miércoles, agosto 16, 2006

Fisiología del trauma

He encontrado un esquema de Abram Maslow sobre las necesidades humanas, que permite comprobar la profundidad y la extensión de ese trauma que creo que hay en muchas de nosotras.

He visto que lo dibujó en forma de pirámide, en la que parece que las partes inferiores son en efecto las básicas o las más importantes.

Empieza por las necesidades biológicas, que está claro que se refieren a la de comer, a la de beber, al instinto sexual, a la necesidad de abrigarse…

Sigue por las de seguridad, que representan la necesidad de protección. Yo las pondría al mismo nivel que las anteriores. ¿Qué necesita un niño, aunque sea en la primera hora de su vida, protección o alimento?

Más adelante pone las de afecto y pertenencia. Hoy se conoce que un niño que no recibe suficiente afecto, puede crecer con graves taras afectivas. Incluso en los niños de incubadora, un estudio demuestra que crecen más deprisa cuando las cuidadoras los acarician.

La sensación de pertenencia es la de saber que “éstos son los míos”, que pertenezco a un grupo, que puedo estar a gusto y seguro entre ellos. Los animales la tienen; por tanto, debe ser muy primitiva y muy fuerte.

Después de lo uno y lo otro, viene la autoestima; si los demás me quieren, es que yo valgo; el sentimiento de los otros se vuelve sentimiento mío, me gusto porque les gusto.

Todo eso, junto, permite la autorrealización: yo, fuerte gracias a mi autoestima, puedo desplegar todas mis potencialidades, madurar, fructificar.

Pero Maslow añade otra necesidad: la de transcendencia.Cualquiera que comprenda que su vida es estrecha y el mundo penoso -¡anda que la vejez!- sentirá la necesidad de otra vida y otro mundo. Yo suelo ver la Transcendencia por medio de la Astronomía, de la Belleza, de la Valentía que supera el miedo a la muerte…

En este cuadro de las necesidades humanas, de todas las cuales estamos desde luego muy necesitados, ¿cómo interfieren los traumas específicos que frecuentemente sufrimos las transexuales, que suelen ser ataques contra nuestra dignidad por parte de los varones, desde llamarnos mariquitas cuando tenemos pocos años hasta algunas veces llegar a agredirnos a golpes o pedradas (a mí no me pasó esto segundo)?

No tiene que ver con el hambre o la sed, desde luego; pero sí es un ataque, aunque sea moral, contra nuestra seguridad. Desde entonces, puede ser que dejemos de sentirnos seguros y empecemos a sentirnos inseguros. Ahí empieza todo, en esa zona tan fundamental de nuestras necesidades.

En la inmediatamente superior, la de los afectos y la pertenencia, puede seguir dibujándose un hueco donde debería haber cosas buenas. Un niño necesita el apoyo y el afecto de los varones. Para nosotras, en esa edad tempranera, hay un vacío en ese lugar. Nuestro padre puede haber estado muy metido en sus cosas, ausente. Los otros niños pueden habernos mirado como enemigos.

¿Quién puede seguir sintiéndose perteneciente, en esas condiciones, al mundo de los varones, ni a ningún mundo, en general? “No tengo religión, ni patria, ni sexo”, me decía yo entonces.

Si falta aprecio por parte de personas tan fundamentales como el padre o los compañeros, ¿cómo va a apreciarse a sí misma la personilla que nota tantos desprecios? Autoestima, bajo cero.

Y si la persona ha tenido que andar por la vida dando bandazos, y agarrándose a la transexualidad como a un clavo ardiente, es posible que su realización tranquila, natural y plena, quede dificultada, como la mía, que he tenido que luchar contra los problemas de identidad desde los trece años.

El hueco producido por el trauma de género se vuelve inmenso, abarca casi toda la personalidad.

Menos mal que, justamente porque es tan doloroso, la necesidad de la transcendencia se sigue sintiendo quizá más fuerte que en otras vidas como un hambre y una sed de cubrir todo lo que nos falta
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