martes, octubre 17, 2006

Sentimientos de trans



Pongo una televisión local para buscar el tiempo y me encuentro con una mesa redonda sobre fútbol.

Están el presentador; un entrenador viejo, de mi edad, antiguo jugador; el delantero centro y capitán actual del Granada, que se llama Bordi; otro de los jugadores, otro delantero me parece y un jugador, ahora de baja por un golpe, que lleva una sudadera negra con capucha.

El Granada ha ganado y están contentos.

El presentador es muy guapo, moreno, un treintañero de facciones rectangulares y firmes, deportista él también, no hay duda, aunque periodista profesional, y ojos azules y claros que miran de abajo arriba, con nobleza.

Va a la moda con la barba un poco crecida, pero casi imperceptible. Seguro que sabe que es guapo, pero no parece tenérselo creído. Habla y actúa con toda naturalidad.

El capitán es argentino, y descubro enseguida su cadencia al hablar. No es guapo, es fuerte, con facciones algo rudas y el pelo largo, guedejas algo grasas y mazacotadas (pero se duchó por lo menos ayer, al terminar el partido), y su expresión es un poco triste y desencantada.

Me imagino, un jugador que viene a Europa, y que no consigue que lo contraten nada más que en el Linares y el Granada, ahora en Segunda B. Me figuro a sus hijos, preguntándole un día. “¿En dónde jugaste?”, y esperando un historial de Primera (a lo mejor llega, desde luego)

Pero Bordi es ahora el ídolo de la afición local. Le llaman “el Tanque”, y se ven unas imágenes en las que parece de verdad un tanque; es corpulento, alto y ancho de hombros, poco cuello, fuerte y entregado, siempre batallador, siempre acometedor en busca del balón.

“¡Bordi! ¡Bordi! ¡Bordi!”, cantan los aficionados. Tiene mujer y un hijo, me encanta haber acertado en mis figuraciones, son felices aquí y él está feliz de que lo sean. Parece un buen hombre y un buen padre de familia.

“Lalo”, el entrenador, el maestro, como le llama el presentador, es el único feo de la reunión. Tiene ojillos achinados, a lo Juanito Valderrama, y boca fina, parece un Buda de rostro alargado y amarillo, aunque lleva un jersey rojo doblado a la moderna sobre el hombro de la camisa a cuadros.

Sabe mucho de fútbol y analiza fríamente las jugadas, con naturalidad de experto. Es distante con los jugadores, acostumbrado a ser el jefe; y es malo con Bordi, a quien le recuerda los nombres de jugadores, hoy olvidados, que también fueron aclamados como él, con ritmo y cánticos. ¿O se lo dice porque es sabio, para que no se engría?

El otro jugador es tan guapo, que sus rasgos se mueven y sonríen con armonía y gracia nada más enfocarle la cámara. Es moreno, rasgos angulosos pero finos y centrados.

Tiene también mujer y dos hijos, creo, y me parece también un buen padre, luchando por sacar la familia adelante a la vez que disfruta haciendo lo que más le gusta, jugar al fútbol.

En las escenas en el campo, lo veo un poco destartalado, como si llevara una equipación una talla mayor sobre un esqueleto rectangular. Nada más empezar, marca, corre, da una voltereta a lo Hugo Sánchez, que fue el ídolo de su niñez, aunque la retrasa demasiado, y se va a la grada, donde lo abraza un muchachote, que lo levanta casi del suelo en el abrazo. “Mi hermano menor”, dice sonriente. “¿Menor?”, dicen todos.

El jugador ahora de baja tiene un perfil también anguloso, pero atractivo. Pelo moreno despeinado, nariz ganchuda, mejillas finas y una barba como de tres días, apretada, negra. La sudadera negra me recuerda a los estudiantes rockeros que he tenido, con sus chupas negras de cuero y sus clavos niquelados, y en que todos eran muy educados, sensibles y amables. Mientras pienso en esto, no me entero de lo que dice. Me gusta ver las áreas que la barba cubre en la garganta y compararlas con las de los otros contertulios, que son distintas.

Es que los tres jóvenes se dejan una barba rasposilla, que me encanta, como se lleva ya hace años para reafirmar el encanto masculino.

Estoy segura de que lo que más me gusta de estos hombres es su moral. Es que son sencillos, directos, naturales, familiares, luchadores con discreción, soñadores de la fama, cómo no, pero también realistas.

Es posible sentirse a gusto y seguro con ellos. Como buenos somatotónicos (deportistas), son claros y sin complicaciones. Encima son guapos, pero eso viene por añadidura, es una luz física que se añade a la invisible luz moral.

Comprendo que eso es lo que las mujeres buscan instintivamente en sus parejas, que sean buenos, un buen marido, un buen padre de sus hijos.

Es también lo que, con menos intensidad, pero con claridad, siento yo. Yo busco en el hombre al buen amigo, guapo, pero afectuoso, lo que me atrae sobre todo es que sea bueno, que me quiera y que yo le guste, también, sobre todo, por mi manera de ser.

Pero mis sentimientos se diferencian de los de una mujer en que me parece que no hay en ellos esa electricidad que pega los cuerpos y las almas y que hace pensar en él y no poder dejar de pensar en él.

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