lunes, abril 11, 2011

Aquellos cuarentas (y cincuentas)



Duermo la siesta; la persiana está medio bajada y entre sus tabletas entra la luz radiante de la tarde de primavera.


Me despierto oyendo la música de una película de los cuarenta, que se suma al bienestar de las piernas extendidas y el cuerpo distendido.


En América, aquellos años, y los siguientes, fueron tan felices! Quienes habían vencido en la guerra por la democracia, sólo querían ser honestos y divertirse.


Aquella vida sencilla estaba llena de esperanza. Como yo la viví en mi niñez, el corazón se me oprime con angustia al recordarla y preguntarme por qué no continuó.


Los hombres llevaban todos traje y corbata y las mujeres vestidos vaporosos. Había cortesía y fantasía. La música tenía swing o era el jazz sugerente. Se abrían perspectivas infinitas, tan anchas como el mar.


Tras aquella alegría existía la sombra gris de la bomba atómica, que podía estallar en cualquier momento. Pero la buena voluntad de la gente y el optimismo general eran tan grandes, que no preocupaba demasiado. También existía enfrente el régimen comunista, los aliados de la guerra. Pero estoy por decir que también se veía como una alternativa un poco extravagante.


Todo era inocente: Humphrey Bogart fumaba y no se preocupaba por el cáncer. La contaminación era solo industrialización, progreso industrial. No había feminismo. Los homosexuales eran los bufones que alegraban a ratos la única vida, la de los heteros. Las transexuales no existíamos ni a nuestros propios ojos, y sólo podíamos llorar de vergüenza. El mundo era feliz ignorando nuestra existencia.


Poco a poco todo se transformó. La primera señal fue una novela: On the Road. La plenitud alegre era tan grande, que parecía tan luminosa como la libertad de las carreteras, pero tenía un significado nuevo: antisistema.


En Italia el cine se hizo neorrealista: en blanco y negro, la miseria y la injusticia.


En Francia, Sartre puso el existencialismo al lado del marxismo.


Luego se puso la sensualidad por delante de la honestidad: Elvis Presley.


Empezaba nuestro mundo. Más real. Más angustiado.

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