martes, agosto 15, 2006

Furia


Ha sido bueno poder hacer ese esquema estructural, porque mi entendimiento de la transexualidad había llegado a desestructurarse por completo, y me dejaba llevar del primer viento, unas veces hablando de disforia, otras de intersexualidad o de ambigüedad.

Ahora lo he vuelto a estructurar, y me alegra más que sea un esquema mío, más completo que el de Lin Fraser que primero me convenció, que divide la transexualidad por orientaciones (homosexual, heterosexual y asexual)

En esta estructura mía, al trazarla, yo me situé en el tercer apartado (predisposición más trauma)

Hoy, después de dedicar muchas horas a la biografía de mi padre que estoy escribiendo, siento de pronto una rabia que me mueve a parecerme a él, a aprender de él su coraje.

Me doy cuenta de que lo de verme predispuesto, tímido, delicado, sensitivo, es aceptarme pasiva e inertemente. Quedarme como soy. Ser lo que soy.

Pero sé que hay en mí una furia a flor de piel, un genio que tengo que esforzarme en contener y que sólo el miedo que ha sido mi segundo rasgo principal durante tantos años, me ha hecho disimular.

Pero no puedo negar su existencia, ni dejar de reconocer que, con ese genio, estoy muy lejos de ser incluible entre los tímidos, pasivos y grises hipoandrogénicos.

Probablemente, pertenezco al primer sector, el de los varones que han sufrido un trauma, pero conservan su masculinidad básica, aunque necesitada de una expresión travestida.

Y por eso quiero ser lo que puedo ser, no lo que soy sino lo que hay en mí pero puede ser más y más interesante.

La furia, la rabia, la ira, contenida, disimulada, pero la fuerza de mi ser, es lo único que me puede permitir estar entre los hombres donde los hombres me agobian. La afirmación de mí, por delante de ellos, indiferentemente a ellos, salvo cuando puedo llamar a alguno mi amigo y entonces me enternece.

Ahora estoy ya libre de la fascinación de la figura de la mujer. Ya no quiero ser mujer, ya no me interesa, ya me aburre. Ha sido precisa la castración para ello, o seguramente el vivir como mujer durante trece años para comprender que ya no las envidio, que son otro mundo.
En los últimos años, incluso he tenido que verme como intersexual o ambiguo para tener una identidad, puesto que no me motivaba ya la identidad de mujer. Estoy libre, por tanto, de uno de los sentimientos que más amarran a la transexualidad: la mezcla de deseo y de impulso de fusión con la mujer, las nupcias consigo mismo bajo su figura ansiada. Es cierto que tampoco soporto ser un hombre como otro cualquiera. Tengo que ser un hombre lleno de furia para soportarme a mí mismo.

La primera forma de mi furia es la falda, porque con ella sé que desafío a todo el mundo, desde hace diez años, llena de alegría y de seguridad, que juego con ella contra lo que no quiero como un torero con su capote.

Eso es lo que significa la imagen que quiero dar, en la que la masculinidad de base se complementa mediante un arreglo desconcertante.

Normalmente, uso ropa de guerrillera, muy adecuada a lo que quiero hacer y estoy haciendo ahora mismo, cuando escribo. No me pongo pantalones ni a tiros, porque sería rendirme.

¡Qué orgullo llevar la falda airosamente, retadoramente, expresar así mi dignidad humana frente a todo lo que ha pretendido herirla, ser todo el tiempo, frente a todos, frente a todo, travesti!

No hay comentarios: