viernes, agosto 25, 2006

Y cambios

Cuando era adolescente recuerdo haber visto una película de Esther Williams, que era aquella nadadora que hacía ballets acuáticos en el agua muy azul del technicolor de los cincuentas.

Me gustó y hasta hice un dibujo a lápiz, en la que se la ve con el turbante alto que se ponía y en bañador.

Es lo más sexual que recuerdo con una mujer en aquellos años.

No hay ningún recuerdo tierno ni emotivo en relación con alguna niña de mi edad; pero las mujeres en líneas generales me gustaban.

Los hombres, no. De manera de ser, me parecían desagradables e incomodantes. Físicamente, era como si las facciones de una mujer hubieran crecido y se hubieran deformado. Feos.

Fácilmente me sentía agredido con la sola presencia masculina. O en peligro.

Cuando entré por primera vez en un bar gay, el de la famosa organización COC de Amsterdam, tardé cinco minutos en salir, convencido de que aquél no era mi sitio.

Veintitantos años después, en 1991, contacté con COGAM de Madrid; les pedí un encuentro, diciéndoles que era transexual, pero que esperaba que me ayudasen a encontrar mi sitio.

Lo que resultó principalísimo fue diferenciarme de ellos, decir la palabra transexual, que significaba “no soy como vosotros”.

Desde aquel momento, pude verlos como con cierta distancia, protegida de mi temor de ser confundida con los hombres, identificado como un hombre como otro cualquiera.

Todo fue rapidísimo, inmediato: aquella misma tarde vi a los homosexuales, como no jactanciosos, no prepotentes, amab les, tiernos, cariñosos, acariciándose unos a otros los antebrazos en la conversación, despidiéndose con un ligero beso en la boca.

¡Los hombres pueden ser cariñosos! En aquel momento comprendí que, si hubiera conocido a uno así en la adolescencia, quizás hubiera sido homosexual y no transexual.

Me atraen los hombres homosexuales; cuando estoy con algunos, me apetece acariciar el vello de su antebrazo y me apetece también que me acaricie. No suele suceder, porque a ellos no los atraigo.

Pero a veces, algún beso cariñoso cae, y lo disfruto. No es nada sexual, aunque lo parezca, es afectivo, pero podría llegar a ser sexual.

De los hombres heterosexuales, sólo me interesan los que dan una imagen fiable, paternal: Gary Cooper, Sean Connery de viejo…

De las mujeres he perdido casi todo interés. Las veo como extrañas, en los dos sentidos de raras y ajenas. También me aburren.

No espero con ellas ninguna aventura emocionante, como soñaría compartirlas con un hombre, a condición de que fuera mi amigo, mi compañero, que me quisiera, y por eso me atraen las novelas de amor gay, y las leo a veces llorando. Me identifico mucho con los gays en su niñez y adolescencia, éramos a menudo muy parecidos.

A la vez pienso que debemos de ser distintos en algo.



3 comentarios:

Anónimo dijo...

Kim,

Yo creo que tu ves la cara amable de algunos gays, pero desconozco hasta donde los llegas a conocer realmente, cuando son ell@s mism@s y te demustran sin ningun reparo, y hasta con rabia que una persona transexual, no es lo mismo que ell@s.

Por eso somos diferentes a ell@s (y cuando digo ell@s me refiero a los gays y a las lesbianas)

Un beso

Kim Pérez dijo...

Yo puedo decir que los gays que he conocido de cerca han sido muy cariñosos conmigo; es de justicia y también de cariño decirlo; los quiero, cuando pienso en ellos y podría decir una lista muy larga con mucha emoción...

Puede ser que haya tenido una suerte muy especial, pero me gustan... quizás todo viene de que me gustan...

Otro beso,

Kim

Anónimo dijo...

Kim,

No estaba, generalizando...


Otro beso para ti también.