lunes, septiembre 13, 2010

Sexuación



Por Kim Pérez


Publicado en CarlaAntonelli.com el 16 de agosto de 2010


Este estudio de la sexuación humana es biologicista. Es verdad que existen otras dimensiones de la misma que son sociologistas o culturalistas o psicologistas, pero hay un orden en todo ello en que lo primero es la biología y los segundo lo social o cultural o mental, esto ya no sé decir en qué orden. Por encima de lo que querríamos que fuera, pero no es, la biología es bioquímica y la química ya sabemos el poder que tiene sobre nuestra vida: una simple pastilla nos mata o nos revive, nos hace delirar o nos estabiliza.

Los humanos, como lo mamíferos, empezamos nuestra existencia manifestando una anatomía muy uniforme, en la que aparecen estructuras comunes a todos como un órgano clitorideo y unas glándulas mamarias, sólo diferenciada por la existencia de grupos cromosómicos XX, XY u otros.

La presencia de uno o varios cromosomas Y determina un flujo de andrógenos que masculiniza al ser en formación, desarrollando el órgano clitorideo hasta convertirlo en pene, dejando las glándulas mamarias en su estado germinal y configurando el cerebro de una manera diferenciada que generará una conducta y una sexualidad igualmente diferenciadas..

Este flujo no tiene valores exactamente prefijados, sino que tiende a unos valores medios que pueden ser individualmente menores o mayores, hecho que puede ser denominado hipo- o hiperandrogenia XY.

También las personas XX experimentan flujos de andrógenos, procedentes de las cápsulas suprarrenales que, en una escala distinta a la de las personas XY, pueden ser también menores o mayores, en una hipo- o hiperandrogenia XX que, en sus valores más altos, puede alcanzar los niveles bajos de las personas XY.

Por tanto, los resultados del flujo de andrógenos en la gestación generan lo que en términos matemáticos se llama un conjunto difuso caracterizado porque sus elementos (cada uno de nosotros) se identifican por un “más o menos” de la propiedad que lo forma (en este caso, la androgenización) y no como un “sí o no”, con el que se forman otros conjuntos que son cerrados, no difusos.

No es el único conjunto difuso en que nos agrupamos los seres humanos; otro puede ser el de la estatura; o el de la fuerza física; o el de la inteligencia; o el de la belleza; o el de la generosidad; todos ellos caracterizados por ese “más o menos” de lo difuso, que estadísticamente da lugar a medias, medianas y modas. Precisaré también que “más o menos” no es “mejor o peor”, sino más o menos de una cualidad determinada, que puede ser “menos o más” de otra.

El conjunto difuso de la androgenización genera dos modas que son las personas con niveles más bajos y las personas con niveles más altos en andrógenos, llamadas en el lenguaje común “mujeres” y “varones”, que pueden interactuar en la reproducción sexuada.

¿Hay por tanto mujeres y hombres? Es evidente. ¿Puede haber mujeres y hombres que lo seamos desde dentro, independientemente de nuestra apariencia? Sabemos que sí. ¿Puede haber personas que no se identifiquen ni con los hombres ni con las mujeres? También, porque estas mismas personas lo dicen y sabrán por qué. Voy a explicar todo esto.

Recuérdese que, dentro de la gama de valores numéricos que constituye ese binario, existen en los dos casos hipo- e hiperandrogenias relativas, de modo que mujeres y varones no tienen valores de andrógenos homogéneos, sino caracterizados por el “más o menos” difuso.

Como la androgenización actúa sobre la configuración del órgano clitorideo, la distinción de las gónadas, el desarrollo de las mamas y la forma del cerebro, las diferencias del flujo de andrógenos pueden generar distintos grados de diferenciación sexual, todo ellos derivados del “más o menos” androgénico.

Todos corresponden por tanto a una intersexualidad difusa, un “más o menos” que los separa del binario mayoritario y también difuso. Esta intersexualidad puede manifestarse en particular en la intersexualidad fenotípica o perceptible a simple vista (a la que hasta ahora se ha reservado este nombre) y en otras que requieren estudios anatómicos más profundos. Muchas veces la intersexualidad se puede definir como desarrollos segmentados de ciertos órganos, masculinizados unos y no masculinizados otros.

Esta diferenciación sectorial puede darse también en el cerebro, cuya masculinización o no masculinización puede ser independiente de la del resto del cuerpo, puesto que ésta sobreviene en un flujo que tiene lugar hacia la cuarta semana de vida, mientras que la del cerebro se produce mediante un flujo especial hacia la octava, flujos que se dan todos dentro del más o menos de lo difuso.

La no-masculinización o la masculinización del cerebro, o sus rasgos intermedios, tienen máxima importancia puesto que de ella depende el concepto de nosotros mismos o identidad y nuestra conducta sexuada, muy en particular la sexualidad o conducta relacionada con la unión sexual misma.

Puede verse que las transexualidades, en sus distintas manifestaciones (transgenitalidad, transgenericidad, transvestismo) son hechos de identidad o autoentendimiento derivados de una diferenciación sectorial del cerebro, lo mismo que algunas homosexualidades, la feminizante XY o la masculinizante XX.

La importancia de los hechos sexuados cerebrales es que son los más específicamente humanos puesto que constituyen nuestra consciencia. Lo mismo que yo me veo existir como persona pero no tengo consciencia directa del funcionamiento de mis órganos por separado, se puede decir que tengo una consciencia de mi sexo cerebral diferenciada y más fuerte, intensa e íntima que la del funcionamiento de los órganos genitales, que pueden llegar a ser entendidos como ajenos. Así puedo decir legítimamente que soy mujer o soy hombre o soy ambiguo independientemente de lo que el resto –pero sólo el resto- de mi cuerpo afirme.

Lo mismo que no se puede apreciar que sea “malo o bueno” ser hombre o mujer, tampoco estas diferencias son “sanas o enfermas”, en cuanto que la persona que las experimenta puede vivir establemente e incluso reproducirse.

Se puede observar que las diferencias de “más o menos” en la sexuación corresponden todas a la variabilidad natural, presente incluso dentro del binario mayoritario, y que puede extenderse hasta fuera del binario. Muchas veces, se puede observar que estas diferencias son claramente útiles para la especie: mientras que la hiperandrogenia XY es útil a efectos de defensa física –agresividad, fortaleza-, los valores intermedios o la hipoandrogenia XY son más útiles para el desarrollo de la abstracción. Mientras la hipoandrogenia XX favorece el cuidado de los niños –maternalidad-, la hiperandrogenia XX desarrolla también la asertividad y la abstracción.

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