jueves, mayo 19, 2011

Una aventura singular



Estoy suprimiendo blogs que había empezado, sin continuarlos; uno de ellos, con una sola, entrada, era "Hombres, Mujeres y Tú".

Esta entrada era la que pongo a continuación. Me parece polémica y a propósito con lo que estamos debatiendo en estos días. Cuento el descubrimiento de que mi genitalidad es femenina (oculto por decenios de no-sexo), compatible con el hecho de que mi identidad es ambigua (yo soy yo)

Los conceptos son los de hace casi un año; han variado un poco desde entonces. Ahora, prefiero hablar del Binario de los Dos Atractores Estadísticos, Inmateriales, y del No-Binario de las infinitas realidades materiales sexogenéricas que giran en torno a él y son diferentes de él. Pero lo que cuento puede ser interesante como experiencia que mantuvo despierta mi fantasía durante dos meses, noche y día.


Publicado en http://CarlaAntonelli.com el 20 de junio de 2010


En el Botánico, el bar donde solemos reunirnos, cuento la historia de estos días:

Estaba haciendo un trabajo teórico sobre el Código de Género, cuando tuve que poner un ejemplo. Empecé a escribirlo, y de pronto vi nacer toda una fantasía erótica, tan fuerte, que llevo ya seis o siete días con ella.

Me sorprende cuando tengo sesenta y nueve años, y cuando me había asentado y acomodado en una asexualidad que me parecía verdaderamente mía, y propia de mis años, sobre todo porque, estando operada, no tengo andrógenos, ni estrógenos, ni nada.

Me acordaba de cuando encuentro a algunas amigas biomujeres que dicen que, con cincuenta y tantos o sesenta años, ya no tienen deseos, ni mariposas en el estómago, porque con el final de la menstruación ya no tienen estrógenos, y qué sé yo qué.

Pues nada de eso, porque yo tengo unos diez años más, y tengo desde luego muchas menos hormonas que ellas, y sin embargo, ahora estoy sintiéndome, como no se lo pueden figurar, y no sé por qué.

Me he quedado trastornada, durante días notando que estaba entre realidades mentales que no entendía y que no podía explicar; pero tranquila, porque las fundamentales, mis deseos, los entendía y los conocía, y eran tan fuertes como si me dijeran que eran la realidad, mi realidad más profunda que yo había olvidado porque la temía.

Mi sensación de estar perdida venía, no de ellos, sino de no saber cómo ordenarlos, cómo hablar de ellos en los foros en los que entro, en este Diario Digital Transexual, en mi grupo de amigos de Conjuntos Difusos.

Era como si tuviera que quedarme callada, y no por prudencia, sino porque no sabía decir una palabra.

Ya sé cómo puedo hablar de todo esto, ya sé contarlo.


La fantasía es básicamente la misma que la que tuve con ocho años, aunqque entonces no estaba erotizadada; me habla, por tanto, de un componente fuerte de mi personalidad; es exactamente la misma que tuve, con veintisiete años, la primera vez que viví como transexual; y se parece, no en contenidos, sino en efectos, a las que tenía, muy intensas, locas entonces, con cuarenta y tantos años. Escribía horas y horas, con las sienes palpitándome, etcétera. Me daban miedo porque me daba la impresión de que iba a tener una apoplejía, un ataque cerebral, y que me iba a quedar frita.

Asustada por las fantasías, decidí pasar a la realidad y cambiar de sexo de verdad. Acerté.

La nueva realidad era tan interesante y tan complicada que me absorbió la atención. Pude olvidarme de las fantasías, no dándome cuenta de que me estaba olvidando de mi vida profunda, manifiesta en las turbulencias eróticas.

He estado diecisiete o veinte años viviendo en ese estilo tranquilo, contenta de haber superado aquellas fantasías tan llenas de placer como de angustia, pensando que en el fondo yo no deseaba de verdad a nadie, ni hombre ni mujer, que era asexual, y que esa era mi manera de ser.

Lo único con lo que podía despertarme un poquito era cuando pensaba en un muchacho muy guapo, muy varonil, a quien quise como si fuera mi hermano mayor, sólo por carta, y que después se desvaneció, y de cómo me acordaba una y otra vez de otro muchacho muy ambiguo, muy delicado, con un jersey negro de cuello de cisne a quien vi de verdad diez minutos en el Café Flore, de Paris, y recuerdo toda mi vida. Me decía que me gustaba porque en el fondo era como yo habría querido ser.

Sentimentalmente es posible; pero en realidad no hubo convulsiones eróticas al pensar en él. Por tanto, me quedaba en mí misma, y me vestía con su ambigüedad, su delicadeza, pero sin llegar más lejos.

Y ahora estoy temblando de erotismo, sintiéndolo realísimamente, físicamente, obsesionándome, y no pasajeramente, sino durante días enteros. Como estoy operada y soy más vieja, todo esto es algo más tranquilo que aquello, pero no mucho, y mucho más placentero.

Esta realidad, esta corporalidad, es como la firma de que esto me está pasando de verdad, que no es un pensamiento, algo que se pasa por la cabeza, sino una verdadera experiencia, como si hubiera conocido a alguien que hubiera llegado a mi vida.

Este alguien es nuevo, no lo comprendo, me ha metido en una confusión enorme, y sin embargo soy yo!

Yo misma! Quien ha llegado soy yo! Esto vale la pena recordarlo.

Yo de otra manera, yo olvidado, en medio de la racionalidad de la lógica de estos años, y sin embargo yo más bellamente, más inasiblemente, escapándome de las manos de cualquiera que crea que me entiende, como debe ser.

¿Qué he visto en esta experiencia?

Primero, la fuerza del Binario, que veo como dos cosas, dos páginas, dos cuadros de mármol unidos como por unas bisagras, como si flotaran en la realidad.

La hoja de los hombres y la de las mujeres. Cuanto más se abren estas hojas, más fuerte es la tensión o el deseo que nace de los hombres hacia las mujeres o viceversa; cuanto mayor es la diferencia, más atracción; más juntas, menos tensión; más separadas, más diferentes, una tensión inaguantable, que se traduce en líneas eléctricas entreveradas de chispas; pero dentro de cada hoja, el erotismo corre también arriba abajo, más o menos fuerte, creando la homosexualidad, que puede tener una tensión tan inconcebible como la que salta de hoja a hoja.

El Binario es por tanto un aparato cargado de erotismo; simplemente tocarlo, golpea como un latigazo.

En mis años de falta de erotismo, simplemente, no veía el Binario; ahora, desde el otro día, lo veo, y me sobrecoge.

Segundo, fuerte y alucinante, lo que me obsesiona, un ansia por sentir el Poder de los hombres –no me interesan las mujeres en este sentido- un deseo de sumisión, o de subordinación, o de protección, un ansia de una figura paterna que hace de mí una heterosexual, sorprendentemente una heterosexual femenina, mientras yo creía que no tenía sexualidad.

En este deseo se expresa mi erotismo, en el que tiembla de emoción el Binario: deseo la presencia de los Hombres y yo soy una Mujer.

¿Pero quién son quienes están en cada una de las inmensas hojas del Binario, que parecen flotar en el espacio, presencias descomunales, cada una compuesta de miles de millones de Hombres o de Mujeres?

Miremos primero el lado de los Hombres. Allí se encuentran, en primer lugar, millones y millones de personas que, ya lo sabemos, han desarrollado verga y testículos, y eyaculan, y pueden engendrar hijos, como si dijéramos la inmensa mayoría de la masa masculina.

Y entre esos hombres, hay algunos que son muy masculinos y otros que son muy femeninos y sin embargo sienten que son hombres y les gusta ser hombres y estar a este lado.

Pero si miramos con mucha mayor atención, veríamos entre ellos algunos que tienen una variación genital, los intersexuales masculinos, y que prefieren ser hombres. Pues también están entre los hombres.

Todos ellos sienten la atracción de una identidad masculina, un ideal masculino, una idea platónica con la que se identifican.

Y además de los intersexuales está otra masa, relativamente pocos relativamente, pero muchísimos, miles, que son los hombres por voluntad propia, que se han hormonado con andrógenos, han desarrollado barbas espesas, o simplemente, afirman que necesitan estar en el lado de los hombres, y lo están, sin hormonas, ni cirugía, nada de nada; hombres.

Todos hombres y sin embargo, una variedad de hombres, un conjunto difuso.

Y la hoja de las mujeres es parecida, también un conjunto difuso de mujeres, en el que estamos todas juntas, primero, las que de manera natural, de nacimiento, tienen vagina, útero y ovarios, y pueden concebir hijos.

Y después, las intersexuales, que aunque tengan órganos algo distintos de nacimiento, quieren ser mujeres, algunas de las cuales, bien visto, también pueden concebir hijos.

Y después nosotras, las transexuales, personas que somos mentalmente mujeres, o que queremos ser mujeres, nos hayamos operado o no, y tengamos pecho, vagina o no.

El conjunto de las mujeres, en el que en la práctica entramos todas, es también un conjunto difuso.

Y aquí estamos, frente a los hombres, en uno de los lados del casi infinito Binario que flota en los espacios, en el que están escritos los miles de millones de nuestros nombres, y lanza continuamente los rayos de su tensión erótica al otro lado, o la ve subir por el suyo propio, como si fuera por sus piernas, creando el amor lésbico.

En mi fantasía me veo siempre en este mundo de dos, en el lado de las mujeres, mirando al lado de los hombres; yo soy de este lado de las mujeres, no soy del lado de los hombres, no me interesa estar en él aunque deseo que los hombres me amen, me deseen, me protejan, me dominen (perdón), me hagan el amor...

Demasiado para mis sesenta y nueve años, pero estamos en la fantasía, y en ella puedo olvidarme y volver a mi juventud.

Pero acabo de contar una aventura que me ha sobrevenido de pronto; es una aventura mía, y no puedo pretender que lo que yo veo para mí sea lo que tiene que vivir todo el mundo.

¿Yo me sitúo en el sitio de las mujeres y mis aventuras las fantaseo con hombres? ¿Es que todas las mujeres fantasean con hombres?

¿Yo ansío un hombre que me proteja firmemente, y hasta me domine, mostrándome su poder y su seguridad? ¿Es que todas las personas, ni siquiera todas las mujeres necesitan a ese hombre?

¿Yo veo de manera profunda y natural un mundo dividido en dos, hombres y mujeres? ¿Es que todas las personas tienen que ver lo que estoy yo viendo?

¿Es posible que haya quien sepa cómo es, y que eso no se defina en términos de dos?

¿Es posible que haya quien desee a otra persona, sin definir a quien desea como uno en términos de dos?

¿Es posible que haya quien le cueste trabajo entenderse en los términos o femeninos o masculinos del lenguaje y no de su realidad?

¿O sienta su género como un fluido, libre de límites, que le permite avanzar por la vida como si fuera por un mar luminoso y variado?

¿Es posible que haya quien, en su niñez, no sabía muy seguro si era niño o niña, en qué lado de los dos estaba, y que además no le importase, o esperase cambiar cuando fuera mayor?

¿Es preciso que el Binario sea la única realidad, que nadie pueda estar fuera de él?

Binarismo no es saber que el Binario existe; es creer que sólo existe el Binario.

No-binarismo no tiene que ser, por tanto, negar que el Binario existe. Es afirmar que existen otras realidades.

Y quienes viven y existen fuera del Binario son muchos. Personas que siendo intersex quieren seguir siendo intersex, no meterse en ninguna de las dos hojas inmensas del Binario, y amar a quienes quieran, y que les amen quienes quieran.

Y personas transexuales, que con operación o sin ella quieren seguir estando en una identidad transexual, que cada cual puede definir a su manera, pero que se da sin definirse dentro del Binario

O personas ambiguas, que no quieren ser ni transexuales, pero que saben muy bien lo que son, cómo y por qué; los otros tendrán que preguntarles, pero ellas lo saben.

O personas asexuales que, por lo que sea, dicen algo así como que no quieren saber nada de esta historia tumultuosa, que están mejor fuera de ella.

Son muchas, inmensamente variadas, y tienen en común que, aunque cada una de ellas sea sólo una persona, aparentemente poca cosa, no quiere entrar en el majestuoso Binario.

Yo ahora sí; me he llevado la gran sorpresa de mi vida.

Ahora me entiendo mejor; y para demostrarme a mí misma que todo esto es real, me he vuelto a poner falda, cuando hace ya meses que usaba pantalones (de mujer), que me parecían más tranquilizadores, más discretos, más asexuales...

Y me he puesto una camisa que tengo, que me regaló mi hermana, que tiene unas rayitas doradas y me hace más estilizada...

Y he bajado a reunirme un momento con un amigo hetero que me dicho que hoy me ve mucho más femenina...

De broma añade: “Te voy a buscar un legionario que te ponga mirando para Cartagena”.

Y me ha recordado que hay una amiga suya que quier ir conmigo a que compremos ropa y por primera vez en diez años le he dicho que sí.

Un mundo coherente




Estoy dispuesta a conceder que es más importante pensar en el presente material que en una transcendencia de la que no sabemos nada; si al llegar, se abre un espacio indefinido, ya tendremos ocasión de conocer sus reglas.

Pero ante la derrota total de la materia por la muerte, es lógico que mos hagamos algunas reflexiones. Una de ellas, la extrañeza porque en un océano de inexistencia personal, ahora, en este momento, veo el mundo desde mí. Mi existencia como yo material es extraordinaria y sorprendente.

Otra reflexión es la evidencia de que junto a la materia, definida como realidad cambiante, existe algo que no cambia, como las relaciones lógicas que la estructuran, que por tanto puede ser no material. Entonces, la pregunta es: si hay algo no material, y por tanto no afectado por la muerte ¿seré yo no material?

La tercera es la sospecha de que el universo, como reloj de causas y efectos, no sigue una sola línea temporal de cambios, sino que parece obedecer a más de dos líneas, de manera que cada efecto corresponde al menos a dos series de causas simultáneas, de las que las de una son propias de los mecanismos del reloj, y las de otra parecen dar significado a esos mismos movimientos. Así se generan coincidencias, las sincronicidades signficativas de Jung, empíricamente observables.

La cuarta es la sed de unidad del alma humana, que traduce el ansia de coherencia de la realidad material que se observa, el esfuerzo continuo de hallar, tras el análisis de lo dado, síntesis o conclusiones.

Uniendo estas cuatro reflexiones, queda el postulado de un universo coherente en el que una consciencia inmaterial e inmutable contempla el objeto material y da un significado permanente a sus mutaciones.