domingo, diciembre 17, 2006

Contratiempo





Hace unas semanas me pasó un pequeño desastre. Después de trece años, vengo entrando en los aseos de mujeres sin problemas y, sintiendo desde luego que ya no podría entrar en los de hombres, lo que me sería insoportable.

Pues hace esas semanas, al entrar en los de la cafetería de un Corte Inglés, una señora que estaba en la entrada me miró como espantada y me dijo, “No, los de hombres son esos otros”. La neutralicé con una sonrisa, aunque la angustia iba por dentro y, al ver que seguía adelante ella bajó los ojos como platos hasta que vio que llevaba falda, lo que le hizo cejar.

Supongo que, en el mejor de los casos, me tomaría por una extranjera grande y masculinota del Norte, una guiri.

El problema está en que he perdido la inocencia, respecto a mi entrada en el aseo-refugio. Ya me pasó lo mismo, en el de una parada de una linea de autobuses, cuando la mujer que la limpiaba intentó disuadirme, pero aquélla fue sólo la primera vez.

Pienso, desde luego, que tengo lo que busco. No se puede ir sin maquillar y con un chaquetón-guerrera que pide guerra y no encontrarla. Ahora, si la alternativa es volver a maquillarme, no.

Anoche pensé justamente que, si viviera con mi amigo, me gustaría que viviéramos como compañeros queridísimos, quiero decir, más que simples compañeros, incluso llevando yo en casa esos pantalones militares con tantos bolsillos que tanto me gustan; el compañero castrado (detalle esencial para mi equilibrio), pero compañero, no amante, ni desde luego esposa.

Por tanto, llevo falda sobre todo para decir que no soy un hombre como otro cualquiera. Ahora, si la gente me ve como un maricón o como una extranjera, una guiri, supergrande, me da igual.

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