martes, enero 06, 2015

EXTRATERRESTRES



Kim Pérez

En Erz, nuestro planeta, los seres más conscientes, además de los humanos, son los delfines, las ballenas, los chimpancés, bonobos, gorilas y orangutanes, los pulpos, los cuervos y loros … Algunos de ellos se reconocen en un espejo (o en el agua quieta), mostrando consciencia de sí. Otros usan herramientas elementales. Estamos planteándonos reconocerles la condición de personas, como se la habríamos reconocido a nuestros antepasados australopitecos, etc

La variedad de las especies en las que emerge la consciencia es grandísima. Y la de sus formas. Para nosotros, vertebrados, un pulpo es casi un extraterrestre, con sus ocho extremidades y su inteligencia solitaria, que no sigue procesos de aprendizaje…

Me planteo si la posible decisión de no contactar con nosotros por parte de otras civilizaciones se debe a una prevención de la sacudida emocional que supondría para nosotros sólo el verlos y constatar que están muy por delante de nosotros. Si hay esa decisión, eso significaría un acto de benevolencia  hacia nosotros, en el que esperarían a que nos preparásemos.

En nuestra historia hay ya una experiencia similar, aunque en intensidad menor: el contacto entre los españoles y las civilizaciones del Plus Ultra (Más Allá), y las consecuencias fueron traumáticas. Por tanto, si esas posibles civilizaciones extraterrestres están ya en condiciones de llegar a Erz, y no contactan de manera pública, será que quieren ahorrarnos esos traumas.
Para no asustarnos, en una palabra.

La cienciaficción, hasta ahora, es muchas veces aterradora. La experiencia real, si se produce, puede ser tranquilizadora, pero inmensa. De eso voy a hablar.

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Tenemos en nuestro planeta Erz un modelo de sociedad mucho más avanzada que la humana. Ésta, como las de todos los vertebrados, no supera el nivel de manada, seres que necesitan congregarse, pero que son capaces todavía de muchos conflictos internos.

Los ciervos pelean con los ciervos, por ejemplo. Las leyes humanas tratan sobre todo de prevenir primero y de reparar después las consecuencias de los conflictos internos. “No mentirás, no robarás, no matarás”.

Esto no existe en las sociedades de invertebrados. El instinto, operando en sus cerebros, impide los conflictos internos. Por eso, son más organismos sociales, comparables a la asociación de las células en los organismos pluricelulares, que  sociedades por el estilo de las nuestras.

Forman una individualidad colectiva. Si se ve una abeja volando sola, está explorando para su organismo social, no para ella misma. Como las células de mi pulmón trabajan para mantener vivo el conjunto de mi organismo y sólo una enfermedad puede acabar con unas y con otras.

No llegan a formar una consciencia colectiva porque son pocos los individuos conectados, unos cuantos miles o decenas de miles, mientras que en cada uno de nuestros cerebros hay miles de millones de células interconectadas.

Pero supongamos que en otros planetas hay seres cuyos cerebros han alcanzado una complejidad semejante o mayor que la nuestra y que además forman un organismo social que haya llegado a tener miles de millones de seres conscientes interconectados.

Entonces, tendrían una consciencia individual que formaría la base de otra consciencia colectiva, y distinta de ella, como mi consciencia personal es distinta de lo que sienta  cada una de mis células.

No habría conflictos internos dentro de esa civilización.Todos los impulsos estarían dirigidos al bien común, desde millones de años antes.

No se les ocurriría siquiera mentirse, ni robarse, ni matarse.

Sus leyes se referirían a los propósitos que conseguir, no a la prevención y castigo. No habría delitos. 

En la afectividad personal, el primero de los sentimientos sería el de amor a los semejantes y amor a su unidad. Quizá, esa experiencia de benevolencia se dirigiera a todo el universo, incluidos los seres conscientes ajenos a su comunidad.

Esa maravilla se daría dentro de aspectos tan distintos del nuestro, que incluso nos inspirarían horror, como puede producírnoslo a primera vista un pulpo. Tendríamos que superar las apariencias y aprender a valorar, con nuestra inteligencia, las realidades profundas.

Casi todo podría estar cambiado en su civilización. Por ejemplo, la sexualidad. En nuestras abejas y hormigas, ya sabemos que  hay una sexualidad ternaria, derivada de una binaria: hay una sola madre, unos pocos machos de los que sólo uno la fecunda,  en un único vuelo a los cielos, y miles de obreras hembras, vírgenes y estériles, pero que sostienen la vida común.


Podemos imaginar cuán distintas formas pueden haberse creado para asegurar un intercambio de genes en la reproducción.

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