jueves, noviembre 09, 2006

Una raíz y dos retoños



Todo es muy simple: yo no tuve afecto por mis compañeros y por tanto, quedó en mi afectividad un hueco, el del aprecio de lo masculino.

Ese hueco necesitó ser colmado con la superposición sobre mi figura de una figura femenina; vista desde fuera y no desde dentro, pero consoladora; por eso es tan importante para mí la función de espejo, en el que esa figura se crea; y así se formó mi transexualidad.

¿Puede ser que esa figura de mujer llegue tan a fondo que requiera la cirugía genital?

No. Sé que mi rechazo de la genitalidad masculina viene del rechazo general de la masculinidad y de no querer verme en esa categoría. Es la consecuencia radical del rechazo de los hombres hacia mí y del consiguiente rechazo por los hombres por mí. Así fue: No me quieren; no los quiero; no quiero ser como ellos.

Entonces ésta es la raíz común: el rechazo de la genitalidad y el deseo de fusión con la mujer son dos retoños independientes que nacen de ella. Aun si ya apenas quiero identificarme con la mujer, subsiste el rechazo de la genitalidad masculina y ahí está mi transexualidad.

También se puede profundizar literalmente este esquema. Si se considera que la raíz más honda es la hipoandrogenia, que atenúa las pulsiones masculinas (pero esto no es todavía transexualidad, puesto que existen muchos varones hipoandrogénicos que son homo o heterosexuales), esta raíz de la raíz puede provocar conflictos de adaptación mutua con otros varones, que lleguen a traumatizar radicalmente (la palabra es exacta) la afectividad de la persona (y entonces sí se produce la reacción transexualizadora), de la que hay dos retoños, con diferente fuerza en cada persona, por un lado el rechazo de la genitalidad (seguido, lacanianamente, por una transferencia del símbolo del poder de los genitales a la figura del cuerpo entero, erguido y altivo), y por otro a la superposición de la figura de la mujer sobre la propia.

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