lunes, octubre 05, 2009

Manual de Transexualidad (en borrador) Primera parte

Por Kim Pérez



Para mi querida amiga Ángela,
que me animó a escribir este Manual


[REVISADO]

Nota. Carla Antonelli me ha publicado hoy la Conclusión de este Manual de Transexualidad que empecé hace muchos meses. Le agradezco de corazón que me haya cedido para este texto el espacio de su Diario Digital Transexual, http://carlaantonelli.com

Como se ve en el título, es un Manual en borrador, y ahora empieza la labor de repasarlo y revisarlo. Esto que se ve ahora es un taller en pleno trabajo. Está sucio, revuelto y polvoriento. Lo que se ve es incoherente, unido sólo en mi mente, no en el trabajo resultante. Pero me pareció necesario abrir las puertas del taller, para ver el trabajo según avanzaba, porque son pocas las descripciones de conjunto de la transexualidad escritas por personas transexuales.

Al publicarlo ahora entero en mi página, sigue estando en borrador, en el taller, liado, aunque procuraré distinguir las partes revisadas y las que no. Sus divisiones son sólo físicas, de unas veinticinco o treinta páginas cada una, sólo con la intención de no ponerlo todo junto en una sola entrada.


[REVISADO]

PREÁMBULO


Todo lo que escribimos viene de lo que vivimos. Empecé este Manual hace muchos meses, llamándolo “de Transexología”. Entonces correspondía a un estado de ánimo que me generaba pensamientos apacibles, pero nublados, promovidos por una soledad que me traía el deseo de lo seguro, más que el de lo valiente, el de lo conservador más que el de lo innovador, en pocas palabras. Desde aquellos momentos, ha habido tiempo para volver a otros planteamientos más audaces, pero ahora mucho más firmes y fundados en mi propia experiencia. Pero el Manual ha sobrevivido, aunque cambiando en muchos puntos de vista de arriba abajo.

El cambio de perspectiva lo ha permitido mi participación en el grupo Conjuntos Difusos, desde junio de este año 2009, en el que nos propusimos pensar en términos no-binaristas y empezamos por la formación del propio concepto de conjuntos difusos de género que tomamos como nombre. Desde entonces, entramos en relación con el movimiento por la despatologización trans y con el del transfeminismo, al que me había acercado ya en 2000, pero sin conseguir salir en aquel tiempo de mi aislamiento.

Es “Manual”, porque es un texto corto y porque espero que sea un instrumento práctico . No como problema nuestro, sino por la ideología binarista que hace milenios que empapó nuestra cultura como un aire contaminado pero que tenemos que respirar, por esta maquinaria cultural las personas transexuales nos encontramos a menudo confusas, y quizás nos pueda ser útil un Manual de Instrucciones. También, ojalá, pueda ser útil para nuestras parejas, que son quienes más ligan sus vidas con las nuestras; nuestros hijos; nuestros padres y hermanos; nuestros amigos. Y también para los profesionales cuya ayuda requerimos a veces: psicólogos en particular, recordándoles que la mayor autoridad sobre una persona, la que más sabe, la que debe poder tomar todas sus decisiones es ella misma; y también como materia de información y como fundamento de su respeto, para médicos y cirujanos, incluso abogados, fiscales y jueces, profesores e investigadores y también periodistas y políticos. No somos terreno conquistado para nadie, no somos colonizables ni siquiera con buenas intenciones.


El Manual empezó llamándose “de Transexología”. La primera revisión que tengo que hacer afecta al propio título. “Logía” indica ciencia, y una ciencia versa sobre algo objetivo, permanente, o casi permanente, como lo biológico. Pero la transexualidad es una actitud subjetiva, una respuesta variable ante ciertas circunstancias, creadora aunque siga determinadas pautas. No se podría hablar por ejemplo de “Artelogía”; tampoco de “Transexología”, aunque se pueda hablar de historia del arte y de la transexualidad como se puede hablar de historia de las personas


“En borrador”, se refiere a que está permanentemente en revisión y eso es propio del racionalismo crítico que lo inspira; está abierto a la reflexión sobre todos los comentarios, sugerencias y críticas de los lectores.


Finalmente, una cuestión de estilo: yo no uso lo de poner siempre “a” y “o” binarios; por principio, por una parte, e irónicamente, por otra, tendríamos que incluir la “e” ternaria. Me acojo al sistema de géneros gramaticales del idioma, empleándolo según lo que se puede llamar “uso alternativo”, pues consiste en alternar, por lo que a mí se refiere personalmente, el masculino y el femenino según lo voy sintiendo (hay precedentes en el lenguaje gay) , o en poner en las enumeraciones de sustantivos el adjetivo en el género que corresponda al más cercano de ellos (por ejemplo “hombres y mujeres bellísimas”) o en usar las formas femeninas y masculinas juntas cuando sea cuestión de cortesía, análogamente a la regla del “tú y yo”.



[REVISADO]

ANÁLISIS LINGÜÍSTICO DE LA TRANSEXUALIDAD


GUIÓN. Un hecho de comunicación. Significado y significante. Significado múltiple y significante único. Significado biológico: Hipo- e hiperandrogenia. Significado no biológico: la transexualidad como proceso afectivo y como voluntad de cambio. Crítica del significante: el binarismo y el no-binarismo. Nuevo uso del término "transexualidad"

La concepción más aventurada a la que he llegado sobre esta cuestión tan crucial para mí y para mis compañeras y compañeros, se funda en la “Teoría Semántica de la Transexualidad”, que formulé en 2000.

La transexualidad sería un hecho de comunicación; la práctica de la persona transexual consistiría en querer comunicar algo, usando el lenguaje de palabras y gestos que tiene a su disposición y no otro; este lenguaje usa a su vez conceptos, proposiciones y juicios que están determinados o limitados históricamente.

Nuestro lenguaje transexual es lo que usamos en nuestra transición para que vaya más allá de lo personal y tenga alguna forma de relevancia social: palabras, hechos, manera de vestir, manera de identificarnos en la red o en la calle y hasta intervenciones psicológicas o médicas en distintos planos: apoyo, hormonación, cirugía plástica o genital. Con todo ello, comunicamos a los demás lo que queremos que sepan.

Al formular esta teoría, situé la cuestión en el terreno lingüístico, el del significado y el significante, y al hacerlo, se desdobla el hecho transexual en dos planos: el de lo que se quiere transmitir y el de lo que se transmite, división muy útil para el análisis.

Desdoblémoslo.

En la primera parte, la del Significado, encontramos una multiplicidad de hechos que se pretende comunicar. Pondré en primer lugar los que corresponden a la definición tradicional, creada en el siglo XIX, “anima mulieris in corpore virile inclusa” (“alma de mujer encerrada en un cuerpo de hombre”), que habría que completar con un “animus viris in corpore mulieris inclusus”, previniendo de paso sobre la confusión con la terminología de Jung ("anima" y "animus", como la parte femenina o masculina en una mente masculina o femenina respectivamente)

En su simplicidad, de alguna manera expresa un sentimiento común a las personas transexuales, más estable o menos, el de que nuestra manera de ser se ajusta más a la del sexo que no nos corresponde que al que externamente parece el nuestro.

Es un hecho que las transexuales sentimos en nosotras, en más o en menos, mádefinida o no, en términos más o menos difusos, un "anima mulieris", o alma más o menos femenina, y que los transexuales sienten, también en más o menos, más definido o menos, un "animus virilis", o ánimo masculino.

La expresión completa, con la palabra "inclusa", encerrada o encerrado, desde luego sugiere un drama metafísico, el del ser interno encerrado dentro del ser externo, el alma o el ánimo limitado por el cuerpo, atemperado por la verdad del sentimiento, que podría ser que un análisis más contemporáneo encontrase que puede ser menos extremado.

Pero hay que mencionar esta frase no sólo porque es una definición histórica que ha tenido un éxito inmenso, sino porque todavía es la dominante, incluso dentro de nuestra propia manera de entendernos. Y para hablar de transexuales (o de homosexuales, a quienes en principio se aplicó) me parece que pensar en un encierro es una enorme simplificación. La impresión que puede deducirse de "no-naturalidad", de drama, vendría de entenderla así, no de que la transexualidad sea un drama.

En lenguaje moderno, tal expresión intuitiva del "anima" o el "animus" puede traducirse en términos acordes con la lógica biológica, con lo natural, diciendo que se refiere a la hipoandrogenia en personas XY e hiperandrogenia en personas XX, todavía no suficientemente estudiada fisiológica ni anatómica ni conductualmente, pero ya afirmada suficientemente, y comprobable fácilmente en la práctica.

En general, este hecho se sitúa objetivamente dentro de la intersexualidad, aunque subjetivamente se siente a menudo como una feminidad o una masculinidad en el plano cerebral, cruzadas en relación con el fenotipo masculino o femenino, respectivamente. Hasta aquí, es posible entenderlo dentro de la fórmula tradicional del “anima mulieris” (o “animus virilis”)

Entra dentro de los parámetros naturales que exista una diferencia de flujos androgénicos en la gestación, lo que se llama hipo- e hiperandrogenia en relación con los valores medios. Mi idea es que si esta diferencia es bastante definida, genera naturalmente disforia con respecto a un modelo binario abstracto, no real, y entonces surge la transexualidad, que por tanto es natural, pues lo no-natural es el modelo binario. La consecuencia inesperada, más natural todavía, es que las personas transexuales no debemos seguir el modelo binario en nuestra manera de expresión.

Hablando de hipo- e hiperandrogenia hablamos por tanto de “anima mulieris” o “animus virilis” con diferencias sólo de grado.

La identidad cruzada primaria, que se forma hacia los tres años, puede ser un efecto de la hipo- o hiperandrogenia casi inconsciente o incluso producirse sin que haya esta diferencia.

En el primer caso, se habla de niños que les parecen niñas a sus mayores o de niñas que les parecen niños; se puede suponer una interiorización profunda de tales percepciones externas, testimoniadas por frases como “¡Qué niño tan guapo! ¡Qué lástima que no sea una niña!”, memorizadas a través de los años (esta concreta la recuerda de sus cuatro o cinco años quien luego fue transexual)

El hecho de que el aspecto infantil pueda parecer del otro sexo se debe sin duda a una hipo- o hiperandrogenia. Pero en estas historias, llama la atención la precoz asimilación de esta circunstancia en forma de identidad cruzada, o de fisuras en la identidad lineal.

Pero otras veces, hay quien aventura, sobre todo dentro del activismo, que la identidad cruzada se puede deber a un proceso afectivo, a un hecho de voluntad, sin necesidad de que exista una fundamentación biológica.

Es verdad que eso corresponde a la condición humana más profunda, que es la capacidad de que la consciencia de distancie de todas sus circunstancias. Al hacerlo se desidentifica de sus condiciones familiares, sociales, religiosas, nacionales y biológicas. Se manifiesta como voluntad.

Es concebible un proceso consciente y afectivo mediante el que el sujeto se desidentifique de su sexo de origen, y opte por la asexualidad, por la transexualidad o por cualquier otra manifestación.

Este proceso puede darse a cualquier edad. En historias en que existe una fuerte afectividad cruzada, un rechazo radical del conjunto del propio sexo, una nostalgia por las personas del otro, es posible que se genere una identidad cruzada muy temprana, incluso desde los tres años, que sería la identidad primaria de esa persona, que en opinión de Kohlberg es irreversible.

También se incluye por tanto en el Significado un mecanismo psicosocial de resistencia a las exigencias del binarismo, que tiene que ver con el estrés o la frustración que pueden gravitar durante años sobre hombres y mujeres, cargados de responsabilidades de género –trabajos agotadores, angustiosos, presiones sociales sobre lo que es masculino o femenino- o incluso sometidos a fracasos afectivos y sexuales, que llevan al extremo una reflexión sobre la fatiga de ser hombre o mujer y el deseo de verse en la otra función para liberarse de tantas tensiones.

Es posible que esta reacción extrema se dé en particular en personas débilmente identificada con su género y su sexo, como puede darse en hijos que no han llegado a querer parecerse especialmente a su padre o su madre, según el caso.

Pero estas personas pueden no ser en absoluto hipo- ni hiperandrogénicas, y a veces recurren sólo a un transvestismo ocasional, entendido como evasión o desahogo; pero si el estrés o la frustración son suficientemente graves y duraderos, este transvestismo ocasional puede también estabilizarse, formar una identidad secundaria y asumir las formas del Significante Transexualidad.

O simplemente, alegremente, la decisión de cambiar de género puede tener que ver con la admiración de la vida del otro, con el deseo de conocerla a fondo, como el de quien hace un viaje y se queda tan fascinado que decide quedarse a vivir en su nuevo país, olvidándose del de su origen.

Es verdad que, aun en ese caso, subsisten identidades, deseos, reacciones, que recuerdan de dónde se viene, pero quizá todo dependa de la intensidad de lo antiguo y del atractivo de lo nuevo. Será preciso acomodarse, pero es concebible un cambio feliz.

Por seguir este símil, muchos ingleses se cansan de su clima lluvioso y se vienen a vivir a Andalucía y otras tierras del Mediterráneo. Una casita blanca, habitada por ingleses, parece más blanca, porque se ha elegido voluntariamente. Un jardín con palmeras y naranjos parece más brillante, porque sus dueños son conscientes de lo que tienen.

Por supuesto, los ingleses expatriados conservan su acento, muchas de sus costumbres, quizá los vecinos se refieran a ellos como "los ingleses", pero sabiendo que han elegido vivir aquí, lo que los hace vecinos.

Una amiga transexual me definía esta forma de transexualidad en términos de fiesta: "es como elegir entre dos bandejas de canapés".

Yendo a lo hondo, debe mencionarse que, en la escuela psicoanalítica, se ha formulado, que yo sepa, al menos una hipótesis sobre una dinámica profunda de la transexualidad.

En el psicoanálisis, es preciso disponerse a entrar en dimensiones de la realidad muy básicas y poco frecuentadas para entenderla.

Me parece que es como abandonar las percepciones habituales y entrar en un mundo radiológico.

Jacques Lacan, en efecto, postuló una identificación con el Arquetipo de la Forma del Falo (arquetipo es un símbolo de una realidad mental, no la cosa en sí que lo inspira), entendido como el símbolo del Uno frente a la multiplicidad, el Ser frente a la nada, el Poder frente a la impotencia, el Yo frente a lo que no es yo.

Esta identificación requiere la forma pura, la ascendencia desnuda, y paradójicamente, en las personas reales, los genitales masculinos suponen una ruptura de esa línea pura, por lo que se desea eliminarlos para que no impidan su impulso.

Se quiere eliminar el falo físico para poder identificarse con la forma simbólica del falo universal, que representa el Yo, el Ser, el Poder.

Esta concepción, que procede de Jung más que de Freud, tiene a su favor algunas experiencias. Por lo menos yo, en mi adolescencia, cuando no sabía nada de ella, escribí poemas o tuve representaciones que versaban sobre esa línea pura.

Jung, descubridor del concepto del inconsciente colectivo, que ve los mismos símbolos expresados culturalmente en formas muy distintas, habría reconocido este símbolo, de acuerdo con Lacan, en formas como el “lingam” o monolito o la “stupa” o santuario de la tradición budista.

Si en el campo del Significado se da una pluralidad de hechos, la transexualidad se daba hasta hace nada como un Significante único. Se entendía como el cambio de sexo, y en estas pocas palabras se entendía cambio de genitales, cambio de ropa, cambio de voz, cambio de costumbres, todo en uno, puesto que toda la sexualidad se entendía como un bloque cerrado para cada uno de los dos sexos.

Hemos tenido durante milenios y en estos fines del siglo XX y principios del XXI sobrevive todavía un concepto exclusivamente binarista del sistema sexogenérico, según el cual no hay nada más que Hombre y Mujer, Masculino y Femenino, y nada en medio (o lo que hay se niega)

Éste concepto no corresponde a la realidad (continuamente nacen personas intersexuales), por lo que no es universal, sino propio de nuestra civilización particular, de alguna otra y no de todas.

Nuestra cultura ha dispuesto hasta ahora que incluso legalmente existan sólo dos armarios, el de los Hombres y el de las Mujeres, y que todas las personas realmente existentes tengan que meterse obligatoriamente en uno o en otro, incluso si su inclusión es precaria o caprichosa.

No existen más; ni siquiera un armario rotulado como Variantes. Las leyes (humanas, también variables) nos obligan hasta ahora a una adscripción rotunda.

La falta de una concepción no-binaria en nuestra civilización ha provocado todos los conflictos sociales vividos por homosexuales y transexuales; pero también ha provocado que la reacción de homosexuales y transexuales ante esos hechos haya sido particularmente rígida.

Quienes sufrimos las consecuencias del binarismo hemos dispuesto sólo de los mismos conceptos binarios para liberarnos de él. Si no soy Hombre, tendré que ser Mujer, o viceversa, sin que se vea el casillero Variantes. Si la hipo- e hiperandrogenia, si la libre voluntad, si los mecanismos inconscientes configuran una de las innumerables formas de transexualidad, las personas que estamos en estos caso no tenemos referencias ni nombres ni ropa ni palabras para una conducta más apropiada a lo que somos o queremos ser.

Puede ser que pretendamos un cambio total de sexo y de género, venirnos a vivir a Andalucía. El esquema Hombre-Mujer nos servirá, porque también es real. Pero lo que descubre el no-binarismo es que existen otros. Por eso, si pensamos que únicamente creemos existe ese esquema, entenderemos la transexualidad sólo como transición total de género o como operación de reasignación de sexo.

Otras culturas, como algunas indias de México, la de la Costa del Ecuador o la de Samoa, cuentan con naturalidad de un estatuto de la persona intermedia, que vive tradicionalmente respetada y útil, sin necesidad de plantearse operación alguna. Puede haber incluso (androginia del Ecuador) "un mamá", una persona que vive con identidad masculina y que pare a sus hijos.

Dentro de la estructura de Significado y Significante, cabe estudiar ahora si el Significante “Transexualidad” es el mejor.

Puede aducirse en contra que indica el cambio de una situación sexual a otra, y en este sentido es binarista. Pero también se puede leer poniendo el énfasis en el significado de transición, referido a personas que sexualmente se encuentran en el espacio intermedio entre los dos extremos, y entonces el término es no-binarista.

Dado que todo lenguaje es convencional, se puede aceptar esta convención, cuyo contenido puede ser suficientemente lógico.

Puede plantearse, de acuerdo con la práctica anglosajona, la sustitución de la palabra “Transexualidad” por “Transgenerismo” y “Transexual” por “Transgénero”.
Este cambio no funciona en castellano. La desinencia –ismo suele referirse a opciones en ideas o estilos artísticos y la transexualidad no es una opción ni es una idea filosófica o religiosa ni un estilo.

Por otra parte, “Transgénero” es una palabra lingüísticamente masculina, y por tanto difícil de aceptar identitariamente para las personas feminizantes. En cambio, la palabra “Transexual” acepta lo mismo el artículo masculino que el femenino.

Se puede también discutir el alcance de la palabra “Transexualidad” y preguntarse si puede incluir las prácticas no-binaristas (que tradicionalmente se han llamado transgeneristas o transvestistas)

Pensando en primer lugar en el fondo de la cuestión, se observa que estas prácticas a menudo no son excluyentes ni definitorias en cada persona, sino que con frecuencia se dan sucesivamente, incluyendo las prácticas transgenitalistas, y en cualquiera de los sentidos: de más a menos o de menos a más.

Pero también en cuanto a la forma, a la palabra en sí. Si damos a la palabra “sexo” el sentido contemporáneo de “sistema sexogénero”, quiere decirse que incluye todas las dimensiones del sexogénero, más allá de la genitalidad. Y por tanto es posible usar la palabra “Transexualidad” en el sentido antes indicado de transición dentro del sistema sexogenérico.

[NO REVISADO]

SEXO, SEXUALIDAD Y GÉNERO


1. SEXO BIOLÓGICO

GUIÓN. Las variaciones del sexo. En el plano cromosómico. En el plano hormonal. Hipoandrogenia. Hiperandrogenia. El binarismo. El no-binarismo o secuencialismo. Conjuntos difusos.


Puesto que hablamos de la transexualidad o bien como estado de transición entre dos sexos o bien como movimiento de transición o paso de uno a otro, es preciso recordar algunos conceptos para entender bien el significado de esta transexualidad.

Sexo es biológicamente una forma de reproducción más avanzada que la reproducción asexual de los organismos primitivos. En éstos, la carga genética se reproduce indefinidamente, sin más cambio que las mutaciones. En la reproducción sexual, los genes se intercambian y recombinan a cada generación.

En la reproducción sexuada se distinguen cromosómicamente individuos XX y XY, y dos funciones, la fecundación y la concepción, macho y hembra. Pero ambos factores no van siempre unidos. En los insectos, el macho es XX y la hembra XY, mientras que en los vertebrados, el macho es XY y la hembra XX.

Pero no todos los individuos son XX o XY. En la especie humana, se conoce una gran variedad de dotaciones cromosómicas individuales: X (0), XXY, incluidos los llamados mosaicos, en los que hay varias X y varias Y.

Este nivel cromosómico del sexo (palabra que significa separación, escisión) produce a continuación un nivel hormonal.

En los vertebrados, el embrión es inicialmente indiferenciado. Si tiene el cromosoma Y, genera andrógenos que lo diferencian en sentido masculino. Es decir, la forma inicial es la femenina y la masculinización la transforma. Pero la corriente de andrógenos puede ser menos o más fuerte. Si es menos fuerte, el embrión se masculiniza menos (es la hipoandrogenia)

Como también el embrión XX genera andrógenos, en menor proporción que el XY, esa corriente, ese chorro, puede ser físicamente menos o más fuerte. Si es más fuerte de lo habitual, el embrión XX se masculiniza más (es la hiperandrogenia)

Hablaré más adelante con más detalle de la hipoandrogenia en personas XY y de la hiperandrogenia en personas XX.

De momento, señalaré que todas estas realidades dividen a los animales sexuados, incluídos los humanos, en dos conjuntos difusos (conjuntos sin una línea clara que separe a sus elementos, sino que están formados por una agrupación mayor de elementos en el centro, que se van diluyendo gradualmente hacia la periferia)

Esos dos conjuntos son el que podemos llamar Macho y el que podemos llamar Hembra. Pero como son difusos, muchos de los elementos del prmero se van acercando al segundo y muchos de los del segundo al primero, hasta llegar incluso a la existencia de algunos que no pertenecen ni a uno ni a otro.

La existencia de esta aureola de elementos distantes del centro, hace que no se pueda hablar de que existen sólo Machos y Hembras, Hombres y Mujeres. Se puede decir, en cambio, que hay seres más o menos masculinos, seres más o menos femeninos, y seres más o menos intermedios.

Por eso, suponer que sólo hay Hombres y Mujeres es erróneo. A este error se le puede llamar Binarismo. La verdad es más compleja, puesto que tiene que integrar a las personas más cercanas y más lejanas de los centros de ambos conjuntos difusos. Se le puede llamar No-Binarismo o, quizás, Secuencialismo.


2. LOS SEXOS BIOLÓGICOS COMO CONJUNTOS DIFUSOS

GUIÓN. Teoría de los Conjuntos Difusos. Más o Menos. Un gráfico imaginario. La diversidad biológica es adaptativa. La intersexualidad es natural.

Con este primera reflexión, se observa que queda sitio en la realidad para los animales y las personas que estamos más o menos en medio de los centros de estos conjuntos difusos de los sexos.

En la Teoría de los Conjuntos Difusos, descubierta por Lotfi A. Zadeh en 1965, la expresión Más o Menos se vuelve un concepto central; se es más o menos hombre, más o menos mujer, más o menos intersexo, y esto es un hecho generalizado.

(Aquí debería haber un gráfico de los Conjuntos Difusos Sexuales que voy a describir, pero cuya realización es todavía hipotética, puesto que, según creo, nos faltan las medidas de la androgenización en la edad prenatal y sobre todo en poblaciones cuantitativamente significativas. Pero lo que yo creo que veríamos, cuando tuviéramos esas medidas, sería lo siguiente:

Sobre una ordenada que representaría las hipotéticas cantidades de andrógenos recibidas por cada ser humano en la fase prenatal (dato que no es todavía mensurable) se representarían los individuos mediante puntos. Analizando una población estadísticamente bastante grande, se observaría que el centro de esos Conjuntos no estaría en los extremos de su representación gráfica; hay hombres hiperandrogénicos y mujeres hipoandrogénicas, en relación con las pautas estadísticas centrales de unos y otras; pero quizá, la mayoría de los hombres y la mayoría de las mujeres, aun estando más cerca del centro propio que del opuesto, naturalmente, ocupan las zonas centrales del gráfico.

Y la verdad es que la especie humana necesita esa gran variedad de impregnaciones androgénicas, sin que se pueda decir que ninguna cantidad es la ideal y la que debería ser la única. No está el ideal en que todos los hombres, mujeres e intersexos seamos iguales, ni siquiera dentro de estas situaciones. Biológicamente, se puede decir que conviene la diversidad porque es adaptativa. Intuitivamente, se puede considerar que conviene que haya camioneros, supuestamente hiperandrogénicos, y conviene que haya bailarines, supuestamente hipoandrogénicos; y cuidadoras de enfermos, quizá hipoandrogénicas, e investigadoras, quizá hiperandrogénicas)

La importancia de estas consideraciones reside en ver que las situaciones intermedias entre los valores centrales de los sexos son la regla, no la excepción. Y conviene decirlo con toda claridad, que no son contranaturales, sino completamente naturales; no se trata de enfermedades, ni de vicios o pecados, sino de una realidad inscrita en las reglas de la naturaleza y que conviene a la especie.

2. SEXUALIDAD

CONSIDERACIONES GENERALES

Al hablar del sistema sexo-género, no se suele aludir a la sexualidad, que sin embargo tiene entidad propia dentro de él.

La palabra “sexo”, dentro de ese sistema, alude a lo genético, lo anatómico y lo fisiológico, es decir, a lo corporal, en forma y funcionamiento interno.

La “sexualidad”, dentro de ese mismo sistema, sería la conducta genéticamente determinada y por tanto invariable una vez establecida.

El “género” sería la conducta culturalmente determinada, y por tanto variable.

La escuela de Foucault, muy seguida desde los años noventa, considera únicamente la existencia del sexo y el género, por lo que llega a la conclusión de que toda la conducta sexual humana es cultural y por tanto variable. Por eso cree que debe ser deconstruida o analizada en términos culturales y transformada con criterios racionales, fundados en la racionalidad colectiva o política.

Esto vale para el género, pero es inadecuado para describir la sexualidad y entenderla.

Los contenidos de la sexualidad son muy pocos, pero muy fuertes, poderosos y constantes, como arraigados en la misma estructura genética y hormonal del ser individual.

Entre ellos, pueden mencionarse las pulsiones, o impulsos biológicamente determinados, como puede serlo el hambre en otros ámbitos corporales, cuyo equivalente es la líbido en el espacio sexual.

Pero aquí deben ser registradas las pulsiones sexuadas, es decir, aquéllas que son diferentes según los sexos, por ejemplo, la pulsión de penetración activa y la pulsión de penetración pasiva.

En los humanos, como en muchas otras especies, aunque quizá no en todas, la mayor cantidad de andrógenos va unida a la mayor acometividad o agresividad. Ésta debe considerarse, por tanto, como una pulsión sexuada. Para comprobar la realidad de la misma, fuera de lo cultural, mencionaré sólo la distinta acometividad de las focas machos en comparación con la de las hembras, o la de los toros en comparación con las vacas. Ciertamente, no se trata de que focas hembras o vacas no sean agresivas: es que son menos agresivas.

Éste es un punto que la escuela de Foucault, presente en el feminismo de la igualdad, no en el de la diferencia, no está dispuesta a aceptar para los seres humanos. Pero se trata entonces de negar la realidad, por coherencia ideológica, no científica, y la negación de la realidad no puede ser útil.

Recordaré en este punto solamente, para el ser humano, la extensa formación de deportes competitivos masculinos, que interesan a miles de millones de varones en estadios de todo el mundo, porque suponen una canalización de la acometividad, en relación con las menores dimensiones del mismo fenómeno entre las mujeres. Y no basta con aducir razones culturales: en Occidente hace mucho tiempo que las mujeres tienen abierto el deporte de competición y no se interesan por él tanto como los varones.

Puede también mencionarse otra realidad más hipotética, que no sería una pulsión, sino una forma de conciencia biológicamente determinada, que ha sido denominada como “imagen corporal” y que corresponde a la conciencia del propio cuerpo sexuado, formada en paralelo con su sexuación, es decir, que conforme se va formando el cuerpo sexuado, se va formando la conciencia del mismo, como base de la conducta que se formará a continuación.

LA SEXUALIDAD DE LAS PERSONAS TRANSEXUALES

En algunas personas, su transexualidad puede tener que ver directamente con la sexualidad, entendida la palabra en los términos precedentes.

Se puede observar empíricamente que en muchas personas homosexuales la pulsión de penetración puede estar cruzada, siendo pasiva en muchos varones homosexuales y activa en mujeres homosexuales. Está claro que, como estas personas homosexuales no son transexuales, el cruce en la pulsión de penetración no explica por sí solo la transexualidad.

En las personas transexuales, para serlo, debe haber un elemento de identidad cruzada que analizaremos después al tratar del género y que no se da en las personas homosexuales. Pero este cruce pulsional puede ayudar a que se forme la identidad de la persona transexual.

Para que las personas transexuales que sigan este Manual puedan partir exactamente de los términos de esta argumentación, diré que pulsión no es igual a capacidad. Todas las personas transexuales son fenotípicamente –externamente- normales y eso las diferencia de las personas intersexuales que pueden presentar singularidades fenotípicas. Por tanto, la capacidad de penetración activa o pasiva, de manera lineal, o coherente con el fenotipo, existe siempre. Otra cosa es que exista un hambre de ella, una pulsión.

Puede ser incluso que exista un hábito de penetración activa o pasiva, sin que exista la pulsión, puesto que existe la capacidad. Puede ser incluso que el hábito sea estimulante, en cuanto que produce un placer físico, aunque no se desee en si y sea hasta desagradable moralmente –pero tristemente placentero.

La experiencia secular de tantos homosexuales, obligados culturalmente a casarse heterosexualmente, muestra que en la práctica esto es posible. Pero insisto en que esto no es todavía el punto en el que empieza la transexualidad.

La transexualidad parte de una cuestión de identidad. Por eso, sólo si el cruce de las pulsiones de penetración activa y pasiva, precisamente por verlas cruzadas, contribuye al sentimiento de desajuste con la identidad asignada, podrá hablarse de ese cruce en la sexualidad como una de las explicaciones de esa transexualidad.

Es decir, reduciéndolo a una especie de fórmula, cruce de las pulsiones de penetración + disforia = una forma de transexualidad .

(Y aún hay que suponer que haya otras formas de transexualidad compatibles con una pulsión de penetración lineal)

Si no existe, en este punto, una disforia (desajuste, disgusto, desadaptación) no habrá una transexualidad, sino una forma de homosexualidad (puesto que también hay, ciertamente, homosexualidades lineales desde el punto de vista de la pulsión de penetración, hombres que desean penetrar homosexualmente, muy en especial; desconozco si existe la realidad simétrica en las mujeres homosexuales)

En este punto, puedo aducir precisamente el testimonio de un amigo, transexual masculino, muy hiperandrogénico, que siente profundamente la pulsión de penetración activa y sufre fuertemente la frustración correspondiente, lo que debe contribuir sin duda a su disforia y explica que sea transexual.

En cambio, la mayor o menor acometividad o agresividad, aun estando sexuadas como ya expuse en las Consideraciones Generales sobre la Sexualidad, y aun pudiendo estar cruzada, no parece contribuir directamente a la disforia y, por tanto, no parece tener que ver con la transexualidad.

La razón de esto puede estar en que es una cuestión cuantitativa, más que cualitativa. Los sexos masculino y femenino son ambos acometedores y agresivos, aunque en distintas proporciones. Pero no existe una línea clara de diferenciación, y por tanto, nadie se sabe como masculino o femenino a partir de la acometividad, que también es muy difícil de medir en cada persona (depende de las circunstancias, a veces tan aleatorias como el estreñimiento, que provoca mayor agresividad)

Por tanto, la propia acometividad o agresividad es difícil de medir y, por consiguiente, no provoca directamente disforia.

Sin embargo, mencioné antes una derivación de la agresividad, de la que no suele haber conciencia de que lo sea, y que puede alentar indirectamente las cuestiones de identidad y por tanto la disforia.

Me refiero a los deportes de competición, en los que la pulsión de agresividad se transforma en juego y por tanto se canaliza inofensivamente. Su misma estructura muestra las fantasías sexuadas que hay tras ellos: se trata de dos equipos –dos ejércitos- que combaten (incluso en el aparentemente tranquilo ajedrez) y se trata de ganar o imponerse.
Su significado masculino está en las muchedumbres muy predominantemente de varones que rugen ante ellos. La mayoría de las mujeres se sienten indiferentes ante tales combates.

No hay que excluir que haya también varones a quienes no le interesen, generalmente porque pueden desahogar su acometividad de otra manera –por ejemplo, practicando ellos mismos deportes de riesgo, motociclismo o escalada, por ejemplo, en los que se pelean contra la naturaleza, o en su misma actividad profesional, que puede ser un verdadero combate diario.

Sin embargo, un varón al que no le interesen estos combates deportivos ni se muestre especialmente combativo, puede ser hipoandrogénico, condición que no excluye su masculinidad ni su heterosexualidad.

Pero si la ausencia de interés por los deportes se vuelve una cuestión de identidad, por sumarse a otros hechos de conciencia, entonces puede reforzar la identidad cruzada, o transexualidad.

Más decisiva es, para eso, si podemos incluirla en la sexualidad, la cuestión de la imagen corporal.

Se refiere a la que podemos formarnos mentalmente de nosotros mismos y, en este contexto, de la relacionada con nuestros caracteres sexuales primarios –los genitales- y secundarios –mamas, timbre de la voz, barba, etcétera.

Se supone, porque esto todavía es sólo una suposición, que desde que la persona nace y crece va aceptando esos caracteres y sus cambios como coherentes consigo misma. Sus pulsiones cerebrales coinciden con el funcionamiento de sus órganos, lo que le hace aceptarlos y disfrutar de ellos.

La hipótesis siguiente postula que en algunas personas, la hipo- o hiperandrogenia con la que se forman en la edad prenatal, determinaría la formación de estructuras cerebrales incompatibles con la forma y funcionamiento de esos órganos, lo que le haría rechazarlos y sufrir con ellos.

Desde luego, aquí tendríamos la explicación de la más profunda disforia, la genital, que empuja hacia la mesa de operaciones. Sin embargo, hay que recordar que hay otras clases de disforia, que producen una transexualidad que no necesita la operación. Una de ellas puede ser la ya expuesta que deriva de las cuestiones identitarias añadidas al cruce de las pulsiones de penetración. Otras tienen que ver con cuestiones de género que luego expondré.

En el ejemplo antes mencionado de un transexual masculino, pude entender que su hiperandrogenia muy marcada, su pulsión de penetración cruzada, su ginefilia, tuvieran también que ver con una imagen corporal en la que no había lugar para las mamas, que deseó operarse y se operó con gran alegría.

Esta conducta, biológicamente determinada de una manera patente y por tanto, parte de la sexualidad, muestra diferencias cualitativas con las mujeres homosexuales, incluso hiperandrogénicas, que aceptan plenamente su imagen corporal; en ellas no hay diferencia entre las estructuras cerebrales y las del resto de la realidad sexuada.




3. EL GÉNERO

CONSIDERACIONES GENERALES


GUIÓN. El género es un hecho cultural. El Código de Género. Los cambios culturales. Fases de la evolución social y cultural. Variaciones del Código de Género en cada fase.


El género es la conducta culturalmente determinada asociada al sexo.

Cultural quiere decir aprendida, variable; la sexualidad en cambio es innata o no aprendida y fluye con la fuerza y la fijeza del instinto.

La distinción entre sexo y género viene, como es digno de ser anotado, de la obra de Robert Stoller “Sex and Gender” (1968) sobre la masculinidad y la feminidad, en el que partió de su experiencia con personas transexuales. En efecto, es entre las personas transexuales donde más claramente se puede ver la diferencia entre lo uno y lo otro: personas de un sexo fenotípico que siguen la conducta cultural o de género que corresponde al otro.

Sin embargo, como podemos saber precisamente nosotros, las personas transexuales, la diferencia entre lo uno y lo otro no es tan nítida; suelen existir intersexualidades ocultas a simple vista que la pueden explicar; el espacio entre el sexo y el género lo forma la sexualidad, conductual como el género, pero innata como el sexo.


Por ser cultural, el género constituye un código en el sentido propio de la palabra. Es un código no escrito, como la Constitución británica, de los técnicamente clasificados como consuetudinario, pero un código real, y más específicamente un código penal, con sus prescripciones y sus penas.

Como el género es cultural, es también social, puesto que la cultura es social. Para entender el género, hace falta por tanto entender previamente cómo funciona la sociedad. Estas reflexiones, en este Manual, resultan por tanto completamente necesarias aunque parezca que se alejan de la cuestión central. Se alejan, sí, pero para comprenderla mejor y más profundamente.

El género, hecho cultural, es variable por definición, diferenciándose según las distintas fases del desarrollo cultural de una sociedad.

Puede verse en sus cambios una estructura, como la que definió Vere Gordon Childe (siguiendo y rectificando a Marx), que distingue entre una infraestructura tecnoeconómica (sociedades recolectora, cazadora, agraria, mercantil, industrial; hay que añadir la informática) y una superestructura de formas de conciencia, de gobierno y costumbres, entre las que se incluiría el Código de Género.

En lo que al Código de Género se refiere, se puede observar:

1), una relativa indiferenciación, igualitaria, en las sociedades recolectoras primitivas, en las que todos consiguen el alimento con técnicas elementales comunes;
2), una fuerte diferenciación en las cazadoras, en las que las dificultades de la mujer (embarazo y crianza) para las técnicas de caza de grandes animales llevan a la primera división del trabajo, entre varones y mujeres, y a la primera subordinación de unas a otros;
3), la invención de la agricultura por las mujeres y la formación de sociedades agrarias más igualitarias e incluso matriarcales;
4), la nueva pujanza de los varones en las sociedades mercantiles o urbanas, que requieren duros trabajos en minas y talleres y largos viajes, y la consiguiente inhabilitación económica de las mujeres;
5), el principio de la liberación de la mujer en las sociedades industriales, donde el trabajo en las fábricas se puede hacer casi por igual por unos y otras; y
6), la más profunda igualación en la sociedad informática, cuyas tecnologías son accesibles por igual a hombres y mujeres.

Esta verdad es la base de estas reflexiones sobre el género y sobre la relación de la transexualidad con el género.

En cada una de estas fases se observa por tanto que el Código de Género varía, e incluso que forma una parte esencial de la constitución no escrita de esa sociedad.

Más adelante, se verá cómo las personas variantes de género se acomodan también a esa división estructural.

Pero aún dentro de cada fase social, se pueden distinguir diferencias importantes en el Código de Género debidas a diferencias en las formas de conciencia que pueden surgir en ese plano tecnoeconómico.

En especial, más allá de los conocimientos estrictamente científicos y técnicos, se producen variaciones fundadas en la religión y la filosofía.

En las sociedades modernas, y en el mismo seno de cada una de ellas, se pueden observar estas diferencias religiosas y filosóficas en relación con el entendimiento del género, más cerrado o más abierto, más severo o más relajado, aunque también se observa la tensión estructural, que hace que en todas ellas, por necesidades económicas que superan los planteamientos ideológicos, las mujeres se vayan incorporando a la enseñanza y las profesiones técnicas y humanísticas.

El Código de Género siempre es variable por tanto, y sus variaciones pueden ir de la mayor diferenciación de los papeles de género a la mayor equiparación.

Recuérdese que en nuestra misma sociedad, en su fase mercantil o preindustrial, el Código de Género era tan severo que muchos de sus preceptos se convertían en ley escrita, en los ámbitos civil y penal: la minorización de la mujer casada, que necesitaba de la firma del marido para todos los negocios civiles e incluso para viajar; la penalización del adulterio, que afectaba exclusivamente de hecho a la mujer; en épocas recientes, la homosexualidad estaba penada con la cárcel (Oscar Wilde) y, en otras más antiguas, con la muerte (hogueras de la Inquisición)

Junto con las leyes escritas, había también como es lógico estrictas reglas no escritas que determinaban incluso unas formas de hablar femenina y masculina y unas formas de moverse muy diferenciadas. La pena de reprobación social se aplicaba en épocas casi contemporáneas a las mujeres que fumaban y que usaban pantalones. Los varones afeminados eran mucho más duramente reprimidos o humillados.

En resumen, para entender las variaciones del sistema sexualgenérico es preciso entender primero las del conjunto de la sociedad. Los datos históricos aportados, del autor de los conceptos de Revolución Neolítica (o Agraria) y Revolución Urbana (o Mercantil), basados en el de Revolución Industrial y que han dado después paso al de Revolución Informática, son particularmente útiles para entender la parte de la transexualidad que tiene que ver con los hechos de género, que son sociales, culturales e históricos.


2. EL GÉNERO DE LA TRANSEXUALIDAD


GUIÓN. La transexualidad en los códigos de género. Formas variables históricamente. En la sociedad recolectora. En la sociedad cazadora. En la sociedad agraria. En la sociedad mercantil: la marginalidad transexual. En la sociedad industrial: técnicas médicas y quirúrgicas. En la sociedad informática: actitudes rompedoras y nuevas tecnologías.

Según lo expuesto hasta ahora, dentro de un sistema sexualgenérico que no sea binarista, la transexualidad es un hecho que tiene dimensiones en el sexo, en la sexualidad y en el género.

En el sexo (lo anatómico y lo fisiológico) la transexualidad puede estar en condiciones corporales no observables a simple vista pero sí en estudios más detallados que descubran una feminización del cerebro XY o una masculinización del cerebro XX.

Estos estudios se están planteando hace ya tiempo, sus conclusiones no son irrebatibles (todavía) y corresponden en general a las situaciones fisiológicas que aquí hemos simplificado con los nombres de hipo- e hiperandrogenia.

En la sexualidad (la conducta pulsional asociada al sexo) se puede observar una diversidad de reacciones asociadas especialmente con la hipoandrogenia, tales como debilidad de la líbido, u orientación cruzada en relación con el sexo fenotípico o externo.

Estas condiciones se expresan en el género (como conducta cultural asociada al sexo) y, como era de prever, varían según las variaciones culturales.

En la actualidad, quizá no por mucho tiempo, sobreviven todavía, en nuestro mismo planeta, culturas de todas las fases de la evolución histórica, por lo que se han podido estudiar antropológicamente muchas de las variaciones de la transexualidad en cuanto al género.

Se puede decir que todas las culturas reconocen la existencia de la transexualidad, aunque sea para condenarla, pero la transexualidad muestra algunas variantes notables según las culturas.

No tenemos datos de la transexualidad en la cultura recolectora primitiva. Si la desnudez es la regla, y su evidencia irrefutable, ¿cómo se expresa la disidencia? Sin embargo, parece que en un pueblo tan desnudo y primitivo como los patagones, que vivían en la transición entre recolección y caza, se daba una asombrosa feminización ritual, quizá fundada sólo en las pinturas corporales, que mostraría que algo tan abstracto como el convencimiento era capaz de superar la evidencia de los sentidos.

Sí tenemos muchos datos de la transexualidad en la cultura cazadora, procedentes de los indígenas americanos, y recogidos desde el siglo XIX. Recordaré de entrada que en ella no se distinguía entre transexualidad y homosexualidad, pero que eran las actitudes transexuales las que creaban la pauta de la forma de integración social. También se debe observar que estas culturas no fueron binaristas, aunque fueran muy sexistas, pues estuvieron siempre dispuestas a reconocer la existencia y la forma de vida de personas divergentes de la sexualidad mayoritaria.

Esas culturas, que se extendieron a lo largo de miles de siglos –una cifra inimaginable para quienes estamos acostumbrados a hablar de veinte siglos-, fueron muy sexistas pues en ellas se produjo la primera división del trabajo social, que fue entre el varón y la mujer, el primero, proveedor de alimentos –la carne- y defensor del pueblo, y la segunda dedicada a tareas secundarias, como la elaboración de las pieles. En estas condiciones técnicas se produjo la primera devaluación de la situación de la mujer, que pasó a ser menospreciada por sus dificultades para la caza y la guerra.

En ese cuadro cultural, la aceptación voluntaria de un papel femenino significaba generalmente una fuerte degradación social para las transexuales feminizantes, lo mismo que la simétrica reclamación de un papel masculino significaba un realce social de los transexuales masculinizantes, plenamente aceptados como guerreros y cazadores.

No compensada la situación de las mujeres transexuales por la maternidad, la humillación que les reservaba esa cultura sexista se interiorizaba como abyección y ridiculización. Así se creó también la pauta que luego ha vuelto a formarse en otras culturas sexistas. Sin embargo, hay algún relato de una transexual que cabalgaba y combatía, señal de que las formas culturales se pueden adaptar a las circunstancias.

Hace diez mil años, cien siglos, se elevó el primer respiro para las mujeres genéticas y las transexuales. Las mujeres genéticas, o quién sabe si unas y otras, en unos tiempos de crisis climática que afectaron a la caza, inventaron la siembra de la semilla, convirtiéndose en las principales suministradoras de alimentos, y desplazando los vegetales a la carne, hecho técnico de tan inmensas consecuencias, que dio lugar a la Revolución Agraria, considerada la más transcendental de la Historia.

En su nuevo papel de suministradoras principales de comida, la consideración de las mujeres creció mucho, quedando los hombres y la caza en una función secundaria, no exenta, por parte de las mujeres, de cierta condescendencia. Esas sociedades, si no matriarcales, se volvieron matrilineales y las abuelas marcaron su existencia.

Pero al mismo tiempo, en otras sociedades, fueron los hombres quienes crearon la ganadería, como forma de emanciparse de los límites de la caza. Estas sociedades cambiaron poco, en relación con las cazadoras, en cuanto al Código de Género, y llegaron a formar un patriarcalismo sexista que acabó por condenar la transexualidad-homosexualidad, una actitud cultural que acabó pasando por encima de otros cambios técnicos.

Porque la siguiente fase, la de la Revolución Mercantil o Urbana, hace unos seis mil años o sesenta siglos, acabó favoreciendo de nuevo a los varones. Centrada económicamente en la existencia de excedentes agrarios –superproducción de semillas- creó el intercambio y con él la industria, la minería, los mercados y la vida urbana o de mercado. Hacía falta realizar largos viajes, navegaciones y trabajos duros en los detalles y las minas, incompatibles con el cuidado de los niños. Así, los varones se convirtieron de nuevo en los principales aportadores a la economía familiar y las mujeres fueron recluídas en la casa.

En esta fase, las tradiciones ganaderas concordaron con las mercantiles nuevas, mientras que las agrarias diferían. La transexualidad fue negada, o rebajada socialmente de nuevo, acompañando las transexuales la suerte general de las mujeres y acentuándola por no ser capaces de maternidad.

Sin embargo, las formas de género de las transexuales en esta fase tomaron muchas formas, aunque todas marginales: desde la prohibición total, acompañada del exterminio (Inquisición) a las hieródulas o prostitutas sagradas de muchos templos, tanto mujeres genéticas como transexuales, a las galas de Cibeles en la Roma antigua o las jayras (en grafía inglesa, “hijras”) de la India, que viven en comunidades, “las más marginadas de los marginados”.

Menos dramática en apariencia fue la situación de los “mariquitas” de Andalucía, de los siglos XIX y XX, viviendo en una sociedad atrasada y preindustrial, que conseguían un último sitio social y hasta cierto cariño condescendiente usando las habilidades sociales de la gracia y, cuando mucho, las del artista del cante o el baile. Sin embargo, siendo la mayoría de ellos homosexuales y no transexuales, su afeminación era interesante porque exploraba un tercer camino.

En esos tiempos, las técnicas para la transformación sexual eran sólo cosméticas y de vestido, aunque en algunas sociedades se recurría a la castración o incluso a los durísimos procedimientos de las jayras de la India, consistentes en la emasculación total con un cuchillo, expuesta después a toda clase de infecciones, incluso mortales -riesgo asumido por tantas personas, durante siglos, que se puede ver, dicho sea de paso, como una prueba de la fuerza de la disforia.

Sin embargo, estos recursos eran en el fondo binaristas, aunque las sociedades que los reconocían fueran, por reconocerlos, continuistas. Recurrir a tales formas de cirugía primitiva significa concebir sólo la existencia de hombres y mujeres y aceptar que, si no se puede ser hombre, habrá que ser mujer y asemejar el cuerpo lo más posible al de la mujer (la alternativa complementaria, de mujer a hombre, sólo se planteaba por medio de las ropas)

Ha habido que esperar a que avanzara la siguiente fase, la Revolución Industrial, comenzada hace sólo trescientos años, tres siglos, para que desde fines del XIX comenzaran a alzarse voces más respetuosas, que llegaron incluso a distinguir entre homosexualidad y transvestismo (el grande y valiente Magnus Hirschfeld, en el siglo XIX) y transexualidad en fechas siguientes, ya del siglo XX. Harry Benjamin lanzó este nombre en 1953, tomándolo de David O. Cauldwell, que lo creó en 1949.

Pero fueron los hechos de Stonewall, en 1969, iniciados por travestis, los que empezaron a crear respeto para homosexuales y transexuales. Nuestras condiciones de género cambiaban. Nuestras Asociaciones se defendían. La imagen de género válida durante siglos del homosexual-transexual humillado y ridiculizado terminaba. Nuevas formas de expresión de nuestra realidad de sexo y de sexualidad se hacían posibles.

La tecnología de la sociedad industrial ha creado la endocrinología y la cirugía transexual, haciendo posible por primera vez en los largos siglos de la historia humana una transformación corporal segura y regular. Sólo hace unos decenios que han empezado a generalizarse las técnicas de hormonación y de cirugía estética, plástica y de reasignación genital, en condiciones médicas reguladas y normalizadas. La primera operación conocida fue la que se realizó en Alemania en 1930 a Lili Elbe, aunque la unión de hormonación y cirugía comenzó con la serie de operaciones que Hamburger efectuó a Christine Jorgensen en 1952.

Acelerándose el cambio técnico a grandísima velocidad, hemos entrado hace una treintena de años en una nueva fase de la Historia, la Revolución Informática, que ha creado un nuevo sector de la economía, el Cuaternario, información más telecomunicaciones. Accesible esta forma tecnoeconómica por igual a hombres, mujeres e intersexos, puede romper, aprovechando estos sentimientos aurorales, radicalmente con las formas de género ya arcaicas. Transexuales fuertes, seguras y respetadas empiezan a verse por todas partes y los transexuales conquistan los derechos que les eran negados. Incluso una nueva definición de transexualidad se entrevé, no la que signifique la transición desde un extremo del sistema sexualgenérico al otro, sino la que se instale como transición, diferente del uno y del otro.

En la forma informática de la sociedad en que vivimos se vislumbran otras posibilidades. Desde la aplicación a la transexualidad de la biotecnología –hermanos/hijos por clonación, y en un inmediato futuro desarrollos de órganos por células madres- hasta vivencias virtuales por hologramas de sucesivas generaciones y más adelante en aplicaciones cibernéticas o ciberbiológicas; en este cuadro de potencialidades que romperán los límites del sentido común, que no es más que lo que hemos considerado habitual en la época industrial, se puede prever también una redefinición del mismo concepto de transexualidad.

En un contexto presidido por la individualidad –que lo diferenciará del colectivismo de la sociedad industrial, no será desusado que se multipliquen las actitudes rompedoras del género (o rompegéneros, anuladoras del Código de Género), individualistas, en las que cada cual creará o adoptará su propio modelo de género, o lo socializará por el estilo de las actuales tribus urbanas, en modelos de red.

La difusión de la Teoría Queer, desde los años noventas, presagia esa liberación de las formas binaristas, tanto en cuestiones de orientación como de identidad. Formulada sobre la base de Foucault, postula que los conceptos de homosexualidad y heterosexualidad, homosexual y heterosexual como categorías excluyentes, son constructos culturales. Por extensión, lo mismo se puede decir de los conceptos de “cisexual” (todavía casi inexistente como concepto: la persona que permanece y quiere permanecer en su sexogénero de origen) y transexual; la rigidez de la distinción entre uno y otro es también binarista.

El nuevo modelo sexualgenérico lo ha visibilizado Cesc Gay en su película “Kránpack”, cuyos personajes viven de forma completamente desinhibida y hasta despreocupada sus relaciones afectivas y sexuales; lo mismo se podría ver en actitudes identitarias que partan del primer “fuckgenderism”, todavía beligerante y desafiante, para llegar a formas tan definidas como indefinidas, pero distendidas y socialmente reconocidas.

Este reconocimiento social de la indefinición, puede disminuir la necesidad, todavía sentida actualmente, del reconocimiento mediante la hormonación y la cirugía y abrir puertas para la reconciliación personal con la disforia. Cuando las realidades sexualgenéricas personales puedan ser expresadas con naturalidad y reconocidas con respeto desde la escuela, sin necesidad de encajarse a la fuerza dentro de un rígido binarismo, se habrá pasado del actual dramatismo de las expresiones transexuales a una vivencia verdaderamente libre.


SEGUNDA PARTE. LA EXPERIENCIA TRANSEXUAL


=I. LÍNEAS GENERALES DE LA EXPERIENCIA TRANSEXUAL


Algunas conversaciones me han sugerido que la experiencia transexual puede comenzar en la infancia por un sentimiento de diferencia/parecido con otras niñas o niños. Esta diferncia se puede sentir a una edad distinta, en la primera niñez, o más adelante, y esto tiene consecuencias importantes.

Algunos niños o niñas piensan espontáneamente con muy corta edad que, en realidad, son una niña o un niño, y que ya llegará el momento en que todos se darán cuenta o, cuando comprende las diferencias corporales, suele pensar que irá cambiando como cambian sus compañeras o compañeros.

Queda la pregunta de si la identificación cruzada es en estos niños lo primero, desde el primer momento de su consciencia, o si es algo que sigue a la conciencia de una diferencia con los otros niños o niñas.

Me hace pensar que lo primero sea la consciencia de la diferencia, el recuerdo de la eclosión de la transexualidad de Jan Morris, que cuenta que se dio cuenta de que era una niña estando sentado bajo el piano de su casa. Bajo el piano, es decir, en un cubículo, en un espacio femenino, protegido de la hostilidad exterior. Por tanto, no fue la primera conciencia de sí, sino un cambio de conciencia. Sería como si comprendiera en aquel momento que él se parecía más a las niñas y que queria ser como ellas.

¿Pero es general esa historia o propia de algunas personas pero distinta de otras? En este punto debe haber un gran trabajo de investigación, basada en los recuerdos personales.

Las historias de los niños feminizantes suelen ser, como la de Morris, pasivas e introvertidas.

Esta identificación muy temprana es una identificación de género. El niño no conoce todavía la realidad corporal de los sexos, o si la conoce, no le da tanta importancia como al hecho de vestir de forma distinta, de arreglarse de forma distinta o de jugar a juegos distintos.

Si se ha producido una identificación tan temprana de género, será la básica de la persona (Kohlberg sitúa este umbral de la identidad de género en los tres años) y por ser de género es compatible con el desarrollo de la sexualidad ulterior de la persona, con las relaciones corporales plenas con mujeres u hombres, etcétera.

En el caso de las niñas masculinizantes, la dinámica parece distinta, más ofensiva que defensiva.

Simplemente, desde pequeñas han sido tan asertivas, seguras, peleonas, inquietas, jugadoras de juegos violentos, trepadoras de árboles, aventureras, que se han sentido desde siempre estrechas en el ámbito de género reservado a las otras niñas o incompatibles con su carácter más tranquilo, lo que las ha llevado de manera natural a una vida masculina y más adelante a jugar con los niños con mayor naturalidad que con las niñas, a andar desastrada en su ropa y apariencia y a superar todas las reconvenciones con su energía natural.

En el caso de los niños feminizantes, también puede ser que en un primer momento hayan aceptado el género asignado con naturalidad y sin problemas, en el ámbito familiar, mediante dos procedimientos: primero, la identificación con el padre y segundo, el reconocimiento de género gracjas a la elección de los juguetes preferidos, reconociéndose a sí mismo en trenecitos, o barquitos, o avioncitos, o cochecitos, que contienen en sí un proyecto de vida.

Y sin embargo, esta identificación o reconocimiento temprano de género, puede verse golpeada más adelante por el choque con los otros niños.

El niño puede sentirse más sensible, delicado e introvertido que sus compañeros explosivos y bulliciosos. Y esos compañeros lo mirarán con sorpresa, se reirán de él o lo dejarán de lado. Ahí empezará el choque.

Puede tratarse de una simple hipoandrogenia o hiperandrogenia en las niñas en relación con los estándares androgénicos de varones o mujeres que con, el tiempo, dé lugar sólo a vidas masculinas o femeninas algo distintas de las más usuales, más intelectuales quizás, o más deportivas, respectivamente, pero sin nada más de particular que una vaga conciencia, cada vez más tenue, de que “soy diferente”.

Pero también, al crecer y llegar a la pubertad, pueden observarse otras diferencias. Puede ser que el adolescente se sienta muy atraido por otros muchachos, y precisamente atraido por su masculinidad, por su arrogancia, y que asuma ante ellos un papel pasivo en el que incluso el placer masculino le diga “soy mujer” y lo sienta como una ratificación absolutamente feliz, como el sentimiento de quien entra en el mar.

O puede constatar que no le interesa, o no le agrada, o incluso le repele y le destroza emocionalmente, la sexualidad masculina que se despliega en su cuerpo. Sus genitales son, reaccionan, funcionan de determinada manera, pero él se siente extrañado por lo que está pasando, ni lo quiere, ni lo entiende, ni lo desea.

El placer se acepta y hasta se busca con resignación, como una sensación electrizante que ya que se puede sentir, se toma como alivio de tanta angustia; una droga grata pero a fin de cuentas amarga y que cobra un alto precio en sentimientos de vergüenza, de humillación y de extrañeza.

La adolescente a la vez, puede sentir que a la vez que desea a las muchachas, y que sueña en proteger a las que desea, experimenta una necesidad de fusión con ellas o penetración que, desoladamente, comprueba que no le es posible físicamente, pero que busca desde entonces la manera de expresarla simbólicamente.

En estos casos hay que pensar en diferencias orgánicas más profundas, que seguramente habrá que situar en estructuras cerebrales relacionadas con la sexualidad, es decir con la conducta biológicamente relacionada con el sexo (penetración activa o pasiva en particular) y formadas durante la edad prenatal a partir de determinados niveles de hipo- o hiperandrogenia.

Se ha llegado, por tanto, a una intersexualidad real, pero invisible a primera vista, situada en el plano del cerebro. Existen muchas formas de intersexualidad, unas fenotípicas, es decir, observables en la forma exterior del cuerpo, y otras no, situadas en la configuración de determinados órganos internos; una de éstas sería la intersexualidad cerebral.

En la fecha en que escribo, 12 de septiembre de 2009, la investigación científica empieza a tener sólo algunas pruebas de esta afirmación, pero todavía no son concluyentes. Pero esta hipótesis debe mencionarse y tomarse en cuenta por su gran fuerza explicativa, por su coherencia con muchos hechos que conocemos y porque tendrá que ser registrada como hipótesis mientras no se pueda afirmar como tesis.

A partir de esta explicación biográfica y probablemente endocrinológica y hasta anatómica, se puede ver cómo las diferencias en el momento en que se toma conciencia de ella también tienen consecuencias diferenciadas.

Es preciso igualmente advertir que nuestra actual cultura binarista (“hay hombres y mujeres y punto”) influye mucho en las formas en que tomamos conciencia de nuestra diferencia.

No se ven en la sociedad las personas intersexuales, se hace como si no existieran, y por tanto, si me veo distinto de los hombres, supongo que tendré que ser mujer, o si no me veo como mujer, tendré que ser hombre.

Esta opción sería más fácil si hubiéramos visto hombres feminizantes y mujeres masculinizantes con toda naturalidad, formando parte de la sociedad, viviendo como mujeres o como hombres entre el respeto de todos, integrados en sus familias, formándolas con hombres y mujeres y teniendo hijos, llegado el caso, sin renunciar a su condición social.

No es ninguna utopía: esto es lo que se ve a diario entre los Zapotecas de México o entre los Samoanos. Por eso allí, lo que nosotros llamamos transexualidad (transición de un sexo al otro) se resuelve con mucha más agilidad, sin hormonaciones ni operaciones.

Mientras llegamos a tomar plena conciencia de que la realidad es no-binarista, es útil ver que en nuestra cultura binarista, las variaciones en la edad en que se toma conciencia de la propia diferencia generan variaciones biográficas, debido a la interacción de la connciencia de ser diferente con el proceso de la evolución psicológica.

La Psicología Evolutiva muestra en efecto que una persona pasa en su formación por fases perfectamente caracterizadas, con leyes propias y sistemas de pensamiento específicos, en las que ocurren hechos que no pasaron en las fases anteriores ni pasarán en las siguientes. Son como áreas con un clima propio, que aunque se suceden e incluso se superponen, no se parecen unas a las otras, pues obedecen a factores muy distintos.

Lo mismo que no es igual una zona tropical, que una templada, o una de alta montaña, tampoco son iguales la edad prenatal, la niñez, la preadolescencia, la adolescencia, la juventud, la madurez, la senectud, la decrepitud. Por tanto, será diferente el modo de inserción de la conciencia de ser diferente y sus efectos en las edades sucesivas según el momento en que se tome conciencia de la diferencia de género y de la de sexo y sexualidad.

Hay personas transexuales que toman conciencia de su diferencia desde alrededor de los tres años, edad en la que se forma la identidad de género. Estas personas se han sentido por tanto del otro sexo desde siempre, con toda naturalidad. Kohlberg piensa que la identidad formada en ese momento es irreversible (aunque yo pienso que puede desarrollarse, aunque no se pierda, en una segunda identidad)

Hay personas transexuales que lo saben desde la adolescencia, edad en la que es preciso enfrentarse con la realidad del sexo. En medio de las turbulencias de esa edad, pueden añadir la inadaptación a su primera identidad y la necesidad de transformarla o desarrollarla en la segunda identidad a la que antes me refería, lo que suele suceder en medio de grandes sufrimientos personales.

Hay personas transexuales que lo saben desde edades superiores, desde la juventud a la madurez y la vejez, en las que empiezan a tomar conciencia de que querrían cambiar su posición en el sistema sexualgenérico. Las formas de esta transición son muy variadas, y los motivos para necesitarla pueden ser muy distintos, por lo que deberán ser analizados con detalle.

Antes de seguir aclararé que, a partir del momento de la toma de conciencia, se trata de procesos mentales o psíquicos, más que biológicos. Como se verá, no es cuestión de que la persona sea “más mujer” o “más hombre” por el hecho de haber empezado primero su evolución transexual. Es sólo que han tomado conciencia de su necesidad de transitar antes o después. Estamos hablando por tanto del reflejo que se forma en la mente de una realidad, no de la realidad misma.


TRANSEXUALIDAD IDENTIFICATORIA

Empezando por la más temprana edad de la formación de la conciencia de diferencia, la primera niñez, la identidad que se forma es completamente natural y primaria. Los niños y niñas que la forman suelen esperar que, creciendo, se desarrollarán como las otras niñas o niños que ven a su alrededor. No hay sensación de disforia (disgusto, desajuste, desadaptación) en sus sentimientos. Con naturalidad, se integran a jugar con las otras niñas o los otros niños, de manera cruzada, quieren tener sus juguetes y se sorprenden cuando sus padres se los niegan o les regañan.

Los niños feminizantes que están en este caso juegan con los grupos de niñas y rehuyen los de niños, mientras que las niñas masculinizantes suelen distinguirse jugando al fútbol o en otros juegos entre los niños. Sin embargo, pronto empiezan los choques con la realidad social, que no es otra que el Código de Género vigente. Los niños feminizantes pueden empezar a ser insultados por los otros niños, persuadidos de que su feminidad es una debilidad, y lo que es más grave, regañados e incluso rechazados por sus propios padres, imbuídos del Código de Género binarista. Las niñas masculinizantes, que suelen tener más éxito entre sus compañeros por su masculinización, entendida como fortalecimiento, suelen tener problemas sin embargo en sus familias al negarse obstinadamente –e indignadamente- a ponerse ropas de niña.

Las presiones del Código de Género binarista pueden ser tan fuertes, que estos niños feminizantes, al llegar a la adolescencia, suelen ceder, considerando haberse equivocado, e intentar adaptarse a su sexo fenotípico. No es raro que empiecen procesos de hipermasculinización, eligiendo profesiones hipermasculinas, como militar (fue el caso de Morris, a quien mencioné antes) o camionero, entregándose a la gimnasia culturista o dejándose crecer la barba. Historias paralelas no suelen darse en las niñas masculinizantes, por no experimentar tantas presiones del Código de Género para el cambio.

Es decir, estas personas transexuales, desde una edad temprana, pueden intentar, al llegar a la adolescencia y la juventud, una transición a la inversa, integrándose en la sociedad conforme a su sexo fenotípico. Tal proceso de negación, aunque no libre de amargura, se hace con criterios racionales y no compulsivos y, llegado el momento, puede culminarse de buena fe con un matrimonio heterosexual y con la procreación de unos hijos.

Sin embargo, este intento no se sostiene en profundidad y suele llegar a su término en unos cuantos años. Entonces, la persona transexual tiene que deshacer las capas protectoras con las que se ha revestido frente a las amenazas del Código de Género, lo que no suele ser fácil y da lugar a una fase de verdadera disforia (o angustia radical, al ver que se derrumban las defensas construidas y todo un modo de vida)

Sin embargo, una vez aceptada la propia primera identidad, el resultado es de extrema seguridad, y la persona transexual volverá a encontrarse con naturalidad en su primer entendimiento de sí.

TRANSEXUALIDAD DESIDENTIFICATORIA

La evolución de quienes forman su conciencia transexual en la adolescencia es casi la opuesta simétrica de la anterior.

En la niñez, han formado una identidad lineal con su fenotipo con toda naturalidad, Pero gradualmente pueden encontrar razones para la disforia de género, que no es más que el desajuste, disgusto o desadaptación ante el Código de Género vigente.

Esta inadaptación llega a su grado máximo en la adolescencia, cuando el descubrimiento de la vida sexual y las transformaciones sexuales del propio cuerpo generan profundos rechazos.

Tales sentimientos tan nuevos como intensos entran en conflicto con la propia identidad primaria, que es lineal, y que supone la referencia básica para enfrentarse con el mundo. Se añaden por tanto a los anteriores, otros sentimientos injustificados de culpa y de vergüenza. Al mismo tiempo, el conocimiento ya más suficiente de la vida social y del Código de Género que la rige, provoca una fuerte angustia, ésta más que justificada, ante el propio porvenir, marcado por la transgresión.

La fuerte disforia, la angustia social, la culpa, la vergüenza, la humillación, generan una conducta compulsiva, en la que se anda, no racionalmente (en términos subjetivos), sino bajo la acción de fuertes pulsiones, que expresan sin embargo una racionalidad profunda.

Con estas compulsiones, se puede pasar desde la represión absoluta y demoledora hasta la expresión total y sin hacer caso de ninguna dificultad. Se puede decir que su ventaja es que dan fuerzas para afrontar las grandes dificultades que presenta la transexualidad en una sociedad binarista: la clandestinidad, la doble identidad, la ruptura de las situaciones familiares o laborales construidas bajo la identidad primaria.

La disforia es un rechazo tan compulsivo que puede llevar a intentos de automutilación, y llegando más allá, al suicidio. Sería deseable que la presencia de estas fuerzas compulsivas fuera acompañada de una racionalidad tranquila, especialmente para tomar las grandes decisiones: la salida del armario (la más difícil de todas) y, llegado el caso, la cirugía de reasignación de sexo, que se debe emprender sólo valorando todo lo que sabe de sí.

La autoginefilia, como la llama el Dr Ray Blanchard (de “autós”=sí mismo; “giné”=mujer; “philía”= amor, o “amor de sí como mujer”) suele ser en estas historias turbulentas un motor muy fuerte. En ella, la persona desidentificada de la masculinnidad, encuentra una imagen de sí como mujer, que también ha sido llamada la Imagen de la Mujer en el Espejo (Catherine Millot, siguiendo a Lacan) Si la persona desidentificada es más o menos ginéfila, ve surgir un fuerte deseo de materializar esa imagen y de que se materialice para los demás. Los automatismos corporales producen una excitación que la persona desidentificada entiende como no adecuada, contradictoria con sus sentimientos profundos, aumentando así la turbulencia.

Ray Blanchard y Anne Lawrence, transexual que siguió esta observación, pensaron que la autoginefilia es el factor principal en la evolución de algunas personas transexuales, a las que llamaron autoginéfilas. Se equivocaron (y creo que si Ann Lawrence me lee, se alegrará), porque no es el factor principal, es sólo un incidente en medio del camino, que aparece y luego desaparece.

La prueba es que, cuando la hormonación en transexuales feminizantes disminuye la líbido, la autoginefilia desaparece del todo o casi del todo, y sin embargo sigue la desidentificación de la identidad primaria y la necesidad de una identidad secundaria.

La transexualidad, para resumir estas observaciones, es siempre una cuestión de identidad, y la autoginefilia es un hecho paralelo que sin embargo muestra una gran potencia como motor para tomar decisiones, aunque compulsivas.

En esta turbulencia, no están excluidos los pasos atrás, movidos por la conciencia de identidad primaria (que sigue siendo lineal), la culpa, la humillación o la pérdida de todo lo conseguido bajo la identidad lineal. Adecuadamente, estos periodos han sido llamados purgaciones.

Por efecto de la compulsividad, en la purgación se tiran, rompen o queman ropas, libros, fotografías, intentando empezar desde cero, viviendo un sueño de limpieza y pureza. Dependiendo de los sufrimientos que las hayan provocado, las purgaciones duran semanas, meses, años o decenios (conozco a quien sufrió una de casi dos decenios)

Por su propia naturaleza reactiva, las purgaciones terminan sin embargo, y se reanuda la evolución transexual.



TRANSEXUALIDAD DESIDENTIFICATORIA DEBIDA A ESTRÉS O FRUSTRACIÓN


Cuando la conciencia transexual se forma en la juventud o la madurez, lo que implica que se han vivido años o decenios sin problemas de género, dentro de una identidad lineal, pueden suponerse varias posibilidades:

O bien es la consecuencia de una identidad cruzada primaria muy temprana, olvidada y reprimida por completo, lo cual nos devuelve al proceso ya analizado.

O bien, es la elección racional de personas andrófilas feminizantes, o ginéfilas masculinizantes, no disfóricas, que piensan que su adaptación al Código de Género será más fácil en estas condiciones y podrán ser más fácilmente amadas por los varones o por las mujeres heterosexuales, respectivamente.

O bien es la consecuencia de procesos de grave estrés ante la condición masculina o femenina y sus responsabilidades específicas, unida al sueño de que el cambio de género puede suponer una liberación. O bien el resultado de una grave frustración sexual, que lleva a soñar que en la posición opuesta se alcanzará una compensación.

En estos dos casos está claro su carácter circunstancial, por lo que, desaparecidas las circunstancias que la provocan, desaparecería la reacción transexual.

Sin embargo, una reacción tan radical ante circunstancias relativamente menores, requiere suponer que existe una memoria personal de cuestionamiento de la identidad de partida.

Seguramente ha sido menor o pasajera, pero existe y por eso se propone como salida de emergencia ante la crisis personal. En el relato autobiográfico de Kathy Dee, fue la experiencia infantil de que una hermana mayor muy responsable le fuera propuesta como modelo ejemplar y que después muriera, lo que le creó el sentimiento de que de alguna manera tenía que sustituirla. Pero vivió como varón y se casó, hasta que su esposa le fue infiel. El enorme daño que sufrió le llevó a la transexualidad como escape.

Puede pensarse en efecto que, pasado el tiempo, calmados los primeros sentimientos, este escape dejaría de cumplir su función y poco a poco se regresara a la identidad primaria, lamentando entonces lo que se hubiera hecho por el camino. Hormonación, formación de pechos, operación de genitales.

Pero estas circunstancias pueden quedar arraigadas en la conciencia en forma de traumas, y entonces la evolución duraría años, y no se abandonaría esta solución, en circunstancias análogas a las de la transexualidad por desidentificación.


ESQUEMAS


Poniendo ahora juntos, para cotejarlos, los esquemas de estas tres formas de evolución serían los siguientes, con las reservas correspondientes a su esquematismo y simplificación:




Transexualidad identificatoria:

Niñez: identidad cruzada primaria unida a una hipo- o hiperandrogenia  Adolescencia: Negación  Juventud o madurez: Fatiga de la negación. Reidentificación reflexiva  Transición reflexiva (no es necesaria la operación, pero puede que se haga, reflexivamente)

Transexualidad desidentificatoria:

Niñez: identidad lineal primaria unida a una hipo- o hiperandrogenia  Adolescencia: Desidentificación; formación de una identidad cruzada secundaria; turbulencias compulsivas (disforia, autoginefilia, purgaciones)  Juventud o madurez o vejez: transición compulsiva, disforia genital que puede llevar a una operación compulsiva.

Transexualidad desidentificatoria debida a estrés o frustración:

Niñez: identidad lineal primaria sin hipo- o hiperandrogenia  Adolescencia: orientación sexual lineal  Juventud o madurez: Graves situaciones de estrés laboral o de frustración sexual  Desidentificación: formación de una identidad cruzada secundaria; turbulencias compulsivas (disforia, autoginefilia, purgaciones), transición compulsiva, disforia genital que puede llevar a una operación compulsiva, pero dependiendo de la permanencia del estrés o la frustración.



II. LA TRANSEXUALIDAD IDENTIFICATORIA

NIÑEZ: IDENTIDAD CRUZADA


(Dedico esta sección a mi amiga Dolores Rodríguez Sánchez, que tanto me ha ayudado a elaborarla, porque su experiencia en este punto es distinta de la mía)


GUIÓN. La identidad cruzada primaria. Causas. El Test de los Reyes Magos. Adolescencia: afirmación o negación. Matrimonio, hijos. Juventud, madurez o vejez: negación de la negación. Equilibrio.


Aplicaré ahora mayor aumento al microscopio con que estamos estudiando la transexualidad.

La identidad es un hecho de pensamiento y de memoria; no es un hecho biológico, no es un órgano, como el pulmón, ni una función, como la respiración; es un hecho estrictamente humano que requiere una conciencia desarrollada de sí y por eso los otros animales no tienen identidad.

La identidad cubre todos los espacios que, en cada momento histórico, la persona necesita para definirse frente a otras, porque la identidad supone siempre un “yo soy” frente a un “yo no soy”, aunque éste no es binario: mi ser puedo definirlo frente a una multiplicidad de otras realidades que no son la mía. Afirmo mi nación frente a otras muchas o mi religión frente a otras.

Uno de los primeros campos identitarios es la identidad de género; hay también identidades de grupo social (familia, tribu, nación, que van sustituyéndose según el grupo social necesario para la supervivencia va ampliándose, o si se usa el criterio de las ideas, religiosas y filosóficas por encima incluso de la nación), y dentro del grupo mayor pueden ser de clase social, de partido político o sector de pensamiento, laborales, de aficiones, incluso de segmentos deportivos, como los rojos y los azules del hipódromo de Bizancio o los actuales madridistas y barcelonistas.

Pero en esta multiplicidad de identidades, bien jerarquizadas, que configuran a una persona, debe observarse que la identidad de género es básica y que su división suele darse por supuesta en muchas de las otras. No en vano, en los formularios informáticos suelen aparecer las casillas “hombre” y “mujer” aunque no se entienda por qué: lo diré; porque es una referencia básica en la vida social.

La identidad de género se forma hacia los tres años. Antes no existe porque no hay conciencia suficiente de sí y del género. Cuando se forma, en nuestra cultura actual es de género y no de sexo, porque lo primero que se asimila son las consideraciones sociales. Se sabe al género que se pertenece, por el que se debe usar en el lenguaje y las ropas que hay que vestir.

Hay por tanto la posibilidad de que se forme una identidad cruzada de género, desde esa edad, y así sucede a veces. Una vez formada la identidad primaria, queda retenida en la memoria. Nunca se perderá, porque nunca se olvidará.

Pero tampoco es preciso que se forme una identidad cruzada definida. A veces, se forma como “diferente”, y la diferencia se va acentuando y definiendo según pasan los años, con la acumulación de la experiencia.

En todo caso, llama la atención la convicción y la naturalidad con que se vive esta identidad cruzada en la niñez. Los niños fenotípicos tienen sobre todo amigas, que suelen aceptarlos sin reservas, juegan con las niñas, y por mucho carácter que tengan, pues pueden ser líderes de su grupo, es inútil esperarlos en los campos de fútbol donde juegan los otros niños. Allí luchan, y corren y sudan con energía las niñas fenotípicas, y generalmente son bien acogidas por sus compañeros y tratadas con el respeto correspondiente a sus hazañas. Hay quien espera ingenuamente que, cuando sea mayor, se desarrollará como todas las niñas o todos los niños. Hay quien se sume en terribles rabietas cuando, en la Primera Comunión, ese primer momento solemne de la socialización, resulta que no puede llevar un vestido blanco como sus compañeras o un traje de marinero como sus compañeros.

EL TEST DE LOS REYES MAGOS

Visto desde fuera, o desde lejos, cuando ya somos mayores, el que llamo Test de los Reyes Magos (o de Papá Noel) suele ser muy eficaz para reconocer esa identificación. Para confiar en él, parto de que los niños son muy autónomos para decidir lo que quieren, al contrario de lo que sostienen las corrientes constructivistas (foucaultianas) hoy dominantes.

Éstas mantienen que la identidad de género se construye desde fuera, culturalmente, por impregnación social, y por tanto califican como sexistas ciertos juguetes y pretenden que no se regalen juguetes a las niñas ni camiones a los niños, porque eso los condicionaría en las cuestiones de género.

Por mi parte, estoy convencida de que el niño, más instintivo e intuitivo que social y cultural en sus primeros años, pide lo que desea y ha soñado largamente. Él pide primero y los padres regalan después. Por eso, el niño variante de género se sorprende cuando, si es XY pide una muñeca, y si es XX, pide un camioncito, y los padres se escandalizan y se lo niegan. Las rabietas vienen de la frustración de un sentimiento profundo personal y no del desacuerdo con uns norma social.

Por eso llamo Test de los Reyes Magos a la observación de los juguetes que deseábamos en nuestra niñez y que pedimos en nuestras cartas a los Reyes. Esos juguetes fueron una proyección de nuestra naturaleza profunda, nuestras perspectivas y nuestros anhelos. A veces, soñamos literalmente con ellos o los deseamos durante años. Nos hicieron definirnos por lo que queríamos y lo que no queríamos.

No se trata de los que tuvimos, de hecho, quizá impuestos con la mejor intención por nuestros padres, los que quisimos tener. Son un indicio de nuestra identidad profunda y de nuestra feminidad, masculinidad o ambigüedad sexual

Los decidimos nosotros mismos, al margen de la opinión de nuestros padres, en el ejercicio espontáneo de quedarnos fascinados ante el escaparate de una juguetería, o de apartarnos con desagrado de otro.

Se trata, pues, de una prueba que pasamos, que, si se toma conciencia de su valor, se convierte por sí sola en un test proyectivo de primer orden y muy simple.

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Los juguetes pueden dividirse en femeninos, masculinos y neutros.

Femeninos: Muñecas (a quienes arreglar), muñecos bebés, casitas de muñecas, cocinitas, peluquerías, caballitos de largas crines que peinar.

Masculinos: Vehículos (autos, camiones, trenes, barcos, aviones, naves espaciales), armas, muñecos (musculosos), balones, construcciones y mecanos, dinosaurios.

Neutros: Juegos de sobremesa, animalitos, granjas, ositos (“Teddy Bear”).

No sólo cuentan las preferencias definidas, sino también los rechazos definidos. Para visualizar unas y otros, pueden subrayarse los juguetes preferidos y tacharse los rechazados.

Al aplicarnos retrospectivamente el Test de los Reyes Magos, las personas transexuales encontraríamos que nuestras preferencias fueron, o claramente cruzadas, o una mezcla de unos y otros. Nuestras preferencias medirían nuestra feminidad, masculinidad o ambigüedad mental. Las personas transexuales por identificación mostrarían preferencias muy cruzadas; las personas transexuales por desidentificación u orientación, mostrarían preferencias en todos los sectores y también rechazos definidos en todos ellos. Las personas transexuales por estrés o frustración mostrarían preferencias muy alineadas con su fenotipo.

La cuestión requiere desde luego un análisis fino: hay muñecas y muñecos, hay ositos, hay maneras de jugar con unos y otros; la elección de los avioncitos puede ir acompañada de la negativa a los juegos físicos fuertes. La precocidad en la formación de una identidad cruzada o ambigua va unida a la elección cruzada muy definida de juguetes y juegos; muñecas, comba, de un lado; guerreros, fútbol, de otro. Es verdad que una hipo- o hiperandrogenia moderadas, menos definidas, irá unida a la formación de una identidad cruzada más tardía, más secundaria, formada según se van definiendo los problemas de género y asumiéndose como problemas de identidad.

Por cierto, quiero señalar que los juguetes de guerra no educan para la violencia, como mantiene el constructivismo. Son una forma de expresión de la agresividad androgénica, necesaria para aprender a canalizarla. La negación de esa agresividad natural sólo conduce a la frustración y quizá a la violencia explosiva. Por otra parte, el niño que pide juguetes de guerra no se conformará con que sus padres se los nieguen. Haciendo uso de su creatividad, transformará un simple bolígrafo en pistola, y disparará tiros con la boca en todas direcciones. La represión no sólo es inútil y está fracasada de antemano, sino que puede ser contraproducente.


RAZONES DE LA IDENTIDAD CRUZADA


La hipótesis principal sobre la que se funda este Manual, todavía pendiente de ser completamente comprobada, es que las razones para que se forme una identidad más o menos cruzada primaria pueden tener una base orgánica (hipo- o hiperandrogenia), que a su vez puede ser más o menos intensa, influyendo en una toma de conciencia más o menos temprana.

Hay ya algunas investigaciones cuyos resultados apoyan este supuesto, pero todavía no son concluyentes. Por ejemplo, el estudio de Zhou, Hofman, Gooren y Swaab, “A sex difference in the human brain and its relation to transsexuality”, que apreció equivalencias entre los cerebros de transexuales feminizantes y de mujeres en el área del cerebro llamada BSTc. Fue publicado en 1995 en “Nature” y en 1997 en el “International Journal of Transgenderism” y, entre nosotros tan valorado que dio lugar al nombre de una excelente revista, “BSTc”. Sin embargo, la muestra estudiada era muy pequeña, sólo seis cerebros, y eso relativiza el resultado (Nota: debe añadirse otro estudio más reciente)

Para medir con más facilidad la intensidad de la hipo- o hiperandrogenia puede ser útil analizar con cuidado el test de los Reyes Magos, o estudio de los juguetes y juegos en que el niño o niña proyecta su personalidad.

En resumen, la identidad de género procede del interior de la persona, más concretamente de su feminidad, masculinidad o ambigüedad cerebral, determinadas por su mayor o menor hipo- o hiperandrogenia, entendidas hipotéticamente a su vez como la menor o mayor impregnación cerebral de andrógenos en la edad prenatal.

Una hipo- o hiperandrogenia muy definidas, motivarán una identidad cruzada muy temprana, que será entonces primaria.

Una hipo- o hiperandrogenia menos definidas, favorecerán una inserción relativa en una identidad lineal y retrasarán la formación de una identidad cruzada, que será secundaria, o no darán nunca lugar a ella.

Lo que la experiencia muestra es que la relación con los padres no es determinante, por más que estudios anteriores hayan insistido en ella.

Se suponía que podía estar fundada en:

=Lejanía o falta física o moral del progenitor del mismo sexo: hostilidad y agresividad que se responden con las mismas reacciones y dificultan identificarse con él.

=Gran intensidad del amor hacia el progenitor del sexo opuesto.

Pero este esquema básico es el que se da tanto en personas heterosexuales como homosexuales (complejos de Edipo y de Electra)

Por otra parte, hay personas transexuales que se han criado en medio del cariño de su padre y su madre, por lo que este afecto natural no puede ser la causa de su transexualidad. O incluso, hay transexuales feminizantes cuyas relaciones con su padre han sido mejores que con su madre (el esquema inverso del que se ha llegado a considerar como clásico)

Lo que sí puede ser es que la hipo- o hiperandrogenia, como causa primera, dé lugar a veces a relaciones de la primera clase, pasando como su efecto. La hipoandrogenia puede causar, en hombres muy enérgicos, una hostilidad marcada hacia la feminidad relativa del hijo, causando una espiral de sentimientos y acelerando la formación de una identidad cruzada secundaria.

Por su parte, frecuentemente, es la hiperandrogenia la causa de las dificultades con la madre, que no puede reconocerse en una persona tan inquieta, activa, deportiva y descuidada como la que tiene por hija, en la que no puede proyectarse. En estas historias es frecuente la negativa rotunda a usar ropas claramente femeninas, por lo que la madre se queda desconcertada en sus expectativas. También es frecuente que los padres obliguen a la niña a asumir esas ropas, sin más resultado que acentuar el rechazo.

1 comentario:

Cristina Rival dijo...

Sin animo de ofender ni nada por el estilo, sería mejor no publicar este Manual por sus profundos equívocos, comenzando por la propia perspectiva con que se adopta. Todo hecho social tiene una dimensión linguística y semántica, y pudiera explorarse tal dimensión en el caso de la llamada "transexualidad", pero se hace tremendo daño cuando el hecho intenta ser reducido a una cuestión meramente discursiva.