sábado, septiembre 16, 2006

Excitación

Llegó la pubertad, una eternidad de tres o cuatro años después, de una manera fea. La voy a contar.

Me caí de la bicicleta y estuve a punto de despeñarme por un puentecillo de la carretera. Del susto, me salió una erupción que hizo que aquel órgano se pusiera como un cactus y empezara a picarme de tal manera que acabó por salir lo que creí pus podrido.

Por entonces, estaba ya tan inadaptado, que empecé a pensar otra vez en cambiar de sexo y en mirarme en el espejo y en vestirme. Pero, para mi disgusto, con aquello llegó la excitación, que me molestaba porque rompía la figura que quería poner sobre la mía, una imagen apacible y suave, limpia y educada.

La excitación era como si mi cuerpo fuera por un lado y mi mente por otro. Me di cuenta entonces de que era como si mi deseo saliera de mí para volver a mí, como si hiciera un matrimonio conmigo mismo.

Auto-gine-filia es la palabra; amar a la mujer en sí mismo. Pero en lo que se equivoca Blanchard es en que no se trata de buscar el placer (la prueba es que por lo menos en mi caso, yo no lo buscaba, lo rechazaba), sino que hay profundas cuestiones de identidad, de afectos, de autoaceptación debajo, de sufrimiento, de inadaptación, de buscar una mejor adaptación.

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