(Debo a ni amiga la Dra. Amalia Jiménez, de Granada, la incitación a leer sobre la biología de la diferenciación sexual, y a un texto muy claro del Dr. Rafael Rico García-Rojas, de la Universidad de México, algunas de las nociones que me han valido para fundamentar esta entrada)
La diferenciación sexual entre lo masculino y lo femenino sucede a partir de un embrión aparentemente indiferenciado, dotado al mismo tiempo de estructuras de Muller y estructuras de Wolff, que en el futuro serán propias de mujeres y varones respectivamente.
Sin embargo, el embrión está diferenciado en un nivel más profundo por los grupos de cromosomas XX, XY y otros más, y sobre todo, por una realidad binaria, la presencia o ausencia del gen SRY en la mayoría de los cromosomas Y, mas no en todos.
Cuando existe el gen SRY, a partir de la octava semana de la gestación, se sintetiza testosterona embrionaria y luego dihidrotestosterona que masculinizan al feto.
Si no existe ese gen SRY ni por tanto testosterona, el embrión se feminiza.
Quiero llamar la atención sobre el hecho de que esta formación de testosterona y dihidrotesterona es un flujo y, como tal, sujeto a un más o menos, y por tanto a una mayor o menor masculinización del feto, que origina una mayor o menor diferenciación, que en los grados menores, y también de forma graduada, puede llamarse intersexualidad.
Éste es el espacio en el que se crea un conjunto difuso de sexo, caracterizado por un más o menos. Mientras que la presencia o ausencia del gen SRY es binaria (sí o no), la diferenciación es no-binaria (más o menos)
Al considerarse la socialización ulterior y la conducta de los seres que somos, más o menos diferenciados, encontramos dos planos, que son la sexualidad, o conducta directamente asociada al sexo, y el género, o conducta culturalmente asociada al sexo, que pueden estar también más o menos diferenciados.
Seguimos por tanto en el ámbito del más o menos y por tanto de los conjuntos difusos o del no-binarismo de sexo-sexualidad-género.
Es verdad que, en esta conducta o actuación de las potencialidades sexuadas, volvemos a encontrar una realidad binaria al considerar la fertilidad. La mayoría de los seres sexuados son fértiles, pero hay una minoría de infértiles.
Se trata de nuevo de un “sí o no”, un binario. Pero la fertilidad no es un atributo necesario de todos los individuos de una especie –considérese el caso extremo de las abejas, una sola hembra fértil en cada comunidad acompañada por una gran mayoría de hembras infértiles y algunos machos fértiles. Por tanto, de los individuos infértiles pueden esperarse contribuciones a la especie distintas de las de su reproducción individual.
Las personas transexuales somos potencialmente fértiles y muchas procrean hijos, aunque parece ser que la transexualidad procede de una intersexualidad cerebral que no se manifiesta directamente en los genitales.
En algunos casos, se observa una tendencia a la incompatibilidad emocional entre cerebro y genitales; en otros, la intersexualidad cerebral tiene efectos en la identidad, la sexualidad o la conducta de género, sin afectar a los genitales. En todos ellos, se registra un “más o menos”, un conjunto difuso de la transexualidad que deja margen para la adaptación, para la transacción e incluso para la procreación.
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