jueves, noviembre 18, 2010

Sólo catorce páginas de versos

Por Kim Pérez

¿1961?

Para arrancarme las penas
faltaría un cuchillito
afilado como ellas.

No hay pena como mi pena
porque no tiene remedio.
Qué pena, si lo tuviera.

Para la pena que tengo
un remedio no adivino;
quizá no tenga remedio.


13 de enero de 1964

Sobre mi techo los negros
ruidos de un avión nocturno
nubes y una luna que lo mira
Es la hora del fin del mundo
Las estrellas se bajan a la tierra
y se venden a cinco pesetas el kilo en el mercado al por mayor
pero nadie las quiere
hora del pardo y el rojo
en la que no importa lo mío
Árboles como órganos en torno a mí
y un banco en el que no se sienta nadie
como una estación del metro
avenida de olmos, y una fila de luces
Apenas nada importa
el fin del mundo se acerca
los estudiantes extranjeros
tienen tópicos en la boca, y hablan y hablan.
Yo -te lo digo ahora aunque podría callarme-
soy un joven muy viejo y muy ligero que no sabe hablar
oh estudiantes extranjeros
con el intestino sacudido por espasmos de metal
no os habéis dado cuenta de que ya venden las estrellas como si fueran manzanas?
Y que hay un muro, en la noche, ante el que se acaba vuestra juventud?
Si llega de verdad el fin del mundo...
Todos los clavos del embalaje se salen y nada queda en su sitio
habla, si quieres, pero sucederán cosas al margen de tus palabras
Una vieja mira el fin con su cara pálida y una toquilla negra,
sentada en el banco de los árboles
y una niña me trae una baraja, un juego de cartas coloradas
No sé si bastará esto para detener el fin del mundo.






Te encuentro y me vuelvo hacia ti
pongo mis pensamientos en orden
asombrado de tu perfume femenino
de tu distinta naturaleza
me acerco
me entrego a ti
se abre el mar
percibo el fragor de las olas
la espuma el aroma las flores las sombras
soy yo y me pierdo



Digo que yo soy yo, y siento vértigo
Por este juicio singular y vivo
Puesto que sólo yo puedo decirlo
Y me hace distinto del universo,

Que al no ser yo, es grande, pero externo.
Distinto soy de ti, y distinto de ella,
Y distinto de aquel perro, que mira y que jadea,
E incluso soy distinto de mi cuerpo,

Porque yo soy quien mira, el resto es lo que miro,
Estoy dentro de mí y todo, alejado;
Al lado, diferente, veo y muevo mi mano,
Externa, incomprensible, como los aerolitos.



Héroe cargado de gloria o criminal
Cargado de vergüenza, ¡qué más da!
Como un niño contemplo, con los ojos
Muy abiertos, esta realidad.

Hombre generoso o mujer
Tranquila y reflexiva, me da igual.
Cuando miro más dentro, sólo encuentro
Un corazón pasmado al mirar.

Humano pensativo, planta verde,
Animal sensible o piedra mineral.
Cavilo, me ensancho al sol, siento, me quiebro,
Soy yo, el mismo, tal cual





¿Por qué he nacido, humana cobertura,
capaz de hablar de mí, palabra santa,
que a todos nos iguala y nos distingue?

¿Por qué me he librado de ser un simio,
sujeto como yo al peso y al deseo,
pero incapaz de hacer algo tan simple
como ver su mirada cuando mira?

¿Por qué he venido a este mundo y no a otro
que un gajo de luz acompaña, desde cerca,
planeta hermano y muerto, por milenios?



Diré: desesperación, con tal de decir yo mismo;
Yo mismo, tal como soy, sin consentir un conforme;
desesperación es el nombre de unos jardines de noche,
extrañas plantas que alumbra una callada bombilla;
la flor más rara de todas es la que llamo yo mismo,
machacada, machucada, herida, rota, ensuciada,
y diciendo: “Soy quien soy; que me tome quien me quiera”
Romperé para librarme lo que pueda, aun sabiendo
que tras cien barrotes rotos reaparecen mil doscientos.
No quiero ninguna ley, aunque comer y beber
me haga agachar la cabeza, pero no el corazón.
¿Qué es lo que puedo deciros, obligado a hablaros?
Que busquéis, que es lo que yo he hecho, en el fondo de las almas
los mares maravillosos y las islas del amor
y digáis lo único cierto: Nunca estaré allí.
¡Dios de la Rebeldía, haz que la conozcamos!


Un día nace el sol y al otro día
vuelve a nacer; me quema con su fuego.
Cada fecha me trae tortura y amargura.
Espero la llegada de algo amable:
el trino de un canario inocente
que ordena con alpiste la mañana.
Cesa el suplicio y llega el reposo
que impone paces y da el alto a las leyes.
La memoria vuela libre, desligada,
exenta de los miedos del presente;
dulce noche, para todos los que sufren;
fresca negrura, imagen de la muerte.



El dolor me sigue lacerando
porque he perdido el tiempo, sagrado y fugitivo;
mi hermosura, dejada y desdeñada,
el aroma juvenil, desvanecido,
ya no soy digna, no puedo ser amada,
ya no merezco que me guardes un suspiro.
He vivido en la cárcel, día por día,
las paredes desnudas, aliento frío,
por motivo de unos ojos fatigados,
de unas manos quebradas, de un cuerpo entumecido,
que nunca he mirado cara a cara
ni nunca mis caricias ha respondido,
dejándome ir a un patio desolado,
cada día más triste y más vacío,
hasta encontrarme sola y destrozada,
pero dispuesta a hacer lo que fuere preciso
por unos ojos graves, por unos dedos finos.



Me conozco como elfoide,
sumida en el espesor de las glicinias,
vecina nocturna de las celestinas
y de la dureza carnal de la yedra,
mojada por pulsaciones de lluvia,
delgada, con unos brazos pálidos,
donde ni se percibe el azul de las venas,
arrastrada por cualquier brisa,
empujada como las hojas hermanas,
hacia cualquier lugar, sin voluntad
ni destino, por ser más tierna y hermosa,
con el corazón a flor de piel
asomado tras el cristal de mis ojos,
muy acostumbrados a llorar,
porque el llanto es el líquido en que te deshaces
y encuentras el placer de ser nada más
que un momento,
breve como mi estatura, liviano
como mi peso,
casi nada, pero sido.


Como una hoja llevada por el viento
movida por los acontecimientos que tú dispones
y por los remolinos de mis equivocaciones
que me llevan donde tú quieres que vaya,
¿qué es mi voluntad,
sino un grito estridente y tenaz
nacido de la impotencia frente al poderío del Destino
y que se confunde con el ruido del viento que la empuja?
¿Qué hago con ella?
¿Dejo que se pierda, reconociendo que sólo es una apariencia
que me hace pretenciosa y tonta
por el hecho de querer ser dueña de mi vida
o preservo esta savia persistente y amarga?


Arrumbada por el miedo,
casi, casi medio loca
perdidas todas las minucias que poseo,
cuanto me pesa más como posesión que cosa
y me arrastra por los pies a este abismo de materia,
empujada por la fuerza de fatales circunstancias
a liberarme por fin y a mantenerme libre
a notar día tras día el empuje de mi ánimo
y a sumergirme en este torbellino placentero
cuya falta de costumbre me hace verme adolescente
enterándome bien de lo que es la libertad,
despojamiento dichoso de ropas convencionales,
permanecer convencida en calles no habituales
y comer sólo pureza, osadía y hermosura.


De estos cuatro años, me queda todavía
mi cuerpo grácil, lo más dulce que he tenido,
que merece por fin que alguien lo ame,
aunque sólo sea yo, por recibirlo;
cuerpo mío, ahora delicado,
pétalos de rosa te conforman,
aroma de la piel que nadie aspira,
pero ya existente, ya real e irrefutable,
memoria que no podrá romper la muerte,
me dice déjame, sigue tu rumbo,
recorre los misterios del Destino,
porque te falta encontrar, sin duda,
una cosa sola: que me ame alguien,
acaricie mi brazo, que nadie lo ha hecho,
ponga al fin su mano en mi húmeda mejilla.



Afligida por el tiempo
que me invade como agua
de lluvia, inundación,
haciendo de mi condición
tierna víctima, sometida,
muy herida, poco a poco,
por los minutos y los años,
pero impávida, sonriente,
sabiendo que es un capítulo
triste, hermoso, de Novela
y que este Personaje
como todos, permanece
en la eterna tersura,
inmortal, conmovedor,
aunque ahora corresponda
que ha de inclinar su cabeza
bajo su fuerte Destino;
cuando el abismo se abre
vertiginoso y se acerca
absorbida a su borde.


Calor de las once de la noche
ramas de ciprés cubiertas de polvo
inmóviles en el aire que no se mueve
un mapa sobre la mesa de un niño de nueve años
un desconchón en el muro: ladrillo rosa, yeso blanquecino,
que forma lo mismo que un mapa
un silbido lejano, delgado, muy triste, y no modulado
las camas de rana en el agua de la alberca
muertas y tenebrosas a estas horas de la noche
un ratón gris deslizándose por la arista de la pared y el suelo,
para esconderse en su refugio
un plato con granos de granada y rajas de melón, abandonado
en la mesa del comedor
al que nadie se acerca,
el aroma insistente y polvoriento de los cipreses
entrando por todos los huecos abiertos,
las ventanas abiertas, las puertas abiertas
desnudas ante la noche purísima de cien mil estrellas.



No sé ni donde estás
estos días de verano.
El corte ha sido tan seco,
una hoja de cuchillo
o un filo de diamante,
que no puedo entenderlo.
Tantas horas de ternura,
la confianza de un beso
ligero sobre la boca
se ha convertido en herida.
La pulsera que me diste
esa noche,
señal de tanta alegría,
ahora es de incertidumbre
y me duele en mis pulsos;
la llevo porque, quién sabe,
tú quieres que no te olvide.




La gente tiene unos rollos, desea y se enamora,
la gente ve otros cuerpos y se quedan callados,
pues sienten que relucen como estando aceitados,
les atraen con fuerza tal que parece que absorben
y dan ganas de llorar cuando pasan de largo
y se van a otros sitios, llevando su belleza.
La gente dice “tú”, la cabeza en las manos,
concentrada en sí misma, en la cocina vacía,
dice tú, que resuena, tú y tú, como hojas
que traen un verde alegre y el soplo de la brisa.
Tú; qué palabra, inolvidable, única,
que cuando se ha dicho una vez, tiene un solo sentido.
La dicen y se deshacen, la risa se abre sola.
Tú, la palabra que yo no he dicho nunca,
la que me diferencia del resto de la gente.


Santa Humanidad, Santo de los Santos,
Puta, timador, ladrón y maricón,
Corazón que se parte al saberse viviendo,
Sin ver su propia luz, tapada por un saco.

Cansada hasta los huesos, pensando en lo que apremia,
O luego en naderías que permiten fugarse,
Sin saber que hay adentro tal follón de energía,
Que hasta el cielo retiembla por un suspiro nuestro.

¡Qué oculta está la luz! ¡Qué fuerte y deslumbrante!
¡Cómo irradia en el mundo sin que el Santo lo sepa!
Calienta a los niños, es el Sol que extasía,
El imbécil del Santo, mientras, se desespera.

Esta luz lo llena todo, me quiere más que mi madre,
Me ama con más pasión que un muchacho enamorado,
Es la razón del placer del que están hechas las cosas,
¡Pobre del que no lo sepa, que se pierde lo mejor!

Yo sé que tengo pruebas, porque luego se me olvidan,
La voluntad libertada hiende cualquier material,
Traspasa no importa qué muro y deshace los tumores,
Pero el Santo se queda, cuando lo ve, boquiabierto.










Soy ambiguo,
me gusta esta palabra
y me gusta serlo yo;
me recuerda
las flores impetuosas,
los aromas,
los jardines calientes tras las tapias,
tan hondamente míos;
yo soy lánguido,
langor de mis amores,
languidez de la cama,
donde desperezo largamente
largos miembros
de piel clara
como la luz de la mañana,
al despertarse,
así estoy hecha yo.




En ese bar de ambiente, me pone lo sensual,
los bellos camareros, con sus camisas sueltas,
la música y los fanales, colores absorbentes,
el roce de los cuerpos me empuja dulcemente.
Me ponen los hombres.

En quienes siento la fuerza de ojos y de labios,
la conmoción de todo lo compartido,
camaradería antigua que en sexo se convierte,
melancólicamente.

Yo a la vez estoy con ellos y no estoy; éste es mi sitio,
a condición de decirlo en tercera persona.

Ellos que hoy desfilan en formación cerrada,
músculos hasta las cejas, fuertes a reventar,
y ojos de deseo, retando hasta a la muerte,
música de los valientes.

Yo entre ellos; me pongo el chaquetón
militar; me pongo mi cronómetro,
dieciséis gramos de instrumental,
y salgo tan dispuesta, a lo mismo que ellos,
pero yo soy distinta.

Mi pelo, los mechones, juegan con el cuello alto
del chaquetón de campaña; y mi sonrisa es suave.
También sueño la vida que llega hasta la muerte,
pero yo soy yo.


Te ruego que me leas,
aquí te pongo mis versos
como podría ponerte mi piel,
a ver si te gusto,
a ver si me besas,
a ver si te estremezco,
a ver si me haces pensar
que soy bella,
a ver si llego a las estrellas,
brillando como ellas,
eternamente, inmortalmente.


Pobre cuerpo mío
para nadie fuiste bello
Te acercas al momento
que vas a disolverte
y a sumarte al coro
inmenso de los muertos.
Nadie te ha acariciado
ni siquiera los brazos,
excepto una tarde
de un pasado remoto,
cuando alguien los dedos
puso sobre la carne
que sólo tenía veinte
estremecidos años
y luego, una noche,
cuando otra persona
vio tu grácil belleza
con ojos muy abiertos.



Buenos días, chiquillo de sol,
Principio y final de toda alegría,
La alta línea de montes azules
Te da con su luz buenos días.

Me alegra verte, muchacho veloz
Como el ciervo, que saltas y brincas,
Entre tierras, árboles y prados,
Que te entregan frescor, aroma y brisas.

Y la pasión por la hermosa criatura
Que refleja tu brillo de mojada arcilla,
En quien resuenan los goces y las penas
Sin que se pueda decir tuyas ni mías.

El mediodía es la hora que deslumbra
Cuando el sol dispone la justicia
De dos personas que llegan a juntarse,
A la lealtad comprometidas.

Buenas tardes, hombres y mujeres,
Trabajadores de forja y de fatiga,
Que sabéis que otros hombres y mujeres
A su compás tañen la misma sinfonía.

Buenas noches, ancianos ya serenos,
Que miráis las estrellas cómo brillan
Y al verlas en lo negro de los cielos
Comprendéis el secreto de la vida.

Adiós chiquillo, muchacho, hombre, anciano,
Cuando te vas se va tu compañía,
Corran un tiempo las lágrimas por ti,
Hasta que el tiempo devuelva la sonrisa.


He sido un niño
Poco masculino
Pero no femenino.

Entiendo a los niños
Que son como yo
Y sé lo que sienten
Muy profundamente.

No entiendo a las niñas.
No he sido una niña.

Mi vida ha acabado
Por emascularme,
No sólo castrarme
Ni feminizarme.

Ahora, sin sexo,
Entiendo la vida
Y me entiendo a mí.

No quiero ser ya
Mujer con mujeres.
¡Qué aburrimiento,
qué escasa tensión
vertiginosa!

Pero me enorgullece
Ser un hombre
Emasculado,
Palabras que dejan sitio
Al drama, la intriga,
La fascinación.

Lo que justamente soy
Y deseo parecer.

Recupero el hilo perdido
De mi historia,
De la playa,
Frente al mar,
Que perdí entre la trampa
Del vértigo de las figuras
De mujer, revueltas,
Revoluciones,
Revolar de sensaciones
Y convenciones ajenas



En el Café de Flore
Al que venía Sartre
Pero es diez años después
Y por la mañana.
Entra el sol casi hasta el fondo
Y no hay apenas nadie
Excepto este muchacho
Con un jersey de cuello de cisne
Y los brazos cruzados
Sobre una barandilla de latón
Deslumbrando con su gentil belleza
A quien le mira.

En esta plaza de Argel
Frente al mar
Con sus plátanos de Indias
Como columnas y bóvedas
Estuve con Philippe mi amigo
Cuando teníamos veinticuatro años
Disfrutando y riendo.
Pero él había muerto en realidad
Cuatro años antes.

En las escaleras de Perpiñán
Junto a la fachada con persianas,
Esperaba, convencidamente,
Maravillas de amor y libertad.


Tienes setenta y un años
Pero piensas que tus mejillas
Están tersas todavía,
Cuando en tu mente se forma
La imagen de un cuerpo hermoso
Como lo era el tuyo
Hace medio siglo.
Ámalo mientras puedas,
Entrégate al amor en tu imaginación,
Y no hagas caso de lo que digan,
Porque una cosa es tu piel que se desploma
Y otra lo que brilla en tu mente.


En la plaza de Zafarraya
Hay ocho plátanos de Indias
Y junto a cada tronco
Se pone una yunta de bueyes y un carro
De los que suben de Vélez
Dispuestos a barcinar o a cualquier labor.
Los carreteros vienen con sus familias
Mujeres y niños, y guisan allí mismo,
Y duermen bajo el carro,
En la noche de verano.
Los bueyes son enormes, más altos que un hombre
Y de noche mugen, no se sabe por qué,
Y el mugido resuena en las casas vecinas.

Un varoncillo
Delicado
Lector
En el jardín
Soleado.
Le azota
El desprecio
Y el abandono
Absoluto,
Hasta que
Furiosamente
Rechaza
Todo uniforme
Común
Y quiere ser
Otra cosa,
Alucinando
Ansiosamente
A cualquier precio
Con tal de escapar
De aquí
Pero soñando
Que todo es posible,
En las noches solitarias
Del verano.
Hasta que la fantasía
Se deshace entre sus manos
Y debe volver
Al principio
Y mirar
Dónde está,
Sin más compañía
Que la razón.


Yo
Amaré
Y compadeceré
A mi hermano
En este infierno,
Levantaré
Mi cabeza
Hasta la muerte
Y sólo agradeceré
Estos sentimientos
Que encontré al nacer;
Y ésta es toda
Mi Ley.


Hoy quiero ver el mar, vamos a verlo,
el auto recorrerá las carreteras
llegará a las cimas peladas y ventosas,
y desde ellas veremos su círculo.

Tranquilo y claro, tan igual y homogéneo,
como la cara de un planeta extraño,
que surge aquí mismo, detrás de los cortijos,
caminos, árboles, cabras y caballos.

Bajaremos luego y en una playa larga
lo veremos cercano y afectuoso
cantando sin parar pero extendido,
manifestando que no tiene dimensiones

Dejaré que bese mi tobillo
y se retire y vuelva a besarlo;
percibiré su sal como de lágrimas,
la saliva de una boca que da besos inmensos.

Lo miraré callada impregnándome
en su fuerza resuelta y su ternura
en su presencia sobrecogedora
y en su vaivén y suspiro incesante.

Mar, aquí estoy, he venido a verte,
eres la hermosura que contiene mi vida,
un esbelto recuerdo de mi madre
en tu reflujo y en la luna que riela

Confianza de un amor como tu pálpito,
alegre como los árboles que adornan
tus playas, tus bromas tan seguidas
y a veces tus enfados momentáneos.

Hasta el momento en que ni vi ni supe
que sería arrancada de tu lado,
llevada tierra adentro, donde hay olas
de materia seca y descarnada.

Tierra a la que se le ponen puertas,
que se queda tan quieta donde está,
árboles que no van a ninguna parte,
y caminos que se mueven quietos.

Ni hubo ya mar, de nuevo, en mi vida,
ni hubo amores, ni ningún agua salada
besó mi boca en un cuerpo perfumado,
desnudo en una cama como en ti.

Y por eso este día en que cumplo
las sentencias que me han hecho envejecer,
y se abre la cárcel de mis soledades,
quería volver a ti para verte

y sentir tu perenne juventud,
tu sonido que es el mismo de antes,
tu aroma, tus bromas, tus promesas
de amor y abrazos, tus besos, tus caricias.

Sentir tu inmensidad en el gris de este día
leves luces y sombras de tu cuerpo,
levantándose y formando cuevas
en las olas que me absorberán.

Como diciéndome, “no tengas ningún miedo,
confía siempre en mí, yo soy el mismo,
tan hermoso, ahora me ves triste,
y mañana brillaré plácido y claro”.

3 comentarios:

Francisco Aranda dijo...

No sé ni cómo decir lo bello que es para mi muchas de las palabras que he leido.
Excelente.
Intuyo;permíteme mi osadia y te pido perdón si puedo molestarte; la persona RESILIENTE que hay en ti ....y me gusta , me encanta , ese espíritu luchador con fondo melancólico y triste...Me cautiva, quizás porque me siento reflejado. Besos. Paco.

Kim Pérez dijo...

Qué bello es compartir lo que puede ser belleza...

Me sorprende también que hayas encontrado las dos nociones con las que me identifico: espíritu luchador y fondo melancólico ¿o nostálgico?

O nos identificamos! Me voy a buscar lo de resiliente!

Gracias, Paco, por haberme leído de esta manera!

Kim

Pablo dijo...

"Sólo" catorce páginas de versos. Ahora llevo 3 y me gustan todos (mucho). Sobretodo, la de "se venden estrellas a 5 pesetas el kilo".