sábado, septiembre 09, 2006

El torbellino de la identidad

Había pensado que la identidad era sólo un concepto, una idea de sí mismo, que por tanto podía ser aprendida y también falsa, porque puede haber ideas falsas. Ahora pienso que la identidad es un entendimiento, que no se forma por aprendizaje desde fuera, sino por una lenta emanación de la experiencia interior, que te va diciendo “aquí me pongo” o “con éstos voy”.

Mi identidad estaba formada con cinco años, cuando me puse a comparar los tebeos que yo leía, los del “Guerrero del Antifaz”, de aventuras, que medio me interesaban, con los que se suponía que debían gustarle a mi hermana, más pequeños de formato, románticos, llenos de largas cabelleras con rizos y de grandes flores y comprendí que no sólo no me interesaban, sino que me resultaban extraños y aburridísimos. Tampoco a mi hermana le interesaban gran cosa, desde luego.

En la playa, descubrí la fascinación por la audacia y la libertad de los barcos, los que se veían pequeñísimos en el horizonte, y que podían ir de cualquier punta del mundo a cualquier otra punta. Y también allí, el interés que no puedo definir por una casita para los niños, pero a su escala, con cuartitos de su tamaño, y ventanas y escaleras, y un segundo piso al que era posible asomarse y una torrecilla. Estaba en el gran jardín de una casa que se llamaba La Najarra, y me abría posibilidades de dominio, y de expresión, y de paredes blancas, no sé. Un cobijo, yo detrás de una ventana…

Pero inmóvil, y por eso mucho menos interesante que un barco, que también ofrecía un camarote, y ojos de buey, en movimiento. La movilidad sé que es una experiencia masculina y por eso a los varones les interesan tanto los vehículos de todas las clases imaginables.

Pero había un ámbito en que lo masculino no aparecía en mí: no recuerdo interés por ninguna niña. Punto. Puedo exceptuar un poco a Isolde, porque era hija de alemanes, rubiecilla, alta como yo y tímida. En estos dos puntos se establecía una vaga afinidad.

Pero sobre todo, era incapaz del impulso básico masculino, correr detrás de las niñas, alegremente, como un cazador. ¿Decirle yo algo a una niña, luchar disfrutando contra su desdén? Inimaginable.

Conforme fui creciendo, esta manera de ser se reafirmó y no sólo no hubo muchachillas que me fascinaran más de un minuto y a las que no les sacara enseguida los defectos, sino que nunca me imaginaba la sexualidad con ellas, en todo caso la compañía y, más profundamente, imaginar en mí esa sexualidad me avergonzaba y me repelía. Por eso he podido renunciar a ella despreocupadamente.

Tampoco es que me interesaran por otra parte los chicos. La mayor parte de ellos me molestaban y me intimidaban. Sobre todo, me parecían extraños y desagradables, por ser hostiles y ásperos.

Por eso, creo que las únicas personas que me interesaban algo, sin que su sexo tuviera mucha importancia, eran las pocas que sentía afines a mí, por su timidez y su delicadeza, como Isolde, de quien ya he hablado, o uno de los dos mellizos rubios de la playa, de mi edad. El mayor era masculino e insolente, y sonreía con jactancia, pero el menor era huidizo y sensitivo. No llegamos a ser amigos, pero me hubiera gustado mucho, porque era como yo.

A nadie más recuerdo así. Todos los otros presentaban esa masculinidad tensa, que formaba una barrera entre ellos y yo. Todo esto lo entiendo con claridad ahora. Entonces, simplemente lo sentía, desordenadamente.

Quizás, lo pienso ahora, en el colegio tuve dos compañeros que eran francamente guapos y atractivos, Gámez y Martín García, dotados de esa belleza angulosa, fresca y sana, tan perfectamente masculina. Pero estaban muy lejos de mí y no dejaron huella en mi vida.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

He leido el escrito "Hormonación" entonces, por lo que dices, cuando tomas hormonas parece que pierdes la líbido y el deseo digamos que carnal...por lo que deduzco que las personas operadas de reasignación de genitales pasan el resto de sus vidas sin tener un deseo carnal de relaciones en el sentido de carecer de líbido. ¿es así?

Kim Pérez dijo...

Me parece que en las personas los estímulos sexuales se mezclan de tal forma con los afectivos (deseos, necesidades sentimentales, cariño, caricias que siguen valorándose muchísimo), que en la práctica hay quienes llevan una vida sexual muy intensa y frecuente, basada más que en las reacciones físicas (libido), en la impulsividad afectiva.

Kim