jueves, marzo 27, 2014

Contra el aborto



Kim Pérez

Yo no reconozco ninguna soberanía sobre mi conciencia, ni siquiera la de Dios, que me ha hecho libre para elegir el bien o el mal y atenerme a las consecuencias, y por eso tengo que decir que estoy en contra del aborto.

Digo también que ésta debe ser una posición moral y no legal, por lo que es imprescindible llamar a las conciencias, las únicas que pueden proteger a los niños.

Es inútil moralmente el esfuerzo legal. Supongamos que hubiera una legislación de cero abortos. Se vería sobre todo en la prohibición de las clínicas abortistas, privadas o públicas. La ley sería pura, y sus autores podrían decir que la responsabilidad sería de la madre. Se pretendería que el bien y el mal quedaran separados, nítidos. Pero esa separación neta no existiría en la conciencia de algunas mujeres, que dirían tener serias razones para abortar y seguirían abortando, y en malas condiciones.

Supongamos que haya, como hay, leyes de plazos o de supuestos. En todas ellas, se daría permiso legal para matar a ciertos niños. Por tanto, darían cobertura al intento de contentarse moralmente, confundiendo legalidad y moralidad. El seudocontentamiento moral es malo, pero no puede ser delito.

En cuanto se empieza a hacer leyes de plazos o de supuestos, empiezan las discusiones. ¿Diez semanas más? ¿Diez semanas menos? ¿Éstos deben vivir? ¿Éstos pueden morir? En todos los casos, a algunos podremos matarlos de acuerdo con la ley y aspiraremos a ser indiferentes, a tranquilizarnos moralmente por lo que sólo será legal. Éste es el seudocontentamiento del que hablo.

Por tanto, en estas cuestiones, yo no mezclo lo moral con lo legal. Es mejor la protección moral del niño, para que la mayoría de la sociedad comparta libremente su defensa activa y la de su madre; y pido que haya mucha más protección moral, mucha más ayuda práctica de la que hay, aunque ya hay alguna. Pero, en cuanto a lo legal, que haya libertad total. Mientras el niño esté bajo la dependencia de su madre biológica, mientras esté bajo su protección, guardado en su vientre, que ésta pueda decidir legalmente. En general, aborto libre, pero malo.

Sé que los defensores del aborto tienen razones para pensar que garantiza legalmente la libertad de la mujer. Es verdad, pero como decía al principio, se trata de la libertad moral de elegir entre el bien y el mal.

No se puede codificar el bien y el mal, porque cada cual los lleva en su corazón. Se pueden codificar conductas exteriores, no motivaciones interiores. Cuando se pretende que el aborto, en general, sea bueno moralmente, tengo que decir que, hablando en general, se puede hacer, pero legalmente.

No en general, sino en particular, es posible que, a veces, algunas mujeres hagan bien abortando. Sólo ellas sabrán por qué, sólo ellas tienen que saberlo. Yo u otras personas distintas de ellas no podemos atrevernos a juzgarlas. Sólo ellas, como todas las personas, tendrán que juzgarse. Y pueden absolverse.

Quiero añadir una experiencia personal de mi vida en el vientre de mi madre, que dicho sea de paso, tuvo que protegerme de los muchos abortos espontáneos que estaba padeciendo, mediante una hormonación que salvó mi vida, haciéndome transexual. Es un recuerdo muy intenso, una forma muy marcada, muy material, muy fijada, con gran definición, ocupando todo mi pensamiento: un gran tubo sale de mi torso, ancho como su mitad, amarillento, suavote (como el plástico), gira a la derecha, torna sobre sí, se entrelaza, sale a la izquierda, otro giro hacia el centro. Esta percepción se olvidó, pero la recordé en 1947, con 6 años, en medio de un sarampión con 39º, en el que me habían puesto la bombilla del lavabo de mi cuarto, cubierta con un trapo rojo, que atenuaba el resplandor. Debió de ser la luz roja, semejante a la del sol cuando atraviesa las manos, quizá la pared del vientre, la que despertase este recuerdo, latente hasta ese momento. Es el primer recuerdo que tengo de mi vida, que empezó antes de mi nacimiento.

Lo recordé sin entenderlo. Muchos años después, quizá con los cuarenta, entendí lo que significaba.

El parto fue largo, durando más de veinticinco horas, desde antes de las 3 del 13 al 14 de marzo de 1941, a las 4.32 horas. Mi tendencia a la claustrofobia, a la necesidad de liberación, puede derivar de él, habida cuenta de la intensa consciencia ya formada.


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