lunes, octubre 05, 2009

Segunda parte

ADOLESCENCIA: AFIRMACIÓN O NEGACIÓN

Al acercarse la adolescencia va siendo preciso enfrentarse con la realidad de los sexos. Las antiguas compañeras y compañeros van creando proyectos de vida cada vez más sexuados, van sintiéndose mutuamente atraídos, acentuando su feminidad o su masculinidad, y dejando a un lado a aquel niño tan femenino o aquella niña tan masculina.

En esos años en los que debe formarse plenamente la identidad sexual, a menudo exagerando las diferencias, los antiguos compañeros o compañeras de género cruzado dejan de interesar y surge un distanciamiento. Los varones no pueden soportar verse al lado del adolescente femenino que es para ellos un ejemplo de contravirilidad, y empieza la edad de las burlas, los insultos y las agresiones; respecto a las adolescentes masculinas, ya no pueden compartir con ellas el despertar de la sexualidad, que es lo que más les interesa en este momento.

El adolescente femenino, la adolescente masculina, quizá por primera vez humillados y rechazados, se encuentran entonces ante un cruce de caminos: o encuentran fuerzas para afirmar su diferencia o la niegan y se integran.

Suelen encontrarse muy solos y sin suficientes ejemplos para lo uno y para lo otro. Deben afirmar su propia naturaleza (¿y dónde hay otros iguales que no se vean atacados?) o contradecirla (¿y dónde hay otros iguales que la contradigan?)

Las tormentas universales de la adolescencia, en ellos se ven potenciadas hasta el caos. Es una edad sumamente delicada, en la que hay que prevenir hasta el suicidio.

En medio del caos social, se produce además el desarrollo de una naturaleza que se entiende como contradictoria con la propia identidad. Esta diferenciación sexual puede ser desde luego mayor o menor, dependiendo de condiciones genéticas que lleven a un menor o mayor dimorfismo, pero entre los grupos mediterráneos, este dimorfismo suele ser muy marcado.

La adolescente masculinizante ve con angustia el desarrollo de sus mamas, que le impiden mantener el aspecto ambiguo que tanta seguridad pudo darle en los años precedentes; se empeña en disimularlas con ropa deportiva o fajándolas con fuerza, pero su cuerpo le desobedece.

El adolescente feminizante ve con repugnancia el desarrollo de sus genitales, que tanto enorgullece a sus compañeros; la barba o el cambio de la voz, la evolución de sus facciones, acaban gradualmente con la imagen ambigua que tanto podía gustarle. También su cuerpo le traiciona.

Están solos por tanto no sólo frente a su sociedad, sino frente a su propio cuerpo. En estas circunstancias, la afirmación sostenida de la propia identidad es muy difícil. Puede ser que dependa del apoyo y la comprensión que se encuentre en la familia, que es entonces el único espacio en que el adolescente pueda verse seguro.

Sin embargo, las dificultades con el resto de la sociedad pueden ser extremas. Incluso en plena cultura oficial de la libertad en la diferencia, pueden encontrarse acosos escolares desmesurados, burlas y aislamiento en las clases, agresiones fuera de ellas, apedreamientos, golpes. A veces ha sido necesario literalmente el exilio de una víctima desde una ciudad a otra.

En estas circunstancias, la conciencia de la hostilidad social puede conducir al adolescente a negar su identidad o a atenuar su expresión.

Un estudio de seguimiento de niños variantes de género muestra que la mayoría evolucionan como homosexuales, algunos como heterosexuales y sólo una pequeña minoría como transexuales. Puede verse en esta estadística la fuerza de la negación. (Nota: Debe insertarse la cita)

Un homosexual puede hacer vida masculina plena, una homosexual puede vivir del todo como mujer, com lo que se ahorran un montón de conflictos diarios. Pueden modular la expresión de su feminidad o su masculinidad según el momento y la compañía y a veces pueden expresarlas en gran medida. Pero esto requiere que la orientación del adolescente feminizante sea andrófila y la de la adolescente masculinizante sea ginéfila, lo que no es siempre el caso.

En las historias personales en que la orientación no está cruzada, la negación puede desarrollarse como heterosexualidad. En estos casos, no es difícil ver que el adolescente feminizante adquiere un aspecto alternativo, dejándose crecer la barba, o incluso hipermasculino, practicando culturismo o por cualquier otro medio.

El horror a la marginación social puede ser tan grande que la persona que niega su identidad cruzada primaria construya una identidad lineal secundaria que sea fuerte y se refuerce constantemente con mil recursos.




MATRIMONIO HETEROSEXUAL E HIJOS

Con absoluta buena fe, la persona que se está negando puede querer doblegarse llegando hasta el matrimonio heterosexual. Con esta expresión no me refiero aquí a la otra persona, sino al entendimiento de sí dentro del sexo de origen y sin más. Los remanentes de sus sentimientos, sus recuerdos, los acalla con un “Me caso y esto se me pasa”. En las personas XY ginéfilas o en las XX andrófilas, esta orientación, lineal con su fenotipo, puede ayudarle, aunque creo que en las personas transexuales por identificación, esta orientación es minoritaria.

Si llega a esta decisión, su convencimiento de que es la acertada será tan grande, que puede que no le diga nada a su pareja, por miedo de perderla, o por la seguridad de que no será necesario. Incluso si se lo dice, otros mecanismos se activan porque la pareja, a su vez, puede responderle, con total convencimiento: “Yo te haré cambiar”.

Luego llegan los hijos y el amor hacia ellos.

Es posible que en algunas personas este proceso de negación tenga relativo éxito. No podremos saber si son pocas o muchas porque, por definición, la persona negadora tiende a callar. Ha negado por autodefensa, ha conseguido un buen resultado autodefendiéndose y debe callar su historia porque rompería sus defensas.

Pero debo decir claramente que esta manera de constituir una familia la considero sumamente arriesgada. Está basada en una fuerte tensión personal y en una negación de la naturaleza, y no es fácil mantener una y otra.

No puedo aconsejar envolver a otra persona, la pareja, y a otras, los hijos, en la problemática personal de la negación; sus efectos, que son los de la represión, pueden conducir a distintas formas de obsesión, depresión o parafilia, en particular a la sadomasoquista.

(Completamente distinto sería el caso de constituir una familia partiendo de la aceptación de la propia identidad, en la que la persona masculinizante o feminizante vive como tal y encuentra a otra persona que la acepta del todo como tal; los hijos se educarán en un ambiente no binarista, en el que al menos se gozará del equilibrio de la aceptación de la realidad)


Ante la disyuntiva aceptación-negación, demasiado radical, considero más útil partir de la realidad intersexual de las transiciones de género y realizar una especie de negociación entre la persona transexual y su sociedad para encontrar formas de expresión que no se ciñan al Código de Género binarista.

Quiero añadir una reflexión poco usual. En nuestra cultura, la transición de género queda dificultada por el fuerte dimorfismo sexual de los mediterráneos. Varones y mujeres se diferencian corporalmente mucho más y mucho más pronto que en otros pueblos. Barbas cerradas, caras que se vuelven angulosas, grandes diferencias de estatura, grandes caderas y grandes mamas hacen que el desarrollo corporal sea muy diferenciado.

Tengo la impresión de que esto hace que la transición de género sea estéticamente más difícil entre nosotros y por tanto socialmente también. Es curioso que los pueblos más abiertos en cuanto a las transiciones son también los que tienen menos dimorfismo. Es notable la general ambigüedad del tipo corporal tailandés, de facciones generalmente suaves y estaturas parecidas, figuras andróginas de poco pecho en las mujeres y lampiñas en los varones; algo parecido se podría decir de los samoanos y polinesios y de los indios americanos. En estos pueblos,las transiciones de género son matizadas y generalmente aceptadas.

En nuestro caso, mientras se mantenga la duda entre afirmación y negación, mientras dure la adolescencia, sería conveniente emplear las técnicas de Detención de la Pubertad, que hacen que los y las adolescentes conserven su aspecto ambiguo durante unos años, y disminuya la presión sobre ellos del cambio corporal intenso, precisamente en esos años. De esta manera, podrán madurar intelectualmente algo más y hacer sus opciones más libremente.

JUVENTUD , MADUREZ O VEJEZ: NEGACIÓN DE LA NEGACIÓN

En todo caso, si ha habido un proceso de negación, es difícil de mantener. En un principio, las ventajas sociales de la negación parecen indudables y la persona negadora se siente incluso contenta de su decisión. Pero poco a poco, aunque sea al cabo de decenios, se va instalando la disforia (disgusto, desajuste, desadaptación)

La persona negadora se siente disfrazada precisamente en su identidad social, que por fuera parece coherente. Puede sentir que no vive, sometida a ese disfraz.

Hipotetizo que la mayor parte de las personas XY transexuales por identificación son andrófilas y la mayoría de las personas XX en este caso son ginéfilas.

La negación puede haber dado paso, lo más frecuentemente, a una conducta homosexual o asexual, según los estudios de seguimiento.

La liberación de la identidad, el reconocimiento de la propia feminidad o masculinidad, lleva a vivir relaciones con hombres o mujeres que resultan fáciles personalmente (aunque, en el primer caso, encuentren muchos obstáculos sociales)

Pero la persona transexual por identificación, una vez asentada en su identidad, encuentra que puede vivir con naturalidad una orientación sexual que puede llamar con igual naturalidad heterosexual.

Es muy distinta del hombre que ha elegido como pareja o muy distinto de la mujer que le acompaña y asume fácilmente el papel de género más acorde con el Código de Género binarista, y en especial la subordinación o dirigencia correlativas, por lo menos aparentemente.

Recuérdese que, ante el test de los Reyes Magos, estas personas XY o XX habrían mostrado que todas sus proyecciones son femeninas o masculinas, respectivamente y que, en mi hipótesis, esto viene causado por una definida hipo- o hiperandrogenia cerebral.

No hay lugar en ellas para proyectos masculinos o femeninos, respectivamente. Pueden asumirse como “mujeres como cualesquier otras” o como “hombres como todos los demás”, desde un punto de vista psíquico, aunque sería conveniente que asumieran con realismo, para evitar expectativas demasiado irreales, que desde el punto de vista corporal no lo son, ni siquiera después de la operación.

Respecto a la cirugía de reasignación genital, su actitud suele ser reflexiva y no compulsiva. Pueden desearla, como medio mejor de afirmar ante todos su identidad, y si llegan a ella, lo hacen también con naturalidad y sin riesgo de arrepentimiento. Pero recuérdese que siempre se han sabido hombres en su género o mujeres en su género, al mismo tiempo que siempre han sabido cómo era su cuerpo, por lo que no sienten una contradicción personal entre uno y otro, por lo menos en su estado prepuberal.

Recuerdan, en cambio, con espanto, la transformación puberal. Los hombres transexuales por identificación pueden aborrecer las mamas y sentirse profundamente liberados cundo desaparecen. Las mujeres transexuales por identificación pueden aborrecer en particular las funciones masculinas pospuberales, la erección y la eyaculación.

Pero pueden acomodarse a una nueva realidad en que se reconozca socialmente su género profundo, aunque el hombre transexual renuncie a la cirugía de reasignación genital, por las insuficiencias que presenta actualmente, y la mujer transexual acepte unos genitales de nuevo infuncionales como lo eran en el principio de su vida.

Notablemente, las personas transexuales más definidas genéricamente pueden no necesitar la operación de reasignación genital (aunque, si la emprenden, es muy adecuada para ellas)

En los casos menos frecuentes en que la identificación cruzada primaria, una vez negada, puede haber dado lugar a un matrimonio heterosexual, los afectos de la vida familiar que puede haber construido, el amor hacia su pareja, el amor a sus hijos, quedan expuestos a esta revisión. Pueden ser firmes y seguros, pero lo que se cuestiona es la relación mental que debe acompañar a la relación corporal como esposo y padre. El dolor en esta situación es extremo. El peligro de pérdida, terrible.

Puede ser que las obligaciones como padre empujen moralmente a esperar determinado número de años cuando ya se ha aclarado la realidad. De esto quiero hablar más adelante con mayor detalle.

En resumen, se puede decir que la persona transexual identificatoria, reconocida por haber formado una identidad cruzada o diferente desde sus primerísimos años, puede continuar afirmándola siempre o negarla en la adolescencia; en este caso, puede hacer un gran intento por acomodarse a una identidad lineal secundaria, pero generalmente no la podrá mantener, produciéndose una represión y graves consecuencias mentales; si llega a la negación de la negación, se equilibrará y recuperará su identidad básica.



II. LA TRANSEXUALIDAD DESIDENTIFICATORIA

GUIÓN: Identidad lineal primaria. Alguna hipo- o hiperandrogenia. Conflicto de género. Vacío de identidad. La Imagen de la Mujer en el Espejo. Compulsividad. Ciclotimia: afirmación y purgación. Solución suprabinaria. La transición de género como creación personal y colectiva.

NIÑEZ: IDENTIDAD LINEAL

Hay otras historias, que pueden llegar en la práctica tan lejos exteriormente como las anteriores, pero que interiormente son distintas.

En ellas, el niño o la niña forma una identidad lineal con su fenotipo. Es decir, se siente varón o mujer con naturalidad.

No muestra conductas variantes de género muy visibles. Sus pulsiones entran dentro de las pautas de lo masculino o lo femenino. Ama a su madre y tiene conflictos con su padre, si es niño, o ama a su padre y tiene conflictos con su madre, si es niña, como en cualquier complejo de Edipo o Electra, respectivamente.

Todo lo más, resulta un niño más bien delicado o una niña más bien enérgica. Pero estos matices se integran dentro de la variabilidad de lo masculino o lo femenino.

El análisis del Test de los Reyes Magos, hecho a posteriori (porque durante la niñez no suelen presentarse conflictos de género) puede confirmar esta impresión, al mostrar que el niño, por ejemplo, eligió juguetes masculinos, como cochecitos, o trenes, o aviones, pero no los más definidamente masculinos, como balones, o muñecos musculosos, que le resultaron desagradables, y también juguetes neutros, como animalitos, o incluso alguno femenino, como las casitas, pero tampoco los más definidamente femeninos, que puede recordar como extraños y también desagradables.

La niña pudo elegir casitas, o alguna muñeca adulta, pero tampoco muñecos bebés, y algún camioncito, pero no desde luego un lanzador de rayos láser, y también juguetes neutros, como granjas con sus animalitos (en esta parte, tengo que hablar deductivamente, y no por observación, porque me parece que estas historias son poco frecuentes entre transexuales masculinizantes)

En todo caso, el Test de los Reyes Magos mostraría una hipo- o hiperandrogenia cerebral moderadas, frecuentes también en otras personas que luego no llegan a la transexualidad; quizá sólo son más bien asexuales y permanecen solteras sin dificultad. A veces pueden llegar a casarse y tener hijos, y llevan en general una vida poco sexuada: intelectual, artística, en el caso de los varones, deportiva o de liderazgo profesional o político en el caso de las mujeres.

Por tanto, quiero señalar que estos grados de hipo- o hiperandrogenia no conducen por sí solos a la transexualidad, y que hace falta algo más para que se defina una reaccción transexual. Ese añadido está en los conflictos de género.

ADOLESCENCIA: DESIDENTIFICACIÓN Y NEGACIÓN


En la socialización es donde se presentan los primeros problemas para estos niños y niñas, al cotejar las reglas del Código de Género vigente y comprobar que no encajan en ellas. Tal desajuste se debe conceptuar como un conflicto de género.

Suele ser una prueba gradual y sutil. Un niño no muy masculino, una niña no muy femenina, suelen tardar en darse cuenta de su desajuste, verificado en mil pequeños incidentes.

Para el niño, el desajuste puede empezar por su desinterés por los juegos mayoritarios (físicos y turbulentos) También en su extrañeza por la manera de ser masculina. No quiero ser victimista: el desajuste puede empezar por un rechazo enérgico, por parte del niño hipoandrogénico frente a los otros, que se va acentuando con el paso del tiempo. Paradójicamente, es algo de origen masculino, pues es como si la incompatibilidad intermasculina se exasperara. Es un desagrado muy definido del niño hipoandrogénico por los niños que le rodean. Ésta es una de las primeras encrucijadas del niño hipoandrogénico: o encuentra un amigo a quien querer y que le comprenda, en cuyo caso su evolución será masculina, o no lo encuentra.

Pero en una edad en que los otros niños están construyendo su masculinidad social y su identidad masculina, usan como sus modelos personales a deportistas u otros héroes y el niño hipoandrogénico es muy diferente de lo que quieren ser, más parecido objetivamente a las niñas que a ellos mismos.

En este caso, la consecuencia será el aislamiento, puesto que no son posibles los terrenos de encuentro. Faltará la experiencia del compañerismo, puesto que no hay nada en que ser compañeros, y por tanto cualquier homoafectividad, una de las bases de la identidad (“estoy orgulloso de ser como mis amigos”) Lecturas, reflexión, sensibilidad, complejidad, de un lado. Acción, deporte, agresividad, simplicidad, de otro. Como no se comparte casi nada, el niño hipoandrogénico es sentido como un extraño y observado hostilmente. Cuando la hipoandrogenia es suficientemente definida como para propiciar en él alguna languidez, en gestos o inflexiones de la voz, fácilmente puede surgir el insulto, que se convierte en una sentencia definitiva de alejamiento. Nadie puede acercarse a él, so pena de participar del mismo insulto.

En las niñas algo hiperandrogénicas, no intensamente hiperandrogénicas, los efectos de la relativa masculinización, dentro también de una feminidad suficientemente perceptible, son una relativa actividad física, deportiva y cierta agresividad, por lo que también gozan del privilegio de la masculinidad previsto en el Código de Género vigente. Si la hipoandrogenia es entendida en este Código como debilidad (ignorando la vitalidad de la luna), la hiperandrogenia es comprendida como la única fuerza concebible. Irradia como el sol en los gimnasios, los campos de deportes y en las aulas. Experimentarán compañerismo con otras muchachas hiperandrogénicas o incluso con los muchachos. Es más difícil que se queden aisladas, puesto que no ser´san tímidas, sino más bien muy sociables y con dotes para el liderazgo. Las muchachas hiperandrogénicas alcanzan prestigio, aunque si son andrófilas suelen pagarlo en sus relaciones afectivas con los muchachos. Pero su buen acomodo social permite que eludan el desajuste de género, la disforia y por tanto la reacción transexual. Supongo que hay menos transexuales masculinizantes por desidentificación que feminizantes.

Estos niños y niñas pueden encontrar también problemas en sus casas, aunque menos acusados que en las historias que hemos visto antes, porque su hipo- o hiperandrogenia es menos definida. No da lugar a reacciones muy visibles. Todo lo más se puede decir que decepcionan las expectativas de los padres, y que esto favorece, según los casos, cierto grado de frialdad o incluso hostilidad sobre todo por parte del padre, que suele ser mucho más sensible al Código de Género que la madre, que encuentra otros recursos para mantener su cariño.

El niño ligeramente hipoandrogénico, una vez aislado en la escuela, más o menos aislado en casa, sin poder hablar con nadie de un problema que no acierta a conceptuar y que por tanto no sabe expresar (y a la vez, es demasiado humillante para expresarlo; quién llega a casa diciendo “me llaman mariquita”), puede llegar a verse en la peor de las situaciones sociales, el ostracismo, reaccionando como es natural asustado y deprimido.

La situación es muy grave porque produce un vacío de identidad. La preadolescencia y la adolescencia son edades en las que se socializan definitivamente las identidades primarias mediante la homofilia u homoafectividad. Se valoran especialmente las amistades del mismo sexo, porque con ellas se aprende a ser hombre o mujer. Por eso se forman pandillas del mismo sexo, se dice “los niños con los niños y las niñas con las niñas” y en las aulas hay una separación espontánea por sexos. Freud habló de una etapa homosexual del desarrollo de toda persona, aunque hubiera debido llamarla homoafectiva.

Por eso hablo de un vacío de identidad, porque algunos muchachos hipoandrogénicos no pueden vivir la etapa homoafectiva, en la que se consolida la identidad primaria. Para llegar a la heterosexualidad, es preciso que haya primero una valoración positiva de sí, incluso entusiasta, gracias a la valoración de los semejantes.

Si en vez de conocer la alegría del compañerismo y la amistad, se experimenta en esta edad crucial sólo la soledad, la tristeza y el miedo, no es de extrañar que surjan conductas que intenten compensar tanto horror simbólicamente. Conozco historias de tics, trastornos obsesivos y hasta fantasías masoquistas desde los ocho o los nueve años, que expresan a la vez la intensidad del desajuste de género y, algunas, la búsqueda instintiva de una situación que equilibre tanta angustia.

Recuerdo las edades sumamente sensibles y vulnerables en que sucede todo este proceso. Ni el niño lo entiende, ni sabe expresar su situación, ni quiere. Para los mayores, todo el drama suele pasar desapercibido o suscitar, incluso, cierta hostilidad hacia el patito feo, el niño que no se ajusta del todo a los cánones del Código de Género vigente.

En ese vacío de identidad masculina, va surgiendo en paralelo la atracción por la mujer, como efecto corporal de la pubertad. Entonces es cuando lo que llamamos Fascinación por la Imagen de la Mujer en el Espejo colma el Vacío de Identidad (se debe usar mayúsculas al hablar de unos procesos que resultan muy definidos y compartidos por muchos de quienes están en este caso)

Se trata de una expresión exacta puesto que responde del todo a la realidad. Es delante del espejo donde la persona travestida ve una imagen de mujer superpuesta sobre la suya. Su resplandor eclipsa la grisura en la que tanta humillación, tanta desestima, han hundido la propia. Resulta tan atractiva que se desearía compartirla con otras personas, que la vieran. Se espera que entonces se merecería ser admirada y querida, algo que parece imposible en la situación actual. Ya está así formada la reacción transexual.

Puesto que no se ha podido formar, en la compañía de los semejantes, una imagen digna de admiración como Varón Adulto, la propia identidad, un concepto necesario, debe formarse sobre la Imagen de la Mujer deseable, inmensamente potente y atractiva. Esa imagen es casi siempre la de la Mujer Arquetípica, que la ve sólo como Joven y Bella, imagen erotizada, porque es la atracción sexual la que la forma. Sin embargo, esta imagen sexual cumple un cometido no sexual: aporta una identidad de género que falta. Por eso, otras clases de mujeres, esta vez más asexuales, pueden ser vistas como modelos a ser tomados en cuenta: solteronas que cuidan su casa y su jardín, ancianas afectuosas.

El primer caso, la Atracción por la Imagen de la Mujer en el Espejo es la esencia de la Autoginefilia que ha definido el Dr Ray Blanchard y difundido la Dra Anne Lawrence, aunque sin darse cuenta de su dimensión identitaria: se trata de una solución sexual de emergencia ante un problema de identidad. En este caso, se puede decir que la transexualidad por desidentificación es tanto una cuestión de orientación como de identidad. Charlotte von Mahlsdorf la definió crudamente: “Yo soy mi propia mujer”, aunque tendría que haber añadido: “Porque no puedo ser un hombre”.

Rechazo radical de los varones, fascinación por la imagen de la mujer, travestimiento, realización en el espejo de esa imagen, excitación, culpabilización, vergüenza, clandestinidad, soledad, forman los elementos de la desidentificación, que con tanta carga emocional, poco comprensible en el momento en que se empieza a vivir, resulta compulsiva.

La compulsión consiste en que los resortes emotivos resultan tan fuertes como contradictorios. Su acción va del frenesí al agotamiento, sometiendo a quien los sufre a períodos de afirmación y negación, cuya misma repetición acaba por ser desconcertante.

En los períodos de afirmación se compran ropas de mujer, maquillaje, incluso se sale a la calle, más o menos fugazmente, en medio de una excitación casi extática. En los períodos de negación, que han sido llamados con acierto purgaciones, se intenta olvidar todo, empezar de cero, se tiran o se queman ropas y maquillajes y se emprenden vidas masculinas más o menos asexuales. La purgación de la desidentificación se parece a la negación de la identificación, pero se diferencia en que es compulsiva, mientras que aquella negación es reflexiva.

Bajo el impulso compulsivo, en cada uno de esos períodos, se pueden tomar decisiones irrevocables, pero hay que ver en cada uno de ellos cómo su fuerza se acaba y cómo va dando lugar al siguiente, lamentándose en ellos las decisiones tomadas en el anterior.

A mi entender, la solución de tan agotadora contradicción está en poder ver los términos verdaderos del problema. Esto requiere contar con los conocimientos sexológicos recientes, especialmente con la crítica del binarismo. Será posible en personas muy jóvenes, envueltas en las primeras oleadas compulsivas, aunque se requerirá que comprendan y acepten su propia naturaleza y que el marco binarista les ha obligado a definirse como “hombres” o “mujeres”, simplificaciones ambas muy excesivas en sus casos. También será posible que personas mayores, cansadas de tanta contradicción, puedan aceptar esta solución, conscientes de su sencillez, verdad y linealidad:

=Comprensión de los esquemas binarios y los suprabinarios.
=Reconocimiento de la propia naturaleza como persona XY hipoandrogénica y aceptación de la misma.
=Experiencia de la homoafectividad con otras personas XY hipoandrogénicas, que la experiencia muestra que es posible y eficaz a cualquier edad.
=Formación de una identidad como persona XY hipoandrogénica.
=Expresión de esta identidad por los medios necesarios y posibles dentro de un Código de Género suprabinarista.

El primero de estos elementos es un acto de reflexión.

El segundo requiere una experiencia viva de amistad y cariño mutuo.

El tercero requiere una separación, puesto que la identidad es también distinción. Mientras la persona hipoandrogénica intente comprenderse como un varón como todos los otros, la disforia surgirá. Hace falta que establezca un cristal entre sí y los otros, que afirme su diferencia.

El cuarto se formará reflexivamente, como obra creativa personal, aprovechando las aportaciones de una sociedad liberada del binarismo. Se trata de expresar mediante la ropa, las actitudes, la vida que se desarrolla, la propia identidad en sus matices personales, que la hacen única. A menudo, la persona transexual llega a la conclusión de que “yo soy yo”, desafiante afirmación que la pone por encima de cualquier Código de Género.

En esta creación puede usar las formas más discretas o las más extremadas. Puede limitarla al uso de ropa más o menos ambigua. Puede contentarse con travestimientos periódicos, que le permiten sin embargo sentirse integrada en la comunidad transvestista. Puede explorar diversas formas de rompegenerismo, valoradas por la Teoría Queer, desde la experiencia como drag-queen (que últimamente se va haciendo cada vez más rompegenerista, prescindiendo de la imitación de los pechos, por ejemplo) hasta las formas más crudas del “fuckgender” o follagéneros, en las que se hace compatible la ropa femenina con el vello masculino o incluso la barba de cuatro días.

En este contexto, la hormonación o la cirugía de reasignación genital son unas formas de expresión entre otras. No se trata de que la transexualidad sea comparable a un metro, en el que las estaciones se suceden necesariamente, test de la vida real (binarista), hormonación, cirugía. La transexualidad es comparable a un paseo urbano en superficie en el que continuamente se pueden elegir plazas y calles.

Concretamente, para quienes duden acerca de estas expresiones médicas, diré de momento que la hormonación puede entenderse siempre como un ensayo. Se intenta, se observan los efectos, se entienden como positivos o negativos, y se sigue o se suspende.

En cuanto a la cirugía de reasignación genital, creo que debe emprenderse sólo cuando la disforia tenga un fundamento genital muy definido, es decir, cuando exista una repulsión muy concreta hacia los genitales, no sólo al género que definen dentro del Código de Género binarista. Hay algunas personas que tendrían que afrontar tan graves dificultades sociales (ruina económica, desastres familiares) que optan por hacerse la operación y no cambiar de género, con lo que consiguen al menos estar en paz consigo mismas. Éste sería un buen medidor para la decisión: “¿Me sentiría bien si hiciera lo mismo?”

Pero también hay que valorar si, segunda opción, unos genitales desactivados y hasta atrofiados por la operación serían una solución suficiente, como de hecho lo son para muchas personas transexuales.

O si, tercera opción, la persona transexual puede desentenderse de la cuestión genital. En todo caso, debe recordarse que lo más arduo es el cambio social, el cambio de género, que nos enfrenta a una cultura binarista y que, en ella, es difícil expesar las singularidades personales.

Y sin embargo, es preciso hacerlo. En sociedades muy creativas, como las latinoamericanas actuales, proliferan las identidades, desde la de travesti a la intersexual y el uso lingüístico de formas como “élella”. Con todo ello, se hace posible una expresión de género verdaderamente personal, fiel a la propia naturaleza.

(Hay quien ha ensayado asentar la negación en una actitud ascética extrema, fundada en una conciencia de la transcendencia que supere toda expectativa terrena; “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”, palabras que parecen dichas para nosotros; pero hay que advertir que tal ascetismo requiere tal convicción, tal reflexión, tal voluntad, tal cerramiento de ojos ante la vida social, que no puede ser obligatorio.

Por otra parte, me parece inadecuado llegar a un intento de solución que seguiría siendo binarista: “Quiero ser mujer pero me niego a mí mismo y viviré como hombre”.

El análisis sereno diría “No quiero ser exactamente mujer y no quiero vivir exactamente como varón. Por tanto, viviré como lo que soy, como una persona relativamente intermedia, ambigua, e intentaré que mi sociedad me reconozca como tal”)

III. LA TRANSEXUALIDAD POR ORIENTACIÓN

GUIÓN: Transexualidad feminizante por orientación andrófila. Intersexualidad (hipoandrogenia) + orientación andrófila como sentimiento principal. Identidad masculina o femenina primaria. Homoafectividad intensa o escasa. Cálculo de posibilidades no compulsivo. Negación o afirmación.
Transexualidad feminizante por orientación ginéfila. No intersexualidad (no hipoandrogenia) Identidad masculina primaria, pero escasa homoafectividad. Fusión con la imagen de la mujer en el espejo. Falta de homoafectividad y vacío de valoración identitaria. Intento de orientación andrófila secundaria. La homoafectividad puede desarrollarse en cualquier momento. Posible arrepentimiento y desarrepentimiento.
Transexualidad masculinizante por orientación ginéfila. Intersexualidad (hiperandrogenia) + orientación ginéfila como sentimiento principal. Identidad masculina primaria. Amplitud del Código de Género vigente para canalizar estos hechos. Cálculo fundado en las relaciones con las mujeres, no compulsivo.
Transexualidad masculinizante por orientación andrófila. Intersexualidad (hiperandrogenia) + orientación andrófila como sentimiento principal. Identidad femenina primaria. Homoafectividad cruzada con los varones. Cálculo fundado en las relaciones con los varones, no compulsivo. Identidad masculina secundaria.



FEMINIZANTE POR ORIENTACIÓN ANDRÓFILA

Esta sección mostrará cómo, a diferencia de lo que se piensa habitualmente, la transexualidad y la homosexualidad no están completamente separadas. Se las puede distinguir a efectos de análisis, pero en ocasiones, en igualdad de orígenes, existe una verdadera opción por la salida transexual o la homosexual.

Transexualidad se entiende como una cuestión de identidad mientras que homosexualidad se entiende como una cuestión de orientación, pero en algunas personas ambas cuestiones están juntas y pesan más en sus decisiones, incluso de transexualidad, las cuestiones de orientación.

Hay por lo menos una parte de transexuales y otra parte de homosexuales que llegaron a una encrucijada en la que pudieron haber seguido por cualquiera de los caminos, y tomaron la decisión por razones que tenían que ver más con su orientación que con su identidad. En estas personas, las cuestiones de identidad existen, pero son menos decisivas que las de orientación, y las decisiones se toman teniendo en cuenta las cuestiones de orientación más que las de identidad. Haré mi exposición partiendo de las personas que, en la encrucijada, se definieron como transexuales.

Hay transexuales feminizantes que en su niñez fueron muy femeninos y asumieron o bien una identidad cruzada primaria (femenina) o bien una identidad lineal primaria (masculina), y al crecer llegaron a una orientación andrófila muy definida, de manera que sus amores y sus deseos son el centro de sus pensamientos mucho más que las cuestiones de identidad.

Se parecen a las anteriormente referidas en la intersexualidad (hipoandrogenia), que puede ser muy intensa y visible. El Test de los Reyes Magos puede ser inequívoco: han pedido muñecas u otros juguetes de niñas. Han jugado espontáneamente con niñas. Al llegar a la edad de la Primera Comunión, hacia los siete años, puede que hayan confiado en hacerla como niñas, con sus compañeras.

Se diferencian de las anteriores por identificación o desidentificación en que, según se van acercando a la pubertad, muestran una orientación muy definida hacia los varones, mientras que en las transexuales que hemos visto antes predomina cierta asexualidad, que puede ser vagamente ginéfila o andrófila.

La orientación andrófila de las transexuales que estoy considerando es tan definida que su interés por los varones llena sus pensamientos. Puede ser que se planteen obvias cuestiones de identidad, en vista de la feminidad de sus comportamientos y actitudes, pero quedan en un lugar secundario frente a las cuestiones de su deseo hacia sus amigos y compañeros varones o hacia arquetipos varoniles.

Este segundo plano se puede observar en que sus planes oscilan según sus relaciones: la relación con un homosexual puede hacerles identificarse con él; la relación o deseo hacia un heterosexual, puede hacerles querer feminizarse.

Aunque pueden haber desarrollado también una homoafectividad dirigida hacia mujeres a las que admiran y quieren imitar (característica homoafectiva, que en este caso corresponde a su hiperandrogenia), dirgida por ejemplo hacia una hermana mayor, o una compañera, o una maestra, puede ser que en su preadolescencia, su orientación naciente, les impulse a aprovechar la circunstancia de que fenotípicamente son varones para desarrollar una homoafectividad secundaria muy intensa y llena de sentimientos en la que se identifican con ellos y admiran a los que aman. En este momento, puedn asumir con humor su pasado femenino, considerándolo algo infantil y que ha sido sobrepasado por lo años.

Por eso, en su adolescencia y juventud, pueden vivir un período de negación semejante al de las transexuales por identificación. También se han hecho conscientes de las dificultades prácticas que tendrían de seguir identificándose primariamente como mujeres, y las resuelven identificándose secundariamente como varones, si ya no lo estaban, y viviendo como homosexuales.

Todo esto se debe a la reflexión, no es compulsivo, y les permite expresar su sentimiento principal, que es el amor por los varones. Sus historias son, sobre todo, historias de amor. Su continuación dependerá de los varones concretos a quienes hayan amado, de su suerte o desgracia con ellos, de sus perspectivas.

Un amor apasionado por un varón, que exija a su vez virilidad en su compañero, puede hacerles olvidarse de sus posibles cuestiones de identidad; renunciarán a sus recuerdos por el presente y el futuro. No sólo lo desearán, sino que será para ellos un modelo de homoafectividad, alguien a quien admirar e imitar.

Si este amor es afortunado y duradero, si pasa los años y llena la memoria, esta persona hipoandrogénica se estabilizará en su identidad masculina secundaria y vivirá como homosexual.

Todo lo más, expresará su hipoandrogenia en el momento decisivo de la unión sexual, actuando como homosexual pasivo y sintiéndose mujer exclusivamente mientras la intensidad de las sensaciones elimina todas las cáscaras secundarias superpuestas. Pero, uns vez terminado ese momento supremo, puede volver sin dificultad a su identidad masculina, agradecido a ella porque sabe que le permite ese amor con un varón homosexual.

He oido a un muchacho homosexual, vestido rudamente, masculinamente, decir “yo me siento mujer, pero no tengo necesidad de operarme”.

En cambio, los fracasos amorosos pueden generar en estas personalidades un proceso de reflexión que puede conducir a la transexualidad.

El esquema que se sigue es aproximadamente el que sigue: “Yo he sido siempre una mujer. Si fracaso como varón con los varones, no tengo más que ser una mujer, para ser más atractiva, deseada y tener más suerte con los varones”.

En ese momento, el carácter reflexivo, no compulsivo, de esta decisión, se muestra en la gran cantidad de cálculos que la preceden.

En primer lugar, la evaluación del propio aspecto. Si es suficientemente viril, si dificultaría la transición y el resultar atractiva, si se sabe por experiencia que resulta atractivo para los varones homosexuales, simplemente se renuncia al proyecto, sin mucho esfuerzo ni pena, y se sigue viviendo como homosexual.

En segundo lugar, la evaluación de la transición en sí. Si se ve que la transición es posible, porque el propio aspecto, la estatura, etcétera, son por lo menos suficientemente ambiguos, se desea hormonarse y operarse incluso con intensidad, pero al servicio de las perspectivas de ser deseada y amada por varones heterosexuales.

Entonces surgirá con frecuencia una cuestión que se debe a la preocupación primera por el deseo antes que por la identidad: “¿Se conserva el placer después de la hormonación y la operación?”

Es una pregunta reflexiva que requiere respuestas concretas. De las que se reciban, de su evaluación, dependerá seguir adelante o no con la hormonación o la operación. Si se habla, como es la realidad, de la subsistencia del deseo, aun algo atenuado, después de la bajada de la libido por la hormonación, y de la posibilidad del orgasmo, aun dificultado, después de la operación, la persona feminizante podrá seguir adelante. Si tiene dudas, se detendrá.

Sin embargo, parece que son muchas las que se deciden, y realizan una transición completa con la intención de ser atractivas para hombres plenamente heterosexuales. Sabiendo lo que pretenden, pueden realizar también cirugías complementarias, con la intención de feminizarse y embellecerse máximamente.

Sé que esto a veces da plenos resultados, de los que tengo hermosos ejemplos, porque la sexualidad humana está muy matizada por las variantes circunstanciales. Creo que el esquema que lo hace posible es un varón muy castigado por una relación heterosexual anterior más una persona transexual al lado que muestre su amor y sus buenas cualidades, pero hace falta ver claro que, en general, pueden vivirse amores con hombres heterosexuales, más o menos duraderos, aunque generalmente un hombre heterosexual preferirá unirse establemente con una mujer genética, que incluso puede darle hijos, antes que a una mujer transexual, aunque le parezca bella y la ame, considerando incluso el qué dirán. También es verdad que a veces surgirán sentimientos de rechazo por su parte que sean difíciles de superar.

En cambio, la persona feminizante puede descubrir, al empezar la transición, que la distinción entre heterosexualidad y homosexualidad por parte de sus amantes no es tampoco tan radical como se suele suponer. Puede ser que su aspecto suficientemente femenino pueda atraer a muchos varones para quienes la subsistencia de unos genitales masculinos no sólo no sea un inconveniente sino incluso un aliciente.

Puede ser que se sienta suficientemente deseada, admirada y querida por ellos como para detener su transición en la ropa, el arreglo y todo lo más una operación de cirugía plástica de senos. Su atractivo ambiguo es natural, porque ella es ambigua de nacimiento, como hipoandrogénica y también es natural su renuncia a la hormonación y la cirugía. Es natural todo en ella, sin intervenciones que se podrían entender como artificiales.

También es natural su relación con unos varones que desean justamente lo que ella es: una persona femenina, incluso quizá con un pecho femenino, que tiene a la vez genitales masculinos. Ni les gustaría si fuera enteramente masculina, ni si se hubiera operado genitalmente; habría perdido en este caso todo su encanto específico.

Es difícil clasificar a los varones que la aman en la división binaria entre homosexuales y heterosexuales. La aman precisamente por su ambigüedad y dejarían de amarla si se definiera por un sexo binariamente. Incluso pueden desear ser pasivos ante ella, y ella no tiene mayor inconveniente emocional en complacerlos, lo que la hace única.

La realidad de estos varones de orientación ambigua no ha sido suficientemente reconocida en la Sexología. No son heterosexuales, ni homosexuales, ni bisexuales (entendidos como quienes aman a personas de los dos sexos, pero definidamente masculinas o femeninas) Se les podría llamar ambisexuales, insistiendo en la raíz de ambigüedad, como varones definidos atraídos por las personas ambiguas. Su número es alto, mucho más de lo que se puede suponer, como lo prueban en la práctica las altas cifras del trabajo sexual que sostienen.

Vale la pena insistir en la designación como ambisexuales y no bisexuales, y en que no me refiero a quien se siente atraído por las personas de un sexo y las del otro, sino a personas que presenten caracteres de los dos sexos en un solo cuerpo. La única base empírica que tengo para pensar que pueda ser así, la he conseguido en donde se puede ver mejor este erotismo: en las revistas porno de temática trans, dirigidas precisamente al público atraído y motivado por esta temática, y lo que resulta claro en ellas es la fascinación por personas muy femeninas en todo y sólo masculinas genitalmente.

Este erotismo puede verse por ejemplo en muchos desnudos de la italiana Eva Robin's, muy delicados, y en otros mucho más intensos.

Es notable que este erotismo es muy poco conocido, aunque no me parece que sea muy minoritario. Estoy por decir que es el propio una gran minoría de varones, pero no ha sido suficientemente reconocido, no tiene siquiera nombre. ¿Es heterosexual? No ¿Es homosexual? No ¿Es bisexual? No. Por eso lo llamo ambisexual.

Estoy por decir que su origen es la fantasía de la mujer fálica, señalada en el psicoanálisis. Según esta teoría, está muy generalizado en los varones el temor a la mujer, entendida inconscientemente como un abismo o como unas fauces devoradoras. Cuando este miedo inconsciente es muy intenso, surgiría para compensarlo esta fantasía de una mujer fálica, tranquilizadora, no amenazadora, y las trans la harían real.

Es difícil hablar con los amantes de las trans, para confirmar esta hipótesis, pero es fácil comprobarla indirectamente, en la pornografía que consumen, elegida y desde luego pagada, y cara, por una parte de sus clientes, aunque nadie sepa nada de los sentimientos profundos que se expresan en esos sueños que se intenta hacer verdaderos.

En esta clase de erotismo, las mujeres transexuales son deseadas no porque sean mujeres como otras cualesquiera, sino porque son precisamente mujeres transexuales. Esta afirmación será sólo inquietante para quien siga atrapado todavía en el antiguo Código de Género binarista (sólo hay dos sexos, dos géneros, dos orientaciones), que es ideológico, no real, pero no para quien haya comprendido ya que la realidad no es binarista (continuamente nacen niños intersexuales, etc)

Como resumen, la pornografía trans y las fotos y la redacción de los anuncios de trabajo sexual de las travestis suelen mostrar más que la psicología de la propia travesti los deseos y fantasías de sus clientes, que requieren una corporalidad femenina incluso exuberante, unos genitales masculinos definidos y una funcionalidad sexual tanto activa como pasiva.

En la extrema necesidad económica que está muchas veces tras la práctica del trabajo sexual, las travestis necesitan ajustar su realidad a las demandas de los clientes aunque también puede ser real que muchas de ellas coincidan con estas demandas en su manera de ser.

Superando el caso extremo del trabajo sexual por necesidad de supervivencia, como un factor de marginación en nuestra actual cultura (no por ejemplo en la japonesa, con su valoración de las geishas) es posible concebir que estas transexuales y sus amantes puedan encontrarse en el futuro con toda naturalidad. También ellos tendrán que superar los temores que les hacen preferir los contactos efímeros y pagados antes que los estables y verdaderamente amorosos. También ellos tienen que salir del armario. Hombres a menudo varoniles, tienen que perder el miedo a ser clasificados como mariquitas, pues no lo son, por amar a una transexual tal como es y ha nacido, con todo su ser, con su masculinidad y su feminidad, su ambigüedad.





FEMINIZANTE POR ORIENTACIÓN GINÉFILA


Voy a exponer aquí las ideas de Ray Blanchard y Anne Lawrence, que han generado una gran repulsa por parte de la mayoría de la comunidad transexual, que se ha sentido ofendida por ellas, olvidando que no pretenden generalizar y referirse a todas las transexuales feminizantes, sino a una parte de ellas que define con precisión.

El grupo al que se refieren estrictamente son las transexuales feminizantes no intersexuales (no hipoandrogénicas) Es decir, tal como Anne Lawrence concreta, personas XY que han formado una identidad masculina primaria, no han sido femeninas en su niñez, han podido ser activas, acometedoras y deportistas, se han relacionado masculinamente con otros hombres, han tenido novias sin problemas, se han casado sin problemas y han tenido hijos, y que sintiéndolo como parte de su masculinidad han desarrollado una Fascinación por la Imagen de la Mujer en el Espejo que yendo más lejos de cualquier fetichismo les ha hecho seguir un proceso transexual.

Este grupo existe, y hablar de él es por tanto hablar de la realidad, lo que Anne Lawrence hace con mucho valor y sinceridad, porque está hablando de sí misma, y metiéndose dentro del subconjunto al que llama, con humor, “men trapped in men’s bodies”, “hombres atrapados en cuerpos de hombres”.

Es verdad que Ray Blanchard y ella simplifican al dividir a las transexuales en dos partes, las andrófilas y las ginéfilas, nada más que por la orientación, sin tener en cuenta que la transexualidad feminizante se decide con mayor frecuencia por cuestiones de hipoandrogenia e identidad, aun en las historias en que la orientación ginéfila tiene un un papel.

Esta simplificación es lo que molesta a personas transexuales que sienten olvidada su radical intersexualidad (hipoandrogenia) y su identidad (identificatoria) o su disforia identitaria (desidentificatoria)

El criterio de Blanchard-Lawrence es enojoso porque generaliza al entender a todas las transexuales ginéfilas bajo la manera de ser de ese grupo, que se autodefine con sinceridad (Anne Lawrence) como varones (men) que siguen una sexualidad masculina, aunque singular; una orientación basada exclusivamente en la Figura de la Mujer en el Espejo, sin tomar en cuenta las realidades de la intersexualidad y la identidad.

Pero esta molestia se disipa cuando nos damos cuenta de que se refiere a una parte de las personas transexuales ginéfilas, que esta parte existe, y que por tanto es preciso entenderla.

Anne Lawrence insiste en que en las integrantes de este grupo la única fuerza impulsora es la ginefilia, pero hace falta revisar esta opinión.

Para partir de su aseveración hace falta pensar en un instinto ginéfilo de tal fuerza que no sólo expresa esa Fascinación por la Imagen de la Mujer en el Espejo travistiéndose y haciéndola así visible, sino que llega al último extremo del deseo de unión propio de la sexualidad mediante un intento de Fusión total con esa imagen, operándose y convirtiéndose en mujer.

Esta Fusión es tan deseada que su deseo sobrevive incluso con la hormonación, cuando desciende la libido. Anne Lawrence atestigua que se sigue valorando lo que se ha conseguido incluso después de ella.

Y aquí creo que está el punto en que debe revisarse este esquema: ¿por qué se llega a esta voluntad de Fusión?

En los heterosexuales, hombre o mujer, se da también este deseo de Fusión, como se puede ver en la literatura de amor desde hace siglos: tú y yo somos uno. La mayor intensidad del sentimiento llega en la cópula y después se desvanece y cada uno vuelve a su ser.

En los heterosexuales la fusión se desea pero no se realiza porque está compensada por la homoafectividad, el reforzamiento de la identidad producido en la adolescencia por el compañerismo y la admiración por personas del propio sexo.

La homoafectividad es lo que hace sentirse orgulloso de ser varón o mujer, y genera una barrera que impide que el deseo de fusión llegue a su extremo.

Esto permite deducir que, si en estas personas transexuales el deseo de Fusión con la Imagen de la Mujer se lleva hasta el extremo de querer convertirse en una mujer, será porque no existe esa barrera, por haber sido débil la experiencia de la homoafectividad. La identidad masculina primaria (un dato) no ha sido reforzada por la homoafectividad (un valor) y por tanto no tiene intensidad suficiente para compensar la fuerza del deseo.

Esta carencia de homoafectividad se podría considerar una forma de intersexualidad afectiva. Un Vacío de Valoración Identitaria donde debía existir esa valoración. Una carencia no radicada en la fisiología (hipoandrogenia) sino en la historia personal, no biológica, sino biográfica.

Para administrarla, conviene recordar que unida en la misma persona existe desde entonces una dualidad: Yo (quien desea) y Lo que deseo.

En este sentido, se puede desarrollar incluso una androfilia secundaria. Si yo me he transformado en mujer (la palabra trans-formado resulta exacta) yo debo amar a los hombres. Entonces los busco, no porque Yo los desee, sino porque es lo que corresponde a la Mujer que quiero ser.

Numerosos errores, numerosas frustraciones que incluyen a otras personas, pueden derivar de esta confusión. Como diría el novelista John Rechy, he incluido a los hombres en mi sueño. Kant no estaría de acuerdo: instrumentalizo a los hombres. Conviene mantener la lucidez: mi unión ha sido con la Mujer.

Éste es el sentido también de la frase de Charlotte von Mahlsdorf que aquí conviene recordar de nuevo: “Yo soy mi propia mujer”.

Andando el tiempo, casi en cualquier momento, puede surgir la experiencia homoafectivsa que faltó en la adolescencia. Puede encontrarse un amigo al que admirar y querer imitar. Entonces, la persona que ha querido Fundirse con la Imagen de la Mujer encuentra por primera vez razones para limitar esta Fusión. Creo que éste puede ser el origen de muchos de los arrepentimientos siguientes al proceso transexual. Si la nueva identidad se debe sobre todo a la ginefilia, si no hay intersexualidad (hipoandrogenia) de base, aunque haya en la zona media una intersexualidad (falta de valoración homoafectiva), perderá interés y se deseará superarla y volver a la identidad masculina primaria, ya reforzada por la homoafectividad, aunque sea tardía y aunque haya que acarrear las cicatrices del combate.

La gestión del arrepentimiento, si se consolida, llega a ser una cuestión crucial. Hay historias publicadas como la de Renée Richards, célebre tenista, en las que el arrepentimiento parece seguir a un simple cálculo de pros y contras en el ámbito social. Sería preciso profundizar e incluir otras variables.

El arrepentimiento es un sentimiento tan fuerte que debe ser canalizado objetivamente, porque si no, la culpa se vuelve una fuerza muy destructiva. Primero hay que recordar que la decisión no se tomó arbitrariamente, sino bajo las condiciones de una falta de homoafectividad que funciona como una intersexualidad psíquica. En consecuencia, será posible canalizar la nueva situación con realismo como un efecto de aquella situación, que quizá no entusiasme ya, pero resultará aceptable como expresión de la propia historia. Esta aceptación realista se puede llamar desarrepentimiento.

Estas historias tampoco le dan la razón a Janice G. Raymond, histórica enemiga de las transexuales, a quienes acusaba de ser varones que querían invadir el espacio de las mujeres. En las transexuales por orientación se da una carencia de un elemento requerido para la total heterosexualidad y no intentan invadir el espacio de las mujeres sino convertirse, hasta las últimas consecuencias, en una de ellas.



MASCULINIZANTE POR ORIENTACIÓN GINÉFILA


En este caso la transexualidad por identificación es casi indistinguible de la transexualidad por orientación, salvo en un punto: la identidad primaria.

El punto de partida es el mismo, una hiperandrogenia menor o mayor que induce a conductas masculinas y al amor viril de las mujeres.

Es oportuno aquí mencionar que puede haber un amor viril por las mujeres, que incluye el deseo de penetración activa y un amor ambiguo o femenino por las mujeres que no lo incluye. La persona XX hiperandrogénica puede sentir ese amor viril que incluye el deseo de penetración hallando una gran frustración en su anatomía, que traduce como impotencia.

La única distinción que cabe entre esa hiperandrogenia, que también hemos visto en el origen de la transexualidasd por identificación, y la transexualidad por orientación es muy sutil. En la primera clase de transexualidad, por identificación, se ha formado una identidad primaria masculina y la persona, no sólo actúa y ama como varón, sino que se considera varón desde siempre, más o menos secreto, más o menos frustrado.

En la segunda clase de transexualidad, por orientación, la conducta y el amor, la ropa, los gestos, son viriles, pero no se ha producido una identidad primaria masculina, sino de mujer.

Esta realidad es muy importante, como reveladora del amplio margen de género que nuestra cultura permite a la mujer e impide al varón. Una mujer puede vestir ropas definidamente masculinas (chaqueta, pantalón, corbata) sin dejar de ser vista como mujer e incluso muy femenina. Cualquier avance realizado por un varón hacia una vestimenta ambigua, es inmediatamente estigmatizado. Sólo muy paso a paso, muy lentamente, se ha ido abriendo la mano hacia el azul celeste, el rosa, el uso de pendientes, los estampados (hawaianos), los pareos… Como resultado, nuestra cultura actual es mucho más transexualizadora para la persona XY variante de género (la obliga a dejar de definirse como varón y definirse como mujer) que para la persona XX variante de género (a la que le permite vestir con ropa plena de varón y seguir siendo mujer)

Tal flexibilidad de género permite a muchas mujeres variantes de género seguir siendo sexualmente mujeres. Hay que preguntarse lo que permitiría a los hombres variantes de género y concluir que la transexualización es muchas veces una imposición indirecta de una cultura muy binarista: “O eres hombre viril o eres mujer femenina. Elige”.

Por esta razón, beneficiándose en este caso de la mayor libertad (o condescendencia) de género que nuestra cultura actual les concede, muchas mujeres pueden llevar vidas prácticamente de varones, sin necesidad de hormonarse ni de operarse, es decir, de transexualizarse. Su guardarropas puede ser indistinguible del de un varón. Sus gestos, análogos. Sus amores, idénticos subjetivamente. Será admitida y respetada.

Por eso, en estos casos, el paso a la transexualidad puede darse en función sólo de los propios sentimientos de deseo y amor.

Como en el caso de las transexuales feminizantes andrófilas, y sus relaciones con los hombres, en el de los transexuales masculinizantes ginéfilos el paso se dará en función de sus relaciones con las mujeres.

Será un paso reflexivo y dependiente de la experiencia. No será compulsivo y dependiente sólo del interior personal. Se medirá cuidadosamente en todas sus partes.

Una persona XX hiperandrogénica que haya formado una identidad femenina primaria y que sea ginéfila (que es el caso que estamos considerando) puede sufrir determinadas frustraciones muy serias.

Puede enamorarse de una mujer heterosexual que la rechace por ser mujer. Puede que esta historia se repita muchas veces. Puede sentirse literalmente impotente en sus deseos masculinos hacia la mujer.

Todo ello le hará plantearse si le iría mejor hormonándose, teniendo barba y voz grave, musculando sus brazos, incluso operándose, eliminando pechos y formando alguna clase de verga, etcétera

En definitiva, masculinizándose corporalmente, haciéndose semejante a un varón en todo, no sólo en ropa o en conducta.

Pero obsérvese que el impulso hacia la masculinización corporal le viene de fuera, de la evaluación de sus relaciones con las mujeres; de su interior ha surgido la masculinidad de género, pero no esta masculinización sexual, que sin embargo puede decidir en atención a sus posibilidades con las mujeres y por tanto es una transexualidad por orientación.

A partir del momento de la decisión se pone en marcha una identidad masculina secundaria que puede consolidarse dada la conciencia de la notable hiperandrogenia de base y de las experiencias que la han causado.

Estas historias de los transexuales masculinizantes por orientación, por su nitidez y su independencia de las cuestiones de género, permiten comprender mejor las de las transexuales feminizantes por la misma causa. La transgenericidad de base es tan fuerte, que se suele expresar suficientemente en formas ambiguas de género y no actúa como causa directa de las decisiones transexuales, que son reflexivas, no compulsivas, y sujetas al cálculo del deseo.

También la escasez relativa de transexuales masculinizantes entre quienes permanecen como mujeres lesbianas, permite comprobar la eficacia de la distensión suprabinarista del Código de Género. En el momento en que éste permite una expresión ambigua de género dentro del sexo femenino, son una mayoría las personas XX que se acogen a esta fórmula, y las radicales decisiones transexualizadoras quedan como minoritarias, para resolver cuestiones específicas, casi personales.

De la misma manera, cuando el Código de Género permita por ejemplo que las personas XY ambiguas puedan vestir pareos y camisas hawaianas, siendo así reconocidas y respetadas en su ambigüedad, las radicales decisiones transexualidoras serán menos que en la actualidad, cuando un contexto binarista hace que si no se quiere vivir como varón muy definido, haya que vivir la ambigüedad como un estigma y, para superarlo hasta cierto punto, vivir como mujer (porque el binarismo hace desde luego que sea más respetada una mujer transexual que un hombre femenino)


MASCULINIZANTE POR ORIENTACIÓN ANDRÓFILA

Hay poca experiencia de transexuales masculinizantes andrófilos y sin embargo son una parte de la realidad transexual.

Por el momento sólo puedo hacer unos apuntes hipotéticos. Puesto que también parten de la intersexualidad (hiperandrogenia), y ésta permite una buena acogida en las escuelas, liderazgo en las aulas, respeto en el campo de deportes, supongo que una orientación andrófila de base se puede unir a fuertes sentimientos de homoafectividad cruzada, es decir, a una camaradería intensa con los compañeros varones que se traducirá enseguida en deseo sexual, siguiendo pautas muy parecidas a las de los homosexuales masculinos.

La persona XX hiperandrogénica puede haber formado una identidad femenina primaria, como en el caso anterior. Pero la fuerza de su compañerismo con los varones y su propio deseo por los varones, pueden hacerle tomar a uno como modelo para sí, más fuerte que el modelo de mujer con que constituyera su identidad primaria, que aunque permanezca intacto en el fondo de sí, demostrará menos eficacia en la práctica para integrar las experiencias hiperandrogénicas y, sobre todo, el compañerismo con los varones, cuyo amor queda incluso potenciado.

Esta identidad femenina primaria será la única sutil diferencia que diferenciará a esta persona de los transexuales masculinizantes por identificación que formaron una identidad masculina primaria.

A menudo se mantendrá plenamente consciente de que no necesita una identidad masculina para vivir como quiere. Como sus compañeros transexuales, elegirá un aspecto ambiguo, o también masculinizante.

Sin embargo, la conciencia del crack que su expresión supone en medio del Código de Género binario (una mujer de aspecto ambiguo o muy masculino que sin embargo no es lesbiana, sino que se ve atraída por los varones), puede empujar a esta persona a relaciones muy difíciles y al cálculo de lo que puede hacer para encontrar un mejor acomodo social.
Por lo poco que sé directamente de esta forma de transexualidad, esta forma de ser llevará con naturalidad al ambiente gay, donde también llegará con naturalidad a la hormonación y masculinización de su aspecto: barba, voz, musculatura…

Esta decisión no saldrá sin embargo de su interior, sino de un cálculo no compulsivo de sus posibilidades, concediendo la prioridad a sus impulsos andrófilos.

Las dificultades que se puedan suponer a priori para vivir como gay, se desvanecerán ante la complejidad de la sexualidad humana, que en la realidad práctica no es binaria.

El éxito de su transexualidad por orientación le llevará a desarrollar una identidad masculina secundaria, concretamente como gay.


TRANSEXUALIDAD POR TRAUMATISMO



Poco conocida, quizás frecuente pero no identificada en su especificidad por tender a confundirse con otras formas.

La defino como la desarrollada en la edad adulta a consecuencia de un trauma claramente visible, habiendo algunos antecedentes que permiten su confusión con otras formas.

No hay por tanto suficiente documentación para hablar de ella cuando no se ha experimentado personalmente, pero existe un espléndido relato autobiográfico, “Travelling”, de Kathy Dee, que permite estudiarla todavía hipotéticamente, puesto que a mi entender, describe una experiencia de esta clase.

Por otra parte, a lo largo de este estudio, hemos visto también algunos conceptos que podemos usar como herramientas conceptuales para analizar nuestras propias historias, si vienen al caso.

El elemento decisivo es la presencia de una frustración muy traumática, un hecho muy visible, que señala con toda claridad un antes y un después.

Antes, la persona que lo sufre ha podido vivir sin mayores problemas dentro de su género lineal, aunque puede haber algunos antecedentes de fantasías o travestismo. Después, desarrolla súbitamente una transexualidad compulsiva.

En la fase anterior de su vida, ha podido ser una persona XY que formó una identidad masculina primaria, que vivió como varón ginéfilo sin problemas, que se casó heterosexualmente y tuvo hijos, o una persona XX cuya identidad primaria fue femenina, que vivió como mujer andrófila sin problemas, que se casó heterosexualmente y tuvo hijos.

En los dos casos, pudo haber o no algunas fantasías más o menos reiterativas, del tipo “si yo fuera mujer” o “si yo fuera hombre” , e incluso algún travestismo ocasional o periódico por parte de la persona XY o la preferencia por ropas más bien masculinas por parte de la persona XX, pero nada que impida una vida fundamentalmente sin problemas dentro del género lineal. Obsérvese que he dicho que puede haber o no.

También puede haber o no cierto grado de hipo- o hiperandrogenia perceptible al análisis, pero no en forma muy definida. Como se deduce, en algunas historias puede no haber ninguna hipo- o hiperandrogenia perceptible. La persona XY puede ser incluso muy masculina de aspecto y la persona XX muy femenina.

El Test de los Reyes Magos, aplicado retrospectivamente, revelaría la preferencia por juguetes y juegos linealmente masculinos o femeninos.

La frustración traumática puede ser de muchas formas. Yo tengo identificadas sólo dos, en historias que me parecen de esta clase: o un fracaso heterosexual muy doloroso, sentido como profundamente humillante, que significa la pérdida de toda confianza en las propias posibilidades como hombre o como mujer; y el estrés igualmente sentido como definitivo ante las responsabilidades como hombre o como mujer, en un contexto muy binarista.

Otros traumas pueden ser posibles. En todos ellos, puede que la decisión sea tirar la toalla.

Entonces puede empezar un proceso transexual que las circunstancias traumáticas que lo han producido hacen compulsivo, precipitado, poco racional, a veces decidido de la noche al día.

¿Cómo se puede producir un cambio externo tan radical?

A mi entender, debe de tener antecedentes, que hipotéticamente sitúo en la falta o debilidad de la Fase Homoafectiva, en la que el dato de la identidad primaria se convierte en valor.

En “Travelling”, Kathy Dee cuenta que tenía una hermana mayor, profundamente valorada por su madre, que se la ponía continuamente como ejemplo. Cuando su hermana murió, el niño sintió que de alguna forma debía sustituirla, no como niña o adolescente, sino en los valores que representaba. No habla por otra parte de amigos o compañeros a los que él admirase o quisiese imitar.

Por tanto, aunque su identidad primaria fuese masculina, no parece que situase en ella un valor especial. Su valoración era precaria y estaba expuesta a cualquier contratiempo.

De hecho, el muchacho se travistió periódica y clandestinamente, aunque sin que ello afectase a su identidad ni a sus planes de vida. Pasando los años, el joven se enamoró profundamente y se casó heterosexualmente. Siguió travistiéndose en secreto como antes, pero sin ninguna consecuencia en su vida práctica.

El trauma llegó al volver inesperadamente una noche y descubrir a su esposa con un hombre con quien pensó que no podía competir en masculinidad.

Destrozado, profundamente humillado, esa misma noche decidió que sería transexual, abandonó su casa en Bélgica y se trasladó al cercano Hamburgo, donde empezó una vida en el trabajo sexual.

Se puede imaginar que una homoafectividad intensa, rica, fruto de emociones positivas, de historias estimulantes en compañía de otros amigos a quienes se quiere y se admira, que llenan el corazón, hubiera constituido esa barrera identitaria que ya se ha visto en la dinámica heterosexual, que preserva la identidad lineal de cualquier contingencia.

Pero si la experiencia homoafectiva fue más difusa e indefinida, se puede decir que su marca en la personalidad es menos profunda, y estos traumas pueden buscar una salida por encima de la identidad.

He señalado hasta ahora que lo que puede explicar el paso al proceso transexual puede ser cierta labilidad psicológica; también se puede pensar en un origen biológico, una ligera indefinición que no haya llegado siquiera a la conciencia, pero que resulte activa y perceptible en esas condiciones traumáticas, como una tinta invisible que reacciona y se puede leer.


Por cierto, que esta historia se puede parecer a otras de transexualidad feminizante por orientación ginéfila, pero se diferencia en que el factor que decide la transición no es la ginefilia, sino una frustración concreta y muy traumática.

En cuanto al estrés por las responsabilidades como hombre o como mujer, puede ser que en ocasiones se alcance una situación considerada como insoportable.

Puede ser también que muchas más veces, el simple travestimiento temporal, o el uso de prendas de género cruzado, se sienta como un alivio suficiente; pero que pueda llegar el momento en que el agobio sea tan fuerte que se desee compulsivamente un alivio mucho más definido.

Pienso, como ejemplo de lo primero, en la leyenda o la realidad de Edgar G. Hoover, jefe del FBI. Era un hombre muy masculino de aspecto y de hechos, muy duro, de quien se dice que, cuando se reunía con sus ayudantes más cercanos en su propia casa, para relajarse y pensar con mayor claridad en las discusiones, se ponía un vestido de noche y paseaba arriba y abajo fumando un puro.

Esta leyenda o esta realidad es útil porque ilustra el hecho del travestimiento como alivio del estrés. Permite situarse imaginariamente en una situación con menos responsabilidades y a partir de ello disminuye el agobio.

Edgar G. Hoover no fue transexual. Su éxito social, por otra parte, compensaría su estrés. Pero pueden imaginarse situaciones más duras en las que un estrés insoportable genere el deseo de un cambio radical de sexo.

Otras personas pueden abandonar sus trabajos y sus carreras profesionales e irse a vivir al campo. El factor decisivo en estos casos puede ser también si se ha vivido o no una Fase Homoafectiva definida. Hombres externamente tan viriles como Hoover pueden no haberla vivido y entonces la salida del estrés sería la transexualidad.

También supongo, hipotéticamente, que algunas personas XX pueden hacerse transexuales por una frustración simétrica.

La batería de herramientas que hemos visto me permite aventurar una descripción:

Personas XX ligeramente intersexuales (hiperandrogénicas); identidad femenina primaria; Test de los Reyes Magos suficientemente femenino; homoafectividad no muy definida aunque han soñado alguna vez con el “si yo fuera hombre”, común a muchas mujeres, que denota simplemente la conciencia de los privilegios masculinos; andrófilas; quizá casadas y con hijos, felizmente, pero quizá muy fracasadas en su matrimonio y progresivamente muy cansadas de su papel social, enfatizándose el “muy” hasta el punto de romper con su identidad y empezar una aventura transexual, entendida como un acto de libertad.

Puede ser que algún lector, transexual masculinizante, se reconozca en esta historia teórica.

Sin embargo, en unas y otras se recomienda prudencia. La frustración, el estrés, por dolorosos que sean, se alivian con el tiempo, especialmente si quien los padece se aleja de la fuente del dolor.

No conozco estudios de seguimiento sobre estas historias de transexualidad por frustración, ni siquiera descripciones de la misma. Pero es posible que, pasada la fase álgida del trauma, y la compulsividad de la reacción transexual, den lugar a muchos de los arrepentimientos por sus consecuencias sociales.

Se debe ser prudente en las decisiones, cuidar su reversibilidad, no dejarse llevar irreflexivamente por la compulsión. Todo esto es posible, incluso en los traumas más violentos. En estos procesos, el tiempo dirá de su estabilidad, que dependerá de la profundidad de experiencias y sentimientos.

Sólo cabe decir que, junto a los arrepentimientos, que pueden ser tristes, pero estar suficientemente motivados si no son compulsivos, puede haber también esa fase de desarrepentimiento o aceptación realista de la reacción transexual. Se abre a las personas transexuales por frustración un cálculo sereno de la propia realidad, una valoración de lo perdido y lo conseguido por la reacción transexual que permita una adaptación madurada a la realidad.

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