lunes, noviembre 29, 2010

Santa Juana de Arco, Caballero no-binario



Aben Arabí de Murcia trazó las cualidades de un Caballero en el siglo XII. No creo que nadie las haya descrito mejor. Era sufí, un "loco del amor de Dios", cuando el Islam había alcanzado su esplendor, y pensaba que todas las religiones eran en el fondo verdaderas, porque todas llevan a Dios.

Encontré estos consejos suyos traducidos no sé por quién ni dónde. Le doy las gracias a quien los tradujo. Me han acompañado muchos años y a veces los he dictado a mis alumnos.

El Maestro Mayor recomendaba a los Caballeros:

Energía física y moral;
generosidad y liberalidad;
prudencia práctica para conocer el derecho del prójimo e imponerlo.
Al pobre con piedad, al igual con respeto, al rey con obediencia, a todos con desinterés.
No actuar en balde.
Juzgar con serenidad y sin indignarse.
Devolver bien por mal.
Reprimir con violencia las pasiones propias y perdonar las ofensas.
Ser altruistas como Dios.
Hacer el bien ocultamente.
Preferir la gloria de Dios a la propia razón o al propio deseo.

Ése era por tanto el ideal de masculinidad para los musulmanes y, muy parecido, lo fue para los cristianos.

En el siglo XV, una muchacha campesina de Francia, Juana de Arco, oía voces.

Modernamente se la consideraría paranoica, pero aquellas voces la aconsejaron bien.

Las voces le mandaron que fuera a ver al joven Delfín de Francia, en unos tiempos en que, de acuerdo con las leyes feudales, el Rey de Inglaterra, que era su vasallo, ocupaba la mitad del país y reducía por tanto a la mitad sus fuerzas.

Juana trató de llegar a él. Con diecisiete años, estuvo en las operaciones contra el asedio de Orleans, vestida de hombre porque Dios se lo había mandado, aunque llamándose a sí misma la Doncella, la Virgen, y animando a las tropas con su estandarte, que estimaba más que a su espada.

Por fin, el Delfín accedió a verla. Escondido entre sus cortesanos, ella lo reconoció y le habló a solas.

Después de unas pruebas de varios días en Poitiers, la muchacha campesina recibió el mando de un Ejército.

A su frente, liberó del asedio la ciudad de Orleans.

Después venció en cuatro batallas más, que cambiaron el destino del Rey y de Francia.

Vestía de hombre siempre, siguiendo la orden de Dios, y con armadura cuando era necesario. Permaneció siempre virgen.

Modernamente diríamos que quizá fuera inconscientemente transexual.

Cayó en manos del Ejército del Rey de Inglaterra, que la entregó a la Inquisición Católica, la cual le exigió que se integrara en la Iglesia Militante, sin pretender obedecer directamente a Dios, y que volviera a la ropa de mujer.

Juana se negó a lo uno y lo otro, aunque aceptó vestir como mujer si le permitían volver a su pueblo, a lo que los jueces se negaron.

Fue condenada a la muerte en la hoguera y murió, con diecinueve años.

Es la única víctima de la Inquisición a la que la Iglesia Católica ha reconocido como Santa. También la venera la Iglesia Anglicana.

2 comentarios:

Pablo dijo...

¡Y yo también la venero! La historia de Juana de Arco fue de esas que te inspiran cuando dejas de ser un niño y empiezas a ser adolescente... Además que siempre me recuerda que si en otro tiempo se consideró que vestir ropas del sexo opuesto era motivo lógico y natural para quemar a una heroina de guerra, significa que quienes no seguimos los patrones binarios no podemos considerarnos nunca a salvo del todo. Siempre puede aparecer alguien con una buena razón que demuestre que no mereces vivir, sean cuales sean las circunstancias.

Kim Pérez dijo...

Siempre Caballeras y Caballeros de la defensa de nuestros compañeros y compañeras que más lo necesitan...

Y que tanto lloran.

Y esgrimiendo el estandarte, más que la espada...

El estandarte del arco iris, que brilla después de la lluvia.

Kim