fisiología del trauma

He encontrado un esquema de Abram Maslow sobre las necesidades humanas, que permite comprobar la profundidad y la extensión de ese trauma que creo que hay en muchas de nosotras.

He visto que lo dibujó en forma de pirámide, en la que parece que las partes inferiores son en efecto las básicas o las más importantes.

Empieza por las necesidades biológicas, que está claro que se refieren a la de comer, a la de beber, al instinto sexual, a la necesidad de abrigarse…

Sigue por las de seguridad, que representan la necesidad de protección. Yo las pondría al mismo nivel que las anteriores. ¿Qué necesita un niño, aunque sea en la primera hora de su vida, protección o alimento?

Más adelante pone las de afecto y pertenencia. Hoy se conoce que un niño que no recibe suficiente afecto, puede crecer con graves taras afectivas. Incluso en los niños de incubadora, un estudio demuestra que crecen más deprisa cuando las cuidadoras los acarician.

La sensación de pertenencia es la de saber que “éstos son los míos”, que pertenezco a un grupo, que puedo estar a gusto y seguro entre ellos. Los animales la tienen; por tanto, debe ser muy primitiva y muy fuerte.

Después de lo uno y lo otro, viene la autoestima; si los demás me quieren, es que yo valgo; el sentimiento de los otros se vuelve sentimiento mío, me gusto porque les gusto.

Todo eso, junto, permite la autorrealización: yo, fuerte gracias a mi autoestima, puedo desplegar todas mis potencialidades, madurar, fructificar.

Pero Maslow añade otra necesidad: la de transcendencia.Cualquiera que comprenda que su vida es estrecha y el mundo penoso -¡anda que la vejez!- sentirá la necesidad de otra vida y otro mundo. Yo suelo ver la Transcendencia por medio de la Astronomía, de la Belleza, de la Valentía que supera el miedo a la muerte…

En este cuadro de las necesidades humanas, de todas las cuales estamos desde luego muy necesitados, ¿cómo interfieren los traumas específicos que frecuentemente sufrimos las transexuales, que suelen ser ataques contra nuestra dignidad por parte de los varones, desde llamarnos mariquitas cuando tenemos pocos años hasta algunas veces llegar a agredirnos a golpes o pedradas (a mí no me pasó esto segundo)?

No tiene que ver con el hambre o la sed, desde luego; pero sí es un ataque, aunque sea moral, contra nuestra seguridad. Desde entonces, puede ser que dejemos de sentirnos seguros y empecemos a sentirnos inseguros. Ahí empieza todo, en esa zona tan fundamental de nuestras necesidades.

En la inmediatamente superior, la de los afectos y la pertenencia, puede seguir dibujándose un hueco donde debería haber cosas buenas. Un niño necesita el apoyo y el afecto de los varones. Para nosotras, en esa edad tempranera, hay un vacío en ese lugar. Nuestro padre puede haber estado muy metido en sus cosas, ausente. Los otros niños pueden habernos mirado como enemigos.

¿Quién puede seguir sintiéndose perteneciente, en esas condiciones, al mundo de los varones, ni a ningún mundo, en general? “No tengo religión, ni patria, ni sexo”, me decía yo entonces.

Si falta aprecio por parte de personas tan fundamentales como el padre o los compañeros, ¿cómo va a apreciarse a sí misma la personilla que nota tantos desprecios? Autoestima, bajo cero.

Y si la persona ha tenido que andar por la vida dando bandazos, y agarrándose a la transexualidad como a un clavo ardiente, es posible que su realización tranquila, natural y plena, quede dificultada, como la mía, que he tenido que luchar contra los problemas de identidad desde los trece años.

El hueco producido por el trauma de género se vuelve inmenso, abarca casi toda la personalidad.

Menos mal que, justamente porque es tan doloroso, la necesidad de la transcendencia se sigue sintiendo quizá más fuerte que en otras vidas como un hambre y una sed de cubrir todo lo que nos falta
.

martes, agosto 15, 2006

Furia


Ha sido bueno poder hacer ese esquema estructural, porque mi entendimiento de la transexualidad había llegado a desestructurarse por completo, y me dejaba llevar del primer viento, unas veces hablando de disforia, otras de intersexualidad o de ambigüedad.

Ahora lo he vuelto a estructurar, y me alegra más que sea un esquema mío, más completo que el de Lin Fraser que primero me convenció, que divide la transexualidad por orientaciones (homosexual, heterosexual y asexual)

En esta estructura mía, al trazarla, yo me situé en el tercer apartado (predisposición más trauma)

Hoy, después de dedicar muchas horas a la biografía de mi padre que estoy escribiendo, siento de pronto una rabia que me mueve a parecerme a él, a aprender de él su coraje.

Me doy cuenta de que lo de verme predispuesto, tímido, delicado, sensitivo, es aceptarme pasiva e inertemente. Quedarme como soy. Ser lo que soy.

Pero sé que hay en mí una furia a flor de piel, un genio que tengo que esforzarme en contener y que sólo el miedo que ha sido mi segundo rasgo principal durante tantos años, me ha hecho disimular.

Pero no puedo negar su existencia, ni dejar de reconocer que, con ese genio, estoy muy lejos de ser incluible entre los tímidos, pasivos y grises hipoandrogénicos.

Probablemente, pertenezco al primer sector, el de los varones que han sufrido un trauma, pero conservan su masculinidad básica, aunque necesitada de una expresión travestida.

Y por eso quiero ser lo que puedo ser, no lo que soy sino lo que hay en mí pero puede ser más y más interesante.

La furia, la rabia, la ira, contenida, disimulada, pero la fuerza de mi ser, es lo único que me puede permitir estar entre los hombres donde los hombres me agobian. La afirmación de mí, por delante de ellos, indiferentemente a ellos, salvo cuando puedo llamar a alguno mi amigo y entonces me enternece.

Ahora estoy ya libre de la fascinación de la figura de la mujer. Ya no quiero ser mujer, ya no me interesa, ya me aburre. Ha sido precisa la castración para ello, o seguramente el vivir como mujer durante trece años para comprender que ya no las envidio, que son otro mundo.
En los últimos años, incluso he tenido que verme como intersexual o ambiguo para tener una identidad, puesto que no me motivaba ya la identidad de mujer. Estoy libre, por tanto, de uno de los sentimientos que más amarran a la transexualidad: la mezcla de deseo y de impulso de fusión con la mujer, las nupcias consigo mismo bajo su figura ansiada. Es cierto que tampoco soporto ser un hombre como otro cualquiera. Tengo que ser un hombre lleno de furia para soportarme a mí mismo.

La primera forma de mi furia es la falda, porque con ella sé que desafío a todo el mundo, desde hace diez años, llena de alegría y de seguridad, que juego con ella contra lo que no quiero como un torero con su capote.

Eso es lo que significa la imagen que quiero dar, en la que la masculinidad de base se complementa mediante un arreglo desconcertante.

Normalmente, uso ropa de guerrillera, muy adecuada a lo que quiero hacer y estoy haciendo ahora mismo, cuando escribo. No me pongo pantalones ni a tiros, porque sería rendirme.

¡Qué orgullo llevar la falda airosamente, retadoramente, expresar así mi dignidad humana frente a todo lo que ha pretendido herirla, ser todo el tiempo, frente a todos, frente a todo, travesti!

domingo, agosto 13, 2006

La causa de la transexualidad




Sobre el origen de la transexualidad son posibles varias hipótesis:

O es el efecto de un trauma y la respuesta a ese trauma.

O es el efecto de una predisposición biológica.

O es la combinación de predisposición más trauma.

En el primer caso, el trauma consistiría sólo en la falta de los afectos que construyen los sentimientos de pertenencia o identidad, situación que puede existir desde que se recuerda, o desde unos años después. La respuesta sería una reacción masculina pero transformada en un símbolo: identificarse con lo deseado, con la mujer, más bien vista como imagen, por fuera. Pero se podría recomponer una vida masculina, aunque autoginefílica: identidad dual, etcétera.

En el segundo caso, habría una configuración especial del cerebro, feminizada por falta de andrógenos en la gestación. Esta hipoandrogenia no se ha demostrado suficientemente todavía, pero es fácilmente observable por cualquiera en la sociedad general (varones tímidos, introvertidos, delicados) aunque se puede ser hipoandrogénico y heterosexual, es decir, no va unida necesariamente, sino sólo algo frecuentemente, a la transexualidad o a la homosexualidad.

En el tercer caso, la hipoandrogenia sería la causa del trauma. El niño no sería aceptado precisamente por ser introvertido y delicado y de ahí se generaría la reacción transexual.

Tendría una base identitaria, porque correspondería a una manera de ser ambigua o ni femenina ni viril, la orientación sexual puede ser hacia el varón o la mujer, y se resolverá en una identificación “defaultaria” con la mujer. En el caso de la ginefilia, podría sentirse también autoginefilia, pero si se extingue (como en mi caso) sigue la reacción transexual, porque lo que expresa en realidad es una inadaptación profunda a las pautas más masculinas.

My gospel

Esta noche hace calor, calor, calor

después de seis horas de sol sobre las paredes blancas

y lo hará todavía durante seis horas más, por lo menos

¡Hermosa noche, negra, caliente, como lo estaba mi cuerpo con veinte años!

Y como lo estaba mi alma vacía y ardiente, desesperada de soledad,

que sólo se consolaba tomando un refresco de pulpa con agua,

que le hacía soñar con la siguiente y fresca madrugada.

Porque la noche andaba despacio su camino

y poco a poco llegaban primero las horas neutras

y luego las sigilosas frescuras

que acariciaban la piel desnuda prometiendo algo tranquilo y nuevo

que reviviría mi inocente pureza o mi alma limpia de los doce años

acaso entre el fresco de tus manos, que no acierto a imaginar,

dios mío, amigo mío, compañero mío,

que me soplas ligeramente sobre los párpados, diciéndome “vamos, levántate, despiértate,

como una sonrisa que provoca mi sonrisa.

jueves, agosto 10, 2006

O sea




O sea, que si algunas de las transexualidades vienen de un trauma, o de la respuesta a un trauma, como parece ser la que acabo de contar, las consecuencias son muy interesantes.

Lo primero es darse cuenta de que la explicación biológica directa –cerebral- tiene un inconveniente: en el futuro, los niños diagnosticados de posible transexualidad desde el vientre de su madre, seguro que alguien les pondría el tratamiento necesario para evitarlo.

Eso nos afectaría a los actuales transexuales, en el sentido de que a nadie le gustaría tener una condición que en el futuro no existiera. Sería como ver todos los inconvenientes de la transexualidad y ninguno de sus méritos.

Ahora, si la transexualidad es la respuesta a un trauma, todo varía. En primer lugar, siempre habrá traumas, y no habrá manera de prevenirlos todos.

En segundo lugar, mientras la respuesta frecuente a un trauma puede ser el hundimiento o la depresión, la nuestra, la transexualidad, es fuerte y creativa.

Nuestro trauma, desde luego, es triste pero bello. Está en la falta de ser querido y valorado en la niñez, de manera que uno pueda gustarse y valorarse a sí mismo.

Por eso digo que siempre habrá niños que se vean, como nos vimos, poco valorados y poco queridos. La respuesta transexual es aferrarse a cualquier oportunidad de ser más querido, valorado y protegido, como lo son las mujeres, según nos parece en esa edad.

Tal como lo sentimos entonces, es responder a una necesidad extrema mediante una solución extrema.

Por mi parte, puedo decir que he acertado al elegir la vida de trans, porque me siento justamente más querida que antes, y querida como yo lo quiero, un poco paternalmente, un poco protectoramente.

Noto en quienes me rodean una especie de atención, de benevolencia, de curiosidad hacia mí, hasta un poco de condescendencia, pero sé que es justo por haber hecho pública a todo el mundo mi renuncia a la competitividad y a la dureza del estilo de vida masculino.

“¿Querida yo?, ¿Valorada?”, me dirán de todos modos algunas trans, magulladas y amoratadas por la vida.

“¿Te gustas y te valoras a ti misma como trans, al verte en un reflejo, o en una fotografía, o hasta al ver tu sombra?”, les preguntaría yo.

“Eso desde luego”, sé que me responderían.

miércoles, agosto 09, 2006

Buscando mi verdad

Leo una página evangélica muy hostil a la transexualidad, indigna de discípulos de Cristo, pero que tiene por lo menos la ventaja de que obliga a buscar de nuevo la propia verdad, aunque también hace ver que los argumentos naturales son suficientemente complicados sin necesidad de complicarlos más con los dogmas de quienes llegan a ser fanáticos.

¿Qué significa que yo sea trans?

¿Es una verdadera condición natural o ha sido una concesión a impulsos no comprendidos, por no encontrar una respuesta mejor?

Primero. ¿Mi identidad básica es masculina?

Sí; lo sé por mi identificación con el niño de “Capitanes Intrépidos” o con los guardiamarinas británicos de una novela de mi niñez; ahora, después de estos años de vida real, sé que no me he identificado con ninguna mujer en particular.

Segundo. ¿Mi desidentificación se debe a un trauma?

Sí; al golpe que sufrí al entrar en el colegio y comparar mis diferencias de temperamento con los otros niños: su indiferencia o repulsa hacia mí, su aspereza, su obsesión por el fútbol, etcétera

Tercero. ¿Si hubiera encontrado un amigo como yo, mi evolución habría sido distinta?

Así lo creo. Hubiera tenido que ser guapo, inteligente, sensible y mayor que yo, para que me hubiera librado de aquella opresión, y yo me hubiera entregado sentimentalmente a él, me hubiera hecho él y lo hubiera hecho yo y hubiera aprendido de él a ser varón.

Cuarto. ¿Hubiera sido homosexual?

No lo sé. Siempre he sentido la barrera o repulsión entre los sexos iguales, pero puede que todo dependiera de la intensidad de mi cariño y mi admiración. Puede ser también que, sobre la afirmación de mí mismo, hubiera aprendido más adelante a ser heterosexual.

Quinto. ¿Entonces, qué significa mi transexualidad?

Una conciencia que se encuentra en su niñez a la deriva, porque no halla lo que necesita. Entonces, recurre a la única fórmula que ve para ser querida, valorada y poder afirmarse ante sus propios ojos: identificarse con quienes sabe que sus compañeros respetan y aman.

Como todo lo que necesitaba entonces no lo tuve, tengo que vivir con esa carencia, como si fuera una cicatriz.

lunes, agosto 07, 2006

Ejercicios de introspección

Estoy ingenuamente orgullosa de que el centro de mi vida sea esta cueva de las maravillas o espacio interior al que llamo yo.

Pienso hasta que yo lo he descubierto, o por lo menos redescubierto, porque en nuestra cultura actual, pese a las apariencias, no es de lo que se habla.

Porque no me refiero a lo que soy yo por fuera, a lo que aparezco o aparento, a lo que represento, sino a lo que soy yo por dentro, cuando sólo yo me veo y sólo yo veo lo que hay dentro de mí.

Yo en la noche, en la oscuridad y el silencio, cuando sólo veo mis pensamientos y me doy cuenta de que pasan por mi cabeza y de que yo estoy aquí, pensándolos.

No es que lo uno venga sólo de lo otro, pero pienso que si eso es tan fuerte en mí, es porque soy trans, lo que me ha hecho sentirme por dentro en guerra con toda la realidad que había por fuera.

Sé que es necesario que cualquiera vea con facilidad su espacio interior, porque he descubierto con asombro entre mis alumnos que no siempre es así y que algunos están colgados de los hechos externos.

Por eso todos los años les he hecho ejercicios de introspección y a ellos les agradaban. Explicaré cómo:

Lo primero ha sido pedirles que se sienten derechos y cierren los ojos.

Lo han hecho. Enseguida, un ejercicio de relajación sencillo: poner la atención en los pies, sentirlos, luego las piernas, moviéndolas un poco para relajarlas, el torso, el cuello, haciendo algunos giros distensores, los hombros, se mueven, los brazos, las manos y sus dedos, puestos sobre los muslos, la cabeza, la frente que no esté fruncida, los ojos que estén cerrados sin presión, dejando entrar un hilo de luz, la boca entrecerrada con suavidad…

Llegados aquí, es el momento de prestar atención a lo que entra por los oídos. Sorprendente: los pájaros en la calle; una voz lejana; una moto; una tos en la clase…

Y entonces se pierde la atención al oído y se pone en el tacto: ¿qué notan mis pies… mis muslos… mi torso… mis manos… mis párpados… mis labios?

Y ahora se abandona la atención al tacto y se pone en mis pensamientos: ¿Los puedo parar? ¿Siguen fluyendo? En todos los casos, consigo lo que quería: veo mis pensamientos.
Incluso, ahora que me he relajado, puedo recordar también un momento o un lugar en que haya sido feliz, irme ahí con la imaginación, permanecer en ese paraíso un minuto o dos…

Y ahora, para salir de este estado de paz, invierto el camino, más ligeramente.

Primero presto atención a lo que toco o percibo, en orden inverso: mis labios, mis párpados, mi cuello, mis brazos, mis manos, mi torso, mis muslos, mis pies…

Luego, por unos momentos, a lo que perciben mis oídos…

Luego suspiro profundamente, dos o tres veces.

Finalmente abro mis ojos.

Entonces, los estudiantes van moviéndose, suspiran, distienden sus brazos, se miran unos a otros, tranquilos.

Han estado, muchachos y muchachas de dieciséis o diecisiete años, perfectamente en orden, callados, bien sentados, con los ojos cerrados.

Cualquiera que entrase en ese momento en el aula, no se podría creer lo que veía. Incluso, los he prevenido: “Si alguien abre la puerta mientras estéis relajados, no os alteréis”.

Al final, sonrientes, me han pedido que lo hagamos otro día. Unos humanos han descubierto el paraíso de la distensión y la introspección.

Una trans ha encontrado su fuerza en su interior.

sábado, agosto 05, 2006

Definiciones

Mujer. Encerrada en. Un cuerpo de hombre.

Lo pongo separado por puntos, porque son tres conceptos distintos y separables. El primero se entiende como mente de mujer. El segundo supone una necesidad de liberación. El tercero se refiere a un cuerpo masculino en lo visible.

Los tres conceptos son hermosos, y su unión es bella. Me producen una gran ternura, y también envidia: permiten que la vida sea más sencilla de lo que lo ha sido la mía.

No hablo aquí de vosotras. Estoy hablando de nosotras, las que sois como yo, y también por eso las que mejor puedo entender, al veros por dentro con la misma claridad que me veo a mí misma.

Éstas son otras definiciones que pueden servir para nosotras, las otras trans:

Ambiguo. Encerrado en. Un cuerpo de hombre.

Puede ser que a mí lo que más me define sea esto, si se considera ambiguo ser una persona traspasada por la estética o poco definida heterosexualmente.

Anne Lawrence se ha atrevido a decir la definición más valiente y sutil, no sin un factor de humor cáustico:

Hombre. Encerrado en. Un cuerpo de hombre.

Según esto, la forma de transexualidad nuestra sería un avatar de la masculinidad. Lo que nos diferenciaría de un hombre corriente sería el concepto de “encerrado en”, que implica una mente masculina y sin embargo unos sentimientos que chocan con un cuerpo masculino (Es posible ser algo y no querer ser ese algo)

No es cómodo asumir estos planteamientos, excepto el primero. Pero no se trata de comodidad, sino de verdad. Sólo si somos sinceras con nosotras mismas podremos entendernos, y disfrutar de la calma y la paz de la verdad. Por eso quiero practicar la sinceridad más completa, aunque sea a primera vista descolocadora. Pero tengo que ser fuerte, tengo que ser yo.

El primero, el de “mujer encerrada en un cuerpo de hombre”, es válido para quien es válido. La sociedad no trans lo puede comprender y respetar con facilidad. Nos lo dicen, suponen que la respuesta es afirmativa y comprendemos que por eso nos aceptan, y por eso digo que nos puede resultar cómodo.

Pero no es verdad para quien no es verdad, y los seres humanos necesitamos la verdad para vivir y lo experimentamos en la callada inquietud con la que oímos esas suposiciones, cuando no corresponden a la realidad. Nos sentimos entonces en falso, algo que lo dificulta todo cuando tienes que aprender a valorarte a ti misma.

Nuestra valoración propia y la social tienen que fundarse en lo que somos verdaderamente. ¿No descubrimos entonces los motivos de esa valoración? Habrá que buscarlos.

Por lo pronto, los más sencillos: La mayoría de las personas trans, nueve de cada diez según se calcula, son como nosotras.

Las más jóvenes, las de veinte años, lo dicen con toda naturalidad. “No soy una mujer”. Leed sus blogs.

Viven en un mundo de verdadera libertad sexual, donde todos son aceptados y por tanto ellas también pueden aceptarse a sí mismas, tal como son.

Las que tenemos más años que ellas podemos tenerlo más complicado, porque nos hemos educado en un mundo de sexos definidos y de identidades rígidas, y tenemos que aprender esa fluidez.

Pero cuando la aprendemos, descubrimos algo muy sencillo:

Somos trans.

viernes, agosto 04, 2006

La masculinidad



Lo masculino es más temible que amable, porque está fundado en un arma, una cuchilla que traspasa la carne ajena y que los demás pueden sentir como una amenaza permanente, aunque de momento esté dormida, pero que está ahí y puede activarse y volverse peligrosa en cualquier momento.

Ningún hombre ignora esta peligrosidad y a la mayoría le produce un placer callado saberse armados, amenazantes y temibles.

Por eso, los hombres no pueden ser simplemente amados, como se puede amar cualquier otra realidad bella y serena. No tienen esa clase de belleza. Cualquier hombre, aunque sea un muchacho, y más cuando es un muchacho, es sentido como sordamente rugiente por todos.

El amor entre hombres es hasta cierto punto un combate y la mutua admiración y el abrazo final de los combatientes. En él, las armas están en alto y chocan mutuamente y los combatientes sudan y jadean y es fácil pasar del intento de imponerse a puñaladas a las tablas agotadas y abrazadas, en las que la sensualidad se resuelve en besos sobre los cuerpos enteros, sudorosos.

Yo, la realidad interior que llamo yo, me he descubierto muchas veces aceptando con un orgullo latente ser más temido que querido.
Lo siento por mi emoción profunda ante la realidad que se expresa en los grises y esbeltos aviones de guerra, exactamente calculados para la velocidad y la agilidad y sobre todo para el desprecio de la muerte, sin el que ningún combatiente puede combatir.

También lo siento en mi admiración por los estilizados y fuertes navíos de combate, en cuyas formas se esconde parte de mi vida y que me atraen al extremo de que en la televisión cualquier película de submarinos goce para mí de prioridad absoluta, por los sentimientos y sueños que me despierta.

Y yo, sin embargo, he aceptado ser despojado de mi arma primera y natural, que mi cuerpo quede liso y desarmado y que pase de ser considerado tan temible como otro cualquiera a ser visto hasta con condescendencia.

Sé, por Lacan, que esto puede tener una lectura ambigua y sorprendente. Al querer que mi cuerpo se vuelva de líneas lisas y continuas, lo que he querido es no tener un arma, sino ser todo yo un arma, perfecta y aguda, la única capaz de responder con fuerza a todo el odio acumulado contra otros hombres. (Es que Lacan explica cómo la emasculación, paradójicamente, tiene el efecto de aproximar la forma ahora lisa y pura a la imagen de la pura masculinidad abstracta y más que de la masculinidad, a convertir la propia figura en representación de la potencia y de la afirmación de sí)

No puedo descartar la posibilidad de que mi mente no-consciente esté trabajando de esta manera. Incluso la falda o el nombre ambiguo que llevo con orgullo, serían como la bandera de combate que dice a todos: “No tengo espada, soy una espada”.

En este momento, mientras escribo estas hojas, me siento de hecho en esa esgrima, ese desafío, ese combate. También así se explica mi desdén hacia los ignorantes que ocasionalmente se burlan de mí en la calle. Sin palabras, con mi serenidad les digo: “¡Si supierais que soy mucho más valiente que vosotros por el solo hecho de salir así vestida, desafiante, a la calle, y por el solo hecho de haber puesto la cuchilla sobre mi cuerpo, lo que a vosotros os espantaría y os haría huir, para convertirme yo misma en cuchilla!”

Todo esto está en mí, todo es parte de mí, profundamente arraigado en mi historia y mis instintos. No puedo renunciar a ello sin sentir que me arrancaría una parte fundacional de mi ser, la que tiene que ver con mi amor a mi padre.

Pero también es verdad que, en un plano más profundo todavía, yo también odio esa temerosidad, los fluidos de semen y testosterona que manchan los entonces ya tristes estandartes.

En este plano estoy una mañana clara y fresca, en la que veo el jardín que amo desde la altura de las copas de sus árboles a la vez que me serena el cielo azul y alegre extendido sobre ellos entre nubecillas blancas.

En esta imagen antiguamente fijada en mi consciencia está la alegría de mi vida, la serenidad y la delicadeza.

Aquí está la gracia y la elegancia, mi sentimiento de la poesía y de la pintura, la música que se dice y los trazos que lo representan, lo que trae las lágrimas a mis ojos y mi garganta.

Ni siquiera pasa la idea de lo temible por mi cabeza cuando pienso en esta realidad, que eternamente se afirma por la belleza. En nombre de la belleza he querido que nadie me tema, he ansiado despojarme del arma que había en mi cuerpo y vivir sólo en la belleza, la sed más verdadera de mi ser, la multiplicidad que día a día se me ofrece en formas deslumbrantes, la ternura y la emoción, la luz que me arrastra desde siempre y en la que me reconozco, yo, yo como soy y estoy hecho, yo como quiero ser, yo misma.


martes, agosto 01, 2006

Transfilosofía




La filosofía, como ciencia general, ha aprendido a ser muy prudente con la especulación, que es el razonamiento libre, pero no apoyado en comprobaciones; en cambio, las afirmaciones comprobadas empíricamente, por la experiencia, aunque todavía no hayan sido explicadas, y las científicas, basadas en las experiencias explicadas, le dan un fundamento firme.

Por eso, la filosofía actual puede aceptar que la especulación se formule sólo como preguntas, por lo que su primera función es construir una relación de tales preguntas especulativas y ponerlas en orden lógico.

La segunda es sacar las consecuencias generales de las afirmaciones comprobadas que pueden hacer las ciencias particulares; intentar unificar constantemente el disperso pensamiento científico y llevarlo más allá de los límites de cada ciencia hacia una comprensión de conjunto.

Para que se entienda más precisamente de lo que estoy hablando, voy a formular algunas de esas preguntas especulativas:

Una: “¿Se divide la realidad general en subjetividad y objetividad?”

Otra, derivada de la primera, puesto que las preguntas se pueden ordenar en organigramas: “¿Si es así, la subjetividad depende de la objetividad (materialismo) o la objetividad depende de la subjetividad (espiritualismo)?”

Una tercera: “Si la subjetividad consciente depende en gran medida, como se ha demostrado, de condiciones materiales objetivas, dando una parte de razón al materialismo, existe una subjetividad no-consciente que no dependa de tales condiciones materiales?”

Son posibles infinitas preguntas filosóficas, especulativas y libres, sobre la realidad. Cada pregunta es una creación, pero una creación que hay que comprobar para ver si es una fantasía o una descripción de la misma realidad.

Yo me he planteado éstas, primero por la fuerza que tienen para entender la condición humana de una manera o de la opuesta.

Pero también me doy cuenta de que tienen mucha fuerza para intentar comprender la condición trans. La nuestra es una condición subjetiva, desde luego, cuya fuerza está en pensamientos y sentimientos sobre lo que es cada cual, que parecen contradecir nuestra realidad objetiva (definible como lo observable por todos, lo externo, lo anatomofisiológico)

Pero acto seguido, se nos puede aplicar la pregunta que venía a continuación: “¿Depende la subjetividad de la objetividad o la objetividad de la subjetividad?”

Las respuestas que vamos encontrando en las distintas ciencias particulares, van en el primer sentido.

Puesto que la subjetividad la conocemos en nuestro interior como la consciencia propia, tenemos mil pruebas de que la consciencia depende en gran parte (no del todo) de procesos bioquímicos y también de procesos socioculturales.

De hecho, las explicaciones que solemos dar de la experiencia trans se fundan en la bioquímica de nuestro cerebro o en los condicionamientos socioculturales.

Estas explicaciones suelen ser bastante convincentes. La explicación materialista explica mucho del proceso de nuestra subjetividad.

Pero queda otra pregunta especulativa: “¿Y si existiera una subjetividad no-consciente?”

También tenemos pruebas (psicoanalíticas) de que puede ser así, y precisamente por ser no-consciente, hay que decir que no se sabe hasta dónde llega o no llega (más allá del psicoanálisis)

Diré también que la subjetividad es irreductible a la objetividad, lo que significa que no hay medios de que todos vean lo que hay en mi pensamiento, como pueden ver lo que hay en mi cuerpo; más aún, no hay manera de que nadie, salvo yo, entre hasta el fondo de lo que pienso y siento en mi interior.
Esto es una prueba de que una parte de la consciencia, una de las formas de la subjetividad, puede depender de factores objetivos, pero no depende de ellos toda la subjetividad, que se alza firme y distinta frente a la objetividad.

Entonces, podemos preguntarnos si la condición trans entra en esa forma de consciencia dependiente de los condicionamientos materiales, objetivables (biológicos o biográficos) o tiene una dinámica no-consciente.

Sólo puedo responder, de momento, con otras preguntas:

“¿Es toda la experiencia trans sólo una consecuencia pasiva e inerte de condicionamientos biológicos o biográficos?”

“¿Una respuesta tan tremenda y audaz como la nuestra, natural en los trans masculinizantes, pero sorprendente en las trans feminizantes, puede ser acaso la consecuencia en nosotras de una situación que nos desmasculiniza?”

“¿O no será, en unos y otras, sino el resultado combinado de unos condicionamientos y de una rebeldía, no-consciente porque no solemos vernos claramente como rebeldes, pero patente en nosotros quién sabe desde qué fuerza y sentido de nuestro ser?”