lunes, agosto 20, 2007

Vacío e imágenes



Esta línea de pensamiento, la de que soy un varón ambiguo, me lleva al desastre psicológico.

Porque no impide que la disforia reaparezca una y otra vez. Me encontré, anoche, gritando en silencio:

"¿Qué soy? No quiero ser varón; no quiero ser mujer; (o no puedo ser varón; no puedo ser mujer)

"¿Qué soy entonces?"

Buscaba con angusta una definición y no la encontraba, porque ni siquiera la de varón ambiguo me dejaba en paz. Y ya no tengo tan fuerte la parte de instinto hetero que me hacía senir con placer mi fusión con una imagen de mujer.

El vacío aparecía ante mi mente al querer definir mi género. "Sólo soy una persona, un alma". Pero es triste, llegar a eso. No se puede amar el propio cuerpo, cuando lo ves tan desencarnado, ni pensar en que alguien pudiera amarlo.

Esta mañana, me desperté no menos angustiadamnte pensando en el vacío de la noche anterior. Pero hacis fresco, que me ayudó a pensar de otra manera.

Hay dos solas imágenes que me son gratas para asumirlas como mías.

Una es la que llamo de la solterona y que veo como una mujer alta, cincuentona o sesentona o lo que haga falta, el cabello canoso y con poco trabajo de peluquería, ropa práctica, algo descuidada, más bien sobria, que vive sola o casi sola en una casa entre limoneros y lleva en la mano una gran carpeta con acuarelas que pinta con gran dedicación. Es decir, prácticamente yo.

Entonces, el pensaminto de esta mañana fue: "Pues si me gusta ser como la solterona, seré como la solterona".

Ya me salvaba del vacío, ya podía definirme de alguna manera, realista.

Incluso puedo entender así mi parte bi, aquélla en que me interesan los hombres. Porque, con la idea de ser un varón ambiguo, me explicaba que me gustasen los muchachos ambiguos, como imagen de mí, por homoafectividad. Pero la verdad es que no me interesan sólo ellos. También me atraen los hombres muy fuertes, muy fuertes, temibles. El temor pone en mí un cosquilleo de entrega.

Y también los muy altos, los que son más altos que yo, aunque ya sea decir. He observado que se me debilitan las corvas ante ellos. Y eso no es una reacción masculina.

La otra imagen que me gusta para entenderme bajo sus trazos es la de aquella foto del muchacho que estaba sentado en un amplio sillón, bajo una casera lámpara de pantalla (todo eso es importante para mí), sonriente cn una sonrisa que expresaba cierta melancolía y cierta alegría, guapo, cara más bien cuadrada, suavemente angulosa, cabellos negros ´caídos sobre su frente, elegantemente vestido con traje, chaqueta y corbata. Lo que me fascinaba es que había sido educado como niña, por una cuestión de intersexualidad, hasta que a los dieciséis o dieciocho años sus genitales habían descendido espontáneamene.

Lo que me atrae de esa imagen sé que es la intersexualidad, la ambigüedad. Quizá pueda reconocerme más adelante en ella, aunque de momento, es suficiente imaginar el componente masculino de la ambigüedad, aunque haya también un componente femenino, para que la imagen me repela, para que resurja mi disforia, mi fobia a ser yo masculino.

¿Es más dinámica, de todos modos, esta imagen que la de apacible y querida solterona Sí. ¿Tiene más posibilidades de futuro y de entendiminto para mí que la de ella? También. Quizá me atreva a hacerla mía. ¿Pero cómo puedo evitar que lña disforia total, a dos bandas, me lleve de nuevo a la sensación de vacío que he sufrido esta noche? La única manera será quizás acentuarla conciencia de lo femenino que hay en la intersexualidad, más que la de lo masculino.

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