Kim Pérez
(Léase o recuérdese el experimento de las dos rendijas, por las que, al observar, pasan los fotones como partículas, y si no se observa, como ondas. Yo sé muy poco más de Mecánica Cuántica)
Yo soy el Observador cuántico que, cuando mira, ve las formas y, cuando no mira, sabe que vuelven a su vibración originaria. Hay por tanto dos planos en mí, el de lo que veo cuando miro, y el de lo que sé, cuando no miro. Pero todo ello se une en lo que comprendió el Obispo Berkeley: que todo lo que sé está en mi mente y no sé nada que esté fuera de ella. Si hay algo que esté fuera de mí, lo veo en la medida en que aparece dentro de mí, como una huella.
Hablo yo y hablo dentro de mí con el lenguaje de la lógica. Esta gramática está en mí, pero no la he inventado yo, lo voy comprendiendo mientras vivo. Yo sé que puedo desobedecer a la lógica, pero que tengo que obedecerla por mi bien, porque es lo lógico. Esto parece una prueba de que hay en mí algo que no viene de mí, que me permite por ejemplo descubrir los dos planos de la observación cuántica. Por tanto, sigo la lógica.
Lo unifico todo dentro de mí, porque está en mí, pero ver la lógica me hace deducir que hay algo grande fuera de mí y que por tanto hay una relación lógica entre ello y yo. Lo que hay fuera, puede ser plural, disperso, verdadero, engañador, divino, demoníaco, amante, odiante, sereno, angustioso, puesto que así son sus huellas en mí.
A veces me tranquilizo y a veces me retuerzo. Deben de ser muchas realidades, muchas cualidades.
Pero si es una realidad dispersa, estará aunada, como todo, por la lógica, pues si no lo estuviere, no se podría ni siquiera pensar en ella, los porqués que sabemos preguntar desde niños no podrían tener respuesta; debe ser una porque yo me esfuerzo en comprenderla, por eso presupongo que tenga sentido. Mientras hable, es porque supongo que tiene sentido hablar.
Sigo con la lógica. Si la lógica aúna es como una forma de amor, porque el amor es un nombre de lo que aúna. Es como si la lógica lo abrazase todo, incluso la disgregación, la dispersión, el odio. Aúna todo lo que veo en mí: todas mis percepciones y todas mis reflexiones, lo que parece dual, pero son sólo los dos extremos de un continuo, el bien y el mal, lo masculino y lo femenino, el acierto y el error, lo difuso del más o menos, que vio Zadeh, y algunos discontinuos que encuentro aquí y allá, como la vida o la muerte.
La lógica, con ternura y con ironía, nos repite: “Todos sois uno bajo mí”.
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