viernes, agosto 04, 2006

La masculinidad



Lo masculino es más temible que amable, porque está fundado en un arma, una cuchilla que traspasa la carne ajena y que los demás pueden sentir como una amenaza permanente, aunque de momento esté dormida, pero que está ahí y puede activarse y volverse peligrosa en cualquier momento.

Ningún hombre ignora esta peligrosidad y a la mayoría le produce un placer callado saberse armados, amenazantes y temibles.

Por eso, los hombres no pueden ser simplemente amados, como se puede amar cualquier otra realidad bella y serena. No tienen esa clase de belleza. Cualquier hombre, aunque sea un muchacho, y más cuando es un muchacho, es sentido como sordamente rugiente por todos.

El amor entre hombres es hasta cierto punto un combate y la mutua admiración y el abrazo final de los combatientes. En él, las armas están en alto y chocan mutuamente y los combatientes sudan y jadean y es fácil pasar del intento de imponerse a puñaladas a las tablas agotadas y abrazadas, en las que la sensualidad se resuelve en besos sobre los cuerpos enteros, sudorosos.

Yo, la realidad interior que llamo yo, me he descubierto muchas veces aceptando con un orgullo latente ser más temido que querido.
Lo siento por mi emoción profunda ante la realidad que se expresa en los grises y esbeltos aviones de guerra, exactamente calculados para la velocidad y la agilidad y sobre todo para el desprecio de la muerte, sin el que ningún combatiente puede combatir.

También lo siento en mi admiración por los estilizados y fuertes navíos de combate, en cuyas formas se esconde parte de mi vida y que me atraen al extremo de que en la televisión cualquier película de submarinos goce para mí de prioridad absoluta, por los sentimientos y sueños que me despierta.

Y yo, sin embargo, he aceptado ser despojado de mi arma primera y natural, que mi cuerpo quede liso y desarmado y que pase de ser considerado tan temible como otro cualquiera a ser visto hasta con condescendencia.

Sé, por Lacan, que esto puede tener una lectura ambigua y sorprendente. Al querer que mi cuerpo se vuelva de líneas lisas y continuas, lo que he querido es no tener un arma, sino ser todo yo un arma, perfecta y aguda, la única capaz de responder con fuerza a todo el odio acumulado contra otros hombres. (Es que Lacan explica cómo la emasculación, paradójicamente, tiene el efecto de aproximar la forma ahora lisa y pura a la imagen de la pura masculinidad abstracta y más que de la masculinidad, a convertir la propia figura en representación de la potencia y de la afirmación de sí)

No puedo descartar la posibilidad de que mi mente no-consciente esté trabajando de esta manera. Incluso la falda o el nombre ambiguo que llevo con orgullo, serían como la bandera de combate que dice a todos: “No tengo espada, soy una espada”.

En este momento, mientras escribo estas hojas, me siento de hecho en esa esgrima, ese desafío, ese combate. También así se explica mi desdén hacia los ignorantes que ocasionalmente se burlan de mí en la calle. Sin palabras, con mi serenidad les digo: “¡Si supierais que soy mucho más valiente que vosotros por el solo hecho de salir así vestida, desafiante, a la calle, y por el solo hecho de haber puesto la cuchilla sobre mi cuerpo, lo que a vosotros os espantaría y os haría huir, para convertirme yo misma en cuchilla!”

Todo esto está en mí, todo es parte de mí, profundamente arraigado en mi historia y mis instintos. No puedo renunciar a ello sin sentir que me arrancaría una parte fundacional de mi ser, la que tiene que ver con mi amor a mi padre.

Pero también es verdad que, en un plano más profundo todavía, yo también odio esa temerosidad, los fluidos de semen y testosterona que manchan los entonces ya tristes estandartes.

En este plano estoy una mañana clara y fresca, en la que veo el jardín que amo desde la altura de las copas de sus árboles a la vez que me serena el cielo azul y alegre extendido sobre ellos entre nubecillas blancas.

En esta imagen antiguamente fijada en mi consciencia está la alegría de mi vida, la serenidad y la delicadeza.

Aquí está la gracia y la elegancia, mi sentimiento de la poesía y de la pintura, la música que se dice y los trazos que lo representan, lo que trae las lágrimas a mis ojos y mi garganta.

Ni siquiera pasa la idea de lo temible por mi cabeza cuando pienso en esta realidad, que eternamente se afirma por la belleza. En nombre de la belleza he querido que nadie me tema, he ansiado despojarme del arma que había en mi cuerpo y vivir sólo en la belleza, la sed más verdadera de mi ser, la multiplicidad que día a día se me ofrece en formas deslumbrantes, la ternura y la emoción, la luz que me arrastra desde siempre y en la que me reconozco, yo, yo como soy y estoy hecho, yo como quiero ser, yo misma.


No hay comentarios: