Nací en ella y todavía existe, aunque profundamente en peligro. Estaba fundada en reglas muy sencillas y rectas. Los hombres eran nobles y considerados. Mi abuela (materna) decía que mi padre era un caballero. Contratar con un apretón de manos era más seguro que una firma. Las mujeres eran maternales y dirigían el día a día de la familia. Los recuerdos de la vida de los niños eran a menudo tan puros y felices que cuando se vienen a la cabeza hacen llorar.
Estaba fundada en una educación transparente y homogénea, la católica, que enseñaba a actuar moralmente bajo la mirada de Dios, que todo lo ve, y a esperar otra vida mejor después de las miserias de ésta.
La mayor parte de las personas se situaban cómodamente en aquel sistema y vivían en paz y honradamente.
Pero aquella manera de vida tan equilibrada tenía un solo defecto muy grave: era muy cerrada, como temerosa de que cualquier movimiento la desequilibrase.
Los sexualmente distintos no teníamos por delante nada más que el silencio total. No había ningún sitio para nosotros.
Pero tampoco había ningún sitio para nadie que quisiera pensar por su cuenta y que se hiciera sus propias preguntas. Luego, unos y otros, a menudo los unos siendo los mismos que los otros, nos hemos visto arrojados de nuestra patria natal, aunque la amáramos.
Y amándola mucho, y desde fuera, nos tenemos que preguntar: ¿No podría la España hidalga ser más abierta? ¿Y no podría la España abierta ser más hidalga?
1 comentario:
La vida es profundamente incierta. Un marco de referencia claro te da un lugar en el mundo. Pero siempre hay gente a la que sólo le queda vivir en los márgenes de ese marco.Siempre a punto de caer, tambaleándose hasta construir, o encontrar, su lugar en el mundo
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