lunes, septiembre 13, 2010

Llamémoslo "Experiencia de la Vida Real"


Por Kim Pérez


Publicado en CarlaAntonelli.com el 23 de agosto de 2010




Pasar a la vida social como mujer es lo más difícil para una mujer transexual. Mucho más difícil que la cirugía.

Por eso, la “experiencia de la vida real” o EVR, como se la llama en las Unidades de “Trastornos” de Identidad de Género es la más difícil de las pruebas que hay que pasar, no la más sencilla, no la más elemental.

La más difícil. Mucho más que la cirugía, porque ésta al fin y al cabo es en la práctica un trámite privado que transcurre entre la usuaria (voy a hablar de las trans) y un reducido equipo, especializado y familiarizado con la cuestión, que te va a cuidar y ayudar.

La experiencia de la vida real es el gran salto social.

El salto desde un trampolín a la piscina, confiando en que tenga agua. Pasar de ser considerada como un varón, por todos, a esperar que te consideren mujer, y que te consideren todos.

No se puede minimizar la dificultad de ese tránsito. Hace falta ser trans y haberlo pasado para saberlo. Señores y señoras psicólogos de las U “T” IG, ustedes no pueden saberlo, sólo por no ser trans, por no haberlo pasado personalmente.

Los psicólogos no pueden ser jueces de los angustiosos esfuerzos de las trans para darlo, sin haber salido a la calle con nosotras, ni decidir que es una prueba “sine que non” para seguir adelante.

Mucho menos para obligar a que se dé al principio de todo, cuando muchas veces debería ser al final, cuando puede ser que la mujer trans no se haya depilado la cara, ni haya eliminado hábitos de gestos o modales masculinos, de cuando el objetivo era el contrario, que no se me note lo que soy.

Muchas personas trans somos tímidas, y tenemos que seguir un lento proceso interior de representación mental de lo que vamos a hacer, prepararnos, decidirnos, arrojarnos a la piscina, a la una, a las dos, a las dos y media, a las tres menos cuarto...

Y además vivimos en una época en la que existe la ropa unisex!

Muchas mujeres biológicas visten indistinguiblemente de los varones, pantalones, jerseys, camisetas, pelo rapado... ¿Por qué nosotras deberíamos vestir como las mujeres más conservadoras?

Los psicólogos han estudiado Psicología, pero no asesoramiento de imagen. No están capacitados -¿lo está alguien?; pero desde luego, ellos no- para dictaminar sobre la estética del vestido; no pueden condicionar nuestra vida, tomar sus decisiones pretendidamente soberanas sobre nuestra vida, sobre la base de que a ellos les parezca suficientemente femenino o no nuestro estilo.

Una amiga había elegido, y le va muy bien, el estilo “pin up”, provocativo, seductor. Coletas casi de niña, labios muy pintados, pantaloncitos cortos que dejan ver sus espléndidos muslos...

Pues bien, el estilo paternalista inducido por los actuales protocolos llevó a una médica de una U “T” IG a permitirse regañarle sobre su forma de vestir.

¿Con qué paciente haría otro tanto?

Pero mi amiga, rápida de lengua, le respondió lo de “creía que usted era una médica, no una asesora de imagen”.

Lo que podría tener gracia, si nuestro destino en algo tan fundamental no estuviera comprometido por esas extralimitaciones profesionales.

Hay unas trans que tienen la inmensa suerte de parecer lo que son. Una amiguilla mía, muy joven, es modelo de pasarela y desfila, guapísima, entre una fila de chicas guapísimas, literalmente igual que ellas; el mismo tipo de cara, de maquillaje, de silueta, de manera de andar, de estatura...

Las demás tenemos que arreglarnos como podemos y darnos por contentas si, a veces, medio pasamos.

A mí, a veces, algunas personas (una gitana en la Alhambra, vendiendo romero, una chica en el Corte Inglés) se me han dirigido como si fuera una guiri, por lo grandota (1’87, talla de baloncestista femenina)

Eso son mis trofeos, mis memorias de guerra. La voz suele terminar de fastidiarlo. Pero en fin, estoy acostumbrada.

¿Puede ser lo primero, requisito ineludible, dar el salto social?

¿Puede medirse lo que significa arriesgar la subsistencia de la propia familia?

¿O la del puesto de trabajo?

¿Se puede minimizar todo eso, con un pretexto como “quien algo quiere, algo le cuesta”, pero condicionando el llamado “diagnóstico” a que se sigan las instrucciones del psicólogo?

¿O ignorar que, “hecha la ley, hecha la trampa”, y que la propia usuaria trans, desesperada, puede vestirse convencionalmente de mujer para ir a la U “T” IG, incluso en casa de una amiga, y desvestirse en cuanto termina la sesión?

¡A dónde conduce un indebido autoritarismo psicológico, los protocolos en régimen de autorización actualmente vigentes!

¿Se puede forzar a una persona a que, sin que ella misma estudie “su” terreno y tome “sus” decisiones, se arriesgue, por no haber podido practicar suficientemente con su imagen, a pasar de ser una persona respetable a ser un pimpampúm de risas y comentarios por llevar una ropa inadecuada?

Yo siempre acabo hablando de mí, pero es que tuve a mi manera mi propia experiencia de la vida real; tuve que estudiar por mí misma, literalmente, hasta donde podía llegar y hasta dónde no. Y pasé una época de pimpampúm. Me asombro, y no me río, porque me duele, al ver algunas fotos.

Tenía que salvar mi trabajo como profesora cincuentona, el respeto de mis alumnos.

Estuve durante quizá un año vistiendo de chándal, lo más unisex que se me ocurrió, completándolo con algo de maquillaje, un collarito, alguna cosilla. Creyendo que iba bien: no iba bien.

Pregunto: ¿Habría eso sido considerado suficiente por una U “T” IG, seis años antes de que, por mi acción, se fundara la primera U “T” IG?

Por mi estatura, por mi voz, me parecía imposible dar un paso más. ¡Me costaba un mundo! Sufría comentarios de la gente a mi paso, en voz alta, unos con burla, otros con compasión.

¡Aguantaba sólo por el ansia de cambiar! Pero pude, poco a poco, muy poco a poco, encontrar un estilo discreto, el mío, que me iba bien y ante el que la gente parecía no reaccionar.

Era y es muy sutil; colores; líneas; estilos; todo experimentado muy poco a poco, mirando a quienes me miraban, ideando, cambiando. Un auténtico estilismo, muy femenino por cierto, muy paciente.

Fue un año después de haberme operado cuando me decidí a usar falda, en octubre de 1996, al volver a clase.

¿Podría eso sustituirse por un "ya", "a la orden" del psicólogo, lanzarse al agua de golpe, porque es la condición para seguir, para complacer sus requerimientos personales, sus gustos estéticos, y arriesgando incluso que parezcan un fracaso en la "prueba de la vida real" todos los estropicios y las angustias que una tenga que soportar, ya, por complacer al psicólogo?

Y, como fondo, en todas las preocupaciones de mi transición, había un dato a mi favor que no tiene que ver con mi condición de mujer transexual: que mi puesto de trabajo era mío, dato importantísimo para justificar mi seguridad.

¿Y si no lo hubiera sido? Simplemente, con una hipoteca y mi anciana madre a mi cargo, no hubiera podido.

Mi transexualidad hubiera sido exactamente la misma, pero si yo hubiera trabajado por ejemplo en un colegio privado, no hubiera podido ponerme falda, ni pasar de los chándales.

Y ahora, lo mismo. No se puede minusvalorar el miedo al paro, ni decretar que sea señal de que no se es “una verdadera transexual”.

Para este estado de cosas tan lamentable están contadas las horas, desde que el Gobierno ha decidido sumarse al movimiento de despatologización de la transexualidad, de autonomía transexual, se puede llamar.

Pero las guerras no acaban con la intención de firmar la paz, sino hasta que no se pega el último tiro.

Mientras, seguirá habiendo en España y en otros países personas amenazadas por este tiroteo.

Por eso escribo estas líneas, para los psicólogos de las U “T” IG que tengan conciencia. ¡Disparen ustedes alto, al aire, no al cuerpo, por favor! ¡La guerra ya está decidida!

Déjennos que las trans vivamos tranquilamente y sean nuestros consejeros, no nuestros jueces tan temidos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Una historia que me ha conmovido y descubierto cosas acerca de la "experiencia de vida real" que no se me hubiera pasado por la cabeza que pudieran suceder. Como yo también trabajo en la enseñanza creo que me puesto un poco en tu lugar para comprender ese poco lo difícil que puede llegar a ser vivir como una se siente de verdad.
Un abrazo.