lunes, octubre 05, 2009

Quinta parte


FORMAS DE EXPRESIÓN INDUMENTARIAS


GUIÓN. El vestirse, como liberación. Extremas reglas del Código de Género binarista. La ropa de mujer ya no es binarista. La falda como única prenda no unisex. Pero existen conjuntos difusos de ropa de hombre y de mujer. El desafío feminizante de salir a la calle con ropa de mujer y afrontar el estigma que crea el Código de Género. La ropa no expresa sólo identidad, sino también deseo. El deseo feminizante. El deseo masculinizante. Las agresiones binaristas. La ropa no-binarista. El llamado test de la vida real. Errores y alternativas.



Desde que en el Paleolítico Superior, o fase de la caza organizada, tuvimos cueros y pieles para vestirnos; desde que en el Neolítico, o revolución agrícola, dispusimos de tejidos, los humanos nos hemos vestido.

Las ropas liberan de la carga de la apariencia corporal inmediata y por eso son el fundamento principal del transgénero. Vestir de mujer o vestir de hombre se convierte en el criterio práctico fundamental para definir la pertenencia a uno de los dos conjuntos binarios clasificados como mujeres y hombres.

Por eso, el Código de Género binarista ha extremado la diferenciación de lo que pueden llevar las personas clasificadas como mujeres y las personas clasificadas como hombres. En el siglo XIX, momento de mayor auge del binarismo, las diferencias eran máximas, desde los complejos vestidos de falda larga y polisón hasta los austeros ternos o los vistosos uniformes. Esto ha sido tan fundamental, que el Código de Género pasó en este punto en muchas naciones de lo consuetudinario a lo escrito, castigando con la cárcel a quien fuera lo bastante valiente como para infringir la norma.

En el siglo XX y lo que llevamos del XXI la ropa de las personas clasificadas como mujeres se ha transformado espectacularmente abandonando de hecho cualquier binarismo, a la vez que se han extendido las ropas unisex, especialmente las deportivas. Por las mañanas, al ver la entrada y salida de los institutos de enseñanza es sorprendente ver la proporción de las personas que llegan o salen con ropas indiferenciadas como los chándales. O en cualquier competición deportiva.

Naturalmente, el efecto de estos cambios ha sido disminuir mucho la fuerza como significante de género de mucha de la ropa que llevamos. Una persona que quiera expresar su situación intergenérica, deberá usar otras señales para hacerlos. Entre ellas, las más fuertes actualmente son las cosméticas y de su arreglo. El Código de Género sigue siendo inflexible en cuanto a la pintura facial, que es para las personas clasificadas como mujeres y no como hombres. La longitud del pelo es ambigua, pero hay ciertos peinados inequívocamente femeninos (no hay inequívocamente masculinos) Quien quiera expresar su transición de género, o su situación intergenérica, tendrá que recurrir a estas señales.

Hay una única prenda que se mantiene fuera del sistema unisex: la falda (fuera de los kilt escoceses o de las largas túnicas usuales para los hombres en algunos pueblos africanos y asiáticos) Una persona XY que se pone falda, se sitúa sólo con ello en el ámbito feminizante.

Pero no; todas estas consideraciones no deben oscurecer el hecho de que sigue habiendo ropa de hombre y ropa de mujer, que ambas estás suficientemente diferenciadas, aunque más sutilmente que en tiempos anteriores, por lo que constituyen buenos ejemplos de conjuntos difusos, más identificables en el centro, más indefinidos en los bordes, como se puede comprobar con sólo mirar a nuestro alrededor.

La razón de que exista y siga existiendo esta diferenciación es que no sólo tiene que ver con la identidad, sino con el deseo. Nos vestimos como hombres o como mujeres también para definir mejor nuestro atractivo, para amar nuestra propia imagen y para ganar el amor o el deseo de otras personas.

Estoy entrando así en uno de los motivos más profundos de la transexualidad: no poder amarse a sí misma o sí mismo dentro del sexo de origen, no querer ser amada o amado dentro de ese sexo, ansiar ser amada o amado dentro del otro.

Para conseguir todo esto, recurrimos a la ropa. Es verdad que, en líneas generales, hay ropa de hombre y ropa de mujer, y que ésta tiene que parecernos grata a cada cual y también ser atractiva para los demás. La ropa de hombre suele enfatizar la seriedad, la autoridad, con sus colores sobrios; algunas prendas subrayan la musculatura; la ropa de mujer juega con los colores llamativos, el ceñido de las líneas, lo que se descubre y lo que se cubre. Todo ello, en unos y otras, está diciendo en el fondo: “¡Deséame!”

Cuando un hombre, cuando una mujer se viste para salir a la calle, cuando elige su ropa en la tienda, está pensando casi sin pensarlo en ser atractivo.

Cuando hace esto una persona transexual, está pensando en lo mismo, porque ya sabemos que su motivación primera está en ser deseado o deseada como quiere serlo. Para una mujer trans, salir a la calle y ser mirada con admiración y deseo, es lo que nos hace soñar; al menos soñar y sentir que vivimos. Sentimos que nos ajustamos a la realidad, no sólo a la realidad que es sino a la que puede ser.



Por eso, vestirse por primera vez de mujer, para una persona feminizante, y salir a la calle como mujer, suele ser un momento de conmoción y verdaderamente transcendental, en el que hace falta recurrir a todo el valor de que se disponga, pero todas las fuerzas de la vida empujan para tener ese valor.

Pero hace falta asumir que muchas personas feminizantes tenemos problemas con nuestra imagen como mujeres y sin embargo deseamos con todas nuestras fuerzas ser por lo menos atractivas. Hay muchas maneras de conseguirlo, a partir de nuestra propia realidad, no intentando negar los hechos. La estética más fuerte es audacia y no convencionalidad. La percepción, la creación pueden llevar a mil formas agradables o brillantes, que supongan para nosotras la materialización por fin de nuestra imagen, el hallazgo de la forma en la que reconocernos, que exprese lo que sentimos y vivimos desde nuestra niñez, adolescencia, juventud, esa suma de visiones y aspiraciones personales que ahora podemos hacer visible para nosotras y para los demás. La expresión de nuestros sentimientos y sensaciones, no la expresión de ninguna otra persona.


El equivalente para una persona masculinizante no está en las prendas de la vida diaria, dada la intensa masculinización de la ropa válida para las personas clasificadas como mujeres, sino en el punto de llegada que todas estas prendas confirman. Verse a sí mismo, admirarse a sí mismo entre los hombres, en el lugar de los hombres, en el espacio de poder y respeto conseguido por los hombres, en la consideración como hombre, es lo que puede despertar su sentido del aprecio de sí mismo.

La frecuente aspiración de los hombres trans a ser “un hombre gris”, mencionada en la escuela de Lacan, un hombre indistinguible de cualquier otro, puede indicar esa valoración del estatus masculino colectivo, del que cualquier varón participa, por contraposición al estatus tradicional de la mujer, claramente devaluado y por tanto no valorado.

Ésa es la contraparte del deseo feminizante: mientras que aquí predomina el ansia de ser valorada personalmente, en el deseo masculinizante se observa el ansia de la integración en el colectivo masculino.

Pero en muchos hombres trans cuenta también el deseo. Quieren ser atractivos, y precisamente como hombres, para las mujeres o los hombres que ellos mismos desean, y saben lo que tienen que hacer con su indumento para serlo.

Pretenden una impresión de conjunto, que entre claramente en el centro del actual conjunto difuso de la ropa masculina. Lo masculino es la insistencia en ciertos temas cuya acumulación sea inequívoca. Pantalones, camisas, chaquetas, corte de pelo, etc cuyo resultado final transmita claramente lo que se quiere transmitir.


Todo ello, junto, tiene carácter de declaración pública y requerir igualmente valor y decisión.

El efecto formal parece a primera vista de un binarismo extremo, muy semejante al de los varones más conservadores, pero bajo las apariencias, la realidad material es no-binarista. Permite la comprensión de que existe una masculinidad cultural o una intersexualidad masculinizante que entran plenamente en el conjunto difuso de la masculinidad.

En este esfuerzo por la transición, es preciso reconocer todo el mérito de las personas feminizantes, porque al vestir como mujeres se enfrentan en mayor medida al estigma infligido por el Código de Género. Es sabido que esto se debe a que el Código de Género vigente no sólo es binarista, sino que de hecho sigue jerarquizando el binario. Para una persona XY, la consideración binarista supone un descenso; para una persona XX, un ascenso. La mujer suele ser más baja y menos musculosa; que una trans feminizante sea alta y fuerte, parece un desperdicio; que un trans masculinizante haga pesas, resulta natural y encomiable.

Estos cambios son entendidos como voluntarios, y por tanto, la feminización se considera humillante o ridícula, mientras que la masculinización es meritoria. “¡Cómo se puede querer ser mujer!”, o “No quiere ser mujer, como es natural”, son los juicios que están sin decirse detrás de estas actitudes automáticas. Sólo tener claro este contexto social, puede liberar a la persona feminizante del peso de un estigma creado por el Código de Género.

Que sigue siendo también real: acoso en la calle, burlas y sarcasmos, miradas desaprobatorias, insultos, agresiones, que en algunos pueblos pueden llegar al asesinato, es lo que forma la experiencia de cualquier persona feminizante. Acostumbrarse a ir soportando miradas fijas y hostiles por la calle, a ver a un padre señalándote con irrisión ante sus hijos, a esquivar los grupos de adolescentes o de hombres solos, a mirar a izquierda y derecha en según qué calles, a soportar las burlas de los chiquillos, y en circunstancias más duras, habituarte a los arrestos policiales, cuando no a las violaciones u otros abusos, o a salir a la calle con miedo a morir por ese sólo hecho y rogar, como es el caso real, sólo por perderle el miedo a esa muerte, todo eso forma parte del heroísmo diario e insospechado con el que tenemos que vivir las personas feminizantes.

Su causa denuncia claramente que la población en general sigue siendo binarista y hasta fanáticamente binarista. Cualquier transición se sigue viendo como una transgresión del orden natural (y no del cultural) que merece por lo menos la burla, el ostracismo y la marginación y en la práctica, en ciertas condiciones sociales, hasta la muerte.

Sólo cabe pensar, y quizá decir, cuando es preciso enfrentarse a tales valentones: “Soy más valiente que tú”.

Pero ante esta realidad social, todavía vigente con fuerza, es comprensible que quienes pueden, quieran vestir de mujer de la manera más convencional y definida que les sea posible. Pasar desapercibida por la calle, no digamos ser atractiva, se convierte en una garantía de tranquilidad. Hace tiempo que observé que el binarismo más intenso, el machismo más consciente, se rendía ante el atractivo de Bibiana Fernández, incluso antes de operarse.

Pero para quienes no tenemos la suerte de tener una apariencia definidamente femenina, es más conveniente también definir nuestra ropa que dejarla indefinida.

O seguimos vistiendo con ropa de hombres, atenuando más o menos las convenciones, o si llegamos a cruzar la raya dando alguna señal significativa, más vale que las demos todas, si lo que pretendemos es una relativa tranquilidad.

Quiero decir que, si nos pintamos, más vale que pasemos inmediatamente por la sección de mujer de una gran superficie para elegir la ropa que nos vamos a poner, y que a la vez nos hayamos dejado el cabello largo y vayamos a una peluquería de señoras –incluso para comprar postizos, si fuere necesario.

Hay alguna experiencia de quien ha pasado por una fase más o menos unisex y después por otra más definida y convencional, de que se tuvo que enfrentar con un máximo de hostilidad durante la fase ambigua o unisex, hallando más comprensión o benevolencia cuando definió su ropa. No se acabaron burlas ni insultos, pero fueron mucho menores, hasta alcanzar un punto perfectamente excepcional y por tanto soportable.

La razón, de nuevo, está sorprendentemente en el binarismo. La población mayoritaria sigue impregnada por él, de manera que entiende que haya dos categorías o dos casillas, pero no entiende que haya más. Entonces, en presencia de una persona que desafíe las convenciones de género, opera el miedo a lo desconocido, mientras que ante una que por lo menos las respete en parte, surge la satisfacción de que puede entenderla.

Dicho de otra manera, según el Código de Género binarista, ser feminizante es malo, pero parecer una mujer como otra cualquiera, o querer parecerlo, es menos malo. Es aceptar el orden de género, es someterse –algo que se considera tan adecuado para una mujer- y se puede pasar así de un insulto a una transigencia, con lo que se gana en consideración y tranquilidad, desde luego.

Pero si se decide hacer frente al binarismo (algo que siempre ha sido posible, pero ahora es más posible), las formas de expresión mediante la ropa se multiplican.

Es posible que sean convencionales. Basta con que se explicite que quien las lleva no es una mujer como otra cualquiera. Es suficiente con que se diga y no se oculte que se es una mujer trans, o una intersex. Si tu cuerpo te permite llevar vestidos vaporosos, ¿por qué vas a renunciar a ellos? Si puedes ponerte una mini y lucir tus piernas, ¿vas a perder esta oportunidad?

El premio de la sinceridad será ganar en atractivo, aunque sea con un punto de morbo, y en tranquilidad. Lo tienes dicho todo; nadie se puede enfadar contigo; quienes te deseen, te desearán tal como eres, y quienes no te deseen, te harán sentir la verdad de que nadie es universalmente deseado.

Pero puede ser que, por tu voluntad, o por necesidad, porque tu apariencia no entre dentro de lo más generalmente femenino, tengas que asumir modos de vestir no convencionales.

Todas las formas son posibles en este caso. Lo no convencional admite incluso lo intermitente, vestir más femeninamente en unas ocasiones y más masculinamente en otras, pero, como en el caso anterior, dejando claro que es la misma persona la que asume las dos formas de expresión (lo convencional sería asumir dos identidades distintas, lo que puede llegar a ser esquizoide y no permite el desarrollo de la personalidad)

También puede ser no convencional el estilo o la combinación de las prendas elegidas, junto con las otras formas de expresión complementarias. Es no convencional el estilo drag, que extrema la vistosidad; se puede concebir un estilo drag de noche y un estilo drag de día, arrollador.

O es no convencional ponerse dos coletas a los lados, un corpiño y unos minipantalones, y salir a la calle de una manera que ninguna mujer formal osaría.

O por el contrario, ponerse un chaquetón militar y una falda recta, verdosa o kaki.

O llevar un vestido clásico, y no disimular la voz.

Todo ello supone hacer frente al Código de Género binarista y desafiarlo en nombre de sí mismo o sí misma.

Tal desafío, no todas las personas se sienten capaces de plantearlo. Pero llamar a él es llamar también a la valentía y al sentido común.

Cuando no se puede tener un aspecto no convencional, es mejor asumirlo, y si este hecho permite un avance cultural, es mejor todavía.

En algunas naciones hemos llegado al punto de que esto sea posible (con reservas todavía y en según qué medios) y por esto mismo, se puede esperar que estas posiciones se vayan generalizando y dando lugar a una cultura de género nueva, expresada en una estética nueva.

EL LLAMADO TEST DE LA VIDA REAL

En los protocolos basados en Harry Benjamin se llama test de la vida real al cambio permanente de vestuario, considerándolo una prueba para determinar si puede ser acertada la operación.

El esquema del protocolo queda así: evaluación psicológica  test de la vida real hormonación  cirugía.

Pero en este planteamiento hay varios errores.

Entrar en la vida real no es una prueba, se entiende que reversible, sino lo más fuerte y difícil de la transición, incluso la culminación de la transición en sí.

Es el propósito que se persigue, y no un simple test, realizado imcluso en fechas tempranas de la transición.

Salir a la calle con la ropa del otro género cambia por definición todos los parámetros de la vida social. A no ser que se pueda cambiar de residencia, puede provocar enfrentamientos familiares y ruptura de relaciones, crisis y despidos laborales, choques con el vecindario, etcétera. La decisión de enfrentarse con todo ello es la más valiente y difícil que puede haber en la transición.

Mucho más que las decisiones quirúrgicas, que en la práctica, quedan en la intimidad de cada cual.

Pero todo ello, como se pretende al definirlo como test o prueba, al principio de la transición, cuando la persona transexual no está segura de sí misma o no sabe arreglarse con naturalidad o cualquier problema supone una fuerte conmoción.

En tales condiciones, esto no es un test, es una explosión incontrolada. Es natural que tal protocolo provoque angustias e incluso fracasos que no se hubieran dado si se planteara sin exigencias o con mayor paciencia.

Más racional resulta por tanto que la persona pueda determinar el momento de su acceso transgenérico a la vida real según sus circunstancias, y cuando le convenga. Hacerlo, puede ser un dato favorable a tener en cuenta por el psicólogo, pero no una imposición protocolizada, es decir, impersonal.

Esto es tan así, que incluso se presentan con cierta frecuencia personas que quieren llegar a la cirugía, sabiendo que no pueden acceder a la vida real. Hipotecas, responsabilidades familiares razonables, etcétera, pueden estar en el origen de una decisión perfectamente lógica, en la que la cirugía se plantee como la sola esperanza personal.

Pero además, en un contexto no-binarista, se puede entender esta decisión no como una limitación, sino como expresión perfectamente coherente de los equilibrios personales. Se puede sentir una disforia genital intensa y al mismo tiempo una aceptación fundamental del género, como también se puede sentir lo contrario, disforia de género sí, disforia genital, no. Puede ser que la persona que ha llegado a la consulta no desee en absoluto una vida transgenérica.

Es binarista todo esquema que presuponga que se quiera ser sólo hombre o mujer, y que no querer ser una de las dos opciones, suponga querer ser la otra.

Esto se comprende mejor cuando se advierte que la definición de un “test de la vida real” está unida al poder, y más concretamente, a la cuestión de quién paga el tratamiento.

El llamado test de la vida real puede estar impuesto por la Seguridad Social, en la que pacientes con ingresos modestos tienen que aceptar las condiciones leoninas que se les imponen como única oportunidad.

En cuanto los ingresos son suficientes y se puede pagar la atención médica privada, el requerimiento de un llamado test de la vida real se disuelve.

Hay un segundo error en todo este planteamiento que consiste en ver toda la transición como unidireccional, un recorrido con estaciones predeterminadas, como el de un metro, con un recorrido único que culmina en la cirugía.

Es también más ajustado a las realidades observables y, por tanto, más racional, saber que los recorridos de las diversas transiciones son múltiples, que sus puntos de salida y de llegada pueden ser distintos, por lo que cada transición es un hecho personal, que puede o no requerir atención psicológica y médica.

De esto me quiero ocupar a continuación.



FORMAS DE EXPRESIÓN MÉDICAS Y QUIRÚRGICAS

GUIÓN. Las formas de expresión médicas y quirúrgicas son equivalentes a las demás. No son garantía de mayor feminidad o masculinidad. Personas XY con identidad femenina y no operación. Personas XY con identidad masculina y operación. Protocolo de autorización. Protocolo de reconocimiento. Condicionamiento histórico del primero: los criterios de los años cincuenta. El binarismo extremo. Criterios no binaristas: conjuntos difusos. No unidades de trastornos de la identidad de género, sino unidades de expresión de la identidad de género.

Quiero señalar que la medicina y la cirugía pueden prestar formar de expresión que son equivalentes a las que hemos visto como conductuales, cosméticas, ornamentales e indumentarias.

En realidad, no tienen un estatuto privilegiado sobre ellas, como haré ver. No suponen la culminación del camino. No son una garantía de feminidad o masculinidad, aunque lo parezca a primera vista. Son formas de expresión que deben exteriorizar sentimientos interiores, pero éstos pueden no ser más profundos que otros, simplemente distintos.

Me baso en la observación, en la vida real, de que algunas personas XY que se operan, no son más femeninas que las que no se operan (y para las personas XX se podría decir lo mismo, aunque conviene dedicar más atención a las condiciones específicas de su existencia)

Ni que decir tiene que otras personas XY bastante femeninas y con identidad profunda femenina requieren una operación como medio para ajustar sus sentimientos y su cuerpo, pero la paradoja que acabo de formular es bastante frecuente y llama mucho la atención porque incita a no generalizar.

En efecto, parece que las personas XY que tienen más hondamente arraigado el sentimiento de una identidad femenina son aquéllas que lo sienten desde los tres o cuatro años, que han soñado en esas edades que crecerían como niñas y luego como mujeres. Son las que siguieron así un proceso de identificación primaria (que describo más extensamente en “Identificación, desidentificación, identidad”), de quienes se puede decir, con Kohlberg, que por tanto su identidad profunda es femenina.

En esas edades, la identidad es compatible con cualquier forma del cuerpo, de la que no se es muy consciente. Puede decirse que la identidad está separada de la corporalidad.

Pues bien, la experiencia muestra que la mayor parte de esas personas, al llegar a la socialización extrafamiliar, suelen sentir un gran deseo de “ser como los demás”, lo que hace que la mayor parte evolucionen como homosexuales, una parte menor como heterosexuales y una parte todavía menor como transexuales (ver los estudios de seguimiento)

Por tanto, muchas de estas personas que tienen una identidad femenina profunda no se plantean siquiera seguir un proceso transexual y las pocas que se lo plantean pueden o no obviar la cuestión de la operación. Puede ser que si han entendido siempre su cuerpo compatible con su identidad, puedan seguir sintiéndolo así. Por tanto, pueden no necesitar operación alguna y sin embargo tienen una identidad femenina profunda, que puede estar revestida por una identidad masculina práctica. Como decía un muchacho gay, reivindicativamente: “Yo me siento mujer y no necesito operarme” (ni hormonarse, ni vestir como mujer)

Sin embargo, otras personas XY que formaron una identidad masculina, pueden verse arrastradas por diversos procesos traumáticos (lo traumático no es patológico, es biográfico; una herida no es una patología, sino una historia), que pueden llevar a una profunda desadaptación a las normas binaristas y con ello a la desidentificación a que me refería antes. En ellas, la identidad primaria masculina subsiste, pero es necesario un proceso de readaptación, en la que se puede reclamar una operación cuando los genitales son el símbolo del trauma.

Paradójicamente, entonces, una persona XY con identidad femenina puede no necesitar la operación y una persona XY con identidad masculina puede necesitarla para conseguir sus equilibrios personales, por lo que no se puede decir que “son más femeninas las personas que se operan”. También es posible desde luego que se den las situaciones contrarias, más lineales, en las que una persona XY con identidad femenina requiere una operación para mejor ajustar su identidad y su cuerpo, pero la sola existencia de esta paradoja de la operación muestra que se debe considerar sobre todo como una forma de expresión de realidades complejas como otra cualquiera.

Es verdad que el recurso a la Medicina y la Cirugía tiene caracteres más sólidos que otros. Requiere la asistencia de profesionales, actos médicos o quirúrgicos muy complejos, es irreversible y elimina la fecundidad.

En primer lugar, hay que plantearse el estatuto de este recurso. ¿Es necesario clínicamente? ¿Quién decide su necesidad? ¿Somete a las personas transexuales a las decisiones de médicos y cirujanos o pone a unos y otros al servicio de las personas transexuales?

Este debate se profundiza con el que se desarrolla actualmente entre las personas transexuales sobre las cuestiones de la despatologización de la transexualidad (salida del DSM) y la más radical de la desmedicalización (que supondría renunciar voluntariamente a hormonas y cirugías)

Las profesiones psicológica, médica y quirúrgica han protocolizado hasta ahora, siguiendo los criterios de la Harry Benjamin Association, la asistencia a las personas transexuales de la siguiente manera:

Parten de que la transexualidad “produce un malestar clínicamente significativo” (DSM), lo que legitima la asistencia, tanto más cuanto que se ha constatado que el único tratamiento efectivo del malestar de las personas transexuales es la cirugía.

A partir de estas dos constataciones previas, se diseña un tratamiento compuesto de evaluación y seguimiento psicológico, que incluye el llamado test de la vida real, tratamiento endocrinológico y por fin cirugía. Es un esquema que se puede comparar con una línea de metro, predeterminada y con tres estaciones fijas.

Este tratamiento tripartito se basa en un régimen jurídico de autorización. El visto bueno inicial tiene que darlo el psicólogo, puesto que sin él, el endocrinólogo no está autorizado a actuar. Éste da el siguiente permiso, y entonces actúa el cirujano.

La experiencia, especialmente la americana, más extensa, muestra que el régimen de autorización no es funcional. Al ponerse la decisión sobre una cuestión tan profundamente personal como la identidad en manos de otras personas, éstas se convierten en enemigas potenciales del considerado paciente. Éste comprende con nitidez que su futuro depende de profesionales convertidos en jueces, a quienes el Derecho dota de potestad omnímoda sobre aspectos centrales de su vida.

Este poder indebido es el que los convierte en nuestros enemigos potenciales, porque no hay garantía de su formación, ni de su equidad, ni de su equilibrio personal. Al considerado paciente no le queda más que el sometimiento, ninguna alegación.

En esas condiciones, es natural que las personas transexuales se defiendan de estos sobrevenidos enemigos, indagando lo que deben hacer para conseguir el ansiado visto bueno. Puede ser que averigüen lo que a los profesionales les gusta oir y lo que no les gusta. En este sentido, reajustarán sus relatos para contar sólo lo que les puede abrir las puertas y se callarán lo que les pueda perjudicar.

Estas informaciones se pueden hallar en las mismas salas de espera o en los foros de internet. Si hubiere profesionales que quisieran ponerles coto, hay que advertirles de que sería como querer poner puertas al campo.

Pero en estas condiciones, no puede dejar de nacer una moral penitenciaria, carcelaria, marcada por la desconfianza mutua, que entre otros efectos colaterales, invalida muchos de los estudios de investigación realizados por los profesionales sobre “sus” considerados “pacientes”, como ya se ha constatado en los Estados Unidos.

Frente a esta lamentable equivocación, que todavía hoy prevalece, se puede plantear un régimen jurídico de autonomía.

Este régimen parte del derecho del usuario a disponer de su propio cuerpo y a ser reconocido como el único que sabe las razones por las que lo hace.

Actualmente, hay quien (yo misma) reconoce filosóficamente la naturaleza singular de la subjetividad. No sólo yo soy la única persona conoce los sentimientos que hay en mí, su intensidad, sus correlaciones, sino que esta subjetividad es inaccesible para cualquier otro e incluso tengo dificultades para expresarla exacta y plenamente (una exposición más detallada de este tema puede verse en mi blog “Filosofía dentro”)

Puesto que es así, es inútil que cualquier psicólogo pretenda hacer una evaluación objetiva de lo que hay en mí. Lo subjetivo es por definición no objetivo, no está abierto al análisis objetivo de la realidad. Nadie puede saber qué siento exactamente ante una música o ante un cuadro; el arte ofrece valoraciones subjetivas. Cualquier sentimiento sólo es valorable subjetivamente, esto es, por quien lo experimenta. La disforia, la transexualidad, son sentimientos y como tales deben ser considerados: inaccesibles a otros.

Sobre este fundamento, sólo queda confiar en mi capacidad de decisión, para que se reconozca mi derecho a la libre expresión de mi personalidad, reconocido en España y exigible constitucionalmente.

Para llegar a esta confianza y reconocimiento, es natural que los profesionales que deban ayudarme se cercioren primero de que mi capacidad de decisión racional existe. Un análisis psiquiátrico que certifique que no existe –o que si existe, ha sido superada- cualquier psicopatología que disminuya gravemente o anule mi libertad de decisión, será suficiente.

También será natural que, para prevenir cualquier error, el protocolo prevea un tiempo de información psicológica que culmine, al cabo de un tiempo predeterminado, que puede ser de uno o dos años, en la libre decisión del usuario y sólo del usuario.

En ese tiempo, en esas condiciones, el psicólogo se convierte en un amigo cualificado del usuario. Obligado al secreto profesional, el usuario puede comunicarle sin miedo sus dudas, sus vacilaciones, sus temores. Ël podrá comunicarle y reiterarle sus consejos, sus sugerencias, también sus opiniones o sus dudas, y todo ello será útil. La confianza mutua se habrá restablecido.

Dicho sea de paso, los estudios que emprenda el psicólogo con los usuarios con quienes trabaja, podrán ser plenamente válidos, a este respecto.

Al final del proceso, el psicólogo podrá hacer constar sus valoraciones, pero el usuario ya estará en condiciones de tomar una decisión informada.

A partir de ese momento, los aciertos o los errores de esta decisión serán únicamente de la responsabilidad del usuario, teniendo en cuenta que conoce mejor que nadie las razones que le llevan a su decisión. Nadie puede pretender conocerlas mejor.

Pero se puede ir más lejos. Todos los protocolos vigentes proceden de la Harry Benjamin Association, y ésta, antes de cambiar su nombre, rendía homenaje al Doctor Harry Benjamin, que llegó a una visión sistemática de la transexualidad en los años cincuentas del siglo XX.

Para entender sus referencias, es útil ver una película americana de aquellos años. En ellas aparecen varones de chaqueta, corbata y pantalón, tocados con sombrero, y mujeres de vestidos vaporosos. Lo que sorprende en ambos géneros es la uniformidad de los modelos de ropa y conducta. Todos y todas siguen modelos muy bien definidos. Los varones suelen ser administrativos o negociantes y las mujeres, amas de casa.

En aquellos decenios inmediatos a la Segunda Guerra Mundial, los de la mayor intensidad de la Guerra Fría, se extendió por los Estados Unidos un profundo conservadurismo social y cultural. Y hoy vemos con nitidez que era un conservadurismo binarista.

Fue en ese clima en el que el Doctor Harry Benjamin definió sus concepciones, que fueron por tanto extremadamente binaristas. Si no se podía ser hombre, se tenía que ser mujer, en esas definiciones cerradas y extremadas. Christine Jorgensen, la segunda persona que cambió de sexo, después de Lili Elbe, lo expresó perfectamente, vistiendo con vestidos vaporosos, perfumándose y maquillándose como se esperaba que lo hiciera.

Esa herencia histórica se advierte todavía en los protocolos derivados de Harry Benjamin y en el ejercicio de los profesionales.

En primer lugar, se trata de averiguar si la persona que se tiene delante, como paciente subordinado a sus decisiones, es un verdadero transexual, para lo cual se han elaborado diversas categorías como TV, TG o TS (y el paciente debe aprender a demostrar que no pertenece a las dos primeras) transexual primario (o joven; fiable, autorizable) o secundario (maduro, desconfiable), etcétera.

Para definir a una persona como transexual verdadero, se siguen criterios binaristas que respondan a una división entre hombres y mujeres tan nítida como la que se suponía que existía en los años cincuenta: se puede valorar por ejemplo positivamente que la persona muestre labilidad emocional (por ejemplo, que llore), o que vaya bien maquillada, o que sus posturas y gestos sean muy femeninos. En caso de que la persona no se haya dado cuenta de que ésos son los criterios de admisión, y muestre entereza (que no llore), o vaya a la consulta sin maquillar, o no intente disimular su voz de varón, o se siente con las piernas abiertas (todo ello pecados contra la imagen de la mujer de los años cincuenta) podrá producirse por ejemplo un tenaz trato en masculino por parte del terapeuta o una extensión de la evaluación por ejemplo a lo largo de siete años (se trata de casos reales)

Por supuesto esto lleva a que el llamado test de la vida real se deba cumplir con criterios binaristas. También en la práctica esta exigencia puede llevar a un travestimiento ad hoc que dure lo que dura la consulta, pero que haga ganar cuantos más puntos mejor en el permiso final.

En cuanto entramos mentalmente en el siglo XXI, en los criterios no-binaristas y queer, toda esa rigidez binarista se desvanece.

Nos damos cuenta de que pertenecemos a conjuntos difusos de género, y entonces, no querer pertenecer al conjunto de los varones no plantea como única opción pertenecer al conjunto de las mujeres de manera lo más integral posible; y si se quiere huir de este conjunto, tampoco el de los varones clásicos es la única opción.

En primer lugar, los mismos conjuntos de los varones y las mujeres son difusos. En realidad, si aplicamos un criterio de más o menos en lugar de sí o no, nos encontramos con que se puede integrarse en estos conjuntos de manera difusa.

En el conjunto de los varones pueden entrar por ejemplo distintas personas intersexuales pero que más o menos se reconocen como varones. Lo mismo resulta en el caso del conjunto de las mujeres. En rigor, la noción de difuso puede incluir en estas categorías a las personas transexuales que lo quieran así, calificadas como hombres o mujeres trans.

Pero a su vez, otros conjuntos difusos se abren y se forman al lado del de los hombres o las mujeres. Entre ellos pueden estar el de las personas transexuales que se identifican como transexuales o el de las intersexuales que prefieren identificarse como intersexuales (unas y otras “ni hombres ni mujeres”), el de las personas que prefieren definirse como queer o raras, etc

Esta pluralidad de opciones tiene como efecto desdibujar la necesidad de la hormonación y de la operación, que como hemos visto tienden a acercar a la persona a la imagen binarista.

Es posible vivir como hombre, como mujer, como transexual, como intersexual, como queer, con arreglo a los nuevos parámetros, sin necesidad de hormonarse ni de operarse. Es posible seguir siendo fecundo o fecunda sin que se alteren las referencias legales de género. Thomas Beattie en los Estados Unidos o Rubén Noé en España lo han mostrado con total desenvoltura. En el caso de España, pueblo más avanzado hoy día en las cuestiones de género, la noción legal de progenitor ha sustituido a las de padre o madre, sin que importe legalmente la forma en la que se llega a la generación.

En estas circunstancias, cabe pensar que las demandas de hormonación o cirugía irán disminuyendo, puesto que será posible vivir públicamente la propia diferencia, más matizadamente, y sin recurrir a ellas.

Pero si hablamos de la hormonación o la cirugía como formas de expresión del sujeto, también hay que contar con que determinadas personas las requieran como expresión propia, y aun como forma de equilibrio personal.

Puede ser que se sigan sintiendo, por algunas o muchas personas, como una necesidad irrenunciable, como un apremio frente a una situación que rompe la misma estructura de su ser.

Ser amada como mujer por un hombre hetero o una mujer lesbiana, ser amado como varón por una mujer hetero o un hombre gay, pueden ser deseos tan profundos, que no se pueda soportar que el cabello caiga, que la barba pinche, o que unas mamas estén presentes, o que los genitales sean entendidos por la persona como incoherentes, o que sean rechazados directamente.

Esto conduce a la hormonación, a la cirugía plástica, a la de cuerdas vocales o a la de reasignación genital, sentidas como liberadoras, como experiencias maravilladoras, como felicidad pura y simple frente a la desgracia anterior.

La alternativa suele ser, como se ha visto, entre adaptación y desadaptación, y también, como hemos visto, sólo cada persona puede decidir si está adaptada o desadaptada; nadie puede decidirlo por ella, y por tanto, sólo a ella corresponde el derecho a acertar o equivocarse.

Ningún paternalismo puede hacer que nadie decida sobre mi vida mejor que yo. Y si me equivoco, el error será mío.

Entonces, el fundamento teórico y legal del servicio médico deja de ponerse en una supuesta necesidad terapéutica para situarse en la libertad de expresión y en su correlativo derecho a la libre expresión de la propia personalidad, reconocido constitucionalmente en España.

Las necesidades de esta expresión, las frustraciones y las angustias que pueden producir, sabemos que son tan graves, que está justificado que el Estado intervenga para liberarlas y que sea legítima una atención médica y quirúrgica, en la medida en que sea racionalmente necesaria, y dependiendo de la decisión informada del usuario.

Las Unidades de Identidad de Género deben seguir abiertas, pero sus fundamentos y su funcionamiento deben asimilar lo que hemos aprendido desde hace cincuenta años. No ha lugar ya a que se llamen unidades de trastornos de la identidad de género. Deben llamarse unidades de expresión de la identidad de género.

En la próxima entrega quiero hablar de los recursos médicos, como la hormonación masculinizante y feminizante, así como de las operaciones quirúrgicas, tanto plásticas como de reasignación genital, que usamos como forma de expresión de nuestra identidad y valorarlas desde el punto de vista de su eficacia comunicativa.



RECURSOS EXPRESIVOS MÉDICOS Y QUIRÚRGICOS


GUIÓN. El derecho de libre expresión de la personalidad. La asistencia médica y quirúrgica para eliminar obstáculos a la libre expresión. La despatologización. Una hipotética desmedicalización. El respeto a las formas personales de expresión y su extrema necesidad: las jairas. El valor expresivo de la hormonación. Sus límites. La hormonación como ensayo general, por delante del llamado test de la vida real. Valoración de las cirugías de reasignación disponibles. Las fantasías de jerarquización. La cirugía estética. Cuidado con el “síndrome de Michael Jackson”. La superación del qué dirán.


Puede llamar la atención este título, pero corresponde exactamente a la convicción del movimiento transexual más reciente, en el momento de escribirlo, de que la atención médica y quirúrgica no se debe hacer para la cura de una patología, sino como asistencia al derecho de libre expresión de la personalidad, que en España es constitucional.

Esto es precisamente lo que está requiriendo el actual activismo por la despatologización del hecho transexual. No requerimos que se nos atienda porque suframos de ninguna patología o trastorno, puesto que nuestra transexualidad es sólo una variante natural de la sexualidad entre tantas otras, sino por los obstáculos sociales que encontramos en nuestro derecho a la libre expresión humana, y en el dolor y la angustia con que estas dificultades han llenado nuestras vidas.

Es verdad por una parte que la naturaleza (sí, la naturaleza) está continuamente produciendo variantes, y en nuestro caso cada variante es un ser humano con su historia, y por otra parte es también verdad que el Código de Género vigente, con su idealización binarista, se niega a ver estas variantes; simplificándolas, las despacha como errores de la naturaleza, enfermedades o pecados contra la naturaleza.

En la medida en que el Código de Género configura la vida social con rigor penal (yendo las penas desde la marginación hasta la de muerte), las personas cuya expresión no se ajusta a él, podemos sufrir toda clase de represiones y opresiones, y en este sentido, la actual conciencia del Código de Género como artefacto, puede aconsejar asistencia médica y quirúrgica con el fin de paliar el verdadero “sufrimiento clínicamente significativo”, pero socialmente inducido. Está bien que una sociedad más avanzada en conciencia crítica palie los daños producidos por una sociedad más primitiva.

En este sentido, las personas que hoy vivimos la transexualidad en un contexto social todavía primitivo, todavía sometido al Código de Género binarista –no hay más que salir a la calle desde nuestros bares protegidos para sentir todavía tanta hostilidad-, no podemos casi imaginar cómo hubiera sido la evolución de nuestra experiencia y nuestros sentimientos de vivir ya en un contexto no binarista.

Ver las actuales opciones de algunas personas transexuales muy jóvenes, que pueden prescindir de la hormonación y la operación, lo mismo que de una expresión personal binarista (o bien como hombre o bien como mujer y punto), permite pensar hipotéticamente en un futuro social en el que la expresión médica o quirúrgica ya no sea requerida. Pero sólo hipotéticamente. No hay que dejarse llevar por la belleza de las formas conceptuales, todas simplificadoras.

Podemos pensar, es verdad, que si las variantes de expresión de género son admitidas y reconocidas desde la niñez, la persona pueda habituarse a expresarlas sin necesidad de recurrir a la hormonación y la operación, por lo menos en mayor proporción de lo que ocurre actualmente, cuando, dentro del esquema binarista, se considera necesario llegar a la mayor asimilación dentro del binario. “Si no soy A, seré B”. Cuando esté visualizada la aceptación social de una pluralidad de conjuntos difusos de género, cabe pensar que la adaptación personal sea menos cortante, no binaria, como ya empieza a serlo. Pero hay que ser prudente con esta hipótesis y no convertirla en dogma ni imposición-

La realidad, siempre compleja, es que muchas personas transexuales encontramos nuestra forma de expresión, adaptada a las circunstancias actuales, por medio de la hormonación y de la cirugía. Y estamos hablando de formas de expresión personales. Esto sucede, en especial, cuando no conseguimos adaptarnos a los genitales de nacimiento, cuando nos producen una profunda extrañeza y desagrado, como si fueran ajenos, hasta el punto de que sea razonable pensar en una incompatibilidad entre ellos y ciertas estructuras cerebrales, es decir, en una intersexualidad.

No debe excluirse un diálogo informativo con los profesionales, previo a la decisión, pero finalmente la decisión será personal, basada en el principio de que sólo cada cual puede decidir lo que le conviene.

Un precedente histórico de esta necesidad personal puede verse en la práctica premoderna de las jairas (grafía inglesa: hijras) de la India. Durante siglos, ha ofrecido una salida social, aunque marginal, a las transexuales, requiriendo como condición previa una emasculación total y traumática. La emasculación se realiza (o realizaba) ligando los genitales y cortándolos de un tajo, sin anestesia ni asepsia, por lo que se producen (o producían) cierta proporción de infecciones y muertes. Pero, aun en esas durísimas circunstancias, eran (son) muchas las personas que emprendían ese procedimiento, movidas por la fuerza de su expresión, que sólo encontraba esa forma.

No se puede relativizar la necesidad de expresión personal cuando estos hechos prueban su fuerza. Las autoamputaciones aparecen con cierta frecuencia en noticias de naciones donde no parece haber otra salida. Incluso donde la hay, las dificultades sociales siguen empujando hacia la autoamputación, las patologías psicosomáticas, como el infarto, y a veces, hasta el suicidio, por contar historias que conozco en España, desde 1993.

La hormonación y la cirugía son recursos expresivos que la persona transexual puede requerir y reclamar. Veremos ahora su valor.

La hormonación adecua el aspecto corporal de la persona a los de los conjuntos difusos de hombres y mujeres, y por tanto la alinea difusamente con las mayorías sociales, hecho que para muchos constituye el valor pretendido.

Esto resulta especialmente válido para los transexuales masculinos. La hormonación por andrógenos cambia la voz, desarrolla la musculatura, forma la barba y transforma el resto de la pilosidad corporal, aumentándola mucho o reduciéndola por la formación de una calva androgénica, que puede ser bienvenida.

En general, el aspecto corporal cambia radicalmente, lo que favorece la inserción social en la mayoría, incluido el trabajo.

(Otra cosa, que queda a la discreción de cada cual, es si eso es lo que desea personalmente, o una estrategia frente a la realidad social)

Por otra parte, la hormonación androgénica puede requerir el acompañamiento estético (y binarista) de una mastectomía, de la que después hablaré, y el preventivo de una histerectomía, puesto que parece que facilita la formación de quistes. Como en general el uso de los andrógenos es delicado, requiere en España receta médica, lo que lleva de nuevo a la cuestión del régimen de autorización o de autonomía, ya discutido, para el proceso transexual.

Por otra parte la hormonación androgénica puede producir en los primeros meses alguna tendencia a una fuerte irritabilidad y agresividad, hasta que se aprende a controlarla, y un aumento de la libido muy considerable.

La hormonación feminizante puede resultar menos espectacular. Se realiza con antiandrógenos en una primera fase y con estrógenos a continuación. Sus efectos dependen de la edad con que se emprenda, lo que aconseja tratamientos de detención de la pubertad, durante la adolescencia, de los que luego quiero hablar. Cuando se emprende ya avanzada la juventud o en la edad madura, produce redondeamiento de las facciones, forma las mamas, con mayor o menor desarrollo personal, disminuye la pilosidad corporal, disminuye la musculatura y redistribuye un tanto la grasa. En la vejez vuelve a ser menos necesaria, dado el retorno a una apariencia ambigua de todas las personas.

Pero la limitación de sus efectos en cuanto a la apariencia personal está en que no suprime la barba, ni corrige las calvas ya formadas (aunque detiene su formación y refuerza el cabello), ni altera la voz, lo que si se pretende mejorar la transformación de la apariencia corporal, puede requerir que la hormonación sea seguida por depilación, atención del logopeda o el foniatra, repoblación del cabello o uso de pelucas, etcétera.

Muchas personas transexuales aceptan de buena gana que acompañe a los antiandrógenos y los estrógenos una mengua de la libido, mayor o menor, pero no disminuye la afectividad, que incluso se desbloquea y se intensifica, generando unas formas nuevas de libido, más ligadas a los afectos.

Este hecho puede ser aprovechado incluso en la toma de la decisión personal. Si el proceso de transición empieza por la hormonación, a título experimental, y no por el llamado “test de la vida real”, como se pedía en anteriores protocolos, se consiguen varios efectos positivos:

=La transición empieza como un hecho privado y no como un hecho público y comprometidísimo, prácticamente irreversible en sus efectos sociales.
=La hormonación es durante muchos meses prácticamente reversible, y puede ser considerada como un ensayo general.
=Si la disminución de la libido resulta inaceptable, la misma persona usuaria renunciará a ella; si le es agradable, seguirá adelante.

En cuanto a las cirugías de reasignación hoy disponibles, voy a hacer un breve repaso, sin entrar en valoraciones técnicas:

Los trans masculinizantes suelen ver la mastectomía como la esencial, porque es la que les permite entrar en la práctica en el conjunto difuso de los hombres.

La entienden como una liberación. Siempre recuerdo a mi amigo N en bañador, ante el mar, mirando hacia el horizonte, puesto en jarras, callado y sintiendo que empezaba para él una nueva vida.

Elimina el uso de las molestas fajas que apretaban las mamas y el torso. Con frecuencia, el resultado estético afronta diversas cicatrices, pero se asumen de buena gana.

La histerectomía dije ya que parece que es aconsejable para evitar quistes.

La tercera operación es la faloplastia. Para ella, hay dos caminos diferentes:

=o bien se trabaja sobre el clítoris, que es de hecho un pene sin desarrollar (como las tetillas del varón son verdaderas mamas), que puede haber crecido algo gracias a la hormonación; se consigue un órgano completamente natural, plenamente sensible, aunque muy pequeño, que suele ser incapaz para la penetración.

=o bien se crea un órgano mayor, aprovechando diferentes partes del cuerpo, tales como músculos trasplantados desde los brazos o desde el vientre, o usando una prótesis de plástico que se reviste de la propia piel natural; el resultado puede ser evaluado en general como mediano: el órgano resultante puede deformarse, resultando poco estético y por tanto, problemático; no es sensible; y suele necesitar otra prótesis para la erección y penetración.

Se pueden unir, en ambas técnicas, dificultades para situar el conducto urinario.

Todos estos inconvenientes hacen que, con realismo, muchos transexuales masculinos estén renunciando hoy a la tercera operación, en espera de que el desarrollo de la medicina provea de mejores soluciones; podrían esperarse, por ejemplo, del uso de las células madre, para convertir los clítoris en penes completamente desarrollados y crear a la vez verdaderos testículos.

Pero hay otra solución más profunda, que consiste en insistir en el no-binarismo. La tercera operación puede corresponder a una representación según la cual hay que llegar a ser un hombre como otro cualquiera, y para ello sobre todo hay que tener un pene completamente funcional; pero esta representación corresponde a los dos conjuntos cerrados del binarismo, que son completamente irreales.

Puede ser que la expresión personal requiera que el cuerpo exista un pene desarrollado; pero puede ser también que el trans masculinizante se contente con estar en el conjunto difuso de los varones y que en él consiga su realización, en los grados parciales que suelen ser comunes en la humana experiencia, que aspira a la perfección pero siempre es más o menos frustrante.

En las trans feminizantes, el pecho se desarrolla de forma natural con la hormonación, aunque puede ser pequeño y se puede desear una operación plástica de aumento.

La vaginoplastia se puede realizar con varias técnicas: tomando piel de la misma zona genital o de los muslos o del intestino. Los resultados estéticos pueden variar desde un diez sobre diez hasta un uno o un dos. Excluyo el cero, por cuanto la intención más fuerte de la usuaria suele ser desprenderse de unos genitales en los que no se reconoce y esto se consigue incluso en los casos en que el resultado es más penoso.

La sensibilidad de la zona neovaginal puede ser poco intensa, pero las reacciones emocionales y afectivas la compensan. El orgasmo queda dificultado, pero no es imposible, y puede producirse a veces con igual intensidad que antes.

En general, parece que la operación está indicada sólo para las personas para quienes la sexualidad es secundaria y están motivadas de manera primaria por las cuestiones identitarias. Las personas para quienes la sexualidad es más importante, suelen renunciar espontáneamente a esta operación con esta sencilla reflexión: “Es que no se siente”, lo que no es verdad en términos absolutos, pero lo es en términos relativos: se siente menos.

Debe llamarse la atención sobre el hecho de que una cultura binarista de género, como es la nuestra, jerarquiza a las personas transexuales feminizantes según su cercanía a un modelo femenino cerrado. Según esta jerarquización, se supone que son más femeninas o más mujeres las personas operadas, un poco menos las hormonadas, y menos todavía las ni operadas ni hormonadas. Repetiré aquí que muchas de las personas XY más profundamente femeninas, desde su niñez, se desarrollan como gays, es decir, ni quieren vestir como mujeres, ni se hormonan, ni se operan, según muestran revolucionariamente los estudios de seguimiento, algunas siguen su vida como heteros, y sólo una minoría como transvestistas, transgéneros o transexuales.

No hay semejante jerarquización en la vida real. Pero como las personas y los animales amamos estar en los puntos más altos de las jerarquías, si se habla de ellas en el caso de la transexualidad, nos encanta situarnos en lo más alto, y si nuestra cultura nos dice que el punto más elevado se alcanza con la operación de genitales, puede ser que la pretendamos, no por atención a lo que deseamos de verdad, sino por razones sociales, generales y de la sociedad transexual, para situarnos en la cima del monte a donde se puede llegar.

No quiero decir que este sentido de una supuesta jerarquía sea el dominante en todas las decisiones referidas a la transición; de hecho, me parece mucho más fuerte el sentimiento de inadaptación, de extrañeza íntima y de rechazo. Pero quiero avisar, a las propias personas trans, en la búsqueda de su decisión, que estén prevenidas y no hagan caso de cualquier fantasía de jerarquía, si se presenta, porque puede desviar la atención de sus motivaciones personales más profundas.

Algunas personas transexuales feminizantes recurren a la cirugía estética para mejorar su aspecto: reducción de la nuez, de las mandíbulas, etcétera

Puede ser razonable, a condición de que no caigan en el que se puede llamar síndrome de Michael Jackson, búsqueda obsesiva de una perfección estética a través de tantas y tan minuciosas cirugías , que acaba siendo contraproducente.

También la reflexión no-binarista entra en esta práctica con la fuerza arrolladora de un vendaval. Las respuestas pueden varias, pero las preguntas son fuertes e incisivas puesto que nos confrontan con nuestra intimidad o nuestra autenticidad ¿Verdaderamente necesito yo esta operación o la quiero por razones sociales?

La verdad interior de la persona es lo único que merece ser expresado; lo que merece correr los riesgos de la operación y lo que puede superar incluso los fracasos estéticos.

O lo que se puede expresar incluso sin hormonación ni operación, superando el qué dirán para poder afirmarse como se es.


EVALUACIÓN EXTERNA


GUIÓN. Conveniencia de un aconsejamiento psicológico, en las duras condiciones binaristas. Las dificultades de la comunicación intersubjetiva. Las conjeturas y las analogías son necesarias, aunque inseguras. La empatía es conveniente. Nadie puede entrar en mi interior. Esto invalida en profundidad el régimen de autorización. Las líneas generales del aconsejamiento: la aportación y discusión de elementos conceptuales. La evaluación de los menores de edad. Una tutela compartida. La fluidez de las variaciones de género en la niñez y la adolescencia. La reversibilidad de las decisiones. Una historia personal.


Una evaluación externa, profesional, un buen consejo, informado e informador, en un régimen de autonomía de las decisiones de género, será muchas veces conveniente y hasta deseado y solicitado. Las duras condiciones en las que hemos de vivir en una cultura binarista, que por principio no tiene sitio para nosotros, lo hace conveniente mientras no se consiga extender con naturalidad una cultura no binarista.

Es lo acostumbrado ahora, cuando el usuario puede pagarlo y desea aclarar sus dudas y entender sus vacilaciones; en cambio, en el régimen de autorización que imponen nuestros actuales protocolos, no es casi posible. La función del policía y el juez es mandar, no aconsejar, aunque lo hagan excepcionalmente.

Quiero empezar por mostrar algunas de las dificultades que encuentra el asesoramiento psicológico; después mostraré algunas de las técnicas que se pueden usar.

La mayor dificultad es la comunicación intersubjetiva. Se trata de comunicar sentimientos, puesto que las decisiones de género se basan en sentimientos, y los sentimientos son no conceptuales, y por tanto no verbalizables y casi incomunicables.

Los humanos disponemos de dos formas de pensamiento, conceptual y no conceptual, racional e intuitivo, objetivo y subjetivo.

Puedo comunicar un razonamiento, que es pensamiento conceptual, objetivo, compartible por todos; puedo explicar Matemáticas, y seré comprendida; no puedo comunicar lo que siento al oir a Bach; lo sé yo, pero no tengo palabras para decirlo, porque no es pensamiento conceptual.

Únicamente puedo comunicarme esperando que mi interlocutor pueda entenderme por conjeturas y analogías con otras experiencias suyas y que así pueda valorar aquello por lo que sonrío o por lo que lloro. Aunque conjeturas y analogías son inseguras y hay que ser humilde para saberlo. Más fuerte puede ser la empatía, la identificación de lo que veo con los propios sentimientos del profesional, pero aun así se quedará fuera de ellos y también puede ser insegura; aunque es bueno sentirla.

Pero mis intuiciones y mis emociones constituyen un espacio interior realísimo, pero que sólo yo veo. Nadie puede entrar en él ni yo puedo casi sacar lo que hay en él. Tenemos telescopios para ver el gran espacio exterior, microscopios para mirar las minucias infinitas, pero no tenemos introscopios para ver el espacio interior de cada persona.

Ésta es la razón que objeta e invalida radicalmente el régimen de autorización. ¿Cómo va a decidir sobre mis sentimientos quien no puede entrar en ellos?

Pero queda el margen del entendimiento por analogía, por conjetura, por empatía, para que una persona que conozca conceptualmente el entorno de mis sentimientos, que haya razonado sobre sus posibles causas, sobre su estructura social y sus fundamentos biológicos, pueda hablarme sobre todo ello, profundizando mis propios conceptos y proponiendo ideas y proyectos de vida, con la esperanza de que despierten mis propias emociones, pero sin la seguridad de acertar. Éste es el régimen de autonomía en el que ineludiblemente, yo quedo como único juez y soberano sobre mis propias decisiones, mis aciertos y mis errores, porque así está hecho el ser humano. Cualquier intento de tutela es inadecuado y finalmente imposible.

Hasta aquí he expuesto la limitación más fundamental que define a la evaluación externa, por el hecho de serlo.

Pero a la vez he definido las líneas generales de lo que puede ser. Una aportación de recursos conceptuales al usuario, y su discusión natural, para que pueda entender objetivamente los aspectos externos de su decisión de género con más extensión y precisión. Una opinión –sólo una opinión- sobre el aspecto externo de sus sentimientos, que sólo el usuario podrá valorar.

La aportación de recursos conceptuales dependerá de los que el propio profesional disponga, incluso condicionados por la propia evolución histórica del conocimiento humano. En el siglo XX, un profesional sólo hablaría en términos binaristas de género, porque la cultura general era binarista: “Si no quieres ser hombre, tendrás que ser mujer (y mejor cuanto más mujer seas)”. En el siglo XXI, puede hablar en términos no binaristas, y si el usuario no los conoce, puede explicárselos plenamente, porque son conceptuales, referidos a la historia cultural, y de este modo abrirle perspectivas.

Esta aportación conceptual puede tratar de otros muchos aspectos: información sobre las expectativas relacionadas con la hormonación y la cirugía, sobre sus límites y sus posibilidades, sobre la realización del cambio social de género en las mejores condiciones prácticas, sobre la conveniencia del apoyo mutuo, sobre las posibilidades familiares, sobre los derechos laborales y la prevención de abusos sobre ellos, etcétera

Todo ello es competencia del profesional que aconseja, porque todo ello es conveniente para que el usuario pueda realizar su transición de género con paso firme, todo ello son campos en los que puede recabar consejo y el consejo puede reforzar su seguridad emocional.

Pero también el profesional puede prestar su consejo fundándose en su propia emocionalidad, en las analogías (parecidos en la diferencia) que pueda establecer entre la historia que oye y su propia historia, y la empatía que pueda sentir hacia la persona que tiene delante.

Como estos sentimientos no se pueden impedir, no se puede prohibir deontológicamente que se sientan; tampoco sus contrarios, ni la eventual antipatía personal; en este caso, sólo se puede exigir que el profesional tome nota de ella y que evalúe en casos extremos que le desborden si debe derivar al usuario a otro profesional.

Tampoco se puede pedir que exista la conciencia de analogías vitales ni empatía; todo ello es imprevisible, porque es emocional; pero sin existe, incluso si sólo se intenta que exista, el aconsejamiento será más profundo y eficaz.


El único caso en que parece inevitable el régimen de autorización es en la evaluación de los menores de edad.

Son personas que, por sentido común, no saben disponer de sí mismas, y por definición legal, no pueden hacerlo. Están sometidas a una tutela por sus mayores, que deben ejercerla con moderación objetivable. Es lógico que esta tutela sea ejercida principalmente por los padres, que son quienes deben tomar las decisiones que crean mejores para su hijo, pero también es lógico que en casos extraordinarios, como las decisiones de género, esta tutela sea compartida por profesionales como los psicólogos..

Esto confiere una gran responsabilidad deontológica a la tarea profesional, que va a concretarse en dar directrices a la familia usuaria que serán seguidas y configurarán la vida del menor para el resto de su vida.

Dado el inmenso déficit de formación reglada en Transexología que se sufre todavía en la Universidad española, me limito a proponer algunos principios generales de la evaluación externa de menores que puede ser útil recordar.

En primer lugar, que un menor no puede ser calificado como transexual, dada la extrema fluencia de las actitudes en la niñez y la adolescencia.

Se puede constatar que muestra conductas variantes de género, pero no se puede considerar que sean irreversibles, por bien definidas que parezcan.

En 2000, en el Coloquio Transiti, de Bolonia, el Doctor Domenico di Ceglie, especialista en estas conductas juveniles, resumió la historia de un muchachillo que llegó a su consulta mostrando una conducta muy feminizante.

Después de la natural evaluación, acordó con los padres que se dirigieran a las autoridades educativas para que permitieran que fuera a clase con ropa femenina y un nombre adecuado. Así se hizo, y la adaptación fue un éxito, permitiéndole que concluyera el Bachillerato sin problemas.

Acordaron también que, simultáneamente, recibiría un tratamiento médico de detención de la pubertad, que simplemente retrasa el momento de los cambios corporales, incluido el vello facial y el timbre de la voz, que eventualmente pudieran dificultar su inserción social como mujer. Este tratamiento es reversible, y puede ser seguido, bien de una renuncia, que devuelve la espontaneidad corporal, bien de una hormonación cruzada, al llegar a la edad de decidir.

Así llegó el muchacho a su mayoría de edad, y al tiempo de entrar en la Universidad. En ese momento, dio las gracias a todos cuantos le habían ayudado, y renunció a seguir el proceso transexual.

Un análisis de los hechos muestra que parece que se actuó correctamente salvo en un punto que luego se verá. Unos años atrás, su comportamiento muy femenino le hubiera costado muchos problemas de seguir entre los varones, y una adolescencia probablemente traumática que luego hubiera condicionado sus decisiones.

Por otra parte, el tratamiento de detención de la pubertad, dejaba abiertas todas las opciones para cuando llegase a la mayoría de edad.

Eso fue lo que ocurrió concretamente, aunque fuera en un sentido inesperado. Pero el desarrollo seguiría normalmente, y el muchacho pudo probar a integrarse como varón.

Carecemos de un estudio de seguimiento. Se plantea la posibilidad de que su decisión fuera la negación que muchas personas identificadas cruzadamente de manera temprana suelen experimentar precisamente en la pubertad, al percibir racionalmente las dificultades que pueden encontrar y querer ser “uno más”.

Esta negación suele plantearse en forma de un intento de hipermasculinidad en conducta, arreglo y elección de profesión, que puede desorientar a los no avisados.

Pero, finalmente, la hipermasculinidad aparente no puede resistir la fuerza de las estructuras cerebrales y da paso a una negación de la negación en la que se decide volver a la identidad de partida, que era femenina, aunque cruzada, teniendo que enfrentarse ahora a una feminización con muchas dificultades.

En este punto, parece que hubo una falta de conocimiento de que esto podría suceder, y que esto impidió darle al muchacho una información exhaustiva sobre esa posibilidad, recomendándole prudencia y realismo en sus decisiones (es notable comprobar que la decisión de no transexualidad hay que dejarla naturalmente en manos del usuario, preferiblemente informada, aunque suponga un riesgo de error, mientras que la de transexualidad se quiere asumir por parte del profesional, que asume indebidamente por su parte ese riesgo de error)

Desde luego, cabe pensar que el muchacho acertara y que siguiera su vida felizmente como varón. También se debe pensar que sólo él podía medir sus sentimientos y sus expectativas tanto para tomar la decisión como para evaluarla al cabo de algún tiempo.

Había probado la experiencia de la vida como mujer, lo que eliminó también sin duda muchas fantasías; tenía un consentimiento de su familia y un apoyo social que le facilitaba seguir en ese camino, que ya era en cierto modo el natural para él.

Sin embargo, debido a un conjunto de sentimientos, muchas veces inexpresables, y de cálculos más o menos racionales, decidió renunciar a todo lo que tenía y empezar un proceso lleno de incertidumbres. En cierto sentido, inició un proceso transexual al revés. Y nadie podría decidir por él, ni pretender saber mejor que él lo que sintiera, dadas las grandes dificultades de la comunicación sentimental intersubjetiva.

La manera de respetar su decisión para no seguir el proceso transexual fue correcta, pese a sus riesgos, y la única deontológicamente posible, aunque faltara la conveniente información para que fuese una decisión informada; esta historia plantea por tanto por qué, de haber decidido seguir el proceso, habría necesitado, en según qué protocolos, un informe psicológico favorable que también hubiera podido ser denegado.


PERSPECTIVAS NO BINARIAS

GUIÓN. Qué es el binarismo y por qué es un error. El binarismo en nuestro sistema legal. Un millón de afectados por el sistema legal binarista en España. Las excepciones no confirman la regla, obligan a transformarla. La crítica científica del binarismo. El feminismo no-binarista. La transexualidad no-binarista. Una persona, un género; pero agrupación de las afinidades. Conjuntos difusos de sexo/sexualidad/género. La práctica queer. La práctica histórica amerindia. La práctica de las tribus urbanas. La formación de una masa crítica.

En el momento en que escribo estas líneas, estoy participando en uno de los primeros grupos interesados por el no-binarismo, en el que nos reunimos en Granada personas transexuales y variantes de género y feministas, con vistas a proponer este punto de vista como uno de los temas estrella de las próximas Jornadas Estatales Feministas.

El binarismo es la suposición de que existen sólo dos sexos. Hay que comprender que es un gran error. No es verdad que haya sólo dos sexos, aunque nos lo parezca, porque estamos acostumbrados a pensar así. Por ejemplo, no existen sólo personas XX y XY, también viven personas X0, XXY, etcétera, una variedad sorprendente de sexos cromosómicos. Si tenemos en cuenta que el sexo se estructura en varios planos –genético, cromosómico, endocrino, etc- la realidad es que no vivimos en un sistema de dos bien definidos, sino en un sistema de múltiples realidades.

Por tanto, las poblaciones humanas no pueden ser descritas científicamente en términos binaristas. Hay distintas variantes sexuales, algunas de ellas intersexuales (entre los dos más numerosos) y otras simples variantes (X0 no está entre XX y XY)

Más bien hay que observar que el binarismo es una ideología, entendiendo por tal una construcción que no sea completamente racional, que no corresponde a la realidad.

Pero el binarismo ha constituido hasta ahora la cultura sexual de Occidente, inspirando hasta nuestro sistema legal, que divide a todos los ciudadanos, a todos, en hombres y mujeres, de manera que hasta los antes llamados hermafroditas tienen que ser asignados, por voluntad propia o ajena, en una de esas dos categorías. Ligas deportivas, hospitales, cárceles, aseos, están divididos en dos, y nada más que en dos, produciendo desajustes que afectan, como mínimo, a un dos por ciento de la población (casi un millón de personas en el pueblo español, lo que obliga democráticamente a una reevaluación)

Al empapar nuestra cultura, nos hemos quedado ciegos a las realidades no binarias, sin poder entenderlas más que como excepciones que confirman la regla –frase usual completamente anticientífica; las excepciones anulan las pretendidas reglas- o como errores de la naturaleza, lo que supone que sabemos mejor que la propia naturaleza cuál es su funcionamiento- o patologías que hace falta curar o vicios que hay que erradicar –lo que es sólo una versión más sofisticada de los errores binaristas.

También es cierto que la cultura de Occidente incluye también la crítica científica, que somete continuamente a revisión los planteamientos vigentes, plantea así la crítica del binarismo y descubre que la realidad del sistema sexo/sexualidad/género no es binaria.

Este descubrimiento es muy reciente. Afecta profundamente a ideologías renovadoras, que han nacido sin embargo en una cultura binarista y ahora deben desprenderse y liberarse de sus adherencias.

Afecta en primer lugar al feminismo, que se creó cuando sólo se podían concebir dos sexos y por tanto una sola relación de opresión entre el hombre y la mujer. Ahora, al reconocer la multiplicidad de sexos, sexualidades y géneros, se pueden reconocer también varias formas de opresión, por ejemplo la del hombre heterosexual sobre el hombre homosexual o la negación a una existencia variante de género para quienes somos variantes de sexo.

El feminismo, cuando integre el no-binarismo, se entenderá mejor a si mismo no como una controversia mujer-hombre, sino como una lucha contra toda opresión de género. No feminismo contra masculinismo, como suelen decir sus contrarios, sino feminismo contra sexismo.

También el no-binarismo afecta a la transexualidad, que hasta ahora ha sido concebida como el tránsito de una de las dos realidades sexuales reconocidas a la otra. Si no se es hombre, se será mujer; y si no se es mujer, se será hombre. Ahora que el no-binarismo descubte la realidad de múltiples variantes sexuales y múltiples identidades posibles, se ensanchan las formas de expresión personal.

Cuando la transexualidad integre el no-binarismo, se entenderá también a sí misma no sólo como una transición entre dos sexos o dos géneros, sino como la transición entre un sexo, sexualidad o género asignado y otra de las múltiples realidades de sexo, sexualidad o género.

Como ésta es la realidad, debemos pensar en ella y crear en particular las formas de género que la expresen.

El género se convierte por tanto en la expresión cultural de las diferencias de sexo y sexualidad. No hay dos géneros, masculino y femenino, sino una multitud, tendente a infinito y al principio de “una persona, un género”.

Sin embargo, existe una tendencia intelectual a agrupar las afinidades, con lo que se simplifica esa inmensa variedad y su comprensión y manejo en la práctica, tanto por parte de los afines como por los que están fuera de esa afinidad.

En nuestro grupo de Granada estamos llamando conjuntos difusos a las afinidades e identidades, entendidas éstas como los conceptos con que se entienden las afinidades. Conjuntos difusos es un concepto lógico y matemático, creado por Lotfi A. Zadeh, azerbaiyano, en 1965, que sigue una lógica del “más o menos” en vez de la del “sí o no”, pero que permite operar con ella y formalizar el lenguaje de la realidad no-binaria, que corresponde a la llegada a la madurez de cualquier ciencia.

(La lógica del sí o no se aplica en cambio perfectamente a realidades binarias, como las de la informática)

Llegados a este punto, ¿podemos imaginar las formas de expresión transexual no-binaristas?

Podemos imaginarlas y verlas. Están ya en la práctica, porque a veces, la práctica, movida por intuiciones, puede preceder a la teoría conceptual. Es la práctica queer, más amplia y todavía más flexible que la Teoría Queer, en la que la aceptación de la identidad de “raro” permite una explosión de “rarezas” de género. No hace falta definirse como hombre ni como mujer, binaristamente, ni siquiera (teoría) como persona distinta de las “straight” o convencionales (toda identidad supone una contraidentidad por lo menos, pero también puede enfrentarse a muchas identidades)

También es la práctica de las culturas amerindias, que hoy resultan muy potentes en este campo como en otros. En ellas está generalizada la admisión de que hay hombres, mujeres y otros, definiéndose la alteridad en términos más o menos distintos en cada cultura, pero siempre con total respeto. Un/una muxe de Zapotecas, por ejemplo, no es ni un hombre ni una mujer ni un homosexual ni un heterosexual: es muxe, y debe ser respetado o respetada como muxe, lo mismo que otras personas son respetadas como hombres o como mujeres. Otras culturas, como la polinesia, practican conceptos semejantes.

Por eso es tan interesante la actual alianza entre el movimiento trans y el movimiento indígena en pueblos como el Ecuador. Es, sencillamente, el futuro.

En nuestra cultura no-binarista sería concebible que algunas personas trans prefieran asimilarse en las formas de género femeninas o masculinas, a las que correspondería su identidad/afinidad, pero a la vez sería concebible que otras adopten formas distintas, entendiéndose por ejemplo como varones ambiguos o como viragos o cualquier otra identidad que pueda expresarse con la creatividad con que hoy se expresan las tribus urbanas. Se trata sólo de llegar a la edad adulta estilizando la identidad de género como hoy lo hacen desde los pijos a los góticos, y eso será posible en la medida en que se alcancen masas críticas, concepto numérico que hace alusión a un cambio cuantitativo que llega a producir cambios cualitativos, es decir, suficientes adultos como para ganar el respeto social y ocupar todas las formas de vida, incluso las profesionales, con una expresión renovada. Ni que decir tiene que esto se convierte en una llamada para que quienes podamos, vayamos ocupando espacios y preparando la conformación de esa masa crítica.




LA FAMILIA DE LAS PERSONAS TRANS

Vamos a hablar de parejas; pero también de otras formas de vida familiar.

Empecemos por las parejas.

En la práctica, debemos distinguir entre las parejas formadas antes de la transición y las formadas después de la transición.

Las primeras, las formadas antes de la transición, suelen constituirse por dos malentendidos de buena fe. La persona trans, especialmente cuando es joven e inexperta en sí misma, suele decirse: “Esto son tonterías. Me caso y se me pasa”. Como está tan convencida de su intención, suele incluso no advertir a su pareja, por el miedo de perderla.

Pero si le advierte, también es frecuente otro malentendido de buena fe por parte de la pareja: “Con mi amor se le pasará”.

Las dos personas emprenden con amor y esperanza una vida en común, pero con el tiempo la persona trans comprende que no se le pasa, porque la transexualidad es un elemento estructural de su personalidad. Pero en ese momento, ya hay otra persona, la pareja, tan envuelta como ella en las cuestiones de la transexualidad, y probablemente otras personas más, los hijos.

A la persona transexual se le presenta el durísimo dilema entre renunciar a su transición o seguir adelante. Lo primero estará lleno de tensiones para sí misma, que, con espíritu de sacrificio por amor, conseguirá evitar que tengan que sufrirlas las demás, pero a un precio quizá terrible para su propio equilibrio.

Lo segundo estará lleno de tensiones, para todas, la persona transexual que deberá afrontar sentimientos de culpa, ruptura u otros, y para las otras personas que sufrirán por la imagen de la persona querida, por el qué dirán, etcétera.

Todas estas situaciones de sufrimiento se agravan en una perspectiva binarista y se atenúan en una no-binarista.

En una perspectiva binarista, la persona transexual aspirará a pasar del todo (si posible fuera) de A a B, hormonándose, operándose, tomando actitudes de género muy definidas como B.

En este sentido, la represión actúa como estimulante del binarismo. Una persona cuya fantasía (y sólo su fantasía) está llena de imágenes de B, sueña literalmente con una transmutación total. Una persona que haya superado la represión absoluta y exprese su transexualidad habitualmente y en alguna medida –salidas ocasionales, etcétera- podrá relativizar sus perspectivas con el sentido de la realidad.


También en una perspectiva binarista, la persona que sea la pareja de otra transexual, se planteará su situación probablemente en términos de heterosexualidad/homosexualidad. Se dirá a sí misma que es heterosexual y que ahora se ve obligada a vivir como homosexual, porque se plantearán en ese momento las cuestiones de atracción física y rechazo e incluso las del qué dirán.

Planteado incluso así, hay algunas posibilidades de solución. Algunas parejas, especialmente bien avenidas, especialmente encariñadas, han decidido pasar a vivir como hermanas (o hermanos) y ha dado buen resultado, especialmente a partir de cierta edad, cuando la vida sexual se puede obviar.

Pero creo que una solución más profunda está en la asunción plena del significado del no-binarismo.

No-binarismo quiere decir que, entre A y B, se descubre la existencia de C , o la de AB, o cualquier otra forma concebible.

Si el binarismo pretende que sólo existen A y B, la realidad prueba que existen a su lado otras muchas formas. Si yo creía que, dejando de ser A, tenía que ser B, un conocimiento más profundo de mí puede mostrarme que estaba influido por esa simplificación y que en realidad mi identidad estaba en esas formas no-binarias.

Puede ser entonces que pueda emprender una negociación conmigo mismo y con mi pareja. ¿Hasta dónde puedo ceder? ¿Hasta dónde necesito llegar? ¿Hasta dónde puedes ceder?

Es cierto que, en cuanto se adopta una visión no-binarista, la transexualidad toma una forma muy distinta. No se trata de encontrar la propia posición entre las solas dos opciones A o B, sino saber que junto con ellas hay una gran variedad, infinitamente matizada según las historias personales.

Puede ser que algunas personas, después de una larga reflexión, insistan en que su posición debe ser B, incondicionalmente, o lo más cerca que sea posible de B. Puede ser que otras comprendan que sólo necesitan una reasignación genital y, en el fondo, sólo una reasignación genital, que pueden seguir viviendo conforme al género de origen. Puede ser que otras sólo necesiten en rigor afirmar su adhesión al género B, no al sexo, y que puedan prescindir de hormonación o de cirugía. Puede ser que algunas otras comprendan que lo que quieren expresar es su diferencia con A y que cierto grado de ambigüedad les es para ello suficiente.

En todas estas formas de expresión, a la vez que tiene lugar un cuidadoso estudio de la historia personal, una introspección tranquila y sincera, hay posibilidades de negociación consigo mismo y con la pareja.

Es verdad que no se pueden hacer en circunstancias de represión/fantasía sino de expresión/realismo. Se puede pensar que es precisa una expresión, incluso alocada, durante algún tiempo, una rotura del dique, una fluencia torrencial, hasta que el río pueda recuperar su tranquilidad. Sólo es preciso, durante ese tiempo de prueba, que la persona transexual y su pareja asuman que es un período de prueba en el que la expresión en condiciones de realidad normalmente producirá cambios en lo que se quiere expresar. Sin embargo, quiero avisar de que el estallido y el torrente requieren tiempo para agotar su energía, un tiempo que puede ser fácilmente de un año, dos o más. No se resuelven las grandes cuestiones de la vida en cuatro días.

En esta misma situación, hay que plantearse también la actitud hacia los hijos.

Se puede distinguir en primer lugar su edad.

Y a continuación si son hijos o hijas.

En cuanto a la edad, parece que una transición emprendida antes de sus tres años, aproximadamente, será plenamente asimilada. Crecerán con ella y los problemas que puedan encontrar más adelante serán sociales, externos, asimilables a los de racismo y afrontables con los mismos criterios: denuncia, lucha social, solicitud de apoyos, etcétera. Incluso puede ser beneficioso para el o la adolescente combatir por la justicia.

Entre los ¿tres? y los ¿dieciocho? años se abre una ventana en la que es distinta la reacción previsible según el sexo. Mientras que un niño que tiene a su padre como modelo de masculinidad puede verse profundamente alterado por una transición que no puede comprender, una niña puede encontrar alternativas de relación que lleguen incluso a la complicidad, a la protección mutua, y al orgullo. Tengo que decir que no sé cuál pueden ser la reacción de una niña ante la transición de su madre.

Teniendo en cuenta que las reacciones de los niños y adolescentes varones pueden desequilibrarlos fuertemente, es aconsejable que la persona transexual se aleje físicamente, si decide llevar adelante su transición, o que asuma, como hacen muchas, que tiene que posponerla hasta que crezcan y maduren.

Se puede decir que, a partir de los dieciocho años aproximadamente, se llega a una edad en la que, aunque sea con dificultades, se puede hacer frente a la realidad. La caída del modelo paterno se puede compensar con la vigencia de un modelo moral basado en el sacrificio y en el amor, y en el respeto correspondiente, unido al cariño y al agradecimiento.

A partir de esa edad, en líneas generales, cualquier incomprensión e intransigencia debe ser puesta en la carga del hijo, que ya debe haber aprendido la complejidad de la vida humana y que no todo debe estar a su servicio. Hablamos, en esa edad, de seres humanos maduros, que deben respetarse mutuamente, y expresar una temática de género no es una falta de respeto para nadie.

Decía al principio que dividiría este texto en parejas y familias formadas antes de la transición y después. Sin embargo, el apartado reservado a éstas últimas es mucho más corto, porque en ellas, la persona transexual y su pareja saben a lo que atenerse.

Lo más importante es que se forman. Pese a las dificultades que se pueden concebir, hay personas dispuestas a compartir nuestras vidas. Podemos ser atractivos y atractivas. Cuando una persona transexual que ya ha hecho su transición aparece ante otra, funcionan los mismos complejos sistemas de atracción que en cualquier otra pareja, con una forma más específica.

Cuenta el encanto físico singular de la persona transexual, que puede ser muy intenso y nada morboso. Puede ser la dureza del transexual masculinizante unido a un margen de sensibilidad y capacidad de diálogo lo que lo haga irresistible. En una transexual feminizante no operada puede ser el componente de “mujer fálica” lo que la haga profundamente tranquilizante para angustias subconscientes que ven en la mujer un abismo.

Nos lleva esta observación a la dinámica entre percepciones subconscientes, muy intensas, pero difíciles de justificar racionalmente, y percepciones conscientes, racionales, convencionales, limitadas, por ejemplo las del qué dirán.

Aventuro que muchas de las parejas incluso heterosexuales que han encontrado las personas transexuales antes de su transición, se basan en estas percepciones subconscientes de una ambigüedad agradable por algún motivo, intenso, personal, pero confuso para uno mismo, difícilmente verbalizable. La convivencia en estos casos estaría amenazada por la aparente racionalidad de lo consciente, muy verbalizada por toda nuesta cultura, muy conveniente en la práctica a corto plazo, pero destructora a largo plaza.

Tengo la impresión de que cuando tomamos en cuenta los factores psicoanalíticos, creemos avanzar por un paisaje en rayos X, donde vemos la realidad en unos blancos y negros insólitos, donde los objetos se transparentan y adoptan formas nunca vistas, que son más verdaderas sin embargo que las de la percepción normal. Cuando nos acostumbramos a lo que vemos y le damos sus nombres, nos entendemos mejor y entendemos mejor nuestros motivos.

¿Cuáles son las razones, entonces, que han traído a determinadas personas a nuestro lado antes de la transición? Las profundas, no las aparentes. ¿Cuáles de ellas seguirían vigentes aún después de la transición? ¿Cuáles pueden ser amenazadas por el convencionalismo, especialmente el qué dirán, que llevaría a lamentarse tiempo después de las decisiones superficialmente tomadas?

El amor es una aventura en la selva que no es fácil de entender ni de valorar. Si una persona te ha amado, puede preguntarse si ese amor se debe a la presencia de unos genitales y de unas funciones de género o a algo que no tiene que ver con los genitales ni con las funciones de género.

Por lo menos, las personas que forman parejas con nosotras, las personas transexuales, después de la transición, saben que nuestra realidad genital o de género es con frecuencia inusual y, sin embargo, si se lanzan a convivir con un o una transexual, es porque encuentran en nuestras personas algo que les atrae o les tranquiliza profundamente.

Con frecuencia estas parejas son heterosexuales y, sin embargo, encuentran la manera de vivir a gusto a nuestro lado.

Esto los transexuales masculinizantes lo tienen más fácil, compartan sus vidas con mujeres, hombres u otros transexuales. De hecho, forman pareja con facilidad y sus parejas suelen ser bastante estables. No sé por qué, pero constato los hechos.

Las transexuales feminizantes lo tienen más difícil, aunque no es imposible. Por lo que he podido ver, pueden formar parejas con hombres, con mujeres y con otras personas trans, masculinizantes o feminizantes, incluso muy estables, aunque sometidas a la precariedad que encuentran hoy todas las parejas, con mujeres y con otras personas transexuales.

También constato hechos; pienso en las parejas que conozco con una persona trans feminizante, y constato su estabilidad en las historias en que se han formado, aunque es menos frecuente que se formen.

Pero no hay todavía suficientes estudios sobre las parejas trans, por qué se forman y por qué subsisten. Ya los habrá.

Sexta parte

CONJUNTOS DIFUSOS


Las ideas verdaderamente nuevas no quedan limitadas en sí mismas, sino que transforman el conjunto de la cultura de una época.

Es lo que ocurre con el descubrimiento de que el binarismo sexual es una ideología, en el sentido de una fantasía, y de que el no-binarismo corresponde mucho más a la realidad, y de que ésta se expresa en forma de conjuntos difusos de sexo/sexualidad/género.

Examinemos para empezar el conjunto Mujeres.

Todos estaremos de acuerdo en que esta palabra designa en principio en nuestro sistema de representaciones un universal formado por personas XX que han formado órganos capaces de concepción por la unión con los varones.

Sin embargo, inmediatamente empiezan las preguntas:

¿Y las personas XX, etc, que sin embargo sean estériles?

La respuesta es sencilla: se trata de una variación accidental que no excluye que sean mujeres.

¿Y las personas XX, etc, que hayan sufrido una histerectomía para solucionar por ejemplo un cáncer?

La respuesta sigue siendo la misma; eran mujeres plenas y accidentalmente se han visto privadas de toda su potencialidad.

Todos seguimos estando de acuerdo.

Las preguntas se vuelven más incisivas.

¿Las personas XX masculinizantes son mujeres?

Se puede llamar masculinizante a una persona biológicamente bastante definida como mujer, cuya conducta denota una hiperandrogenia constitucional o nivel de andrógenos superior al estándar de la mayoría de las mujeres. Se trata de una cuestión de más o menos y por tanto las personas XX masculizantes forman un conjunto difuso, cuyos elementos van desde los menos definidos (muy poco, casi imperceptibles) a los más definidos. Si la hiperandrogenia influye en la conducta, será porque ha formado determinadas estructuras cerebrales, por lo que será legítimo hablar de intersexualidad. La respuesta a la cuestión sobre las personas XX masculinizantes será que están dentro de la red de conjuntos difusos, muchos de sus elementos se integran bastante en el interior del conjunto difuso Mujeres y otros se sitúan más en el exterior, y más cerca del centro del conjunto difuso Intersexuales.

Todo ello entra dentro de la variabilidad biológica, por lo que no se puede hablar de defecto accidental. Los flujos de andrógenos recibidos en la edad prenatal se diferencian, como tales flujos, cuantitativamente, quedando expuestos al régimen de adaptación/inadaptación normal en los seres vivos.

¿Las personas XX llamadas intersexuales, es decir, nacidas con diferencias en los órganos internos y externos que puedan incluso impedir la concepción, son mujeres?

La respuesta en este puede usar de nuevo la noción de convergencia entre dos conjuntos difusos: usando algunos criterios estas personas se incluyen dentro del conjunto difuso Mujeres y usando otros, dentro del conjunto difuso Intersexuales. Individualmente, estarán más cerca del centro de uno u otro, es decir, unas serán más mujeres y otras más intersexuales.

¿Las personas XY nacidas intersexuales, con el síndrome de Insensibilidad Androgénica, que produce órganos externos de forma femenina, pero gónadas masculinas internas, son mujeres?

Esta cuestión demuestra que no estamos especulando, sino considerando hechos extremadamente prácticos dentro del régimen de las competiciones deportivas, que parte de hacer una división binarista.

La respuesta en este caso es más compleja, porque advierte que se ha pasado de lo biológico a lo social, o del sexo al género, puesto que estas criaturas son inscritas sin dudar en el Registro Civil como niñas, un hecho social, basándose en que sus órganos genitales externos son inequívocos, y en que cuando crecen suelen insertarse mejor entre las mujeres por la misma razón, aunque suelen ser bastante masculinizantes. Por tanto, se puede responder, usando la mayor precisión, que no están más cerca del centro del conjunto difuso Intersexuales que del de los conjuntos difusos Hombres y Mujeres, pero, dado que sólo hay dos sexos legales, pueden ser consideradas socialmente mujeres. Se introduce así la distinción entre sexo biológico y sexo social o legal.

Pero debe hacerse constar que la inserción social (o deportiva) de estas personas es problemática sólo porque la clasificación de los deportistas es binarista. Si no atendiera a dividirlos en dos sexos, saltando incluso sobre el binarismo legal de cada estado, y usara como referencia el nivel alcanzado al inscribirse o en la temporada anterior, estas personas se insertarían indiscutiblemente en cada grado de competición.
¿Las personas XY transexuales que se puedan considerar intersexuales si se demuestra plenamente en el futuro que su condición procede de diferencias cerebrales producidas en la gestación, son mujeres?

La respuesta es de nuevo compleja puesto que en un principio se diría que estan situadas dentro del conjunto difuso de Hombres y más dentro del conjunto difuso Intersexuales, pero la primacía del cerebro en la personalidad y la naturaleza biológica de esta condición, que sería una intersexualidad cerebral, aconsejarían situarlas también más dentro del conjunto difuso Mujeres. Pero mientras sólo haya dos sexos legales, pueden ser consideradas socialmente mujeres, incluso sin necesidad de operarse, como es el caso, por ejemplo, en la legislación española.

Observamos en resumen que el conjunto Mujeres es difuso por cuanto incluye la variable hiperandrogenia, que es una cuestión de más o menos; y queda mejor definido biológicamente al incluir la variable de accidentalidad.

Este mismo esquema, “mutatis mutandis”, se puede aplicar en los mismos términos al conjunto difuso Varones.

Nótese que en Australia ha terminado el binarismo de los sexos legales al aceptarse en el Censo de 2006 por primera vez una casilla de intersexuales entre las dos tradicionales.

Cabe preguntarse si tendría sentido crear una tercera casilla legal, a imagen de Australia, en la que se situaran todas las personas que no se hallan dentro del sistema binarista.

Es verdad que, entre las personas llamadas intersexuales, algunas de las cuales deberían definirse mejor como extrasexuales, por estar fuera del sistema XX/XY (por ejemplo, las X0, las XXY, etcétera), todas están situadas de hecho en uno de los dos sexos legales, y la mayoría están conformes con estar dentro de él (aunque hay una minoría profundamente disconforme)

La asignación, hasta ahora, ha sido heterónoma, realizada por el médico o la comadrona en el momento del parto, basándose en criterios heterónomos, tales como la posible funcionalidad genital futura, por lo que la mayor parte de las personas intersexuales son asignadas como mujeres e incluso operadas en su primera niñez para supuestamente mejorar su inserción social.

Ni que decir tiene que la asignación se hace dentro de criterios binaristas, llevando a la persona hacia uno de los dos polos reconocidos y prescindiendo de que también se podría decir la verdad más simple y verdadera: “Esta criatura es intersexual”.

Pero, a juzgar por lo que trasciende, la mayoría de las personas intersexuales se acomodan a esa asignación heterónoma. Es decir, subjetivamente aceptan una situación legal (hombre/mujer) que no corresponde a su realidad objetiva (intersexual)

Quitarse toda clase de problemas sociales, adaptarse, ser aceptada, son desde luego razones suficientes, en una cultura binarista y bajo una legislación binarista, para aceptar una clasificación binarista.

Por estas mismas razones, sin duda, hay muchas personas transexuales que prefieren considerarse hombres o mujeres dentro de un sistema binarista.

En primer lugar, el binarismo cultural ambiente les impele a decirse “si no soy hombre, soy mujer”, sin considerar siquiera que los intersexuales también existen, realmente, objetivamente.

Por otra parte, en un sistema legal binarista, se está obligado a aceptar una de las dos clasificaciones.

Y en tercer lugar, dentro de una cultura binarista, es más fácil decir a los demás “soy hombre” o “soy mujer” que presentarse con los numerosos matices y sorpresas que acompañan objetivamente a la definición “soy intersexual” (o “soy transexual”)

Sin embargo, la realidad objetiva tiene más fuerza que cualquier ideología, sobre todo en cuanto llega a la consciencia, por lo que antes o después se acabará imponiendo.

Intersexuales y transexuales (o intersexuales transexuales) constituimos también un conjunto difuso de una variedad casi infinita, en el que pueden reconocerse incluso muchas mujeres masculinizantes (y autodefinidas como mujeres masculinizantes) y muchos hombres feminizantes (idem id)

La conciencia de diferencia está sostenida muchas veces por una simple hiper- o hipoandrogenia, respecto a los estándares androgénicos de mujeres u hombres, suficiente para tener una repercusión cerebral y para determinar también conductas diferentes de las estándares.

No cabe duda de que la asignación personal al conjunto difuso Intersexuales, en vez de al conjunto difuso Mujeres o al conjunto difuso Hombres, será a veces subjetiva, dependiendo quizá de razones biográficas más que biológicas; en igualdad de circunstancias unas personas masculinizantes preferirán definirse como mujeres y otras como intersexuales (transexuales), y lo mismo pasará con algunas personas feminizantes.

Sin embargo, será preferible que en el futuro los criterios subjetivos se acerquen a los objetivos. Hay personas que son ciertamente, innegablemente intersexuales. Sería mejor, en una ascesis de realismo, que se definieran como intersexuales.

En otras, la intersexualidad es tan sutil, que entra en los parámetros de la variabilidad androgénica de hombres o mujeres. El realismo aconsejaría que estas personas se definieran como hombres feminizantes o mujeres masculinizantes.




DESPATOLOGIZACIÓN


La teoría y la práctica de la transexualidad están cambiando profundamente.

En los años cincuenta, cuando Christine Jorgensen reinició el ciclo de los cambios de sexo, inaugurado por Lili Elbe, en 1931, y Harry Benjamin los conceptualizó, la transexualidad se concibió de una manera muy simple: trans-sexualidad, es decir, paso de un sexo al otro, por vías endocrinológicas y quirúrgicas, establecidas por primera vez en aquellos tiempos.

La palabra transexual se volvió sinónima de demandante de ayuda médicoquirúrgica y se le prestó a veces por cirujanos espontáneos, a la manera de la cirugía plástica, en una época en la que no existían preocupaciones por demandas judiciales, entre los que fue famoso el Doctor Gourou que operaba en Casablanca, en una situación de vacío legal.

Poco a poco, la Asociación Internacional de Disforia de Género Harry Benjamin (HBIGDA), una asociación en realidad estadounidense pero respetada en todo el mundo, fue creando un protocolo básico que todavía se sigue usando, por lo que merece una reflexión.

El protocolo estaba impregnado del puritanismo estadounidense. Lejos de él las alegrías estéticas del Doctor Gourou. La cirugía debía efectuarse sólo con causa justificada, por el diagnóstico de una enfermedad o patología que debían estar bien tipificadas y merecer una atención médica compasiva. Se buscó una enfermedad, se la llamó síndrome de Harry Benjamin, y de hecho se transfirió a los psicólogos la autoridad de diagnosticarla.

Se aceptó de hecho porque, poco después, el seguimiento del protocolo liberaba al cirujano de demandas judiciales, y porque posteriormente permitió el acceso de los pacientes a la Seguridad Social, en Europa.

El protocolo básico consideraba fundamental el que se llamó Test de la Vida Real y se dividía, de manera tripartita, en valoración psicológica o psiquiátrica, tratamiento endocrinológico e intervención quirúrgica.

Concebía el proceso transexual como una especie de línea de metro con sólo tres estaciones, es decir, como un túnel unidireccional, con subsecciones fijas, y concebido para llegar a un fin único.

Al concebirse de esta manera, la atención de los profesionales se centraba en la autorización para viajar en ese metro privilegiado, concediendo derecho de paso a ciertas personas, consideradas como “verdaderas transexuales” y negándoselo a otras, a las que se apartaba por no corresponder a lo previsto.

Concentrada toda la atención de los profesionales en la funcionalidad de la línea, entendiéndose a sí mismos como administradores de las tres estaciones, y nada más que de las tres estaciones, muchas veces se habrá desatendido a las personas no admitidas, por intensas que fueren sus necesidades psicológicas y sus requerimientos de atención endocrinológica o hasta quirúrgica-estética.

En 1990, el CIE, un repertorio internacional de enfermedades, usado por todos los médicos para el diagnóstico de sus pacientes, introdujo la transexualidad formalmente como una enfermedad psiquiátrica, como “trastorno de la identidad de género”, lo que supuso un salto que nos trasladaba plenamente a un espacio nuevo, el de la psicopatología, cuyo correlato es la necesidad de curación; si por ahora, “el único tratamiento conocido” es el endocrinológico-quirúrgico, en el futuro podría ser otro distinto, un condicionamiento conductual arrollador por ejemplo.

En ese momento, se daba una vuelta de tuerca: la transexualidad se psicopatologizaba y en realidad se profundizaba en definirla como algo que debía ser evitado, aunque se concediera a los desde entonces pacientes el beneficio de una terapia como mal menor. No se trataba siquiera de un desajuste, como puede ser una simple cojera, sino de todo un trastorno, o el síndrome de Harry Benjamin.

Al cabo de muchos años de experiencia, empezaron a emerger problemas en ese protocolo, nacidos de que no corresponde a la realidad.

El primero, la misma noción de diagnóstico de una patología, se convierte en una autorización psicológica para entrar en el proceso médico y quirúrgico, y confiere al psicólogo un papel de juez y un derecho de decisión sobre un aspecto fundamental de la vida del usuario completamente inadecuado y que afecta gravemente a la misma función psicológica.

Constituido el psicólogo en autoridad, disponiendo sobre vidas ajenas, fue natural que los usuarios hicieran averiguaciones sobre las respuestas que tenían efectos favorables y sobre las desfavorables, arruinando la confianza usuario-psicólogo e invalidando cualquier estudio científico sobre esta población, que se basara en tests o en preguntas informales.

Como se verá más adelante, este régimen de autoridad sería fácilmente superable con que se pasara a un régimen de autonomía, en el que los únicos requisitos fueran establecer o subsanar en su caso la salud psíquica del usuario, y asegurarse de que ha recibido suficiente información durante un tiempo prudencial, dejándole al cabo de ese tiempo el pleno derecho de decisión sobre su vida, y la plena responsabilidad sobre sus posibles errores, como corresponde a una persona mayor de edad.


Pero mientras los médicos en general y luego los psiquiatras en particular (en su propio repertorio, el DSM) andaban por ese camino, la base social de la transexualidad ha ido recorriendo otro, asimilando en primer lugar conceptos como la diferencia entre sexo y género (diferencia enunciada por primera vez por Robert Stoller, observando a sus pacientes transexuales), en el cuadro de los grandes márgenes de una sociedad permisiva, que nos han permitido crear con libertad nuevas formas de vida.

En los años cincuenta se podía pensar que cualquier experiencia transexual requería el cambio quirúrgico de sexo. Género y sexo yacían todavía fundidos en la consciencia, lo único no se podía concebir sin lo otro. Puesto que cualquier variante se entendía como variante sexual, cualquier cambio debía ser cambio de sexo. Y como los dos sexos de concebían estereotipados, teníamos que pasar radicalmente de uno a otro, puesto que no se concebían estados intermedios. La fuerza de la pulsión por el cambio, se transformaba automáticamente en deseo apremiante y obsesivo por el cambio de sexo. Sin darnos cuenta, metimos a psicólogos, médicos y cirujanos en nuestra casa.

Pero a la vez, los mismos desajustes entre esa concepción y nuestra realidad personal, pues quizá no éramos ni varones ni mujeres estereotipados, nos sometía a una fuerte angustia, a vacilaciones, a culpabilidades, incluso a la sensación de estar en parte mintiendo, con graves consecuencias para nuestro equilibrio personal.

El movimiento queer (años noventa) puso también la base para unas identidades blandas y flexibles que sustituyeran a las duras de los veinte años anteriores, creadas en momentos de combate, en los que era preciso diferenciar claramente a homosexuales de heterosexuales y a transexuales de homosexuales y de heterosexuales, lo mismo que se diferencian ejércitos en batalla.

Conseguida en los años cero la igualdad de derechos, asentada una nueva visión social, incluso legal en Europa y los Estados Unidos, y particularmente en España, ha sido posible distender mucho esas identidades, y de manera más espontánea que la Teoría Queer, que distinguía entre queer (raro, rarito) y straight (severo), actitudes americanas que aquí se han convertido en algo así como un “to er mundo hase lo que le da la gana”.

Más adelante, la teoría queer de los años noventa está profundizándose en el no-binarismo de sexo y de género de los años ceros.

Hace ya casi diez años que el catalán Cesc Gay filmó “Kránpack”, película en la que aparece con toda nitidez la despreocupación por las cuestiones de orientación de unos adolescentes varones que, de camino hacia la playa, y entre tensiones emocionales muy fuertes, duermen juntos una noche, para seguir después, sin dramas ni culpas, uno en dirección heterosexual y el otro homosexual.

Vi en ella una actitud generacional nueva, y la vuelvo a ver ahora en el corto 02 de la serie “Test de la Vida Real”, en el que una exposición de gran belleza formal muestra las actitudes de género de un joven trans masculino que no se preocupa ni siquiera de tener una identidad definida, tanto menos de hormonaciones o cirugías.

La actual teorización sobre el no-binarismo y por su concreción en la teoría de los conjuntos difusos de sexo/sexualidad/género muestra la complejidad de las experiencias de transición de sexo y de género.

El no-binarismo de sexo (no todavía de género) empieza por la intersexualidad, en la que una persona reúne condiciones de los dos sexos mayoritarios, y la extrasexualidad, cuando está fuera de esos sexos (por ejemplo, en la composición cromosómica X0)

La intersexualidad puede darse de muchas maneras. Por ejemplo, parece confirmarse que ciertas transexualidades se deben a la impregnación prenatal con cantidades de andrógenos inferiores o superiores a las de los estándares mayoritarios (hipo- o hiperandrogenia) que configuran el cerebro de una manera bastante diferenciada para que reviertan sólo en determinada diferencias conductuales o a veces en diferencias de sexualidad (conducta pulsional asociada al sexo: ejemplo, penetración o recepción) e incluso en la imagen corporal genital (iidadentificación como propios y coherentes de los genitales con que se ha nacido o desidentificación, extrañeza y hasta repulsión por ellos)

Puede haber personas que, por razones incluso de una estructura cerebral que todavía estamos empezando a conocer, consecuencia de la variabilidad natural humana, crecieron esperando desarrollarse como personas del otro sexo y que vieron que esto no se cumplía; que, conforme con esta imagen de sí, este verdadero proyecto personal, vieron incluso que sus relaciones de amor, en las que cuenta tanto la imagen de la pareja como la figura propia, se veían desvirtuadas, o imposibilitadas, por una imagen personal que no coincidía en absoluto con la que emergía de sus estructuras incluso biológicas.

Todo esto es doloroso, pero nada de esto es psicopatológico. Nada de esto tiene su origen en la mente, sino en el cerebro, sino en la estructura corporal de la persona. Nada de esto es ni siquiera patológico, pues corresponde a la variabilidad natural de la vida, a los continuos ensayos de cambio en que se traduce la reproducción, alguno de los cuales pueden ser más adaptativos, según qué circunstancias, y otros, menos, también según el medio, pero todos naturales.

Algunos pueden ser muy funcionales respecto a algunas condiciones y presentar desajustes funcionales respecto a otras. Corresponde a la naturaleza de las cosas que un desajuste funcional suela producir dolor o incomodidades, aunque esto no ocurra siempre; quizá dependa de su intensidad.

Observamos que la inter- extra- transexualidad no es de por sí una condición médica; algunas personas en estos casos pueden vivir sanas sin recurrir a un médico ni desearlo, aunque otras pueden manifestar cierto desagrado. En análisis lógico, si algunas personas no necesitan algo y otras sí, es que esa necesidad no va con ese algo.

Mujeres (XX e identitarias, hiperandrogénicas) que nacieron con un clítoris que llega a ser un micropene o hasta un pene, pueden estar orgullosas de él, por ejemplo si son lesbianas, o desear no haberlo tenido, porque puede parecerles ajeno y puede estorbar su vida afectiva. Análogamente, una persona XY, hipoandrogénica, puede identificarse como varón o no adaptarse a sus genitales.

¿Qué queda entonces? Que la medicalización está indicada cuando hay, por usar una expresión del DSM, “malestar clínico significativo”. No por enfermedad, ni siquiera por enfermedad mental, sino por lo que podríamos llamar disfuncionalidad adaptativa o incluso por disfuncionalidad social.

(Un ejemplo de ésta la constituyen determinadas operaciones de cirugía propiamente estética, en las que se trata de corregir formas de la cara que son perfectamente sanas y naturales pero que en la interacción social pueden producir grave inseguridad, falta de autoestima, depresión, etc Está perfectamente indicado medicalizar estas situaciones, incluirlas en la Seguridad Social (recuérdese el segundo término de esta expresión) y sin embargo no hay enfermedad alguna que sanar)
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Pero aún hay más razones para la despatologización, yendo incluso de la psiquiátrica a la general; obsérvese que, una vez producida, no habrá diagnóstico que realizar, ningún repertorio al que seguir; la demanda de esta asistencia estará fundada en sentimientos personales imposibles de verificar o de cuantificar objetivamente. Es imposible cuantificar el sufrimiento por una parte del rostro que sin embargo nos haga sufrir realmente. Es imposible, en general, cuantificar el dolor, incluso físico y sin embargo puede ser insoportable. El servicio psicológico/médico no puede más que saber que estas circunstancias son posibles, cerciorarse de la ausencia o subsanar cualquier psicopatología (no la transexualidad) que pueda suplantarla, fiarse del usuario y de su testimonio, e informarle cuidadosamente de las consecuencias de su decisión.

Una patologización, en la práctica actual, es una tipificación cuasi jurídica de una enfermedad y la asignación de unos protocolos de tratamiento (en nuestro caso, los de lsa antigua Asociación Internacional Harry Benjamin)

La despatologización desactiva todos esos legalismos que gravitan sobre nosotros. Como en la cirugía estética, el usuario que la plantea tiene capacidad para decidir; en nuestro caso, se trataría sólo de constatar la realidad, de oir la voluntad del usuario de cambiarla, y de explicarle suficientemente el proceso, sus consecuencias, y su responsabilidad personal sobre sus decisiones. Nadie más tiene que acertar o errar; nadie más tiene que someter esa decisión a un proceso cuasi judicial de pruebas y contrapruebas (pero sin defensor); el usuario es quien decide sobre su peticióm despatologizada, pero medicalizada.

Más radical es la despatologización de personas que se consideran ambiguas, que formaron en su adolescencia una identidad ambigua (un concepto no-binarista), y que pueden haber visto cómo su desarrollo corporal las desambiguaba y las sumía en la angustia, aunque sin centrar ésta en la evolución de órganos definidos, sino de la apariencia corporal..

Obsérvese el dato importante de que los mismos procesos cognitivos y emocionales pueden seguirse en unas personas de una manera distendida y en otras con angustia. No se trata por tanto de que la ambigüedad sea patológica, sino que la situación de unas personas u otras puede seguir lógicas y encontrar circunstancias muy distintas.

La angustia procede en estos casos de la interacción social sobre todo; de ver que no se es vista con la ambigüedad que se valoró; de que los demás insisten en insertar a la persona en un cuadro binarista o de que el propio aspecto entra dentro de alguno de los parámetros binaristas.

Al mismo tiempo, no se tienen motivos internos para llegar a una hormonación o a una operación; los impulsos proceden del medio social, del deseo de afirmar en él la propia ambigüedad y de conseguir la mayor aceptación posible.

Aquí vemos personas que ya no son binaristas, interactuando con un medio binarista, y cediendo ante él y sometiéndose a sus representaciones. En atención a ellas se puede incluso desear fuertemente hormonación u operación sin que correspondan a ninguna cuestión de funcionalidad personal.

Pero llegamos así a un no-binarismo de género, cuyas expresiones son múltiples y desde luego mayoritarias.

Tiene que ver con orientaciones blandas, o difusas, de las defendidas por la teoría queer, y con la plena adopción de identidades difusas, situándose en las periferias de las mayoritarias y fluctuando de unas a otras.

Esta actitud no es incompatible con que otras personas mantengan orientaciones o identidades más definidas, más cerca de sus respectivos centros. Es simplemente una preferencia personal por estar más cerca de la periferia.

No requiere hormonaciones y menos algo tan definido como una cirugía. No pretende superar el nivel de la estética y sin embargo la estética es fundamental para su bienestar.

Son equiparables a las tribus urbanas juveniles, a un estilo de vida, a un modo de vestir ambiguo, pero pretenden llegar a la edad adulta en ellos, aunque algunas personas prefieran ceder la vez y definirse más en cualquiera de los sentidos.

Sin palabras, predican un mensaje a todas las personas variantes de sexo o género: “Si puedes, si quieres, quédate aquí”

Es decir, si no sufres, si no es para ti un agobio, permanece en este estado ambiguo, evita hormonaciones u operaciones, sé reconocido por tus compañeros de ambigüedad, crea formas de vida y de relación, rompe todas las convenciones, en espera de que algún día todos sepan reconocerte.

No te preocupes de definir tu orientación ni tu identidad, porque justamente te defines como persona de orientación e identidad indefinidas, tú, en último análisis.

Lo que te gusta de ti puede gustarte, y lo que no te gusta o te gusta menos, puedes aceptarlo porque es tuyo, puede llegar a gustarte porque es tu especificidad, lo que te ha traído a este punto en el que estás, lo que define tu ambigüedad.

Desde luego, la patologización en general y la medicalización compasiva se volatilizan para quien se hace este planteamiento.

No es nada especulativo; como digo, es la práctica de una generación que, siendo trans, me parece postransexual, y hasta postransgénero, por su rechazo a asumir formas definidas, o estéticas literalmente pasadas de moda. Si las mujeres (difusas) son ambiguas en su ropa diaria, ¿por qué las trans (difusas) hemos de ser definidas, ni siquiera como mujeres?

¿Y si una mujer se viste arrolladoramente sexy para ciertos momentos, por qué he de renunciar a vestirme sexy?

¿Y si esa mujer (difusa) requiere la cirugía estética, por qué yo no, con las mismas intenciones?

¿Y si recurro a la cirugía de reasignación de sexo, qué diferencia hay entre ella y la cirugía estética?

Los planteamientos son tan flexibles que podría pensarse que son una vuelta atrás, y que de hecho pueden llevar a una situación de represión y clandestinidad, a un “me quedo aquí porque es más fácil” y luego “me quedo donde me dejas”.

Pero no; con una perspectiva no-binarista, estas actitudes son compatibles con las más definidas; esta ambigüedad convive con la intersexualidad (difusa), la masculinidad (difusa) o la feminidad (difusa)

No se trata de restringir las formas de expresión de sexo y género, ni su medicalización, cuando esté justificada, sino de abrirlas a quienes deseen vivirlas de forma abierta.

Ya estamos llegando a esa cultura plenamente no-binarista, pero nos faltan referencias; nos parece que estamos creándolo todo de la nada y eso puede hacer que nos sintamos inseguros.

Ya se ha llegado hace milenios en las culturas amerindias, por ejemplo en la de Zapotecas, con su noción de las o los muxe, que ni siquiera usan un género definido, que pueden ser, digamos, heterosexuales u homosexuales y casarse heterosexual u homosexualmente o supongo que con otras muxes. Ha llegado la hora de aprender de ellos, de aprender de otros.


HEMOS LLEGADO A LA CONCLUSIÓN


La experiencia transexual empieza por una sensación de extrañeza por el propio cuerpo.

No ajustamos. No nos levantamos con la naturalidad con que otras personas se levantan cada mañana, sintiendo que las letras de la palabra yo se prolongan con toda sencillez por las líneas, la forma, las características, el peso de su cuerpo.

No se miran en el espejo con el pasmo que nosotras nos vemos. O con la angustia con que nos vemos.

Sin embargo, esta sensación no la tenemos sólo nosotras. Rosa Chacel escribió unas frases que entendí profundamente, referidas a que las guapas, cuando se miran en el espejo, creen ser lo que ven, mientras que las feas saben que no son lo que ven.

Por lo tanto, las personas feas tampoco son lo que vemos; las miramos, y vemos su apariencia; ellas son otra cosa.

También hay diferencias entre ellas y nosotras; en ellas, simplemente es la conciencia de un desajuste social, que va a tener consecuencias para su vida, quizá desprecios, quizá burlas, dificultades para ser queridas, dificultades para tener hijos.

En nosotras, puede ser la conciencia de una biografía, cuyas experiencias, cuyos sentimientos, cuyos golpes, cuyos consuelos, nos han llevado a pensar que seríamos más felices como hombres (pero somos mujeres) o como mujeres (pero somos hombres), algo tan sencillo, tan frecuente, a veces tan profundo como eso; o a veces, la conciencia de un desajuste hasta biológico; el cuerpo nos pide hacer cosas que hacen los hombres, pero no tenemos el cuerpo de un hombre; o no nos lo pide, y no ajustamos, y sin embargo tenemos el cuerpo de un hombre.

Nada de esto es patológico. Ni siquiera los golpes o los traumas son patológicos, porque forman parte de la vida diaria de cada ser vivo. Son adaptativos. “O crece o muere”, dice el adagio; o “lo que no mata, engorda”, su versión popular; son desafíos naturales que pueden servir para mejorar.

Tampoco son patológicos los desajustes entre un cerebro más bien de un sexo y un cuerpo más bien del otro; son parte de los ensayos y variaciones que continuamente realizan las fuerzas de la naturaleza; a veces, de ellos surgen formas de vida mejor adaptadas a un medio determinado, nuevas, llamativas por desusadas.

Sólo es patológico lo que compromete la vida. Y nuestras vidas pueden ser completamente sanas, pero nuevas, hasta mejor adaptadas.

El descubrimiento del error del binarismo ensancha nuestra visión y nuestras posibilidades.

Nuestra cultura considera que sólo hay dos sexos, perfectamente delimitados, y lleva esto al límite de establecer dos sexos legales, y obligarnos a todas las personas a meternos en uno u otro, cuando la realidad es mucho más compleja. Cuando descubrimos que este binarismo no se ajusta a la realidad, inmediatamente nos encontramos con un espacio nuevo para nosotras.

Porque puede ser que hayamos querido simplemente ser hombres o mujeres, en contradicción con la apariencia de nuestros cuerpos, pero también puede ser que el binarismo, que también hemos aprendido, nos lleve a decirnos “si no soy del sexo A tengo que ser del sexo B”, ignorando que hay también otras opciones.

Cuando lo sabemos, puede ser que nos adaptemos mejor situándonos en un plano intermedio; o que descubramos que no tenemos necesidad personal de operarnos, o de hormonarnos, o de obedecer a los cánones que rigen el sexo A y el sexo B.

¿Por qué los seres humanos vamos a tener que obedecer sumisamente a un aspecto de la naturaleza, cuando toda nuestra historia, desde que se inventó la agricultura, hace diez mil años, consiste en transformar la naturaleza?

Y menos aún, cuando la interpretación de lo que es natural, resulta errónea, como se ve en el caso del binarismo, cuando una supuesta norma natural se ha convertido en enemiga de los seres verdaderamente naturales que van naciendo.

Las únicas normas morales, en nuestras transformaciones de la naturaleza, necesarias para nuestra supervivencia, es que sean verdaderamente necesarias y que estén al servicio del hombre, y vemos que esas consideraciones suelen ser justamente las que les dan fuerza a nuestros cambios.

A fin de cuentas, puede ser que nuestra búsqueda sea la de una mejor adaptación personal a la realidad. ¿Por qué va a ser mejor someterse a modelos colectivos que seguir un modelo personal?

Una vez encontrado, puede ser que definamos nuestras afinidades, las personas con quienes nos sentimos más semejantes, con quienes nos entendemos mejor. Así conciliamos la necesidad de ser nosotros mismos con la de formar parte de una comunidad: la de los hombres (difusos), la de las mujeres (difusas) o las muy variadas de quienes no somos hombres ni mujeres (más difusas que cualesquiera otras)

Vemos que nuestra experiencia transexual nos lleva a la experiencia más profundamente humana que puede haber: la de sentirme yo.

La de reconocer la importancia de este yo, aparentemente pequeño, insignificante, casi invisible, pero que soy yo, que estoy aquí, que me pongo en mis propias manos.

Ante mí tiemblan los totalitarismos, los colectivismos, porque acabo venciéndolos. Nada masivo puede más que los sucesivos yo que vamos levantándonos, muchos machacados, pero siempre reviviendo otros.

La transexualidad es centralmente humana porque la pregunta por la identidad es una pregunta sobre el yo.

Por eso, las personas transexuales acabamos diciendo. “Yo soy persona”, es decir, no hombre, no mujer, no intersexual, sino conciencia.

Yo existo del todo cuando comprendo que yo soy yo, que estoy aquí, ahora. Distinta de lo que no soy yo. Yo soy distinta de mi cuerpo. Soy distinta de mi sexo.

El hallazgo del espacio interior me revela mis diferencias con el espacio exterior; yo que veo soy distinta de lo que veo. En cada uno de nosotros humanos el sujeto absoluto es distinto del objeto absoluto. Éste es el fundamento último de la disforia de género y la transexualidad.

Pero es el fundamento último de la humanidad. Yo soy distinta de mis circunstancias. ¿He nacido pobre, he nacido rico? Yo no soy eso, yo soy quien nace en cualquier sitio que no sabe. ¿He nacido guapa, he nacido fea? No lo sé, hasta que me lo dicen o me veo en un espejo. ¿He nacido lista, he nacido torpe? Es cuestión de suerte.

No me puedo enorgullecer de nada, como si fuera mío. No me pertenece nada, me lo he encontrado. Yo miro la vida, y en eso soy igual que todas las otras personas.

Yo descubro también que me corresponde un cuerpo que me agrada o no. Yo descubro que me corresponde un sexo que me agrada o no.

En cada persona transexual hay un distanciamiento entre su subjetividad y su objetividad, o entre lo que soy yo por dentro y lo que soy yo por fuera. Este distanciamiento es el normal de los seres humanos cuando aprenden lo que tienen que aprender. Vivo como un verdadero ser humano.

La transexualidad es un conjunto de experiencias y sentimientos que llevan, de una manera viva, a conocer mi diferencia y libertad respecto a todas las determinaciones y las ligaduras.

Y permite que a la conciencia de opresión siga la de liberación. Permite así la experiencia no sólo de los lazos, sino de la rotura de los lazos. Una vez que se han visto rotos, siguen rotos, aunque todavía no lo estén. También es transexual, libre, quien sigue bajo la fuerza de sus circunstancias o de sus compromisos personales. Ya las paredes de la cárcel no existen. El campo está abierto.

sábado, abril 04, 2009

Un Manual de Transexología (en borrador)

Por Kim Pérez


Hace varias semanas que estoy publicando en el Diario Digital Transexual CarlaAntonelli.com este Manual de Transexología (en borrador)

Se titula así, porque es la primera versión, que voy mejorando con las sugerencias de los lectores.

Hasta aquí está todo lo que va publicado hasta ahora.



PREÁMBULO

Me ha animado una querida amiga para que escriba lo que empiezo ahora, que es un “Manual de Transexología (en borrador)”

Todas las palabras del título tienen su razón de ser. “Manual”, porque espero que sea un utensilio manejero para los y las transexuales, en primer lugar, y también para quienes tengan que ver con nosotros: en el segundo e inmediato lugar, nuestras parejas, que son quienes más ligan sus vidas con las nuestras; nuestros hijos; nuestros padres y hermanos; nuestros amigos.

En tercer lugar, para los profesionales cuya ayuda requerimos a veces: psicólogos, médicos y cirujanos, incluso abogados, fiscales y jueces, profesores e investigadores y también periodistas y políticos, recordándoles siempre que la mayor autoridad sobre una persona es ella misma, y que, por lo que a la ayuda psicológica se refiere, defiendo con todo énfasis que un protocolo de reconocimiento sustituya al de autorización que hasta ahora se ha empleado (...)

viernes, octubre 31, 2008

Identificación, desidentificación, identidad



Por Kim Pérez


Publico aquí de nuevo un texto del 29 de marzo de 2001, que me parece la visión más completa de la transexualidad o la disforia a la que llegué antes de redactar el "Manual de Transexología".


RESUMEN. En este artículo bosquejo solamente el debate sobre las causas profundas de lo trans y me ciño a las causas inmediatas. Aunque parezca demasiado obvio, la causa inmediata de lo trans es una cuestión de identidad, más o menos definida. Describo la formación de una identidad como un proceso de “identificación-desidentificación”, por medio de sentimientos de “homoempatía” y “heteroantipatía” o bien de "vacío de identidad", con los que pueden generarse barreras identitarias muy funcionales en la estructura de la personalidad; valoro la "especularidad" como una solución identitaria frente a un "vacío de identidad". Describo las variantes de lo trans como procedentes de una mayor eficacia de la desidentificación o de la identificación. Pienso que el resultado del proceso trans corresponde a la definición de un estado de salud, y que la justificación de la cirugía trans es holística.


HIPOTÉTICAS CAUSAS PROFUNDAS

Muchos han visto en el origen de lo trans un condicionamiento biológico (Dörner, Diamond) Se habla en particular del hipotálamo, la zona cerebral que rige la conducta sexual. El embrión empieza por ser asexual o feminoide, pero en su gestación, la presencia o la ausencia de andrógenos, determina un proceso de configuración masculina o femenina. Un proceso: los genitales internos, los externos, el hipotálamo, deben conformarse sucesivamente, lo que supone que el flujo o la ausencia de andrógenos debe ser constante.

En nuestro caso, en el que no hay intersexualidad fenotípica, habría habido una variación androgénica en el momento de la configuración del hipotálamo. En fetos ya caracterizados como niños, habría cesado en ese momento el flujo androgénico (causas posibles: estrés intenso de la madre -estrés de guerra-, medicación con estrógenos...) o se habría producido un repentino flujo en fetos de niñas (causas: hiperplasia adrenogenital congénita, medicación con andrógenos...)

El efecto habría sido la configuración femenina de un cerebro en una persona de fenotipo masculino o la configuración masculina de un cerebro en una persona de fenotipo femenino. En ambos casos, se trataría por tanto de una intersexualidad real, orgánica, pero imperceptible a simple vista. Pero por ser el cerebro el órgano que habría resultado cruzado, el regidor de la conducta, las consecuencias de esta forma de intersexualidad serían muy considerables.

Hipoandrogenismo en personas de fenotipo masculino e hiperandrogenismo en personas de fenotipo femenino se situarían sin embargo dentro de una campana de Gauss, en la que habría que suponer la existencia de un umbral para llegar a las actitudes trans.

La normalidad gaussiana hace que también existan millones de varones que son relativamente hipoandrogénicos, en los que sólo es perceptible una conducta tranquila, reflexiva, poco activa, poco agresiva, más bien asexual, dentro de un cuadro heterosexual u homosexual o millones de mujeres algo hiperandrogénicas que son decididas, activas, expansivas, seguras, deportivas e intensamente heterosexuales u homosexuales (los andrógenos determinan la intensidad del deseo) Unos y otras se comprenden con gusto como hombres o como mujeres.

Hace falta por lo tanto algo más para llegar a lo trans. Puede ser un umbral biológico de hipo o hiperandrogenización o puede ser algo de naturaleza biográfica. Harry Benjamin calificó el condicionamiento biológico como "suelo fértil" para lo trans, pero no como su causa decisiva. En términos escolásticos, podría hablarse quizás de causa necesaria, pero no suficiente (aunque sólo quizás)

En este caso, la causa decisiva sería la propia vida, con sus condicionamientos emocionales, con sus relaciones interpersonales. La transexualidad, configurada primero biológicamente, terminaría de adquirir su forma definitiva por razones biográficas, analizables en términos psicológicos.


IDENTIDAD

Empezaré por algo que parece obvio, pero no lo es: La transexualidad es una cuestión de identidad. Puede haber condicionamientos bióticos o biográficos, pero hasta que se cruza el umbral de la identidad, no existe lo trans.

Porque la identidad es un concepto. Se forma descubriendo lo que hay de común y lo que hay de diferente entre las personas individuales y los conjuntos. Por tanto, tiene que formarse en la conciencia, es un hecho de conciencia.

En estos términos, identidad es lo que sé que soy y lo que sé que no soy. Lo que quiero ser y lo que no quiero ser.

Es lo que yo sé de mí. Un sentimiento íntimo que nace de lo que veo en mí misma y en otras personas. En lo que me parezco y en lo que no me parezco. En lo que quiero parecerme y en lo que no quiero parecerme.

Me comparo con determinados conjuntos sociales, formo conceptos, siento mis afinidades y mis desafinidades, hasta el punto en que pueda decir: yo soy así, yo soy esto.

Este proceso se llama identificación, lo que significa que consiste en mirar hacia fuera, pero nace primero de la percepción del propio interior, y de su parecido o diferencia con lo que veo en otras personas.

En la formación de la identidad hay, con más exactitud, identificaciones y desidentificaciones. Es necesario que lo uno vaya con lo otro; el conocimiento funciona con un sí y un no; el resultado es una identidad.

Kohlberg piensa que la identidad de género se forma hacia los tres años de manera irreversible; yo añado que se forma mediante un proceso de sí y no (identificación/desidentificación) que genera una identidad primaria que puede ser lineal o cruzada, hacia los tres años, pero sobre la que la dinámica identificatoria/desidentificatoria sigue operando, generando distintas situaciones identitarias, que se superponen sobre la identidad primaria, que subsiste en su primariedad, pero da lugar a nuevas formas que llegan a adquirir plena realidad en la estructura total de la personalidad.

Por tanto el esquema que postulo aquí es el de un proceso de identificación/desidentificación, permanente a lo largo de la vida, que genera hacia los tres años una identidad primaria (lineal o cruzada), que al seguir expuesta a nuevas identificaciones/desidentificaciones da lugar a formas nuevas, sin dejar de gravitar sobre ellas.

El conjunto del proceso de identificación/desidentificación, más la identidad que deriva primariamente de él, más la acción ulterior de la identificación/desidentificación sobre esa identidad, forma la estructura conjunta de la identidad de género en la edad adulta.

Poder afirmar una identidad es un sentimiento grato, tranquilizador, porque me inserta en lo existente y, más aún, en un grupo humano. Pero en este proceso de identificación/desidentificación hay quienes llegan a sentir más fuerza el “no quiero ser” que el “soy”. Lo que sigue entonces es un vacío de identidad, un sentimiento angustioso, una pérdida o extravío de sí en el mundo de los conceptos; es preciso colmarlo como sea.

El proceso de identificación/desidentificación es muy complejo y sutil; intervienen en él no solamente las propias cualidades, sino las de las personas que forman el entorno más inmediato, más operativo. Las variaciones de la condición personal y de la condición de las personas del entorno están infinitamente matizadas, bien lo sabemos.

Las explicaciones que se puedan dar acerca del origen de la identidad cruzada fundándose en lo biótico o en lo social, en el entorno personal, son probablemente acertadas para determinadas personas o conjuntos de personas; su valor es biográfico, personal. Si queremos generalizar, conceptualizar a partir de ellas, podemos decir sencillamente: un proceso de identificación y desidentificación que resulta cruzado en relación con los de la mayoría de las otras personas, entre quienes lo usual es que una persona nacida varón se identifique con los varones y se desidentifique de las mujeres o una persona nacida mujer se identifique con las mujeres y se desidentifique con los varones.

Entre nosotras y nosotros, sucede al contrario. ¿Por qué? Puede haber razones bióticas, que frisen con la intersexualidad, en ciertas personas; puede haber razones del atractivo presentado por algunas personas, de la fuerza modélica de su ejemplo, de su fascinación, de la animadversión hacia otras; todo esto tiene que ver con la variabilidad personal de lo trans; la resultante general, donde unos y otros nos encontramos, debe de ser la misma: un proceso de identificación y desidentificación cruzado, más o menos intenso.

Creo que se produce lo trans cuando la persona siente nítidamente una identidad cruzada (resultado de un proceso de identificación/desidentificación bien definido) o bien cuando hay un vacío de identidad (resultado de un proceso de identificación/desidentificación poco resuelto); en este segundo caso, suele ser lo que llamo especularidad lo que colma el vacío de la identidad.

Quien no tiene una identidad definida, quien no cuenta con una imagen o representación de sí que pueda amar, puede encontrarla en el espejo cuando se superpone o se funde su figura propia con la de una mujer (esto les sucede a algunas trans femeninas) Por eso se llama especularidad: porque requiere la presencia física de un espejo, con sus dos partes: la de quien mira y la de lo que mira. Si la figura que se ve es la de una mujer, quien se mira y no tiene identidad puede verse como mujer. En ese momento crucial, el ansia de identidad se suma a la plenitud imaginada en la figura fantasmática en un deseo único. Por eso, la especularidad es un sentimiento de identidad, puesto que tiende a llenar un vacío necesitado. Va asociada frecuentemente, o generalmente, a un placer alucinante, que tiene el efecto de reforzarla.

Este placer nace, por lo que entiendo, colateralmente: es el placer de ver unida una figura del sexo que se desea a la propia figura. Pero este deseo no es exactamente el deseo de otra persona, sino de ser como ella, de ganar así una identidad, lo que me falta. Por eso este proceso puede ayudarnos a comprender que el placer que se siente es esencialmente la expresión de la alegría hallada al encontrar la solución de un conflicto, la colmatación de un vacío.

Puede describirse como parafilia, pero es que en mi opinión las parafilias son exactamente eso: soluciones simbólicas a problemas reales que producen placer porque son soluciones y se repiten porque son sólo simbólicas, mientras subsista el problema.

Puede comprenderse que las variedades de lo trans proceden de la forma de llegar a la identidad: unas, porque se ha definido desde muy pronto, desde los tres años incluso, una identidad cruzada perfecta, sencilla, sin necesidad alguna de especularidad; otras, porque el proceso de identificaciones y desidentificaciones ha generado un vacío de identidad que ha sido corregido mediante la especularidad; y no pocas que son estados intermedios en los que predomina quizás la niebla del vacío mientras va tomando forma una identidad poco definida y una especularidad no muy intensa.

TRANSIDENTIFICACIÓN

La identificación, en todas las personas, muchas veces es un proceso difuso, medio inconsciente, que tiene lugar con la naturalidad y la poca consciencia de muchos hechos importantes de la vida, aunque otras veces puede estar muy determinado y ser muy enfático y consciente. Se siente como esa afinidad por los afines, a la que llamaré homoempatía y vaga desafinidad hacia los desafines, a la que llamaré heteroantipatía, que hacen que a los niños les guste estar con los niños, a las niñas con las niñas, o decir “los niños son tontos”, o “las niñas son tontas”, que impulsa a hombres y mujeres a formar círculos separados y a distanciarse, desahogarse e ironizar sobre el otro sexo.

Puede señalarse el carácter inverso que la identificación tiene en relación con la heterosexualidad. A los hombres heterosexuales les suele gustar la compañía de hombres (reuniones de hombres solos; incluso es una prueba de masculinidad), a las mujeres hetero les ocurre lo mismo, lo que hace ver que son hechos situados en planos distintos de la evolución personal.

El sentimiento de homoempatía y heteroantipatía es común a heterosexuales y homosexuales; es el gusto de ser hombre y de ser mujer; se forma entre los tres o cuatro años, edad de la percepción del género, y la pubertad, edad de la genitalidad. De hecho, constituye un aprendizaje y afirmación de sí mismo en cuanto al género y el sexo, por la fuerza de la simpatía con las personas que lo comparten, que forma una barrera frente a la admiración o deseo de imitación hacia el otro sexo.

Las personas trans son quienes realizan una transidentificación. Unas han sentido siempre que realmente son afines a quienes no parecen serlo, y desafines de la misma manera; en este caso podría decirse que experimentan una homoempatía/heteroempatía cruzada.

En ellas, la transidentificación puede ser tan intensa, que la barrera diferenciadora está construída como en los heterosexuales y homosexuales, no hay lugar para la especularidad y la atracción sexual salta por la sensación de la diferencia, por la polarización de la distancia, lo mismo que en las personas heterosexuales, o puede suponerse que, por la fuerza de la homoempatía, como en las personas homosexuales, creando sentimientos fortísimos de compañerismo y comprensión mutua.

Otras personas trans parten más bien del vacío de identidad: carencia de sentimientos positivos o confusión relacionada con el género. En todo caso, en su personalidad no existe una barrera que les impida querer ser como quienes han nacido con otros genitales. Creo que la presencia o ausencia de esta barrera es como la presencia o ausencia de un órgano anatómico.

De acuerdo con estas hipótesis, al carecer de barrera frente a la fuerza como modelos de las personas de uno de los sexos, estas personas trans se entregan aún más plenamente a su admiración, hasta desear ser una con ellas; la identidad queda intensificada por la especularidad, que se convierte en un segundo motor, no el más profundo, pero sí el más acelerador de lo trans.

En las personas homosexuales, en cambio, la homoempatía es tan intensa, tan absorbente, tan consciente, que no deja lugar a sentimientos heterosexuales. Los compañeros queridos se convierten en amantes, el amor por la afinidad es la regla universal; a esto lo llamó Freud, devaluándolo, fijación en un estadio del desarrollo, pero puede entenderse mejor como un efecto de la singularidad de las condiciones en que se desenvuelve cada persona, de la interacción entre su propia forma de afectividad, su propio temperamento y las personas que su destino ha puesto a su lado; si el cariño, la admiración, la identificación por los propios compañeros han sido profundísimos, si se han compartido cuerpos y almas, creo que la persona que ha sentido esto puede evolucionar en sentido homosexual.


Distingo por tanto entre homosexual, hombre que se siente hombre y que ama a los hombres, mujer que se siente mujer y que ama a las mujeres, y trans homosexual, persona en quien se ha de suponer una transidentificación muy intensa, a la vez que una honda docilidad para aceptar en la edad adulta su sexo, o bien para limitar su identidad al ámbito de lo soñado o de lo íntimo más que al de lo compartido. Estas personas suelen ser consideradas desde fuera como homosexuales, o transvestistas homosexuales, puesto que no plantean en público sus cuestiones de identidad, más que en todo caso en el plano de las actitudes, de los gestos y la voz, de la pluma, o de transvestimientos ocasionales, pero creo que deben ser consideradas como trans detenidas en su proceso por una interiorización muy profunda de la represión y del miedo.


TRANS VARIANTES

Una clase única de experiencia, la de la transidentificación, con sus elementos de identificación y desidentificación, genera una variedad de formas e intensidades, cuyos efectos en la formación de la identidad son también muy variados, generándose a veces una identidad en línea con el fenotipo, en la que sólo son trans algunas conductas, o diferentes formas de identidad dialéctica o unificadora de lo distinto, o una identidad sin fisuras.

Como la identidad es la resultante de un proceso en movimiento, efecto de las mil formas de sentimientos identificatorios y desidentificatorios que pueden llegarnos, experiencia siempre abierta, aunque lo natural sea que su mayor intensidad y fuerza configuradora se presente en la niñez, se debe suponer que estas variedades no están del todo fijas, sino que pueden transformarse en la misma persona o bien permanecer estables.

La experiencia confirma que es posible transmigrar de unas actitudes identitarias a otras, dentro de algunas pautas, por lo que creo que debe entenderse que las denominaciones de transvestismo, transgenerismo o transgenitalismo corresponden a estadios de la transidentidad que pueden fluctuar en cada persona, según sus experiencias emocionales, no a una definición de las mismas personas. Por eso, me parece que estos términos deben usarse con un valor descriptivo de una situación de hecho, no con valor explicativo ni especialmente predictivo, puesto que no se puede predecir el curso de la experiencia personal ni de la afectividad unida a ella.

Creo que la experiencia trans se desenvuelve siguiendo dos líneas, según el sentimiento que tenga la primacía sea un “no” a una identidad lineal primaria, o el “sí” de una identidad cruzada originaria. Estoy describiendo, no estoy explicando las causas. En algunas historias personales, puede suponerse que una misma causa ha podido escindirse en esas dos líneas, lo mismo que otras veces podrá pensarse que cada una de ellas nace de causas diferentes.

Puede recordarse que las personas intersexuales tienen mayor tendencia a formar identidades trans (Klinefelter, por ejemplo), pero también pueden formar identidades alineadas con su fenotipo más perceptible o con su educación; la intersexualidad puede ser por tanto un factor común de variadas formas de identidad, que pueden decantarse, dinámicamente, a partir de ella en cualquiera de los sentidos; parece también que algunas personas que se desarrollan en unión con su madre y en ausencia del padre forman también más fácilmente identidades trans, aunque otros factores imponderables pueden orientar a la persona en sentido lineal; etcétera...

LA PRIMERA LÍNEA: MEDIANTE LA DESIDENTIFICACIÓN

La línea más fuerte y operativa a veces es un “no quiero ser”. También hay un “quiero ser”, pero la fuerza del sentimiento está en la rebeldía.

Entonces hay una desidentificación. Para que exista un “no quiero ser”, consciente y resuelto, debe suponerse que ha habido la constatación previa de un “soy” que es lo que se quiere deshacer.

Debe haber también un conflicto profundo que suponga el paso del concepto “soy” al de “no quiero serlo”. Pero los conflictos son creadores. De las crisis surge lo nuevo. Pueden ser dolorosas, pero son dolores de parto.

Este conflicto ha sido descrito como disforia de género, o desagrado por el papel de género que la persona se siente obligada a representar. Término que resulta insuficiente, porque es puramente negativo. Describe sólo la parte que corresponde al "no"; pero luego viene un "sí"

Mientras todo se afirma sobre un "no", hay un vacío de identidad, que puede llegar a poner a quien lo experimenta en peligro de psicosis. En este caso, la especularidad es la defensa que puede colmar el terrible vacío de la pérdida de sí. Es conocido, psicológicamente, que el vacío de identidad produce reacciones narcisistas que deben ser consideradas entonces como funcionales y adaptativas. Especularidad es un concepto más matizado que el de narcisismo: supone el espejo, pero también la nueva figura que viene a superponerse sobre el reflejo de quien mira. No es sólo que quien mira se ve a sí mismo; ve su figura transformada.

En esta línea, lo más sencillo es el efecto sobre una primera identidad lineal (una alineación entre identidad y fenotipo), más o menos estable, de un conflicto del que surge una desidentificación que no llega a ser del todo comprendida ni conceptualizada ni pasa del plano de lo emocional, ante la barrera opuesta por la identidad previa, por lo que se expresa sólo como pulsiones o automatismos inexplicados, que pueden dar forma a un transvestismo parafílico, expresado ocasional o cíclicamente.

Este transvestismo hace sentir generalmente un placer intenso, casi alucinante. Esto surge precisamente de que es una respuesta frente al conflicto que ha dado lugar a esta secuencia, una solución. En la medida en que sea una respuesta sólo imaginaria o simbólica, el conflicto quedará latente, por lo que se tenderá a repetirla una y otra vez, en busca del placer que representa la solución soñada.

(Recuerdo que la parafilia es una solución simbólica de un conflicto mientras no se encuentre otra, y por tanto es una reacción útil y adaptativa)

Los conflictos que hayan generado esta desidentificación no conceptualizada, tampoco verbalizada, pueden ser, lo primero, muy variados y también surgir en muy diferentes edades

En nuestro ambiente se habla a veces de conflictos graves con el padre, lo que ocurre en la niñez o la adolescencia; o de fracasos sexuales que cuestionen el concepto que se tenga de lo masculino, lo que suele ocurrir en la juventud o madurez, o del cansancio por un papel masculino demasiado duro, o del estrés ante un grado de autoexigencia excesivo que se piensa que sería menor de ser mujer, que se pueden producir en cualquier edad (transvestismo de quienes han tomado un papel hipermasculino...)

En la medida en que se conceptualiza o descubre el significado desidentificador (liberador) del transvestimiento, puede producirse un transvestismo dual, o de doble identidad, en el que se oscila continuamente de la identidad primaria masculina a la femenina o se va llegando a una identidad andrógina con dos formas altenativas de expresión; puede permanecerse en este estado, especialmente si las circunstancias sociales o emocionales favorecen la estabilidad o impiden llegar más lejos, aunque se desee. El transvestismo dual es la primera y más definida experiencia de identidad creadora, dialéctica entre sus términos, no fragmentada porque no es inerte, no está rota, sino que se mueve, crea, inventa, disfruta continuamente.

La especularidad se manifiesta en muchas personas transvestistas, quizás en la mayoría, por una orientación sexual hacia la figura andrógina de sus pares (seno femenino y genitales masculinos), que no puede ser llamada por eso mismo homosexualidad ni heterosexualidad y su existencia (quizás un dos por ciento de la población) no parece haber sido todavía apenas reconocida por la teoría.

El sentimiento que expresa puede ser la esencia de la figura en el espejo, la fusión de lo femenino y lo masculino, o lo femenino deseado y lo masculino deseante; quizá despierte una intensísima y específica homoempatía, o quizás expresa el miedo masculino al sexo femenino, entendido como vacío, como abismo, contrarrestado por el deseo de la mujer fálica, materializada en el espejo o en la realidad.

El transgenerismo es la estabilización en el género cruzado, a la que se llega en esta línea por la conversión en conciencia de sí (o identidad) de las pulsiones transvestistas.

A veces, la fuerte dinámica de la desidentificación produce cansancios o sentimientos de culpa. La dialéctica entre los dos o tres estados de identidad, puede provocar movimientos de vuelta hacia la identidad primitiva o adelante hacia la nueva identidad. La naturaleza del conflicto que ha generado este cambio determinará el resultado de estos movimientos. Un estrés puede calmarse. Unos recuerdos de niñez no pueden anularse. En este punto creo que en cualquiera de las direcciones hay un margen para que las mismas personas trans, o los expertos, puedan prestar un apoyo o una ayuda pedagógica o terapéutica, hacia la que parezca más fuerte, atractiva y viable, o incluso para permanecer en el dualismo; creo que en algunos casos, suficientes (verdaderamente suficientes) compensaciones emotivas pueden permitir reasumir la primitiva identidad, no olvidar pero superar o incluso sublimar la desidentificación realísima que el conflicto haya producido; pero si el conflicto sigue siendo la realidad emocional básica, hay que ayudar a que la persona no se rinda, por cansancio confundido con el deseo de normalidad, o por acusaciones sociales confundidas con culpas reales; si se rinde (de momento) perdería años, acumularía amarguras, pero no habría conseguido encontrar una solución verdadera a su crisis.

Por eso, el transgenerismo permite en ocasiones encontrar la unidad de la persona en una unidad androgínica, en la que se unen dinámicamente, sucesiva o innovadoramente juntas, sus dos potencialidades; también puede encontrarse la unidad sencillamente en una identidad trans. La persona en estado transgenérico puede entenderse a sí misma como andrógina, o como trans, y aspirar a la fascinación que surge de una condición u otra.

Pero si la crisis ha generado una desidentificación aguda que llega hasta lo genital, un aborrecimiento de los genitales como causa y símbolo de todo lo que se quiere negar, el transgenitalismo será compulsivo y la única ayuda deseada y efectiva será la necesaria para llegar a él en las mejores condiciones. Las pruebas de que se ha llegado a esto pueden ser la disposición a afrontarlo todo con tal de conseguir la liberación, incluso el riesgo de muerte o la pérdida de cualquier placer, la pulsión de automutilación, el sentimiento de que los genitales son ajenos o repulsivos, la negativa a mirarlos o tocarlos, que puede llegar a una masturbación sin contacto directo, a no querer verlos en la ducha, a fajarlos y ocultarlos con verdadera ansiedad...

Por su carácter doloroso, por proceder de un conflicto, todos estos comportamientos suelen ser compulsivos. La compulsión se entiende como respuesta presionante, profunda, que llega a ser casi refleja. La persona trans por desidentificación está huyendo de algo que le duele y asiéndose a lo que sabe que le permite rehuir ese dolor. Por eso mismo, la conducta trans desidentificatoria se perfila como una reacción más apremiante que racional; no sería inexacto decir que es una conducta de supervivencia (o de reequilibrio emocional; pero los desequilibrios pueden cuestionar la supervivencia personal) No habiendo otra alternativa, debe respetarse por ese valor. Sin embargo, su carácter más pasional que racional, puede cargar a la persona con sentimientos culposos añadidos que dificultan todavía más su situación y deben ser superados.

En cambio, como se verá enseguida, en la línea identificatoria no hay un conflicto originario, por lo que los comportamientos que derivan de ella son no compulsivos. Los conflictos que lleguen después, cuando la identidad ya está formada, no llegan a afectarla, y por tanto todas las decisiones que se tomen sobre ella serán reflexivas, libres. La persona trans identificatoria no sentirá nunca el terrible vacío de identidad que afecta a la persona trans desidentificatoria, y por tanto podrá jugar con una identidad cruzada que siente en el fondo segura.

Por estas razones, es más difícil equivocarse con el transgenitalismo compulsivo que con el reflexivo o no compulsivo en cuanto a la decisión de la cirugía. Mientras que el compulsivo, nacido de una negación radical, tiene el éxito que necesita y encuentra en la intervención de cambio de sexo el bienestar y la paz, el no compulsivo, nacido de la reflexión y cálculo de pros y contras, depende más de los posibles errores que cualquier proceso de valoración racional comporta. La discusión, la evaluación de sí, tienen que ser mucho más afinadas en este caso.

LA SEGUNDA LÍNEA: MEDIANTE LA IDENTIFICACIÓN

Hay veces en que lo fundamental es un “soy”, o un “quiero ser”, o un “puedo ser”.

No hay nada conflictivo en esto. Es una constatación agradable y apacible. Los conflictos llegarán después, a la hora de decirlo o socializarlo, pero este sentimiento ha surgido por adhesión, por afinidad o simpatía.

Se establece una identidad trans temprana, la primaria, para lo que deben considerarse los tres años de edad, cuando se forma la identidad de género. La persona se siente naturalmente, plenamente, equilibradamente dentro del género que los otros creen que no es el suyo. Puede averiguar más o menos pronto esta opinión ajena, pero eso no puede alterar la convicción de su identidad, aunque puede dolerle mucho.

Tampoco voy a tomar en cuenta ahora las causas de esta identidad trans precoz, que pueden ser muy variadas, sino a observar que puede permanecer estable a lo largo de los años, sin fisuras, quizás sólo con un sufrimiento debido a que no hay margen para escapar mediante sentimientos de dualidad de la contradicción entre su intimidad y su condición de género y de sexo. No puede considerarse andrógina; se considera mujer u hombre y sufre porque su cuerpo se le opone. No se puede recomendar ninguna acción pedagógica ni terapéutica que pretenda someter la identidad a la corporalidad; sería dañar la identidad de la persona, la que es su única identidad.

Pero lo que no deben hacer las personas, lo pueden hacer los acontecimientos; una identidad trans precoz está expuesta también a procesos de desidentificación, con más riesgo incluso por razones de presión social que una identidad lineal, y en este caso, la consecuencia será la crisis, acaso finalmente creadora, pero desde luego más dolorosa que el estado inicial.

Creo, deductivamente en este caso, no por evidencia empírica, que muchas personas de identidad trans precoz se habrán entendido a sí mismas, tal como son, como integrantes de uno de los dos géneros, sin conceder relevancia alguna a sus genitales, por lo que también podrían pemanecer en el transgenerismo, seguir siendo lo que siempre han sido, sin necesidad de cambios genitales.

Con los años, y la percepción de la realidad social, esto puede dar lugar también a un transgenitalismo, que a veces, supongo que a veces, podría ser reflexivo, no compulsivo. El deseo de aceptación y de atracción puede llevar al deseo de cambiar de genitales, que en este caso sería reflexivo, no compulsivo, por no proceder de un conflicto interno, sino de la simple necesidad de coherencia externa, social; sería entonces susceptible de consejo y libre opción, en cuanto a decidir la operación misma. La prueba de que este transgenitalismo no es compulsivo estará en la capacidad para valorar razonablemente ventajas e inconvenientes, como en un cálculo de pros y contras.

Pero si la presión social, el miedo, el deseo de ser como todos para evitarlo, es muy fuerte, puede producirse una desidentificación que haga entrar en crisis la identidad primitiva. La salida de esta desidentificación es muy variada, como se puede probar por estudios de seguimiento: lo más frecuente es una salida aparentemente homosexual, que encubre los sentimientos de identidad cruzada, lo que antes he llamado trans-homosexualidad o seudohomosexualidad; también puede llegarse a la heterosexualidad, a costa de quién sabe qué violencias e inestabilidades; pero también son posibles reidentificaciones que conduzcan a un transvestismo dualista o de nuevo al transgenerismo o al transgenitalismo.

Cuando una persona que ha tenido una identidad primaria cruzada ha pasado por estas fases de posible negación de identidad, que a veces le han costado incluso fuertes depresiones, pero ha conseguido recuperarla, suele ser muy intransigente en cuanto al carácter inequívoco de su identidad, por ser un bien muy valioso que ha estado a punto de perder. Se define a menudo como "mujer, nada más que mujer", o como "hombre, nada más que hombre", rechazando incluso la consideración como trans, que considera cancelada en cuanto ha podido realizar su identidad. Este punto de vista es psicológicamente cierto: si su identidad primaria es de mujer u hombre, es una mujer o un hombre, definidamente.

En cambio, las personas desidentificatorias, cuya identidad primaria es lineal, tienen que armonizarla con las formas que derivan de su vacío de identidad, por lo que tienden a entenderse dualmente o a insistir en el carácter trans de su naturaleza. Esta diferencia de actitudes suele dar lugar a polémicas muy intensas entre las personas que transitan de género, que podrían calmarse si se tuviera en cuenta la diferencia de los procesos de transición.

Como recapitulación de lo expuesto, con pocas palabras, un itinerario frecuente de las transexuales por identificación femeninas puede ser el siguiente:

Desde los tres años a los diez (aproximadamente), afirmación de una identidad cruzada.

Desde los diez a los trece (también aproximadamente), negación de su identidad e intento de reidentificación lineal.

Hacia los catorce o los quince, emergencia de actitudes homosexuales o heterosexuales (en este caso, muy superyoicas)

En un momento indeterminado, dos años o veinte años después, crisis de la reidentificación y regreso a la identidad originaria cruzada, con actitudes transvestistas, transgenéricas o transgenitales, no compulsivas, y generalmente con orientación andrófila (que puede retornar, después de años de ginefilia)

El itinerario de las transexuales femeninas por desidentificación suele ser casi opuesto simétricamente :

Entre los tres y los trece años (aproximadamente) identidad lineal, progresivamente amenazada (mientras en el otro se genera una identidad cruzada).

Desde los trece años, emergencia de una reidentificación cruzada, sobre base especular (cuando en el itinerario identificatorio se suele negar esa identidad cruzada)

En los años siguientes, puede haber una vacilación entre ambas identidades, resuelta como transvestismo dual, transgenericidad o transgenitalidad compulsivas.

Más adelante, puede decidirse una actitud transgenéricas o transgenital con orientación frecuentemente ginéfila.

Los transexuales masculinos parecen seguir muy mayoritariamente itinerarios identificatorios, con orientación ginéfila como parte muy sólida del mismo, pero hay una minoría cuyo itinerario parece desidentificatorio.

GÉNERO

En la descripción del itinerario desidentificatorio he empleado en otros parágrafos la expresión disforia de género, como algo fundacional, casi la causa de las causas. En el itinerario identificatorio no tiene una función tan esencial, pero sobreviene: la persona se encuentra con problemas debidos a su identidad cruzada.

Por tanto, estamos hablando de género. Este concepto nos traslada a una dimensión que ha estado latente en toda la exposición anterior, pero que no ha quedado suficientemente explicitada: la colectiva.

El género es la dimensión cultural y social de la sexualidad; es la parte de la conducta sexual que no está determinada biológicamente; por tanto es variable.

El género se manifiesta bajo un código, no escrito, pero tan real como la Constitución británica, tampoco escrita. En la medida en que la estructura de género es una de las fundamentales de la sociedad, el código de género debe ser considerado como una ley fundamental.

No hace falta escribirlo, porque socialmente aprendemos pronto sus normas. Enumera los derechos y los deberes de las personas en esta materia.

Es un código penal, que puede ser pesado cuando sanciona gravemente las contravenciones.

Entre las sanciones que suele prever, la menos grave es la condena a la irrisión pública. Otras pueden ser la pérdida del empleo, la expulsión de la familia, la marginación... En algunas sociedades se llega a la pena de muerte para ciertas transgresiones. Por eso, puede hablarse hasta ahora de una situación de opresión de género, cuyas víctimas son las mujeres y las minorías sexuales.

En nuestro código de género, por ejemplo, una de las normas es que sólo existen dos sexos. Esto no corresponde a la realidad biológica, abundante en intersexualidades que llegan a un dos por ciento de la población, según se cree.

Otra regla relacionada con la anterior es que los sexos son inmutables. Otra más, que las personas que se encuentren poco definidas sexualmente, tienen que acomodarse lo más que puedan a su sexo fenotípico.

Nuestra disforia de género se enfrenta instintivamente con el código de género. El carácter cultural, variable, de las normas de género, hace que no puedan ser consideradas como la referencia suprema.

No puede enjuiciarse nuestra conducta a partir de las normas de género, que no son naturales, sino artificiales; al contrario, pueden enjuiciarse las normas de género a partir de nuestras pulsiones.

No nos acomodamos al código de género vigente (hasta ahora) en el que no encontramos lugar para nuestra manera de ser. Por el contrario, estamos contribuyendo a crear un nuevo código, quizá limitado a una norma, que prohiba la opresión de género.



APOYO MUTUO, PEDAGOGíA O TERAPIA



Siendo la identidad cruzada un equilibrio de afectos y desafectos, identificaciones y desidentificaciones, formado por lo que sé de mí y de los demás, por lo que quiero y lo que no quiero, puede comprenderse que, como tal equilibrio, no necesite de por sí terapia; al contrario, ha sido unas veces la única forma de superar un estado de confusión o de vacío de identidad, o bien, es lo más natural de todo, dadas determinadas circunstancias personales y ambientales.

De hecho, cuando la identidad cruzada consigue expresarse, la persona encuentra un sentimiento de bienestar general, que corresponde a la definición de salud y que antes no le era posible. Por paradójico que parezca, ésta es nuestra sensación común. Esto determina que, desde dentro de la experiencia trans, se suela rechazar cualquier terapia que pretenda curar esta condición, probablemente porque se entiende como un ataque a la identidad, que es el bien más básico de cualquier persona humana; el entendimiento de lo que significa ser yo. Únicamente estamos dispuestos de buena gana a aceptar terapias paliativas de daños colaterales, y por supuesto, la de seguimiento y apoyo durante la transición; es decir, terapias pedagógicas o pedagogías terapéuticas. El apoyo mutuo de otras personas trans, si se consigue, es lo más valioso de todo.

La justificación de la cirugía es holística. La identidad es un factor suficientemente central en la conciencia, y la conciencia suficientemente central en el ser humano, como para que puedan subordinarse a ellas otras consideraciones.

Los problemas de identidad pueden afectar tan fuertemente a la estabilidad afectiva, a la capacidad de inserción familiar, laboral y social (retraimiento) de la persona, y a sus posibilidades de ese bienestar general en que consiste la salud (riesgos de depresión, distimia...), como para justificar la ablación de unos órganos que, aunque estén localmente sanos, son holísticamente no sólo no funcionales sino perjudiciales.

Puede argüirse que, con un criterio externo, se trataría de una identidad errónea. Pero la identidad no es un fenómeno cognitivo, sino afectivo. Versa sobre realidades de hecho, pero las valora. Es imposible negar al ser humano la necesidad y capacidad de valorar los hechos. Esta valoración está formada por una secuencia de sentimientos positivos y negativos que se han formado por razones sutiles, que sólo el sujeto puede conocer en su justa fuerza, y por tanto estos sentimientos son bien reales, y no pueden ser erróneos porque el error versa sobre los conceptos, y estos sentimientos son lo que son. La definición de lo trans incluye no cometer error sobre el hecho de haber nacido hombre o mujer, pero valorarlo negativamente.

Puede aducirse también que quizás se encuentren terapias menos radicales. No es así, ni por la observación empírica, ni por principio.

Empíricamente, puede demostrarse que si se pretende tratar con psicoterapia lo trans como hecho central, se falla constantemente. Incluso puede ser que parezca dar resultados momentáneamente, pero no se puede olvidar nunca que el proceso transexual puede reaparecer más tarde, con la sensación de un desquite o con el problema añadido de la pérdida de años y de la posibilidad de una buena inserción social, que suele ser más fácil cuanto más temprana.

Este fallo constante debe de atribuirse al mismo principio implícito en el concepto de aplicar la psicoterapia a lo trans en sí. Lo trans no es una patología psíquica, que pueda ser curada. Es una estructura afectiva, formada frecuentemente durante la niñez y la adolescencia en su lógica y su virtualidad, como consecuencia de determinadas condiciones que pueden ser personales, ambientales o ambas; también es una estructura buena, puesto que permite dar una solución real a un conflicto profundo, o bien ceñirse al sentimiento de la autenticidad personal.

Por lo temprano de su formación, ocurrida durante los años de configuración de la personalidad, no puede ser rehecha porque es imposible rehacer las condiciones de la niñez y la adolescencia, hacer de una persona adulta un niño y dirigir sus pasos: la estructura afectiva es un hecho con el que hay que contar, comparable a la formación anatómica de los órganos.

El apoyo mutuo, la pedagogía o la terapia pueden centrarse en procurar el equilibrio y la dignidad de la persona trans, no en anular su condición de trans. En determinados momentos del proceso de identificación y desidentificación cruzadas es posible proponer o ayudar a formar un equilibrio distinto; pero no es posible negar el hecho de ese cruce de los fenómenos de identidad ni el de que la identidad es una forma de equilibrio.



VALORACIÓN

El concepto de campana de Gauss nos muestra que lo normal en la naturaleza es mucho más amplio que lo que hemos considerado normal como sinónimo de mayoritario.

El hipoandrogenismo de las personas con fenotipo masculino o hiperandrogenismo de las personas con fenotipo femenino se sitúan en zonas minoritarias de una línea doblemente acampanada en la que vuelven a ser minoritarios el hiperandrogenismo masculino (hombres sumamente activos o agresivos) y el hipoandrogenismo femenino (mujeres extremamente pasivas y tímidas)

Pero la vida real nos muestra que cada una de estas experiencias humanas determinan modos de ser variados y distintos que configuran las mil formas de nuestra creatividad. Contra los eugenistas (entre ellos el propio Dörner) hay que decir que calificar a cualquier segmento de la curva de Gauss como indeseable, y tender a suprimirlo aunque sólo fuera por detección prenatal e intervención medicamentosa, sería perder alguna de las formas de la variedad y la inteligencia humanas.

Cada forma de ser se transforma en una forma de experiencia; cada forma de experiencia, en una forma de acción. Algunos seres humanos expresan lo más intenso de su naturaleza componiendo versos o canciones; otros, en el combate (real o simbólico: en el deporte) Todos formamos la humanidad.

Esto se puede aplicar exactamente a la experiencia trans, tenga o no que ver con los andrógenos prenatales. Pero la manera de vivir la vida, las formas de nuestros sentimientos y nuestras acciones son necesariamente distintas. Si alguien creyera que lo trans no debiera existir y tomara las medidas médicas, psicológicas o políticas para cumplir su pensamiento, y lo consiguiera, la humanidad habría perdido una parte de sí misma.

lunes, mayo 19, 2008

De la transexualidad a la intersexualidad



En la semana del 11 al 18 de mayo de 2008, publiqué este comentario en el Diario Digital de Información Transexual, http://carlaantonelli.com/


La transexualidad es un hecho que ocurre en el plano de la consciencia. Independientemente de que ocurra por razones biológicas, o psicológicas, no hay transexualidad mientras no haya consciencia de la transexualidad, es decir, consciencia de un deseo de cambiar de sexo.

Esta condición de hecho de conciencia pone la transexualidad muy cerca de los hechos de cultura, si no es un hecho de cultura ella misma. En la medida en que la cultura es un proceso de aprendizaje, siempre revisable, podemos preguntarnos si no debemos revisar el hecho que llamamos transexualidad.

Porque el nombre y el concepto son recientes; se crearon hacia 1955, por David O. Cauldwell, divulgador sexológico, y los recogió y prestigió su gran colaborador, Harry Benjamin. Quiero decir que si este nombre y este concepto tienen una historia dentro de la cultura sexológica, corresponden a la historia de la cultura, cuyas formulaciones son variables, y por eso es lógico que deban ser revisados.

Transexualidad es la traducción de nuestro primer deseo, el de transitar de un sexo a otro, el cambio de sexo, el paso de A a B (o a veces, el de afirmar un sexo mental definido y distinto del aparente) Sin embargo, un análisis más cuidadoso muestra que este esquema mental depende de un concepto previo: el de que "hay dos sexos, A y B". Pero la realidad muestra a la reflexión que la sexualidad no está tan nítidamente definida: hay A, hay B, y hay AB o intersexuales. Por otra parte, dentro de A y dentro de B hay una gama real que va desde la mayor intensidad a cierta indefinición o ambigüedad.

Por tanto, si en la realidad, más allá de nuestros conceptos, además de A y B hay AB (simplificando), cabe la posibilidad de que el deseo de cambio de sexo, sabiéndolo, se dirija a AB, como más propio de quien siente ese deseo.

Este cambio de perspectiva tiene algunas ventajas. En primer lugar, es más conforme a la realidad. Como sabemos, hay que admitir que, hoy por hoy por lo menos, la transición de género no equivale a un cambio de sexo pleno, sino a una aproximación. Las personas que transitamos quedamos, objetivamente, en una situación AB. Por tanto, es más realista considerarse AB que considerarse plenamente B o A. Es realista subjetivamente, para entendernos nosotras mismas, y es realista objetivamente, para que nos entiendan los demás.

Identificarse como AB tiene también ventajas prácticas. No hay que obsederse por una mimetización perfecta de las cualidades de B o A, puesto que no se pretenderá ser B o A. Se llegará hasta donde se pueda o hasta donde se quiera. Cada cual se expresará a su manera, dando a los demás un ejemplo de autenticidad. Serán concebibles, en particular, todas las situaciones ambiguas, como intergenéricas o intersexuales, por ejemplo aquéllas en las que se engendra o se concibe un hijo, y a la vez se vive intergenéricamente. Las experiencias drags o rompegéneros han intuido y señalado el camino.

Es verdad que lo difícil será hacerle comprender al resto de la sociedad este concepto de intergeneridad o intersexualidad. Pero es necesario, dado que nuestra sociedad, como conjunto, está culturalmente equivocada en este punto, y también aprendiendo mucho en este punto. No hay "dos sexos, dos géneros", hay más de dos sexos biológicos y más de dos géneros culturales, y ésta es una verdad objetiva que debe aprenderse y quienes debemos enseñársela somos precisamente las personas transexuales, porque estamos situadas en el punto crítico de este error. Lo conseguiremos; éste debe ser nuestro próximo esfuerzo y nuestra próxima reivindicación, por nuestro bien y el de todos.

Por cierto, es posible, a efectos prácticos, seguir usando el término transexual, pero no necesariamente en el sentido de tránsito de A a B, sino en el sentido de transición o intermediaridad dentro del sistema sexo-género. De aquí que tengan razón muchas personas de entre nosotros que afirman su identidad, no como hombres ni como mujeres, sino como transexuales, no como "transitadas", sino como "transeúntes" o "en tránsito", lo que a todas luces está muy cerca de afirmarse como intersexuales o intergenéricas.

La consciencia transexual surge inmediatamente, directamente, de complejos procesos afectivos de identificación y desidentificación, que se dan por una gran variedad de circunstancias, tales como problemas con el padre del mismo sexo, que estorban identificarse con él, problemas con otros hombres y mujeres, o niños y niñas, problemas de fracaso, incluso de estrés. Pero mediatamente, indirectamente, a veces puede surgir también de cierta intersexualidad o ambigüedad biológica, AB, que produce un desajuste con el sexo considerado como propio, A o B, y por tanto una disforia que conduce a la transexualidad.

Hablo aquí de una transexualidad en sentido amplio, que incluye a los homosexuales variantes de género y a las tres formas que es frecuente reconocer en la transexualidad, transvestismo, transgenerismo y transgenitalismo, que no me parecen realidades diferentes, sino expresiones circunstanciales del mismo sentimiento, en las que cada persona puede pasar de una a otra, hacia más o hacia menos, con el paso del tiempo.

(Intersexualidad como adaptación e intersexualidad biológica)

Hemos visto ya que el origen de la transexualidad está muchas veces en un proceso afectivo, originado en traumas o carencias realísimas de la niñez y la adolescencia, especialmente la imposibilidad de identificarse con el progenitor del propio sexo, por su ausencia, distancia o actitud hostil, o bien con los pares de edad, por las mismas razones.

Otras veces, son los traumas de la edad adulta, especialmente los fracasos afectivos o el estrés laboral o familiar los que desencadenan el proceso, pudiendo estar preparado por otros traumas o carencias infantiles y adolescentes que no resultaron determinantes en su momento.

Pero en ambos casos, la salida transexual produce una intersexualidad psicogénica que debe ser valorada como solución a esos traumas o carencias, precisamente por su función de equilibrio y adaptación. Otra cosa es que los problemas externos, sociales, sean tan grandes, que estorben o impidan la funcionalidad de esta salida, convirtiéndose en un nuevo problema y trauma por sí mismos; pero esto no debe ser atribuido a la transexualidad en sí, sino a un entorno intolerante.

Otra cosa es también que la salida transexual sea la única concebible. Hablando por mí diré que mi experiencia es que en mi adolescencia se me presentaron de hecho tres soluciones, pero la transexual fue la única viable.

La transexualidad como proceso afectivo puede proceder también de una intersexualidad biológica más o menos acentuada. En este caso, discernible por test proyectivos, como el "test de los Reyes Magos" del que he hablado ya, o por observaciones sobre la sexualidad o conducta sexual, puede que la intersexualidad produzca una inadaptación profunda al esquema binarista de los sexos A y B, y por tanto una disforia. Puesto que la persona disfórica participa de la cultura binarista, es natural que se diga "si no puedo ser A, seré B", o viceversa. Sólo un estudio más profundo de sí misma y de la realidad de los sexos puede permitirle decir "soy AB".

Por tanto, resulta importante estudiar aquí la intersexualidad biológica, con la perspectiva que puede dar la experiencia transexual. El primer efecto de esta experiencia es percibir que la intersexualdad puede referirse en sentido estricto a quienes tienen órganos genitales no definidos, o bien a la vez órganos masculinos y femeninos, pero que en sentido amplio puede referirse a la amplísima gama de los seres humanos situados entre un polo de masculinidad máxima y otro de máxima feminidad.

Si representamos esos polos por personas como Arnold Schwarzenegger y Marilyn Monroe, es fácil ver que la mayoría de las personas no llegamos a tal polaridad. Pero quien se vea como definidamente masculino o femenina no debe preocuparse por este hecho. Intuyo que la repartición de las personas sigue dos grandes campanas de Gauss, cuyas cumbres están cerca de los extremos, aunque no en ellos, pero que están unidas por un seno cuyos valores mínimos no llegan nunca a cero.

Los grados de masculinidad y feminidad pueden o podrán medirse por la intensidad de los flujos de andrógenos recibidos en la edad prenatal. Como se sabe, los embriones son en un principio indiferenciados anatómicamente, aunque no cromosómicamente. Los embriones XY dan vía libre a un gran flujo de andrógenos, mientras que los XX reciben pequeños chorros. Parece que los flujos no se dan de una vez, sino espaciados. Los primeros diferencian el fenotipo, el cuerpo visible, y posiblemente, los últimos diferencian el cerebro.

Pero estamos hablando de flujos, y por tanto de intensidades o cantidades variables. Si los flujos que reciben los cuerpos XX son mayores de lo habitual (hiperandrogenia) o los de los cuerpos XY son menores (hipoandrogenia), los primeros se masculinizarán o diferenciarán más, y los segundos menos, lo que dará lugar a formas intermedias, al hermafroditismo humano. Pero incluso si el cuerpo se ha diferenciado plenamente, puede ser que el cerebro se diferencie parcialmente, formándose niñas relativamente masculinas y niños relativamente femeninos.

Así puedo formular una hipótesis: Una gran parte de las historias de homosexualidad y transexualidad puede explicarse por una intersexualidad cerebral relativa.

Ciertamente, otra parte de la homosexualidad y la transexualidad se debe a factores afectivos muy complejos, relacionados sobre todo con la identificación o desidentificación, e incluso puede ser que toda homosexualidad y transexualidad derive inmediatamente de la afectividad identificatoria y desidentificatoria, pero una parte de ellas puede proceder mediatamente de esa intersexualidad cerebral.

Más en concreto: una niña relativamente masculina y un niño relativamente femenino tendrán dificultades para identificarse con la feminidad y la masculinidad mayoritarias, lo que provocará procesos de identificación y desidentificación que conducirán a sus propias formas de identidad y afectividad-sexualidad.

(Evaluación bioética)

El punto de vista que sigo difiere completamente del que postula la "perspectiva de género", que niega valor a la diferencia de los dos sexos, lo que vengo llamando A y B y pretende unificar, con métodos culturales, a todos los seres humanos en una condición intergenérica o AB.

Yo mantengo aquí la realidad de A y B y la realidad de AB.

Pretendo también responder a la pregunta por el valor de salud de AB. ¿Se trata de una patología que deba ser prevenida o curada o de un hecho natural y sano, que debe ser respetado?

Cuando la transexualidad-intersexualidad procede de procesos afectivos que siguen a graves traumas o carencias, hay que señalar su función de equilibrio y adaptación. Pueden ser prevenidos, mediante la observación cuidadosa de la persona en edad de formación, intentando compensar esos traumas o carencias, pero si no se consigue, hay que respetar la formación precisamente por su función equilibradora y adaptativa. Cuando la persona transexual-intersexual muestra voluntad de salir de este proceso, se le puede ofrecer ayuda profesional en dos sentidos: primero, explorando la existencia o no de traumas o carencias que puedan explicarlo, y la posibilidad o no de compensaciones conscientes diferentes de la transexualidad-intersexualidad; segundo, en el caso de que esta exploración resulte negativa, mostrándole la función positiva de la transexualidad-intersexualidad.

Cuando la transexualidad-intersexualidad tiene origen biológico, fundado en una hipo- o hiperandrogenia comprobable o bien en la sexualidad o bien en las inclinaciones conductuales, su valoración debe ser la de la intersexualidad en general.

En principio, debe ser entendida como un hecho natural, que aporta variedad adaptativa a la vida. A veces, ha sido aprovechada para estructurar incluso a ciertas especies, como sucede con las abejas y las hormigas, en las que hay hembras, machos y una mayoría de hembras no definidas, que no se reproducen directamente, pero crean las condiciones de reproducción de la especie. En el caso de los seres humanos, las características intersexuales modulan y diversifican las que serían muy rígidas de los extremos masculino y femenino, y en los puntos más centrales se podrían definir, parafraseando una célebre definición de la bisexualidad, como "ni hombre ni mujer, ni medio hombre ni medio mujer, sino completamente neutro", es decir, distinto. Se puede decir que el interés de las funciones neutras para las potencialidades humanas es complementario del que tienen las funciones femeninas y las masculinas.

Pensemos de nuevo en los arquetipos de extrema masculinidad y extrema feminidad que he representado como Arnold Schwarzenegger y Marilyn Monroe. Pueden ser muy atractivos, pero sería muy monótono un mundo formado sólo por personas como ellos. Más aún, supongo que sería un mundo en el que no habría posibilidad de comunicación profunda entre los sexos, más allá de la edad del atractivo. Pues bien, de hecho hemos contado siempre con las posibilidades de la intersexualidad de la que vengo hablando. En personas XY, de la actividad y la agresividad ligadas con los altos niveles de andrógenos, se pasa a cierta tranquilidad, reflexión y sensibilidad ligadas a los niveles medios de estas hormonas, lo que permite por ejemplo la creatividad científica y artística. En personas XX, de la pasividad y la coquetería ligadas con los bajos niveles de andrógenos, se pasa a la sobriedad y energía ligadas también a los niveles medios. En resumen, la humanidad no podría pasarse sin hombres relativamente femeninos, sin mujeres relativamente masculinas, y sin personas definidamente neutras. Por cierto, no existen sólo personas XX y XY, aunque sean la mayoría, sino personas que tienen XO y combinaciones de más de dos cromosomas, y esto forma parte de la realidad. Ni siquiera el sexo cromosómico es dual.