Kim Pérez
Actualizado, 18.IX.2014
Lo más asombroso es que yo sea yo, que yo esté aquí, en este
cuerpo.
Tengo una perspectiva única de mí: mi cara, no la veo
directamente. No la he visto nunca, salvo en espejos, fotografías... Veo mis
hombros, a la izquierda y la derecha, mis brazos simétricos, mi torso, mis
piernas, mis pies...
Son como son, me las he encontrado ya hechas, yo con ellas.
Ser como soy tiene algunas propiedades insólitas. Una de
ellas es que yo soy distinta de mi cuerpo.
Yo soy la que veo. Y muevo mis manos delante de mí. Son
mías, están conmigo, me han tocado. Es raro que éstas sean las mías. Que tengan
esta forma.
Me pertenecen, pero no son lo que soy yo. Podría perderlas y
yo sería yo, intacta.
Yo me veo por dentro. Yo soy mi pensamiento. Soy quien
piensa. Veo con los ojos del pensamiento cómo pienso. Esto es la conciencia.
Conciencia de mí. Y estoy aquí, pensando.
Estoy en un cuerpo.
En un lugar. En un tiempo. En una familia. Tengo un nombre.
Una memoria.
Por eso yo, quien pienso, soy yo, mi figura, mi persona, mi
máscara teatral, o del carnaval, que es lo que significa persona.
Cuando me miráis, no me veis. Veis mi figura, no veis mi
pensamiento.
Es decir, soy tan interior, que sé que nadie puede ver lo
que pienso. Verme.
Hablando yo conmigo misma. Amando, sufriendo, deseando,
riéndome, llorando, por dentro. Me basta callarme, para ser hermética. Todo eso
se puede deducir, por las expresiones de mi cara, pero no verlo tal cual es. Lo
mismo que se ve cuando sonrío, que es sólo una señal, se puede ver con un
electro lo que sea, las señales que transmite mi cuerpo, pero no lo que yo
pienso, tal como es.
Yo me veo por dentro. Los otros me véis por fuera. Yo
también os veo por fuera. También sé que no veo vuestros pensamientos: “¿Me
quieres? ¡Dime que me quieres! ¿Cuánto me quieres?”
Estoy tan dentro de mí, que muchas veces no sé cómo deciros
lo que siento. Me faltan las palabras. Estoy encerrada en mí.
Otra propiedad es que todo esto que es sencillo, tenemos que
descubrirlo. Yo estuve unos años sin pensarlo, y de pronto lo vi.
Quiero decir que lo intuí. De golpe, en un momento. Me vi
por dentro y vi un aquí y ahora. Me asombró, no se me olvida. Estaba en el
pasillo de arriba de casa de mis abuelos, por la tarde, recuerdo el sitio.
Pensé que tenía diez años.
Sé que hay quienes ya lo han visto y quienes no lo han
visto. Yo lo preguntaba… bueno, lo pregunto.
Dos alumnos me dieron respuestas inequívocas. Uno recordaba
que estaba jugando, mientras su madre guisaba; se subía en una silla y se
tiraba. De pronto, una vez, al tirarse, se quedó quieto de pie en el suelo,
pensándolo.
Debía de ser pequeñísimo, dos o tres años.
Otra tuvo que hacerse una operación, y al ir en camilla al
quirófano, comprendió que estaba presa en su cuerpo, habría querido salir de él
para evitar lo que le esperaba, pero no podía.
Si no habéis tenido esta intuición, pensad que ahora, en
este momento, estáis leyendo estas palabras, y pensad que sois vosotros,
vuestro pensamiento, el que está puesto en ellas. Os veis pensando mientras
leéis.
O cerrad los ojos. Estáis pensando en la oscuridad. Es como
si vuestro cerebro fuera una habitación cerrada. ¿Dónde estáis? Muchos me
decían: “En el fondo”. ¿Os veis ahí?
Abrid una de las ventanas. Abrid un ojo. Mirad vuestra cara,
desde dentro. Es imposible. Pero intentad ver algo de la fachada, desde dentro.
¿Veis una parte de la nariz? ¿O si sacáis un poco los labios, veis el de
arriba? Si sois ciegos, veis que no veis… pero veis eso.
Mientras no se ha comprendido que yo soy interior, es como
si hubiera un papel impidiendo verme por dentro. Tenemos la impresión de que
sólo existimos por fuera, de que somos uno más, una tercera persona (fuera de
mí y de mi cuerpo)
Hablamos de nosotros mismos como si fuéramos iguales que los
otros. Pero yo soy yo, por dentro, y por eso, al decir yo, lo digo en un
sentido único, distinto de todos los otros. Yo.
Este yo.
Esto es lo más raro. Yo soy única. Nadie es igual que yo. Sólo en el mundo yo soy yo.
Incluso si hubiera dos hermanos gemelos, identiquísimos, hasta en carácter, y yo estuviera enamorada de uno de ellos, y se muriera, y el otro me quisiera a mí, no sería lo mismo.
Siempre me diría: "¡Tú que ya no estás! ¡Tú!"
Esto es lo más raro. Yo soy única. Nadie es igual que yo. Sólo en el mundo yo soy yo.
Incluso si hubiera dos hermanos gemelos, identiquísimos, hasta en carácter, y yo estuviera enamorada de uno de ellos, y se muriera, y el otro me quisiera a mí, no sería lo mismo.
Siempre me diría: "¡Tú que ya no estás! ¡Tú!"
También es notable la intermitencia de mi ser. Aparezco y
desaparezco por las noches. Me sumerjo en lo negro y desaparezco. Me da miedo
cuando lo pienso, pero mi cuerpo, que no soy yo, trabaja mientras tanto,
descansa, y al otro día reaparezco poco a poco.
A veces la desaparición, la inmersión en la oscuridad,
sucede a un golpe (y me desmayo), o a un coma, o a una anestesia.
Hay un estado intermedio, terrible para mí, que lo he
sentido, en el que se percibe el dolor o la angustia, pero no se puede decir ni
yo, ni aquí y ahora.
Un día me moriré. No sé cómo será.
Vosotros tengo que suponer que os veis ya por dentro, pero
no lo sé.
De hecho, en la clase, al preguntarlo una y otra vez, sólo
dos personas me contaron esas historias inequívocas.
No lo sé, porque no os veo por dentro.
Todavía más. Yo sólo veo mi pensamiento. Todo lo que existe,
lo veo en mi cabeza. Como dijo Berkeley, como se dio cuenta, también él, no veo
nada que no esté en mi pensamiento.
Sí, veo que existo yo, y que me veo distinta de todo lo
demás, de mi cuerpo, de vosotros, pero todo lo veo en mi pensamiento.
Ésta es una ley de hierro de la realidad. Tal como soy
ahora, tal como veo que estoy hecha, yo, no puedo escaparme de mi pensamiento.
No sé si existís en realidad. No sé si esto es una matrix. Ni siquiera puedo
buscar la puerta de acceso a la realidad. No sé si es una matrix dentro de otra
matrix.
Tengo que hacer un acto de fe en que existís, porque no os
veo por dentro, y como todo lo que veo, lo veo dentro de mí, en mi pensamiento,
a lo mejor sois sólo un sueño mío.
Os veo parecidos a mí, os oigo hablar, me sorprendéis con
vuestras palabras, o sea, me parece que sois distintos de mí.
Pero, con los medios que tengo ahora mismo, no lo puedo
comprobar. Os toco. Pero puede ser parte del sueño. De hecho, tengo a veces
sueños muy reales, que me parece que son la realidad. Me despierto con asombro.
Por eso, a veces, cuando en lo que considero la realidad, pasa algo insólito,
tengo que pellizcarme. Pero el pellizco también puede ser parte del sueño.
La única forma de palpar una realidad exterior, yo que soy
interior, será que dentro de lo que soy yo, siga diciendo yo y estando segura o
seguro de que veo todo lo que existe.
Es decir, que sea una parte de mí que no conozco todavía y
que de pronto pueda conocer.
Frente a yo menor, yo mayor, como dicen experimentar los
yoguis.
Los místicos en general. Pero no estoy segura de que esta
técnica llegue a descubrir donde somos yo mayor. Porque consiste en destruir,
en lo posible, lo que soy yo menor, acabar con mi voluntad, con mis deseos, con
mis sentimientos, casi con mi memoria, hacerme entrar en una “noche oscura”, para
que así aparezca de pronto en mí lo indecible.
Pero me parece que lo que consiguen ver, por dentro, es la
vibración informe que los físicos ven por fuera, cuando hacen el experimento de
la doble ranura y comprenden que, cuando miran, construyen el mundo (las
partículas del mundo) y cuando no miran, existe sólo esa vibración sin forma.
Digo que eso no soy yo, mayor, porque lo primero, hay
místicos que dicen que es tan sin palabras, que ni siquiera estoy yo, mayor,
viéndolo todo. Lo segundo es que si yo fuera yo mayor, volvería a mi estado
menor trayendo conocimientos. Los místicos no traen conocimientos nuevos. Sólo
han visto la vibración sin forma.
Pero lo interesante sería que yo menor fuera también yo
mayor. Yo más allá del tiempo y del espacio (del aquí y ahora), más allá del
bien y del mal, más allá de la muerte; viéndolo todo por dentro.
Sabiendo lo que es ser una hormiga, por dentro, y que las
hormigas también sufren, y por tanto, también gozan.
Porque a lo mejor, yo mayor veo desde todo yo menor.
Entonces, todos quienes decimos yo, humanos, y todos los que sientan y crezcan
o esperen inertes a despertarse, seríamos parte de mí mayor.
Seríamos Uno en el fondo, el mismo pensamiento, la misma
consciencia y sólo distintos en apariencia.
Al hacernos bien, nos lo haríamos a todos; al hacernos daño,
nos heriríamos todos.
Yo mayor (que te incluyo a ti) podría haber hecho el mundo,
hace miles de millones de años, cuando este cuerpo mío no existía (porque lleva
existiendo un minuto, en relación con ese tiempo) No lo habría hecho la parte
de mí que conozco, sino la parte de mí que no conozco.
Pero no hay suficientes pruebas de que exista yo como mayor.
Claro, existe lo que llamamos telepatía, palabra que expresa una
telecomunicación no sensorial entre dos seres distintos; no habría
telecomunicación. Yo mayor, sabiendo lo que pienso yo menor, y tú, otro yo
menor, dejaría a veces que yo menor y otro yo menor, supiéramos lo que yo mayor
sé.
Lo mismo pasaría con la precognición. Yo mayor estoy más
allá del espacio y del tiempo. Podría dejar que yo menor lo sepa.
Estas son las únicas pruebas que tengo por ahora. Podría
haber más.
Y el amor sería lo habitual: dejarse de divisiones; vivir en
el medio ambiente del amor, una atmósfera compatible hasta con el bien y el
mal, más allá de ellos, la atmósfera de yo mayor. Y sentirlo yo menor y tú, otro
yo menor, entre nosotros y por todo.
De todos modos, como prueba aunque incompleta, volviendo al
principio, lo milagroso de que yo sea yo, es que yo esté aquí y sea tan
distinto de todo, que sólo yo puedo decir la palabra yo en el sentido en que yo
la digo.
Es que sólo yo soy yo.
En este sentido, parece desproporcionado, porque yo soy tan
importante para mí como el resto del Universo, lo que no soy yo.
Y ya sé que todo lo que veo, lo veo dentro de mí (Berkeley)
Cuando yo me muera, es posible que deje de existir. Pero
entonces, el Universo se apagaría para mí, se quedaría oscuro y ajeno para
siempre. Aunque siga existiendo, ya nunca existiría para mí, la conciencia
sería cosa de otros, ajena, ya no estaría yo.
Entonces, la desproporción parece absurda, porque yo ahora
soy todo; ¿seré nada? ¿Es posible que algo pase del todo a la nada?
A no ser que, después de dormirme, o de morirme, me
despierte diciendo otra vez yo en el sentido en que ahora lo digo, yo, aunque desde
otra materia.
¡Yo! ¡Otra vez! ¡Como ya lo he dicho por lo menos esta vez!
¡Aunque sea sin acordarme!
Si en el tiempo no hubiera habido nadie que haya sido yo,
también podría no haberlo en el futuro, y el absurdo sería no personal, sino
general...
Y la realidad no es absurda, sino lógica, racional.
Por eso vale la pena estudiarla y se consiguen resultados.
Por eso, puede ser racional algo tan esencial, como la
relación entre mí y el tiempo.
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