El centro de mi transexualidad es el rechazo al genital que había en mi cuerpo, del que no puedo entender ni aceptar la desagradable fuerza que lo afectaba de raíz. No podía ser un medio para relacionarme con otra persona, porque falseaba mi manera de ser, a la que le era ajeno y extraño.
Tampoco lo entiendo en otras personas: es un órgano que, si no existiera, me haría más aceptable y comprensible la naturaleza, aunque puede ser que lo que no entiendo sea la sexualidad misma o división de las personas en sexos y preferiría que nos reprodujéramos asexuadamente, en un puro abrazo de amor, en el que la mezcla de todos los fluidos del cuerpo trajera la generación.
Estos sentimientos me parece que son originarios de mí, correlativos a los planteamientos de mi soledad infantil, que duró siete años, y anteriores a los contactos sociales llenos de conflictos sexuales y afectivos que empezaron entonces. Son sentimientos asexuales y la transexualidad es una interpretación adquirida y posterior.
Es verdad que sólo la posibilidad de un amor perfecto y de un deseo intenso me hace querer que los cuerpos se interpenetren y las personalidades se fundan mediante un puente de carne que supere el simple contacto superficial de la piel con la piel. Pero no estoy segura de desear que las personas que se fundan sean distintas, sexuadas.
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