viernes, agosto 24, 2012

Deconstrucción de la sexualidad




  1. Un capítulo nuevo para "Transexología práctica"

    DECONSTRUCCIÓN DE LA SEXUALIDAD

    Por Kim Pérez

    Desde la mitad del siglo XX viene viéndose como se deshace la anterior visión de la sexualidad como una realidad compacta, para dejar lugar a la visión de una realidad articulada.

    La compacidad de la sexualidad hacía pensar que era tan natural que los varones fueran masculinos y amasen a las mujeres como que éstas fuesen femeninas y amasen a los varones. Todo eso se daba en un contexto de extrema represión de la sexualidad, que impedía hablar libremente de toda ella, excepto de sus manifestaciones más platónicas o idealizadas.

    Ya sabemos que fue el movimiento homosexual el que creó la palabra “heterosexual”, que permitía objetivar esa realidad normativa y ponerla en perspectiva junto a otras.

    De la misma manera, fue la vida de cada día de otras personas, en principio sin nombre, la que fue creando las condiciones de la mayor deconstrucción de la sexualidad. Siempre, pese a todos, algunas personas habíamos decidido vivir cruzadamente respecto a nuestro sexo (Hacia 1954 busqué ansiosamente en la Enciclopedia Espasa una palabra que me definiera, sin encontrarla)

    Fuera de las palabras (o conceptos o etiquetas) se podía vivir más libremente. Lo que había en común entre muchas personas cuyas experiencias eran sin embargo bastante distintas era el cruce decidido respecto al sexo fenotípico, el olvido de la compacidad. Miles de personas lo venían haciendo desde hacía milenios, expresándose mediante los medios de que se dispusiera: en culturas desnudas, era trabajando cruzadamente, o cortándose el cabello cruzadamente; en otras, mediante el vestido y la pintura; en unas pocas (Roma, India), mediante la emasculación, con riesgo de muerte. Todo ello quedaba subsumido en la extrema marginalidad respecto a la norma o en el más severo de los armarios.

    En 1952, en gran parte de Occidente (no en el ámbito de la dictadura de España) se habló ampliamente de Christine Jorgensen, que se había hormonado por primera vez (y por cuenta propia) y se había operado por el doctor Christian Hamburger, en Dinamarca. Empezaba a conseguirse cierta respetabilidad, para nuestras decisiones. Poco a poco empezaron a crearse conceptos o etiquetas, que conformaron una jerarquía de cambios, que afectaba a la valoración e incluso a la autoestima social, y por tanto podía dar lugar a decisiones por autoestima o prestigio, no profundamente motivadas.

    Sin embargo, había una notable variedad en las decisiomes personales. Unas personas, minoritarias, deseaban un cambio quirúrgico y social, y fueron llamadas transexuales (Cauldwell, en los cincuenta, Benjamin, más profundamente, en 1966; la palabra se difundió por todo el mundo) Otras personas, mayoritarias, deseaban el cambio hormonal y social, pero no necesitaban el quirúrgico de genitales, y fueron llamadas transgenéricas, o bien no deseaban más que el cambio social, permanente o esporádico, y fueron llamadas travestis o transvestistas. Ni siquiera ha sido recogido que otras personas, una extrema minoría, en la que me encuentro yo, deseamos el cambio quirúrgico de genitales, pero no el cambio social, o podríamos conformarnos con un cambio social que reconociese lo ambiguo. No tenemos nombre todavía (2012); podríamos llamarnos transgenitales.

    En 1968, Robert Stoller, sobre la base de la experiencia de las personas transexuales, descubrió o conceptuó en su obra “Sex and Gender” la primera articulación en la realidad sexual humana, la distinción entre sexo y género; mostró que el sexo corporal no es lo mismo que el género conductual (e incluso que pueden estar cruzados)

    Esta afirmación fue fundamental para el movimiento feminista, puesto que permitió a muchas mujeres separar su sexo de un género que resultaba estar culturalmente limitado por una política patriarcalista represiva de unos treinta siglos (desde la Edad de Hierro)

    Si se consideraba que ser mujer era igual a ser ama de casa, en pocas palabras, las mujeres que no deseaban definirse como amas de casa serían menos mujeres. Pero la distinción entre sexo y género permitió ver que a una realidad como mujeres por sexo podía corresponder una infinitud de conductas de género. Por tanto, la liberación de la mujer estaba conseguida en su propia conciencia, paso previo a su liberación social.

    En el caso de las personas llamadas transexuales o transgenéricas o travestis, todavía mayoritariamente marginales o en el armario, todavía muy aisladas, lejos de cualquier planteamiento teórico, sin que supiésemos nada de estos planteamientos, estaba justificándose de hecho, en nuestras vidas, por iniciativa propia, por creatividad, nuestra propia distinción extrema entre sexo y género. No solo era que el sexo fenotípico pudiese quedar totalmente cruzado con el género, sino que era legítimo o comprensible intentar una reasignación del propio sexo fenotípico.

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    Otra deconstrucción de la compacidad tardó más tiempo en comprenderse. El punto de vista generalizado era que las mujers tenían que ser andrófilas y los varones ginéfilos (heterosexuales unas y otros) salvo homosexualidad entendida como anomalía o vicio.

    El feminismo, pensando ya en esas fisuras entre sexo y género, aprendió a pensar en diferencias entre sexo y orientación, o identidad y orientación. No era obligatoria la compacidad de las mujeres como andrófilas, heterosexuales. Esta compacidad era una obligación de la represión milenaria. Si se podía concebir que una mujer estuviera fuera de la función de género como ama de casa (si así lo prefería), también se podía concebir que una mujer estuviera fuera de la orientación heterosexual.

    Por tanto, también era posible concebirse como mujer (transexual) ginéfila, lesbiana. O bisexual. También los hombres (transexuales) podían ser andrófilos, y de hecho algunos empezaron a definirse como gays, o bisexuales. No fue fácil, ni inmediato.

    La transexualidad estaba siguiendo su camino hace siglos sin nombre y sobre un esquema tan simple como el de “anima mulieris in corpore virile inclusa” o una alternativa como “animus virilis in corpore femminile inclusus”. Quienes teníamos que abandonar la compacidad de los sexos, ansiábamos pasar a una realidad tan compacta como la que queríamos abandonar: en el caso de la no-masculinidad, pasar a una unidad orgánica, psíquica, erótica, afectiva, maternal, laboral (“sus labores”)… La feminidad era una, todas las mujeres son iguales, si yo quiero ser mujer, yo tengo que ser en todo como todas las mujeres.

    Entre las personas transexuales, este descubrimiento tiene fecha. Para mí (lo digo sin sentimiento, nada más que lo recuerdo por la importancia de la constatación) fue en una tarde en la que en un horizonte luminoso y melado, bajo unas nubes pesadas de tonos marrones, flotaban unas nubecillas más pequeñas, aisladas, como barcos; paseaba por el barrio del Zaidín, en Granada. Esa tarde asimilé la no/compacidad y pensé que me liberaba, aun sintiendo alguna desazón. Colectivamente, para las personas transexuales, esa fecha está en los ochenta.

    Desde entonces, treinta años después, esta lección es de cultura general trans. Lo primero que aprende cualquier persona trans, al incorporarse a nuestro ambiente, es que “identidad no es orientación”. Con este sencillo axioma puede entenderse a sí misma, si le es preciso, o a sus pares, en caso de que no los entendiere.

    No hay obligación de heterosexualidad. La sexualidad es y debe ser impetuosa, espontánea, fluida. Si una regla contradice esta impetuosidad, no puede ser regla. La prueba de que no puede haber una relación heterosexual fluida si una persona de las dos no es heterosexual es el efecto en la otra persona; una convivencia sexual sin deseo solo es posible si hay mutuo acuerdo en primar otras razones, como el afecto o el interés. No puede haber obligación, para quien no lo desea, de exponer a otra persona a su indiferencia.

    Tampoco hay obligación de filiación. No se puede tener hijos si no se quieren. Mi aversión a la masculinidad que rechacé fue tan intensa, que pensé que no podría tener hijos varones sin quizá aborrecerlos y que no podía arriesgarme.

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    En la actualidad, la deconstrucción de la sexualidad en los elementos que la articulan está llegando a ser usual en las vidas de los adolescentes y los jóvenes transexuales. Estamos a principios del segundo decenio del siglo XXI y ya llevamos sesenta años de liberación transexual.

    Hay personas transexuales de hoy que aspiran a llegar a una compacidad cruzada: pretenden ser mujeres femeninas y andrófilas u hombres masculinos y ginéfilos; pueden conseguirlo, incluso pasar inadvertidos en la masa de la población mayoritaria si la detención hormonal de la pubertad lineal se establece desde la adolescencia; sin embargo, que el procedimiento de cruce sea posible, asegura que su nueva sexualidad es posible gracias a la deconstrucción.

    Ésta es más visible en otras personas, a las que llamé hace tiempo “outers” o “outgenders”, palabra que solo se usó después en Japón, en paralelo. Estas personas juegan muy libremente con las articulaciones de la sexualidad y pueden llegar a no definir con precisión ni identidad ni género ni genitales ni orientación. Pueden ser ilimitadamente variables en cada uno de estos ámbitos, superando incluso las definiciones de la transexualidad. Pueden tener hijos con naturalidad (Thomas Beattie, precedido por los “hombres/mamá de Ecuador) Abren un futuro no delimitado, radicalmente deconstruido, en el que la estabilidad de la persona es sobre todo la de la conciencia de sí y la de su conducta moral respecto a otras personas.

2 comentarios:

Lázaro Buría dijo...

Me ha ayudado usted a poner un mejor orden en mi mente sobre el tema "Sexualidad". Gracias y le felicito por el nivel que has logrado en esa necesidad urgente de nuestra especie de transformar esa forma básica de energia en "Conocimiento", sin que olvidemos dejar las cuotas que - para que él se armónico-, debemos reservar al placer en si mismo y, sobre todo a reproducirnos como especie que se caracteriza por la imposibilidad de "compactar" bajo una misma etiqueta a cada uno de sus miembros. Lamento que esta "Utopía" sea requisito indispensable para que convivamos socialmente.

Suerte y que Azar no maltrate su destino.

Lázaro Buría Pérez

Kim Pérez dijo...


Agradezco la clarividencia de su comentario y lamento haber tardado más de un mes en responderlo.

Me impresiona su afirmación de la necesidad de compartir la Sexualidad en Conocimiento de los diversos niveles implícitos y de su inmensa variedad.

Confío en que no sea el Azar quien me maltrate sino una Inteligencia ciertamente cruel pero superadora paradójicamente de su propia crueldad quien decida lo que haya de ser de mí.

Gracias por compartir sus reflexiones.