domingo, diciembre 02, 2007

Compañeras



Publicado previamente en CarlaAntonelli.com




Lo más parecido a las terribles experiencias de la mística que se puede tener en la vida diaria es la música. Hoy lo he comprobado una vez más metiéndome en un documental sobre los blues en Inglaterra, en el que ha participado gente como Tom Jones o Van Morrison, cantando, haciendo música y todo eso.

Digo que me he metido, porque como tengo la suerte de tener ahora un amigo músico, y sé cómo funciona su banda, todo lo he visto lleno de vida, a todos unidos en la percepción de algo que está por encima de sus vidas, esa música larga y lenta, quebrada y levantada, suave y rota, que te hace entender de verdad la vida y sentimientos tan hondos que no sabías ni que los tenías, realísimos, clarísimos, y a la vez inexpresables e inexplicables con palabras y por eso, y porque te saca de este mundo y a veces no te importaría ni morirte, digo que es lo más parecido a la mística que tenemos a nuestro alcance la gente corriente.

Como ahora sé cómo funcionan mi amigo y sus compañeros, que son músicos profesionales y muy entendidos de técnica, sé que cuando se reúnen por gusto en cualquier ocasión, no descansan de la música, sino que ponen sus guitarras por medio y aprovechan para tocar y cantar con todo su placer y dedicación, como si no lo hubieran hecho una y otra vez actuando los fines de semana.

Me doy perfectamente cuenta de que, entre bromas y risas, sentados espatarrados en los sofás, hartos de verse desde hace veinte años y sabiéndose de memoria, están unidos por su gusto, pasión, enamoramiento, por algo común a los cinco o seis, común y más grande que ellos, un infinito corriente abierto a todos, la belleza de cualquier vida vista desde dentro, entre cervezas y cubatas, y eso los hace de verdad compañeros y amigos, porque aman lo mismo.

Como sus personalidades están rotas por el amor, se ríen con facilidad, se abren, no entran en los juegos de poder y prepotencia de otro, no fardan, no son engreídos, lo cuentan todo con toda naturalidad, amores, ligues y fracasos, saben situarlo todo en una canción y por eso les dije una vez que, siendo un grupo de heteros, eran lo más parecido a los gays que he visto.

Y de vez en cuando me gustan y los deseo, simplemente porque me gusta lo que hay en sus cerebros, detrás de sus ojos, porque sé que lo comparto.

Me he dado cuenta de que mi sentimiento principal es el compañerismo, seguramente porque me faltó cuando hubiera debido sentirlo por primera vez, entre las cañas verdes de mi niñez.

Yo deseaba por encima de todo tener compañeros que me quisieran y a quienes querer y no lo tenía. Por eso los busco continuamente, en todo momento, de una manera tan natural que no me doy cuenta.

Recuerdo cuando me sentí compañera por primera vez y con orgullo de otros profesionales jóvenes como yo, en un intento de movimiento social o de sindicalismo, en los últimos años de Franco, quizá porque era la primera vez en que me sentí plenamente aceptada y con un sitio en la sociedad. Estoy viendo el aula acristalada en la que nos reunimos y han pasado cuarenta años.

Luego he sentido muchas veces lo mismo, una emoción suave, una fraternidad, cuando me he visto en las Asambleas de nuestra cooperativa, cuarenta personas unidas en un mismo destino laboral, los mismos problemas, las mismas alegrías y los mismos orgullos.

Me gustaba contar los años que me quedaban para estar con mis compañeros y constatar que eran muchos. Cuando ya fueron pocos, sentía la presencia de un corte como el de quien por una carretera se acerca a la barandilla que da a la playa y luego al mar.

Con esto, os podéis figurar mis sentimientos cuando por fin pude vivir en compañía mi transexualidad. La locura de los primeros años, cuando nos vimos entre amigos y amigas transexuales en Zaragoza, a San Sebastián, a Sevilla. La alegría de viajar en un auto en el que los cuatro ocupantes éramos transexuales, una condición tan poco frecuente fuera, y allí estábamos cuatro y de ver cómo nos saludaban los cerros y los llanos a nuestro paso. La paz, la íntima felicidad de convivir con mi amiga y mi amigo, como una familia, casi todo el tiempo juntos, de dormir en su casa, de viajar con ellos, de levantarme e ir a desayunar a la calle entre los árboles con ellos, de que estuviéramos juntos y fuéramos muy felices en la playa.

No creía posible vivir lejos de los y las trans. Eran mi mundo, mi aire, mi vida.

Cuando mis sentimientos se fueron depurando y me conocí mejor, esta unión se extendió a los amigos gays con quienes compartí muchas hermosas y cariñosas horas, sin ser yo gay. Pero nuestras niñeces se habían parecido y también nuestras adolescencias desconcertadas y nuestras juventudes locas y temerarias y reprimidas y sufridoras, todo a la vez.

Luego, la necesidad de ser yo misma o yo mismo por encima de todo me alejó de mis compañeras trans, dejándome vacía y como desamparada, lejos pero a gusto, olvidándome de todo, metida en otras cosas que no tienen nada que ver con las trans: política, historia, filosofía, etcétera.

Hasta que encontré la puertecilla por la que he podido volver a entrar en el jardín de la compañía trans. Ahora sé cómo soy y siento a muchas trans y travestis muy parecidas a mí. También, como con los gays, pero con mayor precisión, rememoro niñez y adolescencia y juventud. Me quiero figurar que todas, en más o menos, hemos compartido las mismas indecisiones y confusiones. Me digo que todas nos parecemos más de lo que nos diferenciamos. Una travesti pone su foto en blanco y negro de cuando tenía doce años delante de ti, y eres tú. El compañerismo, para mí, es casi como el amor. Desearía que nuestras almas entraran una en otra y saber cada vez más de mi compañera, aspirar a saberlo todo y ver parecidos y diferencias conmigo.

Eso es unión. Seguramente, no todas las personas sienten eso, ni siquiera es necesario. El noventa por ciento de mis compañeros en el aula acristalada, el sesenta por ciento de mis compañeros de la cooperativa, el treinta por ciento de mis compañeras y compañeros trans, supongo, me figuro, temo, a lo mejor me equivoco, que no saben lo que es esto y prefieren vivir por libre y por su cuenta. Pero les deseo que lleguen a sentirlo, porque es bello.

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