martes, enero 29, 2013

Transexualidad como feminofilia


TRANSEXUALIDAD COMO FEMINOFILIA

Por Kim Pérez

Muchas veces se piensa en la transexualidad y la feminofilia como dos realidades totalmente diferentes. En la transexualidad, las transexuales femeninas, tendrían identidad femenina, mientras que los feminófilos serían varones heterosexuales amantes de la feminidad hasta el punto de impersonarla, pero conservando siempre su identidad masculina. Este esquema puede ser estadísticamente válido muchas veces, pero la separación radical entre mujeres transexuales y hombres feminófilos es cosa de pensamiento, no de la realidad, que es continua.

Voy a estudiar aquí con detalle la vida de una mujer transexual feminófila, cuya realidad sentimental puede servir para entender mejor la transexualidad, la feminofilia, y nuestra posición personal dentro del sistema de la sexualidad, ordenado en torno a dos focos vacíos pero que hacen gravitar más o menos cerca de esos centros a todas las personas, que somos de hecho más o menos femeninas, más o menos masculinas, más o menos heteros, más o menos homos, más o menos trans…

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Hablo con una mujer trans que ha tenido suficiente confianza en mí como para contarme su historia a lo largo de muchos años de amistad y como para decirme que puedo contarla.

El resumen de la historia sentimental de esta mujer se puede resumir en estas palabras: amor a la mujer. Se podría decir incluso devoción. He visto su expresión extática, su sonrisa abierta, incontenible, al conocer a muchas mujeres, no trans y trans.

Su primer recuerdo, que debió de ser de muy pequeña, fue ver a un chiquillo hacer pis y a una niña; supo que no quería ser como el niño, aunque lo era, y que querría ser como la niña.

También recuerda que cuando unos y otras jugaban a novios y novias, o maridos y mujeres, ella se alejaba, lo que muestra que no quería participar en tal reparto de papeles.

Tuvo una madre a la que adoró, delicada, sensible, que “le enseñó todo lo bueno”, y un padre que fue todo lo contrario, temible; pero los modelos materno y paterno tan distintos no son causa de su transexualidad, puesto que tiene un hermano y una hermana, personas buenas y sociables, que no son transexuales. Más bien parece que su transexualidad básica fue la que se reforzó con la convivencia con sus padres, y quizá tomó ese sesgo de devoción por la mujer y rechazo radical del varón.

Después vinieron muchos años en los que se formó una identidad aparentemente masculina, aunque él sabía que preferiría ser una mujer; pero no cabe duda de que un niño biológico amante de las mujeres reúne dos condiciones que hacen pensar que puede desarrollarse como varón heterosexual; pero no es así.

En esos años creció en apariencia como un niño normal, quizá sensible y solitario; pero fue expresando su amor por las mujeres mediante la observación cuidadosa de su ropa, las que estaban bien arregladas y no arregladas, de su maquillaje, las que se pintaban bien o se pintaban mal, de sus peinados, de cómo lo conjuntaban todo o no sabían conjuntarlo…

Observación espontánea, natural, reverencial, que a lo largo de miles de datos reunidos toda su vida, le permitió formar un buen gusto exquisito acerca del arreglo de la mujer, que ahora aplica sobre sí misma y que, si su medio ambiente le hubiera sido favorable, le hubiera permitido llegar a ser una gran profesional de la moda.

Llegado el momento, fue hasta lógico que se pusiera novia, como única manera que conocía de cumplir su gran deseo de convivir con una mujer. Sin embargo, le habló con total seriedad, comunicándole dos realidades; primera, que no le gustaban los hombres; segunda, que se sentía más mujer que hombre. Ella, como suele suceder, quizá tendería a pensar que la vida en común barrería las dificultades poco a poco. Se casaron y fueron felices, aunque para mi amiga trans la sexualidad le era siempre difícil y trabajosa; pero le arrebataba la alegría de vivir con una mujer que le reconocía sus sentimientos como mujer, por lo menos en la intimidad familiar; mi amiga trans no necesitaba mucho más.

Llegaron dos hijas; la familia de mujeres llegaba a su plenitud; mi amiga reconoce que si hubiera llegado un varón, le habría sido más indiferente; pero sus sentimientos con relación a la diferencia de los sexos eran tan unilaterales, que me parece que hubiera sido feliz en un planeta en el que sólo hubiera mujeres. “¡Ojalá yo me hubiera criado en una familia con siete niñas!”

Las diferencias con la psicología masculina heterosexual ya están a la vista: un varón heterosexual desea un hijo varón en el que proyectarse y su relación con su hija se fundamenta en la ternura por su diferencia; por otra parte, necesita convivir con varones, sus semejantes, sus émulos, en un régimen de homoafectividad, de afecto por los compañeros, por los semejantes, en el que define el sentido de identidad y diferencia que le lleva a la heterosexualidad, el deseo de las distintas, la complementariedad.

En cambio, la psicología de mi amiga, mujer trans secreta, era en todo equiparable a la de las mujeres lesbianas, o por lo menos aquellas que viven emocionalmente en un medio de unisexualidad, en el que sólo las mujeres cuentan y los varones son rechazados e incluso se desearía que no existieran.

La situación de perfección en aquella forma de vida, terminó abruptamente cuando surgió el divorcio, por otros motivos sin relación directa con las emociones sexuales.

Mi amiga sentiría que había sido expulsada del Paraíso. Tenía que rehacer su vida.

En la ducha, la visión del genital masculino que rompía su ideal de feminidad, se le hizo insoportable. Se duchaba procurando no mirar hacia abajo y se tapaba con una toalla para no verse; cuando debía lavar sus partes, miraba para otro lado. Los elementos emocionales del cambio de sexo quirúrgico se estaban formando.

Pero todavía no se había formado en ella el concepto de que fuera posible para ella. Fue observando como siempre, atentamente, a una hermosa mujer transexual, a la que veía a menudo, cuando comprendió que “ella es como yo”.

A partir de entonces se inició su deseo y su voluntad de cambio, plenamente insertada en su adoración de la mujer, no ya simplemente compatible.

Ha sentido desde entonces un verdadero amor platónico hacia otra mujer trans; como ésta es heterosexual, amante de los varones, se ha limitado a la convivencia como hermanas, por separado. Sin embargo, la intensidad de sus sentimientos, la capacidad de darle sentido a su vida, hacen que no pueda haber duda de su dignidad de amor.

Por otra parte, el deseo que alimenta su corazón es mucho más afectivo que propiamente sexual. Su ideal, en su relación con una mujer, sería verse en la cama, acostadas juntas y tomadas de la mano. Eso sabe que la haría estallar de felicidad, el máximo que puede desear.

Por eso ha podido operarse con total coherencia. Su amor único con las mujeres no necesita consumación genital, necesita comunión. Y para poder comulgar en esa unión ha necesitado apartar de sí cualquier vestigio masculino.

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Está viviendo en resumen un proceso íntegramente transexual, que difiere sin embargo de otros en que no tuvo conciencia temprana de identidad cruzada y en que ha seguido una apariencia de relación heterosexual que era sin embargo lésbica, unisexual, en la profundidad de sus sentimientos.

Hay otra forma de transexualidad que no requiere transformación genital simplemente porque los genitales masculinos no cuentan emocionalmente. Muy fundada en la identidad de género, no parte de ese sentimiento unisexual. En ella, las sensaciones sexuales son tan necesarias, que pueden priorizarse incluso sobre la operación o la hormonación. El contexto en que se sienten es duosexual: en él existen emocionalmente dos sexos, dos posiciones caracterizadas por la diferencia; la mujer trans está en una de ellas, el varón en la otra. A veces, el amor hacia el varón, que es por tanto hetero, pero toma la apariencia de homosexual, puede hacer que la mujer trans sacrifique cualquier proceso trans; pero ella misma es consciente de que es una mujer secreta; las otras veces, menos dramáticas, le interesa afirmar su feminidad a los ojos de todos, hormonándose, viendo con alegría cómo se desarrollan sus senos, no importándole nada que sus genitales vuelvan a la pasividad, sino al contrario, enorgulleciéndose incluso de esta pasividad (que para los heteros sería impotencia), pero en esta indiferencia hacia los genitales se traduce en que no son importantes para ella, en que se puede ahorrar una operación, y que incluso pueden servirle sólo a efectos de conservar su sensibilidad y hasta mayor facilidad de orgasmo (aunque la operación no la anula)

Este proceso duosexual (en cuanto a la visión del sistema de los sexos, verdadera cosmovisión; esta palabra debe diferenciarse de la de bisexual., que se refiere a una forma de orientación sexual) es muy distinto del proceso unisexual que está recorriendo esta mujer trans, que ha necesitado liberar su cuerpo de todo asomo de masculinidad. Lo ha necesitado, perdiendo toda capacidad de penetración, que no necesita e incluso arriesgándose a perder (no lo sabía) toda sensibilidad. Ella siente que dar ese paso hacia la plena feminidad “es lo mejor que he hecho en mi vida”.

La experiencia de mi amiga es pura, por lo que vale la pena estudiarla y considerarla para entender el conjunto de la transexualidad. En otras personas, la componente feminófila se combina con otras. Yo adoraba a mi madre y admiraba su belleza, de la que en mi niñez participaba en cierta medida (“¡Qué niño tan guapo!¡Qué lástima que no sea niña!”), tengo tendencia a negar a los hombres en general, lo que me ha llevado a rechazar mis genitales de nacimiento, de una manera unisexual, pero a la vez tengo suficiente sentido duosexual como para necesitar también afirmarme en el lugar de las mujeres frente al lugar de los hombres; esto deja un lugar para mis pulsiones heteras, hacia los hombres, que encuentro en profundidad al soñar insertarme en un sistema de protección, en el que siempre desearía estar en la posición femenina ante la masculina, ambas necesariamente juntas, no por separado.