viernes, julio 28, 2006

¿Quién soy yo?



(Esta noche me he visto roto, en pedazos incoherentes, por lo que respecta a mi identidad y orientación.

La necesidad de recomponer mi unidad, me ha hecho tener que pensar en los fundamentos de mi ser)


Soy un niño que nunca dudó de que lo fuera. Era tímido y muy sensitivo, pero sabía de qué lado estaba, distinto al de mi hermana Marita, que siempre estaba conmigo porque le llevo sólo quince meses.

Lo primero que pinté fueron tiras de pequeños caballos e indios, que mi padre vio y me parece que elogió. Leía tebeos del Guerrero del Antifaz y de Roberto Alcázar y Pedrín.

El primer chico al que admiré fue Walter, que vivía en el piso de arriba y era algo mayor que yo, que me parecía seguro y era dueño de algunas maravillas.

Cuando veraneamos en la playa, donde fui feliz, más que nunca en mi vida, me maravillaba el sentimiento de libertad que me daba el mar y pintaba incansablemente los minúsculos barquitos que casi no se veían en el horizonte; también me hacía yo barcos de corcho, con una caña y unos hilos.

En el cine del colegio, lloré viendo “Capitanes Intrépidos”, la historia de un pescador que trata paternalmente a un niño que ha recogido del mar y en quien me reconocía porque tenía el pelo negro y ondulado como yo y unos ojos muy grandes como los míos; también me identifiqué con “Kim de la India”, otro muchachillo cuyo nombre llevo.

Todos son recuerdos masculinos; ninguno que se pueda llamar femenino.

Amo profundamente a mi madre, porque era bellísima, más que cualquier actriz de Hollywood, y por su nombre la relaciono con Rita Hayworth, aunque es más guapa que ella.

En mi niñez, pensaba que mi padre quería a mi hermana y mi madre a mí, lo que me parecía bien repartido.

Leí por entonces también todos los libros de Salgari, entre ellos, “Los tigres de la Malasia” y “Sandokan”, llenos de la anchura del mar y de aventuras, mucho más emocionantes que los de Julio Verne.

En el mundo real, la llegada al colegio me había hundido, porque me parecía tosco y desapegado, como mis compañeros, que me negaron su afecto, lo que hizo que yo también se lo negara.

No me interesaba el fútbol que les absorbía y nuestro distanciamiento fue radical. Cuando llegó la pubertad, yo no quería ser como ellos. Por exclusión, por el vacío en que eso me dejaba, me obsesioné con las imágenes de mujeres que veía en las revistas de mis tías, quise ser como ellas para ser por fin digno de ser querido.

Lo centré todo en los genitales que rechacé, por feos y deformes, que me obligaban a estar donde yo no quería, lo que yo entendía como la masculinidad, pero que era sólo una forma de masculinidad.

Tenía que haber encontrado también una forma de vivir que expresara mi débil y difusa heterosexualidad, que no me ha permitido desear insistentemente, fuertemente, a alguna mujer; pero sé que es el impulso de fondo, que aflora tenuemente una y otra vez cuando miro a algunas muchachas, y no aflora, por más que lo intento, ante los hombres, ante quienes asumo sin embargo un sentimiento de compañerismo y ternura por quienes están excluidos de la masculinidad general como yo.

Ahora vivo como transexual pero eso no quiere decir en mi caso que sea una mujer. No lo soy. Pero a la vez he pensado que no puedo volver a ponerme pantalones, que estoy a gusto con falda, y también con haberme operado, pero que esto significa sólo que no soy un hombre como los otros y que quiero que todos lo vean y lo sepan. Soy en realidad un travesti y me gusta serlo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola!
Me llamo Aniel. He leido todos tus textos y su sinceridad e intimismo me han emocionado.
Soy transexual y me siento muy identificada con todo lo que has escrito, particularmente con este último texto. Mi etapa escolar fue parecida a la tuya, hasta que tuve la suerte de hacerme amiga de los chicos "raros" de la clase, esos que no solían jugar a deportes y preferían los juegos inventados, o unirse en una escalera apartada y contarse historias que hacían reir, o diseñar naves espaciales que nos moverían a lo largo del tiempo.
Yo estaba apuntada al comedor de la escuela, y mis amigos no. Esas horas eran de soledad pura, yo comingo. Creo que eso me hizo ser la persona imaginativa que soy en la actualidad, por ello no guardo rencor a la soledad, aunque sí cierto recelo.

Un besote.

Seguiré leyéndote.

Aniel
-aniel.ender@gmail.com