martes, febrero 22, 2011

Mirando hacia atrás y hacia delante




Escribo el balance de mi transexualidad de dos maneras. La primera es la que escribí hace varios días; estaba triste; es una forma triste de ver mi pasado; parece sólida, porque es convencional, corresponde a lo que estamos acostumbrados a pensar; la escribía desahogándome, era sincera, pero correspondía al estado de ánimo que me producen las convicciones todavía generalizadas sobre el sexo: que debe ser bien definido, que no debe ser ambiguo (¡incluso en las personas transexuales, cruzado, pero definido!) A medida que escribía, pensaba que esto era demasiado pesimista, que no nos ofrecía esperanza. Quería terminar con palabras de esperanza. No las encontraba. Es que en la versión tradicional del sexo no la hay.

Hoy, por fin, me acordé de lo que yo pienso, pero todavía no vemos, y por tanto se me olvida: que la realidad es que hay personas definidas e indefinidas y que, cuando toda la sociedad lo comprenda y lo respete, el resultado será mucho más fluido de lo que imaginamos. Ahora mismo, la transexualidad es extrema y compulsiva, porque la sociedad nos hace a todos extremos y compulsivos al no admitir la existencia de la ambigüedad. Cuando la admita verdaderamente, veremos nacer actitudes blandas, fluidas, adaptables.

Pongo aquí los dos textos, para ejemplificar la diferencia. Me da pena haber puesto hace unos días sólo el primero; le habrá dolido a las personas transexuales que lo hayan leído y sólo puedo alegar que era muy sincera y que necesitaba ser sincera; la base de la escritura es la sinceridad; para no ser tan negativa, intenté ponerle alegría y no lo conseguí.

Pero lo que veo ahora, en el segundo texto, es a la vez alegre y sincero.

(El texto del pasado)

Cuando ahora hago balance, me parece que hubiera sido mejor definido sexualmente. Sé que para mí, habiendo tenido mi madre que someterse a medicación de estrógenos para tenerme, la alternativa real hubiera sido no nacer, y esta reflexión es suficiente para responder a cualquier pregunta sobre mi condición. Pero si en el futuro fuera posible detectar y corregir la excesiva acentuación de la hipoandrogenia prenatal, responsable de mi transexualidad, yo lo apoyaría, porque me ha hecho sufrir demasiado, y no sólo socialmente, sino íntimamente, privándome de alegrías que las otras personas conocen.

Mi sexualidad es un desastre. Empecé pensando que tenían que atraerme las mujeres; me gustaban, pero no las deseaba. Esto quedó, naturalmente, en poco o nada. Poco después me empeñé en que tenían que gustarme los hombres, a los que en realidad rechazaba. Confundí amistad, ternura y deseo, pero lo he intentado una y otra vez, toda mi vida.

Mi estructura sexual es la de un heterosexual insuficiente. Le echo la culpa a la demasiado escasa definición cerebral que, a la vez, me salvó la vida. He encontrado a veces un empuje hacia la sumisión que se parece a la heterosexualidad femenina. Pero no llega a ser amoroso, se queda en parafilia.

Durante casi toda mi vida adulta, mi difusa inclinación hacia la mujer, estalló a solas en una Fascinación por la Imagen de la Mujer en el Espejo (la escribo con mayúsculas porque está bien identificada), que se llama también autoginefilia y es uno (uno) de los fundamentos de la transexualidad. Pero me avergonzaba, porque no me parecía un sentimiento femenino. Desapareció cuando empecé a hormonarme, y no lo eché de menos.

Desde que llegué a la pubertad, en cambio, desapareció también mi antigua condescendencia, casi ternura distraída, hacia mis genitales impúberes, bajo una piel clara, que sabía sólo que me servían para hacer pis. Una fimosis me los mostró feos. Y la pubertad, feísimos, extraños, postizos, incomprensibles. Simplemente, no correspondían con lo que mi cerebro estaba preparado para entender.

Hubiera querido que permanecieran en estado impúber. Puesto que no fue posible, he deseado y ha sido bueno extirpármelos. Ciertamente esto me ha dado bienestar y estabilidad. Y lo que puedo querer para mí, lo puedo querer para otras personas que son como yo. Una adaptación personal, un remedio in extremis.

Éste es el balance de mi sexualidad, que me ha dejado sin poder amar ni desear a nadie, y también sin hijos. No ha hecho de mí una mujer; soy un hombre menos cuarto, ni siquiera tres cuartos de mujer.

Pero tengo que defender el derecho a ser como soy, porque no puedo ser de otra manera, y a ser respetada tal como soy, porque ese respeto se debe basar también en el dolor que he sufrido. Las personas transexuales no somos seres frívolos; somos personas que intentamos adaptarnos a una condición que nos encontramos al nacer.

También estoy contenta de haber abierto la Seguridad Social para nuestras cirugías en España, porque esas cirugías suponen un alivio verdadero. Y recientemente, de haber llegado a la noción del No-binario de sexogénero que puede hacer que muchas personas descubran que no tienen que definirse tanto, o que la cirugía no las define tanto; que pueden ser transexuales y tener hijos, como Thomas Beatie, etcétera

El Orgullo GLBT tiene sentido para mí. Estoy orgullosa de haber sido fiel a mí misma, hasta el punto de romper los miedos sociales y llegar al quirófano que (yo) necesitaba; y ahora, por afirmar que todo eso no me hace mujer (a mí) o sólo una cuarta parte de mujer. Estoy también orgullosa de haber sobrevivido a quienes entienden la diferencia como motivo de burla y de opresión, sin pensar en los motivos de la diferencia.

Es decir, creo que, pese a mis constantes sentimientos de culpa, he gestionado aceptablemente la transexualidad en la que me encuentro como un hecho, aunque me parece que hubiera sido mejor no ser transexual.

(El texto del presente y del futuro)

Cuando ahora hago balance, me parece que hubiera sido mejor nacer en una sociedad que no hubiera exigido de mí definirme como hombre o como mujer; quizá, indefinido en un mundo de definidos y de indefinidos, hubiera amado y hubiera tenido hijos; hubiera amado, la palabra más grande para mí; hubiera tenido hijos, que habrían fluido con naturalidad de mi cuerpo como nacen las flores de las plantas

He nacido como persona ambigua y eso es bueno, porque la ambigüedad acentúa la sensibilidad en las personas XY y la asertividad en las personas XX, una variedad benéfica para la especie, pero he vivido en un mundo que no reconocía nuestra ambigüedad, lo que me ha dejado sin amor y sin hijos

Sé que para mí, habiendo tenido mi madre que someterse a medicación de estrógenos para tenerme, la alternativa real hubiera sido no nacer, y esta reflexión es suficiente para responder a cualquier pregunta sobre mi condición. Pero no me puedo casi imaginar un mundo en el que fuera normal que yo fuera como soy. En el que las mujeres no esperaran de mí que me comportase como un hombre, y eso fuera normal, y los varones no exigieran de mí una conducta de varón.

Las mujeres me agradaban, pero no las deseaba. Quise buscar novia, pero naturalmente no la encontré, siempre descubría un pretexto para alejarme. Pero me imagino ahora que yo hubiera podido ver reconocida mi ambigüedad vistiendo por ejemplo un vestido un poco soso como los de mi amiga Lorelei, que era alemana. Hubiéramos sido casi dos versiones del mismo ser. ¿Con qué naturalidad hubiera fluido nuestra amistad, si nadie esperase de mí que fuera un hombre?

Hubiéramos ido juntas al cine. Nos hubiéramos cogido las manos ¿No podríamos habernos casado? ¿No podríamos haber tenido hijos?

Sobre los hombres. Sabía que era diferente. Pero tenía que sentirlo calladamente, en silencio. Externamente, se suponía que era como ellos. La diferencia se tornaba inquina, aborrecimiento. ¿Cómo hubiera sido si, desde el primer momento, hubiera yo sabido que tenía el derecho de ser diferente? Los hubiera visto con curiosidad, como desde el otro lado de un cristal, hasta con admiración, con ternura y afecto, como se puede ver a los diferentes. Ojalá ellos también supieran que yo era diferente y me respetaran por ello, como una rara flor.

Quizá no hubiera aborrecido lo que me hacía semejante a ellos, los genitales. Quizá no hubiera sentido el apremio de liberarme de ellos, Quizá no hubiera tenido que operarme, simplemente, porque contase con que en mi documentación figurase un nombre ambiguo, que podría ser Kim, y una mención del sexo que dijera A, ambiguo, por ejemplo.

Quizá hubiera sido suficiente la ropa para proclamar mi ambigüedad. Ropa ambigua, que fuera entendida y respetada como ambigua, Seguramente, faldas ambiguas. Quizá una estética, unos cosméticos. Una consideración social. Unos hijos que pudieran estar orgullosos de que su padre fuera ambiguo.

5 comentarios:

Ángela Yi dijo...

Sí, Kim!, ahora está infinitamente mejor...

Por cierto, hijos que estén orgullosos de su padre, es algo muy difícil de encontrar... que l@ quieran y l@ hayan querido siempre, eso es otra cosa; pero, casi por definición, los padres siempre defraudan a sus hijos...

Muchos besos!

Kagu dijo...

Me quedé muy pensativo con la entrada "triste" y estuve dándole vueltas a ver qué te podía decir (¡la negatividad se contagia!). Hoy por fin había dado con la respuesta adecuada, pero cuando he entrado, ya la habías escrito tú.

Kim Pérez dijo...

Gracias, Ángela, por tu estímulo!

Si yo pienso en mi padre, soy muy consciente de sus defectos; sin embargo, estoy orgullosa de él, siempre lo he estado y cada día más.

Ambos sentimientos son compatibles, coexisten en todos, porque son un juicio adecuado sobre la condición humana.

Kim

Kim Pérez dijo...

Querido Kagu,

Ángela y tú habíais leído la parte negativa y, como dices, la negatividad se contagia ipso facto. Me alegro de haber acertado a equilibrarla y siento el rato que te he tenido contagiado... y quizá a otras personas.

A veces pienso que, por eso, hay que tragarse la negatividad, para no cargar a nadie mientras dura.

Otras veces, me decido a ser sincera y desahogarme, llorando ante mis amigos, con la esperanza de que ellos lloren conmigo... Pero procurando no quedarse en el llanto, sino reaccionando...

De modo que el ideal sería: llanto y reacción.

Kim

Ángela Yi dijo...

De nada, Kim! Tú sí que me estimulas a mí!

Me quedo con la segunda reacción que describes, no creo que sea nada bueno quedarse la negatividad dentro. Es mejor desahogarse y compartirla con quien te quiere.

La vida también son sombras y penas, querer compartir solo lo fantástico y rosita, es falsear la amistad, hacerla una pantomima, porque la vida no es así.

Yo quiero tener con quien compartir cuando estoy bien y cuando estoy mal; solo lo malo es peor que solo lo bueno, pero es menos infantil (lo malo suele ser más abundante... por eso mola tanto cuando llega lo bueno!!)

Si tienes que ser "negrísim@", ¡selo!; para eso sirve escribir, para expresar el sentimiento, y al hacerlo, quizá superarlo.

"¡A mí no me vengas con penas!", ¡menuda estupidez!

Muchos besos!