Por Kim Pérez
Hace más de un siglo que reflexionamos acerca de la variedad de la sexualidad.
Antes, por un platonismo asumido por el cristianismo, se negó el cuerpo y se afirmó la conciencia desnuda; toda la sexualidad quedaba bajo sospecha, y hasta el matrimonio era un mal menor, frente al ideal de la castidad perfecta.
Por tanto, cualquier divergencia de lo tolerado era un vicio o un crimen, que se castigaba hasta con la hoguera.
En el siglo XIX, un paso movió las aguas: los divergentes fueron considerados enfermos, dignos por lo menos de atención, respeto y cuidados. En vez de sodomía, se habló de inversión o de homosexualidad. Se distinguió entre los “invertidos” a los homosexuales de los transexuales.
Como patología, sin embargo quedaba abierto el paso a la terapia y al intento de curación incluso autoritaria.
A mediados del siglo XX, se comprendió que la homosexualidad era natural, lo que empezaba a liberarla de la patologización. Pero la transexualidad quedó atrapada dentro de la patología porque nos convenía a las personas transexuales: era la única manera de conseguir la atención médica que tanto necesitábamos.
A fines del siglo XX, hace nada, la Teoría Queer planteó que no existe homosexualidad ni heterosexualidad; las personas tienen prácticas homosexuales, heterosexuales o ambas, y pueden pasar de unas a otras, que son formas variadas de la expresión sexual.
Mientras tanto, descubrimos que la visión tradicional de la sexualidad era binarista (hombres y mujeres, masculinidad y feminidad, todo bien separado) e irreal; ahora emergía el no-binarismo de género e incluso de sexo, con la fuerza de la realidad: no hay sólo masculinidad y feminidad, no hay sólo hombres y mujeres, hay una infinidad de formas intermedias, intergenéricas, intersexuales, y todo es natural.
Se diluyen con estos conceptos los de heterosexualidad y homosexualidad y hasta el de transexualidad.
Todos dejan de ser círculos cerrados y se convierten en prácticas abiertas, dirigidas por el deseo/necesidad y la experimentación.
El deseo profundo no es caprichoso, sino que está movido por profundas estructuras de necesidad. La experimentación puede ser un juego, pero es mucho más cuando responde a esa necesidad. Lo mismo es el deseo/necesidad de tener hijos y criarlos, que el deseo/necesidad de los distintos o de los iguales, o el deseo/necesidad del cambio de género o el de sexo.
Estos dos últimos, el deseo/necesidad transexual, no es sólo de las personas que hoy somos llamadas transexuales, sino de todas las que alguna vez han deseado ser del otro sexo, o de ningún sexo. La necesidad a la que responde es la mejor adaptación mutua entre las personas individuales y el sistema sexogénero.
Éste es siempre humano, conceptual, por lo que la inadaptación se debe a las inadecuaciones del sistema sexogénero a la realidad.
Por eso, el deseo/necesidad transexual instaura un diálogo personal con el sistema sexogénero que se potencia inmensamente cuando alcanza dimensión colectiva, de conciencia literaria (“Orlando”) y especialmente de militancia.
Los resultados personales de este diálogo pueden llegar a formas como la integración plena en los actuales estereotipos de sexogénero (aunque no es estereotípica la adscripción voluntaria a ellos) o la ambigüedad, ya muy generalizada entre muchísimas mujeres-binarias y algunos hombres-binarios; o el cambio de género (el más difícil, público) sin cambio de sexo (íntimo), o el cambio de sexo sin cambio de género (cuando no hay más remedio por las obligaciones laborales o familiares); o creando formas nuevas, como hoy sólo se atreven a hacer las tribus urbanas.
Partiendo del deseo/necesidad, algunas de estas formas necesitan de una ayuda endocrina o quirúrgica para alcanzar el bienestar que el actual sistema sexogénero niega; pero no será por atender a una patología, sino a ese deseo/necesidad profundamente arraigado en la persona, como, en menor medida, en todas las personas.
4 comentarios:
Hola, Kim. Me gustó mucho este artículo, muy especialmente la conclusión: se trata de atender la satisfacción de un deseo/necesidad, y no de pretender la curación de una patología o enfermedad.
En el caso de las distintas alternativas a la 'maternidad/paternidad biológica o natural' se puede observar claramente cómo todos los adelantos han ido en la dirección de satisfacer ese deseo, sin 'patologizar' a la persona.
Pues bien, en la transexualidad y en todo lo relacionado con el sistema sexo-género, también debe ser así.
Un saludo.
De acuerdo, Kim, en el resumen histórico... pero olvidas el sufrimiento "clínicamente significativo" y la profunda desadaptación social que pueden llevar hasta el suicidio.
Comparar el deseo sexual por otras personas con el anhelo del transexual por un mínimo de felicidad, no me parece acertado...
Por otra parte, es terriblemente peligroso, pues podría extender la idea en la sociedad de que no hay justificación para los gastos, exiguos, que "cargamos" sobre los impuestos de todos (también los nuestros).
Sé que sabes la espantosa desesperación que sentiríamos muchas personas trans (no todas) si desaparecieran las prestaciones sanitarias (¡Al fin y al cabo, si se puede comparar con un "calentón", qué se den una ducha fría!!!!).
Muchos besos!!
Hola, Basilio!
Me alegra y te agradezco mucho que te hayas pasado por este blog.
El deseo/necesidad es una de las estructuras básicas de la vida, formada por él desde la alimentación hasta, en los humanos, el ansia de identidad.
Quizá por eso esté siendo respetado por la cultura actual.
Un abrazo y el recuerdo afectuoso a unas horas de militancia!
Kim
Querida Ángela,
al leer tu comentario me he ido a ver el texto preguntándome "¿yo he dicho eso?".
Veo que el problema está en la palabra "deseo" que, en efecto, puede ser entendida como algo caprichoso o veleidoso, aunque digo que en este caso no lo es, lo adjetivo como "profundo", etc
Para no dar lugar a este equívoco, lo llamaré en todas partes deseo/necesidad, como al final.
Con cariño,
Kim
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