lunes, noviembre 06, 2006

La Hermana Mariana dice:




El deseo de sumisión del que habla Marbella prueba que la sexualidad es en la profundidad del instinto un juego de poder, entre dos polos, pero no entre un uno y un cero, entre el poder y el no-poder, sino entre dos poderes distintos, como un anticiclón y un ciclón (o borrasca)

En los anticiclones, un aire pesado, transparente y frío, desciende girando en el sentido de las agujas del reloj (en el Hemisferio Norte, en el Sur es al revés) y al llegar a la superficie de la Tierra se calienta, se extiende y va a alimentar los ciclones, que son inmensos torbellinos, rápidos o lentos, de aire caliente y ligero, que ascienden en sentido contrario a las agujas del reloj (o en su sentido, en el Sur), y según lo hacen, se enfrían, se condensan, forman nubes y lluvias, y en la altura de la atmósfera se difunden de nuevo y, ya frío el aire, vuelve a formar anticiclones transparentes que giran y se precipian hasta llegar a la tierra de nuevo…

O sea, que el aire pasa continuamente de los anticiclones, girando y bajando, a los ciclones, girando y subiendo, y esto se parece a la vida y al deseo que pasa continuamente del hombre a la mujer y de la mujer al hombre (o de una persona, hombre o mujer, con fuerza anticlónica a otra persona, hombre o mujer, con fuerza ciclónica)

Entonces, el deseo de sumisión de Marbella es un ciclón, un torbellino femenino, que atrae el aire duro y frío de los hombres, entre lluvias y turbulencias, para elevarlo y retroalimentar su fuerza.

Pienso que este deseo de sumisión habla definidamente de la feminidad profunda de Marbella, que debe ser la primigenia, la común a todos los embriones XX y XY antes de que el chorro de andrógenos los diferencie.

Como Marbella tiene pulsiones masculinas, pero muy poco definidas, hay que deducir que la impregnación prenatal de su cerebro por los andrógenos fue escasa e incompleta, lo que hace que subsista en ella lo fundamental de la feminidad primordial.

Pero por otra parte, Marbella no hace mucho caso en la práctica a ese deseo de sumisión, que sólo aparece fugazmente, aunque muy eléctricamente, en su mente, desde luego, porque de hecho me ha dicho que no podría vivir sometida a ningún hombre. Dice que eso le provocaría entrar en uno de sus infiernos más íntimos y horribles, la claustrofobia, que le obligaría a forcejear hasta recuperar la libertad, el aire libre.

No sé si esto se debe a la parte masculina que también hay en ella o a alguna experiencia de apresamiento agobiante, como la que pudo pasar en el trauma de su propio parto, que fue lento y difícil.

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