miércoles, diciembre 27, 2006

Aftergay, aftertrans





No toda, pero gran parte de la experiencia homosexual o transexual (incluyendo sus diversos grados de intensidad, transvestista, transgenérica o transgenital) es una conducta obsesiva-compulsiva o parafílica, en la que la expresión se queda bloqueada una y mil veces en el mismo punto, repitiendo una nota, lo que remite a un trauma originario.

Como sucede en las parafilias y en las obsesiones-compulsiones, en esos casos hay en el fondo una base afectiva real, que sitúo en una frustración homoafectiva, sobre todo con el padre, pero también con los compañeros de edad durante la niñez.

Esta necesidad afectiva se convierte en los dos casos en una obsesión sobre el falo, como símbolo, que resulta común a homosexuales y transexuales, en los primeros para desearlo, los segundos para rechazarlo.

Deseamos o rechazamos por tanto lo que el falo representa, que es la homoafectividad, siempre necesaria y en nuestras vidas frustrada.

A partir de la pubertad, la experiencia se une con la presión genital, reforzándola con la excitación y la sexualización, a la vez que se pierde de vista la conciencia de la frustración originaria y se llega a prácticas reiterativas y aparentemente vacías (por la falta de conciencia de su significado), que culpabilizan y deprimen.

La única salida desde dentro de la persona homosexual-transexual, está en adquirir conciencia de la necesidad homoafectiva y en llegar a vivirla plenamente como homoafectividad y no como homosexualidad-transexualidad. Digo desde dentro, porque no toma en cuenta las valoraciones ajenas, casi siempre establecidas sobre los síntomas observables y no sobre las motivaciones, mucho más difíciles de comprender.

Sé que la necesidad, la carencia, la frustración es tan grande y está tan a flor de piel, que los homosexuales y transexuales que conozcan bien su propia historia, aceptarán este programa si lo ven posible.

La experiencia homoafectiva plena es necesaria para pasar en su momento el umbral de la experiencia heterosexual. Es preciso entender que hablo de relaciones heterosexuales, no del modo de vida heterosexual, no de la heterosexualidad como proceso específico y diferenciado.

Hablo también de una experiencia homoafectiva, que puede darse o no darse, y cuya plenitud es fácil que no se dé. (En mí, vino por medio de una relación de amistad íntima, no sexual, con homosexuales, que se dio primero de mis diecinueve a mis veinticuatro años, y que luego se ha repetido desde los cincuenta, hace ya quince años. Pudo faltar)

En el caso de los homosexuales, para llegar a la posibilidad de una relación heterosexual es preciso, primero, sentirse muy seguros, plenamente aceptados, valorados, integrados en el campo masculino que admiran, ser partícipes de la experiencia de la mutua admiración, cantarse a sí mismos.

En el caso de las transexuales, hace falta reconciliarse con la masculinidad, lo que es posible aunque parezca imposible a primera vista, si conseguimos encontrar un amigo que nos quiera y a quien admiremos, de manera que su cariño nos permita asumir, sin destrozarnos, nuestros llantos por nuestro padre o los compañeros de nuestra vida.

Admiración es la palabra en la que se centra la homoafectividad, el sentimiento del que tenemos más necesidad y del que sufrimos más la carencia, unos insistiendo en el deseo, otros rechazándolo todo y andando por otras tierras.

En el momento en que se establece una verdadera homoafectividad, a la edad que sea (lo sé por experiencia personal), es posible tranquilizarse (homosexuales) y aceptarse (transexuales) y pasar gradualmente o en cierta medida a la experiencia heterosexual.

Pero antes, el sentimiento y la alegría de tener buenos amigos y queridos compañeros tiene, primero, que haberse producido, y después, que haberse consolidado a través de los años.

Es preciso recordar que homosexualidad y transexualidad pueden ser defensas frente a terribles traumas reales y subsistentes, siempre presentes en la memoria, que no pueden ser anulados sin riesgo de desequilbrio y desmoronamiento de todo lo que vayamos consiguiendo.

Por eso, no habrá en nuestra memoria lo mismo que en la de los heterosexuales que no hayan vivido nuestra experiencia. No podemos convertirnos en heterosexuales porque nuestra historia es diferente de la de los heterosexuales, una imposibilidad metafísica, pero podemos encontrar en nuestra historia elementos que nos permitan una experiencia heterosexual a nuestra manera.

Nuestra evolución hará de nosotros posthomosexuales o postransexuales, pero no nohomosexuales o notransexuales.

Lo expresaremos de formas tales como la intensa relación con nuestros amigos, la facilidad del beso o la caricia, incluso la espontaneidad de la relación sexual con ellos, todas ellas vedadas o innecesarias en la heterosexualidad, o en el uso de ropas simbólicas, o arreglos explícitos, pero todas estas experiencias quedarán referidas a la necesidad de homoafectividad y gracias a ella, por medio de la plenitud de la homoafectividad, abrirán la puerta a relaciones heterosexuales más o menos avanzadas según las posibilidades personales (pueden reducirse a una convivencia amistosa) así como a un sentido de la identidad que incluya toda nuestra realidad.

La relación heterosexual, en nuestras historias, tiene que contar plenamente con la realidad de la fase de trauma (fase presente en la memoria, estrato innegable de nuestra formación afectiva), y la de la fase de respuesta homosexual o transexual, (igualmente presente y configuradora)

También tiene que contar con la necesidad de una experiencia homoafectiva, suficientemente intensa y persistente, lo que no es fácil, para que se pueda salir del bloqueo afectivo.

Veo que me queda por hablar de la verdadera ambigüedad orgánica en la que a veces se apoya la condición homosexual o la transexual (“terreno fértil”, de Harry Benjamin)

Pero no es la causa directa de nuestra condición, sino el desencadenante del trauma (rechazo, burlas)

Pero cuando los traumas son evitados o no existen, no surgirán estas condiciones. Cuando no hay necesidad de defenderse, no hay defensa.

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