martes, abril 22, 2014

Sumisión condicional



  1. En mí hay un sentimiento muy de mujer, que es el que acabo de poner en el título. Es elemental y primitivo, no hay en él nada de ternura, aunque sí un cálculo de poder.

    Por él, me atraen los hombres muy poderosos, física y socialmente. Me los imagino grandes, digamos de tres metros, gruesos, digamos de unos trescientos kilos, calvos, con barba gris de unos diez días, que pinche, peludos en brazos, piernas, espaldas, hombros (me encantan los pelos), y temibles. 

    Es un sentimiento animal, que me hace temblar las piernas. Tienen que ser unos mafiosos, o unos asesinos, o unos guerreros mortales. Pero eso sí, que a mí me eximan de sus agresiones diarias. Que me quieran. Que se enternezcan por mí.

    Que yo sea una maravilla para ellos. Yo, con mis veintitrés años. Que me manden todo lo que quieran, pero que me adoren. Yo les ofreceré como contrapartida mi obediencia gentil, sonriente. Pero que me tengan al margen de todo daño.

    Que sean feroces con el mundo exterior, que muerdan y golpeen, pero que a mí me acaricien.

    Físicamente, acepto cambios. Que sea un hombre cincuentón, duro, con una pistola bajo la chaqueta. Bogart. Gángster o antigángster. Que huela todos los días el peligro y el miedo.

    Y que se acueste conmigo todas las noches, palpando la seda, en un refugio.

    Yo no creo que llegue a quererlos, pero sí los admiraré. 

    Me sentiré orgullosa de que me hayan elegido.

    Y tranquila de que estén conmigo. 

    Por cierto, no sentiría nada de eso con una mujer. 

    Demasiado poco fuerte para mí.

    Demasiada poca masa.

    Las manos demasiado pequeñas. 

    Aunque sea dura. Pero la dureza de una mujer está demasiado cruda y seca.

    Es antipática, y ya está. No hay más misterio.

    Ésos dejan secos a otros, te dejan seca a ti si les pillas en mal sitio, pero después se deshacen contigo y son blandos, es decir cariñosos, mientras te envuelven en sus brazos, mientras te besan con sus labios gruesos, mojados y calientes.

    Me parece que son muchas las mujeres que se reconocen en esto. Los hombres, no. Cuando son sumisos, les gustan las mujeres, las dominatrix, no sé por que, y en esto hay una especie de juego que impide tomarlo en serio.

    Lo que digo yo es más serio, más natural y biótico.

    Hablo de sumisión, pero es condicional. El hombre fuerte debe crear un espacio protegido en torno a mí. Duro para los otros, pero blando frente a mí. Es decir, debe crear un círculo seguro en torno a mí.

    Yo debo ser joven, bella, atractiva. Ésta debe ser la razón primera por la que él se maraville al verme, me quite todos los peligros, no se atreva casi a tocarme. Que me respete infinitamente por mi belleza y mi gracia.

    Esto responde en mi mente a la estructura biótica de una hembra animal, de las que tienen madrigueras (madri-gueras: de madre, como matri-monio)

    Necesita un espacio seguro y limpio para parir y criar a sus hijos. 

    Necesita un macho terrible, que a ser posible, con sus aullidos ahuyente todo peligro. Segura, en terreno propio.

    Pero yo soy humana, soy transexual, no he tenido hijos. 

    Sí, pero una parte de mis estructuras mentales son de hembra animal.

    Como estoy haciendo ver, la sumisión es condicional. De hecho, ella es la que le da permiso al macho para que se venga con ella. Ella se puede ir.

    Esta tendencia, como de costumbre, la estropeamos los humanos. La sumisión islámica de la mujer es que es el hombre quien elige, no ella. Puede verse sometida, sin remedio. Ella no puede irse, por lo menos en la práctica. ¿A dónde? No sin mis hijos.

    Yo también lo habría tenido difícil en la práctica. Si con veintités años, siendo ya bella, una mujer, teniendo una piel perfumada de forma natural, como la tenía, me hubiera encontrado un hombre duro de los que me hacen temblar las corvas, y sabiendo lo que ahora sé, me hubiera dicho:

    “¡Alto ahí! Te desea, ¿pero estás segura de que te quiere? ¿Y si es un bruto, que nunca va a entender nada, que siempre va a hacerte sufrir?”

    Por tener la experiencia, me hubiera ido con él, pero dispuesta siempre a irme en cuanto me hartara.

    Me parece que la mayor parte de las mujeres entienden lo que estoy diciendo. La mayoría son sumisas condicionales, aunque la primera palabra de esta afirmación no se pueda decir hoy con corrección política.

    No encuentro estadísticas de la posición de las mujeres en el continuo dominancia/sumisión, en un medio ambiente real; pero entre las mujeres heteras que lo ponen en práctica como fantasía, un 89% preferían un rol sumiso, prefiriendo también un varón dominante, mientras que, de los varones heteros, un 71% preferían un rol dominante.

    Para avalar la fuerza de estos datos, voy a citar debidamente su fuente, en una revista científica de sexología del mayor prestigio: Ernulf, Kurt E.; Innala, Sune M. (1995). “Sexual bondage: A review and unobtrusive investigation”. Archives of Sexual Behavior 24 (6)

    Muchas mujeres –y para esto yo soy mujer-, tenemos una parte de sumisión, porque nos gusta sentir la fuerza y el poderío –físico, económico, social-, de un varón. 

    Esta sumisión es condicional, porque ese poderío debe estar a nuestro servicio, como un don, debe crear ese espacio seguro, y si nos hace daño, ya entramos en otra cosa.

    Es funcional, porque todo ello debe servir para que nuestros hijos se críen debidamente.

    “¡Quiero que sea el padre de mis hijos!” “¡Quiero que seas la madre de mis hijos!”, llegan a decirse, y esa frase está llena de connotaciones de vida diaria, gris, tierna, la casa como una incubadora llena de niños, los chillidos y los alborotos de los niños, las imágenes de nuestra infancia revividas ahora en nuestros niños, las meriendas, la esperanza, la rutina, tranquila, dulce, hermosa…

    ¡Qué diez años más maravillosos, al servicio de una vida que recomienza!

    Yo no lo he vivido, pero puedo pensar en eso.

    Todo lo instintivo es funcional. Por eso, la rutina de la mujer consiste en desafiar al varón. Chincharle continuamente. En realidad, lo está poniendo a prueba, comprobando su dureza como futuro padre de sus hijos.

    Y la tenacidad de su ternura junto a ella.

    Si el varón se deja engatusar por las ideas políticamente correctas, y cede ante tan continuo desafío, por ser amable con ella, probablemente acabarán hartándose el uno del otro. 

    Y si ella ve que él cede, que la decepciona, seguramente seguirá repitiendo, ya angustiada,el mismo movimiento: chincharle, provocarle, para que alguna vez, de pronto, él no ceda. 

    Ni en lo uno, ni en lo otro. Ni en la firmeza frente al mundo objetivo, ni en la ternura en las relaciones subjetivas.

    Las trans, en nuestras relaciones con los hombres –para mí, teóricas- no solemos estar tan seguras de nosotras mismas como para provocarles. Nuestro principal sentimiento cuando alguno se fija en nosotras puede ser el agradecimiento y la servicialidad. 

    Esto también es funcional para nosotras. Cuando llega a nuestro lado un hombre cansado de relaciones tempestuosas con otras mujeres, suele quedarse atónito al comprobar la paz que respira junto a una mujer transexual, que le permite dormir tranquilo, sin desafíos ni comprobaciones.

    Para nosotras suele ser suficiente saber que es un hombre junto a una trans.

    Y así pueden construirse relaciones firmes y duraderas.

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