O más exactamente, al volver sobre esta cuestión del pensamiento científico y el religioso, no quisiera que se me olvidara la experiencia de aquel adolescente que fui yo y sobre el que cayó una losa claustrofóbica que no podía siquiera ver pero que le ahogaba. ¡Una pesadilla que duró decenios, la más agobiante experiencia de su existencia!
En la turbulencia de las sensaciones y sentimientos de la pubertad, descubrió que no podía hablar con nadie que se los aclarase o que no le echase la culpa por principio. No podia hablar de ellos, tenía que callar y resolver aquella terrible confusión a solas, y aquello duró decenios.
Aquella cultura estaba fundada en el axioma de que la verdad se impone, no se discute. Por eso no encontraba a nadie que quisiera sencillamente hablar con naturalidad de aquellos deseos de cambio de sexo que estaban apareciendo en su corazón, de manera que pudiera empezar a entenderse.
Por eso, si yo hubiera tenido un hijo, no querría olvidar mi propia experiencia tan dolorosa, y empezaría por enseñarle que la verdad se encuentra más fácilmente cuando se discute, ya que era la verdad sobre mí lo que tuve que buscar con ansia sin que nadie me ayudara.
Por eso veo a Hesíodo como un aliviador maestro de la verdad religiosa, al que no quiero renunciar. Cuenta, en su "Teogonía", el "Origen de los Dioses", que vivía de niño junto al monte en que vivían las Musas, según la opinión común, y al que tenía que subir todos los días, porque era pastor, para guardar su ganado.
Tenía la esperanza de verlas, dada esa circunstancia única, pero nunca las vio.
Entonces, al escribir su libro, se inventa que se le aparecieron, y que se burlaron amablemente de él, diciéndole se supone que con voces cantarinas:
"¡Nosotras sabemos decir mentiras que parecen verdades y verdades que parecen mentiras!"
Y ésa es la actitud que hay que tener ante cualquier afirmación de lo sobrenatural. ¡Ojalá hubiese tenido yo, con catorce años, alquien que me hubiera hablado, no ya de transexualidad, sino de Hesíodo! ¡Que me hubiera enseñado que mi sentido religioso, mi deseo del Infinito, mi añoranza de la Pureza, mi muchísimo respeto, mi confianza, mi admiración (no mi adoración) a Jesús Nazareno tendrían que pasar, no por la libre discusión placentera y reveladora, sino por su imposición, hasta el punto de hacerme creer que eran una losa inmensa en la que no había sitio para mis sentimientos!
No he tenido hijos, pero he podido hablarles año tras año de Hesíodo a los adolescentes que he tenido como alumnos de Filosofía.
Ojalá ya fuera frecuente (todavía no lo es) encontrar a muchas personas que unan las intuiciones religiosas a fondo con una reflexión crítica incesante!
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